Canción a una dama en la sombra, de Carolina Astudillo

LAS MUJERES QUE NO OLVIDARON.

“Sólo nosotras esperamos aún, con una espera de todos los tiempos, la de las mujeres de todos los tiempos, de todos los lugares del mundo: la espera de los hombres volviendo de la guerra”.

Marguerite Duras

“Nadie sabrá de ti, Penélope, más que el diseño que te forjaron los homeros y las mitologías”

Olga Zamboni

En el imaginario de Carolina Astudillo (Santiago de Chile, 1975), cualquier imagen, sonido o texto escrito, sea cual sea su procedencia, casi siempre ajena, se descontextualiza por completo, como si la imagen se tratase de un objeto orgánico, un espacio que se abre, se profundiza y sobre todo, se resignifica, transformándose, en un minucioso trabajo de montaje, en otra imagen, y un significado completamente diferente al de su origen. Todo este proceso de Astudillo nos devuelve, no solo a reinterpretar constantemente el pasado de la historia, sino a resituarnos en relación a todas esas “nuevas” imágenes y como no, a todo el discurso que generan después de su vuelta a nacer.

Desde el primer trabajo que vi de la directora chilena afincada en Barcelona, aquel De monstruos y faldas (2008), y los posteriores siguientes, la mirada de la cineasta siempre se muestra atenta a la memoria, un cine que lucha contra el olvido, no solo de las imágenes, sino de todas aquellas personas que se vieron olvidadas por el discurso oficial. Su opera prima El gran vuelo (2014), ya buceaba en la historia de Clara Pueyo Jurnet, militante del Partido Comunista que desaparece sin dejar rastro después de su etapa en la cárcel, a través de otras imágenes que hacía suyas, y las voces que nos contaban su vida. Después de Ainhoa, yo no soy esa (2018), donde recuperaba la vida de joven y su desencanto vital, a través de sus huellas, en forma de diario, videos y voz. En Canción a una dama en la sombra, vuelve a la vida de Clara Pueyo i Jurnet, pero esta vez, en la peripecia vital de su hermano Armand, y la esposa de éste, Soledad Tartera, y nos convoca a las vidas olvidadas y fantasmales de una pareja separada por la guerra, un amor truncado por el exilio y la espera, que es como se divide la película, solamente esperanzada en las cartas que recibe la mujer desde el exilio francés, entre el septiembre del 39 a mayo del 40 cuando dejó de recibirlas.

El cine de Astudillo, siempre inquieto y curioso con la propia materia cinematográfica, en su incesante de búsqueda de imágenes, objetos y textos del pasado, va mucho más allá, adentrándose en otros espacios, en otras miradas. En primer lugar, vuelve a rodar material propio, como hiciera en la mencionada Ainhoa, yo no soy esa, eso sí, con una cámara de Súper 8, en el que acoge a dos actrices, Alicia González Laá y Padi Padilla, de reconocida trayectoria teatral, para que lean, respectivamente, las cartas de Armand a Soledad, y fragmentos de textos como el de El dolor, de Marguerite Duras, en el que escribía sobre la espera de su amor que fue encerrado en un campo nazi, y otros como los de Marcela Terra, entre otras. La realizadora chilena vuelve a sumergirnos en un profundo y magnífico caleidoscopio de imágenes, textos, sonidos, texturas y demás, en el que nos va envolviendo en una época triste, difícil y sumamente angustiosa, donde se juega a un elemento característico de la directora como la presencia-ausencia, y todo ese espacio límbico que queda, donde hay tiempo para la ilusión y la esperanza aunque sean efímeras y muy débiles.

Estamos ante la película de mayor duración de Astudillo, casi las dos horas de metraje, donde seguimos el periplo de una mujer, Soledad, que espera la vuelta de su marido, Armand, y un hombre que no puede volver a su vida, a su patria, y sobre todo, a una forma de vida que el fascismo ha roto. La directora vuelve a contar con dos de las cómplices más íntimas en su cine, Ana Pfaff en la edición, haciendo un grandioso trabajo de montaje, donde toda esa mezcla de imágenes, sonidos y textos de orígenes diversos, acaba adquiriendo una armonía increíble, llena de sensibilidad y reflexión, y Alejandra Molina en el diseño sonoro, una de las partes fundamentales en el cine de la chilena, porque el juego de diferentes y complejas capas, adquiere ese tratamiento sonoro capital que no resulta de acompañante, sino que va más allá, creando todo un espacio donde todo se desenvuelve hacia otros lugares. Destacamos las incorporaciones en el universo de Astudillo del cinematógrafo Américo Voltio, en el que consigue dotar de textura orgánica a las imágenes de Súper 8, y la excelente música de Carles Mestre que sabe dotar de intimidad y delicadeza a la dureza del tema que se trata en la película.

La cineasta chilena no habla de mujeres que solo esperan, como la Penélope de Homero, sino en ese sentido, también hay una mirada diferente al clásico, descontextualizándolo y creando una forma, más actual y feminista, donde Soledad, la mujer que espera en Canción de una dama en la sombra, espera activamente, trabajando en la fábrica y tirando hacia adelante a sus hijos, donde su historia es la historia de muchas mujeres que la guerra dejó solas pero no muertas, sino completamente resistentes, valientes, madres y mujeres, que la emparenta con Penélope (2017), de Eva Vila, donde hay también hay una mirada desde aquí al clásico, reinterpretándolo y sobre todo, situándolo en una visión más feminista y humanista. Astudillo crea imágenes muy potentes y reveladoras, porque dentro de su fusión de imágenes, sonidos, textos y texturas, construye un demoledor discurso sobre la importancia de la memoria, rescatando a tantas personas que se pierden en el olvido de la historia, desenterrando sus vidas, luchando ferozmente contra ese olvido que tantos gobiernos han pretendido inculcar.

Viendo el cine de Astudillo pensamos en la labor del cine o la idea del cine en los tiempos actuales, porque el cine, aparte de contar historias, debe generar reflexión, porque si no es cine, es otra cosa, es espectáculo y entretenimiento vacuo y superficial, y el cine de la directora chilena e mantiene firme y convencido en todo lo que quiere conseguir en el espectador, devolverle la historia de verdad, aquella que nos han ninguneado desde las élites poderosas, que no les conviene el pasado, porque rastrea sus orígenes que nunca son honestos ni humanos. El cine de la cineasta chilena lucha contra todo eso, desenterrando fantasmas, dándoles el espacio que otros les negaron, y sobre todo, devolviéndoles su dignidad, su valor, su valentía y su humanismo, para que las personas de ahora sepamos quienes fueron y además, rescatar la lucha en las sombras de tantas mujeres como Soledad, antes Clara, y tantas y tantas que desconocemos, porque también ellas hicieron su guerra, no en el frente, sino en casa, sobreviviendo y sobre todo, alimentando a sus hijos e hijas, las personas del mañana, y soportando una sociedad triste, beata, conservadora y militar, una vida que no fue nada fácil, y ellas también sufrieron su exilio y ausencia, sin amor, sin consuelo y sin vida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Kumjana Novakova y Guillermo Carreras-Candi

Entrevista a Kumjana Novakova y Guillermo Carreras-Candi, directores de la película “Tierra removida”, en el marco de La Inesperada Festival de Cine, en el Zumzeig Cinema en Barcelona, el sábado 26 de febrero de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Kumjana Novakova y Guillermo Carreras-Candi, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Miquel Martí Freixas y Núria Giménez Lorang, directores de La Inesperada, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sinjar, de Anna M. Bofarull

TRES MUJERES ROTAS Y FUERTES.

“La fuerza no proviene de lo que puedes hacer. Viene de superar las cosas que alguna vez pensaste que no podías”

Rikki Rogers

No es la primera vez que la cineasta Anna M. Bofarull (Tarragona, 1979), mira hacia el mundo árabe, porque en Hammada (2009), su segundo largometraje, penetró en la vida de Dadah, un niño saharaui que vive en el campamento de refugiados de Dajla, y a través del cine descubre otros mundos. Esta vez, vuelve a situarnos en una situación difícil, mucho más que la anterior, porque nos enmarca en el universo del Estado Islámico, también llamado “Dáesh”, que en junio de 2014 proclamó el califato desde la ciudad iraquí de Mosul. Pero, la directora tarraconense no lo hace desde la historia general, sino desde la historia íntima, centrándose en tres mujeres que han sufrido las terribles consecuencias de la violencia extrema del Estado Islámico. Conocemos tres mujeres: Hadia, una mujer jazidíe que vive en Sinjar, en la región de la frontera entre Irak y Siria, y es secuestrada junto a sus tres hijos y llevada como esclava sexual y sirvienta. Arjin es una adolescente que escapa del terror y acaba como soldado en las milicias kurdas. Y finalmente, Carlota, una enfermera catalana que descubre horrorizada como su hijo Marc huye para enrolarse en el Estado Islámico.

La película juega a tres bandas, describiéndonos la cotidianidad de las tres mujeres, y lo hace desde la credibilidad, desde lo íntimo, y sobre todo, desde la verdad. La película de Bofarull tiene como espejo los trabajos de Comandante Arian, una historia de mujeres, guerra y libertad (2018), y El retorno: la vida después del ISIS (2021), sobre las mujeres kurdas que luchan contra el Estado Islámico, y las mujeres occidentales que se unieron al grupo terrorista, ambos de Alba Sotorra. Un gran trabajo de producción que les ha llevado a rodar en el Kurdistán iraquí, en el que sobresalen el magnífico trabajo de sonido de Elena Coderch, que ha trabajado con Isaki lacuesta, Neus Ballús y la citada Sotorra, en un inmenso trabajo de sonido en off con la guerra encima. Otros cómplices de la directora que vuelven a verse por el camino, como  el trabajo artístico de Laura Folch y Sebastián Vogler, que repiten con la directora, en un buen trabajo porque consiguen con lo mínimo hacer lo máximo, la excelente banda sonora de Gerard Pastor, que capta con sutileza todos los momentos intensos y sensibles que jalonan la trama, y el extraordinario montaje de Diana Toucedo, que crea un relato de gran fuerza dramática y lleno de tensión, con gran ritmo y agilidad, en una película complicada por sus ciento veintisiete minutos de duración.

Mención aparte tiene el excelente trabajo de cinematografía de Lara Vilanova, que estuvo en Trinta Lumes, de Toucedo, y en la citada El retorno: la vida después del ISIS, de Sotorra, en el que realiza un trabajo memorable, un inmenso trabajo que debería mostrarse en todas las escuelas de cine, porque la película filma una intimidad brutal, una intimidad que traspasa la pantalla, acercando una cámara invisible y muy observadora los rostros y gestos más cotidianos, en un grandioso ejercicio de precisión y detalle fílmico, y las impresionantes filmaciones de las secuencias bélicas, rodadas desde el punto de vista de la protagonista, creando todo ese campo bélico en off, donde el sonido juega una papel fundamental, donde lo físico y lo emocional nos atrapa en el caos de caos, disparos y explosiones. Sinjar nunca cae en el sentimentalismo ni la condescendencia, muestra el horror cotidiano sin esconderse, una extrema violencia física y emocional a las que están sometidas estas tres mujeres que duele y apabulla, pero que en ningún caso se recrea con el dolor ni la crudeza de lo que cuenta, todo está bien medido y muy pensado en todo lo que se muestra y lo que no, en un estupendo trabajo de concisión narrativa, construyendo una trama en continua tensión, llena de fuerza y vitalidad, donde los conflictos ahogan a sus tres principales personajes, mujeres que han perdido a sus seres queridos, a lo más importante de sus vidas, y el relato las sigue en sus respectivas construcciones emocionales y sus caminos difíciles y valientes.

Como ocurría en Sonata para violonchelo (2015), el reparto vuelve a brillar con fuerza, creando unos personajes complejos, pero tremendamente vivos y fieles a lo que sienten. Un trío protagonista impresionante encabezado por una Nora Navas como la desdichada Carlota, que poco hay que decir de su extraordinario talento para encarnar a mujeres rotas pero decididas. Su mirada y su gesto, tanto cuando habla como cuando calla es toda una lección de interpretación sin alardes y con la sutileza que requiere un personaje que recuerda a Julia, la violonchelista que también pierde lo que más quiere en la vida. Le acompañan Halima Ilter, una actriz turca que se mete en la piel de la esclava Hadia, una madre que sufre más por sus hijos que por ella, atrapada en el horror cotidiano del Estado Islámico, que sufre constantes abusos físicos, emocionales y sexuales, que lleva con toda la dignidad que puede. Una mujer que debe seguir a pesar de todo. Y finalmente, Eman Eido es Arjin, una adolescente yazidí que fue secuestrada en Sinjar durante cuatro años, desde los 9 a los 13, y logró escapar, y debuta en el cine. Una joven que deberá reconstruirse luchando contra aquellos que la han destrozado.

Nos encanta ver las interesantes presencias de dos intérpretes como Luisa Gavasa y Àlex Casanovas, en breves roles pero muy interesantes para la película, que contribuyen, al igual que el resto del reparto, a darle la profundidad necesaria que necesita una película de estas características, como Harit, el personaje árabe que interpreta el debutante Franz Harram. No pecamos de insensatez, cuando decimos que Bofarull ha hecho su mejor película hasta la fecha, porque no solo cuenta una historia de aquí y ahora, sino que lo hace con sabiduría y desde la intimidad, colocando la cámara en lo físico y lo emocional de sus tres criaturas, contándonos una cotidianidad que horroriza, pero haciéndolo desde lo humano, desde el interior, sin estridencias ni nada que se le parezca, con una sencillez y honestidad abrumadora que celebramos, con ese aroma que recuerda al western clásico en su forma de presentar la fortaleza femenina en situaciones duras, y el cine bélico del este, en su forma de representar la guerra y sus consecuencias emocionales, donde todo se sufre desde la soledad, el silencio y lo humano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Esta lluvia nunca cesará, de Alina Gorlova

ANDRIY SULEIMAN, REFUGIADO KURDO.

“Esto es lo que hace la guerra. Y aquello es lo que hace, también. La guerra rasga, desgarra. La guerra rompe, destripa. La guerra abrasa. La guerra desmembra. La guerra arruina”.

“Ante el dolor de los demás” (2002), Susan Sontag

Conocía la existencia del conflicto kurdo, pero fue viendo La espalda del mundo (2000), de Javier Corcuera, que conocí la tremenda gravedad del problema. La película explicaba el caso de Leyla Zana, una parlamentaria encarcelada en Turquía por temas políticos. El capítulo seguía la gris y triste existencia de su familia exiliada en Suecia, después que el marido pasase dieciséis años en la cárcel. Cuatro años después, en Las tortugas también vuelan, de Bahman Ghobadi, ambientada en un campo de refugiados del Kurdistán iraquí, éramos testigos de las condiciones miserables de un pueblo como el kurdo condenado a la huida constante, intentando encontrar un lugar al que pertenecer. La cineasta Alina Gorlova (Zaporiyia, Ucrania, 1992), de la que conocíamos su trabajo en el campo documental con la película No Obvious Signs (2018), en la que retrataba a una soldada ucraniana en pleno proceso de rehabilitación por estrés postraumático.

En Esta lluvia nunca cesará (significativo y desesperanzador título), el retrato se centra en la vida de Andriy Suleiman, un kurdo sirio que abandonó el país árabe por la guerra de 2012, y se instala en Lysychansk, al este de Ucrania, país de origen de su madre. La cámara de Gorlova sigue la vida del joven, voluntario de la Curz Roja en la guerra del Donbass en 2014, y de su familia, y su periplo por varios países donde se encuentra diseminada su familia y amigos, como Irak, Kurdistán y Alemania, donde quiere empezar de nuevo. La cineasta ucraniana divide en diez partes su película, a modo de capítulos, y usa el blanco y negro para mostrar esas vidas errantes, grises, difíciles y rotas, vidas que son meras sombras debidos a los graves efectos y causas de la guerra, que parece seguirles allá donde van. El retrato es profundamente humano y alejado de sentimentalismos. Todo se cuenta desde la verdad, o mejor dicho, desde lo auténtico de unas vidas que quieren salir adelante y a duras penas lo consiguen, poniendo el foco en todas las personas anónimas que han huido de su país, sus trabajos y su vida, e intentan encontrar ese lugar en el que volver a estar tranquilos y en paz.

Gorlova construye una intimidad que traspasa, que nos seduce con muy pocos elementos, y nos convierte a los espectadores no solo en testigos privilegiados del drama humano de este grupo de kurdos, sino en personas que conocen una verdad que es en realidad la de muchos refugiados en todo el mundo, personas que lo dejan todo por la guerra, personas acogidas en países extranjeros, personas que deben luchar diariamente para no perder su identidad, no en un sentido nacionalista ni patriótico, sino en el concepto humano, de tus orígenes, de tu forma de vivir, de tus tradiciones, de todo lo que significa ser kurdo. Un documento excepcional y cercano, cimentado con la complejidad de las diferentes existencias, como la labor humanitaria del protagonista kurdo frente al desfile de la máquina militar pesada ucraniana que van a la guerra del Donbass, al este del país, una zona de eterno conflicto entre los prorusos y los ucranianos contrarios, un conflicto que retrató de forma magistral el cineasta ucraniano Serguéi Loznitsa en su película homónima de 2018. Las contradicciones de los bailes tradicionales kurdos y ucranianos, así como el desfile de soldados frente a la marcha del orgullo gay en Berlín.

Un mundo lleno de contrastes, de grises automatizados, de perversidad y alegría en la mismo espacio o según en la perspectiva que te encuentres o te toque circunstancialmente. Esta lluvia nunca cesará no es una película apológica ni se decanta por nadie ni por nada, si hay una idea política, porque en cualquier acción humana la hay, es sin lugar a dudas, la del lado de lo humano, de mirar de frente a todos aquellos que huyen por la guerra, a todos aquellos que, lejos de sus tierras, siguen viviendo la guerra diariamente, de los traumas que deja la guerra, el exilio y estar lejos de todo sin saber donde se está, de todos los espacios oscuros que construyen unos poquísimos y afectan a millones de personas alrededor del mundo, de la guerra como mal eterno de la historia de la humanidad que define mucho nuestra forma de vivir, de compartir y de mirar al otro. Andriy Suleiman es uno de tantos refugiados que cada día abandonan su vida para emprender un camino lleno de peligros y de dolor del que desconocen completamente donde les llevará y que será de ellos, y lo más incierto, si algún día podrán regresar a sus vidas y cuántas vidas costará tanto desastre imposible de detener. Aunque la película no solo muestra desgracia y tristeza, porque también hay tiempo para el reencuentro, para seguir adelante a pesar de todo, y sobre todo, hay tiempo para seguir se esté donde se esté. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Hive (Colmena), de Blerta Basholli

UNA MUJER VALIENTE.

“Me gustan las personas que tienen que luchar por obtener algo, los que teniéndolo todo en contra salen adelante. Esta es la gente que me fascina. La gente fuerte”

Isabel Allende

El conflicto de Kosovo (1998-1999), en que la etnia albanesa se opuso a la etnia serbia y el gobierno serbio ocasionando la desaparición de 13000 personas. En el pueblo de Krushe e Madhe, en el municipio de Rahovec en el oeste de Kosovo, la cifra de desaparecidos dejó 140 viudas y más de 500 niños sin padre. La película se centra en una de esas mujeres viudas, en Fahrije Hoti, y en su experiencia real. Tenemos a una mujer que cuida de su suegro y de sus dos niños todavía en edad escolar, trabaja en la pequeña colmena de su marido desaparecido y acude a encontrar a su esposo cuando las autoridades encuentran alguna fosa común. Pero, la economía doméstica se resiente, el dinero no llega y están pasando por penurias, al igual que las otras viudas. Fharije, con todo en contra, decide sacarse el carnet de conducir y abrir un negocio de verduras en escabeche junto con las otras mujeres. Encontrará la resistencia machista del pueblo, hombres acostumbrados a trabajar y que las mujeres se queden al cuidado del hogar, los niños y los ancianos.

La directora debutante en el largometraje Blerta Basholli (Pristina, Kosovo, 1983), encontró en la historia real de Fahrije Hoti la inspiración para construir no solo una película sobre un grupo mujeres que rompen con las barreras e imposiciones patriarcales para ser ellas mismas, sino que nos habla de la valentía y la fuerza de unas mujeres sumidas en el dolor, sobreviviendo a una pérdida irreparable, y continuando hacia adelante a pesar de todo. La directora kosovar sitúa su película en la mirada de la protagonista, el eje en el que gira toda la historia, presentándonos a una mujer que debe hacer frente a una realidad y reinventarse, con la ayuda de las demás, para hacer frente a su situación de miseria, y la cineasta lo hace desde la honestidad y la autenticidad, sin edulcoramientos ni sensiblerías, sino acercándose a sus personajes desde la sinceridad y sobre todo, desde la mirada del que quiere mostrar sin embellecer ni sobre todo, huyendo de esas historias relamidas de la dichosa superación y demás, aquí todo tiene verdad, todo tiene intimidad, y la protagonista se enfrenta a sus miedos, sus dudas y la inmensa hostilidad de los hombres de su pueblo, pero no se amilanará a pesar del miedo y la soledad.

Todo se cuenta a partir de dos elementos muy visibles. La intimidad del hogar con los conflictos entre la madre y su hija, que es una adolescente, y su suegro, anclado en el pasado y en la memoria de su hijo, que lo ha detenido, y luego, lo social, en que las mujeres se enfrentarán a ese machismo ancestral, que las obliga a ser sumisas a pesar de su dolor y su pobreza, donde la colmena actúa como riquísima metáfora de todo lo que está sucediendo en el pueblo. Basholli no construye una película superficial y moralista, donde hay buenos y malos, ni tampoco hay una mensaje aleccionador, no hay nada de eso, solo un relato sencillo y cercanísimo, donde se explica una realidad dura y difícil, sin medias tintas, una realidad dolorosa y a pesar de todo, las mujeres se mueven para salir adelante cuando tienen todo y todos en contra. La película se cimenta en las miradas y gestos de las protagonistas, más que en los diálogos, porque es una película de acción, en el mejor término de la palabra, donde la actividad y la valentía de estas mujeres se traduce en su negocio, en el que somos testigos de todos los pasos de creación, funcionamiento e ilusión.

Una cinta de estas características donde se habla de personajes y sus conflictos, personas de carne y hueso, necesitaba un actriz tan portentosa, especial y humana como Yillka Gashi, auténtica revelación de Hive (Colmena), convirtiéndose en la punta de lanza del relato, con esas miradas que encogen el alma, con ese coraje y esa fuerza irrompible, toda una referencia para todos, una persona que a pesar de todo y todos creyó en sí misma y se atrevió a hacerlo venciendo dos miedos: sobrevivir a un marido desaparecido y a una comunidad machista y hostil. Sin olvidar el resto de mujeres como las impresionantes Çun Lajçi, Aurita Agushi y Kumrije Hoxha, entre otras, que acompañan con credibilidad y sinceridad a la protagonista. La opera prima de Blerta Basholli es un cuento sobre mujeres para todos los públicos, porque es una película potentísima, llena de grandes ideas y sobre todo, es una maravillosa fábula humanista como las que hacían Renoir, Rossellini, Kiarostami y demás, de las que permanecen en la memoria, de las que no se olvidan, de las que consiguen vencer al tiempo y a sus circunstancias, porque habla de seres humanos y sus formas de encarar la vida, el dolor, la tristeza y todo aquello que nos paraliza. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Alba Sotorra

Entrevista a Alba Sotorra, directora de la película “El retorno, la vida después del ISIS”, en la oficina de su productora en Barcelona, el miércoles 29 de septiembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alba Sotorra, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jeny Montagut, de Comunicació DocsBarcelona, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El rey del fin del mundo, de Michael Haussman

JAMES BROOKE, RAJAH DE SARAWAK.

“¡Es curiosa la vida… ese misterioso arreglo de lógica implacable con propósitos fútiles! Lo más que de ella se puede esperar es cierto conocimiento de uno mismo… que llega demasiado tarde… una cosecha de inextinguibles remordimientos”.

(“El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad)

La vida de Sir James Brooke (1803-1868), un marino del Imperio Británico, que a mediados del XIX, se embarcó con el propósito de abrir nuevas rutas comerciales por las costas de Malasia y así extender el inmenso imperialismo. Acabó en el Reino de Sarawak, nombrado Rajah por el sultán de Brunei, ya que combatió la piratería y el esclavismo, y ayudó a que los indios fueran independientes, enfrentándose a las órdenes de Londres. Una historia asombrosa y humana, que inspiró a Joseph Conrad (1857-1924), en muchas de sus novelas ambientadas en las costas del sureste asiático, como “El corazón de las tinieblas”, que inspiraron películas como El corazón del bosque (1978), de Manuel Gutiérrez Aragón y Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola, y la novela “Lord Jim”, llevada al cine por Richard Brooks en 1965.

La idea del hombre blanco, explorador y aventurero, enfrentado al otro, y a lo otro, extraño en una tierra extraña, huyendo de su lugar, y sobre todo, de sí mismo, encontrándose con todo un mundo inhóspito que acaba convirtiéndose en su hogar y sobre todo, en su lugar en el mundo. Con un guion escrito por el californiano Rob Allyn, el estadounidense Michael Haussman, del que conocíamos su faceta en la publicidad, y sobre todo, en los videos musicales para artistas tan importantes como Madonna, y su particular y personal cine, que debutó con Rhinoceros Hunting in Budapest (1997), protagonizada por el músico Nick Cave, y El enemigo está dentro (2003), que interpretaba Val Kilmer, por citar un par de su filmografía. Hausmann se pone detrás de la cámara y nos cuenta el relato en primera persona de Sir James Brooke, convirtiendo su película en un viaje introspectivo, creando un antihéroe, un hombre roto, un outsider en toda regla, uno de esos pistoleros errantes de los crepusculares, alguien que huye de los convencionalismos y demás estupideces sociales de los ingleses, alguien en continua huida, alguien que espera que suceda algo que le dé sentido a una existencia que está abocada a la autodestrucción.

Un personaje como Brooke que le va como anillo al dedo a Jonathan Rhys Meyers, con esa imagen de derrota y desesperanza, más movido por la causa de otros, y perdido en su propio vacío, que el magnífico actor irlandés sabe dotarlo de fuerza y tristeza, imprimiéndole esa mezcla de transparencia y desolación del personaje, con esa figura de hidalgo derrotado, movido por lo diferente, batallando por un mundo más justo, a pesar de los designios de imperialismo y saqueo de Inglaterra. La historia de Brooke, que también inspiró la novela “El hombre que pudo reinar” de Rudyard Kipling, llevada al cine de manera soberbia por John Huston en 1975 y magníficamente interpretada por dos monstruos como Sean Connery y Michael Caine, no es la historia de un hombre sometido, sino todo lo contrario, es una historia sobre la justicia, la igualdad y el amor hacia las culturas indígenas de alguien que estaba cansado de tanta destrucción e inmoralidad. Una película de grandísima factura técnica, con esa música absorbente de Will Bates, el minucioso montaje de Marco Pérez, y la magnífica luz pesada y oscura de Jaime Feliu-Torres.

El gran trabajo del reparto con intérpretes bien caracterizados que dan vida a todos estos hombres y mujeres perdidos en la espesa selva asiática de la isla de Borneo, con el joven Charley, sobrino de Brooke, al que admira y lo sigue, bien compuesto por Otto Farrant, su primo, el impetuoso y contrario Arthur Crookshank, protagonizado por Dominic Monaghan (muy conocido por su intervención en la trilogía de El señor de los anillos), que se casa con un antiguo amor de Brooke, la bellísima Elizabeth que hace Hannah New, Madame Lim, una nativa que vive una bonita historia de amor con Brooke, interpretada por Josie Ho, y finalmente, la figura soberbia e imperialista del oficial Edward Beech que interpreta el inmenso Ralph Ineson. Una película que habla y explora la belleza del lugar y la sangre que se derrama en este paraíso que se equilibra de manera frágil entre la vida y la muerte. Haussman vuelve a un relato de un hombre enfrentado a sí mismo en un universo ajeno, extranjero y demoledor, como el Cave en Budapest, o el Kilmer en México, individuos solitarios y amargados que, encontrarán aquello que buscan en el lugar más insospechado y raro, pero llenos de humanidad, que como les ocurría a los pistoleros como Shane, siguen creyendo en las causas justas y en el interior de las personas, y pondrán su revólver a ese servicio, aunque para ello tengan que renunciar a lo que son y convertirse en otra persona, una persona más acorde con sus ideas y sobre todo, a favor de la justicia y la riqueza y la diversidad de los lugares y sus gentes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Guerra de mentiras, de Johannes Naber

EL HOMBRE DE IRAK.  

“¿Qué es la verdad? Obviamente, una ilusión. Pero… ¿En qué nos convertimos si dejamos de buscarla?”.

Todos, en mayor o menor media, sabemos que el gobierno de EE.UU. sustentó su ataque a Irak en el 2003 en un montón de mentiras, alimentadas en unos supuestos depósitos de armas químicas de destrucción masiva, ocultos en algún lugar del país. Pero… ¿Cómo se construyó esa información falsa?. La cuarta película de Johannes Naber (Baden-Baden, Alemania, 1971), que cuenta con un guión firmado por Oliver Keidel y el propio director, se basa en todo aquello que no nos contaron de la verdad de todo ese entramado político que hay detrás de esa mentira, centrándose en todos los detalles y las personas implicadas, todo aquello que nunca sale en los medios, la parte oscura y real de toda mentira. La película arranca con imágenes reales del ataque estadounidense a Irak, para inmediatamente pasar a una frase sentenciadora como: “Una historia real. Desafortunadamente”. De inmediato, nos ponen en 1997, en una trama que se alargará hasta el 2003, el año que empezó la guerra de Irak. Conoceremos a Wolf, un experto en armas químicas de Alemania, que, en 1997, junto a un equipo de expertos, no encuentran las citadas armas en Irak. Dos años después, aparece Radif Alwan, un refugiado iraquí que dice conocer el lugar exacto donde se encuentran las armas y como se almacenan.

Wolf, que recibe el nombre en clave de “Curveball” (título original de la película), es el hombre designado para interrogar al supuesto testigo iraquí que dice haber trabajado para el servicio secreto. Naber, que había hecho dramas sobre inmigración, comedias satíricas sobre el capitalismo o cuentos fantásticos, nos convoca en la sede del BND, el servicio secreto alemán, en un relato que consta de dos partes bien diferenciadas. En la primera, asistimos a todo el proceso de interrogatorio y testimonio del supuesto testigo Radif Alwan, y luego, en la segunda mitad del metraje, una vez descubierta la mentira, la trama estadounidense, por medio de la agente Leslie de la CIA, con la ayuda del la inteligencia alemana, de la construcción de la mentira y su difusión internacionalmente. Naber construye una trama sencilla y honesta, todo está contado a través de los personajes, sustentado en un gran protagonista como Wolf, una especie de hombre de paja en toda esta trama política, llena de intereses económicos, y sobre todo, de una guerra fratricida y muy desigual entre el individuo honesto que se niega a participar en las corruptelas gubernamentales y en cierta manera, se enfrenta a esa mentira y a su propio gobierno, y este dato es muy importante para adentrarnos en la trama que se nos cuenta.

Wolf no es ningún tipo extraordinario ni nada por el estilo, un grandísimo profesional en su trabajo, pero un tipo corriente, alguien que se levantará ante la injusticia, y dentro de sus posibilidades, intentará parar semejante maraña de falsedades. La película va de cara, sin titubeos ni argucias argumentales, todo se cuenta de frente, a través de una frialdad y distancia necesaria para que la empatía vaya en crescendo, sumergiéndonos en esa vorágine oscura y siniestra siguiendo el mismo proceso que el desdichado protagonista, con el magnífico trabajo de luz del cinematógrafo Sten Mede, que vuelve a trabajar con Naber después de su opera prima. El extraordinario elenco de la película entre los que destacan Sebastian Blomberg como Wolf, el científico atrapado en los intereses del estado, que no se quedará inmóvil ante la injusticia, bien acompañado por una gran Virginia Kull como Leslie, una amiga o no, en todo esta locura política, llena de mentiras y falsedades, Dar Salim es Radif Alwan, el pobre diablo que hará lo imposible para mejorar su existencia, aunque tenga que mentir, y Michael Wittenborn y Thorsten Merten, los dos hombres de estado, fieles funcionarios del gobierno, que anteponen todo a los intereses de su país, sea lo que sea y sirva para lo que sirva.

Tiene la película mucho del juego kafkiano que tenía El proceso, de Welles, o el aroma y la distancia que provocaban esas películas realizadas durante la guerra fría, tan estupendas como El espía que surgió del frío, Nuestro hombre en la Habana, El hombre de Mackintosh, Los tres días del cóndor u Odessa, entre muchas otras, con esos tipos del gobierno que resultan amables y cercanos, pero solo en apariencia, porque llegados el momento, se quitarán de encima a quién sea por seguridad del estado, sin olvidar, el rol de Leslie, la americana, que se sitúa en la mente y el cuerpo de Wolf, jugando a dos bandas, erigiéndose en ese tipo de femme fatale indispensables en este tipo de interesantes thrillers políticos que no solo hablan de los tejemanejes de los estados y sus corruptelas, sino de la condición humana, del aspecto psicológico entre quienes quieren salvar los intereses del estado, y su economía, en pos de la humanidad, porque si algo claro deja la película, es que hay intereses más importantes que la propia vida, y toda verdad o mentira, se utilizará según convenga y la circunstancia lo requiera, porque al fin y al cabo, todo puede ser verdad o mentira según quien la mire y la utilice. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Anton, su amigo y la revolución rusa, de Zaza Urushadze

LA INFANCIA DE ANTON Y JAKOB.

“Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que eres puro por dentro, y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz”.

Ana Frank

El universo cinematográfico de Zaza Urushadze (Tiflis, Georgia, 1965-2019), estaba condicionado por las continuas guerras en su país y alrededores. Sus historias siempre giraban en torno al conflicto bélico, ya fuese el de la Segunda Guerra Mundial como el reciente con Rusia. Aunque para el cineasta georgiano, la guerra siempre quedaba lejos, fuera del lugar de los hechos, no obstante, su sombra y sus consecuencias se mostraban de forma cruda y salvaje, porque los relatos de Urushadze giraban en torno a la existencia de unas personas sencillas que ven como al guerra irrumpe en sus apacibles vidas y las volvía completamente del revés, porque en sus películas, el asunto que más le interesaba retratar era el humanismo frente al horror de la guerra. En Anton, su amigo y la revolución rusa, adaptó la novela homónima de Dale Eisler, que se inspiró en hechos reales, además de ser uno de los coguionistas junto a Vadym Yermolenko y el propio director, en una cinta que ha convocado productoras de cinco países tan diversos como Ucrania, Georgia, Lituania, EE.UU. y Canadá.

El conflicto nos traslada a un pequeño pueblo de Ucrania en 1919, no muy lejos del Mar Negro, con los ecos todavía tan presentes de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Bolchevique. Un lugar donde conoceremos a Anton, hijo de inmigrantes alemanes y Jakob, hijo de inmigrantes judíos, dos niños que a pesar de sus diferencias religiosas y culturales, son dos buenos amigos, como demuestra el magnífico arranque de la película cuando observan el cielo e imaginan un mundo menos hostil que el que tienen abajo. La trama se desencadena cuando llegan al pueblo los bolcheviques completamente desatados y dispuestos a eliminar cualquier vestigio alemán en la zona, con una violencia crudísima y sin respuesta posible por parte de los aldeanos. Urushadze que, con la película Mandarinas (2013), conociendo las mieles del éxito, recorriendo decenas de festivales internacionales, incluso fue nominado a los Oscar y Globos de Oro, nos coloca en mitad de la acción, a través de la mirada de los dos niños.

Por un lado, tenemos la relación de amistad profunda y sincera de los dos niños, que son testigos del horror que se está apoderando del pueblo, con el invasor bolchevique, y por el otro lado, vemos las relaciones que se van generando en el pueblo y todo lo que se va cociendo en el mundo de los adultos, con el miedo y la angustia de la incertidumbre por la supervivencia. El director georgiano sabe manejar con soltura y muchísima habilidad el contexto bélico con lo humano, mostrando sensibilidad y humanismo sin caer en lo convencional y el sentimentalismo, con una historia difícil y muy compleja, donde la violencia salvaje siempre la vemos con la distancia prudente, y sobre todo, una película sabia ya que investiga las consecuencias de esa violencia desatada en los que quedan. La historia se cuenta desde la sobriedad y la austeridad, con pocos personajes, encuadres bien compuestos, una luz sombría pero llena de luz cuando aparecen los niños, y esos movimientos de cámara cuando la acción de los personajes lo demanda, y sobre todo, una composición mínima de los diferentes caracteres y actitudes de los personajes, que a medida que avanza el metraje, vamos descubriendo sus verdaderos deseos e intenciones.

Anton, su amigo y la revolución rusa, recoge de forma honesta y sencilla el aroma que desprendían películas como Alemania, año cero (1948), de Roberto Rossellini, Juegos prohibidos (1952), de René Clement, La infancia de Iván (1962), de Andréi Tarkovski, Ven y mira (1985), de Elem Klímov,  Adiós, muchachos (1987), de Louis Malle, o La tumba de las luciérnagas (1988), de Isao Takahata, entre otros, retratos profundos, sinceros y brillantes sobre niños en mitad de la guerra, que como les ocurre a Anton y Jakob, sus vidas no volverán a ser las mismas, y ese tiempo de guerra quedará marcado para siempre en el devenir de sus vidas. Como ocurría en Mandarinas, el reparto de la película destaca enormemente, desde su impresionante caracterización y sus miradas, en una película de poco movimiento, donde prevalece el buenísimo hacer de todos los intérpretes, y sobre todo, la forma en que Urushadze va creando y generando esa tensión que se nos agarra fuertemente y no nos suelta en toda la película, construyendo ese espacio de incertidumbre en el que viven todos los habitantes del pueblo, a la espera de las actuaciones violentas de un enemigo lleno de odio y vengativo, que se enfrentará a un pueblo organizado, resistente y muy valiente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Para Sama, de Waad Al-Kateab y Edward Watts

DOCUMENTAR LA VIDA BAJO LAS BOMBAS.

“El film documental cuenta hechos que han sucedido o que están sucediendo independientemente de que con ellos se haga o no una película. Sus personajes existen también fuera del film, antes y después del film”.

 Raúl Beceyro

Nuestras vidas, esas realidades que forman parte de nuestra cotidianidad, con sus alegrías y tristezas, con sus circunstancias e historias, con sus espacios íntimos y públicos, con sus miradas y reflexiones. Toda una serie de acontecimientos que nos van construyendo lo que somos, lo que no seremos y que, quizás, dejemos de ser. La vida de Waad Al-Kateab (Siria, 1991), dará un vuelco extraordinario cuando en la primavera del 2011, siendo estudiante de marketing en la Universidad de Alepo, estalla una revolución sin precedentes contra el régimen autoritario de Bashar Al-Assad. Waad, igual que muchos otros, documentó con su móvil todo ese estadillo de protesta y resistencia, que derivó a una guerra civil entre Assad y los defensores de la libertad y la democracia, en la que Waad toma partido como activista para derrocar el régimen. La aparición de la aviación rusa en el 2015, recrudeció la guerra.

Waad aprendió a usar una cámara de video, y empezó a documentar su realidad, se enamoró de Hamza, un doctor de uno de los pocos hospitales en pie de Alepo, y tuvo una hija, Sama. Al-Kateab, a modo de misiva a su hija, empieza a filmar lo que ve diariamente, una vida en un hospital, donde llegan continuamente heridos, asediados en Alepo. La película se centra en el último año en Alepo, en 2016, y sobre todo, en el segundo semestre, con la ciudad soportando bombardeos diariamente. En enero de 2016, Waad empezó a documentar para Channel 4, el prestigioso canal del Reino Unido, bajo el título Inside Aleppo, toda la realidad que veía, sobre todo, desde un lado humanista, siendo sus videos de los más seguidos. El reputado documentalista inglés Edward Watts, con más de una década de trabajo con Channel 4 (con trabajos impresionantes sobre las crudas realidades de muchas personas en situaciones terroríficas, pero siempre captando la humanidad, como hizo en Escape from ISIS, centrado en las mujeres bajo el terror del Estado Islámico), se alía con Waad Al-Kateab, y firman la codirección de una película que nos abre una ventana a una realidad íntima y muy personal de la población de Alepo, con sus momentos alegres y tristes, con toda esa cotidianidad bajo las bombas, bajo el peligro constante de perder la vida y el continuo sufrimiento y dolor.

Viendo Para Sama, es inevitable no acordarse de Homeland (Iraq Year Zero), de Abbas Fahdel, filmado durante el antes y el después de la Guerra de Iraq a través de una familia corriente, uno de los documentos más interesantes y devastadores sobre la descomposición de unas personas que viven una guerra tan cruenta y dolorosa como la de Irak, o de Silverd Water, Syria Self-Portrait (2014), de Wiam Bedirxan y Ossama Mohamed, en el que cientos de imágenes filmadas en móvil, documentan diferentes realidades de la guerra de Siria. En Para Sama, la cotidianidad de Waad Al-Kateab, su marido Hamza, y la pequeña Sama, se confunden con la realidad catastrófica en la que viven, viendo diariamente como su ciudad sucumbe bajo las bombas, y sus gentes van desapareciendo. Un año de vida para Sama, inconsciente de esa realidad dolorosa, que su madre documenta con gran honestidad y sensibilidad toda esa cotidianidad del único hospital que sigue en pie de Alepo.

La película captura de forma natural y directa, en modo de diario-carta todo lo que sucede, es el aquí y ahora, con la realidad entrando por todos los lados, impregnando de dolor y devastación la ciudad, y el hospital en el que moran, capturando todos los detalles, desde todos los ángulos posibles, sin cortapisas ni sentimentalismos, con toda su crudeza y tensión, con sus carreras, su nerviosismo, con el espantoso ruido de las bombas alrededor, todos esos instantes de intimidad, de relajación, el constante trasiego de gente desesperada con familiares en los brazos, el trabajo incesante intentando salvar vidas, las múltiples carencias de material y comida a las que se enfrentan, y sobre todo, la vida, una vida que ocurre mientras intentan sobrevivir en el infierno de Alepo, en un relato sobre la alegría, la tristeza, el dolor, la pérdida, y la fuerza de seguir adelante, de no abandonar, de seguir creyendo en la libertad y la justicia, a pesar que las circunstancias digan lo contario, a pesar que todos los avatares de la guerra cotidiana en la que viven, digan que el final de Alepo está cerca.

Waad y Watts, no solo han construido uno de los documentos más brillantes y poderosos sobre lo que es la cotidianidad de la guerra, sino que han profundizado de forma brutal y valiente, en todos esos detalles íntimos y personales de tantas vidas que se cruzan por delante de su cámara, atrapando de forma natural y brillante toda ese espacio doméstico donde la vida se desarrolla, con esos momentos de los niños jugando en un calcinado autobús, que pintan para darle color a tanta oscuridad, o los juegos inocentes de Sama, o la preparación de la comida, de la poca que consiguen, o ese momento mágico en el que un marido regala un caqui a su mujer, algo tan insignificante en otras circunstancias, pero que en ese instante tiene un valor humano bestial. Un trabajo que muestra de manera crudísima una realidad devastadora, que va más allá del hecho documental, que engrosa ya los títulos destinados a perdurar en el tiempo, por su gran valor humanista, y sobre todo, por su extraordinaria mirada a lo más profundo y personal de unas personas que viven bajo las bombas, pero sin perder la esperanza de un mundo mucho mejor y más libre. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA