El Irlandés, de Martin Scorsese

EL ÚLTIMO GÁNSTER.

El pipiolo Charlie de Mean Streets. El joven Henry Hill de Goodfellas. El avispado Sam Rothstein de Casino. El vengativo Amsterdam Vallon de Gangs of New York. Y el duro Frank Sheeran de El irlandés. Todos ellos fueron hombres jóvenes con el sueño de prosperar en la vida. Todos ellos se cruzaron en el camino de alguien con pinta de ser dueño de algo. Todos ellos dejaron de ser quiénes eran para ser otros. Todos ellos dejaron la vida corriente y anodina para convertirse en brazos ejecutores de poderosos gánsteres. Todos ellos forman parte del universo gansteril de Martin Scorsese (New York, EE.UU., 1942) que a lo largo de sus veinticinco títulos como director ha dedicado bastantes obras a explorar el mundo del hampa, de los negocios oscuros, la corrupción, y las personas y gentuza que pululan por esos lugares de mucha pasta, traiciones y asesinatos. Scorsese se ha sentido cómodo explorando esos  ambientes agobiantes y oscuros, en los que nos sumergía en las vidas de tipos corrientes empujados por convicciones personales, a los que contra viento y marea se empeñaban en introducirse en tempestades que en muchos casos les sobrepasaban. La mirada del director de Queens es profunda y concisa, retrata con dureza y amargura el mundo del hampa de manera que no deja lugar a dudas de la miseria y el horror de ese universo, capturando con honestidad todo ese mundo familiar y sentimental en contraposición con ese otro mundo donde la violencia está tan presente.

El cine de Scorsese ha recorrido la historia de la mafia de Estados Unidos durante el siglo XX, convirtiéndose en un cronista certero y brillante de esas familias y actividades, desde finales del XIX en Gangs of New York, los años veinte con la ley seca en el capítulo piloto de la serie en Broadwalk Empire, los ambientes gansteriles de New Yersey en Goodfellas,  pasando por los oscuros y violentos años setenta del Nueva York de poca monta en Mean Streets, o las triquiñuelas y violencia que se cocía en Las Vegas durante los setenta y ochenta en Casino, o la mafia irlandesa de The Departed, donde los gánsteres compartían protagonismo con los policías. Scorsese se ha basado en personajes reales o los ha rebautizado basándose en personajes que existieron. Tipos duros, faltos de escrúpulos, asesinos, capaces de todo, ajenos a cualquier ley y metidos en esos mundos donde la lealtad y el respeto se pagan con dinero, con mucho dinero.

El irlandés es una especie de compendio de todas sus películas, empezando porque es la obra que abarca más años, ya que arranca a mediados de los cincuenta cuando su protagonista Frank Sheeran es un camionero sin más, y llega hasta principios del nuevo siglo, cuando Sheeran apura sus últimos días retirado en una residencia, enfermo y deteriorado. La película se estructura mediante un flashback, en la que el propio Sheeran nos va contando su vida (muy habitual en el cine de gánsteres de Scorsese) su entrada, evolución y final en la familia de Russell Bufalino, y sus relaciones con el sindicalista Jimmy Hoffa (que ya había tenido una película en 1992 interpretado por Jack Nicholson y dirigida por Danny DeVito). La película se basa en la novela I Heard You Painting Houses, de Charles Brandt, como hiciera con las novelas de Nicholas Pileggi en sus celebradas Goodfellas y Casino, en un guión que escribe Steven Zaillan, con el que ya colaboró en Gangs of New York. Scorsese desestructura su relato a través de una road movie, aprovechando un largo viaje por el que Buffalino y Sheeran pasaran por lugares de su historia, en el que se mezclan pasado y presente, en los que la película se irá deteniendo y recordando los pasajes allí vividos, quizás en ese sentido si que tiene la película estructura de último viaje, del final de un tiempo, de adiós, describiendo con minuciosidad una forma de vida del hampa que se extingue, que se acaba, donde Sheeran encarna al último superviviente, y por ende, el encargado de contarnos a nosotros los espectadores esa historia que desaparece con él, un relato que solo comparte con nosotros, como evidenciará su momento con los federales donde no cuenta nada sobre Hoffa.

El relato va de un lugar a otro, de una mirada a otra, pero sin dejar la mirada de Sheeran y su historia, la de un corriente camionero de Pennsylvania convertido en un matón de la mafia. Scorsese se mueve dentro de ese clasicismo que encontramos en otras de sus películas, mezclándolo con una forma más  posmoderna en el momento de contar las situaciones, consiguiendo envolvernos en una película magnífica y arrolladora en todos los sentidos, atrapándonos con sus 210 minutos que llenan pero, como suele pasar en el cine de Scorsese, podríamos estar más rato viendo las historias de Sheeran y los demás. La estupenda y concisa luz de Rodrigo Prieto que vuelve a colaborar con el director, después de Silencio y El lobo de Wall Street, casa perfectamente con ese mundo, submundo y espacio donde se mueven estos tipos, porque es a través de sus personajes que Scorsese nos va contando el sinfín de historias que se van desarrollando, teniendo en la relación de Frank Sheeran y Jimmy Hoffa el grueso de la película, aunque también veremos a los Kennedy, Nixon y los demás, tejiendo las sucias y oscuras relaciones entre política y mafia, en que esa estructura de retratos e historias funciona a las mil maravillas gracias al estudiado y sobrio montaje de Thelma Schoonmaker, que lleva editando las películas de Scorsese hace más de cincuenta años, donde no dejan ningún cabo suelto y aprietan con el ritmo según el momento, creando la tensión y el misterio necesarios, sin olvidar la banda sonora, que Scorsese vuelve a demostrarnos su precisión haciendo un gran recorrido por la música popular estadounidense.

La cámara se desenvuelve de manera natural, utilizando con mucho orden y concisión todo aquello que debemos ver y todo aquello que deja fuera pero que intuimos que sucederá, así como hacia donde derivarán las diferentes acciones, después de los encuentros y los posteriores enfados de los personajes. Qué decir de la interpretación de los diferentes roles que vemos en la película, encabezados por un Robert De Niro, en su novena película con Scorsese, dando vida a Frank Sheeran, con su característica mirada, gestualidad y esa forma tan inquietante que tiene a la hora de asesinar y moverse por ese universo gansteril, Al Pacino, que junto a De Niro se repartieron buena parte de los mejores trabajos de la década de los setenta, debuta en el cine de Scorsese, y vuelve a compartir pantalla con De Niro después de los breves planos en Heat, dando vida a Hoffa, el líder sindical que todo Dios conocía durante los setenta y ochenta, época donde los camioneros dominaban el cotarro de la economía, y el hampa hacía lo imposible por mantenerlos a su lado, ya que eran quiénes transportaban la mercancía que les hacía ganar grandes sumas de dinero. Hoffa despareció misteriosamente en 1975 sin dejar el más mínimo rastro.

Pacino da vida a un tipo que se creyó más listo que nadie, alguien que nunca tuvo en cuenta con quiénes trataba, un ser que traicionó a aquellos que lo subieron. Joe Pesci, que vuelve con Scorsese, alejado de aquellos matones que acaban en el fango de Goodfellas o Casino, dando vida a Russell Buffalino, el jefe de la mafia siciliana, con ese porte reposado de los que saben vestir, mandar y cuidar a quién se lo merece y hacer desaparecer a quién se pasa de la raya. Harvey Keitel, que también vuelve al universo Scorsese, en la piel de Angelo Bruno, otro capo, en un rol breve pero muy intenso. También vemos a Stephen Graham en la piel de Tony Pro, otro líder sindical con aires de mafioso, y Anna Paquin siendo Peggy, la hija menor de Sheeran que tendrá una relación distante y compleja con su padre y sus “amigos” por sus innumerables delitos y crímenes. Y después, como es habitual en el cine de Scorsese, toda una retahíla de intérpretes entre los que hay profesionales y otros que no lo son, pero dan ese aspecto duro, con esos rostros de tiempo, con aires de mafioso, serio y sucio que tanto busca el director.

Scorsese maneja la fuerza expresiva de sus intérpretes y las acciones que les somete de forma magistral, cociendo a fuego lento todo el magma de relaciones, conflictos y miradas, donde destacan sobremanera el realismo y la brutalidad con la que están filmados los actos violentos y los asesinatos, marca del estilo de un Scorsese en plena forma, volviendo al universo gansteril como los grandes, donde la historia y los personajes están por encima de todo, hecho que lo convierte en un cineasta atípico en su país, donde todo se envuelve en pirotecnia muy ruidosa. Scorsese consigue ese aroma de ocaso y sombrío que tiene el Sunset Boulevard y Fedora, ambas de Wilder, Grupo salvaje, de Peckinpah, Barry Lyndon, de Kubrick o El último magnate, de Kazan, retratando la vida y su ocaso, su trago final, donde abundan los personajes complejos y ambiciosos, seres de muchas piezas, seres que hacen pensar, que nos revuelven moralmente, tipos sin escrúpulos, gentes que deambulan por mundos donde todo vale, donde la gente está ahí para satisfacerles en sus ideas ambiciosas y en sus formas de vivir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Perros de presa, de Martin Panek

MALDITAS BESTIAS.

“Los horrores que es capaz de concebir una mente son siempre mucho peores que la realidad.”

Paula Hawkins

El arranque de la película está cargado de fuerza y concisión narrativa, situándonos en el fondo de la cuestión de forma muy expresiva y cercana, en la que observamos la última noche del campo de concentración de Gross Rosen, donde en planos generales con la cámara en travelling, somos testigos de ejecuciones de presos y entramos en uno de los barracones siguiendo a un par de oficiales nazis que han entrado a inspeccionar el lugar. De repente, un niño al que se sumaron otros, comienzan a tirarse a tierra y levantarse al grito de “Runter” y “Auf” (Abajo/arriba) mientras los nazis se ríen a carcajadas. Corte a la mañana siguiente, en el mismo escenario envueltos en la niebla, unos soldados soviéticos entran en el campo, mientras van encontrándose multitud de cadáveres y se topan con los niños de la noche anterior, quizás de los pocos supervivientes.

El director Martin Panek (Wroclaw, Breslavia, Polonia, 1975) estudiante en las escuelas de Kieslowski y Wajda, debutó en el largometraje con Daas (2011) con la historia de Jakub Frank, un místico del siglo XVIII que tuvo gran fama pero también sembró dudas de su supuesta divinidad. Ahora, nos sitúa en un relato intimista y sencillo, en el que aborda en el convulso verano de 1945, apostando por una mirada diferente y poco transitada por el cine,  el destino de ocho niños liberados de un campo de concentración nazi, que van a parar a un antiguo orfanato abandonado, junto a una adulta también superviviente como ellos. Esa aparente calma se verá sacudida por la escasez de comida y agua, y sobre todo, por la muerte violenta de la adulta por unos perros salvajes del campo que se dedicaban a atacar a los presos. Los ocho niños se ven rodeados por estos perros lobos que deambulan por el bosque y los acechan, además los conflictos internos no tardan en aparecer, en que el enigmático y silencioso Wladek se muestra apartado al resto, situación que violentará a Kraut, más visceral y nervioso, donde Hanka, la mayor del grupo y una especie de hermana de todos, intentará mediar para mantener la paz den el grupo.

Panek se mueve en el relato de iniciación de unos niños que deberán enfrentarse a otro horror, o mejor dicho, seguirán enfrentándose a un horror que parece seguirles irremediablemente, en el que aparte de los perros, existen visitantes igual de salvajes que los canes, o aquellos nazis que se ocultan del ejército rojo. Aunque la película también ahonda en otros marcos, como el thriller psicológico por la situación incómoda que se manifiesta entre Hanka, Kraut y Wladek, una especie de trío que se acerca y aleja, construido a partir de las miradas, sus gestos y acciones, donde las relaciones internas entre unos y otros llevarán su convivencia a pender de un hilo muy fino, y por último, la película también se funde con el cine de terror más puro, donde unos niños se ven atrapados en una casa escondiéndose del terrible enemigo de fuera con la forma de unos perros hambrientos. El director polaco consigue una atmósfera inquietante y oscura, a pesar de que casi toda la película estamos de día, con la sutil y aterradora luz del cinematógrafo Dominik Danilczyk, que sabe atrapar con extremada fuerza todo lo que se cuece en esa casa y en ese bosque, elementos indispensables que nos retrotraen a las fábulas tradicionales.

La parte más importante y fuerte del relato descansa en la interpretación de los ocho niños destacando la sensibilidad y dureza de una magnífica Sonia Mietielica dando vida a Hanka, bien acompañada por el expresivo y callado Wladek, el personaje más oscuro de todos ellos, extraordinario el joven Kamil Polnisiak, Nicolas Przygoda interpreta a Kraut, el alma inquieta y rebelde de este grupo heterogéneo, y los otros niños que con sus camisas y pantalones de rayas, desarrapados y hambrientos, rezuman naturalidad y cercanía, los cuales deberán convivir y sobre todo, enfrentarse a la terrible amenaza de fuera. Panek ha logrado un cuento de hadas terrible y muy oscuro, una especie de Hansel y Gretel, donde el horror no se localiza en el interior de esa casa fantasmal y abandonada, sino en el exterior, con esos perros de la muerte que se convierten en la sombra alargada que no termina de extinguirse de los nazis, en una atmósfera que tiene ese aspecto crudo y fantástico de películas como The Innocents o Picnic en Hanging Rock, donde los niños se ven envueltos en un misterio que nos atrapa y nos envuelve en un aura de terrorífica cotidianidad, donde resulta imposible escabullirse. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Letters to Paul Morrissey, de Armand Rovira

QUERIDO MORRISSEY.

“Un artista es alguien que produce cosas que la gente no necesita tener”

Andy Warhol

Entre el otoño del 2011 y el invierno del 2012, el CCCB de Barcelona albergó la exposición Todas las cartas. Correspondencias fílmicas, comisariada por Jordi Balló, en la que cineastas como Erice, Kiarostami, Guerin, Mekas Isaki Lacuesta, Naomi Kawase, entre otros, se enviaban cartas, en formado de cine y video, donde establecían una comunicación personal e intransferible que remitía al cine, sus estructuras y formas, sus películas, sus vidas cotidianas y demás. Armand Rovira (Barcelona, 1979) en su pirmer largometraje, recoge el testigo de aquel experimento fílmico y hace su propia versión a través de cinco voces diferentes entre sí, proponiendo un largometraje que consiste en cinco cartas, cinco correspondencias en las que personas, relacionadas o no con el universo del cineasta Paul Morrissey (Nueva York, EE.UU., 1938) les envían cinco misivas fílmicas que, posiblemente,  jamás le llegarán al cineasta, pero que hablan de su universo, aquel que compartió con Andy Warhol en “La Factory”, y el que desarrolló en aquel cine underground, vanguardista, subversivo, provocador y radicalmente diferente.

Rovira y su coguionista Saida Benzal, también actriz y directora de una de las cartas, recogen el espíritu formal y narrativo del creador estadounidense para sumergirnos en submundos en el que los personajes nos hablan de soledad, del paso del tiempo, de inadaptados y seres perdidos en un tiempo demasiado fútil, superficial y vacío. El relato arranca con una primera carta ambientada entre Berlín y Madrid, donde un hombre con una severa crisis de identidad, que desprecia la sociedad de consumo, realiza un viaje personal para encontrar aquello que le dé sentido a su existencia, acabando en el monasterio del Valle de los Caídos, para encontrarse con la religión y aflorar su fe. Todo contado en un formato de 4/3, en película de 16 mm, y en un blanco y negro apagado y plagado de sombras, y un marco que incluye momentos del cine mudo con sus intertítulos y otros dialogados. La segunda carta protagonizada por Joe Dallesandro, mítico actor de Morrisey, que relata en off su relación con las drogas, mientras observamos a algunos yonquis frecuentando parques de skaters y espacios urbanos deteriorados, en esos espacios que tanto le interesaban a Morrisey.

La tercera carta la protagoniza una actriz de Chelsea Girls venida a menos, que recuerda mucho la sombra que perseguía a Norma Desmond, aquella vieja actriz de Sunset Boulevard, que existía de recuerdos lejanos. Una actriz que sigue soñando con su vuelta a la interpretación mientras se prepara físicamente, oculta sus arrugas con maquillaje, y pasa noches apasionadas con hombres mecánicos, con la misma atmósfera de una ciudad estadounidense evaporada por el polvo y el paso del tiempo, anclada en un pasado ficticio, donde todo brillaba, que parece vivir en el interior de la actriz, recordando lo que fue y probablemente, jamás volverá, haciendo clara alusión al cine de Morrissey, a todos aquellos intérpretes y técnicos que se olvidaron. La cuarta carta, quizás la más transgresora y rompedora por su forma, dirigida por Benzal, no sitúa en un relato mudo y el universo vampírico, donde dos amantes se ven imposibilitados a estar juntos y todo aquello que intentan resulta completamente infructuoso. Y finalmente, la misiva que cierra la película, recupera el cortometraje Hoissuru (2017) que da nombre al extraño sonido que atormenta a la joven japonesa protagonista, que encontrará en el azar en forma de una amiga la resolución de sus problemas, en un relato que nos habla de amor lésbico, en la que dos mujeres necesitan de su amor para ayudarse y resolver sus enfermedades y traumas.

La luz velada y llena de sombras de Eduardo Biurrun, que asombra por su belleza espectral e inquietante, así como el preciso y perverso montaje del propio Rovira, que combina la pausa con el frenesí, acompañado de la música de fantasía y perturbadora obra de The Youth, y el brutal trabajo con el sonido obra de Jesús Llata, capturando todos esos enigmas que esconde la película,  acaban dotando a la película de múltiples capas y formas que nos perturban y conmueven a partes iguales. Rovira ha construido una obra insólita y radicalmente innovadora, diferente y atemporal, en el que homenajea el universo de Paul Morrissey, y por ende, a todos esos creadores vanguardistas, transgresores y radicales que encontraron en el cine y sus infinitas formas de expresión, una forma de reivindicar otro cine y además, protestar contra el stablisment. El director barcelonés hace gala de una mirada escrutadora y brillante, manejando las formas cinematográficas a su antojo, creando mundos y submundos, a través de una mirada muy personal, profunda e íntima, creando cinco relatos, todos muy diferentes entre ellos, pero con nexos comunes en los que nos habla de crisis de identidad, soledades que no encuentran consuelo, de drogas, sexo, amor, de seres diferentes, complejos y pertenecientes a submundos que habitan en este, pero parecen de otros universos, invisibles y ajenos al que conocemos.

La fuerza expresiva y enigmática de Rovira nos sumerge en ese mundo real o no, abstracto y lleno de excentricidades y contradicciones, atreviéndose a introducir elementos de diferente naturaleza pero que acaban fusionándose con sus historias de manera natural y sincera, como las canciones de amor arrebatado de Françoise Hardy, la literatura feminista de Simone de Beauvouir o el universo plagado de sombras y espectros que habitan en la citada Sunset Boulevard, conformando un puzle magnífico e intenso en un relato dividió en cinco piezas, en cinco formas de mirar, acercarse, recuperar y recordar el universo Morrisey, un mundo que fue creado para romper las normas de lo establecido, a crear obras que relatasen unos submundos que el cine convencional ocultaba, creando películas con carácter, libres y alejadas de convencionalismos y prejuicios, y manifestando su brutal rechazo a una sociedad de consumo vacía, estúpida y a la deriva. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Joker, de Todd Phillips

EL HOMBRE QUE RÍE.

“No hay persona más triste que el hombre que ríe demasiado”

Jean-Paul

La película arranca de forma magistral y contundente, con una cámara que avanza por el interior de un pasillo hasta llegar a un camerino compartido. De espaldas, sin camisa, extremadamente flaco, vemos el rostro de Arthur Fleck reflejado en el espejo. Su rostro impertérrito y apagado se mira fijamente, observándose detenidamente, con sus manos se dibuja en la cara una mueca de tristeza, y a continuación, una sonrisa, como hiciesen Lillian Gish en Broken Blossoms o Buster Keaton en Steamboat Bill, Jr. Una sonrisa interpretada, fingida, falsa. Una sonrisa, al fin y al cabo, de alguien que nunca sonríe. Arthur Fleck tiene una psicopatía que le provoca una risa incontrolable, es alguien invisible e ignorado por la sociedad, alguien que vive con su madre enferma, alguien que quiere ser cómico, que quiere hacer la vida agradable a los demás, aunque no lo consigue por mucho que se esfuerce. Un personaje que nació en 1940 de la mano de Bill Finger, Bob Kane y Jerry Robinson para el cómic de Batman en DC comics, convirtiéndose en el criminal más famoso y querido por los lectores de Gotham City. A lo largo de sus casi 80 años ha sufrido muchos cambios, tanto en su aspecto físico como psíquico, y se ha visto en más de 250 producciones bajo distintas apariencias.

Muchos recordamos la apariencia de Jack Nicholson como Joker en el Batman de 1989 dirigido por Tim Burton, aunque en muchos instantes era un ser despreciable y terrorífico, en otros, casaba dentro del tono comercial y caricaturesco de la película, en el que parecía un personaje demasiado anclado al cómic del que venía. Antes, en televisión, en la mítica serie de Batman de los 60, César Romero interpretó por primera vez a Joker, un tipo que ya vestía los trajes púrpuras y se maquilla excéntricamente. Un Joker, al igual que el de Nicholson, del que se nutre bastante el que interpreta Joaquin Phoenix, aunque hay que añadir que ese tono oscuro y realista del personaje sea uno de los elementos que más nos seducen de esta nueva incursión en tan mítico personaje. El director Todd Phillips (Brooklyn, New York, EE.UU.,  1970) había destacado en comedias más o menos inteligentes, como la trilogía de Resacón en Las Vegas, o cintas como Escuela de pringaos, la versión cinematográfica kitsch de Starsky & Hutch, la película o Juego de armas, entre otras, muy alejadas en tono y forma de la típica comedieta hollywodiense para reventar taquillas de aspecto juvenil y superficial.

Con Joker, el trabajo de Phillips entra en otra liga, consiguiendo una de las mejores películas de personajes de cómics, si bien el personaje de Batman y todo su universo ya se enmarcaba en ese ambiente oscuro y terrorífico de las clásicas películas de monstruos de los treinta de la Universal, con el permiso de otros monumentos como el Batman Returns, de Tim Burton, con ese aspecto de expresionismo alemán y crudeza que perseguía toda la película, donde aparecían una Catwoman especial en la piel de una exultante Michelle Pfeiffer, y el Pingüino protagonizado por un inconmensurable Danny DeVito, un presencia brutal y oscura en la que el Joker, de Phillips se reflejaría y bebería bastante. Phillips sitúa su película en un Gotham muy parecido a aquel Nueva York de finales de los 70 y principios de los 80, con esos carteles de películas eróticas, con una crisis económica de caballo y mucha suciedad y delincuencia por las calles, en una atmósfera opresiva y muy oscura, siguiendo a un tipo como Arthur Fleck, alguien solitario, que es vapuleado y defenestrado por todos y todo, que se mueve como un espectro, rechazado por su enfermedad mental, que aún lo invisibiliza aún más si cabe, alguien sin suerte, que no ha conocido a su padre y vive engañado por su identidad, carne de cañón para el olvido, la calle y el delito, por una sociedad que ignora a los enfermos mentales.

Arthur Fleck/Joker es un perdedor en toda regla, que no estaría muy lejos de la atmósfera violenta y oscura que recorría mucho del cine estadounidense de los setenta, donde pululaban gentes como los Sonny Wortzik que interpretaba Al Pacino en Tarde de perros, de Lumet, o el Travis Bickle que hacía Robert De Niro en Taxi Driver, de Scorsese, a los que habría que sumar el último personaje interpretado por Joaquin Phoenix, el Joe de En realidad, nunca estuviste aquí, todos ellos fieles reflejos de ese Joker que anda solitario, hastiado de una sociedad corrupta, deshumanizada y violenta que nada tiene que ofrecer a personas diferentes, inadaptadas y tremendamente críticas con su entorno. Arthur Fleck se esfuerza en ser alguien normal, uno más, pero el estigma que supone para el resto su enfermedad mental lo convierte en alguien sin ayudas y abandonado, como hará el estado con su terapia por recortes de fondos, una idea que ya plasmaba Paul Leni en El hombre que ríe, en 1928, basándose en una novela de Vítor Hugo, fuente de inspiración para el personaje de Joker,  donde Gwynplaine que hacía el actor Conrad Veidt, se veía estigmatizado y castigado por tener una cicatriz provocada que le dibujaba una sonrisa en el rostro convirtiéndolo en un ser señalado y machacado por esa deformación.

Phillips construye una película social, valiente, política, durísima, violenta y necesaria para contarnos la existencia de todos esos seres invisibles y fantasmales que pululan diariamente por las ciudades, ocultos de todas esas miradas intransigentes, cínicas y crueles que desprecian lo diferente, aquellos que no encajan en esa normalidad impuesta por los poderes, contribuyendo a encender una mecha de consecuencias imprevisibles como en el caso de Arthur Fleck, alguien que quizás con un poco de cariño, amor y respeto, y alguna que otra palabra amable, no le llevaría a ese pozo oscuro de soledad y miedo que provoca esa furia descontrolada que saca a la luz después de tanto tiempo de hostigamiento y golpes. La enigmática, oscura, velada y expresionista luz obra de Lawrence Sher, habitual de Phillips, o el sobrio y reposado montaje de Jeff Groth, otro habitual en el cine del director, juntamente a  esa banda sonora que rescata temas que mucho tienen que ver con esa alma enferma y solitaria de Joker, en el que nos encontramos grandes temas como That’s Life de Sinatra, el Smile  de Jimmy Durante, el White Room de los Cream, entre otros, o la excelente banda sonora atmosférica y bestial, con ese sonido afilado y de lija de chelo, obra de la islandesa Hildur Gudnadóttir, habitual de Villeneuve.

Joaquin Phoenix en la piel de Joker vuelve a deleitarnos en un personaje de una fuerza abrumadora, creíble y con una naturalidad asombrosa, ya desde su forma de caminar, en que el actor es todo un maestro en ese aspecto, y del gesto, con ese cuerpo delgadísimo, desgarrado y espectral, llevándonos por ese submundo al que pertenece, del que lucha encarnizadamente por salir pero no encuentra la salida, con esa idea inocente de convertirse en un cómico e ir al programa televisivo de moda como soñaba Rupert Pupkin, el tipo de ropa excéntrica y bigotito ridículo, que también vivía con su madre y contaba chistes malos, que hacía Robert De Niro en El rey de la comedia, de Scorsese, película que se homenajea en Joker con el mismo De Niro heredando el personaje de Jerry Lewis, el maestro de ceremonias del citado programa televisivo. Phillips retrata la crónica de los hechos que llevan a cómo alguien invisible e ignorado por la sociedad se convierte en un estandarte para esa parte de la sociedad, la gran mayoría, que se siente despreciada y olvidada por los poderes económicos.

Joker, con ese traje púrpura, su maquillaje que le sirve para enmascarar y ocultar esa alma herida que le persigue desde su infancia, una forma de ser otro, muy diferente a quién es, alguien capaz de despertar de esa pesadilla que es su vida, alguien que emergerá de lo oculto y se convierte en una especie de líder para los más desfavorecidos, los pisoteados y los invisibles, despertándolos y teniendo un motivo para seguir en la lucha diaria, levantándose y protestando contra esos tipejos de traje como Thomas Wayne, fantástico guiño al padre de Bruce Wayne, que se convertirá en Batman, como ese momento extraordinario cuando la clase dirigente de Gotham se ríe a carcajadas viendo Tiempos Modernos, de Chaplin, una alegoría del mundo en el que vivimos, una película que critica ferozmente feroz al capitalismo y a todos esos hombres déspotas y malvados que empobrecen y ensucian la sociedad. Fleck fantasea con una vida que jamás tendrá, como una relación con su vecina negra como ocurría en El rey de la comedia, o ser uno más con sus compañeros de trabajo, pero le resulta imposible, porque el mundo que le ha tocado vivir hace mucho tiempo que dejó de ser humano y feliz, porque ahora se ha convertido en un mundo lleno de consumidores, individualistas, tristes y solitarios que andan como pollos sin cabeza huyendo de no sabe qué y corriendo hacia no se sabe donde. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Madre, de Rodrigo Sorogoyen

EL ALMA HERIDA.

Desde que comenzaron a trabajar juntos allá por el año 2008 en la serie Impares, Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) e Isabel Peña (Zaragoza, 1983) se han convertidos en inseparables, profesionalmente hablando, salvo en alguna excepción. Una colaboración fiel e intensa, en la que han visto la luz un par de series y tres películas dirigidas por Sorogoyen, entre las que destacan Stockholm (2013) Que Dios nos perdone (2016) El Reino (2018) y Madre (2019). Si algo caracteriza al trabajo del director y Peña es la carga dramática de sus historias, envueltas en el thriller más cercano e íntimo, en el que sus personajes siempre penden de un hilo muy fino, al borde del abismo, en una carrera contrarreloj en el que harán lo imposible para salvar su cuello, en una especie de espiral kafkiana sin fin, envueltos en una aparente calma que se irá convirtiendo en pesadilla y en un estado emocionalmente tenso en el que deberán enfrentar su pasado, a través de ese presente oscuro y complejo con el que tienen que lidiar. En Madre recuperan el personaje de Elena, aquella mujer desesperada que recibía la llamada de auxilio de su hijo de seis años, acosado en una playa del sur de Francia, que era la trama angustiosa del cortometraje filmado en el 2017, que ahora se convierte en los primeros diecinueve minutos de la película.

Sorogoyen y Peña no se quedan en los días de después de la tragedia de la muerte del niño, sino que avanzan en el relato diez años después, con una Elena regentando un bar de temporada en la misma playa donde desapareció su hijo. Elena tiene una relación con Joseba, un pilar para su reconstrucción emocional durante este período, y la cotidianidad parece encaminada a una vida mejor y tranquila de Elena. Pero, todo eso empieza a torcerse cuando Elena se tropieza con Jean, un adolescente francés que le recuerda mucho a su hijo. Casi sin quererlo, sin pensarlo, entre Elena y Jean nace una relación de amistad que se irá revolviendo en una íntima relación maternal. A partir de la mirada, el gesto y el movimiento de una magnífica Marta Nieto, en su mejor papel hasta la fecha, llenando la pantalla con esa mirada triste y esperanzadora, enjuta y afilada, que se desplaza por su trabajo, su casa y la playa de manera espectral, arrastrando ese dolor que le ha consumido, convirtiéndola en una especie de fantasma que ha encontrado algo de paz sin todavía ser ni mucho menos plena. El encuentro con Jean la desestabiliza y la somete a una espiral emocional en cadena, viéndose aprisionada a esa extraña luz que la ha abierto en canal, desbordando sus emociones y llevándola hacia algo extraño y complejo.

El relato  camina en libertad y alejado de los cánones de género, yendo a un lugar y a otro con total naturalidad, sin cortapisas, caminando con ímpetu y solidez, desde el drama más íntimo y sencillo nos encaminamos a un marco muy diferente, más próximo al thriller psicológico y muy oscuro, casi de terror, mezclándolos y fusionándolos según el momento, sin cambiar el aspecto de la película, que mantiene ese tono sombrío, con esa luz decadente y velada que recorre cada espacio de la película, en que las secuencias nocturnas, donde los personajes se convierten casi en meras sombras en las que apenas los vislumbramos moverse como si fuesen resquicios de luz, firmada por Álex de Pablo, cinematógrafo de todas las películas de Sorogoyen, misma sensación ocurre con la forma, plagada de planos medios y generales desde la perspectiva del personaje de Elena, con esos planos secuencia donde el movimiento se torna suave como en suspensión, o la belleza y melancólica música del músico francés Olivier Arson, con Sorogoyen desde Que Dios nos perdone, combatiendo con sensibilidad y dureza toda ese torrente emocional por el que atraviesa Elena.

Sorogoyen nos sitúa en ese verano, que enfila su final de temporada, con los primeros aires y temperaturas que van avecinando ese otoño impaciente, capturando el espacio y las emociones siempre desde la mirada triste y ajada de Elena, en este viaje del dolor al amor, protagonizado por una mujer que ha empezado a ver su luz, esa que lleva diez años buscando con la ayuda de Joseba, pero que la aparición de Jean, convertido en ese hijo que perdió, o en alguien que pudiera ser su hijo, no en la realidad, pero sí en su realidad, en su existencia, devolviendo a Elena a ese camino oscuro y terrorífico, donde el dolor y la culpa cada día se alimentan de miedo y desesperanza, donde las cosas obedecen a un tiempo quieto, estático, sin tiempo, en que las emociones la devuelven a ese fatídico día, a esa pérdida irreparable, a esa playa que ahora se encuentra cada día, a ese lugar donde siempre dejará algo de ella, algo de lo que imaginó, algo que ya no podrá ser. A través de una extraordinaria sutileza y belleza plástica, la película aborda el conflicto doloroso que arrastra Elena, bien acompañado por el joven Jules Porier y un sobrio Alex Brendemühl, sin nunca caer en subrayados inútiles ni en sentimentalismos.

La película se desarrolla con ritmo reposado pero sin caer en el tedio,  consiguiendo atraparnos de forma elegante y natural en lo que va sucediendo en la película, con esos instantes extraños y tensos que recoge la película, que en cierta manera recuerdan al cine de Haneke, en que la trama se va tornando muy gris y oscura, y los personajes se sienten cada vez más perdidos y a la deriva, emocionalmente hablando, y en su fisicidad, envolviéndonos en una madeja extenuante de bandazos emocionales, que no atienden a razones, donde el amor va abriéndose paso de manera inquietante, en el que los personajes se verán sometidos en encrucijadas emocionales de primer órdago, expuestos a todo aquello que sienten, a toda esa felicidad inalcanzable, a todo ese miedo que atrapa, agota y deja a cualquiera sin fuerzas para seguir, para respirar, para responder, porque el pasado y el dolor que lo atraviesa, se empeña en  continuar en nuestras vidas, en desestabilizarnos, en devolvernos a aquello que tanto duele, a rompernos el alma cada día, y es en esos instantes donde la película vibra con más fuerza, donde los personajes se sienten más vulnerables, sobrepasados por las situaciones y expuestos a sus instintos y pasiones más bajas y ocultas, donde la vida corre por todos los lados como si fuese un tsunami torrencial del que nada quedará sin decir, y sobre todo, nadie podrá escapar por mucho que lo desee. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Bruna Cusí, Macià Florit y Elisabet Casanovas

Entrevista a Bruna Cusí, Macià Florit y Elisabet Casanovas, intérpretes de la película “Ardara”, de Raimon Fransoy y Xavier Puig, en el Soho House en Barcelona, el lunes 18 de noviembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Bruna Cusí, Macià Florit y Elisabet Casanovas, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

L’ALTERNATIVA 26: REENCUENTRO CON EL CINE.

El pasado domingo 17 de noviembre finalizaron las proyecciones y actividades de la edición número 26 de l’Alternativa, después de la celebración el pasado año de su edición número 25. L’Alternativa es un certamen plenamente consolidado en el panorama cinematográfico de la ciudad que, sigue manteniéndose fiel a un estilo marcado por un cine diferente, alejado de la bienintencionada industria, y nacido en los márgenes, en la resistencia y la disidencia. Un cine alejado de un entramado cinematográfico, casi un coto cerrado, demasiado obsesionado en embellecerse y dar la espalda a la reflexión y el conocimiento del mundo en el que vivimos, alejándose de las realidades del ser humano y su tiempo. L’Alternativa propone cine resistente, cine furioso, cine complejo, cine guerrillero, cine abierto a todas las miradas inquietas y curiosas, lleno de energía. Un cine venido de diferentes lugares del mundo, heterogéneo en su esencia, rabiosamente contemporáneo y atemporal, cercano en su materia y su naturaleza Un cine que nos mira y propone nuevos caminos vistos desde infinidad de miradas diferentes, cine próximo e íntimo, un cine que nos acerca y nos transporta a universos imperceptibles e invisibles, mundos que buscan miradas críticas que los miren con atención y reposo. Unos trabajos muy necesarios que nos muestran realidades complejas, oscuras y tremendamente vivas, orgánicas y sinceras. Cine con espíritu dialoguista que huye de convencionalismos y sentimentalismos, construido en base a una identidad muy personal que lo hace muy reivindicativo, profundo y bello. Este año el  certamen cumple 26 ediciones, casi nada, 26 citas a favor de otro cine, de aquel que apenas tiene visibilidad, aquel que triunfa en festivales internacionales, el que grita sin que se lo oiga, en que un festival tan necesario como este le ofrece ventanas para mostrarse y compartir. Un cine que sorprende y deja huella, 26 citas que iluminan el otoño de la ciudad, que alumbran con cine los primeros fríos y lluvias.

El lunes 11, a media tarde, como suele ser habitual, arrancó la nueva edición con la película de inauguración, que en este caso se desmarcaron con una película para ofrecernos algo diferente, la propuesta ANDREI RUBLEV, una paniconografia (versión radiofónica), de Societat Doctor Alonso. La performance no dejó a nadie indiferente, todo el mundo se levantó diferente y especial, porque la propuesta era aguerrida y sorprendente, en el que a partir de la película de Tarkovski, en la que retrataba el viaje del pintor de iconos de la Rusia medieval para colorear los frescos de la catedral del Kremlin, de la que veremos imágenes fragmentadas y proyectadas en distintos lugares como tablets, pantallas y paredes, con su sonido en versión original, y mediante un sonido envolvente y fascinante, acompañado de una escenografía particular e íntima, nos hacen un recorrido sobre el arte, a través de sus diferentes realidades y formatos, donde la realidad muta, se muestra diferente y compleja. El martes 12 arrancaban las programaciones de películas de las diferentes secciones, así como sus talleres, seminarios y las actividades de profesionales. Mi segunda cita fue con LAS LETRAS DE JORDI, de Maider Fernández Iriarte. La directora una vieja conocida del festival por sus primeros cortometrajes, vuelve con su primer largo en la que aborda la palabra como medio de comunicación y sobre todo, la comunicación y el diálogo como herramienta fundamental para entenderse y compartir, a través de Jordi, que tiene parálisis cerebral, y las conversaciones que mantiene con la directora a través de un abecedario escrito en una cuartilla. Seguimos esta crónica diaria en la que descubrimos un ser humano con una gran comunicación y sentido del humor, en la vicisitud de dejar la vivienda con sus padres e ingresar en una residencia. La directora donostiarra crea un espacio sensible e íntimo donde captura la verdad y la humanidad de alguien discapacitado que da lecciones de vida y muestra su inmensa capacidad emocional, en una película bellísima, necesaria y sincera.

ERDE, de Nikolaus Geyrhalter. El director austriaco filma una película bestial y necesaria para contarnos de forma pausada e incisiva las acciones del ser humano en remover las tierras y construir túneles y subterráneos en una codicia sin fondo en dominar la tierra para conseguir crecer y crecer y capturar los minerales preciados como el cobre. Geyrhalter lo hace de una forma innovadora, porque mezcla los trabajos mediante máquinas y tecnología de última generación con los diferentes testimonios de los trabajadores que en muchos casos son conscientes del daño al planeta con su trabajo y en otros, los pocos, se consideran unos privilegiados y disfrutan de su trabajo. La película nos muestra diferentes países y lugares, interviniendo lo mínimo y capturando todo ese sin sentido en que se ha convertido el trabajo y nos habla con sinceridad de las terribles consecuencias para el medio ambiente. CAMPO, de Tiago Hespanha. Trabajo surgido del Máster de Documental de creación de la UPF, el director portugués nos sitúa en las afueras de Lisboa en el campo de tiro más grande de Europa, en el que a partir de una forma y narrativa reposado y contemplativa, nos va mostrando las diferentes realidades que en ese espacio magnético y bello conviven, como las maniobras militares con sus quehaceres cotidianos, aficionados a la astronomía que reflexionan sobre el espacio y sus estrellas, y demás moradores de un lugar que en ocasiones parece fuera de este planeta, como suspendido en el cielo, donde las cosas más mundanas y complejas se dan la mano de forma natural, donde el día y la noche parecen obedecer a un tiempo sin tiempo, a un lugar con memoria, que alberga todas las contradicciones humanas.

ZUMIRIKI, de Oskar Alegria. El director navarro ya estuvo en L’Alternativa con su primer largo La casa de Emak Bakia (2012). Ahora vuelve a deleitarnos con un trabajo inmenso y especial, lleno de sabiduría y esplendor cinematográficos, con un dispositivo sencillo y muy profundo, en que Alegria se marcha cuatro meses del verano de 2018 a reencontrarse con su memoria, al lugar donde siendo niño pasaba los veranos con su familia, frente al río y la pequeña isla, ahora sumergida por la construcción de una presa, pero todavía visibles las ramas de los árboles que se erigían en la isla. Como si fuese un Robinson Crusoe diferente, más cercano a Viernes, el director pamplonés nos seduce con sensibilidad y magnetismo en una película sobre el tiempo, la naturaleza, los animales, el conocimiento, la búsqueda personal y los recuerdos que están presentes aunque sean a través de unas pocas ramas. De la sesión de Cortos que vi el viernes 15, me detengo en PADRE NO NUESTRO, de María Cañas. La archivera de Sevilla vuelve al festival que en 2014 se le dedicó una retrospectiva dando buena cuenta de la presencia de los robots en nuestras vidas en consonancia con la transformación de las relaciones afectivas en tiempos de apps y demás. Como es habitual en su cine, Cañas muestra un sentido del humor desbordante en un mosaico infinito de imágenes que dialogan, disputan y reflexionan entre ellas, de toda índole capturadas de Youtube, esa nueva caja de pandora donde se publican los interminables deseos, frustraciones y desesperanzas de una sociedad vacía, caótica y sin rumbo. Otro de los trabajos de la sesión fue BUBOTA, de Carlota Bujosa. El primer trabajo de la mallorquina se adentra en la memoria y la construcción de la identidad, a través de un recorrido heterogéneo y sincero por su archivo familiar, en un viaje a su intimidad y a su familia, redescubriendo unas imágenes que a la vez son cercanas y lejanas, en una manera de recuperar la memoria y su propia identidad de sus dos padres, ahora convertidos en meras figuras, sombras y fantasmas que pululan por esas imágenes y encuentran su sentido en esas ausencias que conviven en el presente de la directora. DE UNA ISLA, de José Luis Guerín. Hace cuatro años La academia de las musas, el anterior trabajo de Guerin, cerró L’Alternativa. Ahora vuelve al certamen con una película bellísima y enigmática en la que hace un recorrido con una imagen cautivadora en 16 mm y en blanco y negro, en el que a través de intertítulos nos va explicando los orígenes y el presente de la isla de Lanzarote, filmando de forma poética y maravillosa toda su naturaleza, en un trabajo sencillo, sincero y magistral, donde Guerin vuelve a deleitarnos con su inmensa capacidad para ver lo oculto y ocultar aquello que no hace falta mostrar.

SWARM SEASON, de Sarah J. Christman. La directora estadounidense regresa al festival con una película de corte ecológico y fascinante en que nos sitúa en Hawaii en las proximidades del volcán Mauna Kea, donde conoceremos a una madre y su hija que cuidan con detalle y mimo a sus abejas, mientras el padre protesta por la construcción de un gran telescopio en la montaña, y más allá, seguimos los experimentos de unos científicos con la idea de viajar a Marte. Todo ese microcosmos, lleno de contradicciones, donde los autóctonos luchan por preservar su modo de vida en consonancia con la naturaleza en pos a ese progreso que antepone el ser humano a la vida y los animales, nos lo cuenta Christman de un modo sencillo, íntimo y existencialista, capturando al detalle toda el esplendor de las abejas y la naturaleza, y todo aquello que parece olvidarse de lo que somos y hacia dónde vamos. DE NUEVO OTRA VEZ, de Romina Paula. La actriz, escritora y directora teatral argentina se funde en un retrato sincero e íntimo, entre el documento y la ficción, en una vuelta a sus orígenes para hablarnos de la feminidad, la maternidad, crecer emocionalmente y la búsqueda de uno mismo, en una película sencilla y honesta donde vuelve al hogar familiar junto a su madre y su hijo pequeño, intentando poner en orden su vida y su tiempo, en una catarsis emocional donde se mezclan las relaciones afectivas de hoy en día, la amistad, las dificultades para encontrar trabajo y sentirse bien contigo mismo, en una cinta que huye de convencionalismos y constantemente se está haciendo preguntas e interpelando a los espectadores, a partir de un tono ligero y tranquilo, acercándose de forma natural a las grandes cuestiones de la existencia, a través de una profunda reflexión sobre la vida y las emociones. EL CUARTO REINO, de Adán Aliaga y Àlex Lora. https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2019/11/23/el-cuarto-reino-de-adan-aliaga-y-alex-lora/. https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2019/11/24/entrevista-a-adan-aliaga/

BAIT, de Mark Jenkin. El cineasta británico nos sitúa en Cornualla, un pequeño pueblo de pescadores inglés, donde a partir de la rivalidad de dos hermanos con distinta suerte, nos habla de tiempo, memoria, tensiones y conflictos emocionales, amor, amistad, choque de clases entre aquellos que se niegan al cambio de las cosas, y a los otros, que invaden ese espacio ancestral con su turismo y sus necesidades tan diferentes. Todo contado de forma brutal e íntima con un brutal 16 mm en blanco y negro, cercano al estilo de los primeros filmes de Loach, Leigh o Frears, en el que podamos contar su grano, que casa con naturalidad con esa dureza y violencia física y emocional que recorre toda la película, con ese tono de ilusiones rotas y deseperanza. LE MER DU MILIEU, de Jean-Marc Chapoulie. El artista y director de cine francés, que ha trabajado en la serie Cinéma, de notre temps, nos propone una película innovadora y muy sorprendente, porque rescata todas esas imágenes del circuito cerrado de los hoteles encaradas al mar mediterráneo, a partir de la correspondencia que mantiene con la escritora Nathalie Quintane, destinada a Siria durante la guerra, nos va explicando la memoria y el presente de un mar que simboliza las contradicciones y la miseria de nuestro tiempo, bien complementado con los humorísticos diálogos que mantiene el director junto a su hijo adolescente, en un retrato íntimo y profundo sobre los males de nuestro tiempo a partir de las diferencias entre capitalismo y vida.

Hasta aquí mi camino por L’Alternativa 26, que ha ofrecido una gran programación en esta edición, como suele ser habitual, con un nivel altísimo de gran cine, de ese cine reflexivo, auténtico, sincero, duro, inquieto y sobre todo, cine imperdible y sensible, lleno de retratos de personas de toda condición y lugar, dejando el listón muy alto para la próxima edición, que desde este momento esperamos con expectación, y nos vamos muy contentos por haber vivido la experiencia de esta, porque L’Alternativa sigue más enérgica, más audaz, y provocadora que nunca, manteniéndose firme en sus principios y, caracterizándose como un festival fiel a su idiosincrasia, ofreciendo un cine que gustará más o menos, pero que sigue fiel a su espíritu contestatario, complejo y sumamente radical tanto en su forma como en su contenido. GRACIAS POR TODO A AQUELLOS QUE HAN HECHO POSIBLE L’ALTERNATIVA 26, muchísimas felicidades por el cumpleaños, y nos vemos el año que viene…

Entrevista a Andrés Wood

Entrevista a Andrés Wood, director de la película “Araña”, en el Soho House en Barcelona, el lunes 18 de noviembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Andrés Wood, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Violeta Medina de Comunicación, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Entrevista a Adán Aliaga

Entrevista a Adán Aliaga, director de la película “El Cuarto Reino”, en el Soho House en Barcelona, el martes 19 de noviembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Adán Aliaga, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Eva Herrero de Madavenue, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Araña, de Andrés Wood

AYER, HOY Y SIEMPRE.

“Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo que se condena si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica. Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo”

Bertolt Brecht

Después de una puesta de largo como Historias del fútbol (1997) en que Mario Benedetti era uno de sus guionistas y un par de series más, el nombre de Andrés Wood (Santiago de Chile, 1965) empezó a sonar con fuerza en el panorama internacional con La fiebre del loco (2001) donde relataba la codicia y locura, parecida a la del oro, que se desataba con “El Loco”, un molusco muy preciado. Con Machuca (2004) contaba la historia de un par de niños de distinta clase social en el convulso Chile de 1973. En La buena vida (2008) se centraba en la vorágine urbana actual a través de cuatro personajes en busca de realizar su sueño. En Violeta se va a los cielos (2011) reconstruye de forma apasionada y compleja la vida de la cantante Violeta Parra.

Wood después de unos años dedicados al medio televisivo, vuelve a la gran pantalla con un relato de reminiscencias históricas, mirando al pasado de su país en una película compleja y durísima como Araña, en un guión que firman el propio director y Guillermo Calderón, guionista de Pablo Larraín en El Club y Neruda, que ya habían colaborado en el libreto de Violeta se va los cielos, con el asesoramiento de Eliseo Altunaga, un colaborador de Wood en el pasado. La película nos sitúa en dos tiempos diferentes pero desgraciadamente muy parecidos. Por un lado, el Chile de principios de los setenta en el seno de “Patria y Libertad”, un grupo de extrema derecha violento y asesino que dinamitaba el gobierno de Allende, en el que conoceremos a tres de sus jóvenes intrigantes, Inés, atractiva y peligrosa, su marido Justo, pusilánime y segundón, y Gerardo, antiguo militar y apasionado por la causa, que mantiene una relación apasionada en secreto con Inés. Y por el otro lado, el Chile actual, donde veremos que ha sido de la vida de esta terna fascista de aquellos años, donde Inés se ha convertido en una profesional reputada, que sigue casada con Justo, un pobre diablo alcohólico y neurótico, y Gerardo, al que han perdido la pista, pero que volverá a sus vidas, ya que sigue empeñado en resucitar la causa y seguir instaurando un mundo de violencia y terror.

Wood, con la maestría que nos tiene acostumbrados, va de un tiempo a otro con una naturalidad y una precisión extraordinarias, a través de un montaje enérgico y magnífico obra de Andrea Chignoli, una cómplice del cine del director chileno, y su penetrante y sobria luz obra de otro de sus cómplices más queridos, veinte de trabajo juntos, el cinematógrafo Miguel Ioann Littín Menz. El universo de Wood marco un ritmo bestial en sus narraciones, yendo de un espacio a otro y de un punto de vista a otro con una precisión maravillosa, encajando las diferentes piezas de manera excelente y deteniéndose en esos detalles que hacen de la película contado un inmenso puzle donde sus piezas que a priori parecen inconexas encontrando su perfecto encaje de manera sencilla, sobria y natural para los espectadores. El realizador chileno mira a su país y su historia de manera compleja y sincera, narrándonos los claroscuros y los secretos que se ocultan en la historia, desenterrando todo aquello que tiene una relevancia en la actualidad, como si el tiempo solo fuese un marco donde los conflictos solo se mutan y cambian de forma y apariencia.

Araña tiene ese aroma de thriller político de primera altura, donde consigue retrotraernos al cine de Costa Gavras, en su calculada precisión, complejidad y escenificación, situándonos a los espectadores en el abismo constantemente, interpelándonos de todas las maneras posibles para que seamos unos testigos activos y sobre todo, conozcamos la historia para entender de manera clara la actualidad que nos rodea. Otro de los elementos que destaca en el cine de Wood son sus repartos, concisos y extraordinarios, consiguiendo eso que es tan difícil en el cine como filmar a personas y no a personajes, donde el director chileno aprueba con grandísima nota, intérpretes que combinan unos gestos medidos y unas miradas penetrantes,  en un elenco encabezado por Mercedes Morán haciendo de Inés adulta, y María Valverde en los setenta, como ocurre con Gerardo, en la actualidad lo hace Marcelo Alonso, visto en El club o Princesita, y Pedro Fontaine en los setenta, y el personaje de Justo, ahora en la piel de Felipe Armas, y en los setenta Gabriel Urzúa.

Wood encaja su relato en esos 105 minutos de vaivenes históricos y emocionales, con sus necesarias e inquietantes pausas, con esas estupendas secuencias donde el hijo de Inés y Justo se muestra acusador ante el pasado violento de sus padres, en el que Wood destaca esa generación que se ha aprovechado de innumerables privilegios gracias a ese paso oscuro de sus padres. Wood con un pulso firme y apabullante nos cuenta una historia de radiante actualidad, donde se mezclan vida, política, sociedad, amor, amistad, lealtad, en la que conoceremos al detalle todas las argucias violentas y asesinas de un grupo que funcionaba para derrocar a Allende y seguir disfrutando de sus poderes económicos con la patria y la bandera como excusas. Wood vuelve a deleitarnos con una historia excelente y brutal con ecos del pasado y de ahora, que nos habla del paso del tiempo, del amor y las actitudes violentas de muchos que harán lo imposible para perpetrar sus privilegios económicos y sociales cueste lo que cueste y se lleven quién se lleve. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=”https://vimeo.com/371422881″>Trailer ARA&Ntilde;A. Dirigida por Andres Wood.</a> from <a href=”https://vimeo.com/aterafilms”>ATERA FILMS</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>