Paris, je t’aime – 14e arrondissement, de Alexander Payne

Paris-je-t-aime

Los viajes emocionales

“Viajar es más que ver lo que hay para ver; es iniciar un cambio en nuestras ideas sobre lo que es vivir que continúa en nosotros de manera profunda y permanente”.

Miriam Beard

El cine de Alexander Payne está vertebrado a través de un viaje. En algún momento, durante la travesía, sus personajes se sienten embargados por una mezcla de alegría y tristeza que no saben describir, pero que nos revela muchas cosas íntimas de ellos. Y sobretodo, de nosotros mismos. 14e arrondissement, forma parte de la película colectiva Paris, je t’aime (2006), 18 piezas cortas ambientadas en los distritos de la ciudad de París y dirigidas por directores de diversa procedencia y estilo, entre los que podemos encontrar a los hermanos Coen, Gus Van Sant, Oliver Assayas entre otros. El segmento de Payne cuenta la experiencia de Carol, una cartera de Denver (Colorado, EE.UU.) que relata en primera persona y en un francés con marcado acento anglosajón, y en off, las experiencias que ha vivido en su primer viaje a la ciudad de la luz. La propuesta del realizador norteamericano nos sumerge en la visión cotidiana de alguien anónimo que desmonta todos los prejuicios e ideas preconcebidas de la ciudad. Y nos aproxima hacía la persona, que bajo un análisis irónico de las situaciones que va viviendo, nos va sumergiendo en su realidad, provocándonos una sensación agridulce. Las criaturas de Payne son habitantes de la América profunda, seres que se mueven en profesiones y actividades corrientes, que no anhelan otras cosas, porque en su mayoría, no saben si les harían más felices. Personajes de vidas sencillas que moran en lugares en los que no pasa gran cosa, pero buscan sentirse mejor consigo mismos: Quizás es lo único que les sacará de su rutina diaria y mejorará su estado de ánimo. Seis películas han bastado a Alexander Payne para demostrar su talento cinematográfico y convertirse en una de las voces más interesantes del actual panorama americano. Junto a otros realizadores, Paul Thomas Anderson,  Richard Linklater, David Fincher, Wes Anderson, James Gray… han aportado nuevas miradas en contraposición a la industria de Hollywood que se mira demasiado a sí misma.

Entrevista a Jonás Trueba

Entrevista a Jonás Trueba llevada a cabo el 20 de Febrero de 2014, en la terraza del Bar Candela, junto a la sede de la Filmoteca de Catalunya con motivo del encuentro organizado por el ESCAC. Madrileño de nacimiento (1981), Jonás es el pequeño de una numerosa família de cineastas. Un autor que con sólo dos películas Todas las canciones hablan de mí  (2010) crónica sobre lo díficil que resulta olvidar a quién amas, y su recuerdo no cesa de invadir tu codianidad, y Los ilusos (2013) una película que habla sobre el deseo de hacer cine, de los paseos después de ver una película, de las charlas con amigos, de dos miradas que se cruzan en una cafetería, del amor, y sobretodo, de la vida… Dos películas que nos hablan del cine a través del cine, de los deseos de cada uno y las ilusiones y esperanzas que nos empujan a seguir hacía adelante, aunque a veces cueste tanto… Jonás se ha destapado como uno de los autores jóvenes con una mirada más lúcida y crítica sobre este tiempo tan convulso y al mismo tiempo, tan ilusionante… 

Quiero expresar mi agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jonás Trueba, por su tiempo y sabiduría, a Pilar de la Filmoteca y María del ESCAC, por su disponibilidad y paciencia, y a David del Fresno, encargado de la imagen, el sonido y el montaje, por su generosidad y complicidad.

Alabama Monroe, de Felix Van Groeningen

The Broken Circle BreakdownMecanismos del dolor

“Todos los momentos de placer se hallan contrapesados por un grado igual de dolor o de tristeza”

Jonathan Swift

Tarde de cine en los Mèlies. La elegida es Alabama Monroe (The broken circle breakdown, 2012), de Felix Van Groeningen. Recordando la máxima taurina de más cornás da la vidaGroeningen nos cuenta la historia de Didier que toca el banjo en una banda de country, y de Élise trabaja como tatuadora, amén de tener su cuerpo tatuado. Se conocen y se enamoran a primera vista. Nace su hija, Maybelle, que enferma a los seis años de cáncer. Crónica amarga sobre el amor, la pérdida y el dolor a través de la música. Lúcido, contenido y sobrio ejercicio de cómo soportar los embates de la vida refugiándose en lo que podemos, quizás la música nos pueda ayudar a pasarlos.  El realizar neerlandés resquebraja su relato, ofreciendo un discurso discontinuo, empleando numerosos flashbacks, para contarnos 7 años de la vida de estos dos seres, que tienen que empezar de nuevo, después del duro golpe de perder a su hija. Una película que huye del típico drama de tres al cuarto en el que el dolor se convierte en el foco de atención, y no cesan de buscar la lágrima fácil. Se relatan hechos duros y tristes, pero de una manera respetuosa y con la debida distancia para huir de posicionamientos pornográficos emocionales de ciertas películas. Quizás se le puede achacar a la película un cierto manierismo, cuando plantea el discurso  político estadounidense en lo referente al estudio de la genética para tratar enfermedades. En esos momentos, la película cae en lo planfetario y simplista en la manera que plantea estas situaciones. También, hay que añadir que esos instantes dónde la cinta se empeña en sacarnos o adormecernos, no desmerecen el resultado final. Resulta aleccionador y estimulante la manera que estos dos individuos afrontan la pérdida, mientras él trata de buscar culpables y se refugia en la música para continuar hacía delante soportando el dolor, ella, en cambio, toma otro camino, encuentra refugio en otro tipo de culpa, abrazando la religión católica. Dos maneras de soportar un mismo dolor. Tiene la película, de nacionalidad belga, pero hablada en holandés, ciertos rasgos  argumentales que la aproximan a Declaración de guerra (La guerre est déclarée, 2011), de Valérie Donzelli, dónde también se narraba la historia de una pareja que se enamoran y tienen un niño con cáncer. La película se centraba en la vida cotidiana de cómo afrontaban el golpe y cómo eso ocasionaba grandes fisuras en su relación. Alabama Monroe es una película vitalista, en ciertos momentos, pero en otros, en cambio, se sumerge en la desesperación. Su discurso puede resultar pesimista, pero es entonces cuando la música entra en escena, actuando cómo refugio, demostrando su razón de existir, una manera de exorcizar los miedos, el dolor, la culpa para seguir adelante, porque no queda otra.

A propósito de Llewyn Davis, de Ethan y Joel Coen

Cartel-A-proposito-de-Llewyn-Davis_02“Es una película hecha en Nueva York, por neoyorquinos, llena de neoyorquinos, sobre un tiempo en Nueva York que cambió este país y creo que también el mundo”.
Oscar Isaac
 
“No tienes que ser genial para nadie, solo se genial para ti.” 
Bob Dylan

Tarde de cine en los Renoir Floridablanca. La elegida es A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis, 2013). Estamos en 1961, en la ciudad de New York. Nos encontramos en Greenwich Village y más concretamente en un local llamado Gaslight, – que recibe el mismo nombre que aquella espléndida película de Cukor dónde un malvado Charles Boyer martirizaba a una joven y bella Ingrid Bergman-, sobre el escenario, bajo una luz mortecina y apagada, que le acompaña toda la película, Llewin Davis, un joven músico de folk. De esta manera, arranca la nueva película de los hermanos Coen, unos cineastas que llevan más de treinta años relatándonos los sinsabores, amarguras e infelicidad de la otra cara de los EE.UU., la que no nos quieren enseñar otro tipo de películas. ¿De qué trata esta cinta?  Tenemos a este joven, que a modo de Ulises deambula por esta road movie intentando, sin conseguirlo, hacerse un hueco en el difícil mundo de la escena musical neoyorquina, un éxito que se le niega. En cierto momento, un magnate judío, en un club vacío como entorno, después de escucharlo le suelta que no ve dinero. Quizás, así se podría resumir la vida de este personaje homérico, este individuo que todos sus intentos en llevar una vida más “normal”, resultan vanos y cada vez peores. Los Coen vuelven a su tema predilecto, el viaje, y a La odisea, de Homero, cómo ya habían hecho en O brother! (O brother, where art you?, 2000), dónde tres fugitivos, en plena Gran depresión, hacían lo imposible para volver a casa, también con la música como telón de fondo. Llewin Davis nos recuerda  a aquellos y en muchos aspectos a Barton Fink (1991), otro artista sin suerte que viaja a Hollywood y se veía incapaz de escribir la película que el magnate le exigía. Libremente inspirado en el libro de memorias de Dave Van Ronk, El alcalde de la Calle MacDougal  (The mayor of MacDougal Street), nos sumerge en un personaje fiel a sí mismo, con su guitarra a cuestas y una bolsa con sus cosas, que es todo lo que posee Un naufrago sin isla, un vagabundo que transita por ambientes amargos y no tiene dinero para comprarse un abrigo para combatir el  frío invierno, que duerme en los sofás prestados por amigos, y tiene una hermana que le reprocha la existencia que soporta por seguir fiel a sus principios,  y además, un padre ido, al que nunca ve, que pasa sus últimos días en una residencia. Para redondear su triste existencia, hay una chica, maravillosa Carey Mulligan, que ha dejado embarazada pero resulta que es la novia de su mejor amigo. Una vida que se mueve por antros oscuros,  días sin fin, y mendigando por las frías y heladas calles sin alma de una ciudad sin vida. Su viaje a Chicago tampoco mejora las cosas, quizás las empeora más. Un artista que no logra ganarse la vida con su música y si colecciona palos por doquier. Podría haber sido ese tipo de películas en las que asistimos a un dramón de no te menees con semejante panorama, pero el talento de los Coen se niega a plantearse una historia de tales características, en cambio, vemos mucha ironía, quizás es la película más triste y desoladora de los Coen, pero tiene momentos muy suyos, su universo sigue plagado de seres curiosos y extraños, la retahíla de personajes secundarios que se topan con el músico no tiene desperdicio, la pareja de ancianitos judíos que regenta la discográfica que acumula discos que no encuentran compradores, el matrimonio judío esperpéntico y grotesco, que son dueños del gatito pardo, de nombre Ulises, no podía llamarse de otra manera, que acompaña a Llewyn en su periplo diario, el soldado músico, y John Goodman, un seboso, cínico y yonqui, y su criado, un joven macarra y silencioso, que algunos les recordará a uno de los matones de Fargo (1996), que interpretaba Peter Stormare, en uno de los momentos más raros y siniestros de la película, ese viaje a Chicago que parece que va a ocurrir cualquier cosa, muy en la línea de los planteamientos que pululan por el universo Coen. Destacar el buen hacer de Oscar Isaac, actor nacido en Guatemala de padre cubano y criado en florida, que nos brinda una hermosísima interpretación, dotado de una gran mirada que expresa todo su malestar y ese sentimiento fundido que rompe el alma.  Una maravillosa balada triste y nostálgica, como es la música folk, que nos interpela a nosotros. Su estructura circular, a modo de bucle, aún hace la existencia de Llewyn más difícil, en que aparentemente y  atendiendo el discurso de la cinta parece no tener salida, aunque los cineastas norteamericanos no se decantan por ninguna opción y en una estrategia que les honra, nos ceden el testigo de la elección a nosotros, sus espectadores. Una nueva clase magistral de estos cineastas que no se cansan en ofrecernos la otra cara del sueño americano, o mejor dicho, su pesadilla que quizás nunca existió. Una buena película que nos devuelve la mejor tradición del cine americano, aquella que nos contaban los Ray, Penn, Fuller, Peckinpah… historias de loosers, personajes perdedores que no encuentran su camino y los que encuentran les llevan a sentirse más perdidos y abocados a un fracaso personal y existencial.