Entrevista a Joana Conill, directora de la película “La cigüeña de Burgos”, junto a la font Màgica de MontJuïc en Barcelona, el martes 14 de diciembre de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Joana Conill, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Ser uno mismo en un mundo que constantemente trata de que no lo seas, es el mayor de los logros”
Ralph Waldo Emerson
Para los que no la hayan visto o no la conozcan, Ninja a cuadros (2018), de Anders Matthesen (Copenhague, Dinamarca, 1975), y Thorbjorn Christoffersen (Faaborg, Dinamarca, 1978), es una excelente película de animación para adultos, convertida en todo un fenómeno en Dinamarca, en la que se nos cuenta la vida anodina y gris de Álex, que no soporta al imbécil de su padrastro y al glotón y sucio de su hermanastro Sean, y una madre adicta al mundo vegano. Además, en el colegio, sufre acoso por parte del matón de turno, y aún hay más, Jessica, la chica de la que está enamorado, no le hace ni puto caso. Pero, toda esa serie de conflictos, desaparecen con la irrupción de Taiko Nakamura, el espíritu de un ninja de hace cuatro siglos que posee un muñeco de trapo con traje a cuadros, de ahí el título, que viene con una misión especial. La vida de Álex dará un vuelco de 180 grados y conseguirán llevar ante la justicia a Phillip Eppermint, un empresario que esclaviza a niños en Tailandia.
Ahora, nos llega su secuela Ninja a cuadros 2 – Misión Tailandia, que sigue a Álex, que las cosas le van más o menos, porque Jessica, más mayor que ella, vuelve a pasar de él, más interesada en un chico mayor y malote, aunque en casa las cosas han mejorado algo, y la familia hace un viaje a Tailandia, instigado por Álex, que ha recibido nuevamente la visita del muñeco de trapo, ya que el susodicho Eppermint sale de la cárcel en Tailandia debido a unos chanchullos de su malévolo abogado. El objetivo esta vez es salvar a una niña, testigo clave para implicar a Eppermint. Matthesen y Christoffersen vuelven a dirigir la secuela, con ese ritmo frenético y a contrarreloj de los dos protagonistas, y siguen hablándonos de valores humanos como la identidad, de ser uno mismo, de las difíciles relaciones familiares y personales, de la confianza, de ayudar y dejarse ayudar, y sobre todo, la película es una profunda y sensible alegato sobre la amistad, con sus dimes y diretes, sabiendo gestionar las formas diferentes de pensar, sentir y hacer, y mirar al otro y hacer el esfuerzo de comprendernos, tanto a los demás como a uno mismo.
Matthessen que es toda una celebridad de la comedia stand-up en su país, tanto en vivo como en varios largometrajes, ya había trabajado como guionista en la película de animación Terkel en apuros (2004), donde codirigía Christoffersen, además de dirigir Sorte Kugler (2009). Por su parte el citado codirector, responsable de la cinematografía de la película que nos ocupa, se ha dedicado al cine de animación para adultos cosechando grandes títulos como el citado film, otras como Viaje a Saturno (2008), y Ronal Barbaren (2011). Títulos que no estarían muy lejos del espíritu de los Studio Ghibli, Pixar y Aardman, y la trilogía de Cómo entrenar a tu dragón, o series como Los Simpson, Beavis and Butt-head, South Park y Padre de familia, entre otras, donde la extraordinaria construcción de los personajes, los cercanos relatos, y la comedia irreverente es la tónica en todas ellas, con el humor negro, inteligente y disparatado para hablarnos de los problemas sociales, personales, económicos y culturales, donde hay sitio para criticarlo absolutamente todo: la política, la familia, el amor, y todos los temas y elementos de las sociedades modernas y capitalistas en las que vivimos.
Anders Matthesen escribe un guion con un ritmo excelente, donde hay cabida para tocar todos los temas, con esa madre obsesionada en la vida sana, ese padrastro estúpido y egoísta, ese hermanastro que solo come y molesta, ese malo que no quiere acabar con el mundo, porque es un malvado real y cercano, que explota a niños del país empobrecido bajo el amparo de las autoridades corruptas, quizás el personaje del tío marinero de oficio, vulgar, borrachín y campechano, se sale completamente de todo, y trata a su sobrino con una afabilidad y comprensión como si fuera un adulto. Kristian Haskjold firma el montaje, un grandísimo trabajo de composición y agitación que constantemente tiene la película, que maneja con brillantez las secuencias de acción, de persecuciones, peleas y demás, con otras donde todo se posa y conocemos en profundidad las relaciones de los diferentes personajes y sus posiciones morales y éticas, así como todo el interior que ocultan y tanto le cuesta al protagonista sacar.
Taiko convertido en muñeco de trapo es un guerrero que en ocasiones actúa con muchísima disciplina, olvidándose del otro, al igual que Álex, más pendiente en otros menesteres basados en agradar a los demás, dejando de ser quién es. Para el chaval, Taiko es como un hermano mayor, su relación es muy íntima, a veces discuten, a veces se quieren, pero lo más importante es que también saben mirarse, escuchar y escucharse y ante todo, se comprenden y van a una. Ninja a cuadros 2 – Misión Tailandia es una película magnífica, que no solo gustará a las personas amantes de la animación para adultos, sino que también, a todas a aquellas personas que les gusta ver cine de verdad, que hable de cosas cotidianas, y lo haga desde el respeto, la comprensión y la sensibilidad, porque la película muestra la vida, las relaciones, incluso a veces de forma cruda y triste, pero también, la vida lo es, y eso no la hace mejor ni peor, sino de verdad, de carne y hueso aunque se construya con animación, porque la existencia hay que experimentarla, lucharla, y sobre todo, vivirla, tanto sus cosas amables como las que duelen más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos de pie”
Emily Dickinson
El dictador egipcio Mubarak cayó en febrero del 2011 debido a las multitudinarias protestas del pueblo levantado ante tanta injusticia y pobreza. La protesta más fuerte fue la del 25 de enero, la Plaza Tahrir, la Plaza de la liberación, epicentro de la capital El Cairo, en la que unas 15.000 personas la abarrotaron. Esa es la imagen que se lanzó al mundo, el pueblo egipcio levantándose contra la tiranía de su gobierno. Aunque, ese día hubo otras historias en la plaza, en la que los hombres aprovecharon el tumulto para violar en grupo a muchas mujeres. A partir de esa imagen de horror, que contrasta profundamente con la imagen de protesta, la directora egipcia Samaher Alqadi, que creció en el campo de refugiados de Jalazon en la ocupada Cisjordania, una cineasta siempre interesada en los conflictos de oriente medio, y sobre todo, los problemas relacionados con las mujeres árabes, nos sumerge en una extraordinaria película de una grandísima fuerza, llena de tensión, capturando los acontecimientos invisibles contra las mujeres, y los años posteriores de continuas luchas contra el gobierno de los hermanos musulmanes que recogieron el relevo de Mubarak, y continuaron gobernando mal.
Alqadi lo cuenta todo desde la mirada femenina, filmando los testimonios de mujeres que reciben acoso constante, su propia experiencia y testimonio, y además, nos habla de la maternidad, de la suya propia y la de su madre, haciendo un gran recorrido histórico del sometimiento femenino en Egipto. Como yo quiera es una película que habla de un pasado reciente, pero su narración y contenido y su forma de capturarlo, parece una película rodada aquí y ahora, porque Alqadi nos conecta con la calle tomada por las mujeres, su lucha, habla con activistas, se enfrenta al acoso de los hombres y realiza una película que va mucho más allá de su tiempo, trazando una poderosísimo mensaje sobre todas las mujeres árabes y del resto del mundo que han sufrido acoso, las que continuamente deben reivindicar su condición de activismo y demás, y la lucha feminista para hacer de este mundo un lugar menos triste.
La directora egipcia construye una relato muy contundente, apasionante, político y liberador, lleno de esperanza, pero también lleno de obstáculos, tensiones y terrorífico, a través de un formidable montaje que firma Gladys Joujou, donde la intimidad de lo doméstico se confunde con lo público de la calle, como esos fantásticos encuadres desde su balcón donde vemos las disputas callejeras y la vida que va y viene por esa calle, bajamos a la guerra de la calle, con las luchas callejeras entre bandos enemigos, con la policía, las continuas manifestaciones y protestas de las mujeres, luchando por sus reivindicaciones, por sus derechos, para salir a la calle sin miedo, y sobre todo, por ser ellas mismas, con voz y voto en un país machista y conservador. Al igual que Alqadi, muchas otras mujeres cineastas han cogido la cámara y han mirada a las mujeres como Haifaa Al Mansour, Annemari Jacir, Meryem Benm’ Barek, Munia Meddour, Maryam Touzani, solo son algunas de las cineastas árabes que, a través del documentla o la ficción indistintamente, han mostrado un relato diferente al estatal, dando vida y reflejo a las mujeres árabes, las grandes olvidadas de estos países, mirándolas con detenimiento, explorando sus vidas, sus sentimientos, sus ilusiones y anhelos.
La directora Samaher Alqadi no solo ha hecho un documento sobre la realidad de las mujeres egipcias, sino que también se ha sumergido en la sociedad árabe patriarcal, en las formas de lucha política, en la libertad que será para todos y todas o no será, no solo en la lucha feminista, sino en la lucha de todos y para todos, donde la situación de sometimiento y opresión que sufre la mujer sea por siempre vencida, y la lucha sirva para que todos vivan bien, no solo los hombres. La película demuestra que hay mucho camino todavía por recorrer, pero que muchas mujeres árabes y egipcias, como describe la película, se hayan levantado y tomen las calles reivindicando sus derechos, sus vidas y sus libertades es muchísimo, y ya se ha empezado a caminar con paso firme, decidido y valiente, y esto, por mucho que hayan retrógrados y machistas del Medievo, ya no hay quién lo pare, tardará más y se enfrentará a muchas dificultades, pero seguirá hacia adelante, porque ya se han puesto de pie y se han lanzado a luchar, y eso hasta la fecha nunca había pasado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Luis López Carrasco, director de la película “El año del descubrimiento”, en el marco del programa “Dies Curts”, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el viernes 21 de mayo de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luis López Carrasco, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de Comunicación de Filmoteca de Catalunya, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
“Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.
Aldous Huxley
Desde su revelador título El año del descubrimiento, Luis López Carrasco (Murcia, 1981), destaca en su película la de abrir la caja de Pandora, revelar lo oculto, mostrar lo tapado, reflexionar sobre lo olvidado, rescatar una parte de la historia que ya nadie recuerda, que parece que no ocurrió, que no existió, que hay que recordar y sobre todo, volver a mirarla y entenderla, o al menos, no olvidarla. En 1992, cuando España, llena de satisfacción y esplendor, se preparaba para mostrarse al mundo a través de dos eventos como las Olimpiadas en Barcelona y la Expo Universal en Sevilla, dos acontecimientos que nos sacarían del ostracismo de años de franquismo, de un país pobre, aislado y acomplejado. Pero, también, en ese mismo año, en Cartagena, en el sudeste del país, sus ciudadanos vivían otra realidad muchísimo más sombría y oscura, ya que debido a la reconversión industrial del PSOE, como pago para entrar en la Unión Económica Europea, se estaba desmantelando la industria murciana, llevando al paro y a la ruina a miles de familias. Los trabajadores llevaban meses de luchas y manifestaciones, hasta que el 3 de febrero de ese año, unos cócteles molotov provocaron el incendio del parlamento murciano.
El director murciano, del que lo conocíamos por su participación en el colectivo Los Hijos, junto a Javier Fernández Vázquez y Natalia Marín Sancho, con títulos tan interesantes como Los materiales (2009), Circo (2010) y Árboles (2013), entre otros, su labor como productor para gente como Ion de Sosa o Velasco Broca, y sus títulos en solitario, El futuro (2013), revisión de aquel 1982, con la victoria del PSOE, a través de una fiesta de unos jóvenes mientras hablan y escuchan música. En Aliens (2017), repasaba la vida de la artista Tesa Arranz, a partir de material de archivo. El cineasta afincado en Madrid, mira el pasado a través del presente más inmediato, pero lo hace desde las formas y el tratamiento de entonces, en El futuro, usaba el súper 8 para trasladarnos a ese tono doméstico que podría tener una fiesta casera filmada por alguien, pero no lo hace solo como medio estético, sino para sumergirnos en ese trozo de tiempo que le interesa para provocar la reflexión, para rescatar ese espacio de tiempo que tanto tiene que ver con lo que vivimos ahora.
En El año del descubrimiento lo vuelve a hacer. Para hablarnos de aquel tiempo del 92, la cara oculta de la fiesta, aquella que hiela la sangre, López Carrasco se rodea de un dispositivo sencillo, pero tremendamente eficaz, en un bar de Cartagena, entre desayunos, (des) encuentros y aperitivos, convoca a jubilados que participaron en aquellas luchas obreras del 92, junto a jóvenes desempleados, y los entrevista por separado, o los filma mientras hablan, pero lo hace con la textura y el formato de video, tan popular en los años noventa, a través de primeros planos muy cerrados, y utilizando la doble pantalla, en la que mientras uno habla, vemos al otro/s en contraplano, con la cinematografía de Sara Gallego Grau. Con un guión que firman Raúl Liarte y el propio director, el relato arranca con el franquismo, los años del hambre y las terribles consecuencias de los padres de los que hablan, luego se adentra en el grueso de la historia, las movilizaciones del 92 en Cartagena, con los testigos de aquellos hechos, tanto de un lado, con los trabajadores, como del otro, un ex jefe de policía, para contarnos a través de los testimonios e imágenes de archivo, todo lo que se coció en aquellos tiempos de reivindicaciones laborales y todo lo que fue. Y finalmente, con la ayuda de unos jóvenes en el paro, se habla de la lucha obrera del 92, y la realidad de ahora, con los trabajos precarios, la falta de oportunidades, el sindicalismo y el no futuro que les depara.
Si tuviéramos que citar un referente de El año del descubrimiento podría ser otra obra capital en el documental político español como Informe general sobre unas cuestiones de interés para una proyección pública (1977), de Pere Portabella, que hablo con políticos para reflexionar sobre el franquismo y la transición, que tuvo una segunda parte en Informe General II – El nuevo rapto de Europa (2015), donde la crisis económica y el desmoronamiento de la sociedad del bienestar eran los ejes en cuestión. López Carrasco lo hace desde el contraplano, el de la gente cotidiana, el de los que se levantan diariamente para ir a trabajar, si los dejan y no les ponen obstáculos. Los hombres y mujeres anónimos que también cuentan la historia y que en raras ocasiones tiene la voz y el tiempo necesario para explicar esa parte de los acontecimientos más real y cruda. Son doscientos minutos de película, bien editados por Sergio Jiménez. Doscientos minutos en los que se habla de todo, de política, de trabajo, de lucha, de sindicatos, de gobernantes, de sociedad, de franquismo, de dónde venimos y hacia dónde vamos, de lo que fueron nuestros padres y lo que somos nosotros ahora, de un tiempo de la historia crucial en la historia de este país, con el final del franquismo, la transición, la victoria socialista del 82, el desmantelamiento de la industria en los noventa, las Olimpiadas y la Expo del 92, y el incendio del parlamento murciano, que quedó en el olvido, o simplemente, se hizo lo posible para olvidarlo, porque quizás los hechos que ocurren solo son verdad si alguien los cuenta y deja testimonio de lo ocurrido, porque si no son otros, con intereses políticos o económicos que cuentan la historia a su antojo, para que los ciudadanos que vendrán, los del futuro, la vean como los poderosos quieran.
López Carrasco no solo ha hecho una película magnífica y emocionante, que se erige como un poderosísimo retrato de aquel tiempo y este, de todo lo que se hizo y lo poco que se hace hoy en día, de una película que va más allá, que es todo un fresco histórico, social y político, contundente y maravilloso, por todo lo que cuenta y cómo lo hace, con ese tono accesible, sencillo, transparente y honesto para todos. El año del descubrimiento es la película que había que hacer, la que reflexiona y escucha y, sobre todo, rescata del olvido hechos que no deberían olvidarse, porque los verdaderos influencers de hoy en día, deberían ser aquellos hombres y mujeres que se enfrentaron al poder a fuerza de lucha y resistencia para proteger sus trabajos y su pan, que deberían convertirse en ejemplos a seguir para todos los que estamos ahora, para todos los que nos quedamos quietos, sin hacer nada, cuando nuevamente los poderosos siguen desmantelando nuestras vidas y llevándolas al abismo más oscuro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Sí, hará un hermoso día. El sol de la libertad calentará la tierra con más felicidad que la aristocracia de las estrellas. Nacerá una nueva generación engendrada entre abrazos libres, y no entre la servidumbre y el control eclesiástico. Así nacerán también pensamientos y sentimientos libres, que nosotros, esclavos natos, desconocemos. Cuánto nos costará imaginar lo terribles que eran la noche en que vivíamos y la lucha que librábamos contra odiosos espectros, policías estúpidos e hipócritas criminales”.
Heinrich Heine (citada en un fragmento de La salamandra, de Tanner)
En Avanti popolo (2012), de Michael Wharmann, se resituaba la relación del pasado político de los sesenta y setenta con la actualidad de nuestro tiempo, evidenciando la derrota de las ideologías en la sociedad de consumo. Nuestras derrotas, de Jean-Gabriel Périot, es un ejercicio que parte de la misma base, enmarcado en la relación entre el pasado político y reivindicativo, volviendo al cine del Mayo de 1968, y su resonancia en las mentes de un grupo de adolescentes estudiantes de bachillerato, de primer grado de cine del Instituto Romain Rolland de Ivry-sur-Seine, ubicado en el distrito XIII de París.
El cineasta Jean-Gabriel Périot (Bellac, Francia, 1974), lleva casi dos décadas dedicado al cine documental, experimental y ficción, en el que interroga a través de un exhaustivo y preciso montaje para bucear en la historia y la violencia a partir de archivos fílmicos y fotográficos. Ahí están sus extraordinarios filmes como Una juventud alemana (2015), en la que escarbaba en el fenómeno de la lucha política y social de los años sesenta a través de la facción del Ejército Rojo en Alemania, o en Lumières d’eté (2016), en la que a través de un cineasta de ficción, investigaba las consecuencias de la bomba de Hiroshima en Japón. En Nuestras derrotas convoca un dispositivo muy novedoso y acertadísimo, en el que plantea a sus alumnos la reconstrucción de fragmentos de películas políticas de Mayo del 68, unos delante y otros, detrás de la cámara, en las que encontramos la citada La salamandra, La Chinoise, de Godard, Camarades, de Marin Karmitz, À bientôt, j’espère, del gran Chris Marker (el cineasta ensayística por excelencia, que más ha investigado el archivo y sus circunstancias históricas, sociales, políticas y culturales), y Mario Marret, una película del Grupo Medvedkine, y otras piezas sobre protestas, huelgas y reivindicaciones laborales. Remakes filmados en blanco y negro, en la que se han recogido contundentes mensajes políticos.
A partir de las filmaciones, Périot entrevista a los alumnos sobre lo que acabamos de ver, preguntándoles acerca de las imágenes que acaban de protagonizar. La seguridad y la contundencia que denotan en las secuencias, pasa a un desconocimiento absoluto sobre los términos que acaban de defender con claridad en la escena, respondiendo con esa inocencia y espontaneidad que los caracteriza y muy propia de su edad. El cineasta francés repite las secuencias con otros alumnos, y en las entrevistas sigue indagando en la realidad actual de los discursos cincuenta años después, en mundo deshumanizado y capitalista, en que lo colectivo ha dejado paso a una individualización exacerbada de la vida social de las personas. A medida que avanza la película, vamos observando la evolución de las diferentes respuestas y reflexiones de los alumnos, en un proceso que alcanzó los seis meses de duración, en el que va despertando su conciencia social y política, no en un sentido profundo pero si concienciador, en qué términos como solidaridad y fraternidad alcanzan un poso más real e íntimo, y más aún, cuando son testigos de un hecho capital para ese cambio interior, ya que en su colegio unos chavales son duramente castigados por una pintada reivindicativa.
Périot utiliza la materia sensible y humana del cine para ir más allá, sumergiéndonos en un marco, no ya solo de investigación de las imágenes de las películas en litigio, sino de la capacidad del cine como herramienta esencial para el pensamiento, las ideas y al reflexión, a través de estudiantes de bachillerato enfrascados en sus vidas e historias, en su intento maravilloso en despertarles su conciencia política a través de sus sentimientos y sus formas de ser y sobre todo, expresarse, experimentando en otros caminos posibles para acercar la política de un modo más íntimo y personal a personas que en principio la encontrarían aburrida e incomprensible. Un trabajo pedagógico de primer orden y magnífico, que no solo abre distintas posibilidades de acercar la política a aquellos que no la entienden o simplemente, la desconocen por falta de interés, sino que promueve herramientas magníficas y concienciadoras, que tanta falta hacen en un mundo abocado a la superficialidad, el vacío y la robotización. La película de Périot promueve ideas, análisis y profundidad, a través de su vertiente conciliadora y convirtiendo la política en un acto de conocimiento personal, cotidiano y esencial para la resolución de conflictos en nuestro entorno y en nuestras vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Los pañuelos blancos que cubrían las cabezas de las abuelas de la Plaza de mayo nacieron durante la dictadura de Argentina, para protestar contra la desaparición forzada de muchos familiares o amigos. Más de cuatro décadas después, a esos pañuelos blancos se les han unido otros de color verde, los que reivindican el derecho al aborto libre, legal y gratuito. Una marea de cientos de miles de mujeres argentinas, se lanzaron a la calle a protestar durante el 2018, cuando la ley fue aprobada por el congreso, y tres días después tenía que ser ratificada por el senado. Juan Solanas (Buenos Aires, Argentina, 1966) después de algunos trabajos en la ficción, y el documental Jack Waltzer: On the Craft of Acting (2011) sobre uno de los más famosos profesores del emblemático “Actor’s Studio”, vuelve a la realidad más directa y reivindicativa con La ola verde (Que sea ley), una película que recoge las multitudinarias manifestaciones apoyando el aborto, y además, recoge testimonios de activistas feministas legendarias, jóvenes de ahora, familiares de víctimas de abortos clandestinos, y también, la otra cara, aquellos en contra del aborto.
Un documento necesario y valiente pone rostro y cuerpo a todas aquellas mujeres que han sufrido la falta de una ley que permita el aborto, mujeres en situación de pobreza, mujeres que mueren una a la semana por este motivo, mujeres olvidadas, mujeres que se jugaron la vida, y en muchos casos la perdieron. Mujeres que son recordadas en la película, hablando de sus diferentes circunstancias, reivindicando esa memoria para seguir en pie y en la lucha, para que no cesen las protestas y finalmente, se consiga la ley. Solanas, hijo del legendario Pino Solanas (grandísimo documentalista, autor entre otras de La hora de los hornos o Memorias del saqueo, entre otras, que aparece en la película en su función de diputado defendiendo el derecho al aborto) realiza una película extraordinario y cruda, mostrando realidades que encogen el alma, ejecutando un magnífico documento político sobre una situación inhumana que lleva a la muerte a tantas mujeres, escuchándolas a través de ese cine directo, espontáneo y de guerrilla, un cine militante que pone el foco y la voz a todas aquellas mujeres que luchan con lo que tienen para hacerse notar, armando jaleo en la calle, y gritando las injusticias de un país tan vilipendiado por tantos gobernantes sin escrúpulos.
Un documento azotado por una energía maravillosa y poderosa, se detiene en todos los frentes abiertos, sin dejarse nada en el tintero, contagiada por esa fuerza de las mujeres en pie, abriendo en carnes la cuestión, dando testimonio a las dos caras, con los argumentos de unos y otros, escuchando las dos posiciones antagónicas, y va mucho más allá, porque en realidad no se trata una cuestión de vida sí o vida no, sino que en realidad estamos ante una lucha social, en el que los más privilegiados no quieren perder su status, y los de abajo, se han levantado, cansados de tanta injusticia, y han dicho basta y se han lanzado a las calles a protestar contra la desigualdad y el desamparo legal. La película tiene ritmo y una energía brutal, atrapándonos con su fuerza social, emocionándonos esa marea de mujeres imparable que quizás pierdan muchas batallas, pero finalmente, su empuje y decisión derribará el muro de la hipocresía, la indiferencia y se será ley, contribuyendo con su lucha a que el mundo sea un poco más justo e igualitario.
Solanas ha construido un documento contundente y extraordinario, sus 82 minutos se ven con entusiasmo y amargura, porque por un lado vibramos con la lucha de tantas mujeres en pie y su alegría reivindicativa, peor por el otro, asistimos a tantos casos de mujeres fallecidas en abortos clandestinos y luego, la indiferencia de profesionales médicos u otros ante esa falta de humanidad que provoca que el aborto este penado por la ley. El director argentino se alza como un heredero digno de su apellido con esta película que recoge el sentir humano de las calles, esas protestas y luchas incesantes que no solo dejan claro que el mundo ha cambiado, que el mundo patriarcal tiene los días contados, que las mujeres que luchan por una sociedad más justa se han levantado para no someterse jamás, que los privilegios de unos pocos dejarán paso a los derechos reales, de muchos que han sido pisoteados durante tantos siglos, esos olvidados que necesitan una serie de condiciones legales para que sus existencias sean un poco menos sombrías e invisibles, para que la democracia sea verdadera y no sea una máscara para que los de arriba sigan manteniendo los privilegios de hace siglos sea el sistema gubernamental que sea. Porque como dice la película, por humanidad y empatía. ¡QUE SEA LEY! JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio”.
Mario Benedetti
Guinea Ecuatorial ha sufrido dos siglos de dominación colonial por parte de Portugal y España. En 1968 con la recién inaugurada independencia y un camino por delante de ilusión y reparación, recuperó una libertad que le fue arrebata en 1979 con el golpe de estado de Teodoro Obiang, que instauró una dictadura que se ha convertido con cuatro décadas en el poder es la más longeva del mundo. Un país que sigue sufriendo, aunque eso no haya sido impedimento para que unos cuántos sigan reclamando derechos y democracia, y sigan creyendo que hay un futuro mejor para su Guinea Ecuatorial. Entre aquellos que siguen en la lucha encontramos a Juan Tomás Ávila Laurel (Annobón, Guinea Ecuatorial, 1966) nacido en plena colonia española, de infancia difícil, pero ahora convertido en escritor reconocido internacionalmente, que vive exiliado en España desde 2011 debido a su manifestante condena al régimen autoritario de Obiang que le llevó a una huelga de hambre. Ahora, volvemos a Guinea de la mano de Juan Tomás Ávila, a través de su experiencia y a través de sus amigos, de aquellos activistas que siguen en la brecha intentando ofrecer ventanas de resistencia, aunque mínimas, mediante la política, la cultura y el activismo social.
El director Marc Serena (Manresa, 1983) autor del largo Tchindas (2015) que ponía el foco en Tchinda Andrade, un transexual de una pequeña isla de Cabo Verde, también codirigió junto a Biel Mauri el documental sobre autismo Peces de agua dulce (en agua salada) y ha escrito varios libros entre ellos ¡Esto no es africano!, un recorrido sobre amores prohibidos en el continente africano. Ahora vuelve a África para presentarnos El escritor de un país sin librerías, significativo título que pone de manifiesto las dificultades que anidan en un país sin libertad, derechos ni cultura. Un viaje de Barcelona a Guinea que hacemos a través de la mirada y la voz de Juan Tomás Ávila, en el cual conoceremos el pasado colonial español, su independencia y la llegada al poder de Obiang, la dictadura y sobre todo, el activismo de conocidos y amigos de Juan Tomás Ávila, que frente a la cámara explican sus actividades, entre las que destaca la función teatral que habla del pasado y presente de Guinea, y escucharemos a ex presos políticos que explican sus experiencias en la política y en la cárcel.
Haremos un repaso por la historia de Juan Tomás Ávila, un niño de una pequeña isla que creció y se convirtió en escritor, su literatura muy crítica contra Obiang y a su familia, a través de imaginativas y coloridas animaciones que dibujan su vida, acompañadas de música autóctona con artistas como Concha Buika o Negro Bey, entre otros. Serena nos cuenta de manera sencilla y honesta la realidad triste y silenciada de Guinea, a través de la mirada de Juan Tomás Ávila, un escritor humilde y reposado que se mueve por Guinea como alguien que sabe que su país ha quedado lejos de su vida, que está sin estar, como le espeta uno de sus amigos, alguien que conoce una realidad amarga y desesperanzadora de su tierra, que la mira con orgullo y pasión, pero se siente triste por la situación que atraviesa, que no tiene signos de mejoría, debido principalmente del apoyo que recibe Obiang de países como España y compañía. El director manresano se centra en las personas, en la actividad resistente de seres humanos que a pesar de la situación política de Guinea, siguen empecinados de mostrar otras realidades más humanitarias que viven, aunque sea medio en la sombra y ocultas en la realidad imperante de un país silenciado y vacío, que rinde culto y pleitesía a su dictador como si fuese una especie de mesías redentor.
La película muestra un activismo real y cercano, lleno de entusiasmo y humanista, y las personas que lo practican, haciéndose eco de una realidad que no llega a los medios internacionales, por falta de veracidad y atada a intereses económicos, recorriendo un país donde la gente vive a pesar de las restricciones, de los conflictos sociales y demás problemas que atraviesa el país. Un obra necesaria y valiente que ayuda a enseñar una realidad silenciada, una realidad oculta, una realidad que existe, que se mueve y sigue luchando, ofreciendo una vida diferente y ajena a la realidad de oropel para unos cuantos privilegiados que vende el régimen autoritario de Obiang, como los fastos pro su cumpleaños o las ristras de hoteles y residencias de la élite del país, una realidad falsa, vacía y superficial que dista mucho de la realidad de la mayoría de ciudadanos que se levantan cada día trabajando por un poco y nada más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Laura Álvarez, directora de la película “City For Sale”, en el Carrer de la Riera de Sant Miquel en Barcelona, el martes 18 de junio de 2019.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Álvarez, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo del DocsBarcelona, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.
“La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”.
(Extracto de Macbeth, de William Shakespeare)
El universo cinematográfico de Zhang Yimou (Xi’an, China, 1951) arrancó en 1987 con Sorgo Rojo, que sorprendió y maravilló a propios y extraños en la Berlinale, donde se alzó con el primer premio. Luego, vinieron Ju Dou, La linterna roja, Qiu Ju o ¡Vivir!, todas ellas protagonizadas por Gong Li, ambientadas en la China rural de primeros siglo XX, donde se exploraba la situación de la mujer frente al patriarcado existente. Después de esa primer etapa que acabó en 1995 con La joya de Shanghai, el cine de Yimou se adentró a mirar a la China actual de 1997 con Keep Cool, aunque su interés por lo rural y sus problemas le devolvió a su espacio en Ni uno menos (1999). Con El camino a casa, del mismo año, protagonizada por Zhang Ziyi, con la que repetirá en varias películas, abre una nueva senda en su carrera, en la que se sumergirá en el “Wuxia”, el género de las artes marciales más popular en China y en otros países asiáticos, desarrollado en un contexto histórico, el feudalismo, con escenas de acción voladoras y muy estilizadas, melodramas intensos y románticos donde prevalecen la amistad, la lealtad y la traición. Con Hero (2002) entra por la puerta grande en el “Wuxia”, le seguirán La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006) donde volvía a trabajar con Gong Li, así como en Regreso a casa (2014) donde repasaba los estragos del comunismo en los disidentes.
En los últimos años, la filmografía de Yimou se ha dispersado atacando todo tipo de géneros como la comedia, el amor romántico o las superproducciones con vocación internacional y stars de Hollywood. Ahora, Yimou vuelve al “Wuxia”, pero desde otra perspectiva diferente a sus anteriores incursiones en el género. Primero de todo, se ha inspirado libremente en la epopeya histórica de los Tres Reinos: La épica, de Jingzhou, la que reinterpreta y reimagina el relato, en el que se inventa una lucha eterna y salvaje entre diferentes reinos en continuo estado de guerra, centrándose en uno de los reinos, el “Jang”, el desterrado, el expulsado que vive con ansías de venganza, de recuperar el trono de “Jing”, y así dominarlo todo, encabezado por un rey déspota, cruel y salvaje, que tiene menospreciado a su comandante jefe y a la esposa de éste (como quedará reflejado en la secuencia que abre la película con ese instante de la música con la cítara). Aunque, existe un misterio, el comandante que se relaciona con el rey no es el real, solo es una “sombra” (a la que alude el título) un doble en el que se oculta el verdadero comandante, enfermo y vilipendiado que se encuentra escondido en una gruta secreta en palacio, donde entrena a su “sombra” para recuperar el trono que le corresponde.
Y así están las cosas, donde todos y cada uno de los plebeyos rinden pleitesía al rey y también, conspiran en secreto para destronarlo, y así, mantener la paz con el reino rival. Yimou vuelve a contar con Zhao Xiaoding, su cinematógrafo más estrecho, para situarnos en un entorno rural, montañoso, rodeado de un río incesante y caudaloso, en un ambiente frío y húmedo, con esa lluvia fina que no dejará de caer durante toda la película, en una atmósfera de inquietante espera, donde todo puedo explotar en cualquier instante, rodeados por un entorno lúgubre y muy oscuro, con esas grandes telas que adornan el palacio, pintadas con lavado de tinta, en blanco y negro, como los ropajes holgados que llevan los personajes, con motivos iguales que las telas mencionadas, con ese aroma apagado y muy oscuro como el alma de los personajes, o esas armaduras recias y negras, con máscaras monstruosas, dando una idea precisa y profunda del talante de la película, de aquello que nos cuentan, de aquel que se oculta en otro, de la verdadera dimensión psicológica de los personajes, que en realidad muestran un rostro que no es el que sienten, el que los demás ven, porque el real, se muestra oculto, en la oscuridad, esperando su momento, esperando su oportunidad.
Yimou se mira en el espejo del universo de Shakespeare y Kurosawa, para mostrar un mundo pérfido, un reino descompuesto, trágico y lleno de juegos de poder político, donde todo es irreal, donde las luchas se eternizan, donde hay tantos grupos irreconciliables, donde todos sobreviven en un estado de permanente disputa, donde los problemas se amontonan y las soluciones crean más conflictos, donde la ambición es bestial y sangrienta, en que la tragedia llega de manera inevitable, donde nadie ni nada puede huir del fatalismo inherente que les ha condenado en su maldita sed de poder, en su ambición sin límites, en su maldad eterna. Y qué decir, de las magníficas secuencias de acción, detalladas y estudiadas al milímetro, en las que mezclan lo humano con la épica, eso sí, una épica diferente a la esperada, sin romanticismo ni antorchas, sino con humo negro y mucha sangre, que brota de manera veloz, esas fuentes sanguinolentas que impregnan los planos sombríos, como ocurría en las obras de Kurosawa, marcando con premura y muerte cada rincón del espacio.
Las estupendas secuencias simultámeas que van intercalando con minuciosidad y espectaculidad formalista y plasticidad de los diferentes momentos de la guerra final, con el clásico duelo a muerte en una tarima de madera construida entre las montañas que separan el río, con el símbolo del bien y el mal dibujado, uno con una lanza ancestral y otro con un paraguas de hierro que se abre y se cierra según convenga, los mismos paraguas que sirven para la entrada del ejército en el pueblo deslizándose como una exhalación. Secuencias donde la grandiosa belleza plástica propia del universo de Yimou, se mezcla con los duelos a muerte entre unos y otros, sin ningún respiro, donde todo se sucede a un ritmo vertiginoso, en que la belleza se mezcla con el horror de la muerte. Yimou ha conseguido anudar con clase y maestría la belleza de su cine tradicional, aquel que miraba con detalle los problemas humanos con el cine de acción, con esas batallas donde todos los personajes se citarán con la muerte, con su destino, con ellos mismos, en una película muy entretenida, medieval, profunda y humana. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA