Martin Eden, de Pietro Marcello

LA BELLEZA Y EL DOLOR.

“El escribir… era el esfuerzo consciente de liberarse de una angustia y el momento límite que indicaba que otra angustia había de surgir. Era algo como eso que hacen muchos hombres y mujeres, el “desahogarse”, que les lleva a decir hasta la última palabra de un dolor real o imaginario para curarse de él”.

De la novela “Martin Eden”, de Jack London

La novela “Martin Eden”, de Jack London (1876-1916), era un relato muy autobiográfico del escritor estadounidense, donde exponía los males de su oficio, las consecuencias de convertirse en un escritor de éxito, y sobre todo, el libro era un durísimo ataque al individualismo, a dejar de ser una persona para convertirse en un mero producto para las masas, abandonando la realidad para ser uno más, un títere de la sociedad de consumo, un infiel a sus ideales humanísticos para ser un extraño. Pietro Marcello (Caserta, Italia, 1976), ha desarrollado una filmografía con documentales muy interesantes donde exploraba los viajes en tren y sus habitantes en Il passaggio della línea (2007), o la redención de un ex convicto y su amor en La bocca del lupo (2009), también había tocado la ficción anteriormente con Bella y perdida (2015), una fantasía sobre un sirviente que quiere salvar a un búfalo atrapado.

Con Martin Eden, coescrita por su guionista cómplice Maurizio Braucci (autor de prestigio que tiene en su haber nombres como los de Matteo Garrone o Abel Ferrara), el cineasta italiano ha compuesto un puzle que engloban sus anteriores trabajos, porque conocemos a un antihéroe nacido en el fango, alguien que viene de orígenes pobres, un tipo que se gana la vida como marinero y que conoce los barrios populares, las dificultades de ganarse la vida en el Nápoles de principios del siglo XX, un hombre que tiene todo lo que lleva puesto, al que la vida le cambiará cuando conoce a Elena, una mujer joven y hermosa, rica y sofisticada, que pertenece a otro mundo, a otra clase social. El amor que siente por ella, le abre un nuevo mundo, una nueva vida, y empieza a leer, y sueña con convertirse en escritor, mientras sigue viviendo, adentrándose en el convulso y triste siglo XX, con sus luchas obreras, su idealismo político, sus idas y venidas con gentes humildes, y sus continuos rechazos a sus cuentos y novelas, donde plasma su vida, lo que ve y sus gentes.

La película recorre los avatares históricos de buena parte del siglo XX, donde Martin Eden es testigo, muy crítico con el socialismo, y también, con la burguesía a la que pertenece la familia de Elena, con la figura de Russ Brissenden, el intelectual de izquierdas bastante frustrado y triste, que ejemplifica el sentimiento de la lucha obrera y las formas de contenido político frente al capitalismo creciente. Eden es un outsider, alguien que no encuentra su lugar en el mundo, una especie de náufrago sin isla en la que añorar un lugar en el que se sienta comprendido, o simplemente, acogido, un hombre que sueña con ser escritor fiel a sus raíces y cronista del tiempo que le rodea, casarse con Elena y vivir felices en una posición a la que aspira, pero también, esta Margherita, una mujer de su misma condición, de su lugar, pero que Eden la mira con otros ojos, convirtiéndose en esa figura que el joven aspirante a escritor quiere abandonar.

La película está estructurada mediante capítulos que se abren con imágenes de archivo reales, como las primeras que pertenecen al anarquista Errico Malatesta, y le seguirán otras, que vienen a contextualizarnos el tiempo de Eden, con esa cinematografía que firman Francesco Di Giacomo y Alessandro Abate, en la que priman los colores pálidos y los encuadres atmosféricos, donde constantemente vemos al protagonista y el entorno por donde se mueve, que va desde los lugares más tristes y pobres a los espacios más lujosos y detallistas, en un viaje que podríamos considerar de Pasolini a Visconti, pasando por los ambientes de Bertolucci, Scola o Germi, en que el rítmico y sobrio montaje de aline Hervé y Fabrizio Federico, resulta ejemplar en este recorrido por tantos lugares y tiempos, donde abundan las continuas disputas entre obreros y patronos, las relaciones laborales deprimentes y una sociedad en continuo cambio social, económico, político y cultural, donde Martin Eden actúa como testigo de su tiempo, convertido en un vehículo para hablarnos de su sociedad, de su interior y todo su proceso social, esos tipos que abundan en las novelas de Marsé, el “pijoaparte” de turno que quiere escalar en la vida, a través del amor de la rica, aunque este sea sincero.

Otros de los elementos destacadísimos de la película es la inmensa y magnífica interpretación de Luca Marinelli, uno de esos personajes “bigger than life”, una explosión de furia y humanidad, una mezcla de toro desbocado y apasionado, al que vemos por todo ese recorrido vital, tanto físico como emocional, con su idealismo, su sueño de ser escritor, sus contradicciones, sus miedos, inseguridades, su pasión por la lectura y la escritura, su complejidad, su constante búsqueda de la belleza, y el dolor al que deberá enfrentarse cuando este le toca, la infidelidad de dejar de ser quién era para convertirse en un escritor de masas, la frustración de ser la persona que pierde su sentido de la realidad, de perderse en una existencia que no le llena, en un mundo complejo y triste, que solo aplauden a los exitosos y aplasta a los más vulnerables y necesitados, a esa sensación permanente de tristeza de no saber qué hacer y haber perdido el sentido de su vida, y su desolación tras ser escritor y no encontrarse en su propio reflejo, como le ocurría a Dorian Grey, de venderse al diablo y sentirse vacío e invisible, mientras la sociedad italiana y el mundo, se encaminan a la destrucción y el horror, como demuestra la estupenda secuencia en la playa, donde vemos completamente abatido a Eden, mientras no lejos de allí, unos camisas negras se mofan de un hombre bajito.

Bien secundado en el reparto por las actrices Jessica Cressy como Elena, y la otra cara de la moneda, Denise Sardisco como Margherita, dos mujeres que ejemplifican la vida y el tiempo de Eden, la burguesía y el pueblo, los privilegiados que viven acosta del hambre de la inmensa mayoría, dos mundos que se necesitan, pero completamente irreconciliables y literalmente opuestos. Y el veterano Carlo Cecchi (actor con Bertolucci o Tognazzi, entre otros) como Brissenden, el mejor ejemplo para Eden de ese desencanto de los ideales políticos, de la frustración de una lucha que sin saberlo, solo pretende continuar las injusticias. Marcello ha construido una película asombrosa, intensa y dolorosa, que se convierte en un clásico al instante, llena de verdad, humanidad, furia y contradicciones, de pasiones arrebatadores, de sencillez y honestidad, una película para entender quiénes somos y de dónde venimos, que se da una vuelta por el siglo XX, a través de alguien que es un hombre de su tiempo y sus ideales, y como suele pasar, el tiempo se encarga de manejarlo a su antojo, de exprimir sus valiosas ideas, y la sociedad y su ideario con el individualismo feroz y salvaje como banderas, le convierten en un fantasma, en un espectro sin vida, sin ilusión, y sin nada, alejado de su verdadera identidad, y lanzado a los devoradores de ideas que las utilizan para su beneficio económico. Eden es uno más de tantos poetas y escritores malditos, que nunca encajaron en una sociedad vacía, enferma y desoladora, adicta a lo material, y perdida en la inmensidad de su desoladora existencia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

 

La última gran estafa, de George Gallo

LOS PERDEDORES SOMOS GENTE HONRADA.

“Hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria”

Jorge Luis Borges

La película se abre en el Hollywood de 1974, pero no en el exitoso y galardonado, sino en el otro, aquel que se movía en la sombra, en el otro lado, como los productores independientes Max Barber y su sobrino, Walter Creason, al frente de Milagro Films, una compañía especializada en cine “Grindhouse”, ese cine lleno de sexo, violencia y sadismo, dentro del terror o thriller, muy popular en los sesenta y setenta, pero los milagros hace tiempo que pasaron de largo y la compañía acumula un sinfín de deudas. Barber, en un alarde de poco ingenio, se asocia con Reggie Fontaine, un gánster al que le debe 350000 dólares ya que su última aventura cinematográfica ha sido un fiasco, un policíaco de monjas asesinas ligeras de ropa. Así que, ni corto ni perezoso, urde un plan para hacer una película con una vieja gloria del oeste, uno de esos secundarios que trabajó con Ford y Company, para provocar un accidente al actor y cobrar el suculento seguro. Pero, las cosas no van a salir como esperaba.

El director George Gallo (Port Chester, Nueva York, 1956), especializado en un tipo de cine comercial, sin grandes presupuestos, que se mueve entre la comedia y el thriller, suyos son los guiones de Huida a medianoche o Dos policías rebeldes, y otras producciones, como Menudo bocazas o Mi novio es un ladrón. En La última gran estafa, se mueve entre la comedia disparatada y el thriller de timos, lanzando varios homenajes. El primero, a la película The comeback Trail, de Harry Hurwitz, cinta que no llegó a estrenarse, pero el joven adolescente Gallo vio por casualidad, del que coge la idea y realiza un remake. El segundo, a los “Grindhouse”, ese cine popular, carne de cines de barrio o pequeñas localidades, las películas de segunda o tercera fila, que siempre acompañaban al gran estreno, que iban en sesión continúa. La película tiene todos los ingredientes que se esperan de una producción de estas características, humor, encanto, “loosers”, ambientes casposos, algo de intriga, muchas mentiras, y tipos en la sombra que se mueven por los márgenes de la gran industria, con sus productos populares, o al menos, esos pretenden.

La última gran estafa  tiene un terceto de grandísimos intérpretes que ayudan a conseguir la veracidad y ese humor irreverente, encabezados con un Robert De Niro, desatado como Max Barber, riéndose de sí mismo, muy alejado del matón de El irlandés, como productor de tres al cuarto, más interesado en la pasta que en el cine, un cine que quizás para él se ha convertido en una quimera, bien acompañado por Tommy Lee Jones en la piel de Duke Montana, uno de esos actores olvidados, amargados, que le ofrecen la oportunidad de lucirse por última vez, en una película como La pistola más vieja del oeste, en clara referencia a El viejo pistolero, de Don Siegel, que protagonizó un maduro John Wayne, en su última aparición en el cine. Y Morgan Freeman, en la piel de Reggie Fontaine, uno de esos mafiosos metidos en el mundo del cine por obra y gracia de tipos como Barber. Y luego, un retahíla de intérpretes más jóvenes como Zach Braff como sobrino y socio de Barber, despistado y algo de más cordura que su tío, Emile Hirsch, al que vimos en Erase una vez en Hollywood, de Tarantino, en el rol de un productor de éxito, a la caza del nuevo pelotazo, Kate Katzman, como la directora personal y sencilla que ve en la película un homenaje al cine y a los perdedores, y finalmente, Chris Mullinax, como adiestrador del caballo “Caramelo”, todo un espectáculo.

La película alberga momentos divertidos y completamente desatados, con otros más serios, donde el relato se resiente, pero en su conjunto funciona como un disparatado thriller ambientado en ese Hollywood en la sombra, lleno de perdedores, de gentes sin escrúpulos, de esos tipos que tanto le gustan a directores como Rossen, Fuller, Ray, Huston, o el propio Tarantino, tipos que luchan incansablemente por conseguir su éxito, y siempre se topan con su nula capacidad y las dichosas circunstancias que les hacen volver a la casilla de salida. Gallo pretende que pasemos un buen rato, sin grandes pretensiones artísticas, que conozcamos a sus pobres diablos, a esos individuos que aman el cine, un cine popular, divertido y entretenido, que se equivoquen demasiadas veces de que cine han de hacer, o que tendrá éxito, pero que la película se ríe mucho de esos hombres que pululan por la industria cinematográfica del Hollywood setentero, y los de ahora, gentes que tengan éxito o no sus películas, siempre acaban culpabilizando al equipo de la película, que o no estuvo a la altura o no fue el más adecuado para rodar aquella u otra producción, como dirían los entendidos, historias de Hollywood, del que tenía éxito y aquel otro, en la sombra, que vivía de la ilusión, empujado por tener ese pelotazo que les sacase de su ostracismo profesional. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Marta Marco

Entrevista a Marta Marco, actriz de la obra de teatro “53 Diumenges”, de Cesc Gay , en el Teatre Romea en Barcelona, el miércoles 2 de diciembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marta Marco, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Marta Suriol de La Costa Comunicació, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Hasta el cielo, de Daniel Calparsoro

DEPRISA, DEPRISA.

“Si me das a elegir/ Entre tú y la riqueza/ Con esa grandeza/ Que lleva consigo, ay amor/ Me quedo contigo/ Si me das a elegir/ Entre tú y la gloria/ Pa que hable la historia de mí/ Por los siglos, ay amor/ Me quedo contigo”.

De la canción “Me quedo contigo”, de Los Chunguitos.

El cine quinqui tuvo su esplendor a finales de los setenta y principios de los ochenta, en pleno tardofranquismo, con películas como Perros callejeros (1977), de José Antonio de la Loma, que tuvo dos secuelas, incluso una versión femenina, Navajeros (1980), Colegas (1982), El pico (1983), y su secuela, todas ellas de Eloy de la Iglesia, y otras, como Los violadores del amanecer (1978), de Ignacio F. Iquino, Maravillas (1980), de Manuel Gutiérrez Aragón, y Deprisa, deprisa (1981), de Carlos Saura, que se alzó con el prestigioso Oso de Oro en la Berlinale. Un cine de fuerte crítica social, que mostraba una realidad deprimente y siniestra, donde jóvenes de barrios marginales se lanzaban a una vida de delincuencia y heroína, destapando una realidad social muy desoladora y amarga.

Hasta el cielo, que como indica su frase inicial, muestra una ficción basada en múltiples realidades, recoge todo aquel legado glorioso del cine quinqui y lo actualiza, a través de un guion firmado por todo un consagrado como Jorge Guerricaecheverría, que repite con Daniel Calparsoro (Barcelona, 1968), después de la experiencia de Cien años de perdón (2016), si en aquella, la cosa se movía por atracadores profesionales en un trama sobre la corrupción y las miserias del poder, en Hasta el cielo, sus protagonistas nacen en esos barrios del extrarradio, chavales ávidos de riqueza, mujeres y lujo, que la única forma que tienen de conseguirlo es robando, con el método del alunizaje. Pero, el relato no se queda en mostrar la vida y el modus operandi de estos jóvenes, si no que va mucho más allá, porque en la trama entran otros elementos. Por un lado, la policía que les pisa los talones, con un Fernando Cayo como sabueso al lado de la ley, también, una abogada no muy de fiar, en la piel de Patricia Vico, cómplice de Calparsoro, y el tipo poderoso que hace con sobriedad y elegancia Luis Tosar, que ordena y compra todo aquel, sea legal o no, para sus viles beneficios.

La acción gira en torno a Ángel, uno de tantos chavales, que parece que esto de robar a lo bestia se le da bien, sobre todo, cuando se presentan problemas. La película se va a los 121 minutos de metraje, llenos de acción vertiginosa, con grandes secuencias muy bien filmadas, como demuestra el oficio de Calparsoro, que desde su recordado y sorprendente debut con Salto al vacío (1995), se ha movido por los espacios oscuros del extrarradio y los barrios olvidados, para mostrar múltiples realidades, con jóvenes constantemente en el filo del abismo, sin más oficio ni beneficio que sus operaciones al margen de la ley. El relato, bien contado y ordenado, sigue la peripecia de Ángel, su ascenso en el mundo del robo, con hurtos cada vez más ambiciosos, y todos los actores que entran en liza, contándonos con un alarde de febril narración todos los intereses y choques que se van produciendo en la historia, como ejemplifica la brillante secuencia del hotel, o la del barco, con múltiples acciones paralelas y un ritmo infernal, y con todo eso, también, hay tiempo para el amor en la existencia de Ángel, un amor fou como no podía ser de otra manera, con un amor desenfrenado y pasional con Estrella, la chulita del barrio de la que todos están enamorados, y el otro, el de Sole, la hija de Rogelio, el mandamás, un amor de conveniencia para escalar socialmente.

La excelente cinematografía de Josu Incháustegui, que sigue en el universo Calparsoro, al que conoce muy bien, ya que ha estado en muchas de sus películas, el rítmico montaje de Antonio Frutos, otro viejo conocido del director, y la buena banda sonora que firma el músico Carlos Jean, en la que podemos escuchar algún temazo como “Antes de morirme”, de C. Tangana y Rosalía, que abre la película. Y qué decir del magnífica combinación de intérpretes consagrados ya citados, con los jóvenes que encabeza un extraordinario Miguel Herrán, descubierto en A cambio de nada, y en las exitosas Élite y La casa de papel, es el Ángel perfecto, nombre que tenía el famoso “Torete”, con esa mirada arrolladora y esa forma de caminar, bien acompañado por una excelente Carolina Yuste, desatada después de Carmen y Lola, camino de convertirse en una de las más valoradas, Asia Ortega, como el amor despechado, pero fiel, Richard Holmes como Poli, el rival en cuestión, y luego una retahíla de lo más granado del rap y trap españoles que debutan en el cine como Ayax, Jarfaiter, Carlytos Vela, Dollar Selmouni y Rukell, como compañeros de fatigas de Ángel.

Hasta el cielo nos devuelve el mejor cine de acción y de personajes de Calparsoro, a la altura de la formidable Cien años de perdón, un cine de entretenimiento, pero bien filmado y mejor contado, que va mucho más allá del mero producto hollywodiense, donde hay buenos y malos y una idea de la sociedad condescendiente. Aquí no hay nada de eso, porque la película no se queda en la superficie,  nos mira de cara, sin tapujos ni sentimentalismos, porque hay rabia y furia, contradicciones, y personajes de carne y hueso, que erran, aman sin control y viven sin freno,  contándonos un relato lleno de matices, laberíntico y muy oscuro, lleno de ritmo, intrépido y febril, donde encontramos de todo, una realidad social durísima, jóvenes sin miedo y dispuestos a todo, thriller de carne y hueso, de frente, sin concesiones, y sobre todo, una arrebatadora historia de amor fou, de esas que nos enloquecen y nos joden a partes iguales, pero jamás podremos olvidar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Bernabé Rico

Entrevista a Bernabé Rico, director de la película “El inconveniente”, en el Gallery Hotel Barcelona, el jueves 17 de diciembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Bernabé Rico, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Katia Casariego, jefa de prensa, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Entrevista a Joan Frank Charansonnet

Entrevista a Joan Frank Caharansonnet, actor y director de la película “Terra de telers (Memoria de telares)”, en la Antiga Fàbrica Damm en Barcelona, el jueves 3 de diciembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Joan Frank Charansonnet, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Host, de Rob Savage

HAY ALGUIEN CONMIGO

“Una de las peores cosas que puedes hacer es tener un presupuesto limitado y tratar de hacer una película grandiosa. Ahí es cuando terminas con un trabajo malísimo”

Roger Corman

El género de terror actual poco o nada tiene que ver con aquel otro género clásico, el que creó toda una legión de millones de seguidores alrededor del mundo. Un género que envolvía al espectador en un espacio en off, en todo aquello que no se veía, que simplemente se escuchaba, en mitad de la oscuridad, la imaginación del público era esencial para sorprenderlos no con sustos o subiendo el volumen del sonido, como se hace ahora, sino creando un espacio de misterio, de miedo y de auténtico terror, donde la máxima no era mostrar, sino todo lo contrario, no mostrar, sugiriendo todo aquello que el espectador inventaría, género de bajo presupuesto en que el estadounidense Roger Corman fue su máximo exponente. Host (que podemos traducir como “Anfitrión”), del joven director británico Rob Savage, es una de esas películas que siendo muy de ahora, se enclava completamente en los parámetros del terror clásico.

Savage empezó precozmente en el cine, ya que dirigió a los 17 años el largometraje Strings, luego continuó dirigiendo cortometrajes de terror, incluso ha dirigido algunos episodios de la serie Britannia. El director norteamericano grabó un video que se convirtió en viral a principios de este fatídico 2020, y en plena pandemia provocada por el Covid-19, ideó una película de terror puro, basada en la exitosa idea, convocando a un grupo de amigas actrices encabezadas por una antigua conocida como Haley Bishop, a la que se unieron Radina Drandova, Jemma Moore, Caroline Ward y Emma Louise Webb, con el añadido de Edward Linard, todos ellos forman el grupo de amigos y amigas que se reúnen para hacer una video llamada conjunta a través de zoom, y consiguió producir una película, un relato sobre una sesión de espiritismo que se va a ir de las manos, y en que las participantes vivirán fenómenos poltergeist en sus hogares. Savage nos encierra en la pantalla de ordenador, en la que miramos a las cinco mujeres en sus respectivas casas, con ese primer arranque en que conocemos brevemente la situación de cada una de ellas, y alguna pincelada de su carácter.

La película entra en acción con la sesión de espiritismo, que empieza como una cosa animada y sin más, para después, adentrarse en otro ámbito, en un espacio donde la realidad ya no existe, donde cada una de las cinco mujeres experimentará el terror en carne propia, donde los objetos de su casa saldrán volando, y su integridad física y psíquica se pondrá gravemente en peligro. Savage juega a sugerir, a través de sonidos, y el movimiento de los objetos, con un espectacular montaje de Breanna Rangot, que va cambiando la perspectiva según la tensión, pasando de las pantallas de las cinco amigas, a una sola, y centrándose en aquella que está experimentando el fenómeno, mientras las otras, completamente aterrorizadas, siguen, desde sus casas, todo lo que le va ocurriendo a su amiga. La película, sencilla hasta la extenuación, consigue clavarnos en la butaca, haciéndonos participes de la experiencia aterradora de las chicas, provocando el mismo estado de nervios, ansiedad y miedo que tienen las mujeres. Host bebe completamente de películas que en su día aterrorizaron al personal, utilizando el mismo dispositivo del fuera de campo y el sonido, donde los espectadores éramos el giro de cámara, como The Blair Witch Project (1999), de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, auténtico fenómeno de masas, que inauguró un sinfín de películas con la misma estructura, la cámara al hombro, el “fake” como bandera, y una innovadora campaña de marketing en internet, cuando las redes no eran lo que son ahora.

La película estadounidense es hija de las circunstancias de la crisis sanitaria de la Covid-19, donde lo virtual ha sustituido a la reunión social, donde internet se ha convertido en aliado para paliar la falta de encuentros, ya que la pandemia nos ha encerrado en casa, con las llamadas zoom como reunión virtual para sobrevivir al aislamiento y la soledad. Una película que, seguramente, generará la aparición de muchas otras imitando su dispositivo, pero Savage ha conseguido que, pese a las enormes dificultades que supone hacer una película desde la distancia, lograr su objetivo, y no solo terminarla, sino convertir la película en un auténtico fenómeno, por su increíble osadía, la valiosísima composición de sus intérpretes y sobre todo, por la asombrosa calidad de sus fx, hechos por las actrices bajo la supervisión de Savage, que las aleccionó para conseguirlo. Host, a través de sus impresionantes 56 minutos, nos habla del miedo, pero sobre todo, de nuestros miedos, de los de cada uno, y sobre todo, también nos habla que hay según que puertas que es mejor no entrar, ni siquiera a atreverse a mirar por la mirilla, porque seguro que nos arrepentiremos lo que podemos encontrar al otro lado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Kiti Mánver

Entrevista a Kiti Mánver, actriz de la película “El inconveniente”, de Bernabé Rico, en el Gallery Hotel Barcelona, el jueves 17 de diciembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Kiti Mánver, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Katia Casariego, jefa de prensa, por su amabilidad, paciencia y cariño.

A medida voz, de Heidi Hassan y Patricia Pérez Fernández

UNA IMAGEN QUE TE HABLE DE MI.

“No se puede competir con la vida, solo recrearla”.

Agnès Varda

Las primeras imágenes de una película son esenciales, ya que, para bien o mal, definirán el tono de la misma, porque serán vitales para entrar o no en aquello que se nos quiere contar. O quizás, simplemente, esas primeras imágenes provocan en nosotros alguna cosa, algo oculto, que ni nosotros sabemos que existe. Las primeras imágenes del sugerente título de A media voz, revelan una búsqueda, una búsqueda de las imágenes que explican lo que somos, las imágenes que nos definen, los encuadres en los que nos sentimos que hablan de nosotros, o dicen algo de lo que ocultamos, o quizás, algo de nuestro pasado, o de nuestro presente más inmediato. La película de Heidi Hassan y Patricia Pérez Fernández, ambas cubanas y de 1978, crecieron juntas, entablando una amistad que iba más de todo, con el cine como motor vital para crecer juntas, en un país que todavía creía en la utopía del comunismo, de otra vida diferente. Pero, entre estudios de cine, cortometrajes y profunda y sincera amistad, llegaron los noventa, y con la caída del bloque soviético, la esperanza se esfumó y Cuba entró en la deriva, donde la vida se sustituyó a la supervivencia.

Pérez Fernández fue la primera en marcharse, viendo que todo había terminado. Su primer destino fue Ámsterdam, luego vino España, primeo un pueblo navarro como Tafalla, luego Madrid, y más tarde, la costa de Finisterre. Hassan se fue más tarde, su destino Ginebra, con la compañía de su pareja. Con la película Otra isla (2014), sobre la protesta en Madrid de una familia cubana disidente abandonada a su suerte, el tándem Hassan-Pérez Fernández coescribieron el guion, y la primera dirigió e hizo la cinematografía y la segunda, la edición. Seis años más tarde de aquella aventura, y un buen puñado de otros trabajos cinematográficos, las cineastas cubanas vuelven a juntarse, y firman la el guion, la cinematografía y la dirección, y a modo de diario audiovisual, nos explican, mediante imágenes un documento-correspondencia, de su trayectoria vital, arrancando con imágenes de archivo, cuando son niñas y ya adultas, haciendo cine en Cuba, y luego, con imágenes filmadas para la ocasión, en esa búsqueda incesante de la “imagen que te hable de mi”, la despedida, y la vida como emigrante, con el desarraigo como mochila inagotable, los sueños, las (des) ilusiones de una nueva vida, un nuevo país, un nuevo sistema económico, las cuestiones sobre el empleo, y la constante incertidumbre de una vida de supervivencia, cada vez más llena de realidad deprimente y soledad, y más alejada del cine que tanto aman.

Hassan y Pérez Fernández forman mediante “esa media voz”, una voz entera, o quizás, el intento de crear una sola voz que sea megáfono de tantos inmigrantes cubanos y de cualquier país, asistiendo como espectadores privilegiados a todo un proceso vital, dificilísimo en la mayoría de momentos, con pocos momentos para la alegría o la ilusión, construyendo con una honestidad y transparencia que traspasa la pantalla, con un montaje que firman junto a Diana Toucedo, para crear ese universo paralelo y mezclado, casi un rompecabezas de imágenes de toda naturaleza, textura y narrativa, desde el documental a pie de calle, donde la vida va pasando, las imágenes de archivo ya citadas, el ensayo, la experimentación, con el vídeo y el digital presentes, documentando la vida, el cine, la amistad, la separación, las múltiples ausencias, no solo del país dejado, de la amiga ausente, esa que se busca en cada imagen que se filma, evocando el país dejado, con la ilusión perdida, o el nuevo país, con la situación de invisibilidad, los trabajos precarios, las enormes dificultades de empezar de nuevo, o la del macabro sentimiento de estar siempre empezando.

Una película magnífica sobre la vida y el cine, o sobre el cine y la vida, sobre la amistad profunda y sincera, aquella que no nos abandona, sobre los motivos y consecuencias de las decisiones que tomamos en la vida, de todo nuestro ser y todo aquello que nos rodea, las malditas circunstancias que nos arrojan a cambiar de camino y de personas, con sus múltiples imágenes que abarcan quince años de la vida de las dos cineastas cubanas, que nos hablan de feminidad, de maternidad, de vida, de amores, de sentimientos, y sobre todo, de emociones, creando universo fascinantes e hipnotizadores, devolviéndose la pureza de la imagen, aquella que habla de nosotros y de aquellos que las miran, y lo hacen con toda la transparencia y humildad del buen cineasta, de aquel que se abre en canal mediante las imágenes que filma, que sabe que tiene que seguir haciéndola, aunque a veces se cuestione su verdadera motivación, o simplemente, la desconozca, pero sigue capturando imágenes, en esa incesante búsqueda de la imagen que te habla de mi, para mirar y ser mirado, en un reflejo infinito en el que todo vuelve a empezar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Baby, de Juanma Bajo Ulloa

FÁBULA SOBRE LA MATERNIDAD.

“El amor de madre es la paz. No necesita ser adquirido, ni merecido”

Eric Fromm

En el universo de Juanma Bajo Ulloa (Vitoria-Gasteiz, 1967), encontramos muchas jóvenes, de aspecto aniñado, con profundos traumas psicológicos, encerradas en existencias dolorosas, tanto físicas como emocionales, envueltas en reinos de maldad y oscuridad, pero eso sí, fuertes y valientes que harán lo imposible para vencer sus miedos, a sus enemigos y salir de su pozo. Los relatos del director vasco están envueltos de cuentos de hadas, rasgados por el misterio y la incertidumbre, una especie de laberintos físicos y psíquicos en los que sus criaturas en apariencia indefensas deberán pasar unas pruebas, para de ese modo encontrar su camino, y sobre todo, su amor. Bajo Ulloa ha fabricado una carrera muy heterogénea, en la que tocado varios palos, como los de la música rock, con abundantes videoclips o documentales, el teatro con Pop Corn (1998-9), pero sobre todo, el cine, con seis títulos, en los que ha emprendido dos formas de plantearlos. Por un lado, tenemos la comedia gamberra, crítica y disparatada con Airbaig (1997), y Rey Gitano (2014), con la complicidad de intérpretes-colegas. Y por el otro, fábulas sobre la condición humana, envueltas en un cine simbolista, lleno de metáforas y muy sensible, con títulos memorables como El reino de Víctor, mediometraje de 36 minutos, su deslumbrante opera prima Alas de mariposa (1991), galardonada con la prestigiosa “Concha de Oro” en Donosti, La madre muerta (1993), Frágil  (2014).

En Baby, Bajo Ulloa vuelve a sus heroínas frágiles e indefensas, con una chica toxicómana y perdida, del que no se nos desvelará su nombre, como ocurre con los demás personajes, una joven que acaba de ser madre, pero incapaz de hacerse cargo de la criatura, decide venderlo a una madame que trafica con niños. Pero, la joven se arrepiente y decide recuperarlo. El relato que arranca de forma oscura y siniestra, más cerca del género de terror, donde el primer Polanski o el Giallo italiano no estarían muy lejos, mostrándonos una sociedad corrupta, vacía, llena de vicio y autodestructiva, nos encontramos a la chica, que vive en la más pura desolación, sin futuro ni nada, y después de parir, se verá aún más desorientada y cerca del abismo. Aunque, después de deshacerse del bebé, se verá más perdida, y llena de dudas y remordimientos, y emprende un viaje a lo más profundo de su alma, enfrentándose a una mujer sin escrúpulos, que vive con su hija y una albina especialista en el tiro con honda, sumergiéndonos en la casa de los horrores, una especie de casa a medio camino, entre el “Paradiso Perduto” de Grandes esperanzas, de Dickens, las casas góticas inglesas del silgo XIX, muy del universo de Poe y Lovecraft, y la casa siniestra de La matanza de Texas, llena de polvo, hierbas y moho, donde hará lo imposible por recuperar a su bebé.

La película prescinde de diálogos, dando todo el valor a la imagen y el sonido, con ese aspecto sombrío y lúgubre que recorren todos los cuadros, con la magnífica luz de Josep María Civit, que después del inmenso trabajo en La vampira de Barcelona, acaba el año con otra espectacular fotografía, vital para una película de estas características, o el sonido que firman Iñigo Olmo y Martín Guridi, consiguiendo ese empaque necesario para encerrarnos en esa casa y ese bosque, con el fuera de campo imprescindible en una película que anuda de forma brillante el género de terror con lo social, y el drama más intimo. Qué decir del grandísimo trabajo de la música, con Bingen Mendizábal, que ha estado en casi todas las películas del director vasco, con la complicidad de Koldo Uriarte, para crear esa atmósfera de fantasía y realidad que también casa con el relato. Y finalmente, el preciso trabajo de edición que firma Demetrio Elorz, contribuyendo a crear ese tempo cinematográfico pausado y profundo que tanto demanda la película.

La naturaleza y sus animales, filmados de manera espectacular, mezclando toda su belleza y horror, funcionan como el reflejo para indagar en las motivaciones de todos los personajes, generando todos esos instintos que los hacen moverse hacia un lado u otro, donde cada personaje va mostrando su complejidad, contradicción y misterio. Un relato sobre la vida, la lucha y la muerte, debía tener un reparto muy sobrio y que transmitiera todo lo que las palabras no van a hacer, y lo consigue con grandísimas composiciones, empezando por Rosie Day, la actriz británica que hemos visto en películas como Blackwood, de Rodrigo Cortés, o la serie Outlander, da vida a la heroína de ese cuento sobre el miedo y el amor, bien acompañada por la estadounidense Harriet Sansom Harris como la bruja de Hansel y Gretel, en este caso, de Gretel, y sus cómplices, la niña Mafalda Carbonell y Natalia Tena, como una albina y su honda, tan siniestra y rara como la relación que mantiene con esta familia tan oscura, y la siempre interesante presencia de Charo López. Bajo Ulloa ha construido una inquietante y maravillosa fábula sobre que significa ser madre, con toda su belleza y horror, en una película asombrosa y fascinante, a ratos hipnótica y terrorífica, llena de misterios, monstruos interiores, y espectros como el miedo, la maldad y la envidia, un viaje a todo aquello que nos mueve, que nos ayuda a seguir viviendo, un poema fantástico de aquí y ahora, que nos emociona, devolviéndonos todo aquello del cine de los pioneros, devolver a la imagen todo su esplendor, su belleza y todo el misterio que la envuelve. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA