El cine de fuera que me emocionó en el 2020

El año cinematográfico del 2020 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado para mucho, y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 26 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión de un servidor, no obedece, en absoluto, a ningún ranking que se precie).

1.- EL LAGO DEL GANSO SALVAJE, de Diao Yinan

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2.- EMA, de Pablo Larraín

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3.- EL FARO, de Robert Eggers

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4.- SOBRE LO INFINITO, de Roy Andersson

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5.- LAS GOLONDRINAS DE KABUL, de Zabout Breitman y Éléa Gobbé-Mévellec

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6.- VIDA OCULTA, de Terrence Malick

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7.- LA FLOR, de Mariano Llinás

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8.- MI VIDA CON AMANDA, de Mikhaël Hers

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9.- ONE WERE BROTHERS: ROBBIE ROBERTSON AND THE BAND, de Daniel Roher

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10.. LITTLE JOE, de Jessica Hausner

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11.- ALGUNAS BESTIAS, de Jorge Riquelme Serrano

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12.- EL GLORIOSO CAOS DE LA VIDA, de Shannon Murphy

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13.- UNDER THE SKIN, de Johnathan Glazer

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14.- AYKA, de Sergey Dvortsevoy

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15.- NUESTRAS DERROTAS, de Jean-Gabriel Périot

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16.- ZOMBIE CHILD, de Bertrand Bonello

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17.- A LAND IMAGINED, de Yeo Siew Hua

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18.- NO CREAS QUE VOY A GRITAR, de Frank Beauvais

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19.- CORPUS CHRISTI, de Jan Komasa

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20.- SOLE, de Carlo Sironi

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21.- VERANO DEL 85, de François Ozon

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22.- VITALINA VARELA, de Pedro Costa

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23.- ADAM, de Maryam Touzani

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24.- BEGINNING, de Dea Kulumbegashvili

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25.- OVERSEAS, de Sung-A Yoon

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26.- MARTIN EDEN, de Pietro Marcello

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Vitalina Varela, de Pedro Costa

MEMORIA EN PENUMBRA.

“Trabajar con historias reales es difícil, pero se puede encontrar la forma. No es fácil para mí, pero es más interesante trabajar así, porque finalmente no son nuestras palabras, es más interesante descubrir un misterio en otra persona. Yo no escribí ni una sola palabra en Vitalina Varela”.

Pedro Costa

El cine de Pedro Costa (Lisboa, Portugal, 1959), busca una verdad a través de un misterio oculto, una verdad que se nos revelará a medida que avancen sus enigmáticas e inquietantes imágenes. Un cine que no solo funciona como catalizador de un espacio por el que se mueven unos pocos personajes, sino que va mucho más allá, un lugar-limbo, que no pertenece a este mundo, ni a ningún otro que conozcamos, sino que es un tiempo-espiritual, donde sus individuos forman parte de ese tiempo imposible de definir, un tiempo donde se funden varios elementos formando uno solo, como el pasado, su propia memoria, todo lo que dejaron, atrás, en su Cabo Verde natal, y el presente, malviviendo en casas ruinosas de barrios periféricos de Lisboa. Personajes casi sin rostro, de nulas palabras, vestidos de negro, cuerpos que apenas se desplazan, despojados de la vida, de su humanidad y dignidad, seres que transitan como espectros alumbrados por mínimos resquicios de luz, es en esa penumbra, que hablan el criollo, una mezcla de su idioma africano y el portugués, donde Costa define su universo, donde el tiempo se detiene, se torna imperceptible, y la noche se convierte en el único aliado de ese espacio invisible y oculto, y los movimientos y desplazamientos de los personajes por ese entorno es lento, casi inamovible, como si cada paso costase la vida, donde todo permanece quieto, sin tiempo, sin lugar, sin vida, sin nada.

Después de un período inicial, en el que Costa configura una filmografía más convencional, en el que ya vislumbra temas que le acompañarán después, como los inmigrantes caboverdianos, filmados a partir de la austeridad, tanto narrativa como formalmente, será a partir de En el cuarto de Vanda (2000), donde recogía la cotidianidad, filmada en digital, de una yonqui del desparecido barrio de Fontainhas, donde encontrará los elementos cinematográficos que tanto andaba buscando, un lugar en descomposición, vacío y en penumbra, donde todas las almas a la deriva y sin esperanza, acaban instalándose, rodeados de precariedad y deshumanización, transmitiendo toda esa verdad y honestidad que la cámara de Costa recoge con paciencia y austeridad, en el que se tropezará con la figura de Ventura, un inmigrante caboverdiano que protagonizará su siguiente película Juventud en marcha (2006), y también, será eje principal de Caballo Dinero (2014), en el que repasaba la memoria de Ventura.

En Vitalina Varela, la mujer que conoció mientras preparaba Caballo Dinero, sigue indagando en la memoria, en la que encierran múltiples vidas, las vividas y las que no, a partir de la figura de Vitalina, una mujer que, después de veinticinco años sin ver a su marido, que emigró a Portugal a finales de los setenta, llega desde Cabo Verde, tres días después que Joaquim, su marido, haya muerto. La película se abre con un sobrecogedor momento con la llegada de Vitalina a Portugal, y desciende del avión, dejando un reguero de agua bajo sus pies descalzos, y topándose con una mujer que le recrimina que debe volverse, porque su marido ya ha muerto, pero la mujer continua caminando, perdiéndose en la oscuridad. Lo que viene después, es el retrato de Vitalina, instalada en casa de Joaquim, rodeada de desconocidos y hostilidad, y sumergida en su memoria, aquella que vivió junto a Joaquim, la que vivió sola en Cabo Verde, y ese presente, donde se desplaza en penumbra por un barrio miserable, otro de esos que se ocultan en la periferia de Lisboa, tanto física como emocionalmente, en la que se topará, no solo con sus recuerdos, sino también, con sus reproches al muerto, como hacía Carmen, la viuda de Mario en la novela “Cinco horas con Mario”, de Delibes, donde hacía recuento de todo lo vivido y experimentado.

En ese tiempo de memoria, de pasar cuentas, las del muerto y las suyas propias, Vitalina conocerá a Ventura, aquí convertido en párroco, un sacerdote que regenta una iglesia sin fieles, un cura que ha perdido la fe, que anda como alma en pena sin consuelo, un hombre de Dios que nos recuerda al joven cura de Diario de un cura rural, de Bresson, o aquel otro, el que protagonizaba Los comulgantes, de Bergman, representantes de Dios, imbuidos en sus faltas de fe, incapaces de gestionar una realidad demasiado fea y violenta para predicar ante Dios. Costa se toma su tiempo para retratarnos a Vitalina, su entorno y su memoria, todo se cuenta desde el alma, desde lo invisible, utilizando la ficción como mero vehículo para modelar su historia, reescribiendo con la cámara todo aquello que conoce de la realidad de la mujer, su tiempo y su memoria. Los actores no profesionales convertidos en personajes-modelos, a la forma bressoniana, interpretan sus vidas, muestran su naturaleza, huyendo de esa idea falsa del necesitado bueno, y yéndose hacia la idea de Buñuel con sus olvidados, que no necesariamente la miseria le hace a uno bondadoso. Costa retrata la complejidad de la condición humana, tanto su lado agradable y bondadoso, como su lado tenebroso y violento.

Costa ha vuelto a construir un relato inmenso, lleno de matices, ejemplar en su ejecución, y brillante en su forma y fondo, con la magnífica luz de Leonardo Simôes, con esos encuadres que recuerdan la pintura de Zurbarán, donde el rostro se iluminaba entre claroscuros, que registra toda esa penumbra convertida en soledad y desesperación, con unos personajes transmutados en fantasmas, ya no solo de sí mismos, sino de un tiempo y una memoria que ya no reconocen, que no sienten suya, porque la inmigración y las penurias devastadoras en sus existencias, los han llevado a una invisibilidad demasiado pesada, densa y borrada, en la que Vitalina Varela, premiada con la mejor interpretación del prestigioso Festival de Locarno, con su rostro poderoso, donde podemos observar todas sus huellas y grietas de su vida, con esa mirada profunda y rasgada por el tiempo, por tantos años sola y de difícil vida, erigiéndose como esa mujer sin consuelo, derrotada, pero también, fuerte y valiente, llena de recuerdos amontonados de unas vidas que se quedaron en el camino, sumergida en todas las huellas y sombras que ha dejado su difunto marido, e inmiscuida en su propio proceso de duelo, en ese tiempo de decir adiós, en el lugar donde vivió y murió el ausente, envuelta en sus objetos y cosas, en ese tiempo sin tiempo, en esa memoria sin fisicidad, en unas figuras humanas convertidas en meras sombras de su frágil, agrietada e incómoda memoria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Estaba en casa, pero…, de Angela Schanelec

RECONSTRUIRSE EN EL VACÍO. 

“Esconde tus ideas para que la gente las encuentre. Lo más importante será lo más oculto”

Robert Bresson

Cuando uno descubre una cineasta como Angela Schanelec (Aalen, Alemania, 1962), inédita en nuestras pantallas, que tuvo como profesor a Harun Farocki, y compañeros de promoción como Christian Petzold o Thomas Arslan, se da cuenta que encuentras múltiples pieles en su aparente cotidianidad, donde nada es lo que parece, que todo tiene un porqué, aunque no resulte evidente. Una filmografía llena de espacios ocultos y elementos que la película irá descifrando o no, donde la experiencia de visionar una de sus películas confiere una relación muy personal e íntima con sus planos, en la que cada uno de los espectadores va ocupando sus espacios y reflexionando a través de sus imágenes, imágenes que no les dejarán indiferentes, imágenes bien urdidas y con una naturaleza propia y personalísima, que funcionan de forma magnífica por sí solas, como espacios independientes, pero a su vez, conforman un bloque sólido. Un cine muy profundo y reflexivo, que huye de la causa y efecto, para adentrarse en otros campos más propios del alma, en esos lugares profundos en los que se cuecen inevitablemente nuestras experiencias, tanto físicas como emocionales, y la respuesta que damos y nos damos.

La búsqueda de la identidad y la condición efímera de la existencia, serían los elementos más importantes por los que se mueve el cine de Schanelec, como su sensible e íntima apertura en Estaba en casa, pero…, cuando en un ambiente rural, en una casa abandonada, se encuentran un asno (quizás haciendo  referencia al burro de Au hasard Balthazar, de Bresson), un perro y el cadáver de un conejo, que hemos visto segundos antes huyendo del perro, quizás los restos de “Los músicos de Bremen”, tres animales mayores, dejados y consumidos en esas cuatro paredes, unas imágenes a las que volveremos a al cierre de la película, donde encontraremos, de nuevo, a los tres animales, igual que al principio, como si el tiempo ya no fuese con ellos. Inmediatamente después, la directora alemana nos sitúa en una ciudad con su característico follaje de un otoño berlinés, donde un niño de 13 años, ausente de su casa durante una semana, vuelve al hogar, un hogar donde ha ocurrido algo, donde no vemos la presencia del padre, que más tarde, descubriremos que ha fallecido, un hogar, donde una madre y sus dos hijos pequeños, deberán lidiar con la ausencia, el duelo, con el vacío que provoca esa pérdida irreparable del que ya no está.

La directora alemana huye de la trama convencional, para sumergirnos en un sinfín de viñetas humanas, pasajes, trozos de vida, donde la forma sobria y asfixiante, acompañada de un elaboradísimo montaje, obra de la propia directora, al igual que el guión, deja paso a escenas cotidianas donde se desatan las emociones de toda índole, en las que presenciamos instantes mundanos, como la compra de una bicicleta por parte de la madre (con su singular humor, que parece una secuencia más propia del absurdo de Jacques Tati), o ese hermosísimo pasaje de la madre acostada en el suelo, mientras oímos Let’s Dance, de Bowie, o el airado reproche de la madre a uno de los profesores de su hijo (que parece más bien una descarga de emociones que de una llamada a la atención), una explosión de ira de la madre al ver que su hija ha ensuciado la cocina (donde sus hijos claman cariño, mientras la madre los rechaza, incluso echándolos de casa), o un baño en la piscina, que parece más bien un instante de desplomo emocional que otra cosa (que tiene ese aroma al universo Haneke, donde parece que algo está a punto de estallar, en que la calma se torna densa, incluso violenta), o las conversaciones, entre cotidianas y surrealistas de la pareja de enamorados profesores, donde ella se niega a tener hijos, mientras él, no logra entender, o ese soberbio paseo por el museo, donde cada pintura se revela con los personajes, o la representación atropellada y espontánea de los jóvenes alumnos de Hamlet, de Shakespeare.

Secuencias despojadas de un todo que es la película, magníficamente filmadas, con unos encuadres bellísimos y naturalistas, extraídos de esa cotidianidad transparente y corpórea, en los que el espacio acaba siendo una losa pesadísima para los personajes, con esa luz natural, inquietante, fría y distante, obra del cinematógrafo Ivan Marković, donde la directora alemana no busca la empatía frontal, instantánea, sino una búsqueda tranquila y escrutadora, que irá apareciendo, sin prisas, dejándose llevar por las emociones que se van despertando en las diferentes secuencias, para llegar a conmovernos con su impecable sutileza y desgarro. La cámara de Schanelec no se mueve, se mantiene quieta, solo hay movimiento como ocurría en el cine clásico, cuando el personaje se desplaza, que ocurre en pocos momentos, o el desplazamiento de vehículos, pero siempre, deslizándose frente a nosotros, para capturar esa naturalidad y sobre todo, la verdad de lo que está sucediendo frente a nosotros, que tanto busca la directora, para de esa manera ahondar en la incertidumbre perpetua en la que están instalados los personajes, en ese alambre existencial, donde su propia vulnerabilidad aflora las emociones más contradictorias y terribles contra ellos y contra los que les rodean, en ese caótico enjambre de emociones enfrentadas y rotas que manejan sus vidas.

La fascinante y reveladora interpretación de la actriz Maren Eggert que da vida a Astrid, una madre perdida, rota y vacía, que debe reconstruirse y reconstruir su familia y sus hijos, volver al amor, sin su hombre y padre de sus hijos, una interpretación sujetada en acciones, con poquísimos diálogos, ya que la incomunicación, o la incapacidad para expresar lo que sentimos, otro de los elementos que jalonan el universo de Schanelec, uno de los grandes males en las sociedades occidentales, como el de la competición psicótica por el tiempo, que ha provocado el efecto contrario, dejándonos sin tiempo para compartir nuestros infiernos con los demás, y extendiendo aún más el individualismo acérrimo, como también reflejaba Antonioni en sus fábulas sobre la frustración, la pérdida y el vacío existencial.  La maternidad, su reconstrucción, su sentido y su necesidad, también es otro de los elementos que marca la película, la querida y la no querida, y cómo se afronta en las diferentes perspectivas que abarca el relato. Estaba en casa, pero… no es una película sencilla, pero tampoco extremadamente compleja, existen sus lugares comunes y reconocibles, pero el espectador debe ser paciente y estar expectante, porque la emoción aparecerá y será reveladora. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Nuestras derrotas, de Jean-Gabriel Périot

LA JUVENTUD FRANCESA.

“Sí, hará un hermoso día. El sol de la libertad calentará la tierra con más felicidad que la aristocracia de las estrellas. Nacerá una nueva generación engendrada entre abrazos libres, y no entre la servidumbre y el control eclesiástico. Así nacerán también pensamientos y sentimientos libres, que nosotros, esclavos natos, desconocemos. Cuánto nos costará imaginar lo terribles que eran la noche en que vivíamos y la lucha que librábamos contra odiosos espectros, policías estúpidos e hipócritas criminales”.

Heinrich Heine (citada en un fragmento de La salamandra, de Tanner)

En Avanti popolo (2012), de Michael Wharmann, se resituaba la relación del pasado político de los sesenta y setenta con la actualidad de nuestro tiempo, evidenciando la derrota de las ideologías en la sociedad de consumo. Nuestras derrotas, de Jean-Gabriel Périot, es un ejercicio que parte de la misma base, enmarcado en la relación entre el pasado político y reivindicativo, volviendo al cine del Mayo de 1968, y su resonancia en las mentes de un grupo de adolescentes estudiantes de bachillerato, de primer grado de cine del Instituto Romain Rolland de Ivry-sur-Seine, ubicado en el distrito XIII de París.

El cineasta Jean-Gabriel Périot (Bellac, Francia, 1974), lleva casi dos décadas dedicado al cine documental, experimental y ficción, en el que interroga a través de un exhaustivo y preciso montaje para bucear en la historia y la violencia a partir de archivos fílmicos y fotográficos. Ahí están sus extraordinarios filmes como Una juventud alemana (2015), en la que escarbaba en el fenómeno de la lucha política y social de los años sesenta a través de la facción del Ejército Rojo en Alemania, o en Lumières d’eté (2016), en la que a través de un cineasta de ficción, investigaba las consecuencias de la bomba de Hiroshima en Japón. En Nuestras derrotas convoca un dispositivo muy novedoso y acertadísimo, en el que plantea a sus alumnos la reconstrucción de fragmentos de películas políticas de Mayo del 68, unos delante y otros, detrás de la cámara, en las que encontramos la citada La salamandra, La Chinoise, de Godard, Camarades, de Marin Karmitz, À bientôt, j’espère, del gran Chris Marker (el cineasta ensayística por excelencia, que más ha investigado el archivo y sus circunstancias históricas, sociales, políticas y culturales), y Mario Marret, una película del Grupo Medvedkine, y otras piezas sobre protestas, huelgas y reivindicaciones laborales. Remakes filmados en blanco y negro, en la que se han recogido contundentes mensajes políticos.

A partir de las filmaciones, Périot entrevista a los alumnos sobre lo que acabamos de ver, preguntándoles acerca de las imágenes que acaban de protagonizar. La seguridad y la contundencia que denotan en las secuencias, pasa a un desconocimiento absoluto sobre los términos que acaban de defender con claridad en la escena, respondiendo con esa inocencia y espontaneidad que los caracteriza y muy propia de su edad. El cineasta francés repite las secuencias con otros alumnos, y en las entrevistas sigue indagando en la realidad actual de los discursos cincuenta años después, en mundo deshumanizado y capitalista, en que lo colectivo ha dejado paso a una individualización exacerbada de la vida social de las personas. A medida que avanza la película, vamos observando la evolución de las diferentes respuestas y reflexiones de los alumnos, en un proceso que alcanzó los seis meses de duración, en el que va despertando su conciencia social y política, no en un sentido profundo pero si concienciador, en qué términos como solidaridad y fraternidad alcanzan un poso más real e íntimo, y más aún, cuando son testigos de un hecho capital para ese cambio interior, ya que en su colegio unos chavales son duramente castigados por una pintada reivindicativa.

Périot utiliza la materia sensible y humana del cine para ir más allá, sumergiéndonos en un marco, no ya solo de investigación de las imágenes de las películas en litigio, sino de la capacidad del cine como herramienta esencial para el pensamiento, las ideas y al reflexión, a través de estudiantes de bachillerato enfrascados en sus vidas e historias, en su intento maravilloso en despertarles su conciencia política a través de sus sentimientos y sus formas de ser y sobre todo, expresarse, experimentando en otros caminos posibles para acercar la política de un modo más íntimo y personal a personas que en principio la encontrarían aburrida e incomprensible. Un trabajo pedagógico de primer orden y magnífico, que no solo abre distintas posibilidades de acercar la política a aquellos que no la entienden o simplemente, la desconocen por falta de interés, sino que promueve herramientas magníficas y concienciadoras, que tanta falta hacen en un mundo abocado a la superficialidad, el vacío y la robotización. La película de Périot promueve ideas, análisis y profundidad, a través de su vertiente conciliadora y convirtiendo la política en un acto de conocimiento personal, cotidiano y esencial para la resolución de conflictos en nuestro entorno y en nuestras vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La familia Samuni, de Stefano Savona

REFUGIADOS EN SU PROPIA TIERRA.

(…) Pensó en la incomprensible secuencia de cambios que componen una vida, en todas las bellezas y horrores y absurdos cuya conjunción crea el esquema, imposible de interpretar, pero divinamente significativo, del destino humano.

Aldous Huxley

Una vez escuché que, no recuerdo al autor, que el cine llega cuando los medios se han marchado, cuando la actualidad deja paso a otra, es entonces cuando el cineasta llega con su cámara y filma lo que ya no es actual, con tiempo para mirar y profundizar en los hechos, de ahora y antes, y escucha a las personas que allí están, personas que deberán seguir viviendo cuando todos se vayan, personas marcadas por la tragedia, personas que arrastrarán su dolor, personas que son escuchadas y filmadas por la cámara del cineasta. La filmografía de Stefano Savona (Palermo, Italia, 1969) ha indagado en los conflictos de oriente medio, en su primera película Notes from a Kurdish Rebel (2006), ponía el foco en una combatiente kurda del PKK, en Cast Lead (2010), entraba en la franja de Gaza en plenos ataques del ejército israelí, en Spezzacatene (2010), mostraba una película sobre la tradición oral de los campesinos sicilianos, parte de un proyecto más extenso, en Palazzo delle Aquile  (2011), registraba la cotidianidad del asalto de un grupo de homeless a un palacio como protesta, y en Tahir: Liberation Square, del mismo año, retrató la protesta de los egipcios para acabar con el régimen autoritario.

El cineasta italiano vuelve a la zona norte de la franja de Gaza, un lugar apartado de todo, y filma a la familia Samuni, una familia de agricultores que jamás ha estado involucrada en política, que vio como en enero de 2009, sufrió unos terribles ataques por parte del ejército israelí que asesinó a 29 de sus miembros y arrasó la comunidad. Después de ese ataque, Savona filma a sus miembros y el barrio arrasado, los escucha detenidamente, captura su cotidianidad y ejerce de retratista después de la tragedia y el horror, profundizando en los que están y los que ya no están, siguiendo un diario de ese horror cotidiano, como hacía Rossellini en Alemania, año cero, justo después de finalizaba la Segunda Guerra Mundial, filmando las calles arrasadas de Berlín, junto a Edmund Kohler, un niño que al igual que la niña que observamos, se mueve entre los escombros y el horror. El director siciliano mira con respecto y silencio a los miembros de la familia, una familia rota, que se han quedado sin familiares y amigos, sin trabajo y sin nada, y empiezan a reconstruir su barrio, poco a poco.

La película se divide en dos partes. En la primera, estamos en la actualidad, después de la tragedia, siguiendo la cotidianidad de los miembros de la familia, escuchándolos y filmándolos. En la segunda parte, la película se traslada al pasado, a ese enero fatídico cuando sufrieron los ataques, mediante la animación, a partir de la técnica del esgrafiado, obra del artista Simone Massi, que, a través de animaciones de 2D y 3D, y en blanco y negro, de forma onírica, realista y precisa, va contándonos los hechos de una forma íntima y dolorosa, utilizando los relatos y testimonios de los supervivientes. Savona ha realizado un trabajo exhaustivo y conmovedor sobre el horror que sufren tantos palestinos, a través de una familia cualquiera, una familia sencilla y humilde, huyendo de lo melodramático para mirar y tejer un retrato sobrio, conciso e intenso sobre las terribles secuelas de una familia después de la tragedia, y como continúa la vida, si es que continúa de algún modo.

La familia Samuni  tendría en Homeland (Irak Año Cero), de Abbas Fahdel, una monumental obra de más de 5 horas, en que el cineasta iraquí filma a su familia antes y después de la guerra, construyendo un poderoso, sensible y magnífico retrato de la existencia de los iraquíes. Savona ha construido una obra inmensa, de gran calado humanista, muy alejada de esa realidad que nos venden los medios, sumergiéndose en una realidad que no parece interesar a nadie, conociendo a unas personas que están obligadas a vivir una realidad terrorífica y deshumanizada, una realidad que el cineasta italiano sabe plasmar con sabiduría y paciencia, captando todas las emociones que desprenden los diferentes habitantes del lugar, un lugar que se ha alzado después de todo, y sigue manteniéndose a pesar del dolor, unas gentes que seguirán levantándose porque desgraciadamente, no les queda otra, y como nos explicaba Kiarostami en su película, después de los dantescos terremotos de Bam, la vida continúa… JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Eloy Enciso

Entrevista a Eloy Enciso, director de la película “Longa noite”, en el Soho House en Barcelona, el lunes 2 de diciembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Eloy Enciso, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Diana Santamaria y Xan Gómez de Numax Distribución, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Longa Noite, de Eloy Enciso

LA LARGA NOCHE FRANQUISTA.

“Hacer la revolución es volver a colocar en su sitio cosas muy antiguas pero olvidadas”.

Jean-Marie Straub

En la obra teatral Terror y miseria en el primer franquismo, de José Sanchis Sinistierra, que a su vez hacía referencia a Terror y miseria en el Tercer Reich, de Bertolt Brecht, se hacía un retrato cotidiano de los años de la posguerra, a través de nueve piezas, en el que nos adentrábamos en las existencias difíciles y durísimas de los vencidos y aquellos que apoyaban el régimen, todo contado con una crudeza e intimidad que helaba la sangre. El cineasta galego Eloy Enciso (Lugo, 1975) ya había dejado síntomas de su talento narrativo y formal en películas como Pic-nic (2007) en el describía con acierto y crítica el llamado “tiempo libre” de unas personas en una playa en pleno mes de agosto. Con Arraianos (2012) nos situaba en un pequeño pueblo perdido en las montañas de la frontera entre Galicia y Portugal, para describirnos un mundo mágico, sincero y cotidiano, entre la verdad y el sueño, protagonizado por los mismos habitantes.

Ahora, y siguiendo el marco que proponía en su obra Sanchis Siniestierra, se adentra en aquel primer franquismo, aquel que abarca del año 1939 al 1953, para contarnos la vuelta de un represaliado de nombre Anxo a su pueblo en la montaña, a través de tres capítulos o partes, en un camino con el que se cruzará a diferentes personajes en su cotidianidad, unos vencidos y otros vencedores,  como un hombre y una mujer pobres que piden en la puerta de una iglesia, una viuda que no quiere recordar, un comerciante que emigra, un prisionero republicano que describe su calvario, un comerciante con ideas liberales, o una señora en una estación con un discurso de derrota, o el alcalde populista y demás historias de exilio, miedo y represión de aquella España rota y desangrada. Todo articulado a través de diálogos basados en textos de autores como Rodolfo Fogwill, Max Aub, Alfonso Sastre, José Mª Aroca, Luis Seoane, Ramón De Valenzuela, Marinhas del Valle, Ángeles Malonda, divididos en los tres bloques anunciados. El exilio sería el primero, el segundo abarcaría aquellos que se quedaron, los que sufrieron la venganza y la represión franquista, y finalmente, en el tercer tramo, escucharemos las cartas de prisioneros y prisioneras que envían a sus familias y amigos desde la cárcel.

Enciso realiza un bellísimo y aterrador viaje hacia las profundidades del franquismo, a través de la figura de Anxo, que lentamente se irá convirtiendo en ese fantasma envuelto entre la bruma y la espesor del bosque de los espectros, de aquellos olvidados, de los que ya no tienen voz, de los desaparecidos, de todos los que perecieron ante la crueldad franquista. Una película poética, sincera e íntima que evoca aquellos años para entender los actuales, para analizar desde el prisma cotidiano de tantas personas ejecutadas y perseguidas, lanzando una mirada llena de amargura y soledad de cómo se construyeron los cimientos del estado actual, a partir de tantos olvidos, desaparecidos y crueldad. La exquisita y hermosísima luz de Mauro Herce, cinematógrafo indispensable en el cine gallego actual más crítico y audaz, nos envuelve de ese aroma cotidiano del aquí y ahora, a través de la sinceridad y la dureza de unos rostros perdidos y rotos, y unos espacios que van desde la más absoluta cotidianidad urbana, con esa luz apagada y cruda, para lentamente adentrarnos en la naturaleza y en ese bosque perdido, con esa luz más artificial y espectral, con ecos a la luz que hizo Teo Escamilla para Feroz, de Gutiérrez Aragón, donde parecen encontrarse todas las almas torturadas y olvidadas.

El penetrante y suave montaje de Patricia Saramago (habitual del cine de Rita Azevedo Gomes o Pedro Costa) que sabe captar esa armonía que tanto necesita una película que no solo muestra rostros y cuerpos sino que abre la puerta para que nos adentramos en las almas y conciencias de sus personajes, y sobre todo, en todo aquello que han perdido y jamás volverá. Y qué decir de la conmovedora y sensibilidad de las interpretaciones de este grupo humano que encarnan a los personajes, reclutados entre los grupos de teatro aficionados gallegos, de gran tradición en Galicia, que construyen unas miradas, rostros y diálogos desde la verdad, desde lo más profundo, y desde lo poético. Enciso recoge el aroma de las películas del este como el cine de Klimov o Tarkovski, como ese viaje por el río donde nos adentramos en otro mundo, en otra dimensión, cruzando esa frontera, tanto física como emocional, donde el agua y el sueño se confunden para crear un espacio espectral y poético, con aquel aroma de viaje-pasado-sueño que podemos ver en el Carlos Saura de La prima Angélica, en el cine de Theo Angelopoulos de La mirada de Ulises, el de Pedro Costa de Cavalo dinheiro (2014) el de Apichatpong Weresethakul de Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010) o el de Bi Gan en Largo viaje hacia la noche (2018) con resonancias evidentes con la película de Enciso, en la que sus personajes volvían de manera física y emocional a aquellos momentos de su memoria que siguen vivos en su interior.

Enciso vuelve no solo a la memoria de unas gentes sino a toda la memoria de un país, evocando aquellos años de oscuridad, con una película evocadora, de rescate, de mirar al pasado, a nuestro pasado, siguiendo a Anxo, a alguien que no habla, que no emite palabras, porque quizás ya no quedan, que entrega una carta, convertido en testigo de todo, en una voz y cuerpo de tantos otros que ya no están. El cineasta galego ha construido una obra de gran calado cinematográfico, envolviéndonos en aquellos años de terror y miseria del franquismo, evocando aquellos fantasmas olvidados, aquellos fantasmas tan presentes en la actualidad, aquellos muertos sin dignidad, tantos y tantos que murieron en el olvido, abocados a la fosa del olvido, que siguen violentando un presente demasiado ensimismado en sí mismo, aterido de frío, incapaz de mirar al pasado y rendir cuentas de todo aquello, a mirarse en aquel espejo de violencia y muerte y no sentirse cobarde y ciego ante tanta injusticia cometida, donde la película de Enciso se erige en una película de recuperación y memoria, sobre la dignidad de tantos, sobre lo que fuimos y somos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Oliver Laxe

Entrevista a Oliver Laxe, drector de la película “Lo que arde”. El encuentro tuvo lugar el jueves 10 de octubre de 2019 en el hall de los Cines Verdi en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Oliver Laxe, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Xan Gómez de Numax Distribución, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Lo que arde, de Oliver Laxe

CAMINANDO CON EL FUEGO.

“Si hacen sufrir es porque sufren”

Cuanta razón tenía mi querido Ángel Fernández-Santos cuando mencionaba que en las primeras imágenes se condensaban el espíritu y las raíces de la esencia del relato que a continuación nos contarían. Lo que arde sigue ese impulso que sostenía el recordado crítico con su arranque poético y cruel con esas imágenes que abren el tercer trabajo de Oliver Laxe (París, 1982) sobrecogidos por su belleza y dureza, cuando observamos como una máquina va cortando sin ninguna piedad un grupo de árboles eucaliptos, arrasándolos literalmente, en que el mal llamado progreso devasta la naturaleza y por consiguiente, su patrimonio. De repente, esa destrucción se detiene en seco, la máquina queda paralizada frente a un imponente y centenario eucalipto, como si la naturaleza, en su último aliento, todavía tuviese fuerzas para doblegar la codicia humana. La primera película que rueda Laxe en Galicia, después de sus dos aventuras con Todos vós sodes capitáns (2010) y Mimosas (2016) ambas filmadas en Marruecos, donde el director residía, el cineasta galego mira hacia su interior, hacia sus orígenes, cuando viajaba los veranos para visitar a sus abuelos en los montes de Os Ancares, provincia de Lugo. Aquella tierra de la infancia se convierte ahora en el paisaje áspero y bello, difícil y dulce, duro y sensible, en el que se desarrolla el relato.

Una historia que arranca con la vuelta de Amador, después de cumplir condena por incendiario, a la aldea junto a su madre Benedicta y sus animales, con el aroma de western, cuando aquellos hijos prodigo volvían a casa, después de conocer la civilización y salir trasquilados, en la piel del Mitchum de Hombres errantes o el McQueen de Junior Bonner. Laxe, a medio camino entre el documento y la ficción, filma con detalle y precisión la cotidianidad del hijo y su madre, cuidando de sus vacas, caminando entre los árboles y los senderos escarpados y agrestes del bosque, subiendo colinas y montes y observando un territorio en continua contradicción, como la relación entre ser humano y naturaleza, un dificultoso enlace entre las necesidades y los intereses de unos contra los elementos naturales que siguen un curso invariable, ancestral y caprichoso. Pero también tenemos el lado humano, ese pueblo que estigmatiza y desplaza a Amador por su condición de incendiario, llevando esa cruz pesada que le ha asignado la sociedad del lugar, como le ocurría a Eddie Taylor en Sólo se vive una vez, de Lang, cuando al salir de la cárcel, intenta sin salida huir de su condición de proscrito.

Laxe arranca en invierno, siguiendo el estado de ánimo que atraviesa Amador, adaptándose lentamente a las condiciones adversas de la estación, con la llegada de la primavera, las lluvias y el frío dejan paso a la luminosidad y el esplendor de un bosque que despierta del letargo hibernal, para cerrar su película con el verano y el fuego como visitante perenne de cada estío, devastando, como la máquina del inicio, todo a su paso, con unos vecinos desesperados intentando salvar sus casas, cuando piensan en ellas como reclamo turístico. El cineasta gallego-parisino se mueve constantemente entre los extremos humanos y naturales, entre aquello que nos atrapa y también, aquello que nos somete, entre lo justo y lo injusto, entre la belleza de la naturaleza y los animales, ante los intereses económicos y el cambio climático que están acabando con el rural, con los paisajes naturales y sobre todo, con la subsistencia de tantas gentes del campo. Laxe lanza una oda hacia estos lugares naturales en vías de extinción, espacios donde la vida se trasluce entre gentes que abren senderos con su caminar diario, que cuidan de los animales y los rescatan de su terquedad o miedo, donde se habla poco y se observa más, donde estos paisajes se ven contaminados con la mano del humano, que encuentra intereses mercantiles en casi todo, como en ese momento doloroso en que Amador y sus vacas se tropiezan con máquinas devastando árboles y recomponiendo la naturaleza.

Laxe nos sumerge en un relato sencillo e intimista, lleno de luz brillante y sombría, en el que indaga sobre la condición humana, sobre el olvido, el perdón, el amor y el estigma, donde la tierra se vuelve tensa e incendiaria, donde todo pende de un hilo muy fino, donde todo puede estallar en cualquier instante, donde las cosas obedecen a una estabilidad frágil. El cineasta vuelve a contar con sus cómplices habituales como Santiago Fillol en la escritura, Mauro Herce en la cinematografía, Cristóbal Fernández en la edición o Amanda Villavieja en el sonido, para dar forma a una película asombrosa, elegante, sobrecogedora y apabullante, tanto en sus imágenes como en su narración, exponiendo toda la complejidad vital de lo humano frente al entorno, un paisaje bello y cruel, con sus cambios climáticos y sus cambios producidos por el hombre, contándonos esta fábula sobre lo rural, libre y salvaje, como lo hicieron en su día gentes como Gutiérrez Aragón en El corazón del bosque, Borau en Furtivos o Armendáriz en Tasio, y tantos otros autores, en que el hombre luchaba contra los elementos naturales y sociales como hacía Renoir en El hombre del sur o Herzog en Aguirre, la cólera de Dios, y ese progreso devastador que aniquila el paisaje para imponer sus normas y leyes que cambian la forma natural con el conflicto que lleva a las gentes que viven de él y los animales que lo habitan.

Una película hermosa y magnífica con esa limpieza visual que ofrece el súper 16, y esos temas musicales que van de Vivaldi a Leonard Cohen, que ayudan a comprender más la complejidad de lo humano que rige la película, para sumergirnos en un universo ancestral lleno de continuas amenazas, a través de Amador, un tipo silencioso y melancólico con ese rostro vivido y marcado por el tiempo y el dolor, con las grietas faciales que da una vida dura y tensa (que recuerda al rostro de Daniel Fanego de Los condenados, de Isaki Lacuesta) junto a su madre Benedicta Sánchez, una mujer sufridora y maternal, que cuando su hijo regresa lo primero que le suelta es si tiene hambre, alguien que ama a su hijo, independientemente de qué se le ha acusado,  un amor maternal sin condiciones ni reglas. Dos intérpretes, que recuerdan a los actores-modelo que tanto mencionaba Bresson, se suman a Shakib Ben Omar, que aparecía en las dos primeras cintas de Laxe, debutantes en estas lides del cine, bien acompañados por sus leves miradas, gestos y detalles, en las que consiguen toda esa complejidad que emana de sus personalidades, de su tierra y su entorno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El cine de fuera que me emocionó en el 2018

El año cinematográfico del 2018 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado mucho y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 13 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido únicamente obedece al orden de visionado por mi parte)

1.- ZAMA, de Lucrecia Martel

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2.- CALL ME BY YOUR NAME, de Luca Guadagnino

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3.- THE FLORIDA PROJECT, de Sean Baker

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4.- SIN AMOR, de Andrey Zvyagintsev

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5.- TRES ANUNCIOS EN LAS AFUERAS, de Martin McDonagh

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6.- HILO INVISIBLE, de Paul Thomas Anderson

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7.- LADY BIRD, de Greta Gerwig

https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2018/03/11/lady-bird-de-greta-gerwig/

8.- EL LEÓN DUERME ESTA NOCHE, de Nobuhiro Suwa

https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2018/04/27/el-leon-duerme-esta-noche-de-nobuhiro-suwa/

9.- CARAS Y LUGARES, de Agnès Varda y JR

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10.- 78/52, LA ESCENA QUE CAMBIÓ EL CINE, de Alexandre O. Philippe

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11.- MISS KIET’S CHILDREN, de Petra Lataster-Czisch y Peter Lataster

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12.- THE RIDER, de Chloé Zhao

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13.- EL REVERENDO, de Paul Schrader

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14.- COLD WAR, dePawel Pawlikowski

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15.- LAZZARO FELIZ, de alice Rohrwacher

https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2018/11/12/lazzaro-feliz-de-alice-rohrwacher/

16.- CLIMAX, de Gaspar Noé

https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2018/10/18/climax-de-gaspar-noe/