La isla mínima, de Alberto Rodríguez

009268Puro cine negro

Dos años después de su excelente policíaco, Grupo 7, Alberto Rodríguez vuelve a adentrarse en las entrañas del mismo género. En esta ocasión, sitúa su relato 7 años antes, en Septiembre de 1980, pero ahora se ha trasladado a un pequeño pueblo, si en la citada, era desde un escenario urbano como Sevilla, ahora se ha ido a lo opuesto, a lo rural, escenificado en  las marismas del Guadalquivir, zona acotada por el inmenso río, caminos polvorientos, casas abandonadas y los humedales que lo rodean. El andamiaje que estructura el cine de Rodríguez está cortado por el mismo patrón, un par de personajes, uno, con métodos muy personales y de pasado turbio, enfrentado a otro, más joven, que utiliza métodos legales, dos almas opuestas, sí,  pero que podrían convertirse en el mismo individuo. Otro de los grandes aciertos del cineasta sevillano, es el buen uso de los paisajes, dotándoles de una atmósfera asfixiante, donde se respira un clima de violencia latente y la tensión se palpa en cada rincón y agujero malsano del lugar, resulta extraordinario el clímax, con esa persecución envuelta en una lluvia torrencial. Una realización intensa e arrolladora, apoyada en un guión de hierro, repleta de grandes detalles, donde destacan unos memorables títulos de créditos iniciales, donde nos muestran las marismas desde las alturas -auténticas protagonistas soterradas de la función-, unos planos que nos insertarán a lo largo del relato, mostrándonos otros ambientes, como si nos anunciasen los diferentes capítulos que divide la trama. Un escenario que los encierra en un ambiente opresivo, donde parece que la única salvación posible es la huida hacía otro lugar, donde al menos, no se respire con tanta dificultad. Nos encontramos a comienzos del otoño del 80, en plena transición -aún quedan dos años para el triunfo socialista-, en las aulas todavía presiden los retratos de Franco, junto al del Rey, un tiempo muerto, que se resiste a desaparecer, y otro, nuevo, que todavía no ha empezado a despertar. Acompañados por el calor que todavía resiste, ante su inevitable marcha, dos policías de la capital han sido enviados para resolver la desaparición de dos hermanas menores. Uno, bajito y bigotito, de oscuro pasado, que se vale de métodos duros y violentos para sacar la información, el otro, más joven, alto, con patillas y mostacho, sigue el reglamento, y actúa según la ley. Rodríguez maneja los tiempos del género, encajonando y maniatando al espectador a su antojo, una gran dirección de actores, con dos soberbios Gutiérrez y Arévalo, acompañados por un grupo de excelentes secundarios: el niñato guapo y enterao que seduce a hermosas niñas, un padre desesperao y rebotado con su mala vida por su poca cabeza, una madre que calla y habla cuando debe o puede, un furtivo que conoce la zona como la palma de su mano, una niña, enamorá y muerta de miedo, forman entre todos, una serie de individuos complejos, que callan más que hablan, y se mueven por un sur azotado por el escaso y paupérrimo trabajo, y el contrabando. Un cine no muy alejado de los clásicos, ni del cine policíaco de los 60 y 70, tiene ese aire a títulos como Furtivos (1975), de Borau, y otros como El arreglo (1983), de José A. Zorrilla, serían dos buenos ejemplos donde mirarse. El realizador andaluz nos sumerge en un escenario que duele y mata, nos va desvelando su película a fuego lento,  y nos retuerce lentamente, en una trama carga de tensión, que como es habitual en este tipo de género, nada nunca es lo que parece, y todos ocultan cosas, como si nos hubiera sumergido en el mismo fondo de las marismas, donde la única salida posible es salir a flote como se pueda, que ya es mucho.

Entrevista a Belén Macías

Entrevista a Belén Macías, directora de “Marsella”. El encuentro tuvo lugar el Miércoles 16 de julio en Barcelona, en el vestíbulo de los Cines Renoir Floridablanca.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Belén Macías, por su tiempo y sabiduría, a María de La portería de Jorge Juan,  por su generosidad y paciencia, a Clara Martínez de Sala 1 ,autora de la edición, por su generosidad y complicidad, y a Clara Bayo de Badanotis, que tuvo la amabilidad de sacar la fotografía.

 

Mai és tan fosc, de Èrika Sánchez

mai-es-tan-fosc-cartelUn humanista extraordinario

La película arranca con unos datos demoledores: “Hemos dado a la banca 4,6 billones de dólares, suficiente para acabar con el hambre en el mundo 92 veces”. Estas palabras reales y tristes, pertenecen a Arcadi Oliveres (Barcelona, 1945), economista y activista desde que era un estudiante. La puesta de largo de Èrika Sánchez, es un retrato lúcido, íntimo y personal de un hombre extraordinario, un ser que desprende una humildad intachable, un ciudadano que siempre ha luchado incansablemente en favor de que este mundo sea un lugar más humano, justo y solidario. La cinta rodada discontinuamente durante dos años, del 2011 al 2012, se acerca a esta maravillosa figura de un modo cercano y honesto, le sigue incansablemente a través de su peregrinaje anticapitalista particular, viaja a su lado por los diferentes lugares de Cataluña y el resto de España, donde a través de conferencias y sus clases en la universidad, explica la situación económica que nos imponen los gobiernos y las corporaciones económicas. Una obra surgida a través del encargo de Justícia i Pau, de la que Arcadi Oliveres es miembro activo, –ong cristiana que tiene como finalidad la promoción y defensa de los derechos humanos, la justicia social, la paz, el desarme, la solidaridad y el respeto al medio ambiente- con el objetivo de realizar un reportaje divulgativo del trabajo de la entidad, y producida por Únicamente Severo Films -que ha levantado entre otras, Más allá del espejo (2006), de Joaquín Jordà, Danza a los espíritus (2009), de Ricardo Íscar…- y la aportación de 350 micro mecenas a través de crowdfunding).  El estallido del 15M, en el año 2011, cambia radicalmente la película, Arcadi Oliveres, activista en una y mil causas (sindicatos estudiantiles durante el franquismo, campañas a favor del auto-gobierno en Cataluña, objeción fiscal, guerra del Golfo, Banca ética, guerra de Irak, movimientos antiglobalización…) se convirtió en una de las voces visibles que hablaban a las gentes que salieron a la calle a reivindicar una democracia real y justa. El documental adquiere su verdadera dimensión cuando asistimos al otro Arcadi, el que llega a su hogar y se relaciona con su familia, en un ambiente íntimo donde el objetivo de la cámara penetra con sumo respeto e integridad. La muerte de uno de sus hijos en el 2011, en plena revolución social del 15M, supone una mirada sincera de como unos hechos que ocurrían en la sociedad, se impregnaban en un hombre que sufría, pero que su lucha contra el sistema actuaba como bálsamo, una gran ayuda para continuar el camino de seguir creyendo en las causas justas y honradas. Una película que recoge aquella realidad confundiéndose con ella, un documento que se funde con lo que está pasando, sin dejar de mostrarnos a un hombre sencillo, a alguien que cree en las personas, y ayuda con su discurso a que adquieran la conciencia necesaria para que ellos mismos sean capaces de cambiar su mundo, y la sociedad que les rodea. Arcadi Oliveres no estaría muy alejado del discurso final del profesor francés Albert Lory –magníficamente interpretado por Charles Laughton- en la extraordinaria película de Jean Renoir, Esta tierra es mía (1943), donde hablaba de una sociedad corrupta que funcionaba a través de mentiras, y donde la verdad era castigada. Espléndidamente fotografiada por el cineasta Ricardo Íscar, esta road movie de lo íntimo y la cercanía, es un excelente documento que retrata a esos seres anónimos que hacen la revolución social desde los lugares más reducidos e íntimos, las asociaciones de vecinos, centros cívicos, ong’s, movimientos vecinales y sobretodo, es un homenaje sincero a todos aquellos hombres y mujeres del mundo, que se levantan cada día pensando y actuando activamente en que esta sociedad se puede cambiar.

 

Betibú, de Miguel Cohan

betibu-poster-finalPeriodistas y poder

La segunda película del Miguel Cohan, transita por los mismos derroteros que su opera prima, Sin retorno (2010), si en aquella, un atropello destapa una trama donde la corrupción estaba a la orden del día, en esta ocasión, un asesinato, que la policía despacha como robo violento, también nos lleva hacía lugares donde es mejor no entrar, ni tampoco preguntar. La acción arranca en “La maravillosa”, una urbanización lujosa, a las afueras de Buenos Aires, en la que aparece degollado un  exitoso empresario, que fue absuelto de la acusación de asesinato de su esposa. El diario de mayor tirada, “El Tribuno”, se pone manos a la obra con el caso, que tiene todos los números de convertirse en el de mayor repercusión nacional. Para ello, Rinaldi, el jefe, rescata los servicios de su ex amante, Nurit Iscar  -Betibú, apodo que le pusieron en honor a “Betty Boop”, famoso dibujo animado de los años 30, icono de la liberalización sexual-, novelista policíaca en crisis, y periodista retirada, que junto a Brena, veterano e idealista reportero, y Mariano, el joven académico recién llegado. Los tres compañeros, disfrazados de Marlowe, llevarán a cabo una investigación compleja, que les conducirá a desenterrar unos hechos que los sumerge en un pozo oscuro del pasado, y lidiar con unos poderosos que impedirán con todas sus armas que el caso salga a la luz. Basada en la novela homónima de Claudia Piñero, escritora que ya fue adaptada en La viuda de los jueves (2009), dirigida por Marcelo Piñeyro, -autor con el que Cohan colaboró como ayudante de dirección en 4 títulos-. Una intriga conspiratoria audaz, que sigue las reglas básicas de este tipo de películas, -que tan buenas cifras cosecharon en los 60 y 70 -, donde las cosas no son lo que parecen, y algunos personajes juegan a la ambigüedad. La fotografía elegante de Rodrigo Pulpeiro, -que ha trabajado para Puenzo, Aristarain…-, actúa de manera inteligente aportando los matices necesarios para crear esa atmósfera suave y agobiante que recorre todo el engranaje del film. Un ejercicio noir, con sabor a clásico, que nace como consecuencia del enorme éxito -Oscar incluido- que tuvo El secreto de sus ojos (2009), de Juan José Campanella, la fascinante intriga protagonizada por Ricardo Darín y Soledad Villamil. Punta de iceberg para un tipo de películas, nacidas entre Argentina y España, que sin llegar a los niveles de excelencia de la famosa predecesora, son producciones dignas,  de género policíaco, apoyadas en buenos guiones, -desarrollados algunos de manera desigual, pero efectivos-, presentadas con un diseño de calidad, y secundados por un buen puñado de excelentes intérpretes argentinos, Mercedes Morán, Daniel Fanego, Leonardo Sbaraglia…

 

Boyhood, de Richard Linklater

Boyhood_Momentos_de_una_vida-954973569-largeEl tiempo mientras vivimos

Imaginan ustedes que, François Truffaut hubiera recogido algunos momentos de las 5 películas, que dedicó a su personaje fetiche, Antoine Doinel, entre los años 1959-1978, y hubiese realizado una película con el título, Las aventuras de Antoine Doinel (igual que el volumen que publica los guiones de la serie). El resultado no estaría muy alejado del experimento que ha filmado el realizador norteamericano Richard Linklater. En el año 2002 convocó un casting en Texas, lugar del rodaje, y eligió a Ellar Coltrane, un niño de 6 años, que interpretará a Mason, el protagonista de una película que se filmaría durante los 12 años siguientes, a razón de una semana por año, acompañado de su familia de fcción, la hermana Samantha, a la que da vida, Lorelei, hija del director, y los padres, Patricia Arquette e Ethan Hawke (actor fetiche de Linklater), que toca un par de temas con la guitarra. Viajeros privilegiados de esta magnífica aventura con el objetivo de crear una experiencia cinematográfica sin precedentes, (Sólo en la BBC, existe algo parecido, la serie documental, The up series, de Michael Apted, que filma a 14 niños británicos desde los 7 años). Boyhood, es un melodrama de nuestros días, donde somos testigos de los cambios que sufre un niño hasta convertirse en un joven que va a empezar la universidad, un período que Linklater aborda de manera sencilla y sincera, dejándose de  sensiblerías, observando a sus personajes como si los mirase desde una mirilla. La separación de los padres, los intentos fructuosos de la madre por volver a crear una familia al lado de parejas que no resultan satisfactorias, la vuelta de su padre y los intentos por ganarse su confianza, hechos que provocan los continuos cambios de residencia, y los problemas de volver a empezar, en un lugar nuevo y diferente al dejado. Lidiar con estas situaciones y sobretodo, con las propias, son los momentos a los que se enfrenta el protagonista: los primeros amores, los primeros trabajos temporales friendo hamburguesas, la difícil cuestión de elegir los estudios que nos conducirán a un trabajo, su afición por la fotografía (guiño de Linklater a sus años mozos). Los 165 minutos del metraje nos atrapan siguiendo los caminos trazados en las anteriores obras del cineasta estadounidense, las mismas que hizo gala en la trilogía sobre la pareja de Antes de… amanecer (1995) …atardecer (2004) …anochecer (2013). Apenas hay movimientos de cámara, ausencia de narrativa, largas conversaciones de los personajes, situaciones realistas de la vida cotidiana y los conflictos que provocan, personajes de carne y hueso, banda sonora sazonada con música pop/rock, y una cámara que sigue a sus criaturas sin estorbar y sobretodo, sin juzgar. La apuesta de Linklater resulta convincente, y a ratos, extraordinaria, conmovedora y maravillosa. Premiada en la edición de este año de la Berlinale con el Oso de Plata al mejor director. Una certera y aguda reflexión sobre el paso del tiempo, y cómo nos va moldeando el rostro, y los cambios profundos que experimenta el cuerpo y nuestro carácter, ilusiones, sueños y esperanzas, en el difícil tránsito de la niñez a la adolescencia, hasta la primera juventud. Todo ello acompañado de la mirada de Mason, quizás lo único que el tiempo no puede cambiar…

Sobre la marxa (El inventor de la selva), de Jordi Morató

 cartell-sobre-la-marxa-webEl hombre contra la civilización

En el arranque de Los impacables (1955), de Raoul Walsh, un par de cowboys cabalga entre montañas nevadas. De repente, se detienen y observan a un hombre colgado de un árbol, a lo que uno de ellos exclama: “Al fin nos acercamos a la civilización”. La lucha del hombre libre contra la civilización es el tema elegido por el joven realizador Jordi Morató (Torelló, 1989) para su proyecto final de carrera en el máster de documental de la UPF, apadrinado por Isa Campo e Isaki lacuesta. A través de unos amigos y de casualidad, Morató conoció al protagonista de su relato, Josep Pujiula, llamado Garrel, y apodado “El tarzán de Argelaguer”. En un bosque de La Garrotxa, cercano a su vivienda, Garrel construyó con sus propias manos y durante 45 años, toda una ciudad: torres de 30 metros, laberintos, casas, presas de agua y túneles en la roca, todo ello utilizando materiales propios del entorno y reciclados. La película está fabricada a través de las imágenes de archivo que Aleix, un joven amigo, grabó a principios de los 90, en un serie de películas domésticas, donde Garrel actúa de Tarzán, jugando en el entorno que ha construido, así como también, luchando contra una manada de motoristas domingueros que amenazan con destruir sus construcciones. Las imágenes se acompañan con la voz en off del propio Morató, que nos va contando y reflexionando el mundo de Garrel, a través de un modo honesto y sincero. Realidad y ficción se mezclan en este documental humanista y emotivo, que atrapa la realidad de un hombre corriente que disfruta de su libertad en contacto con la naturaleza. Primero los gamberros drogatas, como el propio Garrel los denomina, luego la construcción de una autovía, y posteriormente, las normas legales que le obliga a cumplir el Ayuntamiento, hacen que el propio Garrel destruya su ciudad y pasado un tiempo, la llamada de lo salvaje, como le ocurría al can de Jack London, le obligue a volver a su bosque y comenzar a construir de nuevo su ciudad. Un hombre que se metamorfosea en ese ambiente, donde se siente libre y tremendamente feliz, un espíritu que no ha perdido sus ansias de jugar y el niño que sigue dispuesto a seguir disfrutando de la vida. Una película que también nos habla de un encuentro, el de Garrel con el cineasta, momento donde el relato nos asalta con bellísimas imágenes de observación, la mirada del cineasta hacía ese mundo, donde la naturaleza adquiere vida propia, y la materialidad, fuego, tierra y agua, se funden en una simbiosis de pureza donde las imágenes adquieren todo su valor. El debutante Jordi Morató nos habla de la libertad, de la tenacidad y la perseverancia de un hombre sencillo, que en la actualidad, a sus 77 años,  sigue alzando con paciencia, su paraíso particular, con la misma ilusión que le ha perseguido toda su vida, la de ese niño inquieto que no puede dejar de hacer cosas.

Jersey Boys, de Clint Eastwood

jersey_boys-cartel-5676Ascenso y caída del sueño americano

Clint Eastwood, el octogenario y brillante cineasta, con más de 50 títulos a sus espaldas, dónde ha desempeñado las funciones de actor, director, guionista, productor y músico, vuelve a la carga. Ahora se plantea revisar la música popular de los años 50, sus años mozos, cuando sólo era un joven atractivo y desconocido, que se ganaba la vida como actor de reparto en la serie Rawhide (1959-1966) -algunas de sus imágenes se cuelan durante un breve instante en la película, cuando uno de los protagonistas está viendo la televisión-. La película arranca en una pequeña localidad de New Jersey, en el año 1951, cuando un pipiolo Francis Stephen Castelluccio, que más tarde se convertirá en Frankie Vallie, y su fiel amigo, Tomy deVito, acompañdos de Nicky, se dedican algunas noches a actuar y otras, a robar para el capo del lugar, Gyp DeCarlo. Jóvenes sin futuro y delincuentes en ciernes, como aquellos que retrató Nicholas Ray en Rebelde sin causa (1955). Todo cambiará para ellos con la aparición del compositor Bob Gaudio,  que gracias a su enorme talento, regalará maravillosas canciones para la angelical voz de Frankie, en ese momento nacerán Frankie Vallie & The Four Seasons. Los éxitos no tardan en llegar, acompañados de fama, dinero y mujeres, y en poco tiempo se convierten en el grupo de moda, pero las distensiones en el grupo, debido a los problemas económicos de DeVito con la mafia, provocan el final de la banda. Eastwood pone el dedo en la llaga mostrando los problemas personales y familiares de Valli, enseñándonos la cara perversa del éxito, y los inevitables sacrificios que conlleva tener dos familias: la artística y la personal. Eastwood, compositor y pianista (que curiosamente grabó un disco a finales de los 50), y autor de algunas bandas sonoras de sus películas, Mystic River (2003) y Million dollar baby (2004), entre otras, vuelve con esta cinta a dar rienda suelta a su otra gran pasión, la música, a la que ya había tratado en El aventurero de medianoche  (1982), en la que un cantante de country alcohólico malvivía durante los años 30 de la Gran depresión, en Bird (1988), dónde daba buena cuenta de la vida de Charlie Parker, el famoso saxofonista de jazz y los años 40, y también, en  Piano Blues (2003), capítulo de la serie documental que produjo Scorsese sobre la música norteamericana. Una buena película, que bebe de los grandes, no obstante, la primera intención de su director era filmar un remake de Ha nacido una estrella (1937), de su admirado William A. Wellmann. Relato contado a través de los cuatro componentes del grupo, cuatro miradas diferentes que van relatando los éxitos y fracasos de unos jóvenes de barrio que se lanzaron a conquistar los corazones de un país sumido en el American way of life, a través de canciones que ya forman parte de la cultura popular como, Big girls don’t cry, Grease, Sherry, Can’t take my eyes off you… El talento del cineasta californiano queda patente en la ambientación, los encuadres, esa luz apagada y la estructura, así como la elección de los intérpretes, todo está rodeado del clasicismo habitual que caracteriza el cine de Eastwood. Quizás no se convertirá en uno de sus grandes títulos, porque aunque sea correcta y está bien contada, le falta alma, más emoción, no termina de entusiasmar cómo debería. Un biopic al uso, – cómo lo era la anterior de Eastwood,  J. Edgar (2011) – dónde los espectadores se encontrarán una adaptación basada en el musical homónimo que ha triunfado en Broadway, un relato lleno de luces y sombras, de claroscuros, de loosers, vapuleados por la vida, muy habituales en el cine del maestro, seres luchadores que la fama acaba venciendo y sobretodo, olvidando en lugares sin corazón, con la única compañía de la barra de un bar a medianoche, y un whisky lleno de nostalgia y amargura.