El diablo entre las piernas, de Arturo Ripstein

DEL AMOR Y SUS DEMONIOS.

“Lo viejo es bello por feroz, por real… Reivindico la vejez y los cuerpos cuando el tiempo los ha vuelto fláccidos”

“El deseo sexual no se acaba, se modifica; cambian las fuerzas y la forma de encauzarlas”

Arturo Ripstein

Seres amargados y solitarios, gentes de mal vivir, movidos por sus bajos instintos, condenados al abismo, olvidados por todos, incapaces de cambiar su carácter, enjaulados en sus propios destinos, tan negros como los ambientes decadentes y sucios por los que se mueven, con oficios y trabajos, por así llamarlos, que los han llevado a la tristeza y el rencor, arrastrados por sus pasiones enfermizas, esclavos de amores difíciles (el recordado y triste “amor fou”, que acuño Don Luis Buñuel),  llenos de razones y amarguras que, en ocasiones no tienen otra salida que la locura o el crimen, o ambas a la vez. Tipos y viejas de corazón sombrío, de pasiones desatadas y odios deshumanizados, perpetrados en una miseria moral que los debilita y los empuja al abismo.

Desde que debutase en el largometraje allá por el 1965 con Tiempo de morir, un atípico western que escribieron Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, el universo cinematográfico de Arturo Ripstein (Ciudad de México, 1943), se ha llenado de personajes tristes y solitarios, cargados de atmósferas sucias, sombrías y decadentes, seres que luchan con todas sus fuerzas para desviar un destino condenado al olvido y la tragedia, sumidos a espacios llenos de mugre, vacíos y cargados de odio, rencor y mala suerte. Una carrera cinematográfica que abarca casi los sesenta años, con más de treinta títulos, en los que ha habido de todo, desde trabajos con los guionistas “mexicanos” de Buñuel como Luis Alcoriza y Julio Alejandro, producciones internacionales con Peter O’Toole, adaptaciones de novelas con autores del prestigio como G. Gª Márquez, Guy de Maupasant, Mahfuz, Aux o Flaubert, y demás pulsiones cinematográficas que han curtido y sobre todo, convertido a Ripstein en uno de los cineastas mexicanos más importantes de la historia, mundialmente reconocido en certámenes internacionales.

Ripstein es uno de los mejores cronistas de su Ciudad de México, con la inevitable y extraordinaria compañía de Paz Alicia Garciadiego, su guionista y mujer, que lleva desde 1986 con El imperio de la fortuna, escribiendo sus guiones, construyendo con una mirada crítica, feroz y humana sus relatos, mostrando todos esos lugares incómodos, oscuros y malolientes, esos espacios donde la vida pende de un hilo, donde cada paso puede ser el último, donde abundan prostitutas enamoradas del tipo menos recomendable, amas de casa aburridas y deseosas de un amor loco que las saque de su inexistente vida, tipos alimentados de odio, llenos de celos, perdidos en los abismos de la existencia y del deseo, pobres diablos que se arruinan la existencia por un fajo de billetes marcados por un destino fatal, en definitiva, gentes de vidas sombrías, aquellas que se reflejan al otro lado del espejo, el que nadie quiere ver, los que resultan “invisibles”, los que nadie quiere cruzarse, los que están como si no estuvieran, porque malviven en esas zonas donde nadie quiere conocer, esos lugares donde habitan los males humanos, lo que no gusta, lo que aparece en los noticiarios siempre por motivos criminales.

Ahí están sus grandes títulos como El lugar sin límites, La mujer del puerto, Principio y fin, Profundo carmesí, El coronel no tiene quien le escriba o Así es la vida…, entre otros. Con La perdición de los hombres (2000), abre una nueva etapa en que el blanco y negro se impondrá en casi todas sus películas, porque de las cinco que hará hasta la actualidad, tres están filmadas en B/N, donde sigue manteniendo sus señas de identidad evidentes: los incisivos planos secuencia que abren y cierran las secuencias y siguen con transparencia a sus personajes, el espacio doméstico como lugar donde se desatan las pasiones y todos los demás infiernos, historias acotadas en poco espacio de tiempo, algunas pocas jornadas, personajes sedientos de deseo, arrastrados por atmósferas decrepitas y viles, que antaño tuvieron su leve esplendor, y una obsesión certera por interesarse por los más miserables, tanto físicamente como moralmente, componiendo tragicomedias sobre la oscuridad de la condición humana, esa que la mayoría no quiere ver, no quiere saber, y sobre todo, alejándose completamente de esa idea del “buenismo” o “positivismo”, que tanto daño hacen a los tiempos actuales, como si siendo así, el resto ya no existiese.

En Las razones del corazón (2011), nos envuelve en Emilia, una mujer frustrada en un matrimonio vacío, cree encontrar su salvación en un amante cubano que acaba asfixiando de amor. En La calle de la amargura (2015), dos prostitutas de mala muerte acaban encontrando su tabla de subsistencia con dos enanos de la lucha libre. En El diablo entre las piernas (con ese cartel que recoge la composición de “El origen del mundo”, de Courbet), nos enfrentamos a un matrimonio que llevan casados la intemerata y pasan de los setenta. Un matrimonio que convive y apenas se cruzan por la vieja y olvidada casona, y cuando la hacen, estalla la tormenta de reproches de él. El viejo, un tipo malcarado, comido por los celos, que mata su pobre tiempo con una amante tan triste y solitaria como él. Beatriz, que en sus años mozos, fue una devoradora de hombres, ahora, se lame sus heridas y se reconcome con su cuerpo viejo y plegado, aguantando las embestidas verbales de un marido que la despelleja cada vez que se le antoja. Una mujer que mata su tiempo con clases de tango, para sentirse deseada y sobre todo, deseable. Entre medias de todo, Dinorah, la criada que, al igual que Emilio Gutiérrez Caba en La caza, de Saura, es el testigo joven de esta truculenta y malsana historia de amor fou, o quizás sería, un relato sobre el amor y sus demonios esos que no entienden de razones ni nada que se le parezca, llevados y consumidos por la bilis del odio, de la incapacidad de soportar el paso del tiempo, ese tiempo que todo lo reconcome, que todo lo mata, o quizás lo cambia de perspectiva, porque Beatriz, ante tantas injurias del marido podrido, acaba despertándose su deseo, sus “ganas de coger”, su humedad entre sus piernas y se lanza a saciar su sexo. Ripstein.

David Mansfield, el compositor de Cimino, vuelve a poner música, que colabora intermitentemente con el cineasta mexicano desde Profundo carmesí. Mariana Rodríguez se encarga de la edición, y la luz de Alejandro Cantú, vuelve a registrar las sombras y los reflejos desde Las razones del corazón, con sus encuadres llenos de vida y alma, como esos esos espejos de tocador en las habitaciones, en los que se refleja la vida, el pasado y la tristeza más infinita, o los grandes aciertos de composición, como la maravillosa sala de baile, con las tiras de papel brillante, que escenifica la vida por el baile, y unos barrotes de la cárcel en la que se encuentran atrapados sus personajes. No podemos olvidar todo su reparto, transmitiendo verdad y vida, con sus eternos y cómplices intérpretes como Patricia Reyes Espíndola y Daniel Giménez Cacho, con importantes roles, y los de última hornada como Alejandro Suárez y Silvia Pasquel, como la pareja veterana y carcomida, y Greta Cervantes, esa criada metomentodo. Ripstein habla desde lo más profundo del alma, sin artificios, sin maquillaje y sin nada que enturbie la mirada del espectador, rasgado de vida, de carne y sus demonios, de vida ajada y reventada, de pasados revueltos, y presentes descarnados, de purita miseria, de celos que enloquecen y de amor que da vida y muerte a la vez, de sexo en la vejez, mostrando los cuerpos envejecidos de forma directa y sin tapujos, como rara vez se ha visto en el cine, reivindicando la vida y la ancianidad como un paso más en la vida (con esa idea tan interesante de Los olvidados, de Buñuel, donde la pobreza no era síntoma de bondad, sino todo lo contrario), con una vejez sincera, donde hay fealdad y resistencia al olvido, en la que puede haber de todo, pasiones, amores, sexo y lujuria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Del inconveniente de haber nacido, de Sandra Wollner

MI HIJA HA VUELTO DESPUÉS DE DIEZ AÑOS.   

“Los grillos hacen tanto ruido que me han despertado. Puedo oler la tierra húmeda. Y el bosque. Todas las hojas han caído. Pero el verano acaba de empezar. Y tú estás ahí, esperándome”.

Las primeras imágenes de Del inconveniente de haber nacido, nos revelan una película hipnótica, de una belleza extraña, situada en una cotidianidad muy inquietante, como una especie de sueño perturbador del que parece que no podemos despertar. Una extrañeza que nos acompañará todo el metraje, donde el tiempo y las emociones se envuelven en un estado limbo, en que los personajes parecen moverse dentro de un tiempo indefinido, como si no existiera, inventado otro tiempo, un tiempo que ellos mismos redefinen constantemente, intentando todo el rato rememorar un pasado que solo existe en su memoria. Nos encontramos con una niña que en realidad es un robot antropomorfo, que vive con un hombre al que llama papá, y viven en una casa aislada de todos y todo en mitad del bosque, en un perpetuo verano. Elli, que es como se llama el androide, está para el hombre, recordando cosas del pasado, creando vínculos ya perdidos, sustituyendo a la hija desparecida una década atrás.

Sandra Wollner (Styria, Austria, 1983); debutó con The Impossible Picture (2016), también con una niña llamada Johanna de 13 años, que capturaba con su cámara de 8mm la realidad oculta de su familia allá por los cincuenta. Ahora nos llega su segundo trabajo, un cruce entre los films de robots como podrían ser Inteligencia artificial, Ex Machina o el reciente documental Robots, y un episodio de la histórica The Twilight Zone, una mezcla interesante y profunda sobre la relación de los humanos con los androides, unas máquinas que funcionan como sustitutos de aquellos familiares desparecidos o fallecidos, creando unos vínculos emocionales y recuperando unos recuerdos para así establecer una relación cognitiva plena y satisfactoria, pero claro, este tipo de situaciones pueden crear momentos inquietantes y oscuros, como mencionan las palabras precisas del cineasta Werner Herzog: “Recurrimos a este tipo de sustitutos desde nuestra infancia, desde luego; por ejemplo, con los osos de peluche. Pero engendrar una tecnología y un mercado de osos de peluche para adultos es algo inédito. E insisto: es algo que está abatiéndose sobre nosotros”.

Wollner se erige como una mirada crítica e incisiva sobre este fenómeno que lentamente se va introduciendo en nuestras vidas y cotidianidades, los posibles (des) encuentros y las transformaciones de nuestras relaciones personales, que cambiarán para siempre, ya que abre un debate moral muy importante, cuando alguien no nos guste o no conectemos, podemos llegar a sustituirlo, como ocurría en la magnífica La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel, mítico título de la ciencia-ficción de mediados de los cincuenta,  la sustitución como elemento para devolver la vida a los que ya no están y hacerlos a nuestro deseo. La directora austriaca construye un relato lleno de sorpresas, donde la narración camina con pausa y se muestra férrea, con esa cámara que se mueve por la casa, o esos encuadres donde los cuerpos aparecen en el espacio de forma extraña e inquietante, consiguiendo una película de terror cotidiana, sin ningún alarde narrativo y efectista, centrándose en la peculiar y extraña relación del padre y su hija sustituta, como se hacía en la década de los setenta con esas películas maravillosas como La amenaza de Andrómeda, Cuando el destino nos alcance o Naves misteriosas, entre otras, cine sobre la condición humana, sus relaciones con las máquinas y las emociones que se generan.

Sandra Wollner entra de lleno y con galardones a esa terna de grandes cineastas austriacos como Michael Haneke, Ulrich Seidl y Jessica Hausner que, mediante obras sobre la oscuridad del alma humana, investigan las formas de relaciones y cotidianidades diferentes, componiendo películas sobre el lado oscuro y el exceso de ambición en una sociedad cada vez más tecnológica, vacía y deshumanizada. Del inconveniente de haber nacido es una película que no dejará indiferente a cualquier espectador que quiera descubrirla, por su construcción tan cercana y alejada a la vez, por esa luz indefinida, por el espacio y el entorno donde está filmada, y sobre todo, por todo lo que plantea a nivel moral y ético, sobre la psique humana y en que nos estamos convirtiendo como especie, ya que en algunos años todos aquellos espantos que veíamos en el cine de ciencia-ficción dejarán de serlo para convertirse en realidades que con el tiempo estarán al alcance de todos, y entonces, será cuando debamos aprender a relacionarnos con máquinas que se parecen a nuestros seres queridos que ya se fueron, máquinas que actúan y son como ellos, aunque sean porque nosotros lo queremos así, todo esto habrá que gestionarlo emocionalmente y lo que pueda ocurrir a día de hoy será un misterio, quizás demasiado terrorífico. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Érase una vez en Venezuela, de Anabel Rodríguez Ríos

LA AGONÍA DE CONGO MIRADOR.

“Hay dos maneras de vivir su vida: una como si nada es un milagro, la otra es como si todo es un milagro”.

Albert Einstein

Un país dividido como Venezuela, entre chavistas y opositores, azotado por una fuerte crisis económica, social y cultural, que ha empujado a casi el 9% de su población a la emigración, y ha dejado a los que se han quedado viviendo en malas condiciones y con un futuro muy oscuro y poco prometedor. Encaminándonos al occidente del país, en el estado de Zulia, al sur del lago Maracaibo, donde se extrae y exporta el petróleo famoso en el país, cerca de allí, nos encontramos con el pequeño pueblo de Congo Mirador, un lugar de casas flotantes, un lugar que antaño atraía turistas y sus gentes vivían de la pesca. Ahora, el lugar se ha vuelto decadente, acosado por la corrupción y afectado por la sedimentación, donde la tierra expulsa al agua, situación que ha provocado un éxodo masivo y las familias abandonan el lugar en busca de un futuro mejor.

No es la primera vez que el Congo Mirador era vehículo de representación cinematográfica en el cine de la directora venezolana Anabel Rodríguez Ríos, formada en Londres, porque ya fue protagonista de la película corta El barril (2012), inspirado cuando vio a unos niños jugando con barriles de petróleo en el lago. En el 2013, la realizadora vuelve al pueblo y empieza a filmar Érase una vez en Venezuela, filmación que ha abarcado siete años, en las que a través de dos mujeres, la señora Tamara, representando del partido del pueblo y cacique del lugar, y Natalia, la maestra, que lucha incansablemente por mejorar la escuela y dar una educación digna y libre. Dos formas de ver la vida y la sociedad que, explica con profundidad y transparencia las divisiones del país y los conflictos que se generan continuamente. Conoceremos a más habitantes del lugar, sus precarias formas de vida, sus ansias de abandonarlo todo y marchar, y sobre todo, sus continuas disputas, siempre enfocado a la relación de las respectivas familias y los niños y niñas que pululan por el lugar.

Rodríguez Ríos construye una película magnífica, honesta y profundamente humana, siguiendo con la distancia prudente a unos y otros, sin juzgar ni sobre todo decantarse por ninguno de los dos bandos enfrentados, los muestra en su cotidianidad, en sus relaciones intimas y personales, sus conflictos y tremendas dificultades por salir adelante, soportando el abandono de las autoridades del lugar, intentando seguir con una vida que cada día se pone más cuesta arriba. Pero, la directora sudamericana no solo se detiene en las dificultades y el pesimismo reinante, sino también en la belleza del lugar, en su pasado glorioso que conocemos verbalmente, en los juegos de los niños con el agua y el petróleo que va impregnando sus juegos y sus vidas, y en esos viajes en barca, el único medio de transporte por el pueblo, en esta pequeña Venecia que, a pesar de los pesares, sigue manteniendo una leve llama, aunque cada día que pasa, esa llama sea cada vez más tenue.

Congo Mirador se revela como un pequeño y casi desparecido microcosmos que sirve a la cineasta para definir y mostrar la Venezuela actual, con su rica biodiversidad y la cercanía y naturalidad de sus gentes, y también, la otra cara, la menos amable y más oscura, esa otra Venezuela, la que inunda los informativos de todo el mundo, violentada por la fortísima división política, la grave crisis económica, la falta de futuro de sus habitantes, y sobre todo, las múltiples carencias vitales que sufren los venezolanos. Somos testigos de los acontecimientos que van surgiendo en Congo Mirador durante siete años, los problemas sociales y económicos, la disputa entre la señora del pueblo y la maestra, aquellos que abandonan el lugar, con sus casas sobre barcas y yéndose para siempre, la celebración de las elecciones que, dividieron aún más a la población, y finalmente, los juegos de los niños y adultos que, de tanto en tanto, se dejan llevar por los baños y las aguas que rodean e inundan el lugar. Rodríguez Ríos ha construido un documento de aquí y ahora, mostrando una zona única de Venezuela que, al igual que el país, se va extinguiendo sin que nadie ni nada lo remedie. Érase una vez en Venezuela  tiene el aroma antropológico que desprendía el cine de Rouch y Pasolini, en su forma íntima y sincera de mirar a las personas, su idiosincrasia y sus circunstancias, y sobre todo, generando esa reflexión profunda y honesta, en que el individuo y sus formas de vivir y pensar en sus pequeños lugares de vida, acaban significando y revelando mucho más de un país que los grandes acontecimientos que acaban en los libros de historia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Libreros de Nueva York, de D. W. Young

LIBROS Y LIBREROS DE TODA LA VIDA. 

“De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”

Jorge Luis Borges

En la adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa, de Jean-Jacques Annaud, basada en la novela anónima de Umberto Eco, Fray Guillermo de Baskerville, el sabio y maduro franciscano, se apresuraba a salvar cuántos libros pudiese bajo las llamas que devoraban la laberíntica biblioteca. Muchas de las personas que aparecen en la película Libreros de Nueva York, del director estadounidense D. W. Young, harían lo mismo si hubieran estado en la situación del clérigo, porque The Booksellers, en su título original, nos hace un grandioso y exhaustivo recorrido por el apasionante mundo de los libros impresos y las personas que los aman, y lo hace de una forma directa, pulcra y elegante, paseándose por un sinfín de librerías, algunas a través del archivo fotográfico, ya que dejaron de existir, y otras, las pocas supervivientes, que todavía levantan su persiana para mostrar su amor por los libros y esperando clientes deseoso de adquirir alguna primera edición de su autor favorito.

El relato también se detiene para escuchar testimonios de la mano de la escritora Fran Lebowitz, y un buen nutrido grupo de libreros entre los que destacan Susan Orlean, Kevin Young and Gay Talese, entre otros, en los que cada uno nos enseña orgulloso las características de su trabajo, con esas ferias del libro de la ciudad en el corazón de Manhattan, donde se reúnen antiguos y nuevos conocidos amantes de los libros, o sus extensas colecciones de libros, las circunstancias que rodearon la adquisición de este o aquel ejemplar, nos enseñan esos lugares atestados de estanterías donde se almacenan los libros, convertidos en tesoros, esperando comprador o simplemente, ocupando un espacio en el corazón de sus orgullosos propietarios. La película también nos muestra el libro convertido en un mero negocio, en un producto de mercado, no a la altura de las obras de arte como la pintura, pero si como objeto que algunos coleccionistas llegan a pagar sumas desorbitadas por adquirir ese ejemplar que consideran único, si exceptuamos el “Códice Leicester”, de Da Vinci, 32 diarios que datan de más de 500 años de antigüedad, por los que Bill Gates pagó una suma cercana a los 50 millones de dólares.

Young construye un documento al uso, de narrativa convencional y  siguiendo un orden más o menos cronológico, eso sí, permitiéndose algunos saltos temporales, debidos principalmente a la idiosincrasia de este mundo de los libreros y sus libros, poniendo cara y ojos a todos los responsables que siguen al pie del cañón en este mundo, el de los libros de segunda mano, que tanto ha cambiado a lo largo de los años, debido a internet y a los hábitos poco lectores de los ciudadanos. Pero, aunque la película habla de una durísima y triste realidad, en ningún caso, se regodea de los nuevos y difíciles tiempos, los expone con claridad y transparencia, pero se centra en los que quedan, ese puñado de náufragos que sigue quedando a lo largo y ancho de la ciudad de los rascacielos, que explican sus interesantes trayectorias, sus tesoros más preciados, esos libros únicos para ellos, recuerdan a aquellos libreros apasionados que ya no están, pero sí que dejaron un legado y una memoria irrepetible, que han ayudado que otros entusiastas y buscadores de libros sigan creyendo en un negocio que va mucho más allá de una forma de ganarse la vida, sino que se manifiesta como una forma de vida espiritual y muy personal y profunda de la manera de entender un oficio de amar y compartir su amor por los libros con sus colegas y clientes.

Libreros de Nueva York tiene algunos momentos magníficos, como los de ese librero que busca incansablemente libros en las casas de los que ya no están, un instante que recuerda a ciertos momentos de Mercados de futuros, de Mercedes Álvarez, cuando todo ese material iba a parar a mercados de segunda mano, y ese alguien no quería desprenderse de ellos. La cinta se sigue con entusiasmo, pasión y mucho interés, porque acerca a todos esos libreros que siguen creyendo en los libros impresos, en el material convertido en objeto de coleccionismo, de compartir y amar esas piezas, algunas convertidas en piezas muy valiosas, no solo materialmente, sino emocionalmente, que han vencido el tiempo y siguen entre nosotros. Una historia para ver y sobre todo, escuchar, porque la película no es solo una película sobre libros y libreros, sino que es también, una película sobre los sueños y el trabajo de hacerlos realidad, motor indispensable para dar un sentido de verdad a la vida, materializar unas ideas, convertidas en realidades que continúen el amor por los libros, valorando su tiempo y la memoria que almacenan, siguiendo los pasos de tantos que un día creyeron que la única forma de entender el presente es mirando y preservando el pasado, esos lugares lejanos de dónde venimos, que en el fondo nos definen como seres humanos, y sobre todo, nos guían para seguir haciendo nuestro camino, y dejando nuestra huella a aquellos otros que vendrán a sustituirnos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Dating Amber, de David Freyne

LOS JÓVENES ENAMORADOS.

“Haría cualquier cosa por recuperar la juventud… excepto hacer ejercicio, madrugar, o ser un miembro útil de la comunidad”.

Oscar Wilde

Sam y Suzy eran los adolescentes fugados de la inolvidable Moonrise Kingdom (2012), de Wes Anderson. Charlie era el estudiante que se sentía diferente en el instituto en Las ventajas de ser un marginado (2012), de Stephen Chbosky, y finalmente, Christine era la joven que se veía como un bicho raro en su Sacramento natal en la estupenda Lady Bird (2017), de Greta Gerwig. Unos adolescentes que no encajan, que sienten y se comportan de manera extraña al resto, pero que en el fondo, al igual que los demás, quieren ser ellos mismos, aunque a veces ser uno mismo conlleva problemas internos y externos. Del director irlandés David Freyne habíamos visto la excelente The Cured (2017), protagonizada por Ellen Page, una película plena de actualidad, ya que nos hablaba de un virus que contagia a la población y los convierte en zombies, pero lo hacía desde un prisma muy alejado al cine de terror, arrancando con los contagiados ya curados, que se reinsertan a la vida normal, cosechando buenos números y crítica.

Tres años más tarde de aquella, nos llega Dating Amber, y nos sitúa en un pueblo de la Irlanda de mediados de los noventa, donde conoceremos a Eddie, que maravillosa la secuencia que lo presenta, cuando va en bicicleta escuchando el “Mile End”, de los Pulp, y sin escuchar las advertencias de unos militares en maniobras, se cuela en la línea de tiro, un arranque que define a un personaje que está, pero no, que hace acto de presencia, pero una parte, la más importante, la que lo define, permanece oculta. Y también, a la compañera más rarita de Eddie, la citada Amber, que como el joven protagonista, comparten las burlas y las bromas de sus compañeros de instituto ya que los ven como muy diferentes a ellos. Todo arranca cuando la clase duda de la heterosexualidad de Eddie, y también, la de Amber. Los jóvenes no ven otra salida que hacerse pasar por novios y así acallar al resto. En esa “supuesta” relación conoceremos con profundidad y paciencia los deseos, las inquietudes y los miedos de Eddie y Amber, como sus condiciones homosexuales, que ocultan con recelo e inseguridad, y el sueño de abandonar el pueblo y vivir en el barrio más liberal de la vecina y capitalina Dublín.

El conflicto se embrolla aún más con el conflicto de los padres de Eddie, con un padre militar, Eddie está obligado a seguir su ejemplo y asiste al campamento para hacerse militar. Por su parte, Amber, con una madre amargada por su viudez, la situación es igual de dura. Freyne consigue con naturalidad y cercanía, hacernos un retrato muy interesante y profundo del hecho de ser adolescente y sus dificultades en un pueblo irlandés conservador y triste, peor lo hace magistralmente, combinando la comedia con el drama, con la astucia y la perspicacia de saber cuando la risa contagiosa o el humor negro son los que deben imponerse, y en otro, cuando el drama debe hacerse notar, conmoviéndonos con sutileza y sensibilidad, colocándonos en esa tesitura de mirar sin juzgar o mirar comprendiendo a los protagonistas y sus acciones, sus mentiras y su alegría de vivir y ser lo que son. La banda sonora de la película se convierte en un elemento indispensable para contar las vicisitudes y “montañas rusas” emocionales de los jóvenes en cuestión, con temas de Aslan, El Diablo, Girlpool, Le Galaxie, etc…, que recorren de manera brillante la escena britpop, y siguen con sabiduría y encaje las historias de esa peculiar y secreta pareja de adolescentes.

El buen hacer del reparto encabezado por los fantásticos protagonistas con Fionn O’Shea como el reservado Eddie, y Lola Pettigrew como la decidida Amber, bien acompañados por Sharon Morgan y Barry Ward como padres de Eddie, y Simone Kirby como la triste madre de Amber. David Freyne no solo ha hecho una película sobre la adolescencia, con sus alegrías y tristezas de una etapa difícil y a la vez, vertiginosa, convirtiéndose en una cult movie al instante, con su tiempo, sus cielos plomizos, ese humor irreverente y esa crudeza tan intrínseca de los lugares pequeños y tradicionales, sino que además la película es un canto a la diferencia, al hecho de ser uno mismo, de luchar por ser quiénes queremos ser, sin miedos ni inseguridades, y sobre todo, es un maravilloso y lucidez retrato sobre aquellos años noventa, con aquella música tan rompedora que explicaba tan bien los males de los jóvenes y no tan jóvenes, de todos los que se sentían muy perdidos y sin tiempo ni lugar en una sociedad demasiado moderna que sigue arrastrando los mismos males, demasiada moderna para la tecnología y tan conservadora para todo aquello que tiene que ver con la libertad individual y la condición sexual diferente a la mayoría, una pena, aunque por mucho que les pese a los de siempre, seguirán habiendo películas como esta que volverán a retratar la adolescencia, sus males y bienes, y sobre todo, a aquellos adolescentes que sienten y se enamoran de formas diferentes, sí, pero igual de humanas como la que más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Sofi Escudé

Entrevista a Sofi Escudé, montadora de la película “Las niñas”, de Pilar Palomero, en su domicilio en Valldoreix, el sábado 6 de febrero de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sofie Escudé, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Aymar del Amo de l’AMMAC, Associació de Muntadores i Muntadors Audiovisuals de Catalunya, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Nuevo orden, de Michel Franco

LIBERTAD O MUERTE.

“La igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance jamás a convertirla en hecho”.

Honoré de Balzac

La película se abre con la imagen del mural “Sólo los muertos han visto el final de la guerra”, de Omar Rodríguez-Graham, una pintura collage llena de vistosos colores, que refleja una sociedad muy injusta, en el que conviven, pero sin tocarse, los enriquecidos y explotadores, y los otros, los invisibles, los que sufren esa desigualdad tan profunda y arraigada. Otras imágenes, casi como destellos, impactantes, desgarradoras y violentas, nos van alumbrando a lo que vendrá después. Vida y muerte, violencia verbal y física, desigualdad institucionalizada, un mundo arrogante, vacío y completamente deshumanizado es en el que vivimos diariamente, con tanta distancia y falta de empatía entre los cuatro que tienen y el resto, la mayoría, que lo sufre, son los elementos que arman la sexta película de Michel Franco (México, DF, 1979), que forma parte de esa generación de cineastas mexicanos que indagan en esa sociedad enferma e injusta con nombres como los de Lila Avilés, Amat Escalante, Carlos Reygadas, Gabriel Ripstein y Diego Quemada-Diez, entre otros.

El cine de Franco nos habla directamente y de frente de los problemas acuciantes de la sociedad mexicana totalmente extrapolables al resto del mundo occidental. La violencia y su uso como elemento de poder y sometimiento ya eran temas que encontramos en el cine de Franco, una filmografía plagada de relatos anclados en el ámbito familiar, de pocos personajes, donde un conflicto genera un caldo de cultivo para una violencia dura y seca, ejercida bajo el amparo de unos individuos sin escrúpulos que optan por una actitud deleznable. El director mexicano muestra comportamientos horribles, pero no convierte esa violencia en espectáculo sin más, profundiza en ella, y la muestra sin alardes de ningún tipo, solo la presenta para provocar las consecuencias de esas actitudes, de mostrar a ese animal salvaje que todos llevamos en nuestro interior. Con Nuevo orden, el cine de Franco da un salto hacia delante en todos los sentidos, construyendo una película más grande, tanto en medios como en reflexiones, nos volvemos a topar con la familia como eje estructural de su trama, pero incluyendo más personajes y más tramas.

El argumento es simple y muy directo, arranca con la celebración de una boda en una de esas casas lujosas de un barrio lujoso, todo un síntoma de desprecio y frivolidad ante lo que ha estallado en la calle con un grandísimo levantamiento popular donde la pintura verde se torna el elemento castigador, como irá apareciendo en la ropa de algunos invitados retrasados por el alud de protestas, como esa impresionante momento cuando la dueña de la casa abre el grifo y sale agua verde, síntoma y mal augurio de lo que está a punto de explotar en sus narices. De repente, en mitad de la fiesta aparecen unos asaltantes y reducen a los invitados a tiro limpio, desatándose una violencia cruel y desorbitada, donde el caos de fuera se apodera de la casa. Mientras, Marian, la futura esposa (excelente la interpretación de Naian González Norvind, su deshumanización contada al detalle), se ha ido a la calle a ayudar a una antigua empleada que necesita dinero para curarse, casi una aventura suicida, dado el peligro de las calles.

Franco no se anda por las ramas, resuelve su historia mostrando la violencia y el caos de las calles, con situaciones muy detallistas donde vemos robos, asaltos, disparos, etc… A la mañana siguiente del estadillo popular, el ejército se hace cargo de la situación y controla las calles llenas de los restos de la tumultuosa protesta, pero Marian ha sido secuestrada por el ejército. Los 88 minutos de esta parábola política y social se mueve con una primera parte a ritmo vertiginoso con planos cortos y muy breves, para luego, pasar a planos más largos y generales, exceptuando los del cautiverio de la protagonista, llenos de oscuros y muy cercanos, con un gran trabajo de Yves Cape, el cinematógrafo francés que vuelve a trabajar con Franco después de Chronic y Las hijas de Abril, uno de los grandes que ha trabajado con gente como Claire Denis y Leos Carax. El exquisito y bruto montaje de Gabriel Figueroa Jara, que vuelve a trabajar con el director después de Daniel & Ana (2009), debut de Franco, que firma con el propio Franco, también ayuda a mostrar ese “Nuevo orden”, título totalmente irónico que juega a aquella frase de Tancredi, “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, el personaje aristócrata de El gatopardo, la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Una nueva estructura estatal que se levanta después del otro, que no es otra cosa que el “Viejo orden” de siempre, con los militares en el poder y ocultando sus miserias. Con esa orden que la violencia con más violencia se corta, dejando así las injusticias más acuciadas y profundas. Franco muestra de manera valiente y sincera la actitud de sus personajes, entre esa clase dominante blanca que somete a los desfavorecidos que son indígenas, menos a Marta (magnífica Mónica del Carmen que vuelve a aparecer en el cine de Franco después de la inolvidable A los ojos), y su hijo, que se encuentran en una especie de limbo, apartados por los suyos, y acogidos, en cierta manera por los de arriba. Una película directa y febril, muy visceral, pero que recoge un análisis certero y demoniaco en su planteamiento moral, y propone una serie de preguntas y quizás, alguna que otra advertencia, aunque la conclusión sigue siendo la misma, el cine como arte debe plantear cuestiones que nos hagan reflexionar sobre la sociedad que construimos cada día, quizás las posibles respuestas no parecen tan sencillas, y la injusticia y desigualdad reinantes en el mundo, acabaran explosionando, las consecuencias quizás no sean muy diferentes a las que plantea la película de Franco, o tal vez, esas consecuencias nos devuelven más terror o no, en cualquier caso, los explotadores encontrarán la forma de seguir explotando, eso seguro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

14 días, 12 noches, de Jean-Philippe Duval

CERRAR LAS HERIDAS.

“Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos. Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos”.

Hellen Keller

Isabelle vuelve a Vietnam, donde diecisiete años atrás, vino con su marido y adoptó a Clara. Ahora, vuelve con las cenizas de Clara que ha fallecido en un trágico accidente. Su misión, confusa y difícil, no es otra que volver a las raíces de su hija, para de esa manera estar en la tierra que la vio nacer, y encontrar alivio a su dolor. Por circunstancias del destino, en Vietnam se tropezará con Thuy, la madre biológica de Clara. El nuevo trabajo de Jean-Philippe Duval (Canadá, 1968), se desmarca de sus anteriores películas, en las que había tocado la comedia negra, el drama biográfico o el thriller psicológico, para construir su obra más personal, una película que nos habla a hurtadillas, sobre la pérdida, el dolor y el duelo, sobre la necesidad humana de reconciliarnos con los que ya no están y los que quedan. Un guión escrito por Marie Vien, de la que ya habíamos visto La pasión de Augustine, de Léa Pool, que nos habla de un reencuentro entre dos madres, la biológica y la adoptiva, narrada a través de tres tiempos. En 1990, cuando nace Clara en un pequeño pueblo. En 1991, cuando Isabelle y su marido adoptan a la pequeña. Y finalmente, en 2018, donde se desarrolla el grueso de la trama, en el cual las dos madres se conocen.

Duval adopta la estructura de una road movie por el norte de Vietnam, en este viaje introspectivo y cercano, en el que las dos mujeres comparten y dialogan sobre sus vidas, y presencian los espectaculares paisajes de la zona, a través de un jeep, o en una gran barca desde el río por la bahía de Ha Long, dotada de una belleza increíble, y una paz asombrosa, observando los desfiladeros y demás estructurales naturales, instante de una fuerza dramática brillante y muy reveladora para el transcurso de la película. La historia se narra desde el punto de vista de Isabelle, a través de la cual conocemos la verdad, su desesperada búsqueda, y sobre todo, sus ansias de encontrar a la madre biológica de Clara, y cerrar las heridas para seguir viviendo, o al menos, intentarlo. La exquisita y concisa luz de Yves Bélanger (cinematógrafo de larguísima trayectoria que ha trabajado a las órdenes de nombres tan ilustres como Clint Eastwood, Jean-Marc Vallé o Xavier Dolan, entre otros), nos convierte en unos privilegiados testigos para conocer esa parte norteña vietnamita, y sus grandes composiciones, que sus imponentes paisajes nos van engullendo como ocurre con lo que van sintiendo sus protagonistas.

Un gran trabajo de edición que firma Myriam Poirier, que dilata o acorta las secuencias según el instante, con ese ritmo que lentamente nos va arrastrando a la intimidad de las mujeres, en ese grandioso momento cuando están en la casa del tío abuelo de Thuy, y sus alrededores. Los 99 minutos de la película se cuentan con pausa, de forma relajada y tranquila, apoyándose en ese viaje físico y espiritual que realizan las mujeres, dejándose llevar por tierra que visitan, y sus vidas interiores, las pasadas y las de ahora. Una historia tan íntima, que nos habla sobre las heridas que ocultamos, necesitaba un par de excelente actrices para atacar unos personajes tan complejos y en situaciones tan dolorosas. Tenemos a Anne Dorval, actriz canadiense dotada de una mirada profunda y llena de vida, muy conocida por participar en Yo maté a mi madre y Mommy, ambas de Xavier Dolan, que interpreta de forma creíble y estupenda a Isabelle, una madre que debe despedirse de su hija en la tierra que la vio nacer.

Y por el otro lado, nos encontramos con Leanna Chea, actriz francesa de origen vietnamita y camboyano, que interpreta a Thuy Nguyen, una mujer a la que arrebataron su hija y ha vivido con su recuerdo, y el destino le ofrece una nueva oportunidad de dejar la rabia atrás y perdonar y seguir con más fuerza su vida, reencontrándose con un pasado que no ha podido borrar. Duval ha construido un viaje muy profundo y personal, lleno de sensibilidad e íntimo, muy alejado del sentimentalismo de producciones que abordan temas similares. En 14 días, 12 noches, vemos alegrías y sobre todo, tristezas, una tristeza muy necesaria para afrontar los sinsabores de la vida, para hacer frente a la pérdida, al dolor y llevar un duelo vital para seguir con nuestras vidas, cerrando las heridas que no nos dejan continuar, que nos detienen y nos matan de dolor. Aunque la historia en su mayoría es lineal, tenemos esos flashbacks que nos sacan de dudas, y nos explican con detalle las circunstancias de una película que ante todo, nos habla de maternidad, del amor de unas madres a su hija, ya sea biológica y adoptiva, una historia sensible y bien narrada sobre el amor de una madre a su hija, y más, cuando esa hija ya no está entre nosotros, despidiéndola y recordándola con amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entre nosotras, de Filippo Meneghetti

EL AMOR OCULTO.

“El amor es el difícil descubrimiento de que hay algo más allá de uno mismo que es real”

Iris Murdoch

Nina y Madeleine son vecinas, viven una frente a la otra, pero hay algo que las une desde hace mucho tiempo, ellas están profundamente enamoradas, aunque su amor está oculto, porque nunca lo han hecho público. Nina y Madeleine viven su amor en la clandestinidad, convertido en un secreto que quizás, ha llegado el momento de desvelar, de hacerlo visible. Pero, azares del destino, el paso se queda en suspenso, ya que Madeleine ha sufrido un problema de salud y todo sigue oculto, pero la vida continúa. A partir de esta premisa tan personal e íntima, Filippo Meneghetti (Padua, Italia, 1980), debuta en el largometraje con un relato que se mueve constantemente a través de una fina línea entre lo cálido y o perturbador, ya que, desde la primera y extraordinaria secuencia que abre la película, cuando vemos, a través de un espejo a las dos mujeres reflejadas mientras bailan, todo parece indicar armonía y belleza, pero de pronto, desparecen del reflejo y de nuestros ojos, síntoma inequívoco de ese amor que ocultan al resto.

Meneghetti y Malysone Bovorasmy escriben un guion (que tiene como asesora a la gran directora Marion Vernoux), que no solo aborda el amor maduro entre dos mujeres, sino que ocurre con él cuando las circunstancias vitales lo ponen todo patas arriba, y los planes de la vida quedan en suspenso. Nina se convierte en la vecina amiga de Madeleine, ante los ojos de Anne, la hija de Madeleine, en una existencia en la que hará lo imposible para estar cerca de su amor, de su vida, que la llevará a situaciones muy complejas de llevar. La historia de Entre nosotras (“Deux”, en el original, que viene a decir “De ellas”), arranca como una drama romántico entre dos mujeres que se aman en secreto, y están a punto de dar el paso para hacer su amor público y vivir sin barreras su amor, pero la película se moverá por el thriller, el pasado, las complejas relaciones familiares, y sobre todo, un amor a prueba de todo y todos. El formato scope de la película ayuda a engrandecer la pantalla colocando a las dos mujeres rodeadas de todo aquello que perturba su amor, una luz romántica y sombría a la vez, obra del cinematógrafo Aurélien Marra, que revela mucho de una película que utiliza el off como una de sus señas de identidad, en un relato doméstico donde el silencio se impone, y el sonido llena o vacía todo lo que se cuenta.

Una estudiadísima y bien ejecutada mise en scène que reproduce en el espacio sus espejos y sobre todo, sus reflejos, como los dos apartamentos, uno de ellos, lleno de cosas y recuerdos, y el otro, vacío, sin vida, como si estuviera abandonado. Meneghetti construye un campo cinematográfico que revela mucho más que sus personajes, donde el sutil y conciso montaje de Ronan Tronchot ayuda a imponer ese espacio donde nada es lo que parece y todo tiene un porqué, aunque algún personaje todavía lo desconozca. Si hay algún elemento imprescindible en una película de estas características es su magnífico y ajustado reparto, que no solo brilla con gran intensidad, sino que revela mucho más de los personajes con lo mínimo, en unas interpretaciones apoyadas en sus miradas, donde revelan todo lo callan, todo lo que sienten, y sobre todo, todo lo que se aman. Por un lado, tenemos a Barbara Sukowa, con una filmografía llena de nombres tan ilustres como Fassbinder, Von Trotta, Cimino, Von Trier o Cronenberg, entre muchos otros, que hace una Nina espectacular, llena de amor, miedo, angustia e inseguridad, que vive sin vivir por su amor, como esos instantes de desesperación cuando espera angustiada fumando junto a la puerta, y cualquier mínimo ruido, la hace mirar por la mirilla, intentando encontrar alguna esperanza, algo a lo que agarrarse en esa eterna espera.

En la puerta de enfrente, cruzando el pasillo, nos encontramos a Martine Chevallier, una actriz vinculada al teatro durante toda su carrera, interpreta a Madeleine, la madre y esposa que ha ocultado su amor, esa verdad que la hacía feliz y la ayudaba a soportar un matrimonio roto y vacío, y finalmente, esta terna la cierra Léa Drucker que da vida a Anne, la hija de Madeleine, personaje vital para la historia, ya que escenifica la persona que no sabe nada de su madre y deberá acercarse más a su madre y dejar atrás rencores y mentiras. Meneghetti ha hecho una película bellísima y arrebatadora, sobre el amor y sobre el hecho de estar enamorado, sobre dos mujeres maduras que aman y sienten como nunca lo han hecho, de sentirse atrapado por un amor que nos hace mejores o no, pero si nos hace sentir como nunca habíamos sentido, llenos de todo y de nada, a la vez, una película sencilla, sensible y conmovedora, que se emparenta y recoge el aroma que desprendía Carol (2015), de Todd Haynes, también un amor oculto, intenso y escondido, que indagaba en el puritanismo de la sociedad estadounidense de los cincuenta, que se refleja en Entre nosotras, donde aquel puritanismo ahora se revela en la falsa moral de algunos, y sobre todo, en el miedo a revelar quiénes somos realmente a aquellos que más amamos, al miedo a ser nosotros, en definitiva, el miedo a ser felices. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Milo Taboada

Entrevista a Milo Taboada, intérprete de la película “La isla de las mentiras”, de Paula Cons, en los Jardines de Mercè Vilaret en Barcelona, el martes 19 de enero de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Milo Taboada, por su tiempo, generosidad y cariño, y a mi querido Óscar Fernández Orengo, por su amabilidad, paciencia y cariño, y retratarnos con su maestría.