Oink Oink, de Mascha Halberstad

BABS Y SU CERDITO KNOR. 

“Si te interesa algo, sea lo que sea, ve a por ello a toda velocidad. Recíbelo con los brazos abiertos, abrázalo, ámalo y, sobre todo, apasiónate por ello. Lo tibio no es bueno. Lo caliente tampoco. Ser incandescente y apasionado es la única opción”.

Roald Dahl 

La directora Mascha Haberstad (Holanda, 1973), fogueada en mil y una batallas en el universo de la animación, menciona como fuente de inspiración al grandísimo escritor Roald Dahl (1916-1990), que dedicó tantas obras para el público infantil con títulos inolvidables como Gremlins, Charlie y la fábrica del chocolate, Fantastic Mr. Fox, Las brujas y Matilda, entre otras. El autor galés siempre creó personajes encantadores con sus lados oscuros, elevando a una categoría superior el libro infantil, convirtiéndolo en obras de culto para todos los públicos, al igual que algún que otro de los personajes que nutren Oink Oink, el primer largometraje de Haberstad, que parte del libro De wraak van Knor, de Tosca Menten, adaptado para la gran pantalla por la guionista Fiona van Heemstra, en la que nos cuenta la peripecia de Babs, una niña de 9 años que va en skate y pasa las horas en su cabaña con su fiel amigo, y vive junto a sus padres muy diferentes. La madre es una obsesiva del veganismo, con su huerto y sus ejercicios, y el padre, reservado y poco carácter que pinta muy poco. 

La película se agita y de qué manera, rompiendo toda esa aparente tranquilidad, volviendo todo del revés a partir de dos inesperadas visitas: la del abuelo, que viene de Estados Unidos y demasiado cowboy, que vuelve a casa con la espinita de su exilio forzado cuando, veinte y cinco años atrás, fue descalificado del gran concurso local de “El rey de la salchicha”, por una pelea con su enemigo acérrimo, el carnicero de la ciudad, y la del cerdito Knor, que se convierte en inseparable para Babs, que podrá quedarse con la condición de ser adiestrado. Estamos ante una película de exquisita belleza plástica y un elaboradísimo diseño de producción basado en la técnica de animación “Stop-motion”, que dota a los personajes de una naturalidad y cercanía maravillosas, en un equipo entre los que destacan la producción de Marleen Slot, el supervisor de efectos visuales Florentijn Bos, la cinematografía de Peter Mansfelt, la música de Rutger Reinders, y el exquisito montaje de la propia directora, en un depurado trabajo en una película brevísima de setenta y dos minutos de duración. 

Estamos delante de una película con el mismo espíritu de aquella maravilla que era Babe, el cerdito valiente (1995), de Chris Noonan, en que el protagonista absoluto de la cinta era un pequeño cerdito que venía a trastocar las leyes naturales de la granja y de la vida, porque su mayor sueño era ser pastor de ovejas, un filme que era deudor de la gran novela Rebelión en la granja, de George Orwell. En la misma línea podríamos añadir otros títulos emblemáticos como James y el melocotón gigante, basada en una novela de Dahl, Chiken Run, evasión en la granja, Wallace y Gromit, la maldición de las verduras, La oveja Shaun, La vida de calabacín, entre otras. Película destinadas al público más pequeño, pero que no olvidan a los adultos que lo acompañan, porque mezclan a las mil maravillas las situaciones divertidas e ingeniosas que harán las delicias de los niños y niñas, y tienen esas partes que nos hablan directamente a los adultos, en las que se habla, como ocurre en el caso de Oink Oink, de ecologismo, de mentiras, de apariencias, de egoísmo y demás oscuridades de la condición humana, y todo contado desde la sencillez y la intimidad, y la humanidad de unos personajes que sienten y padecen como nosotros, rodeados de una apabullante técnica de animación, llena de una imaginación desbordante, una capacidad de fabulación infinita y sobre todo, un amor por la belleza y la plasticidad de la creación de los personajes y los mundos que habitan. 

La cineasta Mascha Halberstad, a la que habrá que seguir la pista, ha construido una delicia para los sentidos, una cuento muy Dahl con muchísima imaginación que tiene de todo: crítica social, comedia desternillante y en algunos tramos, muy negra, drama intimista y familiar, y sobre todo, mucha aventura cotidiana, y ese toque de codicia y manipulación que albergan algunos personajes, en su afán de tener aquello o lo otro aunque tengan que pisar a unos y otros, una crónica social que vemos continuamente en la sociedad superficial y sin valores en la que vivimos diariamente. Su implacable y detallismo en cada secuencia, en cada encuadre, y en cada espacio de la pequeña ciudad y la casa en la que se sucede la película, la hace extraordinaria y una aventura en sí misma, porque está llena de detalles y belleza por toda la acción. Una trama extraordinariamente sencilla pero exquisitamente elaborada, en la que todo encaja a la perfección y todo rezuma vida y sencillez, y todo contado en sus escasos setenta y dos minutos, que aún la hace más estupenda, en una cinematografía actual que tiene al alargue innecesariamente, sometiendo al espectador a series cada vez más exentas, y con escaso contenido, donde se impone el cuánto más mejor, pues no, porque Oink Oink, demuestra todo lo contrario, porque es breve y con un contenido abrumador, que hace pensar, entretiene un montón, y además, usa la reflexión como mejor arma, en que niños y adultos lo pasarán muy bien y encima, se irán a casa reflexionando, unos elementos que no abundan en la mayoría de la producción que se realiza, destinada al más puro entretenimiento y a veces, ni eso.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

My Sunny Maad, de Michaela Pavlátová

LAS MUJERES AFGANAS. 

“No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”.

Angela Davis

La novela “Frista”, de la corresponsal de guerra y activista humanitaria Petra Procházková, en la que explica su experiencia personal de su matrimonio con un afgano desde un modo realista, crudo, muy profundo y sensible, a través de aquellos viviendo en el Kabul post talibán. La cineasta Michaela Pavlátová (Praga, Chequia, 1961), encontró en la novela de Procházkova la materia perfecta para hablar de una mujer checa en mitad de una sociedad completamente diferente en la que su amor se verá sometido a la voluntad de una sociedad machista. Un guion escrito por Ivan Arsenyev y Yaël Giovanna Lévy, donde nos explican de un modo muy cercano y transparente la vida de Herra, una joven solitaria universitaria que conoce a Nazir del que se enamora, y con él se van a vivir a Kabul en Afganistán, ese país aún militarizado y recogiendo los escombros de años de dictadura talibán. En ese contexto tan extraño para ella, vivirá con la familia de su amado: un abuelo liberal que defiende los derechos de la mujer, una cuñada maltratada por un marido celoso y estúpido, y la llegada de Maad, un niño discapacitado y abandonado que Herra y Nazir acogen como su hijo. 

La película muestra con claridad y solidez el conflicto social que impregna la atmósfera de la historia, con el trabajo en la embajada estadounidense y el choque entre una vida conservadora y patriarcal con otra más moderna y equitativa. El exterior de Kabul queda reflejado al detalle y sin estridencias de ningún tipo, en el interior del hogar, donde se desarrolla la trama de la película, en la que con intimidad e intensidad sorprendentes, vamos conociendo los diferentes roles de las mujeres frente a los hombres, la invisibilidad en la que viven y el sometimiento continuo. La cinta huye del manido film de buenos y malos, para adentrarse en una investigación profunda y magnífica desde la posición de la mujer, pero sin caer nunca en discursos y proclamas panfletarias, todo está muy bien medido y ajustado a la personalidad de cada mujer, de cómo cada una reacciona ante la injusticia y demás situaciones adversas que se producen en el interior de ese hogar afgano. Seguimos la experiencia de Herra en su eterno conflicto de una europea avanzada y capacitada en un rol completamente diferente siendo la esposa de un hombre, aunque veremos su evolución y su resistencia a no ser solo eso, a ser más, a ser ella y tener un trabajo y ser madre de un modo diferente muy alejado a lo convencional. 

La película se detiene en la mirada y el gesto de las mujeres, en sus diálogos y confidencias y apoyo emocional. En ese sentido, la película nos habla como a susurros, sin alzar la voz, ni recurrir a recursos tramposos y condescendientes, sino optando por acercarse a una realidad que, a veces puede ser muy compleja y llena de oscuridades. Con un estilo visual impecable y lleno de concisión, la película trabaja a partir de una animación realista, en la que consigue mostrar y ser explícito cuando la situación lo requiere, donde la animación se convierte en el mejor vehículo para contar todo aquello que está ahí, pero que no vemos sino escarbamos con decisión. La parte técnica es magnífica, porque nos acerca y a la vez, nos sitúa en esa posición de testimonio asistiendo a esa mezcla de dureza, incertidumbre y humor, a partir de la entrada de Maad, el niño discapacitado que aporta madurez, inteligencia y muchas risas, por su forma de enfrentarse al conflicto y la injusticia. Tenemos a los músicos y hermanos Evgueni y Sacha Galperine, que han compuestos bandas sonoras originales para nombres tan importantes como los de Asghar Farhadi, Andrey Zvyagintsev, François Ozon, Kantemir Balagov, Marjane Satrapi, Audrey Diwan, entre otras, que componen una música muy especial que detalla esas partes duras de la historia, así como esos otros instantes donde la armonía y la familiaridad se tornan más evidentes y cercanas. 

Creo que sería una buena noche de cine la sesión doble que compondrían My Sunny Maad, por un lado, y Las golondrinas de Kabul (2019), de Zabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec, otra joya incontestable de la animación, en la que nos sumergían en la situación de Zunaira y Mohsen, dos jóvenes enamorados, en medio de ese Kabul dominado por los talibanes, que resisten a pesar de todo y todos. Déjense de las fábulas simplistas y las mentiras que les han contado desde los medios internacionales que abogan por la transparencia y el rigor informativo, cuando solo son escaparates de la política internacional interesado y especulativa, que cuentan una versión muy alejada de la realidad y sobre todo, de la intimidad de la vida real y cotidiana de las afganas y demás, en un país que lleva décadas azotado por la cruenta e inútil guerra que ha destrozado anímicamente y físicamente un país lleno de riquezas y no me refiero a las materiales, sino a las emocionales, a las que valen de verdad. My Sunny Maad, de Michaela Pavlátová es uno de esos estrenos que merecen y mucho el coste de la entrada de un cine, porque debemos aplaudir el gesto y el esfuerzo de las distribuidoras Pirámide Films y BarloventoFilms por estrenarla en nuestro país y difundirla, entre tanto estreno superfluo e intrascendente que sólo ocupa un espacio valioso que impide que valiosísimas películas como esta y otras, no dispongan de su espacio para llegar al público que quiere conocer esas vidas anónimas que están ahí y a nadie parece importarles, y son las que mejor explican la situación de las mujeres y también, a nivel político y económico de un país como Afganistán. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Unicorn Wars, de Alberto Vázquez

OSITOS AMOROSOS VS. UNICORNIOS.

“El mal está sólo en tu mente y no en lo externo. La mente pura siempre ve solamente lo bueno en cada cosa, pero la mala se encarga de inventar el mal”.

Goethe

Recuerdo la primera vez que vi Bird Boy (2011), de Pedro Rivero y Alberto Vázquez (A Coruña, 1980), me estalló la cabeza, estuve tiempo flipando con sus imágenes en blanco y negro y muy oscuras e inquietantes, sus personajes infantiles pero con conflictos de adultos y contemporáneos, y la impactante idea de un mundo postapocalíptico, donde la miseria moral y la violencia se han instalado. Cuatro años después, dirigido por el mismo tándem, se estreno el largometraje Psiconautas, los niños olvidados, protagonizaba nuevamente por Bird Boy y Dinki, una pareja de amigos que intentaba sobrevivir ante semejante paisaje dantesco. Vi más trabajos de Vázquez, ahora en solitario, como Decorado (2016) y Homeless Home (2020), y Sangre de unicornio (2013) que, al igual que sucedió con Bird Boy, se ha convertido en un largometraje llamado Unicorn Wars.

El director gallego, ilustrador y dibujante de cómics, sigue explorando la condición humana, sus zonas más oscuras y violentas, y vuelve a construir personajes infantiles pero con almas en conflicto. El centro de la trama está contado a partir de dos personajes, dos hermanos, un Caín y Abel, dos ositos amorosos, dos almas muy diferentes. Uno, Azulín, es un ser abyecto, corroído por la rabia y violento, que se disputa desde niño el amor de su madre con su hermano gemelo Gordi, un osito obeso, torpe y acomplejado, pero lleno de amor. Dos almas contrarias que acaban en el campo Corazón, un campo de entrenamiento militar en el que reza el lema “Honor, dolor y mimos”, en el que se preparan para combatir contra los unicornios, sus enemigos ancestrales en que combaten para apoderarse el Bosque Mágico. El relato explota cuando Azulín, Gordi y un grupo de ositos emprenden una misión al citado bosque para encontrar a un destacamento que ha desaparecido, y la conquista de la sangre de los unicornios, que parece tener efectos inmortales. Vázquez vuelve a enmarcar su historia en un no mundo donde reina el mal, la competitividad, la oscuridad y la violencia gratuita, en una guerra fratricida, que recuerda  aquel cortometraje Carne de cañón (1995), de Katsuhiro Otomo, que muchos recordamos por su inolvidable film Akira (1988), donde en una ciudad futurista se dispara un cañonazo diario contra un enemigo invisible.

A medida que la misión de los ositos amorosos avanza nos encontraremos con un Bosque Mágico que dista mucho del paraíso que los jerarcas militares y el cura, con sus proclamas religiosas, les han inculcado a los soldados. La película construye una dualidad constante, a partir del conflicto entre los que quieren guerra y los que no. Guerra entre hermanos, guerra entre ositos, masculinos, contra unicornios, que son femeninos, al igual que las demás criaturas del bosque, entre civilización contra naturaleza, entre el bien contra el mal. Nos maravillamos con esa profunda y grave del narrador que nos es otro que el excelente actor Ramón Barea. Guerra y diferencias que quedan muy marcadas a nivel cromático y composición musical, donde Vázquez cuenta con cómplices que le han acompañado a lo largo de su filmografía como Iván Miñambres, en tareas de producción, Joseba Hernández en fx, Joseba Beristain en música, y Víctor García, en música adicional, y la aportación de Estanis Bañuelos e Iñigo Gómez en el montaje. La película viaja por diferentes géneros como el drama íntimo y personal, la fantasía y el terror, y una explícita violencia que saca lo peor del alma humana, hay poco espacio para la felicidad y la alegría, elementos que cuestan en un mundo dominado por la guerra, el militarismo y la violencia sin sentido.

Una película como Unicorn Wars es tristemente, una auténtica rareza en el panorama cinematográfico español, por eso deberíamos celebrar con gran entusiasmo que exista y sobre todo, ir a verla en masa, porque no solo abre vías de exploración en el mundo de la animación para adultos, sino que engrosa como una más a los grandes del género como Ralph Bakshi, Gerald Potterton, René Laloux, Katsuhiro Otomo, Hayao Miyazaki, Isao Takahata, Satoshi Kon, y las agradables aportaciones de Wes Anderson, con sus zorros y sus perros, y otros cineastas que usan la animación convencional para romper los códigos, dadles la vuelta y construir relatos que hablen de todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor, en un mundo cada vez más triste, más autómata y carente de valores humanos. Unicorn Wars es una película marcadamente antibelicista, atacando a todos aquellos males que someten al ser humano, como la religión dominante que incita a la guerra y la destrucción, y una miseria moral, como la reparte Azulín, un ser que usa la violencia y la mentira para escalar posiciones sociales y aniquilar a sus oponentes cueste lo que cueste.

La cinta no oculta sus referentes como Apocalypse Now y Platoon, con continuas referencias a la religión y a la biblia, mezclando los mitos y las leyendas en un relato sobre la deshumanización de la humanidad, y abocada al individualismo, la competitividad y la maldad como medio de supervivencia imponiendo las ideas de unos contra otros, y sobre todo, destruyendo sin ningún miramiento nuestra entorno, generando un lugar lleno de oscuridad y terror como el llamado Bosque Mágico, trasunto de la sociedad actual en la que vivimos, donde vale más lo que hacemos que lo que somos, en el que todo se consume, se agota y se sacia a ritmo frenético, dejando el mundo como un espacio vacío, siniestro y caduco. Deseamos y esperamos que Alberto Vázquez siga regalándonos historias como las que suele hacer, porque no solo son grandes películas, convertidas en clásicos de culto al instante, sino que resultan películas completamente universales, porque habla de lo hacemos diariamente, y sobre todo, como nos comportamos con la naturaleza, con los otros, y con nosotros mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Belle, de Mamoru Hosoda

A TRAVÉS DEL ESPEJO Y LO QUE SUZU ENCONTRÓ ALLÍ. 

“Siempre quiero ver cualquier lado de ti, lo que escondes dentro de tu corazón”

Pudiera parecer a simple vista que Belle, de Mamoru Hosoda (Kamiichi, Prefectura de Tomaya, Japón, 1967), fuese otra versión del clásico cuento de hadas escrito por Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve publicado en 1740. Pero, conociendo la trayectoria del cineasta japonés, la cosa no iba a quedar en una simple traslación en imágenes del imaginario visual que contiene la extraordinaria fábula. Si repasamos la filmografía de Hosoda, en la que después de varias películas cortas, fundó junto a Yuichiro Saito el Studio Chizu con el que nos deslumbró con La chica que saltaba a través del tiempo (2006), en la que abordaba de forma precisa y concisa las consecuencias de manipular el tiempo y sus acontecimientos, en Summer Wars (2009), entraba lleno en las nuevas tecnologías y los conflictos incalculables de las redes sociales, en Los niños lobo (2012), se adentraba en una excelente cuento de niños-lobo y las dificultades de una madre soltera, con El niño y la bestia (2015), nuevamente volvía al tema humano-animal, y todo aquello que nos une y separa, y en Mirai, mi hermana pequeña (2018), un relato de dos hermanos y los viajes en el tiempo como conflicto, que ya había planteado en la citada La chica que saltaba a través del tiempo.

Belle, que se presentó mundialmente en la sección oficial del prestigioso Festival de Cannes, se erige como una película que recoge buena parte de los temas de la filmografía de Hosoda, ya que parece un compendio de sus anteriores trabajos, ya que aparecen dos temas ya tratados como las relaciones de humano con los animales, y las redes sociales, su funcionamiento y las consecuencias que tienen en la vida real. La bella es Suzu, una joven que recuerda a Makoto, la heroína que saltaba en el tiempo, que vive en un pueblo en mitad de unas montañas, junto a su padre, ya que su madre falleció cuando era ella pequeña. Makoto, de vida anodina, triste y vacía, encuentra en “U”, la mayor red virtual del mundo con cinco billones de usuarios. En “U”, Makoto se convertirá en “Belle”, la cantante de moda con sus pegadizas canciones, y con una legión mundial de seguidores. La otra cara de “U”, la encontramos en “La bestia”, una misteriosa criatura que siembra el terror en la red virtual, siendo temida por todos, menos por Belle que, a diferencia de los demás, provocará su fascinación y un misterio que debe resolver.

Vuelven los temas importantes del director nipón como el enfrentamiento de dos mundos en apariencia opuestos: el virtual y el real, y dentro de cada uno de ellos, las diferencias existentes que separan a los personajes, la mezcla de humano y animal, en la que los roles cambian constantemente y las emociones en forma de oscuridades del alma convergen en el tema central de la trama, las dificultades para relacionarse con los demás, las gestiones de la pérdida, y el dolor que están conllevan, y el eterno aprendizaje tanto propio como ajeno, y las relaciones sentimentales como eje para generar movimiento en todo lo que se cuece en el relato. El fondo es complejo y sumamente interesante, pero la forma y la textura de la película no se queda atrás, ya que casan con suma sensibilidad y transparencia con unas imágenes bellísimas y llenas de colorido, formas, sonidos y demás, en un magnífico espectáculo visual que es infinito, apabullante y grandioso, pero no lo hace como algunos otros que se dedican a cuanto más mejor, sino todo lo contrario.

Todo lo que vemos en el cine de Hosoda tiene un porqué, no juega a la complacencia, ni al esteticismo fácil, porque nada está por casualidad, todo tiene su sentido y busca su consecuencia, todo funciona como una armonía serena y constante, como una pieza de orfebrería cuidada al mínimo detalle, donde cada invisible pieza debe funcionar a la perfección para que el conjunto brille en su apariencia y profundidad. Unos profesionales al servicio de la imaginación argumental y visual como los Anri Jôjô y Eric Wong, todo un gran especialista, en el diseño de producción, el montaje de Shigeru Nishiyama, que ha estado presente en todas las producciones de Hosoda, Nobutaka Ike en arte, toda una institución que trabajó en todas las películas del desaparecido Satoshi Kon, y como supervisor de animación, un nombre como el de Takaaki Yamshita, que ha estado en casi toda la filmografía de Hosoda, y nombres tan ilustres como los del mencionado Kon, y Tarantino. La adaptación más sublime y extraordinaria en acción real de La bella y la bestia, la encontramos en la película homónima de Jean Cocteau de 1946, basada en la versión que apareció en 1756 de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. Una poesía de las imágenes, un encuentro especial y humano, y sobre todo, todo un clásico que ha trascendido su tiempo y ha quedado como uno de las grandes obras del cine.

Por su parte, Belle sería un buen ejemplo de cómo abordar un clásico y trasladarlo a nuestros días, con la presencia de las nuevas tecnologías, con sus bondades y males, y no desmejora en absoluto la película de Cocteau, sino que se enriquecen mutuamente, cada una con su forma, estilo y narrativa, pero las dos son miradas interesantes sobre el mismo imaginario. La película de Hosoda confirma a uno de los cineastas que mejor han recogido el relevo de los Miyazaki y Takahata y han construido su propio sello personal, creando mundos y personajes inolvidables, porque con Belle, podemos afirmar que sería la mejor adaptación en animación del famoso cuento, porque recoge con gran sensibilidad esos mundos enfrentados, y a su vez, enfrentados con ese otro mundo, donde todo reside en las apariencias, y en lo físico y en todo aquello que mostramos y por ende, ocultamos a los demás, donde la imaginación de Hosoda y su equipo resulta admirable, ya que han visto que las redes sociales en forma de mundos virtuales que nos vapulean diariamente, sería un buen espacio para volver a hablar de La bella y la bestia, y sobre todo, lo poco que hemos evolucionado en materias de humanismo y empatía, y lo mal que gestionamos el dolor ante los demás y ante nosotros mismos, aunque el ejemplo de Suzu y la criatura, podría servir como ejemplo para tratar estos temas de forma más cercana, transparente y sencilla. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Flee, de Jonas Poher Rasmussen

LA ODISEA DEL REFUGIADO.

“El exilio sigue siendo exilio aun en la ciudad más bella del mundo”.

“Muerte en la Fenice”, de Donna Leon

En los últimos años muchos cineastas han encontrado en la animación el vehículo perfecto para contar el pasado, a partir de relatos personales y un dispositivo de documental, la animación ha servido para construir los recuerdos y sobre todo, analizarlos desde el presente. Nos acordamos de grandes trabajos como los de Persépolis (2007), de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, Vals con Bashir (2008), de Ari Folman, 30 años de oscuridad (2011), de Manuel H. Martín, El pan de la guerra (2017), de Nora Twomey, El estado contra Mandela y los otros (2018), de Nicolas Champeaux y Gilles Porte, La casa lobo (2018), de Joaquín Cociña y Cristóbal León, Chris el suizo (2018), de Anja Kofmel, entre muchos otros. A este género, que muchos catalogan como “documental animado”, podríamos incluir la película Flee, de Jonas Poher Rasmussen (Kalundborg, Dinamarca, 1981). El director danés-francés ha trabajado en varios medios como la televisión, la radio y el cine en el campo del documental, con títulos tan recordados como los de Searching for Bill (2012), y What He Did (2015), donde se mezcla ficción y documento, igual que hace en Flee, en la que nos cuenta la historia de Amin, un refugiado afgano que nos cuenta su pasado, toda su terrible odisea de vivir en Afganistán y salir del país, vía Rusia, hasta llegar a Dinamarca.

Rasmussen opta por una película sencilla y magistral, donde brilla con fuerza una animación realista y poética, que recuerda a su estilo y forma a la de Josep (2020), de Aurel, en la que nos traslada al país afgano de principios de los ochenta, con Amin, siendo un niño, que se vestía con la ropa de su hermana y escuchaba el “Take on me”, de los A-ha en plena calle, y luego, de forma descarna y crudísima todos los avatares para huir del país hasta llegar a Europa, separarse de su familia, y vivir de forma invisible su condición de homosexual. El cineasta danés sigue el periplo de Amin y los suyos, contándonos ese pasado que tiene indudablemente resonancias en el presente, porque Amin revela a su actual pareja todo lo vivido, todo lo sufrido y los trauman que todavía permanecen en él. Flee no solo nos habla de la dificultad de salir de tu país y llegar a otro, la tragedia de todos los refugiados del ayer, del hoy y del futuro, sino que profundiza en muchos más temas, como el terrible conflicto de construir tu propia identidad cuando todo está en tu contra, la construcción de un hogar lejos del tuyo, y sobre todo, de compartir el dolor y las heridas con la persona que amas para de esa forma cimentar un futuro mejor y lleno de esperanza.

Si tuviéramos que pensar en una película que contase una experiencia personal sobre lo que significa ser un refugiado o exiliado esa no sería otra que América, América (1963), de Elia Kazan, donde el director nacido en Turquía, de padres griegos, relataba de forma realista y humana, todo el proceso doloroso y kafkiano de emprender la tragedia de aventurarse al objetivo de llegar al otro país, y empezar de cero, si eso es posible. Los ochenta y seis minutos de la película nos hablan de alguien que se llama Amin, de alguien que oculta su nombre, de alguien que cuenta su propia historia, que podría ser la historia de tantos otros que han emigrado y emigrarán huyendo de guerras, de hambre, de ideas políticas, de quienes huyen del terror y quieren, como cualquier otro ser humano, vivir en paz independientemente de su condición, sea cual sea. Flee nos habla de libertad, de humanidad, de todo aquello que necesitamos para ser personas, de todo lo que nos construye, y sobre todo, de todo lo que somos, y cómo nos relacionamos con el otro, por muy diferente que sea de nosotros.

Rasmussen nos hace una película sensiblera ni anda que se le parezca, sino una película llena de dolor y terror, sin caer nunca en el tremendismo ni en el adorno ni la condescendencia del drama, porque lo que pretende y consigue el director danés-francés es contarnos una experiencia triste y difícil, pero acercándose a la emoción, a todo lo que se cuece dentro, pero son sensibilidad, dolor y poesía, fusionando de forma sencilla y llena de fuerza tanto la animación, el extraordinario y brillante dibujo, y sobre todo, una película estupendamente bien contada, con un extraordinario guion de Amin y el propio director, que nos convoca a un viaje sin tiempo, a una travesía sobre la memoria y la esperanza, a pesar de todos los males que se cuentan, y un exquisito y ágil montaje de Janus Billeskov Jansen, uno de los grandes editores de la cinematografía danés que tiene en su haber a nombres tan ilustres como los de Bille August y Thomas Vinterberg, con los que ha trabajado muchas veces. Flee es una película que consigue conmovernos y hacernos reflexionar, y lo hace desde la sinceridad, desde la magnífica composición visual de su maravillosa ilustración y animación, y desde el alma, porque nos cuenta la experiencia de Amin, de tantos Amin que le precedieron y tantos que le sucederán en ese itinerario de dejar tu tierra y emprender la incertidumbre de llegar a otro lugar donde se pueda ser persona. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Aurel

Entrevista a Aurel, director de la película “Josep”, en el marco de la VIII Setmana del Cineclubisme, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el viernes 1 de octubre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Aurel, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Tariq Porter de Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

¡Buenos días, mundo!, de Anne-Lise Koehler y Eric Serre

LA AVENTURA DE DESCUBRIR EL MUNDO.

“Este paraje boscoso rodeado de agua puede parecer grande o pequeño. Hay muchos mundos en este mundo. Es una cuestión de perspectiva. Ya seáis enormes o diminutos, nacer significa descubrirse a uno mismo, y a los demás. Venid a verlo. Hay nuevos nacimientos en el mundo.  (…) ¿Qué quién eres? Ya te construirás tú mismo día a día. ¿Y bien, estás listo para descubrir el mundo?”

La animación francesa siempre se ha caracterizado por su sofisticación en el dibujo, la infinita imaginación en la elaboración de la técnica,  la sensibilidad de sus historias, y la capacidad de contarnos cualquier relato para todos los públicos, sin caer en el manierismo y la condescendencia. Hay títulos que han pasado a la historia como El planeta salvaje (1973), de René Laloux, Bienvenidos a Belleville  (2003), de Sylvain Chomet, Persépolis  (2007), de Marjane Satrapi, Vincent Paronnaud, La tortuga roja (2016), de Michael Dudok de Wit,  La vida de calabacín (2016), de Claude Barras, y Josep (2020), de Aurel, entre muchas otras.

La pareja Anne-Lise Koehler y Eric Serre, codirectores de la película, se conocieron en la Escuela de la Imagen Gobelins, y han participado como diseñadores en películas tan prestigiosas como Kirikú y la bruja, Azur y Asmar, ambas de Michel Ocelot, Antartica!, entre otras, y ambos crearon las imágenes de animación del documental Il était une forét, de Luc Jacket. La película es asombrosa en su técnica de animación, ya que su materia prima viene principalmente del papel, las hojas de papel de los libros de la prestigiosa colección La Pléiade, para crear unos 110 títeres y centenares de esculturas para formar las 76 especies de animales, 43 de vegetales y 4 setas. Todo desde la minuciosidad, donde cada pequeño detalle y cada brizna de aire y de agua cobra vida, centrándose en el nacimiento, el crecimiento y la vida de diez animalitos, que cobran vida a través de la técnica de stop-motion. Además, los escuchamos en los que podemos oír sus deseos, esperanzas e ilusiones, y su diálogo con la narradora que interactúa con ellos y con nosotros los espectadores.

Una obra inmensa, brillantísima y conmovedora, a medio camino entre la fotografía, la escultura y el dibujo, que consigue hablarnos de un universo microscópico de forma grandiosa, sumergiéndonos en sus existencias, en sus perspectivas, en mirarlos frente a frente, hipnotizados por sus pequeños mundos, por sus alegrías y adversidades, siempre en tono naturalista, didáctico y humanista, de respeto a todo aquello que nos rodea, porque esa forma de mirar, acercarse y conocer, nos hace mejores personas, y sobre todo, nos hace descubrir el mundo y nuestro mundo, y el que no vemos, con otros ojos, otra forma de mirar, descubriendo y descubriéndonos a través de tantas diminutas vidas que no alcanzamos a ver porque no miramos. El búho chico, el somormujo lavanco, el Martín pescador, la tortuga de estanque, el nóctulo pequeño, la salamandra, el avetoro, el lucio, la libélula emperador y el castor europeo son los diez animalitos que nos acompañan en esta aventura de vivir y crecer en el mundo, en su mundo, con sus peripecias de su existencia, su propio descubrimiento y conocer el espacio que les rodea. Una vida para ser y estar, su crecimiento, el descubrimiento del amor cuando llega la primavera, la amenaza constante de ser comido, y a la inversa, de comer, la interacción con las otras especies, y todo un universo infinito, maravilloso, trágico, e inabarcable, que empieza y finaliza cada día.

¡Buenos días, mundo!, aparte de su asombrosa capacidad visual e imaginativa, su grandísima composición formal, y su extraordinario ritmo de montaje, no solo se queda ahí, en su apabullante estilo de animación, sino que va muchísimo más allá, y construye un relato inmenso y especial, centrándose en todas esas pequeñas criaturas que casi nunca vemos, en esas vidas invisibles para nosotros, en mundos pequeños y microscópicos, cerca de nosotros, a los que apenas prestamos atención, peor están ahí, y la película nos lo muestra con una naturalidad y sensibilidad que no solo entusiasmará a los más pequeños, sino que a los adultos de cualquier edad los dejará cautivados por su belleza plástica, su brillantez en su relato, y sobre todo, en su capacidad en sumergirnos en ese mundo dentro de otro, y hacernos participe de cada situación, por mínima que resulte, profundizando en todos sus huecos y rincones, en todos los detalles, en todo y en nada, sintiéndonos un pequeño ser vivo, volando, nadando y sintiendo como ellos, mirándolos y acompañándolos en sus vidas, en su forma tan peculiar y personal de sentir y descubrir su mundo, que también es el nuestro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ninja a cuadros 2 – Misión Tailandia, de Anders Matthesen y Thorbjorn Christoffersen

ÁLEX Y EL MUÑECO POSEIDO.

“Ser uno mismo en un mundo que constantemente trata de que no lo seas, es el mayor de los logros”

Ralph Waldo Emerson

Para los que no la hayan visto o no la conozcan, Ninja a cuadros (2018), de Anders Matthesen (Copenhague, Dinamarca, 1975), y Thorbjorn Christoffersen (Faaborg, Dinamarca, 1978), es una excelente película de animación para adultos, convertida en todo un fenómeno en Dinamarca, en la que se nos cuenta la vida anodina y gris de Álex, que no soporta al imbécil de su padrastro y al glotón y sucio de su hermanastro Sean, y una madre adicta al mundo vegano. Además, en el colegio, sufre acoso por parte del matón de turno, y aún hay más, Jessica, la chica de la que está enamorado, no le hace ni puto caso. Pero, toda esa serie de conflictos, desaparecen con la irrupción de Taiko Nakamura, el espíritu de un ninja de hace cuatro siglos que posee un muñeco de trapo con traje a cuadros, de ahí el título, que viene con una misión especial. La vida de Álex dará un vuelco de 180 grados y conseguirán llevar ante la justicia a Phillip Eppermint, un empresario que esclaviza a niños en Tailandia.

Ahora, nos llega su secuela Ninja a cuadros 2 – Misión Tailandia, que sigue a Álex, que las cosas le van más o menos, porque Jessica, más mayor que ella, vuelve a pasar de él, más interesada en un chico mayor y malote, aunque en casa las cosas han mejorado algo, y la familia hace un viaje a Tailandia, instigado por Álex, que ha recibido nuevamente la visita del muñeco de trapo, ya que el susodicho Eppermint sale de la cárcel en Tailandia debido a unos chanchullos de su malévolo abogado. El objetivo esta vez es salvar a una niña, testigo clave para implicar a Eppermint. Matthesen y Christoffersen vuelven a dirigir la secuela, con ese ritmo frenético y a contrarreloj de los dos protagonistas, y siguen hablándonos de valores humanos como la identidad, de ser uno mismo, de las difíciles relaciones familiares y personales, de la confianza, de ayudar y dejarse ayudar, y sobre todo, la película es una profunda y sensible alegato sobre la amistad, con sus dimes y diretes, sabiendo gestionar las formas diferentes de pensar, sentir y hacer, y mirar al otro y hacer el esfuerzo de comprendernos, tanto a los demás como a uno mismo.

Matthessen que es toda una celebridad de la comedia stand-up en su país, tanto en vivo como en varios largometrajes, ya había trabajado como guionista en la película de animación Terkel en apuros  (2004), donde codirigía Christoffersen, además de dirigir Sorte Kugler (2009). Por su parte el citado codirector, responsable de la cinematografía de la película que nos ocupa, se ha dedicado al cine de animación para adultos cosechando grandes títulos como el citado film, otras como Viaje a Saturno (2008), y Ronal Barbaren (2011). Títulos que no estarían muy lejos del espíritu de los Studio Ghibli, Pixar y Aardman, y la trilogía de Cómo entrenar a tu dragón, o series como Los Simpson, Beavis and Butt-head, South Park y Padre de familia, entre otras, donde la extraordinaria construcción de los personajes, los cercanos relatos, y la comedia irreverente es la tónica en todas ellas, con el humor negro, inteligente y disparatado para hablarnos de los problemas sociales, personales, económicos y culturales, donde hay sitio para criticarlo absolutamente todo: la política, la familia, el amor, y todos los temas y elementos de las sociedades modernas y capitalistas en las que vivimos.

Anders Matthesen escribe un guion con un ritmo excelente, donde hay cabida para tocar todos los temas, con esa madre obsesionada en la vida sana, ese padrastro estúpido y egoísta, ese hermanastro que solo come y molesta, ese malo que no quiere acabar con el mundo, porque es un malvado real y cercano, que explota a niños del país empobrecido bajo el amparo de las autoridades corruptas, quizás el personaje del tío marinero de oficio, vulgar, borrachín y campechano, se sale completamente de todo, y trata a su sobrino con una afabilidad y comprensión como si fuera un adulto. Kristian Haskjold firma el montaje, un grandísimo trabajo de composición y agitación que constantemente tiene la película, que maneja con brillantez las secuencias de acción, de persecuciones, peleas y demás, con otras donde todo se posa y conocemos en profundidad las relaciones de los diferentes personajes y sus posiciones morales y éticas, así como todo el interior que ocultan y tanto le cuesta al protagonista sacar.

Taiko convertido en muñeco de trapo es un guerrero que en ocasiones actúa con muchísima disciplina, olvidándose del otro, al igual que Álex, más pendiente en otros menesteres basados en agradar a los demás, dejando de ser quién es. Para el chaval, Taiko es como un hermano mayor, su relación es muy íntima, a veces discuten, a veces se quieren, pero lo más importante es que también saben mirarse, escuchar y escucharse y ante todo, se comprenden y van a una.  Ninja a cuadros 2Misión Tailandia es una película magnífica, que no solo gustará a las personas amantes de la animación para adultos, sino que también, a todas a aquellas personas que les gusta ver cine de verdad, que hable de cosas cotidianas, y lo haga desde el respeto, la comprensión y la sensibilidad, porque la película muestra la vida, las relaciones, incluso a veces de forma cruda y triste, pero también, la vida lo es, y eso no la hace mejor ni peor, sino de verdad, de carne y hueso aunque se construya con animación, porque la existencia hay que experimentarla, lucharla, y sobre todo, vivirla, tanto sus cosas amables como las que duelen más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Earwig y la bruja, de Goro Miyazaki

LA HUÉRFANA REBELDE.

“La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras”.

Jean Jacques Rousseau

Desde 1985, a través del Studio Ghibli, las mentes creativas del desaparecido Isao Takahata, Toshio Suzuki y Hayao Miyazaki, no solo han creado uno de los estudios de animación más grandes, artísticos y venerados de la historia del cine, con grandísimas obras de arte como Nausicaä del valle del viento, La tumba de las luciérnagas, La princesa Mononoke, Mi vecino Totoro y el viaje de Chihiro, entre muchas otras. El fallecimiento o la edad hacen obligado el relevo en la compañía, y los Miyazaki y Suzuki, dejan la primera línea para ocupar cargos más secundarios como ocurre en Earwig y la bruja, de Goro Miyazaki (Tokyo, Japón, 1967), hijo de Hayao, reticente en principio en seguir los pasos de su progenitor, finalmente, debuta como director con Cuentos de Terramar (2006), le sigue La colina de las amapolas (2011), y después la serie Ronja, la hija del bandolero (2014).

Goro Miyazaki vuelve al largometraje con Earwig y la bruja, basada en la obra de Diana Wynne Jones, la misma autora  en la que se basaron para El castillo ambulante (2004), y deja la animación 2D para introducir la novedosa 3D/CGI, y nos cuenta las desventuras de Earwig, una niña de 10 años que ha crecido en un orfanato, una niña peculiar, de carácter, que siempre se erige como la “jefa” ante los demás, que la obedecen sin rechistar. Pero un día, una extraña pareja formada por una bruja que se hace llamar Bella Yaga y un tipo reservado de formas duras, la adoptan y se la llevan con ella para que la niña sea la ayudante de la bruja, que vive de hacer brebajes para satisfacer los deseos de los demás. La historia mantiene todos los ingredientes que han hecho de Ghibli un referente no solo en el campo de la animación, sino en el mundo del cine, siendo una compañía muy creativa, logrando componer historias de bellísima y ejemplar factura visual y narrativa, construyendo mundos imaginarios y fantasiosos, siempre con el toque humanista y real, llenos de niñas o jóvenes desafiantes ante el orden establecido, y tratando una riqueza de temas que tienen mucho que ver con la infancia, el aprendizaje, el crecimiento, la llegada a la edad adulta, bien ayudadas por la complejidad de sus emociones y relatos sobre la vida y la muerte.

Earwig y la bruja mantiene una primera mitad rica en lo visual y en lo narrativo, erigiéndose digna heredera del Studio que hay detrás de ella. El desajuste narrativo arranca en su segunda mitad, cuando la niña es adoptaba por el par de sujetos excéntricos. En su nueva casa, exceptuando algún instante imaginativo, la historia se detiene, resulta monótona, y va perdiendo interés, como si los personajes vivieran en sus mundos, ajenos a la historia principal que se va diluyendo. En el apartado de producción encontramos a Toshio Suzuki y en la planificación de la película encontramos la mano de Hayao Miyazaki, que echamos en falta en el engranaje del guión, piedra angular de la compañía Ghibli, que en Earwig y la bruja, en su afán de convencer a todos, acaba olvidando a la mayoría, con una historia que aparentemente resultaba interesante, con esa niña marimandona que empieza una nueva vida en la que estará al otro lado del espejo, y en vez de mandar, ahora, deberá obedecer sin protestar, pero toro el ritmo que daba la primera parte, en la segunda no se acaba encontrando su ritmo, y las aventuras domésticas junto a la bruja, que podrían haber dado de sí, y mucho, resultan sin alma y desafortunadas.

Podíamos decir que la película resulta imaginativa en algunos momentos, se agradece y mucho la innovación de la inclusión del nuevo formato 3D, pero se ha perdido la esencia que hizo grande el estudio japonés, aunque quizás, aquellas películas fabulosas de antaño, ya solo pertenecen a nuestra memoria, y ahora Ghibli, debe volver a sus orígenes, sin olvidar la innovación tecnológica, por supuesto, pero logrando que las historias sigan hablando de temas universales, a través de la cotidianidad de sus personajes, su inagotable imaginación y sus cuentos fantásticos, llenos de humor y sobre todo, adorables y muy sensibles. El reto de los herederos de los maestros no va a resultar para nada sencillo, sino todo lo contrario, Earwig y la bruja ha sido un intento que se ha quedado a medio camino, quizás, los próximos trabajos que vengan recogerán el espíritu de Ghibli y seguirán manteniendo una narrativa que no decae, que nos hace soñar y ver el mundo mejor del que es, sin olvidar la tristeza o la tragedia que lo alimentan, si, pero también, sin dejar de soñar con las pequeñas historias en los lugares más ocultos del mundo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Fritzi. Un cuento revolucionario, de Matthias Bruhn y Ralf Kukula

DOS AMIGAS SEPARADAS.

“No existe la libertad, sino la búsqueda de la libertad, y esa búsqueda es la que nos hace libres”.

Carlos Fuentes

Los hechos históricos que han conmocionado a la población han tenido su reflejo en el cine. Películas que, de una forma u otra, se han acercado a mostrar unos hechos con diferentes miradas, objetivos y resultados. El cine de animación lleva unos años acercándose a la historia desde prismas muy diferentes, aportando visiones más cercanas y realistas de las que venía proponiendo. Nos vienen a la memoria películas como La tumba de las luciérnagas  (1988), de IsaoTakahata, Persépolis (2007), de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, Vals con Bashir (2008), de Ari Folman o El viento se levanta (2013), de Hayao Miyazaki, entre otras. Fritzi, un cuento revolucionario, de Matthias Bruhn (Bielefeld, Alemania, 1962), y Ralf Kukula (Dresden, Alemania, 1962), podría pertenecer a ese grupo de películas de animación que se acercan a la historia, en este caso al verano-otoño de 1989, en la ciudad de Leipzig, en la República Democrática de Alemania, siguiendo los acontecimientos que llevarían a la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre del mismo año.

El tándem de directores, que crecieron en la extinta RDA, con sobrada experiencia en el mundo de la animación, se basan en el libro homónimo infantil de Hannah Scott, que firma el guion junto a Beate Völcker y Péter Palátsik, para contarnos la historia de una amistad, la de Fritzi y Sophie, dos niñas de doce años, que llegado el verano deben despedirse porque Sophie irá con su madre a la vecina Hungría, hecho que hará que su inseparable perro Sputnik (nombre del primer satélite artificial soviético lanzado al espacio en 1957), se quede al cargo de Fritzi que lo cuidará en ausencia de la amiga. Pero, llega el otoño, el comienzo de las clases y Sophie no regresa, y Fritzi hará lo imposible para devolver el perro a su amiga, con la ayuda de Bela, un nuevo alumno con el que se vuelven inseparables. El gran trabajo detallista y colorista  de la ilustración, nos muestra una ciudad de Leipzig cotidiana y cercana, pero también llena de desigualdades y miedo.

La película capta con sutileza y sobriedad el instante histórico que se vivía, con un estado todavía controlador y restrictivo, con la Stasi, la policía estatal, todavía vigilante y castradora, como refleja el primer día de clase con la fiesta del cuarenta aniversario de la RDA, en un instituto que tiene el nombre de Yuri Gagarin (el primer ser humano, cosmonauta soviético, que viajó al espacio exterior en 1961), con ese personaje de la maestra Liesegang, ordeno y mando, representando la idea del país, y el agente de la citada Stasi, que vigila y sigue a Fritz, en la estupenda secuencia de persecución a pie por las calles de Leipzig. Frente a esa represión y falta de libertad, una ciudadanía que se organiza y protesta en multitudinarias manifestaciones demandando cambios y la apertura de la frontera. La mezcla de intimidad con la peripecia de Fritzi, y de hechos históricos funciona a las mil maravillas, fusionando la ficción de la historia, que tiene la devolución del can como Macguffin, que hará mover a los personajes, más cercano a la película de aventuras, como el intento de Fritz de saltar el muro, o la amistad cercana con Bela, con los hechos históricos que recoge la película con el levantamiento popular seguido de continuas protestas.

Una película sincera y emotiva, sensible y audaz, que no solo entusiasmará a los niños con las desventuras de Fritzi en sus incansables intentos en devolver el perro a su amiga, sino que también emocionará a los adultos, ya que recoge un hecho histórico capital en los sucesos del siglo XX en Europa, porque el día que cayó el muro de Berlín, se cerraba la etapa más negra de la historia del continente, y también, se abría una ventana de esperanza para construir una nueva forma de vida, más libre y digna. Quizás tales propósitos fueron demasiado ingenuos y poco realistas, y ahora, las cosas no han cambiado mucho, porque pasamos de un férreo control estatal a otro control, este económico, pero la ilusión por un mundo mejor, más libre y digno, siguen siendo las mismas, como las que tuvieron personas como Fritzi, Sophie y Bela, en aquel no tan lejano Leipzig del otoño de 1989, porque creyeron en una idea de mejorar sus vidas y derribar un muro indigno, un muro que separaba familias, que separó ideales, que nunca tuvo que ser construido, como todos los muros que todavía existen en el mundo, barreras inútiles y sucias, solamente económicas, que evidencian la falta de humanidad de los seres humanos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=”https://vimeo.com/481203859″>TRAILER FRITZI UN CUENTO REVOLUCIONARIO</a> from <a href=”https://vimeo.com/user34637086″>Pack M&agrave;gic</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>