LA AVENTURA DE DESCUBRIR EL MUNDO.
“Este paraje boscoso rodeado de agua puede parecer grande o pequeño. Hay muchos mundos en este mundo. Es una cuestión de perspectiva. Ya seáis enormes o diminutos, nacer significa descubrirse a uno mismo, y a los demás. Venid a verlo. Hay nuevos nacimientos en el mundo. (…) ¿Qué quién eres? Ya te construirás tú mismo día a día. ¿Y bien, estás listo para descubrir el mundo?”
La animación francesa siempre se ha caracterizado por su sofisticación en el dibujo, la infinita imaginación en la elaboración de la técnica, la sensibilidad de sus historias, y la capacidad de contarnos cualquier relato para todos los públicos, sin caer en el manierismo y la condescendencia. Hay títulos que han pasado a la historia como El planeta salvaje (1973), de René Laloux, Bienvenidos a Belleville (2003), de Sylvain Chomet, Persépolis (2007), de Marjane Satrapi, Vincent Paronnaud, La tortuga roja (2016), de Michael Dudok de Wit, La vida de calabacín (2016), de Claude Barras, y Josep (2020), de Aurel, entre muchas otras.
La pareja Anne-Lise Koehler y Eric Serre, codirectores de la película, se conocieron en la Escuela de la Imagen Gobelins, y han participado como diseñadores en películas tan prestigiosas como Kirikú y la bruja, Azur y Asmar, ambas de Michel Ocelot, Antartica!, entre otras, y ambos crearon las imágenes de animación del documental Il était une forét, de Luc Jacket. La película es asombrosa en su técnica de animación, ya que su materia prima viene principalmente del papel, las hojas de papel de los libros de la prestigiosa colección La Pléiade, para crear unos 110 títeres y centenares de esculturas para formar las 76 especies de animales, 43 de vegetales y 4 setas. Todo desde la minuciosidad, donde cada pequeño detalle y cada brizna de aire y de agua cobra vida, centrándose en el nacimiento, el crecimiento y la vida de diez animalitos, que cobran vida a través de la técnica de stop-motion. Además, los escuchamos en los que podemos oír sus deseos, esperanzas e ilusiones, y su diálogo con la narradora que interactúa con ellos y con nosotros los espectadores.
Una obra inmensa, brillantísima y conmovedora, a medio camino entre la fotografía, la escultura y el dibujo, que consigue hablarnos de un universo microscópico de forma grandiosa, sumergiéndonos en sus existencias, en sus perspectivas, en mirarlos frente a frente, hipnotizados por sus pequeños mundos, por sus alegrías y adversidades, siempre en tono naturalista, didáctico y humanista, de respeto a todo aquello que nos rodea, porque esa forma de mirar, acercarse y conocer, nos hace mejores personas, y sobre todo, nos hace descubrir el mundo y nuestro mundo, y el que no vemos, con otros ojos, otra forma de mirar, descubriendo y descubriéndonos a través de tantas diminutas vidas que no alcanzamos a ver porque no miramos. El búho chico, el somormujo lavanco, el Martín pescador, la tortuga de estanque, el nóctulo pequeño, la salamandra, el avetoro, el lucio, la libélula emperador y el castor europeo son los diez animalitos que nos acompañan en esta aventura de vivir y crecer en el mundo, en su mundo, con sus peripecias de su existencia, su propio descubrimiento y conocer el espacio que les rodea. Una vida para ser y estar, su crecimiento, el descubrimiento del amor cuando llega la primavera, la amenaza constante de ser comido, y a la inversa, de comer, la interacción con las otras especies, y todo un universo infinito, maravilloso, trágico, e inabarcable, que empieza y finaliza cada día.
¡Buenos días, mundo!, aparte de su asombrosa capacidad visual e imaginativa, su grandísima composición formal, y su extraordinario ritmo de montaje, no solo se queda ahí, en su apabullante estilo de animación, sino que va muchísimo más allá, y construye un relato inmenso y especial, centrándose en todas esas pequeñas criaturas que casi nunca vemos, en esas vidas invisibles para nosotros, en mundos pequeños y microscópicos, cerca de nosotros, a los que apenas prestamos atención, peor están ahí, y la película nos lo muestra con una naturalidad y sensibilidad que no solo entusiasmará a los más pequeños, sino que a los adultos de cualquier edad los dejará cautivados por su belleza plástica, su brillantez en su relato, y sobre todo, en su capacidad en sumergirnos en ese mundo dentro de otro, y hacernos participe de cada situación, por mínima que resulte, profundizando en todos sus huecos y rincones, en todos los detalles, en todo y en nada, sintiéndonos un pequeño ser vivo, volando, nadando y sintiendo como ellos, mirándolos y acompañándolos en sus vidas, en su forma tan peculiar y personal de sentir y descubrir su mundo, que también es el nuestro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA