Encuentro con Lluís Pasqual, director de la obra “Medea”, con motivo de la presentación de la película “Medea”, de Pier Paolo Pasolini, junto a Octavi Martí de la Filmoteca, dentro del ciclo “Per amor a les arts”. El encuentro tuvo lugar el martes 17 de abril de 2018 en la Filmoteca de Cataluña en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lluís Pasqual, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de Comunicación de la Filmoteca, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.
“La muerte es el encuentro, lo importante es verla llegar”
Jean-Pierre Léaud
Hemos tenido que esperar casi una década para ver el nuevo trabajo de Nobuhiro Suwa (Hiroshima, Japón, 1960) uno de los autores contemporáneos más interesantes y diferentes que surgió a mediados de los noventa con la película 2/Dúo (1997) en la que a través de una pareja analizaba los sinsabores de la convivencia, le siguió M/Other (1999) a partir de las difíciles relaciones entre una mujer y el hijo de su pareja, en el 2001 abordó la película H Story, en la que un director japonés (el propio Suwa) rodaba un remake de Hiroshima mon amour, donde hacía una estupendo análisis del valor actual de las imágenes de la cinta de Resnais y la memoria colectiva de un país. Luego, se trasladó a Francia donde dirigió Una pareja perfecta (2005) en la que diseccionaba con delicadeza e intimidad la separación de una pareja. Cuatro años más tarde filmaba Yuki & Nina, donde se sumergía en el universo de la infancia a través de la amistad de dos niñas que por circunstancias ajenas tenían que separarse.
En El león duerme esta noche, título nacido de una canción infantil que habla de la muerte de un león pero en un tono alegre y festivo, Suwa, al igual que la melodía, juega a esa dicotomía, a la mezcla de la vida y la muerte, de las alegrías y las tristezas, a las ilusiones y las desesperanzas, a vivir y a morir, pero, a partir de la realidad y la ficción, uno de sus elementos preferidos, a investigar la validez de las imágenes pasadas, presentes y futuras, a través de un fascinante y enigmático juego de espejos donde nos sumergimos en un emocionante y maravilloso cuento en el que nos encontraremos con un actor veterano que rueda una película (especial el arranque de la película, con el rostro de Jean- Pierre Lèaud inundando el cuadro) que en de sus parones, se tropezará con un caserón vació en el sur de Francia, un espacio donde se reencontrará con Juliette, el fantasma de un amor de juventud que jamás pudo olvidar, y también, con un grupo de niños que pretenden hacer una película con él, el viejo caserón y fantasmas.
Suwa a través de una sutil y sobria delicadeza, nos sumerge en ese mundo donde todo es posible, en el que se mezclan tiempos, fantasmas e infancia, en el que la vida y la muerte viven y se alimentan de una forma natural, como un mecanismo certero y cotidiano, pero todo lo hace con una sensibilidad apabullante, en el que la belleza cotidiana de las cosas toma el mando narrativo, capturando esa luz mediterránea (obra del cinematógrafo Tom Harari) que invade de naturalidad cada espacio de la película, azotándolo con esa luz brillante y luminosa los rostros, tanto de Léaud como de Juliette (la maravillosa naturalidad de Pauline Etienne, vista en Edén de Mia Hansen-Love) como de esos niños (reclutados en Grasse en un taller de cine) que se convierten junto a Léaud, en los auténticos protagonistas de la cinta, con esas magníficas secuencias donde comparten espacio, naturalidad, imrovisación y espontaneidad con el veterano actor.
El cineasta japonés evoca la vida y la muerte en un mismo espacio, con dulzura y sensibilidad, escuchando esas canciones que nos devuelven a la infancia perdida, a aquello que fuimos, a todo lo que dejamos, pero no es una película triste o nostálgica, sino todo lo contrario, habla de la vida, de su esplendor, de nuestro interior, de la alegría de vivir, de lo magnífico que es estar vivo y hacer cine, compartir momentos y sentir que las cosas, aunque hayan momentos duros y tristes, siempre hay un motivo para cantar, reír y perseguir y (re) encontrarse fantasmas. Suwa crea un inmensa y onírica fábula donde todo obedece a una armonía singular, extraña y esplendorosa, en la que sigue explorando sus temas favoritos: el amor, el tiempo, la vida, la infancia, las inmensas e infinitas posibilidades del lenguaje cinematográfico, la metaficción y la realidad vivida o soñada, y sobre todo, las relaciones humanas entre unos y otros, sus orígenes y su pervivencia, la incertidumbre y la maravillosa existencia que puede provocarnos un cisma sorprendente o una crisis existencial, en que el tiempo constantemente juega con nosotros y nos retorna de manera mágica y oscura a aquel tiempo en el que nos enamoramos y no pudimos olvidar.
Suwa nos lo cuenta con la presencia de Jean-Pierre Léaud, que entró por la puerta grande del cine cuando a los 14 años protagonizó Los 400 golpes, y ha trabajado con los grandes del cine de antes, y de ahora, en un fascinante caleidoscopio de espejos donde ficción y realidad se mezclan creando un nuevo espacio onírico y fascinante (como ya ocurrió en What Time Is It Over There?, de Tasi Ming-Liang, en el que un apasionado de la película de Truffaut se encontraba con Léaud) en una película que es casi en un diario filmado de su propia vida, donde nos habla de la muerte, de sus sueños, sus amores y su oficio de actor (como la canción escrita por su padre, que interpreta junto a Etienne) excelentemente acompañado de Pauline Etienne, que emana dulzura, carácter y naturalidad, y esos niños fantásticos y soñadores (que recuerdan a esa infancia de Truffaut o Eustache) que nos devuelven a esa pasión primigenia, inocente y mágica de hacer cine, de amar el cine y convertirse en otros, aunque sean sólo por unos instantes.
Si ha habido un director que ha explorado con más verosimilitud y profundidad las tensiones y conflictos que se generan entre padres e hijos, este no es otro que Yasujiro Ozu (1903-1963). El maestro japonés nos hablaba con sobriedad y genialidad de la tradición y la modernidad, del Japón milenario y el moderno, de las antiguas costumbres y la occidentalización del país, y todo ello, desde los diferentes puntos de vista entre padres e hijos. El nuevo trabajo de Annemarie Jacir (Belén, Palestina, 1974) está planteado entre ese encuentro, entre un padre y su hijo, un padre, Abu Shadi, de sesenta años, profesor y divorciado y un hijo, Shadi, arquitecto que vive en Roma, y la jornada que compartirán llevando a cabo la “Wajib” (deber social) una tradición palestina que consiste en que los varones de la familia deben entregar las invitaciones de boda en mano a familiares y amigos, ya que la hija de Abu Shadi se casa en un mes. El cine de Jacir está construido en base al conflicto palestino a través de sus relaciones humanas. En su primera película La sal de este mar (2008) que fue la primera película dirigida por una mujer en Palestina, se centraba en las vicisitudes de dos amigos palestinos, uno que se queda y el otro, que desea huir, o Al verte (2012) en la que relataba las penurias de unos refugiados palestinos en la Jordania de 1967.
Wajib le sirve de excusa para hablarnos del conflicto palestino desde dos perspectivas muy diferentes, la del padre que tiene que relacionarse con los judíos y la del hijo que emigró y ahora su mirada es otra, una mirada desde fuera. Jacir nos sitúa en Nazaret, y nos sumerge en una road movie urbana, llevándonos en el interior de un automóvil que viaja por un sinfín de calles y barrios estrechos y ruidosos, donde de manera metódica y paciente, padre e hijo, irán entrando en las casas y apartamentos y dejando las invitaciones, escuchando las diferentes ideas y pensamientos, no sólo sobre el conflicto palestino, sino también, de las costumbres y tradiciones enfrentadas a la modernidad de los más jóvenes. Una misma premisa compartida con El sabor de las cerezas (1997) de Kiarostami, donde un suicida viajaba en coche por el interior de Irán en la búsqueda de alguien que le ayudase a cumplir con su objetivo, para retratarnos las diferentes realidades y posiciones del Irán de aquel momento.
La directora palestina realiza un trabajo parecido, siguiendo el marco del maestro iraní, nos introduce en la realidad palestina, en las diferentes formas de observar el conflicto, desde la perspectiva de un padre que jamás ha salido de su tierra y tiene que relacionarse con los judíos diariamente, incluso con aquellos que colaboran como delatores con el gobierno israelí, situaciones que le llevan a discutir con el hijo, una persona que decidió salir de esa opresión en la que vivía y huir hacia otros lugares más tranquilos y observar su tierra desde la distancia para verla con otros ojos. La jornada transcurrirá entre idas y venidas, entre momentos más íntimos con otros en los que las tensiones salen a la superficie y las diferentes posiciones tanto a nivel social como político, enfrentan a padre e hijo, en una cinta que pone el dedo en la llaga no sólo de la situación actual de Palestina, sino de tantos años de historia donde opresor y oprimidos han tenido que convivir generando multitud de problemas y tragedias.
Jacir construye un dispositivo sencillo y directo, en el que aborda desde muchos puntos de vista, los problemas sociales, económicos y políticos en el contexto de las gentes corrientes, de aquellos que lo sufren diariamente, en los que en algunos instantes la película se mueve casi por el terreno documental, en el que vemos las formas de vida y costumbres de los palestinos de a pie, y en otras, el relato se mueve en los aspectos políticos más complejos en los que parece que entre padre e hijo va a estallar aquello que tanto tiempo han guardado y nunca lo han enfrentado al otro. La directora palestina mira a su pueblo y a sus gentes de forma honesta, sin juzgarla, mostrando todas las ideas y posiciones políticas enfrentadas, entre las viejas costumbres representadas en los más mayores que desean perpetuarlas, aunque sea a su manera, o los más jóvenes que se niegan a seguir en esa tierra invadida, masacrada y olvidada, en la que es imposible vivir o al menos, tener una vida digna.
Dos intérpretes en estado de gracia, que se muestran convincentes en sus composiciones, y dirimen este enfrentamiento entre padre e hijo, entre la Palestina tradicional con la más moderna, entre aquella que se ha acostumbrado a perder, con esa otra que se niega a rendirse, unos personajes bien construidos y especiales, entre los que destaca la figura de Mohammad Bakri, uno de los actores árabes más prestigiosos, que tiene una filmografía excelsa con directores renombrados como Cosa-Gavras o Amos Gitai, bien acompañado por Saleh Bakri, su hijo en la vida real, conformando una pareja de padre e hijo, que describe con acierto y verosimilitud muchos de los problemas a los que se enfrentan las familias en la Palestina actual, con sus posicionas antagónicas, que deben lidiar en su cotidianidad, y sobrellevarlo como puedan en una sociedad difícil, llena de problemas y con momentos de gran tensión, que explica lo más inmediato, como aquello pasado, donde se habla de todos los males que ocurrieron, y no olvida a aquellos que ya no están.
“¡Atrévete, atrévete a todo! ¡No tengas necesidad de nada! ¿No intentes adecuar tu vida a otros modelos, ni quieras ser tú un modelo para nadie?
Piensa que la vida no te va a regalar nada. Si quieres tener una vida, aprende a robarla. ¡Atrévete, atrévete a todo! Sé en la vida lo que tú eres, ocurra lo que ocurra.
¡No defiendas ningún principio, sino algo mucho más maravilloso,
algo que está dentro de nosotros mismos y nos quema como el fuego de la vida!”.
Lou Andreas-Salomé
La película se abre con una visita, un intelectual llamado Ernst Pfeiffer, fascinado por la figura de Lou Andreas-Salomé (1861-1933) llega a la vieja mansión en Göttingen, en Alemania. Corre el año 1929, la mujer vive retirada en el campo. Aunque se muestra esquiva al principio, Andreas- Salomé accede a verse con él, que le ayudará a ordenar su documentación y a escribir sus memorias. Entonces, la película nos traslada a la Rusia zarista decadente, del último tercio del XIX, cuando una adolescente Lou ya daba muestras de su carácter indomable a través de su cuestionamiento moral y religioso de la sociedad burguesa, adormecida y obediente de la moral correcta. Desde su más ferviente oposición a contraer matrimonio y su deseo de estudiar en Zurich (que era la única universidad de toda Europa que aceptaba alumnas).
La cineasta Cordula Kablitz-Post (Aquisgrán, Alemania, 1964) formada en lengua y literatura alemana, al tiempo que en teatro, y fogueada en la televisión, en la que ha realizado trabajos sobre figuras de la cultura alemanas como Nina Hagen y Helmut Berger, debuta en el largometraje con un biopic que sigue la vida y milagros de la singular filósofa, novelista y psicoanalista, aunque no lo hace de forma academicista, sino de otra forma, a través de aquello que ardía en el interior de esta mujer, sus ansías de libertad, que le llevó a cuestionarse todo y a todos, rechazando en un principio el amor, y siguiendo unas convicciones libres y modernas para la época, que primero chocaran con la férrea oposición familiar y luego con las convecciones morales de una sociedad machista y encerrada en las viejas costumbres extremadamente conservadora, donde el destino de la mujer eran el matrimonio y la maternidad. Lou Andreas-Salomé rompe con todo eso, a pesar de los intentos de su entorno.
La cineasta alemana rescata una de las grandes figuras de finales del XIX y principios del XX, colocando el foco de su película en su heroína, primero lo hace en su adolescencia, con la convincente y natural interpretación de Liv Lisa Fries, después con la extraordinaria y sutil composición de Katharina Lorenz que la interpreta desde la veintena hasta la cincuentena, y finalmente, la veterana Nicole Heesters cuando contaba con 72 años, ya retirada en su refugio. La película está a contada a modo de flashback, cuando la anciana le relata los años vividos, sus ansias de libertad, los conflictos, tanto internos como sociales que tuvo que hacer frente, su rechazo al amor, y luego, los amores consumados o frustrados que la llevaron a experimentar su vida de otra manera, con otro aroma y saboreándola en toda su plenitud y profundidad. Sus escritos, ensayos, pensamientos e ideas que la llevaron a hacer amigos como Paul Rée y Friedrich Nietzsche, que formaron un trío inseparable que discutía sobre la necesidad y deseos humanos, miedos, inseguridades y (des) ilusiones que bullían en lo más complejo y profundo del alma humana (momento que la película recuerda a Julies y Jim, de Truffaut, uno de los tríos románticos y sexuales más famosos de la historia del cine) o el amor romántico, espiritual y sexual que tuvo con un jovenzuelo Rainer Maria Rilke, o el matrimonio de conveniencia para defenderse de las acusaciones de inmoralidad, y finalmente, su encuentro con Freud en la primera década del siglo XX, que la cambió por completo.
Estamos ante una película que cuenta con una excelente factura técnica y artística, con ese aroma de las grandes producciones de mitad del siglo pasado, pero sin olvidar la complejidad y el alma de sus personajes, completamente unos rara avis de la época, describiendo con delicada sutileza, sensibilidad y energía aquellos ambientes bohemios y creativos, como el Berlín vanguardista de artistas y pensadores donde la bohemia enriquecía a cada uno de ellos, alejados de la burguesía rancia y conservadora, en un cinta retrato-personaje que se sumerge en el alma de su protagonista, describiéndola con aplomo y sencillez, sin juzgarla, dejando que su propia mirada, inquieta, inteligente y audaz, sea la que hable por ella misma, en la que la película se contagia del espíritu del personaje convirtiéndose en un retrato vibrante, emocionante y genial, en la que toca diversos y complejos temas de aquella Europa decadente del XIX, y principio del XX, que estaba a punto de abrir un nuevo siglo que la cambiará por completo, desde los estudios de las nuevas ciencias del alma, como el psicoanálisis, o las amenazas fascistas que explotarán en el segundo tercio del siglo para cambiarlo todo. Kablitz-Post no sólo ha construido una película sobre una mujer maravillosa y genial, muy adelantada a su tiempo, sino que descubrirá para muchos a una de las primeras feministas que puso las primeras piedras en las que cuestionaba al hombre como figura central de todo, para emprender un viaje emocional y físico, en el que cuestionaba esas formas conservadoras que obligaban a la mujer a seguir los patrones impuestos por los hombres, y alentaba para que las mujeres tuviesen su propia vida predicando con su ejemplo, luchando para que la mujer fuese una persona, no un instrumento más de la masculinidad.
Una de las grandes precursoras del feminismo, del amor libre y la vida como camino de experimentación, conocimiento, reflexión y sobre todo, lo que fue el signo de su existencia, la libertad por encima de todo y todos, como un camino para la realización personal, los cuestionamientos sociales y demás ideas o pensamientos que anteponían las formas y conductas sociales al espíritu libre de cualquier persona que quisiera ser ella misma y descubrir la vida en todas sus facetas, reflexiones muy modernas que dejó escritas en su extensa bibliografía que los nazis intentaron quemar después de su muerte, aunque no lo consiguieron. Lou Andreas-Salomé es una de las figuras más importantes para entender los grandes cambios sociales y de ideas que explotarán en Europa antes y sobre todo, después de la Segunda Guerra, Mundial, en el que las convenciones conservadoras que imponían la iglesia y la burguesía comenzarán a ser debatidas y protestadas por almas libres, independientes e inteligentes como la figura de Lou Andreas-Salomé, una mujer decidida, luchadora, feminista y sobre toda, un referente para todas aquellas personas inquietas, curiosas, reflexivas y de pensamiento crítico.
Entrevista a Xavier Legrand, director de la película “Custodia compartida”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 18 de abril de 2018 en los Cines Boliche en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Xavier Legrand, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, al equipo de los Cines Boliche, y a Lorea Elso de Golem Distribución, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.
De todos los géneros el terror es aquel que necesita un arranque más espectacular, algo que inquiete a los espectadores y deje claras sus intenciones de por dónde irán los tiros. Un lugar tranquilo consuma esa premisa, se abre de forma sumamente inquietante y maravillosa, situándonos en los pasillos de un supermercado que parece descuidado o desvalijado, o ambas cosas, tres niños, junto a dos adultos, pululan por el espacio intentando conseguir comida, todos se mueven despacio, descalzos, se dirigen unos a los otros mediante señas o lenguaje de sordomudos, no escuchamos nada, el silencio es total. A continuación, salen del interior y vemos la calle, desierta y con evidentes rasgos de que no hay vida por ningún lado. La comitiva emprende el paso en formación de fila india y en el más absoluto silencio. Dejan la ciudad y se adentran en un bosque, flanqueado por un puente. De repente, el niño más pequeño acciona un juguete que comienza a emitir un ruido ensordecedor, sin tiempo para actuar, un monstruo de condición alienígena que sale de la profundidad del bosque se abalanza sobre él y desaparece de la imagen. Sus padres y hermanos se quedan completamente horrorizados.
El responsable es John Krasinski (Newton, Massachusetts, 1979) al que conocíamos por su carrera de actor de reparto en muchas producciones de toda índole, entre las que destaca su aparición en la serie The Office. De su carrera como director conocíamos dos trabajos anteriores Entrevistas breves con hombres repulsivos (2006) y Los Hollar (2016) ésta última una interesante comedia negra sobre los problemas de un joven que debe abandonar su vida neoyorquina para regresar a su pueblo y ayudar a sus padres, y algunos episodios dirigidos en la mencionada The Office. Ahora, se adentra en otro registro, el terror, y firma la coautoría del guión (ya había firmado junto a Matt Damon el de Tierra prometida de Gus Van Sant) la coproducción, la dirección, y además, se reserva uno de los personajes, Lee, el padre de familia, bien acompañado por Emily Bunt (su mujer en la vida real) que da vida a Evelyn, la madre, y los hijos, Millicent Simmmonds da vida a Regan (que ya nos había encantado en otro trabajo silente en Wonderstruck de Todd Haynes) y el hermano pequeño Marcus que interpreta Noah Jupe (visto en Suburbicón de Clooney).
Krasinski echa mano del terror setentero y la ciencia-ficción de los 50, para sumergirnos en una película de terror clásico, donde las criaturas que apenas se ven en la primera mitad de la película, son la gran amenaza, unas formas de vidas depredadoras y devastadoras, que son ciegas y sólo se mueven a través de los sonidos. La trama nos sitúa en las afueras de una ciudad, entre una gran casa y un maizal a su alrededor, donde la familia se mueve sin hacer ruido, viven o mejor dicho, sobreviven, en esa situación, no nos dan más información, desconocemos si hay otros supervivientes, tampoco la del resto del mundo, y el alcance de la invasión extraterrestre. Krasinski se centra en la supervivencia de la familia, la familia en el centro de la trama (como sucedía en la magnífica 28 semanas después de Fresnadillo) donde unos y otros se ayudan, con el añadido que Regan, la hija mayor, es sorda y el padre trabaja en su taller para hacerle un aparato para que escuche mejor. Los días pasan y todo sigue igual, sobreviviendo en este reino del silencio porque el ruido mata.
El cineasta estadounidense sale airoso con esta trama sencilla, donde seguimos la cotidianidad a partir de unas reglas, sin salirse del patrón establecido, no dándonos información de cómo arrancó esta pesadilla, sólo la situación de los hechos, y la supervivencia familiar, a través de una cuidada puesta en escena que logra sumergirnos en unos grandes momentos de tensión, donde en la segunda mitad de la película, con la aparición en pantalla de más minutos de criaturas, la película consigue un ritmo endiablado, y las secuencias de horror aumentan, donde en cada instante sus personajes se encuentran en peligro constante, en el su sonido un papel fundamental en el relato, llenando todos esos espacios en los que la palabra no tiene lugar, situación que ayuda y de qué manera para contarnos la historia.
Krasinski ha logrado una película extraordinaria, bien narrada y cuidada en sus detalles más íntimos, donde la aventura de sobrevivir se convierte en lo más importante, donde todos los componentes de la familia se ayudan entre ellos, donde todos son uno, en el que además, saca tiempo para contarnos algún que otro conflicto familiar, que convierte esta película en una película que tiene el aroma de aquellas cintas de terror que tanto nos helaban la sangre de niños, y además, lo consigue sin recurrir a las típicas estridencias narrativas que tan populares se han vuelto en las cintas del género de las últimas décadas, Krasinski juega a sobrevivir sin hacer ruido, manteniendo el silencio, aunque a veces resulte la cosa más difícil del mundo, porque esas criaturas de otro mundo parecen indestructibles, y hay que aprender a convivir con ellas adaptándose a sus debilidades o morir.
Entrevista a Petr Vaclav, director de la película “Nunca estamos solos”. El encuentro tuvo lugar el martes 17 de abril de 2018 en el Soho House en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Petr Vaclav, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Xènia Puiggrós de Segarra Distribución, que además ejerció de traductora, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.
En Antes de perderlo todo, filmado en el año 2012, Xavier Legrand (Melun, Francia, 1979) contaba la huida de una mujer Miriam y sus dos hijos de manos de su marido maltratador. Una pieza de 29 minutos que le valió innumerables reconocimientos internacionales, entre los que destacan un premio en el prestigioso certamen de Clermont-Ferrand, César al mejor corto del año y la nominación en los Oscar, entre otros muchos. Seis años después, retoma aquellos personajes años después, cuando una vez separados, tienen que lidiar en la custodia de su hijo menor Julien. Desde su arranque, Legrand (que ha trabajado con autores tan influyentes como Philippe Garrel, Laurent Jaoui, Benoit Cohen…) deja claras sus intenciones y el tono sobrio que marcará su puesta de largo. Nos sitúa en la frialdad y burócrata sala de conciliación, donde madre y madre con sus respectivos letrados testifican sus intenciones de cara a la custodia de Julien, la jueza se pronunciará tiempo después, en el admite la custodia compartida.
El cineasta francés nos sumerge en un tema candente, en las consecuencias de las separaciones con hijos, y las sentencias judiciales que obligan a compartir a los hijos, cuando alguna de las dos partes se niega a acatarlas, abriendo el debate sobre la necesidad de estudiar más profundamente ese tipo de sentencias, porque quizás la cuestión es mucho más compleja y difícil de decidir. Legrand no lo hace desde el enjuiciamiento, decantándose por alguna de las partes, que nos llevaría a una película superficial y condescendiente, no hay nada de eso en su propuesta, sino todo lo contrario, realizando una cinta doméstica, enclavada en un thriller muy denso y complejo, donde la cotidianidad nos asalta desde el interior de un piso o en ese automóvil, con ese ruido ensordecedor que nos impone una realidad absorbente y dolorosa. Legrand ha sabido construir una película sencilla y honesta, con pocos personajes, apenas el matrimonio, el hijo, secundados por los padres de él, la hija adolescente, y el entorno de ella, contando con actores desconocidos como la pareja protagonista, que ya protagonizaron el corto, Denis Ménochet y Léa Drucker, con la incorporación de Thomas Gioria como Julien, descubierto en un arduo casting.
Quizás el gran acierto de Legrand es contar su relato, desde todos los puntos de vista, desde la realidad de cada uno de los personajes, explorando sus razones, justificaciones y deseos, aunque no sean compartidos por los espectadores, en la que construye una fascinante y absorbente fábula moral, un conflicto real de nuestros días, palpable, que llena todos los medios diariamente, en la que los hijos menores son los más vulnerables en este tipo de conflictos domésticos. Sus 93 minutos de metraje, urdidos con seriedad y tremendo in crescendo, nos sumerge en la cotidianidad de esta familia rota, este grupo ahora convertido en posiciones extremas, en las que aunque todo parezca obedecer a un orden natural, poco a poco, nos irá envolviendo en su verdadera naturaleza, en el orden cotidiano que rigen sus circunstancias, donde el amor de unos y otros se irá desvelando hacia otros derroteros que nacen en la más intensa oscuridad.
Aquí, lo social y cotidiano devienen en el thriller más rompedor y espeluznante, donde todo adquiere ese tono natural e íntimo, que hasta hace daño de lo cerca que puede estar de todos nosotros, donde parece que las cosas penden de un hilo, arropados por esa incertidumbre agobiante y molesta, que parece quepueda estallar en cualquier momento de la manera más horrible y estremecedora. Un drama doméstico, de nuestros días, contado desde el alma de sus personajes, que en alguno de ellos, ocultan varias capas ansiosas de tener su protagonismo, interpretados por unos actores magníficos, que saben manejar las distintas situaciones complejas que provoca la película, y lo hacen desde esa naturalidad, de tan cercana, que duele y ahoga, como si nos traspasará el ánimo, tanto por lo que cuentan como la manera de contarlo, donde no se deja nada al azar, todo sigue un ritmo que a veces consigue dejarnos sin aliento y sumergirnos en esa atmósfera malsana que recorre toda la trama, situándonos en el interior del conflicto, en el centro de la disputa, de la manera que lo hacían Leig, Loach o los Dardenne, donde la miseria de cada uno de nosotros se acaba convirtiendo en nuestro mayor enemigo, y los nuestros, que un tiempo atrás eran nuestros amores, ahora se han convertido en nuestras amenazas que no nos dejarán en paz hasta conseguir sus objetivos más perversos y oscuros.
“Ya lo dije, tienen que reventar Bordaberry (dictador uruguayo) yo, todos los actores para que las cosas trasciendan en su justa medida. Todavía falta un tiempo pero no mucho”
Pepe Mújica
Anna necesita saber. Anna quiere saber. Anna no sabe porque su familia no se habla, era una niña cuando dejaron de hacerlo, cuando la familia dejó de ser lo que era para convertirse en unos extraños, en unos desconocidos que ni se miran, ni se hablan, ni quieren saber nada los unos de los otros. Aún así, Anna hará lo imposible para reunirlos a todos, para hablar con cada uno de ellos, para conocer la verdad de lo que pasó, la verdad de los hechos que separaron a su familia. En definitiva, la verdad de todo un país, Uruguay, un país desgarrado y mutilado por la dictadura que dividió y sangró al país entre los años 1973 al 1985. El autor y director de la obra es Gabriel Calderón (Montevideo, Uruguay, 1982) que es uno de aquellos niños que, al igual que la heroína de su obra, quiere saber, necesita saber la verdad de su país, por muy duro y horrible que sea.
El autor uruguayo plantea una trama desestructurada, como bien nos anuncia su narrador al inicio de la obra, una trama que nos hará viajar por el tiempo, por diferentes momentos de la historia familiar, en una estructura que nos hará entender la magnitud de los hechos, y el devenir de las circunstancias que tuvieron que vivir los actores implicados. El tiempo deviene una arma fundamental no sólo en los hechos de los que se habla, sino en el entendimiento de esos hechos, para poder mirarlos con perspectiva, para de esa manera acercarnos a ellos sin rencores, con el tiempo a nuestro favor, porque los protagonistas de aquellos tiempos hicieron lo que tuvieron que hacer defendiendo en aquello que creían, luchando por la dignidad y la libertad de un país sometido a los militares y el imperialismo yanqui. Calderón nos cuenta su obra a velocidad de crucero, un ritmo endiablado, en el que los intérpretes tienen que tirar de verborrea para decir sus parrafadas inmensas (recuerda a la película Luna nueva de Hawks, donde sus actores hablan a una velocidad extraordinaria) o sin ir más lejos, una de las marcas registradas de mucho teatro sudamericano, en el que los diálogos se superponen y todos los actores hablan a la vez en más de una ocasión, como ocurre en los textos de Claudio Tolcachir o Daniel Veronese, aunque a pesar del aparente descontrol de verborragia, en ningún instante se convierte en su contra, sino todo lo contrario, el caos originado entre tantos parlantes sin control, ayuda a entender ciertos entramados de las obras y ayuda, aunque no lo aparezca a simple vista, a su comprensión.
Todo arranca cuando Anna, con la ayuda de Tadeo, su enamorado incondicional, ha inventado una máquina del tiempo y, aunque reticente al principio, accede a experimentar con ella, trayendo del pasado a todos aquellos actores de la vida de Anna que le proporcionaran esa información que permanece oculta en su vida. La cuestión es la siguiente: Anna ha escenificado el encuentro en una cena de Navidad, como las familias normales, donde todos vendrán a este tiempo sin tiempo, para hablar entre ellos y limar esas asperezas del pasado que los separó. Aparecerán el abuelo Antoni, Graciela, su madre, y Jordi, el padre, y finalmente, Josep, el tío. Muertos que vuelven a la vida, o mejor dicho, muertos que vuelven para dar luz al pasado familiar de Anna, también, les acompañará Júlia, la abuela que perdió a sus dos hijos asesinados por la dictadura. La obra, que ha contado con la magnífica traducción de Xavier Pujolràs (también como de ayudante de dirección) que adapta al catalán ese castellano uruguayo de firtmo tan frenético, se mueve, al igual que sus diálogos, a un ritmo vertiginoso, hay algunos momentos de calma, que vienen con el derrumbe emocional de algunos personajes, pero son unos instantes, luego, la velocidad continúa sumergiéndonos en los diferentes tiempos, en los que el narrador muy adecuadamente nos irá guiando para no perdernos, y para explorar todo lo sucedido, aunque todavía queden tantas sombras y lugares oscuros en esa memoria que aunque pertenezca al pasado, parece un ser orgánico que transmuta y va cambiando de forma rápida, según la miremos y la recordemos.
La Sala Tallers del TNC acostumbrada a presentarnos un espacio desnudo, donde el escenario está a ras del suelo, en la misma altura que el respetable público, con esta obra se ha metamorfoseado en la clásica estructura de escenario y el público de frente, un escenario que es el salón familiar, el hogar donde creció Anna. Un reparto extraordinario encabezado por Bruna Cusí que da vida a Anna, una actriz inmensa y extraordinaria, que sigue demostrando su capacidad camaleónica para convertirse en una heroína de la memoria cueste lo que cueste y pese a quién pese, bien acompañada por Francesc Ferrer como el enamorado Tadeo, la inmensa Lina Lambert como la madre despotricante y malhumorada, el animal escénico que es Jordi Banacolocha como el abuelo de carácter, Albert Ausellé como el padre muerto, y finalmente, Sergi Torrecilla que interpreta varios personajes como ese narrador importantísimo que nos va guiando por este caleidoscopio de la memoria tan necesario y a la vez tan divertido.
Calderón logra aquello que hablaba Pavese: Convertir la cotidianidad de tu pueblo en universal. En una obra que habla de la dictadura uruguaya y sus desaparecidos, su memoria, y el presente a través del pasado, en una obra marcadamente universal, un texto que se entiende en cualquier lugar del mundo, que llega a todos los espectadores inquietos que deseen sumergirse en una comedia alocada, irónica y tremendamente divertida (al mejor estilo de los screwall estadounidenses de los años 30) en un relato de ciencia-ficción al mejor estilo de Arthur C. Clarke o Philip K. Dick, en un drama familiar pero con ese tono irreverente y cómico, y también, en un ejercicio de memoria histórica, de los que no están, de todos aquellos que encontraron la muerte y sus familiares, en este caso Anna aboga por la necesidad de recordar, de no olvidar a sus muertos, a los suyos, a aquellos que apenas recuerda y que forman parte de sí misma, a aquellos que la historia olvida tan fácilmente, la memoria como ejercicio de conocimiento, necesario y esencial para entender el presente y seguir creciendo a nivel personal y colectivo para un país, y lucar contra la mayor tragedia que puede suceder en un país, y no son sólo sus muertos, sino su olvido.
Entrevista a F. J. Ossang, director de la película “9 dedos”. El encuentro tuvo lugar el lunes 16 de abril de 2018 en el Instituto Francés en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a F. J. Ossang, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Diana Santamaría de Capricci Cine y Eva Herrero de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.