Entrevista a Pedro Mari Sánchez y Daniela Fejerman, actor y codirectora de la película “Alguien que cuide de mí”, en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el miércoles 26 de abril de 2023
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pedro Mari Sánchez y Daniela Fejerman, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Revolutionary Press, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
Entrevista a Mariaa Elorza, directora de la película “A los libros y a las mujeres canto”, en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el hall del Teatre CCCB en Barcelona, el miércoles 23 de noviembre de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Maria Elorza, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Mariona Borrull de Comunicación de L’Alternativa, por su trabajo, amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Estibaliz Urresola Solaguren, directora de la película “20.000 especies de abejas”, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el lunes 17 de abril de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Estibaliz Urresola Solaguren, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Andrés García de la Riva de Nueve Cartas Comunicación y a Lara P. Camiña de BTeam Pictures, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos”
“El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry
Si el sentido que más nos evoca el cine no es otro que la mirada, es indudable que no sólo las películas nos invitan a mirar, sino también, y esto es más importante, a mirar bien, o dicho de otro modo, a mirar con el corazón, a no sólo quedarse con aquello que vemos, sino con lo que hay en el interior de lo miramos, mirando el alma de lo que tenemos delante, adentrándose más allá. La película 20.000 especies de abejas, el primer largometraje de ficción de Estibaliz Urresola Solaguren (Bilbao, 1984), nos propone un ejercicio sobre la mirada, una actividad de detenerse y mirar lo que nos rodea, y sobre todo, a mirar a los que nos rodean, a todo aquello que se oculta frente a nosotros, a todo aquello de difícil acceso, a lo que no se ve a simple vista, a lo que de verdad importa. Porque la película, entre otras cosas, se sustenta en la mirada, en ese acto sencillo y revelador, que sus personajes no acaban de hacer, ya sea por miedo, por inseguridad, por lo que sea.
Una película transparente y sensible que nos invita a mirar, o porque no decirlo, nos obliga a mirar, a detenerse, a olvidarse de los quehaceres cotidianos y demás, y mirar y mirarnos, porque es un gran ejercicio, y totalmente revelador de aquello que nos ocurre y no queremos admitir. Los trabajos anteriores de la directora vasca exploraban la identidad de sus individuos, a la búsqueda de uno mismo y de todo lo que ello conlleva, como en sus piezas cortas como Adri (2014), Polvo somos (2020), y Cuerdas (2022), y en su largo documental Voces de papel (2016), sobre la agrupación Eresoinka, que siguió cantando en euskera después del final de la Guerra Civil. En su debut en la ficción en forma de largo, la cineasta bilbaína también nos habla de la identidad, en la figura de Cocó, una niña trans de ocho años, en un verano en el pueblo de sus abuelos. Una niña a la que todos se empeñan en llamar Aitor, una niña que se esconde de los otros, que se mantiene en silencio, una niña atrapada en la incomprensión de los otros, los adultos, y en concreto de Ane, su madre, que no acaba de aceptar la situación y se oculta en sus problemas sentimentales y profesionales.
La película nos cuenta esta pequeño y gran conflicto de forma sabia y magnífica, porque lo hace desde la sensibilidad, sin ser sensiblera, desde lo insignificante sin ser condescendiente, y lo hace desde lo humano, sin ser sentimentaloide, sino todo lo contrario, desde esa cámara que se sitúa frente a la mirada de los niños y de Cocó, una infancia que acepta con menos resistencia la identidad de la niña, en relación a los adultos, que en su mayoría se manifiestan en una posición contraria y prejuiciosa, si exceptuamos a la tía Lourdes, un personaje sabio, sensible y conocedora del mundo de las abejas, son oro puro sus conversaciones con la niña, un personaje que no estaría muy lejos de la abuela espectral de Rosa, la protagonista de La mitad del cielo (1986), de Manuel Gutiérrez Aragón. La maravillosa luz de Gina Ferrer García, de la que hemos visto su trabajo en películas como Panteres, Farrucas, Tros, La maniobra de la tortuga y A corpo aberto, se mueve entre el naturalismo y la sencillez de mostrar de forma reposada y sin estridencias todo el conflicto que están viviendo todos los componentes de la familia, las tres generaciones reunidas en la casa en un verano que no será como otro cualquiera.
El exquisito y concienzudo trabajo de montaje de Raúl Barreras, del que se estrena la misma semana La hija de todas las rabias, de Laura Baumeister, que tiene esa fuerza y delicadeza para contarnos tantas cosas en sus fantásticos 129 minutos de metraje. El gran trabajo de sonido de una grande como Eva Valiño, con más de 80 trabajos a sus espaldas, y la mezcla de Koldo Corella, del que hemos visto títulos tan interesantes como Hil Kanpaiak, Suro y La quietud en la tormenta, entre otros. 20000 especies de abejas nos remontan a algunas de las películas setenteras de Carlos Saura. Pensamos en La prima Angélica, Cría Cuervos y Mamá cumple 100 años, donde se habla de complejas relaciones familiares, y el mundo de la infancia y los adultos, tan diferente y alejado, donde el maestro aragonés era todo un consumado explorador de todas esas grietas emocionales que anidan en la oscuridad. Encontramos a la Lara Izagirre, directora de títulos como Un otoño sin Berlín y Nora, ahora productora junto a Valérie Delpierre, responsable de títulos tan significativos como Estiu 1993, de Carla Simón, y Las niñas y La maternal, ambas de Pilar Palomero, todas ellas reflexiones sobre la infancia y sus complejidades y en relación a la familia.
En 20.000 especies de abejas encontramos un viaje corporal y emocional que nos sumerge y bucea en las intrincadas relaciones entre niños y adultos, que explica a partir del detalle y el gesto, que no usa música extradiegética, y si una música que escuchamos en vivo o a través de grabaciones, necesitaba todo el acercamiento y sensibilidad de unos intérpretes que generan la intimidad que tanto desprende cada espacio y cada mirada de la trama. Tenemos a las veteranas Itziar Lazcano y Ane Gabarain como la Amama y la tía Lourdes, el sol y la sombra de la historia, interpretadas por dos actrices de largo recorrido, la presencia siempre estimulante de una actriz tan capacitada como Patrica López Arnaiz, acompañándola en su viaje particular, el físico, que viene de Bayona, del País Vasco francés, hasta la casa de sus padres, en el pueblo, con tres hijos, un trabajo que no llega, el peso de seguir la tradición de su padre como escultora, y un amor que parece que es poco amor. Después está Sofía Otero, la niña que hace de Cocó, la niña que no quiere ser Aitor, la niña que lucha en silencio para ser quién quiere ser, escogida en un casting en su debut como actriz, que le ha valido el prestigioso Oso de Plata de la Berlinale, un espectacular reconocimiento que nunca se había producido, y no es para menos, porque lo que hace Sofía Otero es sencillamente abrumador, delicado y muy bonito, una composición que nos recuerda a la Ana Torrent de El espíritu de la colmena, a la Laia Artigas de Estiu 1993 y la Andrea Fandós de La niñas, todas niñas como ella explorando sus vidas e identidades en un mundo donde los adultos van a lo suyo y las miran muy poco, y cuando lo hacen, nunca es de verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Llàrzer Garcia, dramaturgo y director de la obra de teatro “Al final, les visions”, en su domicilio en Barcelona, el jueves 28 de julio de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Llàtzer Garcia, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Es de sobra conocido que la novela “Los tres mosqueteros”, de Alexandre Dumas (1802-1870), publicada en 1844, se convirtió desde su nacimiento en una de las novelas clásicas de aventuras por antonomasia, erigiéndose en uno de los libros de referencia para muchos lectores de todas las edades. El cine la ha adaptado en numerosas ocasiones, pero quizás faltaba “La adaptación”, y me refiero que la cinematografía francesa se pusiera en serio a hacer su versión, y lo digo porque la gran tradición de películas históricas francesas es muy importante, ahí tenemos grandes títulos como Cyrano de Bergerac, La reina Margot, Ridicule, entre otras. Un cine bien contado, de generosos presupuestos y un espectacular rigor histórico. En ese grupo exclusivo podemos introducir Los tres mosqueteros: D’Artagnan, dirigida por Martin Bourboulon (Francia, 1979), un director que hasta ahora le habíamos conocido la comedia disparatada de Papá o Mamá (2015) y su secuela del año siguiente, y Eiffel (2021), biopic sobre Gustave Eiffel, y la creación de su famoso torre.
Con esta película, la filmografía de Bourboulon entra en otra dimensión, porque no sólo ha hecho, quizás, la mejor versión de la famosísima novela de Dumas, sino que ha construido una película que puede contentar a muchos espectadores de diferente naturaleza. La historia es de sobras conocida, el joven gascón D’Artagnan llega al París de 1627 con la intención de convertirse en un mosquetero del Rey Louis XIII, y una serie de circunstancias le convierten en compañero inseparable de los tres principales guardianes del Rey: Athos, Aramis y Porthos, que tienen que lidiar con las conspiraciones del ministro Cardenal Richelieu y sus secuaces. Pero, la película no sólo se queda ahí, en contarnos las diferentes intrigas, traiciones, amores apasionados, ocultos y la serie de personajes, engaños y demás intríngulis de la tremenda agitación que se respiraba en la corte del Rey de Francia. Porque la película va muchísimo más allá, con una grandiosa recreación histórica, en la que podemos ver esa ropa usada, esos rostros sucios y malolientes, y esa atmósfera cargada y desafiante que tiene cada instante de la trama. Con unas espectaculares escenas de acción, donde las batallas a sable se suceden, pero con esa verdad que nos sumerge en ese ambiente complejo y lleno de peligros. Tiene verdad porque las secuencias tienen ese punto realista, donde es creíble lo que se cuenta y cómo se hace.
