Entrevista a Ana Moreira, actriz de la película “Sombra”, de Bruno Gascon, en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Seventy en Barcelona, el sábado 17 de abril de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ana Moreira, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación del Festival, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Patricia López Arnaiz e Ibon Cormenzana, actriz y director de la película “La cima”, en el Hotel Catalonia Gran Vía en Barcelona, el miércoles 23 de marzo de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Patricia López Arnaiz e Ibon Cormenzana, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Siempre quiero ver cualquier lado de ti, lo que escondes dentro de tu corazón”
Pudiera parecer a simple vista que Belle, de Mamoru Hosoda (Kamiichi, Prefectura de Tomaya, Japón, 1967), fuese otra versión del clásico cuento de hadas escrito por Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve publicado en 1740. Pero, conociendo la trayectoria del cineasta japonés, la cosa no iba a quedar en una simple traslación en imágenes del imaginario visual que contiene la extraordinaria fábula. Si repasamos la filmografía de Hosoda, en la que después de varias películas cortas, fundó junto a Yuichiro Saito el Studio Chizu con el que nos deslumbró con La chica que saltaba a través del tiempo (2006), en la que abordaba de forma precisa y concisa las consecuencias de manipular el tiempo y sus acontecimientos, en Summer Wars (2009), entraba lleno en las nuevas tecnologías y los conflictos incalculables de las redes sociales, en Los niños lobo (2012), se adentraba en una excelente cuento de niños-lobo y las dificultades de una madre soltera, con El niño y la bestia (2015), nuevamente volvía al tema humano-animal, y todo aquello que nos une y separa, y en Mirai, mi hermana pequeña (2018), un relato de dos hermanos y los viajes en el tiempo como conflicto, que ya había planteado en la citada La chica que saltaba a través del tiempo.
Belle, que se presentó mundialmente en la sección oficial del prestigioso Festival de Cannes, se erige como una película que recoge buena parte de los temas de la filmografía de Hosoda, ya que parece un compendio de sus anteriores trabajos, ya que aparecen dos temas ya tratados como las relaciones de humano con los animales, y las redes sociales, su funcionamiento y las consecuencias que tienen en la vida real. La bella es Suzu, una joven que recuerda a Makoto, la heroína que saltaba en el tiempo, que vive en un pueblo en mitad de unas montañas, junto a su padre, ya que su madre falleció cuando era ella pequeña. Makoto, de vida anodina, triste y vacía, encuentra en “U”, la mayor red virtual del mundo con cinco billones de usuarios. En “U”, Makoto se convertirá en “Belle”, la cantante de moda con sus pegadizas canciones, y con una legión mundial de seguidores. La otra cara de “U”, la encontramos en “La bestia”, una misteriosa criatura que siembra el terror en la red virtual, siendo temida por todos, menos por Belle que, a diferencia de los demás, provocará su fascinación y un misterio que debe resolver.
Vuelven los temas importantes del director nipón como el enfrentamiento de dos mundos en apariencia opuestos: el virtual y el real, y dentro de cada uno de ellos, las diferencias existentes que separan a los personajes, la mezcla de humano y animal, en la que los roles cambian constantemente y las emociones en forma de oscuridades del alma convergen en el tema central de la trama, las dificultades para relacionarse con los demás, las gestiones de la pérdida, y el dolor que están conllevan, y el eterno aprendizaje tanto propio como ajeno, y las relaciones sentimentales como eje para generar movimiento en todo lo que se cuece en el relato. El fondo es complejo y sumamente interesante, pero la forma y la textura de la película no se queda atrás, ya que casan con suma sensibilidad y transparencia con unas imágenes bellísimas y llenas de colorido, formas, sonidos y demás, en un magnífico espectáculo visual que es infinito, apabullante y grandioso, pero no lo hace como algunos otros que se dedican a cuanto más mejor, sino todo lo contrario.
Todo lo que vemos en el cine de Hosoda tiene un porqué, no juega a la complacencia, ni al esteticismo fácil, porque nada está por casualidad, todo tiene su sentido y busca su consecuencia, todo funciona como una armonía serena y constante, como una pieza de orfebrería cuidada al mínimo detalle, donde cada invisible pieza debe funcionar a la perfección para que el conjunto brille en su apariencia y profundidad. Unos profesionales al servicio de la imaginación argumental y visual como los Anri Jôjô y Eric Wong, todo un gran especialista, en el diseño de producción, el montaje de Shigeru Nishiyama, que ha estado presente en todas las producciones de Hosoda, Nobutaka Ike en arte, toda una institución que trabajó en todas las películas del desaparecido Satoshi Kon, y como supervisor de animación, un nombre como el de Takaaki Yamshita, que ha estado en casi toda la filmografía de Hosoda, y nombres tan ilustres como los del mencionado Kon, y Tarantino. La adaptación más sublime y extraordinaria en acción real de La bella y la bestia, la encontramos en la película homónima de Jean Cocteau de 1946, basada en la versión que apareció en 1756 de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. Una poesía de las imágenes, un encuentro especial y humano, y sobre todo, todo un clásico que ha trascendido su tiempo y ha quedado como uno de las grandes obras del cine.
Por su parte, Belle sería un buen ejemplo de cómo abordar un clásico y trasladarlo a nuestros días, con la presencia de las nuevas tecnologías, con sus bondades y males, y no desmejora en absoluto la película de Cocteau, sino que se enriquecen mutuamente, cada una con su forma, estilo y narrativa, pero las dos son miradas interesantes sobre el mismo imaginario. La película de Hosoda confirma a uno de los cineastas que mejor han recogido el relevo de los Miyazaki y Takahata y han construido su propio sello personal, creando mundos y personajes inolvidables, porque con Belle, podemos afirmar que sería la mejor adaptación en animación del famoso cuento, porque recoge con gran sensibilidad esos mundos enfrentados, y a su vez, enfrentados con ese otro mundo, donde todo reside en las apariencias, y en lo físico y en todo aquello que mostramos y por ende, ocultamos a los demás, donde la imaginación de Hosoda y su equipo resulta admirable, ya que han visto que las redes sociales en forma de mundos virtuales que nos vapulean diariamente, sería un buen espacio para volver a hablar de La bella y la bestia, y sobre todo, lo poco que hemos evolucionado en materias de humanismo y empatía, y lo mal que gestionamos el dolor ante los demás y ante nosotros mismos, aunque el ejemplo de Suzu y la criatura, podría servir como ejemplo para tratar estos temas de forma más cercana, transparente y sencilla. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Amén de producir más de 40 títulos a directores como Mateo Gil, Pablo Berger, Claudia Llosa, Julio Medem, Rodrigo Sorogoyen, entre otros. Ibon Cormenzana (Bilbao, 1972), ha dirigido cuatro títulos como director. Tres de ellos centrados en temas tan incómodos como el suicidio y la depresión. Sus personajes navegan sin rumbo, azotados por unas tragedias que les han pasado una factura terrible, individuos en procesos arduos y complejos de reconstrucción emocional, expuestos a unas existencias que duelen mucho. Hace cuatro años veíamos Alegría, tristeza, donde conocíamos a Marcos, un tipo bloqueado que pedirá ayuda para salir de su conflicto. Ahora, nos encontramos con Mateo, alguien que también está huyendo de sí mismo, y que tiene un propósito: hacer un ochomil, en concreto, la cima de Annapurna de 8091 metros, y lo quiere hacer solo, y sin oxigeno, toda una temeridad, y también, todo un reto suicida. Mateo se encontrará en su ascensión a Ione, una alpinista experimentada que es la primera mujer que ha conseguido por primera vez hacer los catorce ocho mil, personaje que nos recuerda a Edurne Pasaban.
Ione está refugiada en una cabaña en la montaña, sola y dejando pasar los días. Tanto Mateo como Ione son dos personas asfixiadas por el dolor, y los dos lo gestionan de formas muy diferentes. Él, quiere hacer la cima en invierno y solo, gesta que no ah conseguido nadie hasta la fecha, y ella, quiere olvidarse de todos y todo. La cima es una película con solo dos personajes, dos individuos perdidos en mitad de la nada, aislados del mundo, solos con sus traumas, en un relato potente y demoledor sobre la gestión de los traumas, que fusiona con criterio y audacia un paisaje hermoso e inhóspito con una historia profundamente minimalista, un relato-retrato sobre lo que hay o mejor dicho, lo que queda en alguien después de la tragedia, y cómo convive con ese dolor que no se cansa de torpedearnos la vida o lo que queda de ella. El cuarto trabajo de Cormenzana es también la historia de un encuentro, un cruce de caminos, donde asistimos al proceso diario y cotidiano de dos personas que tienen en común más de lo que en apariencia parece ser.
La montaña actúa como esa barrera inmóvil que los atrae y los repele, ese vasto muro que parece no tener fin, un muro atrayente y a la vez, difícil de superar, y no solo eso, la cima de Annapurna es ante todo un símbolo para estos dos personajes, como podría ser cualquier ocho mil, no un peldaño más, sino el peldaño de sus procesos, ese muro de las lamentaciones a la inversa, algo así como una idea fija para Mateo, que tiene que hacer sí o sí, cueste lo que cueste, poniendo su vida en peligro. Por su parte, Ione, después de su histórica hazaña de alcanzar los catorce ocho mil, vive o sobrevive estancada, con un sueño ya hecho, y sin encontrar todavía algo que le enganche a la vida, y sobre todo a las personas. El director bilbaíno vuelve a contar con algunos de sus colabores más cómplices como el cinematógrafo Albert Pascual, que compone una luz que juega con el brillo de los exteriores, con la negritud del interior de los personajes, y la calidez de la cabaña. David Gallart en montaje, construye una película de 85 minutos, en el que hay de todo, calma, tensión, silencios y un poco de cercanía.
El guion conciso y potente de Nerea Castro, que debuta en el largometraje, a partir de una idea del propio director, y la excelente música de Paula Olaz (de la que escuchamos la reciente Nora, de Lara Izagirre, y ha trabajado para Telmo Esnal o el trío de directores de Handia y La trinchera infinita, entre otras), que sabe contar todo aquello que no vemos y sentimos en una historia que es tan importante lo que se ve como lo que no, con todo ese interior oscuro por el que se mueven sus personajes. Una película que se mueve entre lo físico, con esa espectacularidad en las secuencias de montaña, con el asesoramiento de dos expertos como el alpinista Jordi Tosas y el guía de montaña Nacho Segorbe, entre otros, y también, entre lo emocional, necesitaba dos intérpretes de gran altura como Javier Rey, con ese comienzo brutal saliendo de la playa, que ya augura las dificultades por las que pasara su personaje en la montaña, y Patricia López Arnaiz, que repite con el director, dando vida a una mujer aislada y sin nada que hacer ni decir, procesando su vida, hacia donde va a ir, y sobre todo, si hay algo que hacer.
La cima no se deja llevar por la belleza mágica de la montaña, y en seguida, la muestra en toda su crudeza, mostrando todos sus peligros, que son muchos, en la que los personajes deberán luchar para conseguir seguir con su camino. Tiene la película ese aroma de la montaña como muro para vivir o morir en él, esa tierra infranqueable que invita a desafíos complejos y llenos de valentía, donde la naturaleza se convierte en belleza y terror, como ocurre en muchas de las películas de Werner Herzog. Dos almas en mitad de la nada, pasando por su vacío particular, en una cotidianidad llena de monstruos, conviviendo junto a ese dolor intenso y profundo, que tendrán en la montaña y su dificultosa ascensión, su propio viaje a los infiernos, o quizás, su forma de salir de ellos. Cormenzana ha cocinado a fuego lento un relato que atrapa por su sencillez e intimidad en su construcción de personajes, en todo su proceso personal y en la relación que se cuece entre ellos, y también, nos sobrecoge por todo el periplo que viven en la montaña, tanto aquel que sigue fiel a su viaje suicida y ella, como persona que debe reaccionar para salir de su letargo, aunque sea la última cosa que haga. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Todos tenemos una reserva de fuerza interior insospechada, que surge cuando la vida nos pone a prueba”
Isabel Allende
La película se abre de forma tranquila y en paz. La cámara, en primerísimo primer plano detalle, recorre el cuerpo de una mujer, solo escuchamos su respiración que invade todo el cuadro. Ese sonido se ve bruscamente interrumpido con el sonido de la alarma del reloj. Julie se despierta como un resorte, y se pone en marcha. A partir de este instante, la película adoptará un ritmo vertiginoso, agobiante y tremendamente agitado, porque la existencia de Julie es así. Julie levanta a sus dos hijos pequeños, desayunan, mientras ella se cocina su comida del mediodía, los viste, se viste y salen de casa echando hostias. Julia deja a sus hijos en casa de la vecina, y a toda prisa va a coger el tren que la llevará a París. Así cada mañana. No hay descanso, no hay tregua, solo un ir y venir de París al pueblo donde vive. Julie está sola, porque su ex se desentiende bastante de sus hijos y de la pensión. Aunque la semana elegida por la trama para contarnos la vida de Julie va a ser muy diferente. Esa semana hay huelga general y todo el frágil equilibrio vital de una mujer sola, madre y trabajadora, se va a ir resquebrajando a pesar de los esfuerzos titánicos de Julie.
El director Éric Gravel, francocanadiense que lleva más de dos décadas en Francia, que trabajo como cineasta para el colectivo internacional Kino, ya había debutado en el largometraje con Aglaé, a prueba de choque (2017), enfocada también en el ambiente laboral y en la piel de unas mujeres que no tienen más remedio que trasladarse a la India, ya que la empresa de pruebas de choques para automóviles se deslocaliza. Con A tiempo completo, el trabajo vuelve a ser una pieza importante como no podía ser de otra manera, con ese empleo de jefa de camareras en un hotel de lujo del centro de París que tiene Julie, un trabajo que requiere organización, precisión y rapidez. Una actividad agotadora y muy exigente para Julie que, además, en esa semana de locos, tendrá una entrevista de trabajo para mejorar su vida, inevitable no acordarse de la reciente En un muelle de Normandía, de Emmanuel Carrère, donde encontrábamos otras mujeres aplastadas por la velocidad de trabajar en la limpieza de un barco de lujo.
Estamos ante una película muy sensorial, porque el encuadre usado para mostrar la vida de Julie deja mucho fuera de campo, un sonido que se mezcla con la música electrónica de Irè Drésel que ayuda a crear esa atmósfera asfixiante en la que se mueve la protagonista, al igual que el inmenso trabajo de cinematografía de Victor Seguin, a partir de la desestructuración formal de la película, llena de planos cortos y de poquísima duración, que nos envuelve en esa no vida de pura velocidad y al borde del colapso, como el estupendo trabajo de edición de Mathilde Van de Moortel (que tiene en su haber las películas con Deniz Gamze Ergüven y una serie con Olivier Assayas), en una película que no resulta difícil de ver, a pesar de su intenso troceado, de ritmo condensado y su mezcla de esos planos de pequeña calma, donde vemos a la protagonista en solitario rodeada de la inmensidad de la ciudad, con sus tonos fríos y crudos, y su hostilidad, desesperanza e individualismo, en contraste con la calidez y la cercanía en su hogar y con sus hijos.
Una película de estas características que enfoca todo su entramado argumental como formal en su protagonista y su existencia, debía tener a una actriz poderosa, una de esas actrices que copan cada encuadre, cada sonido, cada silencio, como un cuerpo, una emoción y un estado de ánimo. Todo eso lo consigue una espectacular y maravillosa Laure Calamy, convirtiéndose en la guinda que le faltaba a una película tan actual y atemporal como esta, porque la interpretación de la actriz es de una credibilidad absoluta, haciéndolo todo muy fácil, creyéndonos la no vida de esta mujer que quiere ser fuerte cuando todo se vuelve en su contra, que hace lo que puede, que sigue en la brecha a pesar de todos y todo. Calamy demuestra sus grandes dotes para meterse en cualquier embolado, como ha demostrado con creces en las dos películas que hemos visto en el último año: la Alice Farange, la ganadera valiente en el denso policiaco de Solo las bestias, de Dominik Moll, y la Antoinette que se ridiculiza por amor en la comedia alocada de Vacaciones contigo… y tu mujer, de Caroline Vignel, dos registros que, sumados a este, hacen de Laure Calamy una actriz todoterreno, llena de matices y con una capacidad asombrosa para envolvernos en cualquier rol.
Éric Gravel mezcla con acierto la comedia y el drama, y los fusiona de tal forma que a veces no distinguimos el uno del otro, porque está tocando temas cotidianos que todos conocemos y casi siempre no sabemos cómo gestionarlos. Hay muchos y variados elementos que van desde la humanización de su personaje, una madre-trabajadora coraje, quitándole todos los estereotipos impuestos socialmente, y dejando un personaje de carne y hueso que necesita la ayuda de los demás para intentar llevar una vida dura y triste que dista mucho de ser digna. También, critica con dureza la deshumanización del trabajo, vidas precarias sometidas y juzgadas constantemente donde se ha impuesto la prisa y la velocidad como modus viviendi, así como la acumulación de actividades sin descanso, como menciona el filósofo Byung-Chul Han. “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. Gravel no ha hecho una política al uso, pero lo íntimo siempre lo es, y la no vida de Julie, que vemos desde sus entrañas y sus sentimientos más ocultos, es una continua lucha cada día para vivir, porque ahora lo que hace dista mucho de vivir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Éste no es el Méjico real. Lo sabes. Todas las ciudades fronterizas sacan lo peor del país”.
Sed de mal, de Orson Welles
Un planeta tan injusto, desigual y funesto como este, no es de extrañar que existan las fronteras. Las fronteras como división antinatural del territorio, como separación horrible entre unos y otros, y sobre todo, como barrera para dividir el país enriquecido del empobrecido. Podríamos hacer una relación larguísima de todo ese cine llamado fronterizo, un cine que no solo se ha dedicado a hablarnos de la frontera como objeto y límite, sino de todo lo que vive o mejor dicho, sobrevive a su alrededor. Esos lugares sin tiempo, lleno de fantasmas, un caleidoscopio de seres, costumbres y formas de encontrar un sustento que llevarse al estómago. El director Álvaro F. Pulpeiro (Galicia, 1990), creció entre Canadá, Brasil y Australia, y se graduó en la prestigiosa Architectural Association School of Architecture de Londres, donde colabora con diferentes artistas, para dar el salto al cine con la películas corta, Sol MIhi Semper Lucet (2015), donde se adentraba en los campos secos y las calles vacías de algún lugar de Texas, para luego debutar en el largometraje con Nocturno: Fantasmas de mar en puerto (2015), en la que seguía la tripulación de un pesquero anclado de Montevideo a la espera de volver al mar, y luego, volver al cortometraje con La jovencita no envejece, se descompone (2019), anclada en la península de la Guajira, entre Colombia y Venezuela, para seguir el deambular de una joven.
El profundamente personal e inabarcable universo que edifica el cineasta gallego es un lugar sin tiempo ni lugar, un espacio lleno de sombras y cuerpos de aquí para allá, espectros perdidos en un constante movimiento y deambular, expuestos a sus cotidianos destinos y un futuro incierto. Un cine donde no existen el tiempo ni los rostros, solo un vasto espacio donde todo se confunde, que nunca podemos medir ni conocer en su todo, solo una parte, y una parte mostrada de forma difusa, en la que nos perdemos como en un laberinto, en el que nada ni nadie tiene un objetivo más allá de un presente infinito. Con Un cielo tan turbio, su segundo trabajo, Pulpeiro se adentra en Venezuela, y más concretamente, en esos no lugares que tanto le interesan, las tierras que envuelven o ensombrecen la frontera y sus alrededores, a partir de tres espacios, o no lugares, como un grupo de soldados a bordo de un barco en los mares del Caribe, los migrantes trasladándose por los puestos entre Venezuela y Brasil, y los contrabandistas adentrándose por el difícil desierto de la Guajira con los últimos barriles de petróleo rescatados del embargo.
La película compone su peculiar retrato de un país petroestado, acuciado por el embargo estadounidense, los conflictos internos entre estado y derecha y las múltiples oleadas de migrantes, y lo hace de forma muy interesante y profunda, alejándose del documento tradicional y periodístico, y formando una magnífica composición lleno de sombras y cuerpos que se mueven entre la oscuridad, bajo un cielo nublado lleno de nubes negras, solo iluminado por los neones y esas llamaradas de las refinerías (que recuerdan poderosamente a las de Blade Runner), desplazándose por lugares-limbo, mientras escuchamos la radio que va vomitando noticias entrecortadas de la situación política, social, económica y cultural de Venezuela. La magnífica pare técnica de la película, elemento de suma importancia en una película en la que apenas hay diálogos, donde el director gallego, afincado en Colombia, vuelve a colaborar con antiguos cómplices de sus anteriores trabajos como en la sombría cinematografía de Mauricio Reyes Serrano, creando ese no lugar donde todo vive y muere a la vez, un espacio lleno de vida, eso sí, una vida en tránsito constante, el gran trabajo de edición de Martín Amézaga, que condensa con maestría una película de 83 minutos, en la que sus imágenes van apoderándose de nosotros de forma sutil y pausada.
El excelente trabajo de diseño de sonido que firma Tomas Blazukas, en un arrollador retrato sensorial de Venezuela o de esos no lugares del país sudamericano, así como el formidable trabajo de música de Sergio Gutiérrez Zuluaga, completamente fusionada con la parte sonora, creando esos ruidos y composiciones muy fantasmales, más propias del cine fantástico, pero extraordinariamente fusionadas con esas realidad ficticia que filma con pulso y sabiduría el director gallego. Un cielo tan turbio no está muy lejos de algunos trabajos de Bonello como el de zombi Child (2019), donde se mezclaba con audacia el fantástico y la realidad más política del país, y sobre todo, del imaginario visual y sonoro del cine de Pedro Costa, con sus individuos-espectros que pululan en sus universos cerrados y periféricos, en la que sin discursos ni nada que se le parezca, construye todo un entamado político de la situación de sus respectivos países, a través de la más pura, cercana e intimidad de esas personas no personas como los inmigrantes, los pobres y los contrabandistas, todos los que viven en las sombras como modo de supervivencia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Raquel Marques, directora de la película “Tiempos de deseo”, en el marco de la Mostra Internacional de Films de Dones, en las oficinas de Drac Màgic en Barcelona, el lunes 7 de junio de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Raquel Marques, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación de la Mostra, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El tiempo ya no era una serie de días que llenar con clases y papeles, se había convertido en una cosa informe que iba creciendo dentro de mí”.
“El acontecimiento”, de Annie Ernaux
En la magnífica e inolvidable 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007), de Cristian Mungiu, nos mostraban de manera realista las penurias y la represión por las que tenían que pasar las estudiantes embarazadas en la Rumania de 1987. El acontecimiento transita por los mismos lares, esta vez trasladándose a la puritana Francia de 1963. Nos encontramos con otra estudiante universitaria, Anne, de 20 años, perteneciente a la clase obrera, que descubre que está embarazada y encontrándose con la terrible tesitura de no tenerlo en un país que castiga con cárcel la interrupción voluntaria del embarazo. Segundo trabajo de la directora Audrey Diwan, después de su opera prima Mais vous étes fous (2019), en la que relataba la adicción de un padre en el seno de una familia bien avenida. En su segunda película, adapta la novela homónima y autobiográfica de Annie Ernaux, en un guion en el que vuelve a coescribir junto a Marcia Romano (una guionista que ha trabajado con cineastas tan importantes como Ozon, Emmanuel Bourdieu y Rebecca Zlotowksi, entre otros), y la colaboración de Anne Berest, que tiene en su filmografía a la directora Valérie Donzelli.
Desde sus primeras imágenes, con el aspecto de 1:37, ese formato cuadrado y asfixiante, en el que no solo encaja al personaje en su interior, sino que asistiremos a su peculiar vía crucis siempre desde su mirada, su cuerpo, y su alma, siguiéndola a todas partes, sufriendo y maldiciendo con ella, en una carrera contrarreloj, como nos irá marcando, a modo de diario, las semanas de embarazo que van cayendo como una losa en los tres meses en los que encajona la película. Aunque la atmósfera de la historia nos remite a aquellos años sesenta en Francia, la película huye de la recreación histórica al uso, porque lo que pretende y consigue es hacer un retrato de todas las mujeres que, en algún momento de sus existencias, han querido abortar y las leyes no se le permitían. La cinematografía de Laurent Tangy construye un relato angustiante y lleno de terror, en un marco de thriller psicológico, donde la tensión y el dolor van en un impresionante in crescendo, con esa cámara que sigue, amordaza y escruta a la protagonista, generando ese miedo ante el abismo que persigue continuamente a Anne.
El magnífico montaje de Géraldine Mangenet (de la que hemos visto las interesantes Porto, de Gabe Klinger, y Mi hija, mi hermana, de Thomas Bidegain), actúa como un ejercicio cortante, abrupto y frío, recurriendo a unos impresionantes planos secuencia para mostrar con toda su crudeza todos los momentos hardcore de la película. El grandísimo trabajo con la música, que firman los talentosos hermanos Evgeni y Sacha Galperine (que tienen en su trayectoria a nombres ilustres como Farhadi, Ozon, Zvyagintsev y Jan Komasa, entre otros), consiguen una banda sonora diferente, que actúa como la respiración del personaje, situándonos en un mosaico de sonidos y silencios, que duelen y rasgan la existencia de la joven Anne, con los que sentimos con el personaje todo lo que le ocurre, porque los espectadores somos los únicos que conocemos todo el drama que vive, o mejor dicho, que sufre. El acontecimiento huye de la típica película de denuncia, no en el sentido literal de la palabra, sino que nos pone en el interior de una mujer que ve su vida acabada con un embarazo que no desea, que le rompe la vida y sobre todo, el futuro.
Anne es una mujer que hará lo imposible, poniendo su vida en serio peligro, intentando por todos los medios a su alcance de parar el embarazo. La luz de la película se irá ensombreciendo a medida que avance en su particular descenso a los infiernos, rodeado de esa mentalidad conservadora de entonces, con esos médicos que se niegan a ayudarla, esos hombres amigos que o se desentienden del problema o quieren aprovecharse de él, y esas amigas más pendientes de perder la virginidad que otra cosa, que hablan de todas sus cosas, pero obvian las más importantes, o los padres de Anne, orgullosos de su hija y ella, muerta de miedo, sin saber qué hacer, guarda silencio, por toda la vergüenza, el miedo y la falta de información. Un plantel artístico maravilloso arrancando por los intérpretes más experimentados como la inolvidable Sandrine Bonnaire (que nunca la olvidaremos por sus trabajos con Pialat y Varda), como la madre de la protagonista, tan provinciana ella, y Anne Mouglais, la femme fatale de Romanzo criminale, entre otras, en un personaje importante en la trama que mejor no desvelar.
Los protagonistas jóvenes, todos estudiantes, tan felices ellos y ellas, con ganas de bailar rock y beber coca-colas, y deseosos de echar unos cuantos polvos con el chico o la chica más guapos o guapas de la pista, alejados del drama de Anne y alejados de todos los dramas en los que pueden verse inmersos. Tenemos a Kacey Mottet Klein como Jean, un amigo fiel, pero también, con esa mentalidad tan machista y sus dos amigas del alma, como Louise Orry-Diquéro en Brigitte, la rubia que lo sabe todo del sexo y todavía no lo ha hecho, o eso dice ella, al igual que la callada Luàna Bajrami que hace de Hélène. Para el personaje protagonista, nos encontramos con la grandísima presencia y composición de Anamaria Vartolomei, que muchos recordamos por ser una de las jóvenes alumnas de Manual de la buena esposa, y en Cambio de reinas. Su Anne es un persona complejo, una joven que lleva la terrible desgracia de su embarazo en silencio, en su camino tortuoso enfrentándose a una realidad dramática para ella, donde todo se pone en su contra, donde todo se vuelve una quimera, pero demostrando su resistencia, su coraje y su valor.
El acontecimiento es una película apabullante y brutal, donde brilla su implacable honestidad, su transparencia. No quiere ser una película de buenos y malos, sino retratar un período de aquella Francia que se enorgullecía de libertad y otras cosas, pero que en realidad nada de eso se materializaba, y las jóvenes con deseos de experimentar, porque la película habla de la confrontación entre el deseo y la realidad, entre descubrir el sexo y luego, enfrentarse a un embarazo no deseado y las barreras habidas y por haber que significaba abortar y enfrentarse a la cárcel, un sin sentido y una liberación, esta vez sí, para todas las mujeres que llegó en 1975, con la ley “Loi Veil”, que despenalizaba el aborto en Francia, así que hasta entonces cuantas Anne se vieron sometidas a semejante drama en sus vidas, y cuántas se ven en la misma tesitura en tantos países que todavía son perseguidas. Cuanto camino queda por recorrer y sobre todo, cuanto camino queda para que seamos humanos de verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Víctor Matellano, director de la película “Mi adorado Monster”, en El Setenta-Nou – Tu tienda de cine en BCN, el jueves 17 de febrero de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Víctor Matellano, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Carmen Jiménez de Comunicación de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El hombre está dispuesto siempre a negar todo aquello que no comprende”
Blaise Pascal
El filósofo griego Platón ya lo mencionaba en su alegoría sobre la caverna: la humanidad ensimismada en su espacio y construyéndose una realidad que nada tiene que ver con la verdad. Una cosa parecida le ocurre a Jacques Fonzic, el nuevo inquilino del sótano de la familia Sandberg de origen judío. Todo parece ir bien. Simon Sandberg vende su sótano al susodicho, pero ahí viene la sorpresa, el tipo en cuestión es un declarado negacionista que expande su odio por las redes contra los judíos y niega rotundamente la Shoah. El décimo largometraje de Philippe Le Guay (París, Francia, 1956), nace de una experiencia real de un matrimonio de amigos del director, con un guion que firman Guilles Taurand (toda una eminencia en el cine francés que tienen en su haber películas de André Techiné, Christophe Honoré y Benoît Jacuqot, entre otros), Marc Weitzmann y el propio director, en un relato contado en clave de thriller psicológico donde la amenaza del extraño generará todo un cisma en la comunidad de vecinos y sobre todo, en el núcleo familiar de los Sandberg formado por el padre Simon, la madre Hélène y la hija de ambos, la adolescente Justine.
Como ocurría en Teorema (1968), de Pier Paolo Pasolini, la presencia del extraño llevará a los Sandberg a un terreno diferente, alterando completamente su modus vivendi, donde todo se tornará oscuro, lleno de disputas y una odisea de hasta tres abogados, todos muy diferentes entre sí, de encarar el problema de anular el contrato de venta y echar al citado Fonzic, que ha convertido el sótano en su hogar y los lugares comunes de la sociedad en su hábitat natural. El director francés huye de los golpes de efecto tan trillados en el thriller, y se centra en la relación de los personajes, y en sus diferentes actitudes tanto del extraño como de la familia y los de alrededor, en la que cada uno va adoptando sus posiciones que chocan con el otro, porque la película no solo habla de los negacionistas y cómo afecta a los descendientes de los judíos, sino de cómo se cuestiona la verdad oficial y se inventa otra, apoyada en meros argumentos insostenibles ayudados por las redes que ayudan a propagar el veneno, y además, la película también nos habla de cómo nos relacionamos con nuestro pasado, nuestros orígenes y actuamos en el presente.
La excelente cinematografía de Guillaume Deffontaines, todo un experto que hemos visto en muchas películas de Bruno Dumont, juega con la mezcla de la oscuridad del sótano, más propia del cine de terror, con los ambientes de la pequeña burguesía del entrono de los Sandberg y ese patio donde la luz tenue ayuda a crear esa atmósfera compleja en el que se desarrolla la trama. La extraordinaria música de un grande como Bruno Coulais, que muchos recordamos por la banda sonora de Los chicos del coro, amén de haber realizado más de 200 trabajos para el cine en todo tipo de registros, vuelve a trabajar con el director después de Normandía al desnudo (2018), construyendo una música que nos atrapa generando esa constante sensación de misterio, peligro y amenaza, a partir del más mínimo gesto cotidiano. Y finalmente, el gran trabajo de montaje de Monica Coleman, que tiene una filmografía con nombres tan ilustres como los de Amos Gitai y François Ozon, entre otros, en la sexta película con Le Guay, vuelve a demostrar su valía con un gran ritmo, donde ocurren muchas cosas en sus 114 minutos, generando esa relación inquietante entre los personajes.
El estupendo trabajo de los intérpretes ayuda a crear ese ambiente malsano in crescendo que se va instalando en las vidas de los Sandberg a raíz de la llegada del intruso, donde brillan François Cluzet, que repite con Le Guay después de dar vida al alcalde luchador de Normandía al desnudo, aquí en un rol totalmente diferente, porque hace de Fonzic, el negacionista, indigente y encerrado en su mundo donde lanzar mentiras al mundo. Frente a él, un formidable Jérémie Rénier, que lo veíamos como el déspota entrenador de Slalom, ahora como el causante del conflicto con Fonzic, un tipo que se niega a sí mismo y es reacio a la ayuda ajena, que se peleará con todos. Bérénice Bejo hace de Hélène, la esposa de Simon, una mujer que no es judía, pero optará por otro camino, el de entender al negacionista, y la presencia de la joven Victoria Eber como Justine, que simpatizará con el extraño, creando más problemas si cabe a los Sandberg. Amén de otros intérpretes de reparto que están francamente naturales y concisos como Jonathan Zaccai, Patric Descamps, Patrick D’assumçao, entre otros. El cineasta francés ha construido una película con un conflicto atemporal, en el que plantea como gestionamos los hechos del pasado, desde la perspectiva del que los niega y actúa como víctima amparándose en la libertad de expresión, y la gran mayoría, que debe luchar contra el negacionismo, que debe prevalecer los valores humanos y sobre todo, recordar lo que ocurrió para que los jóvenes conozcan los hechos y no se dejen llevar por charlatanes embaucadores. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA