Entrevista a Montse Germán, actriz de la película “Ruta salvatge”, de Marc Recha, en los Cines Verdi en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Montse Germán, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Núria Costa de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Hay una frontera que sólo nos atrevemos a cruzar de noche: la frontera de nuestras diferencias con los demás, de nuestros combates con nosotros mismos”.
Frase de “Gringo viejo”, de Carlos Fuentes
Los que amamos los westerns sabemos que se sustentan a través de dos pilares fundamentales: el rostro y el paisaje. En la película 9 y media de Marc Recha (Hospitalet de Llobregat, 1970), se rige por estos dos conceptos, porque el rostro de Montse Germán, que debuta con el director, es la película, y no lo digo en plan estético, sino porque el rostro de la actriz convertida aquí en una jardinera, es el rostro que da todo el sentido a la trama. Ella es Ona, una mujer que pasa de los cincuenta, con un pasado difícil. Una mujer herida, un dolor que oculta con su ameno empleo y el cuidado de su hijo adolescente. Su sueño es pilotar la avioneta que con tanto mimo cuida Jordi, un amigo de esos de siempre. Su vida es tranquila, en uno de esos pueblos de la Cerdanya, en uno de esos sitios que nunca pasa nada. Pero he aquí, la aparición de dos ex combatientes serbios reciclados en ladrones de joyas, cambiará no sólo la fisonomía de paz del lugar, sino que implica a Ona y los suyos, a los que cuida y ama.
El director hospitalense, que firma el guion con Nadine Lamari, tres películas juntos, sigue siendo fiel así mismo, y continúa escarbando en aquellos elementos que caracterizan su mirada: el citado western, que desmitifica, lo torna sucio, cotidiano y muy íntimo, con la frontera como acompañamiento sine qua non, lugar de paso, de idas y venidas, en los que concentra a personajes de pasados oscuros, huidos y sin rumbo. La infancia y la adolescencia siempre presentes en sus relatos, en esos gestos de iniciación y crecimiento a la adultez, y el paisaje, un espacio, ya sea urbano o rural, donde la naturaleza y los animales funcionan como reflejos de la carencia de unos humos demasiado ensimismados en ellos mismos que han olvidado sus orígenes y su relación con su entorno. Los conflictos de sus películas no son grandilocuentes ni nada sorprendentes, sino todo lo contrario, están sujetos a esa realidad diaria, a la que hay que detenerse para mirarla y descubrirla, porque ahí reside su talento, en mirar esos pequeños dramas de cada día, donde pululan gentes muy sencillas, a los que un hecho totalmente accidental y alejado de ellos, les sacará esas cosas del pasado que permanecían ahí pero dormidas.
Como es costumbre, la parte técnica de la película es de gran factura técnica, como la cinematografía que, después de cinco películas con Hélêne Louvart, el testigo pasa a Núria Roldós, que ha trabajado con Antonio Chavarrías, María Ripoll y Alba Sotorra, realiza un espectacular trabajo donde la luz tenue y oscura se combinan para crear esa sensación de fusión y confusión entre la naturaleza que vemos y la que sentimos que describe con audacia el estado emocional de Ona, en la misma línea trabaja la edición de Judith Miralles, que también debuta con Recha, donde la pausa y el reposo que caracterizan el tono de la película componen una trama que se va a las dos horas de metraje sin prisas sin trucos y con mucha veracidad en todo lo que acontece. La música de Alfred Tascott, que tiene películas para Sílvia Quer y estuvo en La vampira de Barcelona, de Danés, y de Pau Recha, en su quinto trabajo con el director, que recordamos de Dies d’agost (2006), consiguen captar las complejidades emocionales que chocan con lo físico y la naturaleza y los animales del entorno, ajenos a toda esa oscuridad que recorre a los personajes. Como ocurría en Furtivos (1975), de Borau, donde el reflejo de paz del exterior peleaba con la oscuridad del alma.
Si la técnica de la película es sobresaliente, la parte interpretativa no se queda atrás, porque los intérpretes de Recha se confunden en sus espacios, con esos rostros marcados por la vida, naturales y de verdad, como el de Montse Germán, que gran acierto en el personaje de Ona, que nos recuerda al de la Mónica en la inolvidable Ficció (2006), en su vuelta al entorno rural por la puerta grande, como mira esta mujer, como se mueve, que recuerda a la Melissa Leo de Frozen River, y a la Marina Foïs de As bestas, que también interpretan mujeres que deben enfrentarse a aquello que les da miedo y les supera, pero lo hacen con valentía y coraje, y acarreando un pasado que les golpea demasiado. a su lado, Sergi López como Robert, el amigo fiel, con su cuarta película con Recha, que recuerda al Olivier Gourmet de Les mans buides (2003), un actor dotado porque es capaz de tipo con pasta y tipo del campo, con esa transparencia y cercanía. Un fenómeno. Tenemos a los jóvenes debutantes, vecinos de la comarca y escogidos en un casting, Àlex Bolet como Sergi, el hijo rebelde de Ona, y su chica Clara, que hace Maria Martínez. Y los Marc Martínez, uno de esos tipos nómadas, como el que hacía Eduardo Noriega en la mencionada Les mans buides, que tendrá su importancia en la vida de estos lugareños, la pareja de matones que interpretan dos actores serbios como Sergej Trifunovic, que tiene películas con Paskaljevic y Kusturica, y Boris Isakovic, con mucha carrera en su país. Y luego, los Lluis Soler como un “empresario” metido en negocios turbios, y Raquel Ferri, una misteriosa chica.
No dejen de ver una película como Ruta salvatge porque es una excelente muestra de hacer cine de lo rural desde la empatía y la emocionalidad, mirando desde la sencillez y lo humano, donde se puede combinar el género como el western fronterizo y el thriller más inquietante, en el que las fronteras tanto físicas como emocionales entran en juego, en el que unos personajes, los de aquí y los de allá, y los otros, los que no se saben de donde pueden ser, con esas líneas difusas que confunden y traspasan nuestros propios miedos e inseguridades, y reabren heridas que creíamos cicatrizadas o quizás, sólo esperaban su momento, ese momento en que las cosas del pasado adquieren su significado en el presente, un presente en el que debemos dejar de huir y enfrentarnos, por fin, a todo aquello que nos culpabiliza y nos deja en dique seco, es decir, nos deja maniatados a nuevas experiencias emocionales con aquellos a los que amamos y aquellos otros que entrarán en nuestras vidas, porque la película 9 y media de Recha es un viaje hacia lo más profundo de su protagonista Ona, una mujer herida, rota, llena de dolor, pero también fuerte, valiente y capaz, que no se arrugará ante la embestida que le está dando de nuevo la vida, y esta vez, no podrá hacer caso omiso, y si, esta vez deberá ponerse de pie y luchar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El cine lo es todo para mí, no he hecho otra cosa en la puta vida”.
Fernando Méndez-Leite
Empezar una película siempre ha sido y será una tarea sumamente difícil. Encontrar el plano o encuadre que invoque algo de lo que se quiere contar siempre resulta un misterio muy oscuro. Pero de alguna manera hay que arrancar el asunto. En La memoria del cine: una película sobre Fernando Méndez-Leite, la película se abre con una de las secuencias más memorables de la Historia del Cine. Estamos hablando del profesor Borg, interpretado magistralmente por el cineasta Victor Sjöström, cuando llega a la casa de su infancia y huele las inolvidables Fresas salvajes (1957), de Ingmar Bergman. Un arranque que resume de manera muy acertada la vida y milagros del citado Méndez-Leite (Madrid, 1944) un hombre que ha sido el cine, esa pasión devoradora que le acompaña desde que era un niño. La cinta hace un repaso bastante exhaustivo sobre su infancia, juventud y madurez pasando por todos los palos y los más representativos de su vida y su cine, porque tanto una cosa como la otra, son indivisibles en su existencia, no sabemos qué fue primero, porque en el caso que nos ocupa, esa cuestión resulta muy complicada.
Tras las cámaras encontramos a Moisés Salama (Melilla, 1953), un trotamundos del cine documental de retrato como ya demostró con títulos como Vibraciones (2019), codirigido con Miguel Ángel Oeste, donde se acercaba al mundo de la música Hip-Hop Caballo del viento (2017), en la que exploraba la vida de Nando, ahora enfermo, un eterno activista desde el franquismo hasta el 15-M. En la película que nos ocupa, vuelve a acompañarse del citado Oeste, que juntos firman un guion que sigue la biografía de Méndez-Leite desde sus inicios hasta la actualidad. Casi 80 años de la vida de un hombre que ha dedicado su vida enteramente por y para el cine. Desde aquellos cuadernos donde escribía sobre sus películas, con sus carteles y demás, que todavía rellena con la misma ilusión que entonces, su paso de libertad sobre la Escuela Oficial de Cine, sus queridos amigos: Cuerda, Borau, Camus, García Sánchez, etc… Sus críticas en Film Ideal, los primeros cortometrajes como El regreso de Bonny and Clyde y Cambiar de bando, entre otros, su labor como docente en aquellos años sesenta de aperturismo y cambios hasta los ochenta en la Universidad de Valladolid.
Un viaje que sigue con sus largometrajes para televisión como Niebla, El club de los suicidas y El monje, y otras, por los setenta, la muerte del dictador y la transición, inaugurando los ochenta con su largometraje para cines El hombre de moda, los años de la televisión con La noche del cine español, que ya había empezado en los setenta con espacios culturales, sin olvidar su etapa de 2 años al frente al ICCA, donde visibilizó el cine español a nivel internacional, en los noventa reabriendo la Escuela Oficial de Cine, la ECAM, en 1994 donde estuvo dirigiendo 18 años, la dirección de la serie La regenta, todo un hito de la televisión y de su carrera, sus direcciones en el teatro, y la dirección de más documentales sobre Querejeta, Carmen Maura y Ana Belén, y su inmensa labor en el Festival de Málaga desde 1997 en el comité de dirección, y desde el año pasado presidente de la Academia de Cine.
La película traza una biografía del mencionado que va desde lo íntimo a lo colectivo, con sus idas y venidas, sus logros y alegrías, y como no podía ser de otra manera, sus derrotas y tristezas, tantas obras sin hacer en forma de proyectos que quedaron en años de trabajo y guiones amontonados, los sinsabores de las circunstancias en un oficio el del cine, jodido y esaborío. Los amigos en forma de compañeros de viajes, que ya hemos citado algunos, y podríamos añadir a Manuel Gutiérrez Aragón, Mariano Barroso, y su compañera Fiorella Faltoyano, el omnipresente y actor fetiche Miguel Rellán, los “Regenta” como Aitana Sánchez-Gijón, Carmelo Gómez y Héctor Alterio y demás testimonios que hablan y hablan de Méndez-Leite como hombre, personaje, amigo y confidente, en una relato-retrato que él mismo nos va explicando, con esa voz suave, tranquila, reposada, con ese aire de señor del cine pero con mucha guasa y mucho humor, porque la vida cuando más seria sea, más humor necesita, porque si no uno no aguanta tantos embates y accidentes, tanto propios como extraños.
Tenemos una imagen bien cuidada que firma el cinematógrafo Pau Esteve Birba, un excelente profesional de nuestro cine que le ha llevado a trabajos con autores tan interesantes como Mateo Gil, Paco Cabezas, Benito Zambrano, el mencionado y desaparecido José Luis Cuerda y Alberto Rodríguez, entre otros, la montadora Paula Bugni, que logra un gran trabajo porque consigue dotar de ritmo y narración a toda una vida en tan sólo 92 minutos de metraje, y la producción de Félix Tusell Sánchez y Carmela Martínez Oliart al mando de Estela Films, que han producido películas de Cuerda, Cámera Café, entre otras. La memoria del cine: una película sobre Fernando Méndez-Leite no es solo una película sobre los amantes del cine, sino también es una película para todos los públicos, porque habla de una gran valor en la vida como la pasión, seguido del entusiasmo y la alegría por las personas a pesar de los pesares, siempre con humor, trabajo y libertad, porque si de algo sabe el homenajeado es que este país puede ser muy oscuro y jodidamente raro, y aún así, merece la pena luchar por su cine y las gentes que lo conforman, porque si no otros lo harán por uno y nada de esto será igual. P.D.: Sólo una vez he podido disfrutar del citado Méndez-Leite, y fue no hace mucho en la Filmoteca de Catalunya, cuando se homenajeó la figura de Carlos Saura, y Fernando se mostró honesto, cercano, y lo que es más importante, nos sacó unas sonrisas contando jugosas anécdotas del cineasta desaparecido. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Arantxa Echevarría, directora de la película “Chinas”, en el Cafe Salambó en Barcelona, el miércoles 4 de octubre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Arantxa Echevarría, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Xinyi Ye, actriz de la película “Chinas”, de Arantxa Echevarría, en el Cafe Salambó en Barcelona, el miércoles 4 de octubre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Xinyi Ye, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Leonor Watling, actriz de la película “Chinas”, de Arantxa Echevarría, en el Cafe Salambó en Barcelona, el miércoles 4 de octubre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Leonor Watling, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La identidad es una búsqueda siempre abierta e incluso la obsesiva defensa de los orígenes puede ser en ocasiones una esclavitud tan regresiva como, en otras circunstancias, cómplice rendición al desarraigo”.
Claudio Magris
Después de casi una década dirigiendo cortos de ficción y documental, conocimos a Arantxa Echevarría (Bilbao, 1968), con Carmen y Lola (2018), excelente ópera prima sobre los amores clandestinos de dos gitanas de barrio, enfrentadas a los prejuicios de su comunidad. Tres años más tarde, dirigió La familia perfecta, una comedia industrial que agrupaba a una familia burguesa con otra de barrio. En Chinas, su tercer largo, la directora vuelve al barrio, o quizás, podríamos decir, que sigue en el barrio, retratando a esas personas de la periferia, a los invisibles muy visibles de las grandes ciudades. Esta vez posa la mirada en la desconocida comunidad china, y no lo hace desde el paternalismo y el desconocimiento, sino a través de la complejidad y los miedos de la segunda generación. Esos niños y adolescentes que han crecido en el país de acogida y tienen, como no es de extrañar, los conflictos habituales con unos padres que los arrastran a su cultura china y ellos, a su vez, viven y crecen en una cultura completamente distinta. Ese limbo de identidad, de arraigo y desarraigo, y sobre todo, de difíciles relaciones paternofiliales son el objetivo y el análisis de la película.
A partir de un estupendo guion bien documentado y elaborado de la propia Echevarría, la trama se asienta a través de tres mujeres que viven en el barrio periférico de Usera de Madrid: Claudia, la adolescente china que se debate entre la férrea actitud de sus padres que la obligan a trabajar muchas horas en el bar y por otra parte, es una joven que tiene amigas y le gustan los chicos. Lucía, su hermana pequeña de 9 años, y su relación con la nueva compañera de colegio, Xiang, una niña adoptada por un matrimonio acomodado. Tres miradas, tres formas de ser y estar entre dos universos, entre dos formas tan diferentes de hacer y pensar, hacen de la película una mirada sincera y honesta a la comunidad china, huyendo de esa manida representación en los thrillers convencionales a través de sus mafias y demás. Aquí, se habla de gente de barrio, los que trabajan de sol a sol, gente anónima, con vidas humildes, que luchan diariamente para seguir tirando del carro. Tiene Chinas mucho valor, y digo esto, porque ante la ausencia de cine social en nuestro país, se agradece enormemente que aparezcan cintas como esta, que mira a la gente de a pie, gente como nosotros, con sus problemas y vidas de verdad.
En el apartado técnico, la directora bilbaína de nacimiento y madrileña de adopción, vuelve a contar con los “suyos”, con Pilar Sánchez Díaz en la cinematografía, y Renato Sanjuán en el montaje, que llevan casi la decena de títulos juntos. Construyen, en sus respectivos trabajos, sendas composiciones donde prevalece la “verdad”, es decir, lugares reales, lugares de barrio, y una luz lo más natural posible, que no embellezca nada de lo que mira y cuente. Los 118 minutos de metraje no se hacen para nada pesados, porque la película cuenta muchas cosas, y de esas que no se explican con palabras, sino con miradas y la tensión que les sigue. Aunque como sucediera en Carmen y Lola, con sus maravillosos intérpretes naturales, en Chinas, la directora lo ha vuelto a hacer, y ha construido su película a través de un reparto natural en su mayoría como las increíbles niñas Daniela Shiman Yang como Lucía y Ella Qiu es Xiang, las dos niñas que una es todo desparpajo y simpatía y la otra, todo silencio, que conjugan muy bien a medida que va avanzando la trama y las vamos conociendo más a fondo. Yeju Ji es una madre china que le cuesta comprender y adaptarse a los cambios de sus inquietas hijas.
Mención aparte tiene Xinyi Ye. Recuerden su nombre, seguramente lo seguiremos disfrutando interpretando personajes como Claudia. La actriz, debutante en la película, auténtica revelación de Chinas, porque muestra una mirada y una naturalidad sorprendentes, que le ayudan a componer un personaje de esos personajes que se nos quedan, siendo esa adolescente que quiere ser una más y ve amenazado su universo por la negación de sus padres y esos amigos que parecen otra cosa. El reparto se complementa con unos formidables Leonor Watling y Pablo Molinero, un matrimonio que adopta a Xiang, que son dos personas que chocan en la educación de su hija. Cierra el reparto una colaboración muy especial, la de Carolina Yuste, que ha estado en todas las de Echeverría, una especie de alter ego de la directora, esa chica que llega a la hora del cierre al bazar a comprar cuatro cosas de última hora, y mantiene una relación especial con Lucía. Podríamos decir que Echevarría se ha marcado un Stephen Frears, es decir, ha hecho una película social, llena de verdad, cotidiana, íntima y llena de tensión y conflictos, sin olvidar el sentido del humor, con el mejor aroma del director de Leicester en películas como Mi hermosa lavandería (1985), Café irlandés (1993) y La camioneta (1996), entre otras, donde se habla de un colectivo cuando se cierra la puerta de sus casas, en sus quehaceres diarios y sus trabajos. Chinas haría fraternidad con la película Oriente es oriente (1999), de Damien O’Donnell, donde también se hablaba de los conflictos entre un padre paquistaní con sus hijos ingleses.
No me gusta recomendar películas, y cuando lo hago, me siento muy pequeño, porque quién soy yo para decirle a nadie lo que tiene que ver. Así que no lo voy a hacer con Chinas. Sí que voy a hacer una cosa, si ustedes me lo permiten, y no es otra cosa que, aplaudir, celebrar y rendirme a una película como Chinas, porque hacía falta una mirada de verdad sobre este tema en nuestra cinematografía, exponiendo tres miradas tan cotidianas que nos podemos encontrar en nuestras vidas, y creo que la cinta de Arantxa Echevarría servirá para dejemos de mirar a chinos y chinas y comencemos a mirar a seres humanos que, a parte de su cultura y todas las aparentes diferencias, tenemos algo en común muy importante y no es otra cosa que un hogar y un trabajo para soportar las dificultades de un sistema demasiado económico y poco humano, por no decir completamente deshumanizado. Miremos al otro, no queriendo cambiarlo ni mucho menos, ni pretender que siga nuestras costumbres y demás, sino aprendiendo unos de los otros y compartir un lugar y sus cotidianidades, sólo eso, que no es nada fácil, lo sé, por eso todos tenemos que poner de nuestra parte, y sobre todo, no lo hagamos más complicado de lo que los malvados nos lo ponen. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El conflicto entre la necesidad de pertenecer a un grupo y la necesidad de ser visto como único e individual es la lucha dominante de la adolescencia”.
Jeanne Elium
Se cuenta que, en una pequeña localidad danesa en la actualidad, en el interior de un colegio, en la clase de octavo, el último año escolar, cuando los alumnos asisten a una de las primeras clases de comienzo del curso. Sin razón aparente, uno de los alumnos, Pierre Anthon, una especie de líder para el resto de los alumno, se levanta y empieza a hablar a los demás, explicando que nada tiene sentido, que todo es una burda mentira y que nada merece la pena y es mejor largarse y no hacer nada. El joven abandona la clase y se sube a un árbol y ahí se queda. Sus compañeros intentan persuadirlo a que abandone esa actitud pero no lo consiguen. Ante esta reacción que los ha dejado atónitos, deciden, con el fin de hacerle cambiar de parecer, amontonar sus objetivos valiosos para que al menos una cosa tenga sentido. Aunque lo que parece una acción inofensiva, poco a poco, se irán tornando en una espiral de deseos cada vez más complejos y oscuros, que no tendrá vuelta atrás.
Basada en el best seller homónimo de la novelista danesa Janne Teller, en un libro no exento de gran polémica cuando fue publicado, situación que no impidió su enorme éxito con más de 1’5 millones de lectores en más de 30 países. Ahora nos llega su adaptación al cine de la mano de la directora danesa Trine Piil Christensen, con experiencia en series como Hotellet y 2900 Happiness, y su debut en el largometraje con Max (2000), un sólido thriller protagonizado por la magnífica Sidse Babett Knudsen, la inolvidable protagonista de Borgen, en las que se sumergió en el drama y el thriller, elementos que siguen en Nada (Intet, en el original), a partir de un guion de Seamus McNally y la propia directora, y la coproducción de la cineasta Maren Ade a través de su Komplizen Film, pero esta vez desde la adolescencia, desde ese espacio de grandes descubrimientos y también, de grandes altibajos emocionales. El grupo de adolescentes reaccionan ante ese mundo de los adultos, tan hipócrita, falso, de pura apariencia, y tremendamente vacío, aburrido y consumista, y lo hacen a partir de un hecho cotidiano y revelador, como el de su compañero subido a ese árbol, como una especie de líder de la “nada”. Esta mezcla de drama cotidiano y doméstico, con el cuento de terror clásico, en el que a partir de un hecho sin más, la historia se va envolviendo en un disfraz de inquietud y complejidad muy interesante, con el mejor aroma de títulos como El otro (1972), de Robert Mulligan, y ¿Quién puede matar a un niño? (1976), de Chicho Ibáñez Serrador, donde los niños toman el protagonismo, una infancia que ya no quiere callarse y actúa contra esos adultos tan torpes y tan ensimismados en sus miserables existencias.
La cinematografía de Bo Bilstrup contribuye a crear ese espacio incómodo y aterrador, donde se instala la inquietud y terror tan bien definido, y lo hace desde los espacios y objetos más cercanos, sin estridencias ni piruetas narrativas, y mucho menos con efectismo y vacuidad, sino al mejor estilo de los thrillers daneses como el tándem Joachim Trier y Eskil Vogt en títulos como Thelma (2017), y The innocents (2021), donde se fusiona con gran credibilidad la frialdad de lo cotidiano con sucesos paranormales y el terror más cercano, el que nos podría afectar a cualquiera de nosotros. El montaje conciso y ritmo, sin prisas ni acelerones torpes, que firman Allan Funch y Morten Glese, mantiene esa tensión y mal rollo in crescendo tan eficaz y agobiante que tiene la película en unos estupendos 87 minutos que vuelan y agobian. Aunque si la película resulta de una fuerza y valentía extraordinaria es en su joven reparto donde destacan todos los jóvenes, cada uno en su rol y cada uno en su actitud, donde las diferentes circunstancias acaban afectando emocionalmente de forma drástica. Los chicos y chicas son los Vivelill Sogaard Holm como Agnes, Harald Kaiser Hermann es el citado Pierre Anthon, Maya Louise Skipper como Sofie, Sigur Philip Dalgas es Otto, Elias Amati-Aagesen como Karl, Arien Alexander es Takiar, entre otros, y el adulto, el profesor Eskildsen es el actor Peter Gantzler, que hemos visto en películas como Italiano para principiantes (2000), de Lone Scherfig y El jefe de todo esto (2006), de Lars Von Trier, entre otras.
Quizás los espectadores más ávidos en películas más convencionales, donde el susto y los abundantes giros narrativos se amontonan, no deberían ver Nada, de Trine Piil Christensen, porque la propuesta de la cineasta danesa va por otro lado, por un lado más de retrato y crítica del vacío y la apariencia estúpida en que se ha instalado la sociedad europa y consumista, perdiendo valores humanos y sobre todo, la falta de cuestionamiento y pensamiento crítico, y abrazado a un modelo psicótico de prisas, mentiras y estupidez, basado en el placer inmediato y la huida de lo real por una mera existencia superficial, vacía y mentalmente desquiciada, donde nunca hay suficiente, donde prima lo físico, el movimiento de aquí para allá, sin ningún tipo de cambio y actitud humana ante la vida y la sociedad tan injusta y desigual. Todos sumergidos en una competitividad enfermiza a ver quién hace esto o aquello, una inútil carrera de la apariencia y de los logros individuales como un corredor que nunca deja de correr y no sabe porqué motivo lo hacen. A algunos espectadores les provocará rechazo porque, claro, verse reflejado en una no existencia tan nada no resulta muy alegre, aunque la película aboga por unos adolescentes que dan rienda a sus deseos más ocultos, a los más íntimos, aunque sean de índole muy oscura y no aceptada por una sociedad que lo hace a escondidas y los reprime, en fin, así estamos, y no parece que se vaya a cambiar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El suicidio no acaba con las posibilidades de que la vida empeore, el sucidio elimina la posibilidad de que mejore”.
Kat Calhoun
No me digan que no recuerdan a George Bailey, el esposo y padre de familia, de la pequeña localidad de Bedford Falls que, agobiado por las deudas, una noche decide acabar con su vida. Pero, cuando lo va a hacer, se le aparece un ángel y todo cambia. ¿Ya saben de quién les hablo?. Sí, correcto, la película es ¡Qué bello es vivir? (1946), de Frank Capra. Algo parecido les sucede a los protagonistas de El primer día de mi vida, de Paolo Genovese (Roma, Italia, 1966), porque un ángel también los recoge en coche una noche de lluvia intensa. Tenemos a Napoleone, casado y empleo bien remunerado, pero desconoce el motivo de tanta infelicidad. Arianna, policía y divorciada, no soporta vivir después que su hija muriese. Emilia, la eterna segundona en gimnasia, no quiere vivir en su silla de ruedas después de un grave accidente. Y, finalmente está Daniele, un niño que odia ser youtuber y comer tanto, pero sus padres no lo escuchan. Cuatro almas que han dejado de vivir. Cuatro almas que tendrán una semana más, siete días para ver sus vidas, o lo que fueron, y sus no vidas, la huella que han dejado en los otros.
De más de la decena de películas de Genovese, comedias entre lo romántico y el drama, siempre con temas actuales, como hizo en Una famiglia perfetta (2012), Tutta colpa di Freud (2014), The Place (2017), Una historia de amor italiana (2021), y Perfectos desconocidos (2016), su gran éxito, que ha sido exportado a muchos países en forma de remake, como el que hizo Álex de la Iglesia en 2017. Con Il primo giorno della mia vita, en su título original, con un guión escrito a cuatro manos por el propio director junto a sus cómplices Rolando Ravello, con más de 40 títulos, entre los que destaca trabajos con Scola y Sorrentino, Paolo Castella e Isabella Aguilar, en la que construyen un relato íntimo y profundo, recogido y tranquilo, en la que hablan de forma madura y concisa de un tema tan difícil como el suicidio, pero haciéndolo desde su complejidad, huyendo de lo simplista y los manidos mensajes de positividad y demás aspectos tan machacados en la actualidad, porque la película mira de frente, sin estridencia ni piruetas argumentales, construyendo una trama lineal, convencional, con personajes diferentes y cercanos, donde cada uno expone sus razones y sus circunstancias.
La película es una película sobre la escucha, sobre mirarnos, sobre no tratar de entender sino escuchar, quedarse cerca del otro y escucharlo, eso que nunca hacemos. Una película sobre problemas y sobre cómo afrontarlos, aunque a veces las soluciones no se vean o tarden en verse, y quizás, no sean de nuestro agrado, porque la felicidad nunca está asegurada y en ocasiones, no sabemos qué nos ocurre, y debemos seguir así, intentando mejorar y mejorarnos, porque es la única forma de hacer las cosas. Al igual que en el apartado guion, en la parte técnica, el director italiano también opta por viejos conocidos como el cinematógrafo Fabrizio Lucci, con esa luz nocturna y de interior, con pocos exteriores de día, con ese hotel anclado en el tiempo y espacio, que nos recuerda a las viejas películas en blanco y negro, la editora Cosnuelo Catucci, en un buen trabajo de montaje, en una historia que va a las dos horas de metraje, en un relato que apenas hay movimiento y poco diálogo, y finalmente, la música de Maurizio Filardo, que añade lo que no se dice y lo que callan los personajes, apoyándose en el silencio y en las diferentes composiciones.
Un gran reparto, bien conjuntado y diferente, que logra un buen empaque con personajes de edades desde la infancia a la adultez, y variadas posiciones sociales y culturales. Encabezados por el gran Toni Servillo, que descubrimos con la maravillosa composición de Titta Di Girolamo en Le conseguenze dell’amore (2004), de Paolo Sorrentino, y con el paso de los años, se ha convertido en uno de las grandes figuras de la interpretación europea. Su ángel, sobrio y comedido, es todo un arte de la composición de personaje y de mirar, porque Servillo no sólo mira, sino traspasa. Le acompañan Valerio Mastanorea como Napoleone, que ya había trabajado con Genovese en The Place, y también, con Virzì, Ferrara, Winterbottom y Bellocchio, entre otros, en un personaje muy cerrado, el más parecido al que hace Servillo, ya lo descubrirán, la estupenda Margherita Buy es Arianna, una de las actrices de la última época de Nanni Moretti, amén de Ozpetek, Veronesi y Tornatore, y muchos más, que como Servillo y los grandes, mira muy bien, es decir, que explica sin decir nada, y entendemos muchas aspectos de un personaje que sufre mucho. Sara Serraiocco hace de Emilia, la joven machacada que no encuentra su ilusión después de no poder hacer lo que más le gusta. Una actriz que hemos visto junto a los citados Salvatores, Virzì y Cavani. El niño Gabriele Cristini, con más de 30 títulos en su intensa filmografía, se queda con el personaje de Daniele, el niño sometido por su padre por los beneficios de youtube.
La película de Genovese tiene muchas historias dentro de ella, algunas más alegres que otras, y otras, agridulces como la vida misma, podemos verla como una balada, por todo lo que cuenta y cómo lo hace, pero suena a jazz, en una noche de lluvia, tal y como arranca la película, y su desarrollo va en consonancia a las emociones encontradas y contradictorias de sus variados personajes. Unas almas que no necesitan ganas de vivir, si no que les ha llevado a quitarse la vida, y no a base de golpes, sino con diálogo, cariño y cercanía, y sobre todo, sentirse acompañados, y sobre todo, escuchados, ese mal tan instalado en la sociedad actual, con todos y todas con nuestros quehaceres cotidianos, en continuo movimiento, como pollos sin cabeza, tan intensos y ocupados, y nos olvidamos de lo más importante, de detenernos, de mirar a nuestro alrededor y no olvidarse de quién tenemos junto a nosotros y nosotras, porque quizás, el día que lo hagamos ya es demasiado tarde, y no nos conceden una semana más para pensar en nosotros, y lo que dejamos en los demás, como le ocurría a George Bailey y los personajes de El primer día de mi vida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Félix Viscarret, director de la película “Una vida no tan simple”, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el jueves 15 de junio de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Félix Viscarret, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Marién Piniés de Prensa de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA