Baja Marea, de Roberto Minervini

CARTEL MAREAInfancia desamparada

Un niño de 12 años vaga sólo y aburrido entre los contornos de una pequeña ciudad costera, la playa no anda muy lejos y el viento azota fuerte. Parece no tener a nadie, o al menos a nadie que se ocupe de él. Durante la noche, mientras duerme, un ruido le despierta, es su madre entrando en casa, se desnuda y se acuesta. Al día siguiente, madre e hijo se encuentran y se murmurean palabras vacías, ella se va y el chaval vuelve a quedarse sólo. Y así sucede todos los días. La ópera prima de Roberto Minervini, (Su segunda película Stop the pounding heart -2013-, híbrido de ficción y documental sobre los pasos de una chica de 14 años dentro de una comunidad religiosa y su enamoramiento por un chico mexicano del rodeo, tuvo su estreno este año en el Festival de Cine de Autor de Barcelona) es una pieza de cámara, un milagro cinematográfico de indudable energía y pulso narrativo. Centrado en esa infancia no atendida, en esos niños que viven sin cariño, que no viven su niñez de forma natural, sino que la sufren a marchas forzadas, que deben crecer a trompicones y bandazos sufriendo a unos padres inmaduros e irrespondables que no son capaces de darles cariño y cuidar de ellos. Minervini fabrica un cine delicado y sencillo, su cámara no interviene en la acción, su mirada es observadora, cuenta su relato conteniendo la emoción, dejando al espectador libre de toda dirección, que sea el propio público que tome partido si así lo desea o no. Nos sitúa en una zona alejada, en las afueras, un lugar donde se buscan latas vacías por unos cuántos dólares, donde se mira pasar el día sin nada que hacer, donde el verano puede ser una de las estaciones más tediosas y vacías para un niño que le falta lo más importante, sentirse querido y protegido por una madre preocupada en salir con sus amigos y en ir a trabajar cuando se acuerda. Minervini nos describe una realidad durísima y terrible, aunque como ocurría en su segunda obra, la primera vista por éste que escribe, el tono que maneja es poético, sabe extraer de esa realidad seca y punzante, los momentos donde el protagonista parece respirar con menos dificultad, resulta extraordinario el tratamiento del sonido, -donde apenas escuchamos música extradiegética-, y el entorno, la manera que filma la naturaleza, los bosques, los animales como objetos de su rabia contenida, como sopla el viento, y cómo ayudados por estos elementos nos sumerge en esta historia triste y real. Un obra cimentada en un par de personajes, de los que desconocemos sus nombres, donde el niño, con una mirada portentosa, mantiene todo el peso de la trama, un niño deudor de otros vapuleados del cine como Bruno Ricci, Edmund Köhler, François (La infancia desnuda, 1968, Pialat), Cyril (El niño de la bicicleta, 2011, Dardenne) o Antoine Doinel con el que guarda varias similitudes estructurales, sobre todo en el cierre de la película, donde también el mar tiene un significado especial y metafórico, esa marea que alude el título, que en algunas ocasiones se pueda ver con otra mirada.

Rastres de Sàndal, de Maria Ripoll

rastros-de-sandalo_CARTELViaje sobre los orígenes

Érase una vez en la Índia en el que dos hermanas huérfanas fueron separadas siendo niñas. Con el tiempo, una de ellas, Mina, se ha convertido en una actriz famosa y sigue buscando a su hermana pequeña, Sita. A través de una anciana monja, Mina descubre que vive en Barcelona y su nombre es Paula. Basada en la novela de Asha Miró y Anna Soler-Pont, ésta última guionista y productora, Rastres de sàndal es una película que nos propone un viaje de catarsis emocional, donde dos mujeres conocerán de donde vienen, y sobre todo, una de ellas, tendrá que enfrentarse a sí misma y a todo lo que le rodea para comprenderse y comprender quién es. Un cuento de hadas moderno donde las protagonistas deberán pasar duras pruebas para aceptarse. Una cinta que cuestiona las identidades, las diferentes culturas, la recuperación de las raíces y la idea que las cosas aparentemente ajenas, nos unen más que nos separan. Un relato hermoso contado con extrema sencillez, apoyado en dos puntos de vista, Mina, la que busca a su hermana pequeña, y Paula, la hermana que descubrirá atónita de donde procede y quién es en realidad, un viaje de gran calado emocional, un guión que sabe manejar las situaciones y tomarse el tiempo necesario para que la complejidad dramática se apodere de la cinta y vaya in crescendo, poco a poco, sin prisas, con un gran ritmo, dotando a la película de una mirada personal y sincera que atrapa al espectador desde la intimidad, cogiéndonos de la mano y guiándonos por esta aventura sobre el amor, la esperanza, los seres queridos y los momentos que nos hacen ser quiénes somos y de dónde venimos. Dos actrices en estado de gracia, Nandita Nas, que encarna a Mina, un ser fuerte y tenaz que hará lo posible y más para encontrar a su hermana Sita. Y enfrente Aina Clotet, pura emoción de soberbia contención que recupera esos personajes torturados emocionalmente, como los que interpretó en Elisa K (2010) o 53 días de invierno  (2006), una bióloga que busca en su laboratorio los orígenes para curar enfermedades, con una vida acomodada en Barcelona, abocada a su trabajo y que carece de vida personal y emocional, tendrá que superar sus contradicciones y complejos para conocerse a sí misma, sabiendo que es otra, y así perdonarse para perdonar a los demás. Una cinta dirigida por Maria Ripoll y protagonizada por mujeres donde su equipo artístico y técnico pertenece al género femenino en su mayoría, hablada en inglés, catalán e hindi, que hace gala de una luz exquisita que filma de forma delicada e intensa los diferentes lugares, desde las urbes de Mumbai y Barcelona, hasta los rincones más escondidos de las dos ciudades huyendo de la postal y la imagen bonita, elementos que la convierten en una fábula bien narrada donde brillan con luz propia su honestidad, sinceridad y emotividad.

Rueda de prensa con Volker Schlöndorff

Rueda de prensa con Volker Schlöndorff. El encuentro tuvo lugar en la Filmoteca de Cataluña el pasado Lunes 30 de Junio, con motivo del ciclo dedicado a su figura.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro:

a Volker Schlöndorff, por su tiempo, sabiduría y su maravillosa carrera cinematográfica.

a Pilar Garcia, de la Filmoteca, por su generosidad y paciencia.

Nunca es demasiado tarde, de Uberto Pasolini

109115Rastreando la memoria

John May tiene unos cuarenta años y es un humilde empleado del Servicio Público del Ayuntamiento, su trabajo consiste en localizar a los familiares de los difuntos. Su principal virtud es la meticulosidad, la pulcritud, el orden, la obsesión y el tacto con el que lleva los casos en los que se ocupa. Su vida profesional ocupa todo su tiempo, vive sólo en Londres en un pequeño piso. Su vida dará un giro brutal, cuando debido a los recortes, lo despiden después de 22 años dedicados a ese oficio, aunque antes de marcharse, el Sr. May pedirá acabar con su último caso: Billy Stoke. Uberto Pasolini, romano del 57 y descendiente de Visconti, afronta su segunda película (Machan -2008-, no estrenada comercialmente en España, se centraba en la inmigración ilegal a través de unos hombres de Sri Lanka, que pretenden entrar en Alemania con la excusa de un torneo de balonmano), utilizando una forma calculada, sencilla y muy honesta, fabricada a través de los detalles más íntimos, aprovechando cada rincón para expresar de modo natural y directo las situaciones que se van contando. Su relato podría, a priori, resultar molesto por el tema que trata, pero Pasolini, que fue productor de la exitosa The Full Monty (1997), nos acerca de manera delicada, como susurrada al oído, una historia de un alma solitaria que no trabaja en cuerpo y alma, para que sus “difuntos”, estén acompañadas en su último adiós. Aunque su estilización pudiera haber derivado en una película demasiado fría y alejada, el resultado es todo lo contrario, es una hermosísima cinta que bucea de forma admirable en las emociones, en el despertar de los sentidos, y en todo aquello que nos conmueve y emociona. La elección de Eddie Marshan para el papel principal, también es otro de los apuntes a destacar, su interpretación es soberbia y realista, de cum laude, un intérprete británico visto en registros muy variados donde ha demostrado gran versitalidad, series tv, producciones de entretenimiento y en títulos de autor muy interesantes y brillantes como los trabajos para Mike Leigh, Paddy Considine en Redención (20011) o incluso Spielberg en su War Horse (2011). John May un personaje que podría ser un cruce entre Buster Keaton y el Monsieur Hulot de Jacques Tati y su Playtime  (1967). Una obra maravillosa, galardonada con 4 premios en Festival de Venecia del pasado año, un cuento de ahora y de siempre, que atrapa desde el primer instante, y además contiene una lúcida y hermosa reflexión sobre muchos temas: la memoria,  los recuerdos, la soledad, la amistad, la familia y el amor, y sobre esos seres que transitaron por nuestras vidas un tiempo y por circunstancias se alejaron, quizás para siempre o quizás no…

The Skeleton Twins, de Graig Johnson

11179342_800Recomponiendo los pedazos 

La película arranca con un joven en la treintena que se encuentra en su piso, está borracho y pone música. Al rato, se mete en la bañera y vemos como la sangre comienza a teñir el agua. Corte a una chica de la misma edad, que se mira al espejo y tiene en una mano un vaso de agua y en otra, un puñado de pastillas. Cuando está a punto de tomárselas, le suena el móvil. Después de este prólogo, a todos nos daría por pensar que estamos ante un drama de corte existencial, una de esas películas donde unos personajes hartos de todo buscan un sentido a sus pobres vidas. Pero no, Graig Johnson, en su segunda obra, (la primera, True adolescents -2009-, no se ha estrenado por estos lares) no nos introduce en ese tipo de berenjenal metafísico, aunque si nos presenta a dos personas con vidas maltrechas, pero su tono es completamente diferente, y tampoco nos quiere transmitir ningún mensaje de laboratorio. The Skeleton twins, nos habla de Maggie y Milio, dos hermanos gemelos que llevan una década distanciados por algo que sucedió entre ellos, y además arrastran un pasado tormentoso con su progenitora, que les ha conducido a no encarrilar sus existencias. Tras el intento de suicido frustrado de Milo, Maggie se lo lleva a su casa, situada en Nueva York, en los días fríos de Halloween, donde vive con Lance, un marido bueno pero inmaduro, con la intención de recuperar la relación con su hermano. Milo, por su parte, es un actor en paro, que se gana la vida sirviendo cafés, y también, arrastra una ruptura no superada con Billy, su profesor de inglés, con el que volverá a cruzarse. Johnson sazona su relato de grandes dosis de comedia, también hay drama, aunque no uno de rompe y rasga, sino el de mirarse a la cara, de frente, y sacar todo lo que hemos guardado durante años, esas cosas o momentos de nuestras vidas donde nos hemos sentido mal y nunca nos hemos atrevido a sacarlo, a expresarlo, a hablarlo para sanar las heridas y continuar con el camino. Si Milo anda de capa caída, su gemela Maggie no se queda atrás, su matrimonio no le satisface sexualmente, y frecuenta a otros hombres. Dos almas rotas, dos seres que son incapaces de expresar sus emociones ante el otro, en este caso, el hermano que tienen delante. Johnson plantea una historia intensa, emotiva, divertida y sobre todo, una cinta donde seamos conscientes de nosotros mismos, de los errores que cometemos, y seamos lo suficientemente valientes para admitirlos a las personas que queremos, para empezar a perdonarnos a nosotros y a los que nos rodean. Quizás en algunos momentos, la trama fuerza algunas situaciones, apartándose del tono que ha caracterizado buena parte del metraje, aunque la buena labor de la pareja protagonista hace el resto. La excelente química que desbordan, no obstante empezaron juntos en el programa de humor de tv Saturday Night Live. Kristen Wiig, vista en La boda de mi mejor amiga (2011), y Bill Hader, que hacía de amigo con gafas del protagonista en la reciente La desaparición de Eleanor Rigby. Rescatar el maravilloso momento del playback, donde cantan a dúo la canción Nothing’s gonna stop us now, de los Starship, que nos recuerda a otra reciente igual de divertida, el I’m so exited, de The pointer sisters, que se marcan los azafatos de vuelo en Los amantes pasajeros (2013), de Almodóvar. Dos jóvenes talentos dotados para la comedia más clásica y también, para sufrir, en esta cinta agridulce que reflexiona sobre los seres ajados que arrastran trastornos emocionales y sentimientos de culpabilidad que les impiden estar bien.