No obstante, la película ha contado con grandes profesionales arrancando con la dupla de guionistas: Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière, que han escrito una película de un par de horas, con un ritmo trepidante, que maneja con audacia las escenas más tranquilas, donde los diálogos están llenos de sabiduría y astucia, y las otras secuencias, las de acción y más físicas, son muy intensas y no dan respiro. La cinematografía de un crack como Nicolas Bolduc, que ha trabajado en Enemy (2013), de Denis Villeneuve, y en No llores, vuela (2014), de Claudia Llosa, entre muchas otras, en la que compone una luz muy cargada, llena de claroscuros, que escenifica con calidad y grueso la atmósfera de ese primer tercio del Siglo XVII, donde la vida y la muerte se mezclaban con demasiada facilidad. El montaje de Célia Lafitedupont, que fluye con gracia y esplendor en sus casi dos horas de metraje, la excelente música de Guillaume Roussel, que le da épica, intimidad y brillantez a todos los recovecos de la historia, el diseño artístico de Stéphane Taillason y el diseño de vestuario de Thierry Delettre, que ambos ya habían trabajado con Bourboulon en la mencionada Eiffel, y en otra gran recreación histórica como Cartas a Roxane.
Si la parte técnica funciona a las mil maravillas, la parte artística no podía ser menos y ahí la película se ha marcado un gran tanto con un elenco fantástico, actores y actrices que actúan de manera sencilla, extraordinariamente bien caracterizados, que parecen como esos vaqueros de Hawks y Peckinpah, llenos de tierra, de grietas y desilusiones. Reparto de amplia experiencia y talento como François Civil, que hace de D’Artagnan, al que hemos unas cuantas veces en películas con Cédric Klapisch, los tres mosqueteros en la piel de Vincent Cassel, Roman Duris, que fue el citado Eiffel en la película homónima citada, y Pio Marmaï, la pareja de reyes con Louis Garrell y Vicky Krieps, la joven Constance en la piel de Lyna Khoudri, Eva Green como la terrible Milady de Winter, secuaz del Cardenal Richelieu que hace Eric Ruf, que se pasado por películas de Nicole García, Valeria Bruni Tedeschi, Yvan Attal y Roman Polanski, entre otros. Mención especial a los demás intérpretes porque dan profundidad y complejidad a todo lo que está cociendo en esa corte a punto de estallar entre católicos que quieren usurpar el poder y protestantes que también quieren instaurar una República sin Rey. Un sin Dios.
Aplaudimos, aunque sería más apropiado hacer una reverencia, la película Los tres mosqueteros: D’Artagnan por su audacia, compromiso y belleza ante la grandiosa historia de Alexandre Dumas, porque se ve con todo su esplendor, toda su atmósfera de conspiraciones, traiciones, persecuciones, asesinatos, amores, y todo lo que hemos imaginado y mucho más. Disfrútenla como cuando eran niños, como cuando la vida era más y mejor, cuando la imaginación y el amor significan muchas cosas y todas ellas importantes, y digo como cuando eran niños, por suerte alguno no habrá perdido aquella inocencia, aquella forma de mirar, aquella magia que tenían todas las cosas, porque la infancia si fue feliz y querida, es la mejor época de nuestras vidas, y por eso les digo que vean la película como cuando eran niños, como cuando eran felices sin saberlo, como cuando la vida olía a días de sol y lluvia, cuando el mar era azul y las tardes nos la pasábamos jugando con los demás, niños y niñas también, que también, eran como nosotros, eran felices y reían, y demás, así que, véanla así, como cuando eran niños… JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La adolescencia es cuando las niñas experimentan la presión social para dejar de lado su yo auténtico, y mostrar solo una pequeña porción de sus dones”.
Mary Pipher
La película se abre con una secuencia-prólogo muy reveladora, en la que asistimos a la conversación de las cinco compañeras de clase que, después del verano, están en su primer día de colegio. Las notamos tristes, fuman, e intercambian ideas y sobre todo, desilusiones y tristezas de una existencia que pasa demasiado rápido y no hay tiempo para asimilarlo todo, donde la rutina las aplasta, y el ocio es siempre un leve instante de tiempo, como un sueño. Corte a unos imaginativos, coloridos y sorprendentes títulos iniciales con animaciones, que manifiestan esa adolescencia de cambios y problemas. Después, la película se asienta en la existencia de una de las cinco amigas, Paula, un adolescente de 14 años, con unos kilos de más, que debe soportar a una hermana mayor delgada, una madre que le insta a llevar una ropa que no le viene, un padre ausente, y sobre todo, la presión social de adelgazar para tener un cuerpo normativo y gustar a Facu, el chico que le gusta. Paula decide conectarse a una de esas webs con las que adelgazar milagrosamente a base de no comer y adentrarse en la anorexia.
Segundo largometraje de la directora Florencia Wehbe (Río Cuarto, Córdoba, Argentina), después de Mañana tal vez (2020), en la que también hablaba de la adolescencia a través de Elena, aspirante a compositora, y el encuentro con su abuelo, un compositor jubilado que sentía el menosprecio de su edad. La aceptación de uno mismo en pos a la presión social en la que vive, vuelve a ser el motor de la trama, en la que la joven Paula se siente atrapada en esos kilos de más que no la dejan ser la persona que quiere ser, para así gustar a los demás, y ponerse la ropa de su hermana, gustar al chico y sobre todo, sentirse más bella y atractiva. con un espléndido y acertadísimo guion de Daniela de Francisco y la propia directora, la historia podría haberse metido en el duro drama de esta adolescente, pero en cambio, aunque hay dureza, la trama se va por otros derroteros, sumergiéndonos en esa existencia donde la cámara se va filtrando por las aristas emocionales, retratando su tristeza, su realidad durísima, y sus dolorosos métodos para adelgazar en tiempo récord.
Estamos ante una especie de diario personal y muy íntimo de la vida de Paula, “Pauli” para las amigas, en un relato asentado en una naturalidad muy transparente y cercanísima, filmada con detalle y precisión quirúrgica, en un portentoso trabajo de la cinematógrafa Nadir Medina, que la hemos visto en películas con Darío Mascambroni, y en Bandido, de Luciano Juncos, y en la citada ópera prima de Wehbe, en un ejercicio donde prima el retrato de Paula frente a ella misma y frente al resto, donde nunca se juzga y sobre todo, se sigue sin subrayar nada, acompañando a la protagonista en el colegio, en su casa y con sus amigas, son maravillosos esos momentos entre las cinco amigas, mientras se preparan para salir y su complicidad en la discoteca y demás lugares que transitan. La directora no sólo ha vuelto a contar con Medina, sino también encontramos a Fernanda Rocca, la productora y Julia Pesce en arte, que repiten en esta segunda película, y la incorporación de Damián Telelbaum, en el montaje, al que hemos visto tanto en ficción como no ficción, bajo las órdenes de cineastas como Anna Paula Hönig,Alejandra Marino,Lorena Muñoz, Silvina Schnicer y Ulises Porra, en un estupendo trabajo de precisión y contención, donde en sus magníficos ochenta y nueve minutos de metraje se cuenta todo lo necesario, en los que ni falta ni sobra nada.
Paula se adentra en el complejo y difícil territorio de la adolescencia, ese espacio a veces terrorífico, incierto, lleno de cambios, todos impredecibles, todos inquietantes, y sobre todo, un lugar del que no salimos indemnes, donde vamos haciéndonos y haciendo en relación con nosotros y con los demás. Una etapa que últimamente el cine americano ha tratado con sutileza, a partir de un acercamiento humano y complejo, y también, retratando todo su verdad y su angustia, hay tenemos casos como los de Después de Lucía (2012), de Michel Franco, Juana a los 12 (2014), de Martin Shanly, Las plantas (2015), de Roberto Doveris, Kékszakállú (2016), de Gastón Solnicki, Tarde para morir joven (2018), de Dominga Sotomayor y Las mil y una (2020), de Clarisa Navas y Tengo sueños eléctricos (2022), de Valentina Maurel, títulos a los que hay que añadir Paula, en su incansable búsqueda de ese sentir todavía demasiado joven y expuesto a peligros inconscientes, sometidos a una sociedad demasiado superficial y competitiva que sólo quiere alcanzar ese éxito cueste lo que cueste, para ser uno más y pertenecer a las reglas artificiosas que dictan los mercados y la publicidad. Paula tendría su más fiel reflejo en la película Miriam miente (2018), de Natalia Cabral y Oriol Estrada, porque también habla de una joven de 14 años, enamorada de un chico, y al igual que la protagonista, está preparando su fiesta de los 15, y por lo visto, la presión social no entiende de territorios y demás, porque una sucede en la República Dominicana y otra en Argentina.
Para terminar no podíamos olvidarnos de la potentísima y maravillosa interpretación de la debutante Lucía Castro en el papel de la protagonista Paula, lo bien que mira, que se mueve, y sobre todo, lo bien que habla sin abrir la boca, todo un extraordinario hallazgo que con su presencia hace que la película vuele muy alto, y consiga todo lo que se propone, su verdad y todo lo que transmite. Le acompañan su familia: María Belén Pistone, como la madre, Beto Bernuéz como Horacio, el padre, que ya estuvo en la mencionada Mañana tal vez, y Virgina Shultess como la hermana mayor, y la retahíla de amigas de Paula, tan naturales y cercanas como la protagonista, todas ellas debutantes son un gran descubrimiento. Tenemos a Tiziana Faleschini, Lara Griboff, Julieta Montes y Líz Correa. No se pierdan Paula, de Florencia Wehbe, y quédense con el nombre de esta directora riocuartense de Argentina, que de buen seguro, nos volverá a conmovernos con su contención y su maravilloso retrato sobre la adolescencia, la vida y lo que somos y lo que no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La mitad de la vida es deseo, y la otra mitad insatisfacción”.
Carlo Dossi
En las películas de David Marqués (Valencia, 1972), nos cruzamos con tipos sin suerte, algunas veces por accidente, y otras, en su mayoría, por su mala cabeza. Hombres que pasan de los cuarenta, en su mayoría, divorciados y sin trabajo, o con empleos inestables que ellos creen que un golpe de suerte los salvará de su deprimente situación. El director valenciano no los juzga, el que más o el que menos, quién no ha tomado decisiones qué creía estupendas y luego, con el tiempo ha visto que no lo eran. Sus hombres hacen lo que pueden, o quizás menos, pero el caso es que los mira con cariño, no excesivo, sino con cercanía y verdad, no edulcora sus vidas ni tampoco lo pretende, mete esas dosis de comedia que hacen que el drama no se vea tan duro, tan trágico, como mencionaba Chaplin. El término que se usa ahora es el de “dramedia”, aunque las comedias más interesantes siempre han tenido verdaderos dramas en sus relatos, porque si les quitamos los momentos chistosos, sólo nos quedan existencias duras, de esas por las que nadie les gustaría pasar, así que toca reírse y sobre todo, reírse de uno mismo.
En Temporada baja, séptimo trabajo de Marqués, con un guión escrito por él mismo y el trío Javier Echániz, Ion Iriarte y Asier Gerricaechevarría, que han estado en películas como Cuando dejes de quererme, Agallas, 70 binladens, Errementari (El herrero y el diablo y La pasajera, entre otras, nos instala en el ambiente de un camping, pero no durante el período vacacional, sino durante el resto del tiempo, cuando los turistas han vuelto a sus casas, y el camping está poblado de tipos que no tienen a donde ir, tipos como Alberto, un mánager de futbolistas de tercera, que se hace llamar “El crack”, uno de esos que espera su pelotazo en forma de pichichi, pero pasan los años y todo sigue igual o peor, le sigue Raúl, un periodista de investigación con demasiados principios y valores para trabajar en un antro de prensa amarilla o algo peor, Martín, no trabaja ni quiere, es un misterio de qué vive, pero deambula por el camping sin nada qué hacer y cabreado con todo, y más consigo mismo. A esta terna de hombres sin vida, en continua espera de no sé qué, se les une Charly, un policía local que lleva dos meses sin casa y qué los días en los que se desarrolla la película, ha de cuidar a sus hijos porque su ex se ha ido de charla a Ibiza.
Marqués nos sitúa en ese camping, en ese territorio de acogida, de levantarse y orinar en compañía, casi como un ritual, en silencio y en amistad, de pasar tardes al sol y a la orilla del mar o de tertulia en el bar, siempre con cervezas, de hablar de todo y de nada, de cambiar el mundo constantemente, y de no hacer nada para cambiar sus vidas o lo que queda de él, esperanzados a la suerte o a qué los astros se fijen en ellos por arte de magia, parecen más esos cowboys envejecidos y retirados, no por ellos, sino por la vida, y pasan sus horas muertas en esos porches fumando y recordando que un día fueron o al menos así lo quieren sentir. La película se ve bien, hay momentos más conseguidos que otros, y la risa va y viene, hay instantes muy divertidos, de comedia loca y burra, pero hay otros, que la risa se congela, y el patetismo de estos tipos se impone y es mejor quedarse callado porque se humillan mucho, quizás demasiado, aunque la película no cae en el desánimo y la desesperanza, siempre se tendrán a ellos que en su caso ya es bastante, y quizás, su situación no mejorará, pero podrán reírse de sus miserias y estupideces en compañía, que no es algo que puedan decir muchos. Una película que tiene el regusto de aquellas comedias que se hacían en los ochenta, muchas de ellas protagonizadas por Resines, como La mano negra y Estoy en crisis, ambas de Colomo.
El director levantino ha acertado de pleno en la elección del reparto con esos cuatro monstruos del saber estar y la risa de uno mismo, arrancando con un desatado y maravilloso Antonio Resines como Alberto, el caradura simpático y buscavidas patético, y un montón de cosas más que muchas son delito, pero en el fondo, una especie de padre gurú de todo el grupito variopinto del camping, Coque Malla es Raúl, el periodista de otro planeta, que debido a sus valores se muere de hambre en ese lugar sin vida, Fele Martínez es Martín, el “cabreao”, con todos y con él, aunque no lo reconozca, alguien que habla a destiempo y sin nada que aportar, pero ahí sigue, Edu Soto es el nuevo inquilino del camping, su Charly es un pobre diablo, que todavía está en shock con lo de su separación, algo así como un Robinson Crusoe que no sabe que está sólo. Después encontramos una retahíla de estupendos intérpretes, valencianos en su mayoría, como Ana Millán, Rosana Pastor, Vanesa Romero, Nacho Fresneda, Marta Belenguer, María Almudéver y Lorena López, entre otros y otras, que completan esos personajes de reparto tan esenciales en las comedias de verdad, esas que hablan de la condición humana y los sinsabores de la vida y demás. Vean En temporada baja, no les defraudará ni les hará perder el tiempo, porque habla de personas que podríamos ser nosotros, y no lo digo como mal augurio, sino porque la vida y esta sociedad tan cambiante e inquietante, puede llevarnos a un camping no por un período de asueto, sino por necesidad, por no tener nada mejor donde vivir, cuando se quiere vivir en otra parte y en otras circunstancias, pero la vida y sobre todo, la sociedad es así, ahora tienes y mañana quién sabe, porque nunca se sabe, y estos cuatro tipos no tiene nada y tampoco expectativas, y mejor, porque las que tienen los arruinan aún más, si cabe, así que mejor se quedan dónde están, en compañía, porque todo juntos duele menos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Nada más grueso que la hoja de un cuchillo separa la felicidad de la melancolía”.
Virginia Woolf
El cine de Mia Hansen-Love (París, Francia, 1981), es de una gran belleza, y no sólo por lo que reflexiona, sino como lo muestra, porque en su aparentemente superficialidad y ligereza, oculta todo un entramado emocional complejo e inquietante, en el que sus personajes se mueven siempre entre contradicciones, paradojas y callejones de difícil salida. En Una bonita mañana, que nos llega con apenas ocho meses de diferencia respecto a su anterior película, La isla de Bergman, pone el foco en la vida de Sandra, una joven y viuda madre que vive junto a su hija Linn de ocho años y trabaja como intérprete, y acude a menudo a ver a su padre Georg, eminente profesor de filosofía, ahora muy delicado de salud. Dos situaciones van a alterar considerablemente su existencia. Por un lado, su padre debe ingresar en una residencia porque su estado empeora, y por otro, ha comenzado una relación intermitente con Clément, un antiguo amigo casado y con un hijo. Y así están las cosas para Sandra, debe despedirse de un padre que todavía está vivo pero ya no es él, y embarcarse o no en una relación con un casado.
Desde su maravilloso arranque cuando la protagonista explica a su padre como abrir la puerta de casa desde el otro lado, deja bien claro que, a veces, los momentos más duros e insalvables se encuentran a una puerta de por miedo, que puede significar un gran obstáculo por el que hay que pasar inevitablemente, aunque no queramos. La familia, siempre importante en el imaginario de la directora francesa, tiene aquí un importancia abrumadora, como la tenía en su ópera prima Toda esta perdonado (2007), en la que también una hija debía pasar cuentas con su padre desaparecido, y en El porvenir (2016), cuando una esposa y madre tenía que volver a reconstruirse cuando su marido se iba de casa con una más joven. Como en casi toda su filmografía, la mujer es el centro de todo, mujeres de diferentes edades y una posición acomodada, mujeres con problemas sentimentales, casi siempre esperanzadas en un amor que les salve de la vida o de los conflictos internos que padecen, que en realidad están escondiendo esos miedos e inseguridades que todos tenemos a lo largo de nuestra vida, ya sean unos u otros. Sandra debe lidiar muchos frentes, batallas diarias que lleva con mucha entereza a pesar de todo, navegando por este temporal en una existencia anodina hasta ahora, en esos cinco años de soledad, o mejor digamos, de aparente felicidad, no por deseada sino porque no ocurría nada que altere esa vida o eso qué hacemos con nuestra vida o algo que se le parezca.
En poco tiempo, Sandra se ve inmersa en dos frentes de órdago, dos luchas en las que se sumerge como puede, como hacemos todos, dos elementos contradictorios y sumamente complejos, porque debe decir adiós a su padre, a su referente y a su guía, que le ha enseñado el mundo del pensamiento y la palabra, y por otro lado, llega Clément, con su “problema”, que le ofrece una no relación de idas y venidas, en la que el cuerpo y la carne lo son todo. La imagen de 35mm, que usa en sus ocho películas hasta la fecha, si exceptuamos Edén (2014), da a cada encuadre y cada secuencia esa ligereza de la que hablábamos, ese tono tan cercano e íntimo que emanan los instantes del cine de Hansen-Love, como sus añorados Varda, Rohmer y Truffaut, con esos planos de paseos por París, por sus calles empedradas, sus largos escalones, sus plazas y miradores, en la que vuelve a contar con la mirada de Denis Lenoir, al igual que en el montaje, en la que la presencia de Marion Monnier, fiel compañera en toda su filmografía, dota de pausa y encanto a las casi dos horas de metraje, una duración que vemos sin prisa, pero con mucha intensidad y emoción.
El tema musical “Liksom en herdinna”, de Jan Johansson, actúa como leitmotiv, porque lo escuchamos en varias ocasiones durante la película, que dice mucho de los entresijos emocionales por los que están pasando sus individuos. El buen manejo de la directora a la hora de componer sus personajes junto a intérpretes tan especiales como Léa Seydoux, que nos lleva de la mano con su inolvidable Sandra, una mujer entre dos frentes, y vaya frentes, despedirse de la persona que más has querido, y sobre todo, la persona que te ha guiado a ser quién querías ser, y esa otra persona que llega a tu vida con luz e ilusión, aunque traiga una mochila muy pesada, quién dijo que la felicidad venía fácil no sabía que era la felicidad y mucho menos la vida, esa cosa que nos da vida y nos mata y nos confunde, nos desoriente y sobre todo, ese densidad agridulce de no sé sabe qué. Al lado de Seidoux, nos cruzamos con el actor Rohmeriano Pascal Greggory en el papel de padre de Sandra, ese hombre que no ve, que ya no lee ni sus palabras ni las de otros, (Qué momentazo cuando la hija menciona que lo siente más en sus libros que cuando lo visita en la residencia), ni en su vida, sólo en el amor de su compañera.
Tenemos a otro pupilo de Rohmer como Melvil Poupaud haciendo de Clément, el casado que se ha enamorado de Sandra, con la que vive un amor de ida y venida, un amor de sexo y la complicidad y ternura que Sandra necesita en ese momento, no el mejor pero si el que necesita. Una estupenda Nicole García, con ese rollo de concienciada burguesa a su manera, con sus batalliltas sociales, como la exmujer y madre de Sandra, que después de 25 años divorciados, aún está presente cuando el padre se vuelve dependiente. Una bonita mañana habla sin estridencias ni sentimentalismos de temas muy importantes y muy difíciles emocionalmente hablando, de esos momentos cuando la vida te castiga y te lanza contra la tristeza y la desesperanza, temas que Hansen-Love los aborda desde una mirada desacomplejada y de verdad, en el que sentimos de todo y nos emociona, cuando caminamos por esas residencias, por esos lugares donde la vida se detiene y de qué manera, cuando los “otros” como Sandra miran a su alrededor y miran a su padre, al padre que ya no las conoce, al padre ausente, a la vida que se le va por un lado, y a la vida que empieza por otro, la vida en lo que es, una maraña de contradicciones y demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Hacia dónde debería mirar es hacia dentro de mí”.
Haruki Murakami
Conocíamos al personaje de Ramona a través de Matria (2017), un corto de 21 minutos que contaba el relato de una mujer en ebullición, trabajando de aquí para allá, con un marido poco marido y una vida a rastras, una vida luchada cada día, cada sudor y cada instante. Ramona era Francisca Iglesias Bouzón, la mujer que cuidó del abuelo del director Álvaro Gago (Vigo, 1986). El cortometraje viajó muchísimo y agradó tanto a crítica como público, aunque el director vigués sabía que la historia de Ramona todavía quedaba mucho por contar y así ha sido, porque ahora llega Matria convertido en su primer largometraje que profundiza aún más en el intenso y breve espacio de la vida de su protagonista. Un relato que se abre de forma contundente y brutal con Ramona dirigiendo la limpieza a destajo de la fábrica de conservas. Se mueve en todas direcciones, aquí y allá, con mucha energía y vociferando a una y a otra, en ese estado de alerta y tensión constante, pura energía, en un estado constante de nerviosismo, de tremenda agitación, donde siempre hay que estar en movimiento, porque detenerse es pararse y mirarse, y eso sería el fin.
Gago vuelve a contar con parte del equipo que le ha acompañado en cortos tan significativos como Curricán (2013), el mencionado Matria y 16 de decembro (2019), como la cinematógrafa Lucía C. Pan, que hemos visto en algunas de las películas más interesantes del cine gallego más reciente como Dhogs (2017), de Andrés Goteira, Trote (2018), de Xacio Baño, montada por el propio Álvaro Gago, y otras cintas como ¿Qué hicimos mal? (2022), de Liliana Torres, en un trabajo de pura carne, piel y sudor, en que la cámara retrata la existencia de Ramona, esa vida a cuestas, de velocidad de crucero, sin ningún alivio, en que se filma la verdad, la tristeza, la dureza y la inquietud de una vida a toda prisa, de trabajo en trabajo, de un marido que no quiere y exige, y una hija que quiere pero no a ella. Otro colaboradores son el montador Ricardo Saraiva, que sabe condensar y dotar de un ritmo de afuera a adentro, en sus vertiginosos minutos del inicio para ir poco cayendo en ese otro ritmo donde Ramona empieza a no saber adónde ir ni tampoco qué hacer, a ir más despacio, en unos intensos y emocionantes noventa y nueve minutos de metraje que dejan poso en cada espectador que se acerque no sólo a mirar sino también, a sentir a Ramon y a sentir su vida o lo que queda de ella.
El concienzudo trabajo de sonido de Xavi Souto, que ha estado en películas tan importantes como A esmorga (2014), de Ignacio Vilar, A estación violenta (2017), de Anxos Fazáns y O que arde (2019), de Oliver Laxe, entre otras, y también el mezclador de sonido Diego Staub, que tiene una filmografía junto a directores de renombre como Isaki lacuesta, Amenábar, Bollaín, Martín Cuenca, Paco Plaza y Luis López Carrasco, entre otros. Matria nos devuelve a las tramas de la gente sencilla, esa gente invisible, esa gente que trabaja y trabaja y vuelve a trabajar, una clase obrera, que todavía existe aunque no lo parezca, porque ha perdido su lucha, su reivindicación y sobre todo, su coraje de plantarse en la calle y pedir derechos y mejoras salariales y de lo demás. Unas obreras que ha sido muchas veces retratadas en el cine como aquel Toni (1934), del gran Renoir, pasando por los trabajadores del neorrealismo italiano, o aquellos otros del Free Cinema, deudores de los currelas de las películas sociales y humanas de Leigh, Loach y demás, sin olvidarnos de los trabajadores de Numax presenta… (1980), de Joaquím Jordá, o los recientes de Seis días corrientes, de Neus Ballús.
La Ramona de Matria, no estaría muy lejos de aquella luchadora a rabiar que protagonizó la portentosa Sally Field en Norma Rae (1979), de Martin Ritt, ni de aquellas otras que retrató de forma magistral Margarita Ledo en su estupenda Nación (2020), obreras gallegas también como Ramona que explicaban una vida de trabajo, de luchas y compañerismo. Matria, de Álvaro Gago es una película sobre una mujer, pero también, es una película sobre un lugar, sobre la tierra difícil y dura de Pontevedra, del Vigo de pescadores, de fábricas de conservas y olor a salitre y sudor, de una forma de ser y de hablar, de también, una forma de estar y hablarse, de esas amistades que van y vienen, y que vuelven, que se alejan y se acercan, de tiempo que va y viene, del maldito trabajo que es un alivio y una maldición tenerlo, al igual que cuando no se tiene. Matria nos habla de esos días que cambian y parecen el mismo, de paisajes que parecen anclados en el tiempo, o quizás, el tiempo pasó por encima de ellos, quién sabe, o tal vez, ya no se sabe si el paisaje y el tiempo se transmutó en otra cosa y sus habitantes lo habitan sin más, en continuo movimiento, atrapados sin más, sin saber porque no pueden detenerse, o sí que lo saben, y por eso no cesan de moverse, de ir y venir.
Matria es también el magnífico y potentísimo trabajo de una actriz como María Vázquez, que descubrimos como mujer de guardía civil en Silencio roto (2001), de Montxo Armendáriz, y las miradas penetrantes que se tenía con Lucía Jiménez. Una actriz que nos ha seguido maravillando en películas como en Mataharis (2007), de la citada Bollaín, o en la más reciente y mencionada Trote, sea como fuere su personaje de Ramona es toda vida, toda alma, toda fisicidad y emociones que irrumpen con fuerza y avasallan. Su personaje sumergido en esa inquietud y fuerza arrolladora es un no parar y también, es una mujer frágil y vulnerable, también, fuerte y rabiosa, llena de vida y de amargura, de risas y tristeza, de vida y no vida. A su lado, le acompañan Santi Prego, Soraya Luaces, E.R. Cunha “Tatán”, Susana Sampedro, entre otros, componiendo unos personajes con los cuales Ramona se relacionará, se peleará y amará. No se pierdan Matria, de Álvaro Gago, porque les podría seguir explicando más razones, aunque creo que las aquí expuestas resultan más que suficientes, por eso, no lo haré, sólo les diré a ustedes, respetado público, como se decía antes, que Matria no es sólo la ópera prima de Gago, es sino una de las mejores películas sobre las mujeres y el trabajo, qué buena falta nos hace mirar y reflexionar sobre la actividad que condiciona completamente nuestras vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA