Entrevista a Victor Kossakovsky, director de la película “Gunda”, en el marco del DocsBarcelona, en el Best Western Premier Hotel Dante en Barcelona, el viernes 28 de mayo de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Victor Kossakovsky, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Ainara Vera, primer ayudante de dirección y coeditora de la película, por todas las facilidades para propiciar este encuentro, y por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
Desde el año 1964 en adelante, Sudamérica se vio abocada a violentas y sangrientas dictaduras militares que desmantelaron económica, física y emocionalmente países como Brasil, Bolivia, Paraguay, Perú, Ecuador, Colombia, Chile, Argentina, etc… Períodos muy oscuros que vieron como sus frágiles democracias eran absorbidas por juntas militares apoyadas por los EE.UU., para detener los avances democráticos y sobre todo, la ilusión de una nueva sociedad más humana, justa, solidaria y equitativa. Habíamos visto muchas películas sobre las dictaduras argentinas y chilenas, de la uruguaya no tantas, por eso es de agradecer esta mirada, y su forma, ya que se sumerge en las vidas de unos cuántos uruguayos de Montevideo que viven en ese Uruguay, que tampoco fue una excepción de sus país vecinos, y vio como durante la primavera de 1972, en el país empezaba el conocido como “El año de la furia”, que desembocó en la dictadura que estalló el 27 de junio del siguiente año, que llevó al país a un período de oscuridad, miedo y violencia que finalizó 12 años después. El director Rafa Russo (Madrid, 1962), de padres argentinos, ha destacado como guionista en interesantes propuestas como la comedia romántica de Lluvia en los zapatos, el drama íntimo de aunque tú no lo sepas y La decisión de Julia, o las películas para televisión dirigidas por Laura Mañà, sobre figuras femeninas de nuestra historia. Como director de largometrajes tiene el drama romántico Amor en defensa propia (2006) y Snowflake (2016), documento sobre la sensibilidad química múltiple.
Con El año de la furia vuelve a la dirección mezclando con acierto y sensibilidad el thriller político y el drama romántico y personal, de unos personajes que viven en el convulso Montevideo previo a la dictadura. Diego y Leonardo son dos guionistas-creadores del programa de televisión satírico “La máquina de la risa”, también, se encuentran Susana, una prostituta que se enamorará de Rojas, un militar torturador, y Emilia y Jenny, madre e hija, que viven en la pensión donde paran casi todos. Russo compone una película de muchos rostros y piezas, generando un relato íntimo sobre unos personajes que ante los acontecimientos vertiginosos que van oscureciendo sus vidas, van optando por enfrentarse, por mirar a otro lado, y sobre todo, por sobrevivir en una sociedad que se va llenando de desaparecidos y cadáveres. La película no solo se queda en el ciudadano normal y corriente, como acostumbran este tipo de cintas, sino que incluye muy acertadamente el otro lado del espejo, la del militar represor, que en cierto modo, también es una víctima más de estamentos más poderosos y de intereses nacionales para acabar contra cualquier atisbo de libertad y democracia.
La luz naturalista y mortecina que firma el cinematógrafo Daniel Aranyó, que se ha especializado en interesantes thrillers como La distancia, algunos dirigidos por Daniel Calparsoro, o Regresión, de Amenábar, ayuda a ennegrecer sutilmente tanto las vidas de los protagonistas, como el camino violento que se encamina el país, como el sólido montaje de Marta Salas, fogueado en series televisivas como las estupendas El ministerio del tiempo y Vivir sin permiso, entre muchas otras. Si hay algo en lo que destaca enormemente la película de Russo es su ajustado y extraordinario reparto que fusiona intérpretes argentinos tan solventes como Alberto Amman y Joaquín Furriel, dando vida a los amigos y diferentes guionistas, Martina Gusmán es la prostituta metida en una relación compleja y peligrosa, y la presencia siempre magnífica del gran Miguel Ángel Solá como militar superior de muy malas pulgas. Y la otra parte, experimentados intérpretes españoles como Daniel Grao, cada día más y mejor actor, compone a Rojas, ese militar dividido entre su patria y su corazón, Sara Salamó, como la activista e hija de Maribel Verdú, una madre que arrastra un amor frustrado.
El año de la furia es una película sobre política, pero sobre todo, es una película sobre la condición humana expuesta a acontecimientos que le superan, a rendirse o continuar resistiendo, al miedo como lugar donde ocultarse ante el dolor, a dejarse llevar por lo que sentimos o simplemente, derrotarse a aquello que se debe hacer, a la complejidad de nuestros sentimientos y también, es una película sobre hechos históricos que no deberían haberse producido, y como afectan a las personas como nosotros, aquellos que sus vidas se ven truncadas por los intereses nacionales que nada tienen que ver con los nuestros. Una película con el aroma de los mejores títulos de Costa-Gavras, a los títulos clásicos de Lang o Curtiz, con sus amores imposibles, el telón de fondo político, y las vidas en constante peligro, las novelas de Greene, Forsyth, Montalbán o Marsé, y las canciones románticas que nos devuelven a aquello que fuimos, a aquello que no volveremos, y sobre todo, a aquello que perdimos, a todo lo que perdimos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Jo Sol, director de la película “Armugán, el último acabador”, en la sala de cine de Video Instan en Barcelona, el martes 25 de mayo de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jo Sol, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
“No hay ninguna diferencia fundamental entre los humanos y los animales en su capacidad de sentir placer y dolor, felicidad y miseria”
Charles Darwin
El universo cinematográfico de Victor Kossakovsky (Leningrado, URSS, 1961), tiene mucho del cine de los orígenes, el cine que observaba su entorno y lo filmaba con toda su grandeza y miseria, donde la imagen lo era todo, donde la imagen se componía a través del ritmo y la cadencia de lo que filmaba, unas imágenes que filmaban aquello que nunca había sido filmado, creando una forma de mirar a través del cine, o quizás, el cine provocaba esa forma de mirar. El cine de Kossakovsky está estructurado a través del componente de la pausa, de detenerse a mirar, a observar la vida y todo lo que ocurre a nuestro alrededor, pero de manera reposada y en perfecta armonía con lo que nos rodea, mirando cada detalle, cada esencia viva, cada diminuto organismo por invisible que parezca. El cine como documento de incesante búsqueda, de observación de la vida, la visible e invisible, mirando su cotidianidad y su perplejidad, de detenerse en aquello que se nos escapa, aquello que tiene un universo vital, cotidiano y sumamente complejo. Un cine sin voz en off, sin estridencias técnicas, devolviendo a la imagen su idiosincrasia primigenia, cuando las imágenes retrataban el mundo inexplorado por el cine, un mundo que jamás había sido filmado.
Un cine inquieto, político, humanista, reflexivo, muy alejado de modas, corrientes y tendencias. Un cine sobrio, sólido y rompedor, que ha mirado los cambios políticos, económicos y sociales que se produjeron en la Unión Soviética en los noventa con películas como Miércoles, 19-7-1961 (1997), la vida de la calle donde vive en San Petersburgo en ¡Silencio! (2003), el asombro de mirarse a un espejo por primera vez en Svyato (2005), en ¡Vivan las antípodas! (2011), mostraba ocho puntos opuestos del planeta, su belleza, su naturaleza, y su urbanidad, los contrastes de un mundo lleno de poesía y catástrofe, en Demonstration (2013), las imágenes desordenadas y caleidoscópicas de un grupo de alumnos del Máster de documental de creación de la UPF, muestran la calle, sus protestas, sus movilizaciones, su ruido, en Aquarela (2018), se lanza a filmar el agua, en todos sus estados, su belleza, su dureza, su hegemonía en la tierra, su grandeza.
Con Gunda, Kossakovsky va mucho más allá, y se aleja de la película animalista reivindicativa y de denuncia, porque el cineasta ruso nunca mira por mirar, o mira para resolver algún enigma, solo mira para conocer, para contemplar aquello que ha de ser mirado, aquello que nadie mira, y no lo hace desde la compasión o el sentimentalismo Su cine lucha contra eso y lo hace a través de las herramientas del propio cine, sin utilizar voces que nos guíen o nos conmuevan, sino construyendo una película sin diálogos ni voz en off, solo imagen, una imagen portentosa en blanco y negro, lúcida y sobria, que firman Egil Håskjold Larsen y el propio Kossakovsky, y el apabullante sonido, donde escuchamos lo más leve, obra de Alexander Dudarev, un sonido que traspasa la imagen y se anida en nuestro interior, un sonido de carácter como si lo escuchásemos por primera vez. Gunda nos cuenta la cotidianidad de una cerda y sus hijos, en una granja como cualquier otra, ajenos al destino que les espera, pasan los días apartando moscas, rastreando gusanos, jugando entre la hierba y revolcándose en el barro.
El director ruso coloca la cámara a ras de suelo, en que la cámara se convierte en un animal más, en un ser extraño al principio para los animales, pero luego aceptada como una más, donde miramos a Gunda y sus hijos, a su altura, frente a frente, siendo testigos privilegiados de sus existencias cotidianas, de sus ratos en la granja, escuchando sus respiraciones ruidosas, devolviéndoles alguna que otra mirada que nos dedican, la cámara mira y filma, sin barreras ni obstáculos, con una cercanía asombrosa e íntima, como pocas veces habíamos visto en el cine, describiéndonos la vida de una cerda y sus hijos, una existencia que traspasa la pantalla, que nos provoca la risa, y nos conmueve, con esos pasos pesados, y la jauría de cerditos que la sigue esperando a agarrarse a mamar. Si bien la mayor parte de la película se centra en Gunda y sus hijos, también hay tiempo para ver un grupo de pollos saliendo de su jaula y disfrutando del entorno natural, y un espacio más para unas vacas que salen de su corral, movidas por su libertad y la alegría de verse corriendo, saltando y pastando en perfecta armonía con el paisaje.
Gunda ya forma parte de esos animales que traspasan la pantalla, erigiéndose en el reflejo de lo que los humanos hemos perdido, nuestra humanidad, paradojas de la vida, la encontramos en la cotidianidad de unos animales, que al igual que Gunda, convertida en una imagen pura y sensible como Baltasar, el burro, quizás el animal más importante del cine de reflexión. Dos seres vivos de los que hemos de aprender y pensar en que nos hemos convertido, y sobre todo, que hacemos en nuestra cotidianidad para que este mundo sea un poco menos deshumanizado, y permitamos que la industria alimentaria asesine indiscriminadamente millones de animales cada año. Gunda es una experiencia humana asombrosa y maravillosa, una de esas películas que traspasa la pantalla y nos traslada a ser uno más, a mirar desde dentro, no desde fuera, en la misma posición y a la misma altura, por todo su aprendizaje en mirar de otra forma, desde otra posición, agachándonos y observar a esos animales de granja, esos animales que viven para el beneplácito de otros, animales privados de libertad y sobre todo, de vida. Kossakovsky nos obliga a mirarlos con detenimiento, con paciencia, sin acritud, sin benevolencia, sino todo lo contrario, como uno de nuestros semejantes, otro animal, otro ser vivo, que también tiene sentimientos, actitudes y ganas de vivir, ansiosos de tener una existencia cómoda y disfrutar de su vida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Dicen los más ancianos que en esta tierra nadie muere solo. Aquí existe la tradición de acompañar a quien emprende su último viaje. No es una labor fácil. Hay que estar siempre disponible para la imprevisible llamada. Es preciso conocer el camino y saber qué hacer con quien se resiste a lo inevitable. Por eso, vine a estas montañas, a aprender el secreto oficio de la muerte. Aprenderlo de ti, Armugán, el último acabador”.
La película se abre con una imagen sólida y muy intensa, de esas imágenes que se convertirán en icónicas en el transcurso de la acción, y seguramente, en el recuerdo de la película. Una imagen en la que vemos a un hombre Anchel, que carga a su espalda a otro, Armugán, tullido y bajito. Se encuentran caminando en lo alto de algún lugar del Pirineo. Escuchamos la respiración agitada del que carga y la mirada impasible del cargado, acompañados de una música que se mezcla con la respiración, creando casi el ruido de un animal sin aliento. Una imagen que nos remite a La balada de Narayama (1983), de Shôhei Imamura, y a Madre e hijo (1997), de Aleksandr Sokúrov, en las que también, al igual que ocurre en Armugán, el último acabador, el relato gira en torno a la muerte y a ese último viaje o tránsito, en el que todos nos veremos en algún momento.
El trabajo de Jo Sol (Barcelona, 1968), se ha movido por derroteros poco convencionales, sus propuestas siempre han virado hacia aquello que la sociedad tilda de incómodo e invisible, proponiendo películas que en un tono híbrido entre el documento y el retrato, con algunas pinceladas de ficción, ha construido miradas sobre personas de diversidades humanas muy diferentes, con dolencias graves y limitaciones físicas, adentrándose en sus almas, sus reflexiones y demás aspectos, centrándose en elementos como el género, la sexualidad, las enfermedades mentales, etc… Un cine que le ha servido para reflexionar a través de sus heterogéneos personajes, de las diferentes posiciones morales respecto a temas todavía tabú como el sexo, la identidad y todo aquello que se sale de la norma establecida y construida. En Argumán, el último acabador, aunque parezca que en la forma si que el cine de Jo Sol ha girado 180 grados, con la introducción del blanco y negro, una luz tenue, sombría, sobria y espectacular, obra de Daniel Vergara, que además de coproductor de la cinta, debuta en el largometraje de ficción, después de despuntar en películas como Marcelino, el mejor payaso del mundo, y el cortometraje Vera, entre otros trabajos, consigue esa luz mortecina, que recuerda a la de Honor de caballería y El cant dels ocells, ambas dirigidas por Albert Serra, donde la atmósfera se torna pesada, reposada y llena de tensión.
Tanto el sonido de Leo Dolgan (con trabajos interesantes en Mi querida cofradía o el cortometraje Panteres), también coproductor, como la música de Juanjo Javierre, un habitual del cine de Nacho G. Velilla, se fusionan con acierto creando ese cuerpo físico y psíquico que ayuda a comprender y ver aquello que no se cuenta, en una película de escasísimos diálogos, donde la imagen y la labor del reparto lo es todo, como una vuelta a los orígenes del cine, y el excelente montaje, obra de Afra Rigamonti, una habitual del cine de Jo Sol, como en la cinematografía como en la edición, en un trabajo serio y audaz en una historia de largos planos y muchos planos fragmentados. El director barcelonés nos habla de la muerte, del último viaje que separa la vida de la muerte, donde Armugán, un término que nos remite a leyendas nórdicas, ayuda a morir, no provocándolo, como surgirá ese conflicto entre el maestro y Anchel, ayuda al moribundo a que ese paso sea lo más tranquilo posible, a través de una especie de rito con las manos de Armugán.
Jo Sol plantea una película vitalista y sobre todo, humanista, con el aroma del mejor Rossellini, en un relato atemporal, si bien nos lo ubica en las montañas reconocibles, pero los dos principales protagonistas viven alejados del mundo, en una vida humilde y sencilla, en perfecta consonancia con los animales, ese rebaño de corderos que actúa como guardianes y vigías de la casa, y sobre todo, la naturaleza, con esas plantas que manipula Armugán como si fuesen una especie de tesoro o reliquia. La película se construye a través de la intimidad de estos dos hombres, que parecen el reflejo más cotidiano de Quijote y Sancho, pero dándole la vuelta, porque aquí el sano es el escudero, y el limitado físicamente es el sabio, o quizás no. Unos hombres que se miran desde la admiración, el respeto y la enseñanza, sintiéndose muy cerca y ayudándose uno al otro, aunque la película los enfrentará con un caso peculiar que se plantea en la película y divide a los dos hombres en su posición moral, rasgo del cine de Jo Sol, pero haciéndolo con inteligencia y alejado de dogmatismos.
Armugán, el último acabador es una película transparente y bien planteada, su conflicto o conflictos no son enrevesados ni tramposos. Todo gira en torno a la muerte, desde el vitalismo, aceptándola como algo natural, desde la sencillez de una forma de vida en extinción, que podríamos ver su reflejo en todas esas vidas rurales y sencillas que van desapareciendo ante un progreso devastador que aniquila el humanismo. La película recorre temas como el existencialismo, peor con calma, sabiduría y sin panfleto, sino con todo lo contrario, desde la humildad y las diferentes posiciones. El excelente dúo protagonista formado por Iñigo Martínez Sagastizábal como Armugán, viejo conocido de Jo Sol, y Gonzalo Cunill como Anchel, un intérprete fabuloso que encarna esa fisicidad y aplomo como nadie, en un personaje con cierto aroma del que hacía en la reciente Occidente. Y las estimulantes presencias de Núria Lloansi y Núria Prims. Armugán, el último acabador es una magnífica, sensible y poética cinta sobre la muerte y todo lo que la rodea, con ese aroma del cine del este, con nombres como los de Tarkovsky, Béla Tarr y demás, que han logrado películas que abordan desde el humanismo y la filosofía el tema de la muerte y ese último tránsito a la otra vida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Karra Elejalde, actor de la película “Poliamor para principiantes”, de Fernando Colomo, en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Seventy en Barcelona, el miércoles 21 de abril de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Karra Elejalde, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Cristina Marinero de Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
Entrevista a Fernando Colom, director de la película “Poliamor para principiantes”, en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Seventy en Barcelona, el miércoles 21 de abril de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Fernando Colomo, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Cristina Marinero de Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
Entrevista a Álvaro Longoria, productor de la película “Poliamor para principiantes”, de Fernando Colomo, en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Seventy en Barcelona, el miércoles 21 de abril de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Álvaro Longoria, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Cristina Marinero de Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
Entrevista a Bruna Cusí, actriz de la película “Mía y Moi”, de Borja de la Vega, en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Regina en Barcelona, el lunes 3 de mayo de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Bruna Cusí, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
Entrevista a Ricardo Gómez y Borja de la Vega, actor y director de la película “Mía y Moi”, en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Regina en Barcelona, el lunes 3 de mayo de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ricardo Gómez y Borja de la Vega, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.