La ignorancia de la sangre, de Manuel Gómez Pereira

326541Thriller a medias

Manuel Gómez Pereira (Madrid, 1953) se ha hecho un nombre importante dentro del panorama cinematográfico nacional principalmente gracias a sus comedias: Todos los hombres sois iguales (1994), Boca a boca (1995), El amor perjudica seriamente la salud (1996)  o Cosas que hacen que la vida valga la pena (2004), comedias agridulces, donde se planteaban variados temas, desde la guerra de sexos, las apariencias, los amores que no se olvidan o las segundas oportunidades. Unos relatos donde se habla de seres incapaces de lidiar con el amor, pero llenos de bondad y humanidad. Ahora bien, sus incursiones en el thriller o policíaco no se han saldado con los mismos resultados en taquilla o crítica. Su primera incursión en este terreno, fue en 1999 con Entre las piernas, basada en la novela de Joaquín Oristrell, uno de sus guionistas habituales, en la que se planteaba un triángulo amor/sexo mezclando una trama de asesinato con adictos al sexo, que contaba con un reparto de auténtico lujo, Victoria Abril, Javier Bardem y Carmelo Gómez. El resultado fue desigual pero tenía momentos de gran interés. Su segundo intento dentro del mismo género es en el 2008 con El juego del ahorcado, también basada en una novela, en este caso de la joven escritora Imma Turbau, siguiendo la línea de la anterior, dos jóvenes despertaban al sexo y la dependencia con fines trágicos. El resultado convenció y demostró las dotes de una gran actriz en ciernes, Clara Lago. Finalizada esta, y después de un período dedicado al medio televisivo en forma de series de variado éxito, Gómez Pereira vuelve al terreno del thriller con aroma a Hitchcock y a ese hombre que sabía demasiado, basándose de nuevo en una novela, en este caso del escritor británico Robert Wilson, especialista en novela negra (llevado a la pequeña pantalla en el año 2012, por Pete Travis, en una miniserie basada en una de las cuatro novelas de la serie Falcón, El ciego de Sevilla). El realizador madrileño, nos sitúa  en Sevilla, en una trama que gira en torno a Javier Falcón, inspector de homicidios, en la que varios elementos confluirán en el entramado: la mafia rusa, los yihadistas islámicos, el CNI, un niño secuestrado, un caso anterior que enfrenta al pasado de una familia, y sobre todo, una historia de amor. La película guarda cierto interés, pero adolece en la trama, que  es demasiado peliaguda, y no acaban de encajar las piezas en juego. El oficio de algunos actores como Juan Diego Botto, el personaje más complejo y seductor de la historia, que establece con el personaje de Paz Vega, -correcta y eficaz en su composición- una relación de amor y necesidad. La falta de química entre los dos intérpretes es uno de los temas que más llaman la atención. Otros intérpretes destacados son los siempre eficaces Alberto San Juan y Cuca Escribano, con roles secundarios, pero que tienen un gran peso en la trama. Policíaco desdibujado con altibajos, que no acaba de tomar forma, en la que destaca su impecable diseño de producción, y también por la elegancia de sus localizaciones, la citada Sevilla, que se mueve entre la sofisticación y lugares oscuros, las montañas y el zoco de Tánger, y los rincones ocultos de Madrid, escenarios que sirven para dibujar un panorama exótico que aparentemente puede ser interesante, pero le falta un guión más elaborado y unos personajes que deberían expresar más emotividad.  No obstante, la película es un intento aceptable de hacer un cine de género serio en este país, aunque los resultados podrían haber sido más satisfactorios.

 

Diplomacia, de Volker Schlöndorff

diplomaciaposter70x100_grandeDos hombres y un destino

Nos encontramos en el París ocupado por los nazis, la noche del 24 al 25 de agosto de 1944. El General Von Choltitz, gobernador de la ciudad, ha recibido la orden de volarla, debido principalmente al imparable avance de los aliados. En ese momento, irrumpe en la suite del hotel donde se hospeda el general, el señor Raoul Nordling, cónsul general sueco, que viene con el propósito de hacer cambiar de opinión al militar nazi. El veterano cineasta alemán, Volker Schlöndorff, vuelve a dos elementos recurrentes en su dilatada carrera que alcanza casi 50 años: las adaptaciones (14 de los 29 títulos que componen su filmografía lo son, donde ha llevado a la gran pantalla escritores de la talla de Brecht, Böll, Grass, Tolstói, Proust…) y el nazismo, que lo ha abordado desde diferentes perspectivas, ofreciendo miradas interesantes y rigurosas. En el 2011 dirigió La mer à l’aube, la historia de Guy Moquet, el joven comunista francés ejecutado y convertido en símbolo de la resistencia. En esta ocasión, vuelve a centrarse en un hecho histórico expuesto en el mismo contexto. Esta vez adapta la obra del dramaturgo francés, Cyril Gely, en la que se relata el encuentro de dos hombres enfrentados, dos seres que por circunstancias ajenas a su voluntad, se encuentran cara a cara, en una ciudad que no les pertenece, donde se encuentran de paso, pero que el destino ha querido que esa noche de verano, en esa ciudad, y en esa habitación de hotel, se encuentren y batallen dialécticamente cada uno argumentando sus razones y posiciones. La historia y sus conciencias personales, los observan detalladamente, sin quitarles ningún ápice de curiosidad. Schlöndorff nos ha fabricado un combate de boxeo en toda regla, ha escogido a dos grandes intérpretes, a dos pura sangres de la actuación. André Dussollier, veterano actor francés que defiende el personaje del cónsul, un hombre que luchará lo indecible para salvar París, la ciudad del amor y la luz. En la otra esquina, Niels Arestrup, actor alemán de poderío físico, que gestiona la postura de un general leal al Führer, por razones que luego se desenmascaran  a lo largo del metraje.  Un tour de force intenso, maravilloso, humano, lleno de energía y fuerza. Schlöndorff maneja con oficio y olfato el texto que tiene entre manos, teje con maestría y generosidad un trama que va in crescendo, que agarra al espectador y lo deja sin aliento, donde los roles van cambiando y confundiéndose a medida que el relato avanza sin conceder ningún momento de tregua o relajación. Los temas que vertebran la obra del realizador alemán, la lucha encarnizada del hombre contra el sistema, el estado opresor que lo asfixia, y la denuncia contra todo eso que jalonan todas sus películas siguen latiendo con pasión e inteligencia en esta historia. Un relato filmado en un único espacio (exceptuando algún que otro mínimo exterior), donde la cámara es un personaje más, que interactúa a través de las dos criaturas que se baten en duelo, planos cortos y medios que los asfixian y los diseccionan para descubrirse y descubrirnos cuales son sus verdaderas motivaciones. Una pieza de cámara fabricada desde la sabiduría y la emoción que, nos desvela los miedos, las inseguridades y complejos de la condición humana, contada por uno de los cineastas más importantes y personales del último medio siglo.

 

El cine contemporáneo a través del espejo

“Ningún artista ve las cosas como son en realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista” 

Oscar Wilde.

Descubrí el cine en la adolescencia, hasta entonces, como cualquier hijo de vecino, me empachaba de los blockbusters de la época, pero ocurrió algo que cambió mi mirada de espectador. Una noche por televisión emitieron, “Ladrón de bicicletas”, aquella inolvidable fábula de Vittorio de Sica, aquel relato tan mínimo y, a la vez, tan grande donde la cotidianidad adquiría un orden inmenso, donde la vida fluía en cada momento. Mis ojos de dieciséis años no volvieron a mirar de la misma forma, las imágenes que invadían mis retinas dejaron de tener sentido, ahora había encontrado lo que quería mirar, aquellas imágenes que siempre había tenido en mi interior, pero hasta entonces no había visto. Luego vinieron otras historias, firmadas por Ford, Renoir, Ozu, Hitchcock, Rossellini, Buñuel, Truffaut… y tantos otros cineastas que se convirtieron en guías de mi formación como espectador, se convirtieron en esos espejos cinematográficos, donde siempre me miraba y me ofrecían un reflejo de la vida, de cómo estos señores veían su realidad, y nos la mostraban a nosotros a través de las películas.

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Los años fueron pasando. Las películas viajaban a través de mi mirada, unas y otras me iban acercando a otros mundos, otras realidades, otros espejos en los que me seguía mirando. Yo iba creciendo y el cine iba cambiando. Los grandes directores dejaban su sitio a otros, aquellas películas que me enseñaron el camino, dejaban paso a otras. Mi inquietud como espectador no cambió, busqué esos espejos cinematográficos en otras miradas, otros cineastas que me mostrasen la vida, mediante su realidad. Pero ahora, sería totalmente diferente, si de adolescente fui yo quien los encontró, ahora, siendo adulto, fueron ellos los que me encontraron. Aparecieron otros nombres, los Kiarostami, Kaurismaki, Lynch, Haneke, Guerín, Erice, Kar Wai,… cineastas de nuestro tiempo, de nuestra contemporaneidad, ellos son los encargados de mostrarnos la realidad de ahora. Son los reflejos de aquellos espejos cinematográficos que nos mostraban la realidad de antes. Todos ellos, al igual que hiciera la Alicia de Lewis Carroll, han cruzado el espejo, han viajado hacía el otro lado, y a través de este espejo nos muestran la vida, tal y como ellos la miran. Son otras películas donde encontramos semillas del cine clásico y moderno que tanto nos emocionó en su día, pero son otra cosa. La sociedad ha cambiado, nos encontramos ante un sistema económico brutal y genocida, donde vale casi todo, y donde nosotros, nos hemos convertido en títeres luchando por un trozo de pan. El cine, este cine, no podía mirar hacia otro lado, el arte como arma de conciencias, tenía el deber de mostrar esta nueva sociedad. Ahora, en este cine, no importa lo que se cuenta, sino cómo se cuenta, la forma se ha convertido en el hilo argumental de las películas, la puesta en escena, ya no es lo que era, ahora nos desafía continuamente a los espectadores, nos propone un juego de paciencia, en el que nos ponen a prueba nuestra capacidad de mirar.

 Observamos atentamente el devenir de estas historias, raras veces entendemos su significado, pero no nos importa, ahora el cine es diferente, se ha convertido en un mapa sin límites, que transmite sensaciones, emociones y un abanico de múltiples interpretaciones que nos mueve conciencias y nos hacen sentir cosas que nos devuelven una mirada diferente de la realidad que nos rodea. El cine contemporáneo ya no nos habla de frente sino que nos traspasa y nos rodea; somos nosotros los que tenemos que mirarlo sin prejuicios, sin esperar nada, abiertos a él, sentir y emocionarnos con sus imágenes incómodas, sus derivaciones argumentales, su indefinición genérica. Un cine sin nacionalidad, sin fronteras, donde los personajes no nos miran a nosotros, miran a un mundo que no entienden y éste tampoco les entiende a ellos. Unos personajes indefinidos, que buscan su identidad, su lugar en el mundo, un sito donde cobijarse, ser ellos mismos, aunque raras veces, por no decir nunca, llegan a conseguirlo. Es un nuevo cine que habla directamente del mundo que nos mira cada día. Un cine que se plantea infinidad de preguntas y que no da respuestas, porque no las sabe ni tampoco las sabemos los espectadores.

“Opino, que una película, salvo que sirva para pasar el rato, siempre debe defender y comunicar indirectamente la idea de que vivimos en un mundo brutal, hipócrita e injusto. La película debe producir tal impresión en el espectador que éste, al salir del cine, diga que no vivimos en el mejor de los mundos”. Esta cita de Luis Buñuel, uno de esos espejos cinematográficos donde se suele mirar el cine de nuestros días a modo de evocación, me sirve de excusa para finalizar este viaje a través del espejo que es el cine contemporáneo.

Nota:  Ilustración de portada obra de DAVID DEL FRESNO (http://www.davidelfresno.com)

Bugarach, de Ventura Durall, Sergi Cameron, Salvador Sunyer

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El destino ha querido que Bugarach (un pequeño pueblo ubicado al sur de Francia), sea, según los medios de todo el mundo, el único lugar que se salvará del Apocalipsis el 21 de diciembre de 2012, día pronosticado por los mayas como la fecha que tendrá lugar el fin del mundo. Ante semejante acontecimiento, los tres realizadores Ventura Durall, -también en funciones de co-productor, y autor de interesantes documentales como El perdón (2009) Els anys salvatges (2013), Sergi Cameron y Salvador Sunyer viajan hacía ese lugar y durante un año observan la zona y a sus gentes que, el azar los ha convertido en el centro de la tierra, y por tanto, en el centro de la noticia. La película arranca 6 meses antes de la “fatídica fecha” y se prolonga hasta el día después del supuesto Apocalipsis. Seguimos de forma desestructurada, la vida de cinco personajes pintorescos del lugar: el alcalde, que observa como la tranquilidad  de su pueblo se ve completamente alterada, y preocupado por la más que posible “invasión” que sufrirán, avisa a las autoridades para prevenir los problemas que se producirán. Slide, un niño mago que ve la oportunidad de darse a conocer ante la avalancha de público que se avecina. Uraine, un milenarista que vive a las afueras en su casa de piedra y rodeado de su mundo esotérico, se prepara para salvarse emprendiendo un viaje hacía otro mundo, momento que tendrá lugar durante el día del fin del mundo. Mirko, un niño obsesionado con las armas que se entrena concienzudamente con el objetivo de proteger al pueblo ante los posibles peligros que están a punto de llegar. Y, finalmente, Monsieur Pouce, un estudioso y experto de la zona que cree haber localizado el cuerpo de cristo en el corazón de la montaña. La cámara sigue con respeto y humildad las andanzas, preparativos, conversaciones y discursos de estos personajes, mostrándolos ante el objetivo de forma que todas las posiciones sean entendidas y argumentadas. Los cineastas los miran sin juzgarlos, estas personas expresan lo que sienten ante la amenaza, afloran sus miedos, dudas, complejidades de una manera fluida y realista. Un grupo heterogéneo y peculiar que podrían representar la situación de una sociedad, acuciada por la crisis económica,  caldo de cultivo donde han brotado diversas maneras de enfrentarse a lo que parece inevitable, sacando a la luz el verdadero rostro y lo que esconden todas estas ideas, una ausencia de valores humanos y espirituales que derivan en dogmas que adquieren una importancia extrema en esos tiempos de crisis. A medida que se aproxima el día D, van llegando turistas, grupos espirituales, hippies, curiosos, militares, policías, y una marabunta de periodistas que hipnotizados por la actualidad imperante, se mueven como alimañas en busca de carnaza fresca en forma de la noticia o la imagen que les haga vender diarios, programas, etc… Una visión superficialidad del periodismo,  abocado al espectáculo y la moda del momento, (como sucedía en El gran carnaval -1951-, dirigida por Wilder, donde retrataba un periodismo sensacionalista y cómo las masas acudían a la llamada de forma irracional). Los 200 habitantes del pueblo, payeses y cazadores en su mayoría, acostumbrados a una vida rural, tranquila y humilde, se sienten amenazados e invadidos por todos los recién llegados, a este circo del apocalipsis, que ven en la montaña, que ejerce de protectora del valle, en el que se sitúa el pueblo, como el lugar elegido, por historia y tradición sagrada, en el que se abrirá la puerta de la salvación hacía el otro mundo, -resulta cómica la apreciación que hace el párroco del pueblo-, que actúa como magistral metáfora de un mundo capitalista en descomposición camino del abismo que, encuentra en creencias, mitos y leyendas su tabla  de salvación para encontrar sentido a unas vidas vacías y a la deriva, perdidas en su materialismo y superficialidad. La película se mueve entre diversos géneros que van desde la comedia existencialista, el drama metafísico, resonancias con el cine de misterio, y la ciencia-ficción clásica de serie B que maravilló por los 50 y 60, elementos que hacen de Bugarach, una fábula narrativamente bien contada de gran intensidad que emociona y a la vez aterra.

 

Grand Central, de Rebecca Zlotowski

20534616_20130702111026946Explotados y enamorados

El segundo trabajo de Rebecca Zlotowski (París, 1980), es un drama social íntimo, donde se aborda de manera realista y directa, la explotación laboral a la que son sometidos unos empleados que trabajan en la zona no controlada de una central térmica. La historia arranca con Gary, -interpretado por Tahar Rahim, que algunos espectadores lo recordarán por su personaje en Un profeta (2009)- un joven de pasado oscuro, que subsiste a través de trabajos temporales, encuentra un empleo de alto riego radiactivo, ya que supone trabajar en las entrañas del reactor principal de la central, la zona más peligrosa. Su vida gira entre ese trabajo arriesgado y durísimo, donde los accidentes son el pan de cada día, y sus nuevos compañeros, -estupendos secundarios con Olivier Gourmet, habitual de los Dardenne, y Denis Ménochet- que como él,  se alojan en un poblado de caravanas cerca de la central. Todo estalla, cuando a raíz de un accidente laboral, (como sucedía en Silkwood, filmada en 1983, de Mike Nichols, ambientada también en una central nuclear) Gary, por miedo que lo despidan, miente cuando es sometido a sus niveles de radiación, además comienza una relación sentimental clandestina con Karole, la prometida de uno de sus compañeros. Zlotowski, vuelve a los personajes y ambientes que caracterizaban su opera prima, Belle épine (2010), protagonizaba por Léa Seydoux, que repite en esta, se centraba en la existencia de Prudence Friedman, una joven de 17 años que andaba sola y a la deriva y que encontraba consuelo y amistad en Marilyne, una chica inadaptada que la introduce en las carreras ilegales y peligrosas de Rungis. Zlotowski maneja con sinceridad y honestidad todos los elementos, aportando el equilibrio necesario para una historia que se mueve entre dos mundos. Por un lado, los interiores, la central térmica, filmada a través de planos cortos y muy cercanos, donde la cámara se mueve como pez en el agua entre la marabunta de hombres. La descripción milimétrica que la realizadora parisina hace del lugar de trabajo es extraordinaria, nos sumerge en la tensión y el nerviosismo a los que están sometidos estos empleados que trabajan con unas medidas de seguridad muy frágiles, que los exponen diariamente al peligro de la radiación, y el posterior despido. La cineasta, en cambio, en los exteriores, insufla de vida y amor a su cinta, -muy cercano al tratamiento del maestro Renoir- las comidas en grupo, los baños en el río, y sobre todo, los encuentros sexuales de los jóvenes, apartados y ocultos entre la maleza y los árboles del bosque,  -hermosa la travesía nocturna en barca-,  respiran vida y se contagia la carnalidad y el erotismo que desprenden. Una provocativa y sexual Léa Seydoux, maravillosa en su personaje, que pasaría por una digna heredera de la Susan George de Perros de Paja (1971). Una relación que se mueve a hurtadillas y entre sombras, que actúa de forma magistral como eficaz metáfora de la existencia de estos desplazados que sobreviven en un trabajo explotado y peligroso, y que respiran un aire contaminado que les deja sin aliento y los aparta de los pocos resquicios de luz que puedan encontrar en sus vidas.