Encuentro con François Ozon, Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder

Encuentro con François Ozon, Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder, director y actrices de la película “Mi crimen”, en el marco del BCN Film Festival en los Cines Verdi en Barcelona, el jueves 20 de abril de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a François Ozon, Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder, por su tiempo, generosidad y cariño, a Silvia Palà, por su gran labor como intérprete,  y al equipo de comunicación del BCN Film Festival, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Mi crimen, de François Ozon

¡HAN ASESINADO AL FAMOSO PRODUCTOR MONFERRANT!.

“La vida es una farsa que todos debemos representar”

Una temporada en el infierno (1873), de Arthur Rimbaud

De las 22 películas que hemos visto de François Ozon (París, Francia, 1967), casi todas se desenvuelven en el ámbito familiar y bajo un tono de drama íntimo y profundo, consiguiendo dejar algunos grandes títulos como El tiempo que queda (2005), Mi refugio (2009), En la casa (2012), Joven y bonita (2013), Frantz (2016), y Verano del 85 (2020), por citar sólo algunos. Después, como para respirar de tanto drama, tiene otras películas, tales como 8 mujeres (2002), y Potiche (2010), a la que también podríamos incluir Una nueva amiga (2014), en las que la ligereza se impone, pero no de forma vulgar, sino todo lo contrario, usando la farsa, la sátira y la comedia negra para revertir el género o simplemente, para reírse a carcajadas de las miserias y estupideces humanas. Mi crimen, escrita por el propio Ozon con la colaboración de Philippe Piazzo, inspirada libremente en la obra teatral Mon crime (1934), de Georges Berr y Louis Verneuil, al igual que sucedía en las citadas 8 mujeres y Potiche, entraría de lleno en esta terna de cine donde la comedia burlesca y vodevilesca tiene su razón de ser. 

En Mi crimen, nos trasladamos a los convulsos años de entreguerras, en la década de los treinta, en un París bullicioso y colorido, nos encontramos a dos jóvenes y amigas que intentan ganarse la vida con sus difíciles oficios. Madeleine, la rubia y atractiva, sueña con ser actriz de cine, y Pauline, la morena y atractiva, que a su vez, sueña con convertirse en abogada. Las circunstancias las llevan a que Madeleine sea acusada de homicidio de un famoso productor con el que tenía una cita profesional, y por supuesto, Pauline actúa como abogada defensora. La cosa se irá complicando muchísimo cuando entran en escena otros actores implicados: el amante de Madeleine, rico heredero, el padre de éste que no ve con buenos ojos el romance de su hijo, un juez que no acierta ni una, un nueve rico que quiere aprovechar su oportunidad con la joven, y para rematar el complejo asunto, la aparición, y nunca mejor dicho, de Odette Chaumette, una antigua estrella de cine mudo, ahora olvidada por todos, que recuerda a la Norma Desmond que interpretaba Gloria Swanson, en la inolvidable Sunset Boulevard (194), de Billy Wilder, al que se homenajea con la película Mauvaise graine (1934), que se rodó en Francia, y las protagonistas van al cine a verla. 

Aunque la cosa no acaba ahí, porque el cine de Lubitsch, al que el director francés ya había transitado en Remordimiento (1932), con la mencionada Frantz, queda bien reflejado en toda la trama, sus personajes y situaciones, en títulos como Montecarlo (1930), Un ladrón en la alcoba (1932), Ninotchka (1939), entre otras, en un fantástico y divertidísimo desparrame en el que hay de todo: comedia alocada, asesinato, peleas, amores y cómo no, personajes excéntricos, singuales y extremadamente peculiares. Ozon se reúne de muchos cómplices que le han acompañado en su filmografía como el excelente cinematógrafo Manu Dacosse, el montaje de Laure Gardette, la música de Philippe rombi, y el nuevo fichaje del diseñador de producción Jean Rabasse, que ha trabajo con nombres tan ilustres de la cinematografía francesa como Polanski, éste adoptado, Louis Garrel, Pitof y el tándem Jeunet & Caro, entre otros. Un gran equipo que consigue una excelente ambientación de ese París de los treinta, con esos toques, que tienen algo de lo que mencionaba Lubtisch, donde la vida, la comedia, el teatro y los sueños, y las mentiras se funden en un gran escenario donde nunca sabemos quién está fingiendo y quién no, o quizás, todos fingimos, lo que pasa que algunos todavía no lo saben. 

La película cuenta con un extraordinario reparto encabezado por las deslumbrantes protagonistas que hacen y deshacen como pueden o como quieran, con Nadia Tereszkiewicz en el rol de Madeleine, una aspirante actriz que se ve involucrada en el asesinato a su pesar o quizás no, ya lo veremos, bien acomapañada por su compañera de fatigas, Pauline que hace Rebecca Mader, una pareja que se ayuda, se ríe y llora juntas, y también, porque no decirlo, son resistentes, valientes y corajosas, en un mundo machista y patriarcal. Nos tropezamos con Isabelle Huppert que da vida a Odette Cahumette, esa actriz olvidada, con esa ropa tan extravagante, de otro tiempo, de aquel en el que se quedó, aquel en que el público la adorada, uno de esos personajes breves pero vitales para el desarrollo de la trama, porque le da un “toque” inesperado. Después, nos encontramos a toda una retahíla de intérpretes de la factoría Ozon encabezados por el grande Fabrice Luchini, Dany Boon, André Dussolier, Règis Laspalès, entre otros, que van conformando ese microcosmos de especímenes raros y singulares que pululan por la trama y por aquel París de los treinta. 

Sólo nos queda decir que nos hemos divertido de lo lindo con el nuevo trabajo de Ozon, porque no tiene un ápice de vulgaridad y tontuna, sino todo lo contrario, porque nos cuenta lo que quiere siempre con inteligencia, las dosis perfectas de ironía y locura, y sobre todo, hace que el mundo de la representación, de la farsa y de la actuación, en el fondo, sea el pan de cada día, y nunca sepamos qué es cierto y qué no, porque sus personajes no son perfectos, ni mucho menos, son torpes, idiotas, nunca prevén las consecuencias de sus actos y mucho menos, no piensan mucho en lo que hacen y en todo lo que hay a su alrededor, como la popularidad, ese monstruo que puede convertirse en nuestro mayor enemigo si no sabemos estar preparados, porque cuando no se tiene nada se sueña y a veces, demasiado, y cuando eres otro, producto de la fama de golpe, puedes caer en lo que nunca has querido ser, y si no que se lo digan a las protagonistas de Mi crimen, bueno me callo ya, vean la película, y sabrán de todo lo que les estoy hablando, que no es poco. Hasta la próxima!. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Estibaliz Urresola Solaguren

Entrevista a Estibaliz Urresola Solaguren, directora de la película “20.000 especies de abejas”,  en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el lunes 17 de abril de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Estibaliz Urresola Solaguren, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Andrés García de la Riva de Nueve Cartas Comunicación y a Lara P. Camiña de BTeam Pictures, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola Solaguren

MIRARSE EN EL OTRO. 

“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos”

“El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry

Si el sentido que más nos evoca el cine no es otro que la mirada, es indudable que no sólo las películas nos invitan a mirar, sino también, y esto es más importante, a mirar bien, o dicho de otro modo, a mirar con el corazón, a no sólo quedarse con aquello que vemos, sino con lo que hay en el interior de lo miramos, mirando el alma de lo que tenemos delante, adentrándose más allá. La película 20.000 especies de abejas, el primer largometraje de ficción de Estibaliz Urresola Solaguren (Bilbao, 1984), nos propone un ejercicio sobre la mirada, una actividad de detenerse y mirar lo que nos rodea, y sobre todo, a mirar a los que nos rodean, a todo aquello que se oculta frente a nosotros, a todo aquello de difícil acceso, a lo que no se ve a simple vista, a lo que de verdad importa. Porque la película, entre otras cosas, se sustenta en la mirada, en ese acto sencillo y revelador, que sus personajes no acaban de hacer, ya sea por miedo, por inseguridad, por lo que sea. 

Una película transparente y sensible que nos invita a mirar, o porque no decirlo, nos obliga a mirar, a detenerse, a olvidarse de los quehaceres cotidianos y demás, y mirar y mirarnos, porque es un gran ejercicio, y totalmente revelador de aquello que nos ocurre y no queremos admitir. Los trabajos anteriores de la directora vasca exploraban la identidad de sus individuos, a la búsqueda de uno mismo y de todo lo que ello conlleva, como en sus piezas cortas como Adri (2014), Polvo somos (2020), y Cuerdas (2022), y en su largo documental Voces de papel (2016), sobre la agrupación Eresoinka, que siguió cantando en euskera después del final de la Guerra Civil. En su debut en la ficción en forma de largo, la cineasta bilbaína también nos habla de la identidad, en la figura de Cocó, una niña trans de ocho años, en un verano en el pueblo de sus abuelos. Una niña a la que todos se empeñan en llamar Aitor, una niña que se esconde de los otros, que se mantiene en silencio, una niña atrapada en la incomprensión de los otros, los adultos, y en concreto de Ane, su madre, que no acaba de aceptar la situación y se oculta en sus problemas sentimentales y profesionales. 

La película nos cuenta esta pequeño y gran conflicto de forma sabia y magnífica, porque lo hace desde la sensibilidad, sin ser sensiblera, desde lo insignificante sin ser condescendiente, y lo hace desde lo humano, sin ser sentimentaloide, sino todo lo contrario, desde esa cámara que se sitúa frente a la mirada de los niños y de Cocó, una infancia que acepta con menos resistencia la identidad de la niña, en relación a los adultos, que en su mayoría se manifiestan en una posición contraria y prejuiciosa, si exceptuamos a la tía Lourdes, un personaje sabio, sensible y conocedora del mundo de las abejas, son oro puro sus conversaciones con la niña, un personaje que no estaría muy lejos de la abuela espectral de Rosa, la protagonista de La mitad del cielo (1986), de Manuel Gutiérrez Aragón. La maravillosa luz de Gina Ferrer García, de la que hemos visto su trabajo en películas como Panteres, Farrucas, Tros, La maniobra de la tortuga y A corpo aberto, se mueve entre el naturalismo y la sencillez de mostrar de forma reposada y sin estridencias todo el conflicto que están viviendo todos los componentes de la familia, las tres generaciones reunidas en la casa en un verano que no será como otro cualquiera. 

El exquisito y concienzudo trabajo de montaje de Raúl Barreras, del que se estrena la misma semana La hija de todas las rabias, de Laura Baumeister, que tiene esa fuerza y delicadeza para contarnos tantas cosas en sus fantásticos 129 minutos de metraje. El gran trabajo de sonido de una grande como Eva Valiño, con más de 80 trabajos a sus espaldas, y la mezcla de Koldo Corella, del que hemos visto títulos tan interesantes como Hil Kanpaiak, Suro y La quietud en la tormenta, entre otros. 20000 especies de abejas nos remontan a algunas de las películas setenteras de Carlos Saura. Pensamos en La prima Angélica, Cría Cuervos y Mamá cumple 100 años, donde se habla de complejas relaciones familiares, y el mundo de la infancia y los adultos, tan diferente y alejado, donde el maestro aragonés era todo un consumado explorador de todas esas grietas emocionales que anidan en la oscuridad. Encontramos a la Lara Izagirre, directora de títulos como Un otoño sin Berlín y Nora, ahora productora junto a Valérie Delpierre, responsable de títulos tan significativos como Estiu 1993, de Carla Simón, y Las niñas y La maternal, ambas de Pilar Palomero, todas ellas reflexiones sobre la infancia y sus complejidades y en relación a la familia. 

En 20.000 especies de abejas encontramos un viaje corporal y emocional que nos sumerge y bucea en las intrincadas relaciones entre niños y adultos, que explica a partir del detalle y el gesto, que no usa música extradiegética, y si una música que escuchamos en vivo o a través de grabaciones, necesitaba todo el acercamiento y sensibilidad de unos intérpretes que generan la intimidad que tanto desprende cada espacio y cada mirada de la trama. Tenemos a las veteranas Itziar Lazcano y Ane Gabarain como la Amama y la tía Lourdes, el sol y la sombra de la historia, interpretadas por dos actrices de largo recorrido, la presencia siempre estimulante de una actriz tan capacitada como Patrica López Arnaiz, acompañándola en su viaje particular, el físico, que viene de Bayona, del País Vasco francés, hasta la casa de sus padres, en el pueblo, con tres hijos, un trabajo que no llega, el peso de seguir la tradición de su padre como escultora, y un amor que parece que es poco amor. Después está Sofía Otero, la niña que hace de Cocó, la niña que no quiere ser Aitor, la niña que lucha en silencio para ser quién quiere ser, escogida en un casting en su debut como actriz, que le ha valido el prestigioso Oso de Plata de la Berlinale, un espectacular reconocimiento que nunca se había producido, y no es para menos, porque lo que hace Sofía Otero es sencillamente abrumador, delicado y muy bonito, una composición que nos recuerda a la Ana Torrent de El espíritu de la colmena, a la Laia Artigas de Estiu 1993 y la Andrea Fandós de La niñas, todas niñas como ella explorando sus vidas e identidades en un mundo donde los adultos van a lo suyo y las miran muy poco, y cuando lo hacen, nunca es de verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Laura Mora

Entrevista a Laura Mora, directora de la película “Los reyes del mundo”, en Casa Amèrica Catalunya en Barcelona, el martes 14 de marzo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Mora, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sergio Martínez de BTeam Pictures, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Los reyes del mundo, de Laura Mora

LOS OLVIDADOS.

 “A mitad de camino entre ninguna parte y el olvido”.

Frase de Million Dollar Baby

Conocimos el cine de Laura Mora (Medellín, Colombia, 1981), en 2017 con Matar a Jesús, su primer largometraje en el que a partir de un suceso autobiográfico contaba la experiencia de una chica que presencia el asesinato de su padre y comienza una investigación para dar con su asesino, sumergiéndose en los ambientes más sucios, degradados y violentos de la urbe de Medellín. Sin salirse de esa atmósfera asfixiante y violenta, nos encontramos con los cinco chavales que protagonizan Los reyes del mundo. Los Rá, de 19 años de edad, Culebro de 16, Sere de 14, Winny de 12, y Nano de 13, son las cinco almas sin nadie, como los menciona Eduardo Galeano, esos chicos solos, sin más apoyo que ellos mismos, chicos de la calle que se buscan la vida como pueden, chicos sin más, a los que a nadie les importa. La trama es sumamente sencilla y directa, como esa espectacular apertura con la vida y el tumulto de Medellín, donde a toda prisa van los chicos de aquí para allá. 

Dejamos la urbe, porque al contrario que Matar a Jesús, el fabuloso guion que escriben Maria Camila Arias, que coescribió Pájaros de verano (2018), de Ciro Guerra y Cristina Gallego, y la propia directora, no se desarrolla en lo urbano, porque Rá recibe una notificación que las tierras arrebatadas durante el eterno conflicto que afectó a Colombia, les han sido devueltas, y así empezamos un viaje muy físico en un inicio y a medida que avanza se irá imponiendo el sentido más emocional, espiritual y fantasmagórico, que les sacará de la ciudad para cruzar la cordillera hacia el Bajo Cauca en busca de esa tierra para ellos, abandonados y olvidados sin tierra. Con una contundente y mágica cinematografía de un grande como David Gallego, que está detrás de magníficas películas como El abrazo de la serpiente (2015), y la citada Pájaros de verano (2018), del tándem Ciro Guerra y Cristina Gallego, que mezcla esos momentos tan físicos y viscerales con esos otros, tan hacia dentro, donde la película se transforma en un intenso e inmenso viaje hacia nuestro interior, hacia lo invisible, hacia la imaginación, hacia todos esos mundos inexistentes tan reales que hacen que podamos seguir vivos o simplemente nos impiden tener algo de esperanza en un mundo tan devastador y tan mercantilizado. 

Un viaje que nos recuerda aquel que hicieron los Juan en busca de “El Andarín”, en El corazón del bosque (1978), de Manuel Gutiérrez Aragón, y Willard tras el rastro de Kurtz en Apocalypse Now 81979), de Francis Ford Coppola, ambas películas basada en la monumental El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, donde el viaje los adentraba en lo más profundo de su alma en contraposición con esa naturaleza tan violenta y arcaica. Un montaje alucinante y lleno de complejidad firmado por el tándem Sebastián Hernández y Gustavo Vasco, que ya trabajaron con la directora en la serie Frontera verde, que han trabajado con importantes nombres del cine colombiano como Luis Ospina, Rubén Mendoza, entre otros. El espectacular diseño sonoro de Carlos E. García, que también coincidió con Mora en la mencionada Frontera verde, y hemos disfrutado de su talento en Celda 211, Arrugas, Slimane, Blanco en blanco, Eles transportan a Morte, las citadas El abrazo de la serpiente y Pájaros de verano, entre muchas otras. Con una producción que firman la citada Cristina Gallego y Mirlanda Torres Zapata, también en Frontera verde, consiguen un look impresionante para una película con una textura y fuerza maravillosas. 

Un reparto de actores naturales reclutados de la calle que imprimen naturalidad, cercanía y alma a estos cinco chicos ensombrecidos por unas existencias durísimas y sin nada ni nadie: los Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano son respectivamente los Carlos Andrés Castañeda, Cristian David Duque, Davison Florez, Cristian Campaña y Brahian Acevedo, que no sólo conocerán la hostilidad y la violencia de algunos, sino también el amor y el cariño de otros, como esos grandes momentos con las prostitutas mayores y el ermitaño anciano que los ayudan y los miran de otra forma.  Unos chavales que no están muy lejos de los Jaibo y compañía que deambulaban por aquel México de Los olvidados (1959), de Luis Buñuel, y de Mónica y demás que veíamos existir en La vendedor de rosas (1998), de Víctor Gaviria, y el Mechas y el resto de Los nadies (2016), de Juan Sebastián Mesa, con ese aire tan pasoliniano, tan cerca de la miseria y de la no vida, de la calle, de la derrota, de la desesperanza, de la violencia cotidiana, y sobre todo, de la invisibilidad, de la sombra, y de la tristeza que encoge el alma. 

Los reyes del mundo no es una película cómoda ni nada esperanzadora, tampoco es una historia triste, porque hay emociones que nos acercan a la esperanza, pero de otro modo, no esa que facilita las cosas y ayuda a levantarse cada día, sino aquella otra que nos ayuda a soñar, a crear otros mundos, otros universo, otras formas de mirar y relacionarse con la vida, en el mundo de los sueños, que siempre es más agradable y bonito de esa realidad durísima y violenta a la que se enfrentan cada día este grupo de cinco almas a la deriva, perdidas y sin nada ni nadie, que los acerca a esos chicos que pululan tantas ciudades de este planeta, que esnifan pegamento, que hacen lo que sea para comer algo, y que sueñan con una vida mejor, o quizás sólo sueñan que ya es mucho debido a sus circunstancias tan adversas. La directora colombiana Laura Mora no solo va mucho más allá en su segundo trabajo, que recibió el primer premio en el último Festival de San Sebastián, el mismo galardón que recibieron primeras películas y pusieron en el panorama internacional nombres de cineastas que hasta entonces eran unos completos desconocidos, como Llueve sobre mi corazón, de Coppola, El espíritu de la colmena, de Erice, Malas tierras, de Malick, Alas de mariposa, de Juanma Bajo Ulloa, entre otras, alumbrando grandes obras y empujando miradas diferentes, incómodas y llenas de inteligencia en un cine actual que también necesita mirar hacia otro lado, mirar hacia diferentes realidades, y sobre todo, dejarnos soñar y mostrarnos sueños, aunque sean de cinco chicos que no son nadie ni tienen nada, sólo a ellos que son una familia, una familia en continuo viaje, una travesía que no solo es lo ven y experimentan, sino también todo aquello que tienen en su interior, todos sus miedos, inseguridades, tristezas y fantasmas que nunca los abandonan, que son parte de sí mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Holy Spider, de Ali Abbasi

EL HOMBRE QUE ASESINA PROSTITUTAS POR LA NOCHE.

“Dios perdonará a los que le niegan; pero ¿qué hará con los que cometen maldad en su nombre?

Jacinto Octavio Picón

Conocí el caso real de Saeed Hanaei, el hombre que en el 2001 asesinó a 16 prostitutas en la ciudad santa de Mashhad en Irán, gracias a la televisión pública, cuando era televisión y sobre todo, pública, en uno de aquellos impresionantes programas a las tantas de la noche. Ha sido todo una gratísima sorpresa que un cineasta de la talla como Ali Abbasi (Teherán, Irán, 1981) realice una película sobre el tema, porque intuía que no iba a ser el típico thriller convencional tan ofertado actualmente. Conocíamos la habilidad del director iraní, afincado en Dinamarca, de la creación de atmósferas, en indagar en temas incómodos como lo podrían ser la maternidad en Shelley (2016), y la diferencia en Border (2018), y en el thriller profundamente personal y atípico, más reconocido en los clásicos con personajes complejos e historias de los bajos fondos, al mejor estilo hitchcockiano.

En su tercera película, Holy Spider, construye un relato a partir de la historia real de Saeed Hanaei, en un guion que escribe junto a Afshin Kamran Bahrami, pero no lo hace tomando partido ni simplificando el conflicto, sino que lo cuece a fuego lento a partir de dos personalidades, la de la periodista Rahimi, que viene de la capital a investigar en Mashhad, la segunda ciudad del país y la ciudad santa por excelencia después de La Meca, y la del asesino. Aunque el tema de caza está presente en la historia, no es lo importante, porque la película esta erigida a través de las contradicciones tanto de los dos personajes mencionados como de la propia ciudad, donde resaltan la vida de una mujer sola estigmatizada como deja bien claro en la secuencia del hotel o en la conversación con su colega periodista, y la llamada de teléfono con su madre, y el otro frente, el asesino, un marido y padre de tres hijos pequeños, profundamente religioso, veterano de la guerra Irán-Irak, y auto declarado limpiador de la impureza por eso asesina a prostitutas.

El director iraní no solo se queda ahí, en los tremendos contrastes en los profundiza la película, sino también el lugar de los hechos, una ciudad orgullosa de su religiosidad hace la vista gorda ante la prostitución, las drogas y demás, como demostrarán la policía, cabeza visible de la corrupción y la hipocresía que reina en las autoridades. Abbasi vuelve a acompañarse de varios de sus colaboradores más fieles que han estado en las tres películas hasta ahora como el cinematógrafo Nadim Carlsen, que crea esa atmósfera nocturna y absorbente donde se posa buena parte del relato, repleto de sombras y ambientes malsanos y cotidianos, la montadora Olivia Neergaard-Holm, que consigue ser concisa e imponer un ritmo pausado a una historia que se va casi a las dos horas de metraje, el músico Martin Kirdov, con una composición cargada de tensión donde abundan los ritmos atmosféricos, que recuerdan a los trabajos de Tindersticks para el cine de Claire Denis, y el productor Jacob Jarek, que ya estuvo en Shelley, junto a Sol Bondy, que coprodujeron las dos películas de Grímur Hákonarsen, entre otras.

El gran reparto encabezado por una grandiosa Zar Amir-Ebrahimi en la piel de la periodista Rahimi, con esa mirada potentísima, llena de fuerza y vulnerabilidad, enfrentada al asesino, que hace de forma memorable el actor Mehdi Beajestani, que ha trabajado con Asghar Farhadi, entre otros,  un tipo que se cree guiado por Dios, sino también a una sociedad miserable, que mira hacia el otro lado cuando le interesa, que violenta a las mujeres por el simple hecho de su condición, y sobre todo, vive instalada en la hipocresía, en la misoginia y en el de proteger a asesinos como Saeed Hanaei por el simple hecho de “limpiar la ciudad” de aquellos individuos que otros por interés económico dejan que existan. Abbasi no se corta un pelo en mostrar la suciedad de una sociedad que se enorgullece de su religiosidad, porque podemos ver de forma explícita desde cuerpos desnudos como el sorprendente arranque de la película, consumo de drogas, escenas de sexo y prostitución, secuencias que casi nunca se muestran en el cine iraní y árabe.

El cineasta iraní nos atrapa sin estridencias ni piruetas argumentales, en un grandísimo relato que se aparta de modas y espectacularidades modernas, para indagar en la moral social, en cómo funcionamos como sociedad, donde están los límites del bien y el mal, y sobre todo, la realidad putrefacta y violenta que ocultan la mayoría de las sociedades, dejando ver sus entrañas y su verdadera identidad, donde prevalecen formas antiguas y conservadoras en las que se permite la injustica y la corrupción de los gobernantes amparados en la religión o en cualquier otra cosa. El personaje de Rahimi no solo es una mujer, es la mujer que representa todas las injusticias que se cometen en las sociedades del mundo ante las mujeres, en un personaje que se basa en la periodista que siguió la detención y el juicio de Saeed Hanaei, y al que también entrevistó, porque es el personaje que vive todas los sometimientos de la mujer en la sociedad iraní, esa misma sociedad que protege y no juzga al asesino, un tipo al que ven como un ser enviado por Dios para eliminar la suciedad de la sociedad, su sexo, sus drogas y sus cosas, las mismas que otros mismos consumen, solo que a escondidas, en fin, vivimos en esas sociedades, o podríamos decirlo de otra manera, vivimos porque miramos a otro lado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Zoe Stein

Entrevista a Zoe Stein, actriz de la película “Mantícora”, de Carlos Vermut, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 23 de noviembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Zoe Stein, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Lara Pérez Camiña de BTeam, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carlos Vermut

Entrevista a Carlos Vermut, director de la película “Mantícora”, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 23 de noviembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carlos Vermut, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Lara Pérez Camiña de BTeam, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mantícora, de Carlos Vermut

EL MONSTRUO OCULTO.

“Me gustan tus monstruos. Tienen mucha vida interior… ¿no?. Tienen esa mirada melancólica, como si les preocupara algo…”

El universo cinematográfico de Carlos Vermut (Madrid, 1980), se mueve en los espacios de una aplastante cotidianidad, en los que la acción física está supeditada a lo emocional, a la parte psicológica, a esos mundos interiores donde sus personajes luchan contra sí mismos, deambulando por sus infiernos particulares, en una pesadilla constante del que hacen lo imposible para salir de ella, aunque con resultados extraños y perturbadores. Un cine de terror, peor un terror que de tan cercano, asusta más, porque los monstruos de sus películas no tienen un aspecto terrible, sino que son como nosotros, incluso nosotros, seres heridos que se mueven entre las sombras ocultas, entre las tinieblas de sus realidades, y sobre todo, monstruos sensibles, melancólicos y solitarios que inevitablemente no pueden huir de ellos mismos. Con Mantícora, esa criatura mitológica con cabeza humana y cuerpo de animal, vuelve a los terrenos que transitó en Magical Girl (2014), que era heredera directa de aquella gran sensación que fue Diamond Flash (2011), con esos personajes complejos y sus discutibles acciones, y deja el melodrama de terror que practicó en Quién te cantará (2018).

 

La película se centra en Julián y lo sigue en esa especie de diario de su protagonista, un joven modelador de monstruos para videojuegos, como esa apertura sensacional de la película, en que vemos en la pantalla el resultado virtual del monstruo que está diseñando el protagonista. Un tipo que se debate entre dos realidades, la suya propia, que intenta ocultar por todos los medios, y esa otra, la virtual, aquella en la que su imaginación se suelta y se libera. Todo ese quehacer diario de casa y trabajo, se rompe con la irrupción de Diana, una veinteañera de otra ciudad que está en Madrid cuidando de su padre enfermo, y en un momento de su vida en pleno tránsito, pensando que hacer con ella. Vermut plantea una película sencilla y muy trabajada, donde nada deja al azar, desde el implacable diseño de producción de Laia Ateca, que estuvo en la citada Quién te cantará y en La abuela, con guion de Vermut y dirigida por Paco Plaza, el conciso y cortante montaje que se va a las dos horas de metraje, medida habitual del director madrileño, que firma Emma Tusell, que vuelve a trabajar con el director después de la experiencia de Magical Girl, y esa luz claroscura de tonos suaves que impregna la trama de Alana Mejía González, que tiene en su haber el último trabajo de Carla Simón, y el interesante cortometraje Forastera (2020), de Lucia Aleñar Iglesias.

 

Y qué decir de su asombrosa y peculiar pareja protagonista formada por un Nacho Sánchez, que después que flipáramos con su Ismael en Diecisiete (2019), de Daniel Sánchez Arévalo, en un rol contenido y de hermano mayor, y de su estrambótico Carlo en Doctor Portuondo, la serie de Carlo Padial para Filmin, nos encontramos con otro registro muy diferente en el que da vida a Julián, un tipo solitario y melancólico, como los monstruos que diseña, alguien encerrado que con la aparición de Diana, deberá enfrentarse a todo aquello que esconde. Y la otra parte de esa inusual y bien escogida pareja es Zoe Stein, que nos había encantado en L’oreig (2014), de Blanca Camell, y en la mencionada Forastera, sendos cortometrajes en los que interpretaba a adolescentes, una en el final de un tiempo, y otra, en ayudar a la demencia de su abuelo. En Mantícora es Diana, un joven que, como Julián, se encuentra perdida, sola y sin más vida que una realidad difícil y sin rumbo. Una pareja que nos encanta por su absorbente naturalidad, cercanía y ese lado complejo que también muestran y ocultan según el momento.

 

La película de Vermut es un inquietante y perturbador cuento de terror, que se asemeja mucho a aquellos films de los sesenta y setenta como los que hacían Losey, Melville, Polanski, Saura, Fernán Gómez y Erice, entre otros, donde prima más el aspecto psicológico de los personajes, siempre en espacios domésticos, donde la carga del pasado es sumamente importante, y donde la cotidianidad los ahoga y se sientes desencajados y desplazados del resto y una sociedad demasiado hedonista y material. Las historias del cineasta madrileño se mueven a partir de conflictos invisibles, donde aparentemente, sus individuos parecen ajenos a lo que sucede, donde sus tramas están estructuradas a partir de un crescendo magnífico, en el que a los espectadores nos va envolviendo de forma sutil y elegante, casi sin darnos cuenta, en unas construcciones que recuerdan al imaginario hitchcockiano, recuerdan aquellas de Encadenados, Recuerda y La sombra de la duda, donde se juega a todo aquello que se muestra y a todo aquello que se oculta, en un juego macabro en que el respetado público deberá decidir sobre la moral de las acciones de los personajes, si es que se ve capaz, porque nunca es sencillo y mucho menos claro.

 

Vermut nos habla de temas incómodos, invisibles y muy tenebrosos, peor lo hace de forma inteligente, pausada y sin estridencias ni atajos sensibleros ni ninguna otra artimaña de trilero. Todo lo hace desde la emocionalidad, desde la sensibilidad de acercarse a unos personajes oscuros, a unas personas que no se muestran mucho, de escarbar en su cotidianidad, en sus pequeñas acciones, en sus relaciones sencillas, en todo aquello que está en sus vidas pero hay que acercarse detenidamente para poder verlo, construyendo todo el artificio cinematográfico de la forma más natural e íntima para que todo lo que nos ocultan se revele frente a nosotros, sin obstáculos, sin mediadores, mostrándose en toda su fealdad, mirándonos fijamente, sin poder desviar la mirada, sumergiéndonos en todo eso que intentamos no ver ni aceptar, pero que está, y el cine de Vermut lo mira, lo describe, y sobre todo, reflexiona sobre ello, y lo hace de forma inteligente y brillante. No se pierdan Mantícora, porque indaga en lo más oscuro de la condición humana y aunque no queramos asumirlo, también pertenece a lo que somos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA