Entrevista a Manuel Martín Cuenca, director de la película “El amor de Andrea”, en la plaça de Joan Llongueras en Barcelona, el miércoles 22 de noviembre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Manuel Martín Cuenca, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos con tanto talento y a Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Los problemas familiares son amargos. No van de acuerdo con ninguna regla. No son como dolores o heridas, son más como divisiones en la piel que no sanan porque no hay suficiente material”.
F. Scott Fitzgerald
De una casa aislada en las montañas escarpadas de las Sierras de Cazorla y Segura en la provincia de Jaén de La hija (2021), pasamos al otoño de la Bahía de Cádiz de El amor de Andrea, el nuevo largometraje de Manuel Martín Cuenca (El Ejido, Almería, 1964). Dos ambientes fríos. Dos paisajes que definen con exactitud los estados emocionales en los que se encuentran sus personajes. Vuelven a rondar los problemas familiares, ahora desde la mirada de su protagonista Andrea, una chica de 15 años, que a veces, pasa del instituto y deambula por las calles y acaba en la playa leyendo su inseparable “Juan Salvador Gaviota”, de Richard Bach, el libro que le regaló un padre ausente, alguien que los dejó a sus dos hermanos pequeños y a ella cuando se divorció de la madre con la conviven que sólo ven por las noches. Andrea se siente rasgada como una foto, a la que le falta una parte, le falta ese padre que no ve, con el que no se relaciona, en una existencia llena de dudas, de espacios vacíos y de pasados oscuros.
A partir de un guion escrito por Lola Mayo, que ha sido productora y guionista de todas las películas de Javier Rebollo, y el propio director, que nos va sumergiendo en la intimidad e interior de Andrea, una chica solitaria, que intenta reconstruir unos sentimientos troceados e incompletos, y se tropieza con la indiferencia de una madre que quiere olvidar, y unos adultos inmaduros y faltos de comunicación que guardan silencio y tienden muros. Andrea se muestra fuerte y valiente en su decisión y sigue empeñada en trazar un puente de reconciliación y sobre todo, de amor entre su padre y ella. El director almeriense se aleja de la autocomplacencia y lo esperado, y construye de forma artesanal su relato, desde esa luz natural que traspasa e interioriza a los personajes, que firma Eva Díaz Iglesias, la cinematógrafo habitual de Víctor García León, la música de Vetusta Morla, que vuelve a trabajar con el almeriense después de la experiencia de la mencionada La hija, en una composición que ayuda a iluminar tanto desgarro emocional, y el preciso y reposado montaje de Ángel Hernández Zoido, que ha estado en toda la filmografía de Martín Cuenca.
Con rasgos parecidos a La mitad de Óscar (2010), que también exploraba las difíciles relaciones familiares, donde primaba la desnudez, la cercanía y la transparencia de la cámara y la interpretación, la odisea de Andrea y su demanda de amor es muy bressoniana, porque tiene ese corte de plano, esos cuadros con el formato de 4:3, en que sus individuos aparecen encerrados y asfixiados en sus vidas anónimas, y en que el relato ayuda a desplazar tanto físicamente como emocionalmente, pero que deja interesantes huecos en sus conflictos, y en que Andrea se mira al espejo de la Marie de Au assard Balthazar (1966), y la Mouchette de la película homónima de 1967. Dos jóvenes atrapadas en un mundo de adultos cruel, infantil y triste. Chicas adolescentes como las que retrató en La flaqueza del bolchevique (2003) y en la citada La hija, el cineasta andaluz que compone una película con hechuras, tremendamente intensa sin ser condescendiente, sino con una armadura que nos sobrepasa, que deja un poso difícil de olvidar, dentro de esa linealidad que tiene su trama, una linealidad imprescindible para ir acercándonos a este duro e intenso drama que se adentra en lo que sienten sus personajes que tiene su reflejo en esa bahía gaditana gris, fría y ventosa, con ese barco-puente que distancia a unos personajes, sobre todo, Andrea, que quiere y busca, que mira y siente, que hace y no se resigna a perder el amor de su progenitor.
Mención aparte tiene la elección de su elenco interpretativo, lleno de caras desconocidas, de esos actores-modelo que tanto le gustaban a Bresson, donde la película no seduce con unos rostros marcados, con grietas por la vida y las tristezas, en relación con los niños y niñas que todavía están sin marcar por ese vivir, todavía libres de espíritu, honestos y cercanos, y sobre todo, comunicativos. Cuántos males ha provocado y provocará la incomunicación en las relaciones. Tenemos a esa luz que es pura naturalidad y transparencia como Lupe Mateo Barredo como Andrea, que debería llevarse muchos reconocimientos esta temporada de galardones, y eso que no me gustan los premios y las competiciones, pero su Andrea es puro amor, pura valentía, y sobre todo, una alma que quiere y busca amar, esa cosa que todo el mundo busca y pocos se atreven a vivir. Le acompañan sus dos hermanos pequeños y estupendos Fidel y Tomás que hacen Fidel Sierra y Cayetano Rodríguez Anglada, respectivamente, Agustín Domínguez es Abel, el amigo de Andrea que le echará un cable y los haga falta para sobrellevar tanta dificultad, Carmen es Irka Lugo, esa madre que tampoco ven mucha y quiere olvidar y que su hija también olvide y dejé de reclamar ese amor, Jesús Ortiz es Antonio, el padre que no está, qué bien mira este tipo y esos maravillosos encuadres bajo la atenta mirada de su hija mientras apura cigarrillos contra el viento. Y luego, esos dos ángeles para el camino empedrado de Andrea con la complicidad de Inés Amieva como Beatriz, la abogada y el profe José M. Verdulla Otero que hace de José María, el profe, que seríamos si muchos profesores sólo cumplieran su trabajo y olvidasen ayudar emocionalmente a sus alumnas como Andrea.
Dice Martín Cuenca que ha hecho su película más luminosa, y tiene razón, porque aunque El amor de Andrea se adentra en pantanos muy duros y tensos, sí, pero lo hace sin caer en el dramatismo y en la estridencia ni nada que se le parezca, y podría haber caído en la tentación, porque el material que maneja da para ese tono, pero el cineasta almeriense se va muy lejos de allí, y se centra en sus personajes y sus sentimientos, desde lo más profundo, desde sus gestos, desde sus miradas, que no hablan y lo dicen todo, dentro de esa Bahía de Cádiz, que vista desde otro lugar, resulta un espacio difícil y gris, como todos los lugares cuando estamos mal, cuando nos falta algo, como le ocurre a Andrea, que le falta algo, le falta el amor de su padre, y le falta porque está lleno de un pasado demasiado vacío, un pasado que quiere mirar para entender, para seguir creciendo, para enfrentarlo, porque ya tiene edad suficiente para saber y reconocerse, con unos padres que no hablan, no se comunican y viven rodeado de fantasmas y miedos e inseguridades. Estamos sorprendidos ante la madurez y coraje de un personaje como Andrea, porque a pesar de su corta edad, demuestra más verdad que sus perdidos padres, porque ella es valiente, tiene fuerza y está preparada para mirar de frente, porque la vida no puede vivirse con tantas ausencias y falta de amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Marc Recha, director de la película “Ruta salvatge”, en los Cines Verdi en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marc Recha, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Núria Costa de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Marc Solanes y Ferran Ureña, directores de la película “Els Orrit”, en las oficinas de la Productora Vivir Rodando en Barcelona, el viernes 27 de octubre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marc Solanes y Ferran Ureña, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de DocsBarcelona, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El odio es muy fácil. El amor requiere de valentía”.
Hannah Harrington
La primera imagen que vemos de la película es la de Antek, su protagonista, un joven polaco de sólo 20 años, tallando con un hacha una cruz en un árbol con mucho esfuerzo y sudando la gota gorda, rodeado de un grupo de amigos. Inmediatamente después, el grupo rodea la citada cruz y siguiendo a Antek, que ejerce de líder, comienzan a rezar de forma intensa y apasionada. La naturaleza y el grupo definen mucho la vida de Antek, que ha crecido en una familia de extrema derecha y muy religiosa. La existencia de Antek es eso y nada más, un círculo cerrado y vicioso, en la que también se incluyen actividades como pertenecer a “La Fraternidad”, donde celebran su cristianismo, su celibato, su homofobia y su Polonia blanca. La película Adiós, queridos haters, con el título original de Polish Prayers (traducido como “Oraciones polacas”), habla de la creciente religiosidad del país presidido por Andrzej Duda con su partido “Ley y Justicia”, que aboga por un país de derechas, conservador y tremendamente religioso, en el que no cabe otra forma de actividad e idea.
La directora Hanka Nobis (Bialystok, Polonia, 1990), que ha trabajado tanto en cine como en teatro, al lado de nombres como los de Jacek Poniedziatek, Anna Smolar, Pawel Lozinski, Markus Ohrn, entre otros, debuta en el largometraje con el documental Adiós, queridos haters, que no es un retrato al uso, sino que va más allá, porque habla de Antek, alguien atrapado en su familia y la fraternidad de amigos, explica la existencia de alguien que nunca ha juzgado a los suyos, ni se ha planteado otra cosa que seguir el camino marcado sin cuestionarlo. Pero, he aquí la cuestión, Antek conoce a una chica de la que se enamora, una mujer que es diferente a él, alguien que respeta a los demás y se plantea las cosas desde la reflexión profunda, intentando ser la persona que quiere ser y no dejándose influenciar por las ideas reaccionarias. La cineasta polaca demuestra una madurez y síntesis asombrosas, porque explica su película de forma sutil, sencilla y muy honesta, sin caer en las superficialidades, ni en los torpes juicios de otros y otras, en su relato hay verdad e intimidad, nada es baladí, todo se cuenta desde la firmeza de tener un material potente y muy incómodo, situando al espectador en el centro de la trama, mostrando lo que ocurre y no interviniendo más que lo necesario, sin guiar ni conducir al público, dejando que la audiencia mire, juzgue y sienta.
La cinematografía de Milosz Kasiura ayuda a crear esa atmósfera intensa y cargada por la que se mueve el joven protagonista, y sobre todo, cuando le asalta las dudas, las contradicciones y empieza a mearse en ese espejo donde ya no se reconoce, o también podríamos decir, en el espejo donde ve las oscuridades que todavía no se había atrevido a ver. Un montaje preciso y rítmico que firma el dúo Bigna Tomschin y Olivia Frey, lleva el relato por un universo donde abundan las sombras y los (des) encuentros nada complacientes en una película que se va a unos estupendos y poderosos 83 minutos de metraje. Nobis traza un retrato certero y lleno de fuerza de la Polonia actual, pero no lo hace desde el lado de la complacencia, sino desde el otro lado, desde el espacio de la maldad, el odio y el poder. Y no lo hace desde ese poder oculto de señores de traje que manejan el dinero y todo lo demás, sino lo que hace desde un joven soldado, un chaval de 20 años, que está posicionado y relaciones con ese odio atroz, pero tampoco se queda ahí, porque la película está concebida desde la verdad y la transparencia de un personaje que tiene dudas, que se plantea lo que nunca se había planteado, y desde la pausa y la tranquilidad.
La cineasta polaca sitúa la cámara y el encuadre desde la distancia perfecta en el que muestra sin juzgar, en la que enseña respetando la intimidad de la persona, con cercanía pero sin demasiado lejanía que distorsione para un lado o el otro la historia que quiere contarnos con veracidad y honestidad. Adiós, queridos haters, de Hanka Nobis, debería ser de obligada visión en todos los institutos del mundo consumista, para que los jóvenes pudiesen ser testigos y reflexionar sobre los valores de muchas personas de este continente llamado Europa, que en su teoría tiene buenas intenciones, pero en la práctica se mueve a partir de valores demasiado tradicionales y conservadores, que atentan contra la libertad de colectivos como los de LGTBIQ+ e inmigrantes y demás que abogan por un mundo más libre, democrático, y sobre todo, de verdad, todo aquellos valores con los que Europa soñó una vez y que a medida que ha ido avanzando el tiempo, poco a poco se han ido reduciendo en pos a la riqueza económica y el individualismo depredador, que acuñó hace poco David Trueba. En fin, vean la película y sobre todo, la recomienden, porque así su mensaje de amor y respeto llegará más lejos y con más fuerza, que ese es la idea de este cine, un cine que nos hable de lo que pasa y lo haga con seriedad, desde la verdad y con muchos puntos de vista y miradas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Nunca amamos a nadie: amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien. Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos”.
Fernando Pessoa
De los cuatro largometrajes de Tomasz Wasilewski (Torun, Polonia, 1980), In a Bedroom (2013), la dura existencia de una prostituta que droga y roba a sus clientes, Rascacielos flotantes (2013), sobre la homosexualidad reprimida de una atleta que vive con su novia, y Estados Unidos del amor (2016), sobre cuatro mujeres que lidian con la represión sexual y los amores insatisfechos en la Polonia poscomunista de 1990, que estrenó Golem por estos lares. De la mano de Reverso Films volvemos a tener por nuestras pantallas un nuevo trabajo del cineasta polaco, Insensatos (Glupcy, del original polaco), que nuevamente sigue rastreando la psique humana a través de sus pasiones y deseos más ocultos, aquellos que anidan en su interior en silencio. Ya sea en el pasado o en la actualidad, los espacios de sus cuatro películas siguen respirando suciedad y asfixia moral, lugares feos y hostiles, grises y de extrema palidez, hurgando en esos tonos marrones, oscurecidos y nocturnos.
Con Insensatos, el cineasta polaco sigue explorando la condición humana a través de sus peculiares y certeros retratos femeninos en el ámbito doméstico, retratando situaciones familiares y domésticas complejas y muy difíciles, donde las relaciones son complicadas y sometidas a un pasado demasiado pesado, un pasado que en algún momento estallará como les ocurre a los dos protagonistas. Una pareja atípica y nada convencional como Marlena de 62 años y Tomasz, veinte años menos, con ese descriptivo arranque cuando los vemos practicando sexo en la cama y escuchando sus sonoros gemidos. Una pareja que vive su amor en un lugar desolado y alejado de todos y todo, en una casa en la costa encima de unas dunas, con el rugido constante del Mar Báltico. Esa vida apacible, monótona y tranquila, se verá fuertemente sacudida con la llegada a la casa de Nikolaj, el hijo moribundo de Marlena, que erosiona y de qué manera la convivencia de la pareja. Además, ese nuevo “huésped”, llega con la visita de Magda, también hija de la mujer, que evidenciará ese pasado que los ha distanciado.
A partir de una excelente cinematografía de un grande como el rumano Oleg Mutu, que ya trabajó con Wasilewski en Estados Unidos del amor, que tiene en su haber grandes títulos de la cinematografía rumana con nombres como los de Cristian Pugiu, Cristi Puiu, y el ucraniano Sergei Loznitsa, entre otros. A través de un inhabitual formato panorámico, la película cuece una luz que duele, que atraviesa a los personajes, entre esos claroscuros, en que el espacio los somete y agobia, contaminando cada lugar, cada mirada y cada gesto, en un relato en el que hay pocos diálogos, porque estos personajes, estos cuatros personajes hablan poco, porque todo lo que tienen en su interior es sumamente difícil expresarlo en palabras. Un estupendo y detallado montaje de Beata Walentowska, que estuvo en Estados Unidos del amor, y tiene en su amor a directores polacos tan prestigiosos como Piotr Dumala, mantiene de forma formidable la tensión y la violencia que existe entre estos cuatro personajes en una trama que se va casi a las dos horas de metraje a través de unos seres atravesados por un pasado traumático del que huyen y no tienen fuerzas para enfrentarse a él. Sin olvidar la producción de una clase como Ewa Puszczynska, que tiene en su haber las películas Ida y Cold War, ambas de Pawel Pawlikowki, El capitán, de Robert Schwentke y Quo Vadis, Aida?, de la bosnia Jasmila Zbanic.
Un magnífico cuarteto protagonista que imprime toda esa dureza y brutalidad que manifiestan en cada mirada, cada plano y cada encuadre. Encabezados por una sobresaliente Dorota Kolak en el papel de Marlena, una mujer que ama, que vive su amor con intensidad, tendrá que lidiar con todo lo que dejó en el pasado, y debatirse entre su amor y su hijo, y todo lo que ello comporta. Muchos la recordaréis por ser Renata, que se sentía fascinada por su vecina en la mencionada Estados Unidos del amor. Ahora, en Insensatos, el director polaco le ha brindado uno de esos personajes maduros y de verdad, un personaje que avanza y retrocede con mucha dignidad, sin querer ser aceptada, sólo amada. A su lado, nos encontramos con Lukasz Simlat como Tomasz, que mantiene un amor alejado de todos, un amor de verdad, íntimo y muy visceral. Un actor que hemos visto en películas de Malgorzata Szumowska y en la conocida Corpus Christi, de Jan Komasa, entre otros. El hijo moribundo, inmóvil y que no cesa de gritar, ya estuvo en In a Bedroom, al igual que Katarzyna Herman, también en Rascacielos flotantes, amén de trabajar con maestros como Zanussi y Agnieszka Holland, entre otras. Su Magda es una especie de fantasma, una mujer amargada, perdida y llena de ira. Y la presencia de Marta NieradKiewicz que hade de Iza, vecina y amiga, que fue actriz en Rascacielos flotantes y Estados Unidos del amor.
Insensatos es una película difícil en su complejidad emocional, porque nos habla de temas y elementos de los que no cuesta hablar, de los que duelen y nos alejan de los demás, por ese miedo de no enfrentarnos a lo que sentimos y al dolor que arrastramos. Su gran ventaja es que no deambula y construye una forma complicada ni mucho menos, porque la película se aposenta en una drama íntimo y sencillo, sin complicaciones y directo, con el mejor aroma de las películas del este que siempre nos han encantado, por su extrema sobriedad, su dureza en sus personajes, y en esas atmósferas tan inquietantes, más próximas a los cuentos de terror bien construidos, en que la diferencia con ese género que recurre a lo convencional y al susto fácil, en la película de Tomasz Wasilewski el terror sí que da miedo, porque lo cotidiano se torna una prisión agobiante de resentimiento e insatisfacción, donde sus personajes callan pero cargan con sus traumas, con sus silencios pesados y unas cargas emocionales que arrastran como pueden en ese devenir cotidiano e inquietante en el que transitan diariamente. Vayan a ver Insensatos porque no se van a encontrar la típica película de tensiones familiares, sino una de tensiones familiares de verdad, de las que quizás hayan vivido o conocen de cerca o por amigos o por otros, porque si una cosa tiene la familia es que muchas se parecen, y lo que ocurre en su seno, es el reflejo de lo que nos pasa a muchos o nos pasará. Decidan ustedes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Amat Vallmajor del Pozo, director de la película “Misión a Marte”, en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Regina en Barcelona, el miércoles 29 de marzo de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Amat Vallmajor del Pozo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Íñigo Cintas y Andrés García de la Riva de Nueve Cartas comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Vivir satisfecho de uno mismo ha de ser muy aburrido, por eso no hay mejor cosa que meterse en aventuras”.
Juan Benet
Conocí a Amat Vallmajor del Pozo (Verges, Girona, 1996), como protagonista del largometraje Cineclub (2020), de Mireia Schröder y Carles Torres, una rareza y guerrillera película filmada sin medios por estudiantes de Comunicación Audiovisual de la UPF. Dos años antes habían rodado el cortometraje Cendres, con Amat como cinematógrafo. Recuperando ese espíritu de hacer cine con amigos, que mencionaba los cahieristas, con escasos medios pero con una ilusión desbordante, nos encontramos con Misión a Marte, la ópera prima del mencionado Amat, surgida del máster de la Elías Querejeta Zine Eskola, apoyada por la distribuidora Vitrine Filmes España en su primera producción y Muxica Cinema, ambas de Donosti, en una cinta que escapa de cualquier clasificación convencional, porque Vallmajor del Pozo coescribe un guion junto a Carles Txorres, el mismo Torres que ahora se llama así, con ese espíritu libre y salvaje, que se apoya en la relación de dos hermanos: Txomin y Gerardo “Gene”, que son sus tíos maternos. Un par de tíos muy diferentes entre sí, pero con la misma sed de aventura, porque el primero es arqueólogo en paro, libre, activista y revolucionario, que lee El Quijote y huye de un sistema desigual e injusto, el segundo, enfermo de cáncer, más cerebral y menos activista.
La película nos introduce en Eibar, en un País Vasco postindustrial, con los ecos del rock radical vasco que hizo furor en los ochenta, en una misión que lleva a los dos hermanos surcando el norte de España hasta Marte, cerca de Verges, la localidad natal del director. A la mitad de la misión, la salud de Gene se debilita y son “rescatados” por Mila, la hermana, que actúa como madre protectora. El relato se mueve por muchos espacios y texturas, de forma libre y un tono crepuscular, capturando una vida que fué y ya no es, o quizás, una vida que pasó y nunca pudo ser. Encontramos ecos de la pandemia que vivimos, con esas llamadas a lo “Gran Hermano”, de protección con esas máscaras anti gas, que nos remite a la ciencia-ficción estadounidense que nos apabulló en los años cincuenta apuntando amenazas alienígenas como Ultimátum a la tierra, El enigma de otro mundo o Invasores de Marte. Un cine que remite a la infancia de los protagonistas, así como el universo Corman, donde lo importante es más todo lo que provoca que lo que vemos.
Encontramos el aroma de los westerns de viajes de vuelta, de aquellos tipos ya en retirada que hacían esa última travesía a modo de despedida de un tiempo y un sentimiento como las de Peckinpah, las últimas de Ford, y todas las setenteras del género como las que hizo Pollack, Roy Hill, Penn, Cimino y muchos más. Ese cine de género con profundidad y humanismo recorre la película, a partir de una película-documento que no es, porque se habla de familia, de hermanos y hermana, sí, pero siempre desde un prisma de película de ficción. Hay realidad pero también irrealidad, hay drama pero hay más humor, y sobre todo, hay vocación de retratar a dos seres la mar de peculiares y diferentes, pero con algo en común, ese deseo de aventura salvaje y libre lejos del mundanal ruido tan convencional y rígido en leyes y demás disparates. Esa textura y grueso del 16mm con una cámara de la Elías Querejeta Zine Eskola que firma el tándem Jorge Castrillo y Alba Bresolí, ayuda a situarnos en ese espacio postapocalíptico que acompaña a los dos hermanos deambulando por esos parajes vacíos y aislados en busca de su tesoro particular, o lo que es lo mismo, la excusa para encontrar y peritar ese meteorito caído vete tú a saber dónde.
El montaje del citado Carles Txorres, Shira Hochman y del cineasta Michael Wharmann, del que vimos por aquí su interesante Avanti Popolo (2012), fundamentado en un ejercicio breve y conciso con sus escasos e intensos 71 minutos de metraje. La música que nos acompaña es el rock vasco ochentero como hemos citado, y la banda punk vasca Hertzainak, que dan ese toque de gamberrismo, inconformismo y espiritual que sigue la estela y el espíritu de estos dos hermanos. Amat Vallmajor del Pozo quiere hacer disfrutar al espectador, pero no con algo facilón y de fast food, que tanto se lleva en estos tiempos, sino que le guía ese espíritu libre y salvaje, donde hay tiempo para mirarse hacia adentro, reírse de uno mismo, como hace la película constantemente, y en general, de casi todo, del propio cine y de su estructura. Misión a Marte alimenta esa idea que el cine puede ser muchísimas cosas, incluso la más delirante imposible, aunque, en realidad o no, lo que siempre debe dar el cine es una historia sobre nosotros y sobre los demás, y por ende, del catastrófico planeta que destrozamos diariamente, porque todo gira en lo mismo, y si no que lo digan a esta interesante y gamberra pareja de hermanos, disfruten y rían con ellos, y también reflexionen. Recuerden sus nombres: Txomin y Gene del Pozo. Para servirles a ustedes. ¡¡Hasta la próxima misión!!! JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Los grandes golpes de la vida no son para joderte, sino para enseñarte una verdad que no percibías…”
(Anónimo)
Se cuenta que había un chaval llamado Marco ensimismado en sus no cosas, y perdía los tediosos días fumando chinos y esnifando coca. Su actitud con su familia, con la que vivía, padres y hermano mayor, era encerrarse en sí mismo y seguir con esa existencia anclada y sin futuro. Un día, todo cambió. Porque, una noche, mientras su hermano mayor, Ángel, lo intentaba localizar porque Marco había huido de la fiesta, Ángel sufre un atropello y fallece. A partir de ahí, la vida de Marco da un cambio brusco, y su única idea es conocer la identidad de quién conducía el coche del atropello que se dió a la fuga. Una tarea difícil y ardua en la que contará con la ayuda de Daniela, la hermana ausente que vuelve, y unos amigos de Ángel. Entre tanto, el pasado irrumpirá de nuevo en las vidas de Marco, Daniela y demás, un pasado al que deberán enfrentarse y rendir cuentas, donde cada uno de ellos deberá exponer sus sentimientos y mirarlos con el de enfrente.
Pablo Riesgo, un cineasta afincado en Los Ángeles, con diferentes trabajos como en tareas de producción para la productora Anonymous Content, responsable de éxitos como Birdman, Spotlight y la serie True detective, entre otras), es el director del llamativo título Marco Polo, donde vuelve a La Manga del Mar Menor, en Murcia, donde sitúa su historia, y lo hace a través de un joven antisocial, alguien presente pero muy ausente, con una carga demasiado pesada en su vida, que lidia fatal con los conflictos, como casi todos, que la vida lo desbarata de tal manera y lo despierta de un golpe demasiado fuerte. Una película sencilla, mínima y llena de detalles, ambientada en una zona muy turística pero fuera de temporada, convertida en un desierto extraño e inquietante, como casi todos esos espacios cuando no hay turistas. Un lugar raro que ayuda a entender ese vacío y soledad que tiene el personaje principal, una no persona en un proceso de autodestrucción y nada muy tremendo. La cámara de Marko Alonso, que repite con Riesgo después de la experiencia en el cortometraje Tiro dominical (2020), baña con esa luz que contrasta mucho con el día, muy luminoso y mediterráneo, con esa otra de noche, donde van a suceder todas las distensiones que sufren los personajes.
La película también se alza a través de un montaje de Rubén Navarro, otro cineasta afincado en L. A., que se divide en dos grandes tempos de la historia. Antes de la pérdida de Ángel, y después de ese momento que cruzará la existencia del protagonista. Una película que se nutre de un pedazo de protagonista, como ha demostrado en la serie Veneno y más recientemente, en la película Te estoy amando locamente, un actor que es capaz de meterse en la piel de los individuos más extraños, más oscuros y más luminosos, como evidencian los personajes citados y éste, Marco, alguien que sale de la oscuridad para encontrar a los que atropellaron a su hermano, y de paso, hacer las paces con los demás, y sobre todo, consigo mismo. Le acompañan otros intérpretes, desconocidos en su mayoría, pero que componen unos personajes que transmiten cercanía y transparencia, como el músico Jorge Zuloaga, que da vida a Ángel, y también, ejecuta una agradable canción, que tiene que ver con esa vida de luz que transmitía a los demás, en especial a su hermano pequeño Marco. Carolina Riesgo es Daniela, la hermana que vuelve, la hermana que tiene más de una brecha abierta con el mencionado Marco. Jesús Lloveras, que ya estaba en el citado cortometraje del director, León Molina, Rebecca Badia y Alba Barbero, entre otros.
Riesgo no ha hecho una película acomodaticia ni cómoda para el espectador, sino todo lo contrario, una historia que escarba en todo aquello que nos hace sufrir y nos distancia de los demás, situaciones con las que debemos de lidiar en nuestras vidas. Pero, alguien podría pensar que estamos hablando de una película dura y llena de negritud, pero no es el caso, porque aunque haya dureza y mucha, también hay ganas de levantarse, de hacer las cosas de otra manera, de seguir y luchar, de no quedarse quieto, de arreglar y de reparar, de esos valores de los que la mayoría suele huir en estos tiempos. Los personajes de Marco Polo tienen miedo, sufren una pérdida irreparable, han de vivir con una ausencia difícil y llena de obstáculos, pero eso no les impide hacer algo, investigar a ese coche huido, a intentarlo cuántas veces sea posible, a no detenerse ante la adversidad, a experimentar el viaje de la oscuridad a la luz que hace el protagonista Marco, alguien que se ha cansado de estar mal, y ha despertado y ha encontrado algo que le va a hacer querer ser mejor y sobre todo, ser la persona que quería su hermano fallecido. Una película pequeña, pero muy grande en emociones, porque nos obliga a ver aquello que duele, aquello que no gusta, y nos abre la puerta para que salgamos de nuestro encierro, para que lidiamos con los demás todos los conflictos que hay que lidiar, y sobre todo, nos hace mejores personas, que en este mundo buena falta nos hace. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“(…) Mis únicos amigos eran la plastilina, el pegamento, las tijeras y el lápiz. Hoy, siento la magia de esas formas en las manos contando una historia, una historia que viene de lejos, muy lejos. Mi padre contaba que en Italia había un pueblo llamado Ughettera. Allí todos tenían el mismo nombre que nosotros. Ughettera, la tierra de Ughetto. Todo empezó aquí, a la sombra del Monte Viso. Mi abuelo y mi abuela vivían en una casa como esta…”
Durante la presentación de su última novela Volver a dónde, el escritor Antonio Muñoz Molina mencionó la frase: “Todo lo que somos lo debemos a otros”. Una frase que casa totalmente con la película No se admiten perros ni italianos, de Alain Ughetto (Francia, 1950), el cineasta especializado en animación, del que conocíamos títulos como los cortometrajes La fleur (1981), L’échelle (1981), La boule (1984), y el largometraje Jasmine (2013), una historia de amor y revolución en la Francia de finales de los setenta. Con su nuevo largometraje, Ughetto echa la vista atrás y establece un ríquisimo y vital recorrido por la historia de sus abuelos, Luigi y Cesira, que abarca unos cuarenta años de vida.
Hay muchísimos elementos que hacen de la película una verdadera maravilla, empezando por su visualidad, con estos muñequitos animados con la técnica de stop motion, sus leves movimientos, todos los detalles que llenan cada plano y encuadre, y sobre todo, la mezcla finísima entre historia e intimidad, entre dureza y sensibilidad, entre realidad y magia, entre los que encontramos toques de poesía, belleza y crueldad. También, tiene especial singularidad la forma que nos cuenta el cineasta su película, porque establece un maravilloso diálogo ficticio entre su abuela Cesira (que hace la actriz Ariane Ascaride) y él mismo Alain, un diálogo de todas aquellas lagunas, secretos y olvidos que hay en todas las familias. Un diálogo en el que van interviniendo los demás personajes, y en el que además, existe una interacción mutua en el que se pasan objetos unos a otros, y viceversa. No se admiten perros ni italianos, brillante título para está fábula y vital que recorre los primeros cuarenta años de Italia y Francia y sobre todo, la de la inmigración italiana, con sus durísimos trabajos labrando la tierra, picando piedra para abrir nuevos caminos, torpedeando y escarbando la montaña para abrir túneles y extraer carbón, y demás, las nefastas guerras como la del 1911 de la Italia colonizadora en Libia, pasando por las dos guerras mundiales, el aumento de la familia, y los años que van pasando.
Un relato escrito por Alexis Galmot (que ha trabajado en películas de Cédric Klapisch y Anne Alix, entre otras), Ane Paschetta (que se ha especializado en documentales tan interesantes como A cielo abierto), y el propio director, donde construyen una película cercana y muy íntima, de las que se clavan en el alma, por su asombrosa sencillez y capacidad de concisión y brevedad para albergar toda una amalgama de historias y personajes y situaciones y circunstancias para una duración de apenas 70 minutos en un grandísimo trabajo de montaje de Denis Leborgne, así como el ejemplar empleo de la cinematografía por parte del dúo consumado en animación del país vecino como Fabien Drouet (que estuvo en el equipo de La vida de calabacín) y Sara Sponga (que hizo las mismas funciones en el film Nieve, entre otros). Toda la belleza y tristeza que contienen las imágenes de la película no se verían de la misma forma sin la excelente y sencilla música de un maestro como Nicola Piovani, cada mirada y gesto de la película, en una película en la que abundan, junto a la música del músico italiano adquiere una sonoridad y majestuosidad sublime, dotando a la historia de una capacidad maravillosa para universalizar un relato íntimo de gentes sencillas y del campo, en uno de los mejores trabajos de composición y ritmo de uno de los grandes de la cinematografía italiana con una trayectoria que abarca más de medio siglo con más de 150 títulos, con los más grandes del cine italiano como Antonioni, Fellini, los Taviani, Bertolucci, Monicelli, Bellocchio, Amelio, Moretti, y muchos más.
No se admiten perros ni italianos está a la altura de grandes obras sobre la familia y la inmigración como Rocco y sus hermanos, de Visconti, América, América, de Kazan, Los inmigrantes, de Troell, los primeros momentos de El padrino II, de Coppola, Lamerica, de Amelio, entre otras, en las que se habla de las personas como nosotros, personas que recorren medio mundo para encontrar ese lugar que les dé tierra para trabajar, comer y crecer. La película de Ughetto también se puede ver como una película de viajes, porque acompañamos la desventura de Luigi y sus dos hermanos por su Ughettera natal, pasando por tierras francesas como Ubaye, Valais, el valle del Ródano, Ariège y Drôme, etc… Idas y venidas por cuarenta años de vida, de ilusiones, de esperanzas, de tristezas, de trabajo duro, de guerras, de pérdidas, de despedidas, de amores y desamores, de hijos, de partidas y regresos, de fascismo, de nazis y cambios, de un tiempo que pasó, que el director francés de origen italiano recupera en forma de fábula sin huir de la dureza de los tiempos, de los cambios inevitables de la vida, de todo lo que deseamos y todo lo que somos al fin y al cabo.
Sólo nos queda decir, si ya no están convencidos, que no deberían perderse una película como No se admiten perros ni italianos, porque entra de lleno en el olimpo de las mejores películas de animación y del cine en general y en particular, porque les hará soñar con ese cine que ha hecho grande el cine, que sin dejar de fabular puede ser brillante, rigurosamente visual, y también, contarnos una historia profunda y reflexiva, recorriendo la historia, la que pasa delante de nosotros y la nuestra, aquella que empieza cuando se cierra la puerta del hogar, y tanto como una otra nos afecta, nos interpela, en ambas somos protagonistas y testigos. La película de Alain Uguetto no sólo es una obra sobre la memoria y la melancolía de un tiempo, devolviendo a sus abuelos un protagonismo, una vida que él apenas vivió, y el cine con su magia y su camino de regresar fantasmas, que también lo es, hace posible lo imposible, y volvemos a aquella vida y conocemos a Luigi, sus hermanos y su familia, a Cesira, la francesa, y la familia que forman, todos los lugares que recorren y los hogares que forman, con los hijos que van llegando y otros que van marchando, en fin, la vida, eso que pasa mientras nosotros estamos aquí, porque otros antes lo hicieron posible, no lo olvidemos, recordémoslo, antes que sea demasiado tarde. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA