El cineasta Nacho Vigalondo (Cabezón de la sal, 1977) irrumpió en el año 2005 con 7:35 de la mañana, una pieza de 8 minutos que mezclaba con acierto el thriller de psicópatas con el musical, en un trabajo que le valió una nominación a los Oscar. Y esa mezcla de géneros en apariencia antagónicos y difíciles de casar, se han convertido en sus señas de identidad en su cine. En su debut, en el 2007, con Los cronocrímenes, suerte de ciencia ficción, con viajes en el tiempo y mundos paralelos incluidos, introducía en el relato lo romántico, en el que el amor se convertía en un estimulo emocionante para sus personajes. En su segundo largo, Extraterrestre (2011), lo romántico, pues se centraba en una pareja que no se conocía, pero amanecían en la misma cama, y se enfrentaban a una invasión extraterrestre, los alienígenas aparecían en su cine de forma doméstica, vistos desde la televisión, invisibles y amenazantes, en una situación localizada en pocos espacios y cinco personajes, y finalmente, Open Windows (2014), donde las nuevas tecnologías y lo romántico, se fundían en un viaje psicodélico entre el mundo virtual que se apoderaba de una realidad cambiante y perturbadora.
Ahora, nos presenta Colossal, en la que Vigalondo sigue mezclando géneros, y lo hace desde la cotidianidad, desde lo doméstico, en el que unos personajes, más perdidos que nunca, se ven enfrentados a algo que los traspasa y sobre todo, no saben qué hacer, y menos cómo reaccionar. La cinta se centra en Gloria (estupenda Anne Hathaway) de vida estancada, sin trabajo y sin futuro, a la que acaba de abandonar su novio, y ella, para renacer de sus cenizas, vuelve a su hogar, lejos de New York. Allí, en el lugar que la vio crecer, se reencuentra con una casa vacía, sin trabajo y con un compañero de colegio, Oscar (Jason Sudeikis, magnífico antagonista) que le dará trabajo y apoyo emocional. Lo que aparentemente se decanta por la historia romántica con hechuras de cine independiente, con vidas perdidas y ambientes de pueblo, de la mano de Vigalondo dará una vuelta de tuerca, en un ejercicio de funambulista sin red, en una película que conectará mundos en las antípodas, como son las películas indies de tipo social con aires de romanticismo, en el que la estructura parece ajustarse a lo tradicional, con las películas de monstruos Kaiju japonesas, donde una amenaza estratosférica resurge del pasado para destrozar a todo bicho viviente.
El director cántabro casa de manera sencilla y potente estos elementos de difícil comunión, y lo hace de forma contundente, a través de la televisión y las redes sociales, primero, como ocurría en Extraterrestre (con la que tiene bastantes puntos de enlace) para luego entrar en la acción, porque esos ataques del monstruo en la lejana Seúl, acaban teniendo repercusión en las vidas de Gloria y Oscar. Las largas noches de borrachera con amigos acaban siendo el quid de la cuestión de esta cinta de tensión psicológica in crescendo, donde Vigalondo rompe las barreras de los géneros, como tanto le gusta hacer en su cine, para adentrarse en el interior de sus criaturas, en ese subconsciente que nos atrapa de forma vertiginosa y saca lo mejor o peor de cada uno, todo aquello que guardamos y nos duele, aquello que no queremos que los demás no vean en nosotros, y que al fin y al cabo, nos define como personas, y nos hace enfrentarnos a nuestros miedos y monstruos interiores. La película de Vigalondo más ambiciosa, tanto a nivel de producción como de planteamientos artísticos, con días de rodaje en Toronto y Seúl, se mueve a ritmo de crucero, en la que sus personajes no se paran a pensar, donde no cejan de actuar y moverse, sumergiéndose en un mundo cada vez más profundo y oscuro.
Gloria, su protagonista, que volvía a sus orígenes para reencontrarse a sí misma y encauzar su vida, tendrá su oportunidad de reconducir su existencia, haciendo algo necesario, y no sólo para salvarse a ella, sino para salvar a la humanidad, quizás esta gran misión a la que se ve condenada es de órdago, Gloria sabrá sacar su energía y fuerza femeninas para imponerse en un mundo enteramente masculino (aunque las mujeres en el cine de Vigalondo se tenían su espacio importante, es aquí, como novedad en sus películas, donde adquieren dimensiones francamente importantes y protagonistas absolutas). Nos encontramos ante una película sumamente interesante, novedosa y peculiar, de gran factura técnica, realizada con nervio y fuerza, llevándonos a un tour de force entre dos almas perdidas, destrozadas y débiles, en un momento de tránsito o estancamiento personal, pero que tendrán su oportunidad de demostrar de que son capaces, y sacar todo aquello que los destroza y mata, después de eso sí, una noche larga bebiendo y contando batallitas vividas por ahí, de la infancia y no tanto.
Entrevista a Enrique Baró Ubach, director de “La película de nuestra vida”. El encuentro tuvo lugar el jueves 4 de mayo de 2017 en el Teatre CCCB en el marco del D’A Film Festival en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Enrique Baró Ubach, por su tiempo, generosidad y cariño, a Eva Calleja de Prisamaideas y Pablo Caballero de Margenes, por su amabilidad, paciencia, atención, generosidad y cariño.
“Cada generación se pregunta extrañada: ¿quién soy? ¿Y qué fueron mis antepasados? Sería mejor que se preguntara: ¿Dónde estoy yo?; y que supusiera que sus antepasados no fueron de otro modo, sino que simplemente vivieron en otro tiempo”.
[Robert Musil, “El hombre sin atributos”]
La película arranca con unas imágenes domésticas filmadas en súper 8, unas imágenes que nos acompañarán durante todo su metraje, en estas, vemos una familia con niños pequeños que juegan a introducirse en una casa de plástico en medio de un patio, cuando todos se han introducido en su interior, cierran la puerta. Mientras escuchamos la voz de una mujer mayor que explica como ocupan la casa que vendieron cuando los propietarios actuales no están, y cuando estos vuelven, huyen para no sentir la vergüenza que les digan que esa casa ya no es la suya. De esta forma, sencilla, naturalista e íntima, se inicia la primera película de Enrique Baró Ubach (Barcelona, 1976) fotógrafo de escena de profesión, pero cineasta empedernido de vocación, en la que nos habla de su familia, de su infancia, de aquellos momentos biográficos ligados a un espacio, a esa casa de Begues, en un recorrido que abarca unos sesenta años, en la que pasaron momentos de su vida, de su tiempo, en una cinta que huye de cualquier tipo de nostalgia sentimental para adentrarse en el terreno de la memoria y sobre todo, en el de la imaginación, mezclada entre los recuerdos de unos años que quedaron atrás, y la conexión con aquellos objetos que nos acompañaron durante nuestra vida.
Ya desde su dispositivo cinematográfico, la empresa de Baró Ubach nos seduce desde su enorme peculiaridad situándonos en una jornada, solamente un día para contarnos todos los veranos que vivió en ese lugar, y lo hace de una forma cotidiana y muy especial, desde la elección de sus personajes, tres etapas de la vida de alguien, queremos suponer, un abuelo (interpretado por su el propio padre del director, Teodoro Baró Rey), un hombre (al que da vida Francesc Garrido Ballester), y finalmente, el joven, al que interpreta Nao Albert Roig. Tres momentos en la vida de alguien, tres instantes precisos que confluirán en ese día que Baró Ubach nos invita a vivir con ellos, dividida en cuatro episodios: “Los últimos días de Pompeya, Las horas del verano, El nadador y La canción de nuestra vida es una canción de Joe Crepúsculo”. Los tiempos se mezclan, aunque podemos intuir que estamos recorriendo finales de los setenta y principios de los ochenta (la infancia del realizador) la imaginación, también, la realidad y la ficción no se definen, todos estos estados y elementos confluyen en un espacio único, mítico, que forma parte de los sueños, de esos momentos irrepetibles y fascinantes en la vida de alguien.
Baró Ubach juega con el espacio, el interior de la casa, y el patio, sin olvidarnos de la piscina, y los relaciona con sus personajes, escenificando la memoria, en un tiempo sin tiempo, en un presente que no tiene fecha, pero en el que todo puede suceder en ese instante, vemos como recogen la mesa y friegan los platos, rescatan sus bicicletas, tienden la ropa de una lavadora rota, juegan al futbol y simulan ser jugadores ochenteros, se bañan en la piscina improvisando juegos, y toman el vermú y gazpacho, después se zampan la barbacoa, hacen la siesta, imitan a los héroes de sus películas del oeste, miran un álbum de recortes centenario de un antepasado, y reencuentran los álbumes de cromos, las revistas de cine, y demás objetos que los trasladan a lo que fueron, a lo que ya no serán, a lo que han dejado de ser, en que se mezclan todas estas imágenes con otras que pertenecen al mundo de sus sueños, de su infancia, cuando fantaseaba con tres nadadoras que escenificaban cuadros y planos que le fascinaron, o un especialista que cae como hacían sus héroes en las películas que vivía, o aquellas grabaciones que hacía junto a su padre. Momentos de una vida, momentos ligados a la memoria de esa casa, de ese espacio, en el que todo parece inerte, como si el tiempo lo hubiera borrado, donde sólo la memoria personal e íntima le hiciera cobrar vida aunque sólo sea por unas horas, por un tiempo limitado, pero a la vez mítico y fascinante.
Baró Ubach ha cimentado una película con ecos a Un domingo en el campo, de Tavernier, o Las horas del verano, de Assayas, dos vehículos familiares donde las relaciones componen un lúcido análisis sobre la familia y su memoria, y son esos dos aspectos en los que la película edifica toda su fuerza expresiva y argumental. Una memoria, no sólo familiar, sino también de él mismo, algo como un álbum familiar audiovisual en el que se mezclan sus recuerdos, de forma desordenada, como retazos de un rompecabezas, que invita a componer por parte de los espectadores, y sobre todo, a reflexionar sobre el paso del tiempo, la utilidad y el funcionamiento de la memoria personal de cada uno de nosotros, como un pretexto y un viaje a volver a ese lugar mítico de nuestra vida, a aquella infancia que sólo las filmaciones mudas, los objetos que volvemos a recuperar y las personas de nuestro entorno, nos conducen a recordarla, no como fue, sino como nosotros la imaginamos.
Entrevista a Elena Martín, directora de “Julia ist”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 14 de junio de 2017 en el Soho House en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Elena Martín, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su amabilidad, paciencia, atención, generosidad y cariño.
Mientras la sala permanece a oscuras, una voz en off nos sitúa en el contexto de la obra. Nos encontramos en un futuro no muy lejano, en el que un científico, por medio de una serie de experimentos en física cuántica, ha logrado descifrar el destino que les espera a cualquier ser humano a siete años vista, estas averiguaciones las puedo consultar cualquiera pidiéndolo en su muro de facebook. Lentamente, la luz tenue ( que nos acompañará toda la obra) se va iluminando y deja espacio a la parte delantera de un automóvil sufriendo un accidente, mientras traspasa un muro de hormigón (que recuerda a la escultura del artista contemporáneo Wolf Vostell construïda en Malpartida). Estamos en mitad de la noche, en algún lugar de cualquier tramo de carretera secundaria perdida. Del interior del coche, dos chicas jóvenes se mueven a cámara lenta debido al impacto. Un hombre, vestido de gabardina y portando un maletín, las saca del vehículo. La iluminación se abre y las mujeres, todavía en estado de shock, se ayudan una a la otra y comienzan a hablar. Las mujeres se acaban de conocer, una parece conocer el destino que les depara, la otra, no quiere saberlo o sí.
Este es el arranque, espectacular y enigmático, de la obra Lifespolier, que se representa estos días en la Sala Flyhard, un pequeño teatro de Sants, que se ha convertido en un referente de la escena contemporánea de Barcelona, ofreciendo montajes de autores emergentes con miradas inquietas al mundo que les rodea, entre la fascinación y la complejidad de todo aquello que penetra en las emociones que nos recorren el organismo. La peculiaridad de la sala con sólo 40 espectadores, convierte el espacio en el que obra e intérpretes se mueven casi entre nosotros, y no solamente invitándonos a ser uno más del montaje, sino a vivirlo como si nosotros fuesemos la pieza más importante de aquello que se nos está mostrando. Marc Angelet y Alejo Levis, autores y directores de la obra, indagan de forma sencilla y compleja a la vez, en un texto que camina entre el thriller psicológico, la ciencia ficción, el drama romántico, y ciertos toques de humor, en una sugerente mezcla de estilos que desnudan la mirada de los espectadores, en un viaje que nos habla sobre nuestras vidas, sobre nuestro destino, sobre quiénes somos y sobre todo, hacía donde vamos.
Las mujeres en cuestión (espléndidas Vicky Luengo y Bruna Cusí) tienen miedo de lo que dejan, la primera, una vida con su pareja y deseos de futuro, la otra, una vida vacía como artista de medio pelo que no acaba de arrancar. Pero ahí están, o así el destino lo ha querido, de iniciar algo nuevo, su historia de amor, abandonando sus vidas anteriores, y empezando una nueva existencia, juntas y enamoradas. Pero, algo ha ocurrido, han atropellado a alguien, que en cierto momento de la obra hará su presencia (carismático Sergio Matamala), y todo se complica. La obra acoge la paradoja del experimento de “El gato de Schrödinger”, en el que en una caja sellada con un gato, y mediante un fuente radiactiva, que provocava el vertimiento de un veneno, y asumiendo las leyes de la mecànica cuántica, existía la posibilidad de que el gato después de un tiempo pudiera estar vivo y muerto al mismo tiempo. Y así nos presentan la situación compleja y perturbadora que define la obra, un montaje que se mueve en dos realidades, dos destinos posibles, dos vidas por empezar, dos cambios de rumbo en juego, y tres personajes en liza, un inquietante y fascinante juego de espejos, de engañar al destino o no.
La obra se nutre de un magnífico juego de iluminación, para crear ese espacio metafísico y extraño que sacude toda la obra, en el que hay destellos de luces, oscuridades incómodas y silencios extraños, para provocar un atmósfera terrorífica y ambigua en el que el mundo onírico se adueña del montaje, acompañados de una banda sonora de raíces electrónicas y divergente que analiza y contribuye a crear ese espacio cotidiano y a la vez extraño en el que se ven sumidos los protagonistas. Una obra de grandísima dirección, de ritmo enérgico y de gran potencia que cambia de registro en el que los actores van cambiando de piel y estados de ánimo. Una obra que parece un capítulo extraido de The Twilight zone (títulada “La dimensió desconeguda” cuando fue emitida por TV3) mítica serie emitida en su formato original allás por el 1959-1964, en el que a través de la cotidianidad, encerraban a sus personajes en mundos extraños, onirícos y terroríficos en el que sus emociones y pesadillas asumían sus juevos perversos y alucinantes. Angelet y Levis han construido una obra de altos vuelos, que destaca por sus cambios de registro y un trío de intérpretes fantásticos que no sólo dan enjundia a sus personajes, sino que los hacen cercanos e íntimos, dotándoles de complejidad y sobre todo, humanidad, de que acaban por no saber quiénes son y menos hacia donde van, porque como nos explica la obra, no se puede huir de tu destino, y todo lo que hagas para no encontrarle con el, aún lo provocas más.
Hay películas que se definen desde su primer instante, en esas primeras imágenes encontramos su definición y su forma de contarnos el relato que vendrá a continuación, Júlia ist, de Elena Martín (Barcelona, 1992) que debuta en la dirección y asume el rol de la protagonista, es una de ellas. Su arranque nos sitúa en un viaje en coche, conduce Júlia y a su lado su novio, discuten porque ella se va de Erasmus a Berlín, el ambiente es tenso (ayudan esos planos próximos y cortantes) apenas se dirigen algunas palabras amables, parecen dos desconocidos, o simplemente, ninguno de los dos se atreve a finiquitar una relación que hace tiempo que ya se ha terminado. De ahí, nos vamos a Berlín. La bienvenida es gélida y ausente, los deseos e ilusiones de Júlia mientras estudiaba arquitectura en Barcelona, chocan con una ciudad poco acogedora, triste y extraña. A Júlia le cuesta encajar, la huida en la que se ha convertido su vida y su existencia, se enfrenta a sus propias decisiones y sobre todo, a ella misma, a empezar a caminar sola en una ciudad ajena, extranjera, un lugar que parece que se mueve en su contra.
En cierto momento, parece que su estancia en Berlín se encamina hacia algún sitio, conoce a gente, entra en un grupo de arquitectura y comienza a enrollarse con un alemán. Pero todo es apariencia, en su afán de ser una más, acaba convirtiéndose en una extraña de sí misma, en una especie de náufraga que intenta agarrarse a todas las tablas de madera que encuentra por su camino, sin saber o poder decidirse por ninguna de ellas. Júlia, lejos del amparo y la compañía de su familia, tiene que empezar a decidir su propia vida por ella misma, sin más ayuda que su fuerza, su valentía y su coraje. La película, surgida en la Universitat Pompeu Fabra, se sustenta a través de una forma cortante, llena de planos muy cercanos y tomas que siguen incansablemente a la protagonista, algo así como un diario personal fílmico que captura la experiencia agridulce y desencantada de una joven que vive su primera vez lejos de casa, en un viaje interior que se presumía atrayente y fascinante desde Barcelona, pero que la realidad de Berlín y su estado de ánimo derivan en una experiencia diferente, más cercana a la tristeza y al encontrarse a uno mismo para descubrirnos y descifrar nuestras inquietudes y nuestro espacio en el mundo.
La experiencia de Júlia se asemeja en contexto y forma a la vivida por la protagonista de la magnífica María (y los demás), de Nely Reguera, donde la joven librera aspirante eterna a escritora, tenía que dejar su zona de confort y empezar a vivir su vida, o también, podríamos mirarla como una especie de trasunto de Les amigues de l’Àgata, de Laura Rius, Marta Verheyen, Alba Cros y Laia Alabart, protagonizada por Elena (también surgida en la UPF, como Sobre la marxa, de Jordi Morató) en la que partiendo de planteamientos próximos, hacia un retrato íntimo de una joven que dejaba a sus amigas de siempre para empezar una nueva vida en su primer año universitario, como si Júlia ist siguiera el espacio vital de aquella Àgata, aunque las dos mujeres presentan caracteres y posturas muy diferentes. Una aproximación al programa Erasmus, más cercana al interior de Júlia, sumergiéndose en sus miedos y angustias, muy alejada a la planteada en Un casa de locos, de Cédric Kaplisch, donde se hacía un retrato festivo y amable de la experiencia en Barcelona de un estudiante francés de económicas.
Retratos en primera persona honestos, de magnífica factura, que filman la experiencia universitaria, basándose en experiencias reales vividas por los mismos autores, en películas sobre una juventud demasiado ensimismada en sus vidas y su entorno, que se ven vacíos y abocados a un abismo vital cuando abandonan ese espacio que tanto conocen, y se ven enfrentados a un paisaje ajeno y hostil, aunque fundamental para seguir creciendo en sus vidas, y sobre todo, descubrirse a ellos mismos, y encontrar aquello que les hace sentir bien. Una película de exquisita y magnética banda sonora, que agrupa bandas de aquí y Alemania, para crear esa atmósfera enigmática e íntima para penetrar en el interior de la protagonista, una música que se convierte en un personaje más, en una mirada desencantada del deambular de Júlia. Un relato construido a través de un largo tiempo, compuesto por un equipo reducido, en el que todos opinan y trabajan codo a codo para levantar un proyecto que reflexiona sobre personas de su edad, sobre la experiencia estudiantil, y sobre los entornos próximos y extraños que les ha tocado en suerte, sabiendo que tanto unos u otros, serán importantes en su devenir vital y en la consecución de sus deseos y anhelos vitales.
El pasado 28 de mayo, después de una semana intensa de cine, se cerraba la 20 edición del DOCSBARCELONA. Festival Internacional de Cinema Documental. Una muestra caracterizada en esta edición por la gran cantidad de películas dirigidas por mujeres, que arrancó con los encuentros profesionales que albergó el mercado, un espacio de debate y conocimiento en el que los proyectos llegan cargados de ilusión en busca de la ansiada financiación. También, hubo encuentros con cineastas y masterclass, en las que se habló largo y tendido del estado actual del cine documental, sus formas de financiación, y sus temáticas, que siguen caminando hacía la denuncia social, y el análisis de un mundo muy capitalizado, injusto y deshumanizado. El jueves 18 de mayo con la película Amazona, de Clare Weiskopf, quedaron inauguradas las proyecciones cinematográficas que se llevaron a cabo en los lugares acostumbrados, en las dos salas del club Aribau, y en el auditori y teatre CCCB. Díez días intensos de cine, que en su veinte aniversario, el DOCSBARCELONA ampliado a una duración de diez días, en las que se contó con innumerable presencias de los directores de las películas programadas, en las que se dialogó y debatió con un público entusiasmado que llenó las salas y participó en un festival que se ha consolidado como un referente sólido y enérgico en el panorama del documental. El domingo se cerró el certamen con la entrega de premios, los diferentes jurados formados entre otros, por destacados cineastas como Isaki lacuesta, Mercedes Álvarez, Valerie Delpierre, Juanjo Giménez… El máximo galardón recayó en la película Los niños, de Maite Alberdi, el premio Nou Talent, recayó en Last men in Aleppo, de Feras Fayyad, el premio Latitud se lo llevó Al otro lado del muro, de Pau Ortiz, y la mención especial fue a Los ofendidos, de Marcela Zamora. El premio What the Doc, se lo repartieron Woman and the glacier, de Audrius Stonys y You have no idea how much I love you, de Pawel Lozinsky. El premio Amnistia Internacional de Cataluña a Machines, de Rahul Jain, y finalmente, el premio del público lo conquistó Jericó, el infinito vuelo de los días, de Catalina Mesa.
Mi camino por el festival arrancó con AMAZONA, de Clare Weiskopf. Un film que retrata el encuentro íntimo y terapéutico entre la cineasta y su madre, una mujer libre en todos los sentidos, con una filosofía de vida altruista, humanista y muy personal. La película filma las conversaciones entre madre e hija, y nos habla sobre la maternidad, los deseos interiores, y los sacrificios y necesidades vitales que tenemos que tomar entre lo que queremos a hacer y nuestras obligaciones con nuestros hijos. Weiskopf en su primera película, reconstruye la biografía de su madre y su familia, y lo hace desde la curiosidad, y lo personal, sin caer en el discurso simplista, y mirando desde todos los ángulos posibles, sin pretender aleccionar ni nada semejante. Mirar y comprender, dialogar y aproximarse, en una cinta filmada en plena selva amazónica y sobre todo, desde lo más profundo de nosotros mismos. De la sección oficial Panorama, también me acerqué a 21 X NEW YORK, de Piotr Stasik. El cineasta polaco, sociólogo y activista cultural, nos sitúa en el suburbano de New York y sus usuarios, para realizar un mosaico humano e infinito sobre diferentes personas que nos explican sus inquietudes, reflexiones, sueños, frustraciones y deseos personales, en una película-viaje onírica que, a través de planos y encuadres de absorbente belleza, que nos atrapan desde el primer instante, haciéndonos participes de sus interminables trayectos, de idas y venidas sin fin, acompañados por una sonoridad penetrante y una música enigmática, nos conducen por este bellísimo filme donde se mezclan la poesía y la cotidianidad de las existencias de un grupo muy heterogéneo de seres que se mueven por una ciudad pobladísima, extraña y muy individualista. Otra de sus películas fue BORN IN DEIR YASSIN, de Neta Shoshani. Una película-denuncia donde la joven directora Neta Shoshani mira al terrible pasado de su país, con sinceridad y valentía, para mostrarnos una de sus casos más terroríficos cuando en 1948, la ciudad árabe de Deir Yassin fue masacrada por unos paramilitares judíos. La realizadora israelí habla con los ejecutores de aquella tragedia, un grupo de ancianos judíos en la actualidad que, en la mayoría de los casos. justifican las acciones por el bien de la nación y por ser meros verdugos que recibían órdenes. Shoshani mezcla esta historia con la de un hijo que apenas conoció a su madre, una interna del psiquiátrico, construido en Der Yassin después de la masacre, para realizar un retrato en primera persona, sobre la memoria histórica de un país desde la intimidad del drama que vivieron los que ya no están y los que los recuerdan, a través de imágenes de archivo y testimonios espeluznantes que hielan la sangre, sin caer en el discurso moralizante, y atreviéndose a penetrar en la oscura memoria de su país, sin necesidad de aspavientos, sólo con una investigación rigurosa, humana y profunda.
Otra de las propuestas fue GRAB AND RUN, de Roser Corella. La directora catalana, periodista y documentalista, nos lleva hasta Kirguistán (antigua república soviética) donde se mantiene una tradición machista y degradante para las mujeres que consiste en secuestrarlas y obligarlas a casarse, una práctica deleznable a la que la fuerte tradición de sus gentes sigue manteniendo a pesar de su condición inhumana. Corella mira, dialoga y filma su película desde la observación, escuchando a sus personajes-habitantes sin entrar en ningún moral aleccionadora, ni nada por el estilo, sólo filmándolos, hablando con ellos, exponiendo sus argumentos y razones, tanto de los padres, los maridos, y las mujeres, y las niñas, creando un caleidoscopio de voces humanas y sentimientos contradictorios en los que cada uno de los espectadores tomará la posición que más se aproxime a sus creencias. Una película humanista que denuncia una atrocidad desde lo más íntimo, desde lo que no vemos, pero es lo más doloroso, desde la profundidad y la complejidad de cada uno de las personas implicadas. Continué con LIFE TO COME, de Claudio Capanna. El director italiano nos sitúa en la habitación de un hospital y sigue las dificultades de dos prematuros nacidos a las 28 semanas de gestación. La durísima lucha, acompañada de temores, en un maná de emociones de una madre que se mantiene junto a sus hijos. Capanna frente a la frialdad y rodeado de equipos de alta tecnología, nos descubre una historia sencilla y extremadamente íntima, donde traspasa la calidez y sensibilidad humanas en una película que retrata la fragilidad de la vida y de nuestro ser. Una película, en un asombroso trabajo de sonoridad, que captura todos los sonidos que acaban formando una estructura del relato, que traspasa el alma desde lo más profundo de cada uno de nosotros, y lo hace en un entorno en apariencia hostil, pero que acaba resultando una reflexión sobre el hecho de vivir y todo aquellos que nos rodea. Cerré la sección oficial con SIBERIAN LOVE, de Olga Delane. Un documento íntimo y muy personal de la directora Olga Delane, originaria de Kranokamensk (Siberia) que después de dos décadas viviendo en Berlín, vuelve a su tierra a pasar un tiempo con los suyos. Una tierra, en la frontera entre China y Mongolia, donde sus habitantes, fríos y parcos en palabras, viven de la agricultura y ganadería, mientras soportan temperaturas gélidas extremas y viven en un fuerte patriarcado donde los roles de género están arraigados en fuertes tradiciones ancestrales, el hombre, trabaja, y la mujer en casa con los niños. Delane filma a sus parientes y les pregunta por sus vidas y sus condiciones personales, y lo hace desde lo íntimo, capturando los detalles de cada uno y sus respectivas necesidades, sin emitir ningún juicio, sólo observando su tierra y sus orígenes, y preguntándose sobre lo femenino por aquellas tierras inhóspitas de belleza seductora y silencios eternos.
Hice un alto en el camino para acercarme a la propuesta de TIRABIRAK, de Bea Narbaiza, Libe Mimenza y Edorta Arana. Una webdoc nacida en el País Vasco en el grupo de investigación EMAN, la Fundación Donostia/San Sebastián 2016 y EITB, en el que valiéndose de las viñetas publicadas en los medios desde 1977 hasta 2016 sobre el conflicto vasco, construyen una web interactiva de indudable poder divulgativo e informativo, en la que se analiza la evolución, tanto política, ideológica, social y cultural, de las diversas posturas adoptadas en la forma que el humor se ha acercado y ha analizado los diversos sucesos acontecidos sobre el problema vasco. Una sesión de enorme valor social y político, en el que además, sus responsables introdujeron de forma sencilla y pedagógica todos los elementos y estructuras que forman parte de su web y las inquietudes y reflexiones que les han llevado a levantar un proyecto de estas características, tan necesario y fundamental para entender y aproximarse a la realidad de un conflicto que ha estructurado la realidad política española desde la mitad del siglo pasado. La sección Latitud la arranqué con AL OTRO LADO DEL MURO, de Pau Ortiz. Una de las producciones más esperadas del certamen debido a su prestigioso galardón en el Hot Docs, el festival más importante del continente americano. El realizador barcelonés nos sitúa en México, en la intimidad familiar de unos hermanos hondureños sin papeles que, con la madre encarcelada y el padre ausente, sobreviven como pueden en una situación que les sobrepasa, e intentan tirar hacia delante como buenamente pueden. Las llamadas telefónicas con la madre, las tensas relaciones entre los dos mayores, cabezas de familia a su pesar, y el cuidado, en momentos difíciles y complejos, con los hermanos pequeños, hacen de la película de Ortiz una muestra impecable de las duras condiciones de vida de muchos inmigrantes desamparados en tierra de nadie, en ese lugar y tiempo, en el que deben seguir, aunque en muchas ocasiones, no sepan hacia adonde. Una película de factura ejemplar, que trata sus temas de forma seria y concisa.
La segunda de esta sección fue EL SILENCIO DE LOS FUSILES, de Natalia Orozco. La cineasta colombiana, especializada en trabajos sobre investigación política y derechos humanos, se embarca en un tema espinoso y candente, los diálogos de paz en Colombia entre dos enemigos irreconciliables, en el conflicto más antiguo de toda la historia. Por una parte, el gobierno de la nación, presidido por José Manuel Santos, y al otro lado, las FARC, el ejército guerrillero de la selva, liderado por Timochenko. Orozco construye un inmenso mosaico a través de imágenes de archivo donde reconstruye los antecedentes, el estado actual y el camino hacia el futuro, con la ansiada paz para todos, en el que no faltan entrevistas a los implicados en el proceso, en un documento político de altísimo nivel que, ofrece una visión seria y honesta, sobre la situación que se respira en Colombia, un país tristemente sacudido por la violencia. Un país sometido a la oscuridad y el terror de la muerte. Seguí con LOS OFENDIDOS, de Marcela Zamora Chamorro. La cineasta, nacida en Nicaragua, interesada en temas de género y derechos humanos, que el año pasado se vio en el festival su anterior trabajo, El cuarto de los huesos (sobre los desparecidos en El Salvador a través de los restos encontrados) vuelve a hablarnos del país salvadoreño, a través de testimonios de la represión durante la dictadura, en el que vamos escuchando el relato de las torturas y los desaparecidos. La realizadora arranca con la figura de su padre, activista político que también sufrió el secuestro de los militares, y hace un minucioso trabajo político sobre la memoria, en el que en uno de los momentos más terroríficos escuchamos el testimonio desgarrador de uno de los verdugos contando la cotidianidad de los detenidos. Zamora construye un trabajo durísimo, sin concesiones, pero a la vez necesario y audaz, en el que la directora sigue en su cruzada humanista para levantar todas las oscuridades que desgraciadamente persisten en su país.
En la sección What the Doc, me sorprendieron dos títulos de gran calidad, tanto a nivel formal como argumental, uno de ellos, UNTITLED, de Michael Glawogger y Monika Willi. El trabajo póstumo de Glawogger (fallecido durante el rodaje en Liberia) es un inmenso caleidoscopio de su visión humanista del mundo, en un rodaje que abarcó 5 meses, en el que viajó por los Balcanes, Italia, y norte y este de África, sin seguir ningún pretexto argumental. El cineasta austríaco, autor de títulos míticos del género como Megacities (1998) Workingman’s death (2005), y su fiel colaboradora, Monika Willi, su editora, que acabó la película, realizan un trabajo libre y muy intuitivo, capturando la realidad humana, los detalles y la intimidad de cada una de las personas y los lugares que filman de manera humana y sencilla, dejando al espectador libertad para mirar sin prisas, con pausa y detenimiento, dejándose llevar por las imágenes y la música que nos acompañan, en un prodigioso montaje que va creando atmósferas oníricas, imposibles y complejas de múltiples realidades que se mezclan, dialogan entre ellas, y además, nos llevan a una dimensión extraordinaria sobre lo humano y el trabajo artesanal que realizan las personas que son filmadas. Un documento visual y sensorial de grandísima calidad que, significa una despedida memorable, muy a nuestro pesar, de uno de los grandes cineastas de la historia. El otro de los grandes títulos vistos en el festival ha sido YOU HAVE NO IDEA HOW MUCH I LOVE YOU, de Pawel Lozinski. El prestigioso cineasta polaco, autor de más de veinte títulos, y ayudante de Kieslowski, presenta un documento desgarrador y conciso sobre las relaciones difíciles y conflictivas de una madre y su hija, y lo hace a través de una forma de extrema sencillez, en la que construye con primeros planos de las dos mujeres, acompañadas de su terapeuta en las diferentes sesiones, para encontrar las razones que les han llevado a esa situación, y sobre todo, a través de sus testimonios encontrar la mejor manera de limar asperezas y encontrar las alianzas que las vuelvan a mantener una relación madre e hija. Lozinski cimenta un ejercicio poderoso asfixiante y agobiante, sumamente complejo y perturbador, en el que sus personajes (porque se tratan de intérpretes que simulan experiencias reales, a la manera de Eduardo Coutinho) un ejemplar trabajo sobre las relaciones humanas, las palabras y los silencios que forman parte de nuestra existencia y de las personas que forman parte de nosotros.
Cerré mi participación en el festival con JERICÓ, EL INFINITO VUELO DE LOS DÍAS, de Catalina Mesa. La cineasta colombiana, en su primer largo, nos traslada en la región de Antioquia, en el noroeste de Colombia, y nos muestra el relato de ocho mujeres, a través de una forma exquisita, donde las formas especiales de la arquitectura de las casas y sus colores, devienen en una película llena de vida, recuerdos y sentimientos. Unas mujeres muy diferentes entre ellas, que forman parte de un trozo de esa vida del pasado, el presente y el futuro de un lugar peculiar atravesado por montañas, un espacio donde cohabitan sueños, memoria y valentía y corajes femeninos. Mesa retrata a sus personajes de forma natural e intima, mostrando sus sencillas vidas, con gran sentido del humor, donde también hay espacio para los buenos momentos, y aquellos otros que no lo son tanto. Una película que seduce a través de su maravillosa descripción de emociones, mostrándonos una realidad muy diferente a la violencia que se relaciona con Colombia, ofreciéndonos una visión humana y peculiar sobre un grupo de mujeres, en relación a su pueblo, sus vidas, sus recuerdos y la música que escuchaban. Hasta aquí mi camino por el festival, un viaje que empezó cargado de ilusión y entusiasmo, y acabó de la mejor de las maneras, lleno de emoción desbordante, convencido de haber asistido no sólo a una fiesta del cine documental, sino también a una emocionante y muy agradable reunión de amigos, llena de interesantes propuestas que nos hacen la vida mejor y sobre todo, nos muestran realidades ocultas y silenciadas por unos medios dominados por el capital, conocer la realidad nos aleja de la comodidad capitalista, y nos agita, llenándonos de sentimientos que nos hacen sentirnos más llenos de vida y algo más felices.
Encuentro con el guionista Jean-Claude Carrière junto al crítico Carlos Losilla. El acto tuvo lugar el martes 16 de mayo de 2017 en la Biblioteca Xavier Benguerel en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jean-Calude Carrière y Carlos Losilla, por su tiempo, conocimiento, y generosidad, a Neus Castellano (Directora de la Biblioteca Xavier Benguerel) por su generosidad, paciencia, amabilidad y cariño, y a Loop Festival Barcelona y Biblioteques de Barcelona, organizadores del acto.
Encuentro con Ana Belén con motivo del Goya de Honor 2016, junto a Isona Passola (Presidenta de l’Acadèmia de Cinema Català), Nora Navas (Junta directiva de la Academia de Cine Español) y Josep Maria Pou (Gaudí d’honor 2016). El acto tuvo lugar el jueves 6 de abril de 2017 en la antigua Fabrica de Estrella Damm en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ana Belén, Isona Passola, Nora Navas y Josep Maria Pou, por su tiempo, conocimiento, y generosidad, y a Ana Sánchez de Comedianet, por su generosidad, paciencia, amabilidad y cariño.
Encuentro con Rita Azevedo Gomes, directora de “Correspondencias”, con motivo del preestreno de su película. El acto tuvo lugar el jueves 1 de junio de 2017 en el Zumzeig Cine Cooperativa en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Rita Azevedo Gomes, por su tiempo, conocimiento, y generosidad, a Ramiro Ledo y Xan Gómez de Numax Distribución, por su generosidad, paciencia, amabilidad y cariño, y al equipo que hace posible el Zumzeig, por su amabilidad, generosidad y cariño.