10 años y divorciada, de Khadija Al Salami

10-anos-y-divorciadaMUÑECAS ROTAS.

Una niña de 10 años escapa de su marido y entra en una sala de justica, angustiada y temerosa, le comunica al juez que quiere divorciarse. A partir de este arranque impactante que no deja lugar a ningún tipo de dudas de las intencias de la película, la cineasta Khadija Al Salami (1966, Saná, Yemen) con una interesante trayectoria como novelista, en la que ha destacado en denunciar los abusos contra las mujeres de su país, se inicia en el mundo del cine, con un largometraje de denuncia, una obra que nos muestra la terrible odisea de una niña, Nojoom (estrellas, en lengua yemení) que es obligada por su padre a casarse con un hombre de 30 años a cambio de una renta pequeña. A través de flashbacks, con idas y venidas, vamos conociendo los orígenes de la familia de Nojoom, que viven del café en una zona rural, y todas las situaciones adversas que se originaran para que finalmente tengan que emigrar a la ciudad y comenzar una nueva vida.

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Al Salami realiza una obra sin concesiones, directa y contundente, no se anda con rodeos innecesarios, muestra unos hechos terribles y dolorosos sin caer en el sentimentalismo y la condescendencia con su personaje, huye de adornos innecesarios y argumentaciones recurrentes, envuelve su obra a través de la mirada de su desdichada criatura, un gesto brutal que se arrastra en silencio, Nojoom se siente atrapada, presa de un destino oscuro, casada con un hombre que abusa sexualmente de ella, y la maltrata física y emocionalmente si ella no lo obedece. Una vida de mujer cuando sólo es una niña, infancia robada y vilipendiada, una vida que no es la suya, un tormento continuo, un infierno vital en el que se encuentran cientos de miles de niñas en todo el mundo, como explica la abogada durante el juicio. La película yemení, una cinematografía totalmente alejada e inexistente en nuestros cines, también puede verse como un estudio antropológico serio y realista de las condiciones durísimas de vida en las zonas rurales, y las ancestrales tradiciones patriarcales de sometimiento a las mujeres por parte de la voluntad y el deseo de los hombres, como la barbaridad de casar a la mujer ultrajada por su violador, o permitir que los hombres puedan casarse tantas veces quieran y cohabitar con todas sus mujeres, leyes de hombres contra la libertad y la dignidad de las mujeres.

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La cineasta yemení, afincada en París, sigue a su joven heroína en esta terrorífica situación a la que es expuesta, una niña que le roban su vida, una niña que sólo puede imaginar casas señoriales dibujándolas con tiza en el suelo, que vende su anillo de boda para comprarse una muñeca, que le encanta jugar y reírse con su hermano, pero que no le dejan ser quién es, y es obligada a ser quién todavía no es. Una película construida desde la mirada de una niña de 10 años, desde la mirada de alguien preso en su vida, la cámara captura todos esos momentos de forma honesta, tomando la distancia prudencial, contando sin entorpecer la mirada del espectador, estando ahí, siguiendo lo que ocurre, pero sin plantear ningún discurso moralizador. Una película humanista que, saca del olvido a muchas de estas niñas, dotándolas de una visibilidad que los medios no les ofrecen. La película denuncia, como el motivador y esclarecedor discurso del juez durante el juicio, “…recogiendo las miserias de una población ignorante y tremendamente analfabeta, apelando a la conciencia humana para considerar ciertos valores que controlan las vidas, de deshacerse de la ignorancia que ciega a los culpables, que inconscientemente delinquen en nombre de las tradiciones. Y también de la religión…” , discurso que recuerda a otro, sublime y brutal, el formulado por Charles Laughton en Esta tierra es mía, de Renoir, en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, en la que el maestro cobarde, se dirigía a los presentes enarbolando la bandera de la libertad hablando sobre el valor y la dignidad humanas frente a la barbarie. Khadija Al Salami nos ofrece una película durísima, pero que no le falta poesía, a través de detalles ínfimos y muy cotidianos, pero llenos de esperanza a unas niñas que mientras tengan ganas de jugar nadie les podrá arrebatar sus vidas.

Viaje, de Paz Fábrega

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“Todo es del viento y el viento es aire siempre de viaje”

Octavio Paz

Luciana y Pedro son dos jóvenes que se conocen una noche en una fiesta, después de intercambiar torpes palabras, se besan y deciden irse juntos. Esa noche no ocurre nada, pero tras deambular por ahí, Pedro tiene que marcharse al Rincón de la Vieja, un volcán en una ciudad próxima, donde tiene que hacer su tesis. El miedo de no verse más, ya que Luciana también marcha fuera, empuja a la joven a acompañarle. La nueva película de Paz Fábrega (1979, Costa Rica) nos zambulle de lleno en un relato construido a través del momento, de vivir el instante y dejarse llevar por lo que se está viviendo, sin más, sin pensar en el mañana, y en las consecuencias que traerá. La joven cineasta se plantea en sus trabajos una mirada crítica y constructiva sobre la realidad de la juventud, una edad de instantes y momentos líquidos, como definiría Bauman, un tiempo de sensaciones, de relaciones esporádicas, de disfrutar de todo lo que la vida ofrece, sin mirar más allá, en las que la mirada de Fábrega se interesa por la soledad que conlleva y ese deambular sin rumbo a la espera de una vida diferente a la convencional, pero que no termina por llegar.

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Nos subimos a este viaje acotado que se desarrolla en apenas tres jornadas, un fin de semana, a bordo de dos jóvenes que se acaban de conocer, que apenas recuerdan sus nombres, que no saben nada el uno del otro, pero que se dejan llevar por la aventura, guiados por el viento de cara, por la atracción del instante, por ese espíritu de libertad del momento, nada más. La cámara inquieta de Fábrega captura todos esos instantes, las bellísimas imágenes del volcán y sus alrededores, consumiéndonos con ellos, filmando los cuerpos de sus criaturas con una cercanía absorbente, mezclándose con el paisaje que los rodea. Los vemos jugando entre sábanas embriagados, recorriendo las vías de un tren o siguiendo los caminos salvajes de la jungla, bañándose desnudos en unas aguas, haciendo el amor en mitad de la nada, encaramados a un árbol, suspendidos, deteniendo el instante, en un intento inútil de parar el tiempo, pero dejándose llevar por sus sentidos y lo que están sintiendo en ese momento, disfrutando de la persona que tienen al lado, de ese amor incipiente, de esa pasión devoradora, sin más tiempo y lugar, y circunstancias personales, sólo eso, como si toda su vida fuese ese instante preciso. El estupendo e interesante giro del relato añade complejidad y una mirada profunda y analítica a toda la experiencia que estamos observando.

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Fábrega ha construido una película filmada en blanco y negro, que ayuda a describir y atrapar a sus personajes de forma abstracta, como si estuviésemos dentro de un sueño, de algo irreal, de una situación que se vive en otro mundo, muy física, minimalista (sólo dos personajes, el único personaje que interactúa con ellos está filmado en fuera de campo) y corporal, en la que asistimos a una aventura terrenal y soñada de dos almas libres, que rechazan las ataduras y las convenciones del tiempo moderno, que se mofan de las vidas tan encajonadas de sus conocidos, que se dejan arrastrar por lo que sienten. Una obra de guerrilla y a contracorriente, cine hecho desde la artesanía y el amor por el trabajo humilde y sencillo, que ha pateado innumerables certámenes en busca de financiación, cine cuidado al detalle, con el trabajo de Kattia González (también coproductora de la cinta) y Fernando Bolaños, una pareja protagonista viva, espontánea, que interpretan a sus personajes de manera cercana, transparente y honesta, captando esos momentos ínfimos que enriquecen las situaciones que estamos viviendo. Fábrega también en labores de guionista, codirectora de fotografía y de montaje, ha levantado una película pequeña, que nos llega de Costa Rica, una cinematografía desconocida por estos lares, pero que es capaz de producir obras de esta grandeza, en la que nos sumerge en esa vida propia de la juventud, en el que todo vale, y disfrutar del placer de cada momento, sin importar las consecuencias, es lo único que cuenta, dejarse llevar por la vida y el placer de experimentar esa libertad.


<p><a href=”https://vimeo.com/140967121″>Tr&aacute;iler VIAJE de Paz F&aacute;brega</a> from <a href=”https://vimeo.com/user22786367″>Mosaico Filmes Distribuciones</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Entrevista a Jorge Tur Moltó

Entrevista a Jorge Tur Moltó, director de “Dime quién era Sanchicorrota”. El encuentro tuvo lugar el jueves 17 de marzo de 2016, en una aula de la Casa Convalescència, sede de la UAB de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jorge Tur Moltó, por su tiempo, generosidad y cariño, y a la recepcionista de la UAB, que tuvo el detalle de tomar la fotografía que encabeza la publicación.

Dime quién era Sanchicorrota, de Jorge Tur Moltó

dime_quien_era_sanchicorrota-863382472-largeHABITANTES DE UN LUGAR.

“- Pero, las leyendas son bonitas.

– La gente tiende a creerse lo que es mentira, lo cree con mucha más facilidad, las fábulas, eso se lo creen. Les dices la verdad, y la verdad siempre es vea, la realidad no suele tener gracia”.

Este diálogo extraído de la película, resume y da forma al espíritu que recorre este  trabajo de pesquisa histórica de Jorge Tur Moltó (1980, Alcoy, Alicante). El primer largometraje del realizador alcoyano, después de interesantes trabajos como por ejemplo,  De funció (2006), en el que se adentraba en las entrañas de la cotidianidad de una funeraria, siguió con Castillo (2009), aprovechando sus prácticas de licenciado en psicología en un psiquiátrico de Bétera, realizaba una interesante reflexión sobre el funcionamiento de estos centros y el tratamiento a los pacientes, o Si yo fuera tú, me gustaría los Cicatriz  (2010), en el que con la excusa de desenterrar a un grupo de música punk de los 80, profundizaba en los cambios sociales, económicos y culturales de una forma de vida, la de aquellos jóvenes que creyeron vivir de prisa y se toparon con la triste realidad, a través de sus fantasmas y supervivientes.

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En este trabajo, financiado por la iniciativa del Proyecto X Films surgido en el Festival Punto de Vista de Documental, se adentra en la reserva natural de las Bardenas Reales y en sus 42.000 hectáreas, para emprender una nueva búsqueda, un nuevo viaje hacia lo desconocido, en este caso, reencontrarse con la figura de Sanchicorrota, un célebre bandolero del siglo XV. Tur se asemeja a los cineastas pioneros del cine, que solitarios y provistos de su material de registro, se lanzaban a la aventura del conocimiento, a descubrir a cada paso la película que querían contar, a mezclarse con un paisaje ajeno y diferente a ellos, a experimentar y alimentarse del componente humano, eje motriz de su cine,  de unas tierras desérticas y áridas que se extienden por el sureste de la comunidad foral de Navarra. El unvierso del cineasta alicantino se cimenta en varios ejes que sustentan de manera eficaz y contundente todo su ideario cinematográfico, por un lado, tenemos su debilidad por el paisaje que filma, ya sea urbano o rural, desmitificando por completo su aparente significado, dotándolo de una mirada diferente, más cercana, y a la vez, misteriosa, luego, la importancia que le concede a la transmisión del conocimiento popular, el folclore, enmarcándolo en un toque costumbrista, cotidiano y de humor (que en algunos momentos se asemeja al cine berlanguiano), y finalmente, su forma de filmar a los personajes que va encontrando (planos americanos con la cámara estática, trípode en ristre, y a cierta distancia de ellos, que variará en esta obra en su tramo final) capturando a todos aquellos que se prestan a la cuestión planteada, hombre y paisaje en uno sólo, mezclándose, desde pastores, tanto autóctonos como extranjeros, turistas, comerciantes, curiosos, turistas, frailes, vigilantes nocturnos, y hombres de la tierra bardena, que le cuentan lo que saben, o lo que inventan.

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Tur se mueve entre los personajes que filma como un ser inquieto, ávido de sabiduría, que los escucha y habla con ellos, interviniendo de forma activa, como un espectador/personaje más, y que investiga con su cámara la construcción de las leyendas, los mitos y demás cuentos populares. Les pregunta por el célebre bandolero, le da igual que sepan o no, sólo quiere filmarlos mientras le cuentan, sea verdad o mentira, es no es importante, su intención es registrarlos, a unos hombres (la mayoría son hombres de más de 60 años por lo general), de hecho los corrige, quiere preservar esa sabiduría popular, ese misterio que encierran las fábulas que escuchamos, sus diálogos sobre el pasado, el presente y el futuro de la Bardena, todas esas historias que envuelven un lugar inhóspito, habitado por gentes de los alrededores que viven y forman parte de su entorno, que encierra muchas historias en su interior, unas ocultas, otras inventadas que chocan con la triste realidad. Tur huye del plano esperado y bonito, filma el escenario de forma abrupta, sin detenerse en su belleza, capturando todos los agentes atmosféricos (el incesante viento, el ensordecedor ruido de los aviones militares que no paran de sobrevolar el lugar, la oscuridad de la noche), recogiendo el carácter rudo y fiero del lugar, capta las actividades que se desarrollan, tanto la turística, la militar (se utiliza como base de maniobras militares para los cazas de guerra) o la profesional.

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Un montaje ajustado (con la ayuda de la cineasta Virginia García del Pino) que lima cada instante y los desarrolla de forma humana y ensayística (dejando los errores técnicos, que además de ofrecer una película muy física, recoge lo insólito y accidental de sus 21 días de rodaje y experiencia personal y profesional). El cineasta alcoyano nos sumerge en este mundo perdido, otro mundo, suspendido en el tiempo y el espacio, registrando la multiplicidad de relatos y formas narrativas que lo explican y recogen, explorando en su viaje/paisaje las huellas de un mundo en extinción, esa sabiduría popular que pasa de padres a hijos, ese conocimiento que no está escrito, que es oral, que subyace y vive en cada uno de los habitantes de la Bardena, en los misterios que encierra (como el descubrimiento de unos huesos que, destapa las miserias de los horrores de la Guerra Civil). Tur hace un ejercicio breve (63 minutos) pero muy intenso que, descubriéndonos una obra de grandísima altura cinematográfica, siguiendo la estela de otros coetáneos patrios como Elías León Siminiani, Luís Escartín, Eloy Enciso, Lois Patiño… en esa mezcla entre el documental/ensayo/viaje/paisaje que se ha convertido en una de las marcas de identidad del cine documental producido en los últimos años. Tur pertenece a esa estirpe de cineasta explorador que encuentra en el viaje una forma de narratividad cinematográfica en la que todo está por conocer, descubrir y experimentar, en la misma línea de trabajo que Herzog, Ivens o Isaki Lacuesta, por citar algunos, auténticos demiurgos de la obra viajera que indagan y se lanzan a la búsqueda de secretos perdidos, enterrados, falsos o reales, como los relatos que les cuentan los personajes que se van encontrando.


<p><a href=”https://vimeo.com/58832215″>TRAILER Dime qui&eacute;n era Sanchicorrota – Tell me about Sanchicorrota</a> from <a href=”https://vimeo.com/jorgetur”>Jorge Tur Molt&oacute;</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Entrevista a Lenna Yadav

Entrevista a Leena Yadav, directora de “La estación de las mujeres”. El encuentro tuvo lugar el jueves 21 de julio de 2016, en una terraza junto a los Cines Texas de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Leena Yadav, por su tiempo, generosidad y simpatía, a Javier Asenjo de Surtsey Films, por su paciencia, amabilidad, y a Oriol, traductor de la entrevista que, tuvo el detalle de tomar la fotografía que encabeza la publicación.

La estación de las mujeres, de Leena Yadav

ESTACION_MUJERES_CARTEL_70_100DONDE TE GUIE EL CORAZÓN.

“La vida no puede ser tan injusta. Nosotras también encontraremos nuestro trozo de felicidad”

Nos trasladamos hasta el desierto reseco de Kutch, al noroeste de la India, más concretamente en el estado Gujarat, en el pueblo ficticio de Ujhaas, un escenario muy hostil para contarnos la existencia de tres mujeres, a la que se añadirá una cuarta. Conoceremos a Rani, una viuda de 32 años, casada a los 12 y sola desde los 16, que tiene que acarrear junto a una madre inválida y un hijo, Gulab, rebelde y de mal carácter. Junto a ella, Lajjo, de 28 años, amiga y confidente, casada, pero no puede tener hijos, por ese motivo recibe maltratos físicos, la tercera en discordia es Bijli, de 35 años, bailarina y prostituta, que parece que sus años de esplendor en el escenario y reclamo a los clientes, están llegando a su fin. Se les añade Janaki, de 15 años, nuera de Rani, que deja novio y sueños, por un matrimonio forzoso, con el que Rani pretende apaciguar los ánimos de Gulab, pero sin conseguirlo. Tres mujeres que viven en una zona rural rígida y patriarcal que gobiernan un grupo de hombres religiosos dominante que controla la vida de las mujeres, obligándolas a tener una existencia triste y sumisa.

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La directora Leena Yadav (1971, Mhow, India) después de dos trabajos interesantes, pero enmarcados en obras de género, en los que se manejaba en terrenos más propios del drama musical y el thriller, se enfrenta ahora a un trabajo muy personal, a una historia nacida desde las entrañas, construyendo un relato de mujeres, feminista, de denuncia, que reivindica la falta de libertad de unas mujeres sometidas al yugo machista que se rige por tradiciones ancestrales. Yadav edifica una película a través de la mirada de estas mujeres, explrando cada uno sus dramas interiores, todas arrastran deseos incumplidos, carencias emocionales, y sobre todo, la condena a una existencia vacía y oscura, batallando con unos conflictos que son tratados con mostrados con inteligencia por Yadav, la trama mezcla con sabiduría los momentos trágicos, con otros instantes, en los que el humor y la sensibilidad inundan la pantalla, y ese aire romántico de las aventuras del desierto, desde una distancia eficaz que muestra los hechos sin juzgarlos, sin caer en estereotipos ni sentimentalismos, en el que porfundiza en temas como la sexualidad, la homosexualidad, el trabajo femenino, lo merno y diferente, todos estos temas se cuentan de forma sencilla y honesta, la cámara sigue a estas mujeres de manera reposada que, buscan lo que buscamos todos los seres humanos, amar y ser amados, y ser ellas mismas, sin condiciones ni obstáculos, con la dificil tarea de primero encontrarse a ellas mismas, sus necesidades y sueños, y luego, materializarlos, pese a quien pese, y derribando todos los muros que encuentren en su camino.

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Un cuarteto de actrices llenas de entusiasmo y humanidad, nos seducen con sus ansias de libertad y ser ellas mismas, vencer sus miedos y enfrentarse a una sociedad hostil, pero que yendo juntas de la mano, y con ilusión, se les abren un gran abanico de posibilidades, juntas podrán afrontar un futuro duro pero diferente. Un desconocido que llama al móvil y lográ sacar una sonrisa a Rani, la posibilidad de un amante en medio de la noche que descubra una verdad oculta, la inquietud por una vida diferente alejada de la noche junto a un hombre que enamora con las palabras, o volver con el amor que nos hace sentir y nos convierte en la persona que queremos, sueños que empujan a estas tres mujeres a una vida mejor y llena de la vida que les falta. La realizadora india nos somete a las duras condiciones del escenario que acoge la película, un desierto perdido y sin oportunidades, en el que la huida hacía la ciudad parece la única posibilidad de salir de ese ambiente cerrado y patriarcal, que anula a las mujeres y las silencia. Yadav nos ofrece una historia durísima, pero sensible, terrorífica, pero llena de optimismo, una obra sobre la vida y el respeto hacía uno mismo, en la que nos acerca una realidad miserable, la que sufren muchísimas mujeres, no sólo en la India, sino en muchos lugares del mundo, en la que nos describe una existencia brutal, pero que puede ser reversible, aunque es un enorme esfuerzo y trabajo que requiere mucha valentía, cooperación y ayuda a uno mismo, y a los demás.

Black, de Adil El Arbi y Bilall Fallah

175-cartel-black-okAMOR ENTRE FIERAS.

Mavela tiene 15 años y de raza africana, se siente sola y perdida, rehuye cualquier relación con su madre, y solo encuentra refugio y camaradería en los “Black Bronx”, una banda juvenil de centroafricanos que se dedica al robo y al tráfico de drogas. Un día, por casualidad o no, se encuentra en comisaría con Marwan, marroquí, de su misma edad, y perteneciente al grupo rival, los “1080”. Al poco, se citan y se enamoran. Es un amor sincero, y de verdad, adolescente y libre, pero debido a las circunstancias, deben ocultarlo y mantenerlo en secreto. El segundo trabajo de los realizadores Abil El Arbi y Bilall Fallah, después de la interesante Image (2014), en la que relataban como una periodista se introducía en el complejo mundo de la delincuencia a través de un joven marroquí, sigue en la misma línea, vuelven a situarnos en Bruselas, en la cara oculta y silenciada por los medios, en ese mundo de hijos de inmigrantes, que no pertenecen a ningún lugar, que se mueven en lo ilegal y lo transgreden, carnes de cañón con un no futuro.

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La acción arranca con una joven en medio del caos, necesitada de cariño y comprensión, que con la necesidad de huir de su madre, debido a sus carencias emocionales, acaba en el peor de los lugares, en las fauces de un dragón voraz y terrorífico. En frente, encuentra un leve respiro en Marwan y en los sentimientos que nacen entre los dos. El tono de los realizadores belgas, pero con raíces árabes, es muy seco, su violencia es física y brutal, no hay respiro, todo se desarrolla a través de la acción, una acción vertiginosa y que no deja lugar a ningún tipo de tregua. Todo sucede a un ritmo vertiginoso. La cámara filma de forma realista y transparente a estos jóvenes condenados, unas almas rotas y agazapadas, que se sienten extranjeros en el lugar donde han nacido, que encuentran en la delincuencia su forma de vida, en la que pueden adquirir todo aquello que desean sin necesidad de ninún tipo de esfuerzo y trabajo. Y en medio de toda esta suciedad y terror, algo de humanidad, la historia de amor de Mavela y Marwan, unos actualizados Romeo y Julieta, entre la disputa de sus respectivas familias los Capuleto y los Montesco, aquí, convertidos en bandas rivales a muerte, como ocurría en el inolvidable musical West Side Story, la eterna lucha fraticida entre unos y otros, todos ellos marcados y sin salida, que podría resumirse en el instante que escuchamos el tema “Back to black”, de la desaparecida Amy Winehouse, aquí versionado en forma de balada triste. Alegres pero en el fondo tristes.

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La película está bien construida, muestra un lado oscuro muy alejado de la Europa bienpensante y superficial, la realidad de esos niños en la frontera, niños perdidos en su propio país, que ni se sienten de el ni pertanecen a el, que viven en esos barrios pobres, sin recursos, con indices brutales de desempleo, y olvidados de todos, que encuentran en la amistad y en el compañerismo de apariencias una forma de vida, no trabajan, pero robando consiguen lo que quieren, no hay futuro, sólo viven y disfrutan del presente, un presente lleno de violencia, muerte, sexo y consumo rápido, todo va Deprisa, deprisa como contaba la excelente película de Saura. Quizás la cinta adolece de profundidad en su discurso, más interesada en una forma exquisita y descarnada, a partes iguales Bella y triste, romántica y llena de odio y venganza. Juega a su favor ese aroma naturalista y sangrante que recorrían las calles deshumanizadas de Kids, de Larry Clark o la marginalidad y negritud de El odio, de Matthieu Kassovitz. El trabajo interpretativo, tanto de la maravillosa pareja protagonista compuesta por Martha Canga Antonio y Aboubakr Bensaihi, amén del resto del reparto, ayuda a obtener la veracidad y frescura que se respira en la película. Es una historia conocida, pero no le quita méritos a la valentía y la propuesta de los directores en sumergirnos en este cruel descenso a los infiernos, en un relato que ocurre en todas las ciudades de esta Europa vendida como unida y próspera, pero en realidad, muy clasista, porque esa prosperidad solo levanta y mantiene a unos pocos privilegiados.

 

El profesor de violín, de Sérgio Machado

epdv_cartel_online_af_8794ESPERANZA EN LA MISERIA.

La cinematografía brasileña nos llega a nuestras pantallas de forma limitada e inconstante, parece que el verano es la estación elegida por los distribuidores para acercarnos este cine. Tenemos varios ejemplos como Estación Central de Brasil, Ciudad de Dios, Carandiru, Tropa de élite, y los más recientes El lobo detrás de la puerta o Una segunda mujer, entre otros, cine de indiscutible calidad y un fuerte compromiso con su realidad social, económica y cultural de un vasto país sacudido por los cambios políticos de la última década. Siguiendo esta misma estela, nos llega la última película de Sérgio Machado (1968, Salvador de Bahía, Brasil) cineasta curtido en obras como la citada Estación Central de Brasil, en la que hacía labores de ayudante de dirección, o en Madame Satá, en la que aparecía como coguionista. El cine de Machado se instala en lo social, penetrando en esos mundos invisibles y alejados para la inmensa mayoría, en los que se mueven seres desahuciados y a la deriva que sueñan con salir de las situaciones miserables en las que se encuentran, dotados de una humanidad sincera y honesta.

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Ahora, se ha centrado en la historia real del maestro brasileño Silvio Baccarelli, que inspira a su vez la obra “Arcade Brasil”, de Antonio Ermírio de Moraes, centrándose en el drama de Laerte, un violinista de gran talento que se encuentra en plena crisis emocional, es incapaz de extraer una nota de su instrumento, motivo por el que no logra pasar la audición para convertirse en el solista de la orquesta sinfónica de Sâo Paulo, escenario donde se desarrolla la película, en los años 90, incrementado a sus problemas económicos, no tiene más salida que aceptar un trabajo como profesor de música en el Heliópolis, una de las favelas más deprimentes y peligrosas de la ciudad. En ese lugar, perdido y sin futuro, Laerte encuentra los síntomas necesarios para salir de su situación, rodeado de adolescentes en situaciones durísimas de vida: malos tratos, tanto psicológicos como físicos, delincuencia, pobreza y en graves situaciones de vida. Machado huye del sentimentalismo y la condescendencia, su relato se enmarca en un retrato social de gran altura, más cercano a obras como Diario de un maestro o  La clase, películas de excelente factura que se sumergían en el trabajo docente a través de una mirada valiente, honesta y didáctica, cine necesario y humanista, que atrapa desde la sencillez de una historia cercana y emotiva, que explica un terrible drama, pero sin caer en ese dramatismo exacerbado que suele aparecer en muchas producciones que tratan los mimos temas.

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La película se favorece de la impresionante composición de Lázaro Ramos, que ya había estado en Cidade baixa, uno de los grandes éxitos de Machado, y la participación de los niños que forman la orquesta de Heliópolis. Machado nos habla desde el alma, en la que explora situaciones difíciles y terroríficas, pero desde un lado optimista y mirando al futuro de forma positiva, a pesar de los temas tan terroríficos que jalonan su película, niños en riesgo de exclusión social, atrapados por la delincuencia y la muerte, desgraciadamente caldo de cultivo cotidiano en estos lugares. Machado no solamente ha realizado una obra contundente y llena de energía, seduciéndonos con sus momentos íntimos, en los que nos sumerge en una película sobre la educación, la necesidad de encontrar un espacio de libertad y humanista, a través de la música (que actúa como instrumento de grandísimo valor, tanto educativo como espacio artístico de esa libertad individual y colectiva de la que carecen, de la capacidad de supervivencia de los seres humanos en entornos hostiles, y en ser ellos mismos, y en el trabajo cooperativista, el compañerismo y la enorme actitud frente a los avatares que nos azota la vida.

Regreso a casa, de Zhang Yimou

489857LAS HERIDAS DE LA TIRANÍA.

La cinematografía de Zhang Yimou (1951, Xi’an, China) se dio a conocer internacionalmente en 1988, en el Festival de Berlín, con la película Sorgo rojo, que obtuvo el Oso de Oro. Protagonizada por Gong Li, nos relataba la durísima experiencia de una joven obligada a casarse con un terrateniente en la China rural de los años treinta. La fructífera relación entre ambos dio 5 títulos más: Ju dou (1990), La linterna roja (1991), Qui Ju, una mujer china (1992), ¡Vivir! (1994) y La joya de Shangai (1995), obras de extraordinaria belleza poética, que se caracterizan por desarrollar historias dramáticas, protagonizada por una mujer fuerte y valiente, que se ve inmersa en situaciones hostiles y muy adversas, teniendo todas ellas un marcado carácter político que crítica con dureza al estado opresor. En 1997, el cine de Yimou, rota su colaboración con Gong Li, empieza otra etapa, marcada por Keep Cool, que se centraba en los cambios sociales y económicos de la China contemporánea, le seguirán tres obras (Ni uno menos, El camino a casa y Happy times) protagonizadas por jóvenes adolescentes en las que vuelve a tocar temas ya expuestos en obras anteriores: las complejas relaciones entre los individuos y las dificultades tanto en entornos rurales como urbanos. En el 2002 con Hero, empieza su etapa menos interesante a nivel cinematográfico que, abarcará hasta el 2009, no obstante, todas ellas siguen disfrutando de la extraordinaria capacidad visual de Yimou y su sabiduría en plasmar relatos románticos con fuerza y energía, aunque sus guiones son menos punzantes y más condescendientes, con películas del género “Wu Xia”, de espadachines y caballeros errantes, muy populares en países asiáticos.

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En 2010 con Amor bajo el espino blanco, el cine de Yimou entra en otro campo, en un intento de recuperar el honor perdido, el cine que le hizo ganarse un espacio en el panorama de la cinematografía internacional, que se materializará con la obra Regreso a casa, décimo octavo título en la carrera de Yimou, que además de recuperar a su actriz fetiche, Gong Li (no obstante ya habían trabajado juntos en La maldición de la flor dorada de 2006, pero en un rol y contextos diferentes) en el personaje de una mujer fuerte (como los que protagonizará antaño) que tiene que tirar hacia adelante acarreando con la detención de su marido en plena Revolución Cultural (1966-1976) y criar a su hija, una excelente bailarina que opta a protagonizar una obra que ensalza las virtudes del líder Mao Zedong. Basada en la novela de Yan Geling (adaptada por realizadores chinos de prestigio como Joan Chen y Chen Kaige, y por el propio Yimou en Las flores de la guerra) y contando con el guionista Zou Jinzhi (que ya había colaborado con Yimou en La búsqueda, en la que un hombre emprende un largo viaje para estar cerca de su hijo gravemente enfermo del que lleva años sin saber nada) se adentra en los años de la tiranía de Mao Zedong, en el que todo aquel que se posicionaba en contra de su régimen inhumano era encarcelado y torturado. Yimou nos introduce en un ambiente íntimo a través de la sutileza de las miradas y gestos de sus personajes, que tienen que lidiar con un ambiente muy hostil, en un escenario de apariencias y mentiras, en el que hay que esconderse por miedo a ser delatado por algún camarada político, en unos años de purgas, desaparecidos y sangre.

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El cineasta chino logra recuperar la magia de su cine de antaño, dotando a sus personajes de una complejidad humana, a través de una sencillez conmovedora, además de lograr con enorme talento y sabiduría fundir la cotidianidad de sus criaturas que sobreviven en un contexto histórico terribles, explorando un pasado oscuro de la historia reciente de su país. A pesar de las penurias en las que viven sus personajes, Yimou logra en apenas un par de espacios y alguna que otra localización accidental, componer una obra de gran belleza, consiguiendo envolvernos en esa madeja tanto histórica como cotidiana en la que se mueven el padre, un opositor que debido a su lucha acaba escondiéndose y detenido en campos de trabajo, una mujer, que debido a las largas ausencias y la angustia sufrida acaba perdiendo la cabeza y sufriendo una enfermedad amnésica, y por último, la hija, la joven que olvida sus raíces y delata a su progenitor por miedo a perder la interpretación de su vida, y luego deberá asimilar su pasado familiar y reconciliarse con los suyos.

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Yimou ha vuelto, regresa a su cine, con esa gran dama del cine que es Gong Li, de extraordinaria belleza interpretativa, dotando de sensibilidad a un personaje que ha olvidado, no recuerda, su marido a través de cartas, fotografías y canciones intentará lo imposible,  con este drama de grandísima altura, filmado con sencillez y honestidad, que nos introduce en un tiempo de sombras, terrorífico, en que el estado eliminaba a todo aquel que pensaba diferente. Una obra sobre la voluntad humana, sobre la infinita paciencia, y capacidad inventiva de los seres humanos, y el trabajo emocional diario para reconstruir a alguien a recordar y ser quién era, una película sobre la identidad, la capacidad de los seres humanos por seguir hacia adelante, a pesar de los horrores que hayan sufrido o les haya tocado vivir. Una película excelente, que nos habla sobre la importancia de la memoria tanto histórica de un país como la personal, de cuidar lo que somos, de dónde venimos, y hacía adónde vamos, de reconstruirnos constantemente, y sobre todo, nunca perder la fe en nosotros mismos, independientemente de las situaciones adversas que tengamos que soportar. Yimou se destapa con una historia de extraordinaria humanidad que, encierra entre sus cimientos una de las historias de amor más bonitas y sensibles del cine de los últimos tiempos, a la altura de aquella que padecieron Lara y el Dr. Zhivago en medio del caos, la desesperanza y el terror, en el relato de Yimou, Lu Yanshi y su esposa, Feng Wanyu, deberán volver hacia atrás para seguir en pie y adelante, recuperar lo olvidado para volver a sentirse personas y seguir creyendo en ellos y en el amor que sienten.

La memoria del agua, de Matías Bize

LMDA-Cartel-y-Guia-DEF-001-724x1024ENFRENTARSE AL DUELO.

“Ya lo perdimos a él, no lo perdamos nosotros”

Amanda y Javier son una joven pareja que acaba de perder a su hijo Pedro de cuatro años. Amanda decide irse y empezar una nueva vida. Este es el arranque del nuevo viaje emocional de Matías Bize (1979, Santiago de Chile), cineasta que construye sus historias a partir de un suceso sentimental que sacude a dos personas, en un período de tiempo acotado, y en un ambiente cerrado y hostil. Debutó allá por el 2003 con Sábado, en el que una novia a punto de casarse descubre que su prometido tiene una amante y se lanzaba a las calles en su búsqueda, su siguiente película En la cama, rodada dos años después, que le valió la Espiga de Oro de la Seminci, nos sumergía en el encuentro fortuito de dos jóvenes y su noche de sexo y conversaciones en la habitación de un hotel, le siguió  Lo bueno de llorar (2007) filmada en Barcelona, en la que se adentraba en la última noche de una pareja que acababa de romper, y La vida de los peces (2010), en el que un joven exiliado volvía a Santiago y se reencontraba con un antiguo amor.

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En La memoria del agua, nos vuelve a introducirnos en una historia de fuerte carga emocional, situándonos en la forma que tiene una joven pareja de enamorados de afrontar el duelo, después de la pérdida de su hijo. Bize sigue a la par a sus criaturas, dos maneras muy diferentes de llevar el duelo, una, Amanda, llora desconsoladamente, el dolor la mata, no puede soportar vivir en el ambiente que ha compartido con su hijo ausente, y decide irse, en otro lugar, con otra persona, y empezar una nueva vida, por el contrario, Javier, es incapaz de llorar, todo lo experimenta por dentro, ese dolor seco, que ahoga y mata lentamente. El director chileno filma esos cuerpos desgarrados y sin alma, de forma naturalista, encerrándolos en planos cortos y muy cercanos, asistimos a su dolor, a su llanto, y cómo se desenvuelven en otro ambiente, sin despegarse de aquello que nos produce dolor, pero no podemos ver, sólo sentir, que nos obliga a desplazarnos y hacer nuestras cosas casi por inercia, sin pasión, sólo porque hay que hacerlas. Bize ha construido su película más oscura, dolorosa y desgarradora, aquí el amor que sienten Amanda y Javier es muy fuerte y profundo, pero debido a las circunstancias se torna frágil y va desapareciendo lentamente debido a ese dolor inmenso que sienten de formas muy intensas y diferentes. Ella lo saca al exterior, en cambio, Javier lo lleva por dentro.

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Una película de fuertes sentimientos, en el que las contradicciones e inseguridades afloran, de esos que desgarran el alma, en el que los personajes se mantienen a flote a duras penas, sin ganas de nada, atormentándose por los malditos recuerdos, de otros tiempos felices, que les devuelven inútilmente una vida que ya no está, una ausencia terrible, agotadora, que no deja respirar, ni vivir, y quita las ilusiones de seguir hacía delante, sin ganas de nada. Un relato minimalista, de planos angustiosos y terribles. Bize nos sumerge a tumba abierta en este abismo del dolor, esa batalla diaria y constante del duelo, de seguir aunque no se quiera seguir, de hacer aunque no se haga nada, con la complicidad de unos intérpretes brutales que se han lazado con su director a desentrañar las  oscuras profundidades del alma, con la presencia sublime de la maravillosa Elena Anaya (que protagonizó Habitación en Roma, de Medem, que curiosamente estaba basada en la película En la cama de Bize), en uno de sus registros más brutales y sinceros que se le recuerdan, en el otro rincón, en este combate emocional, encontramos a Benjamín Vicuña, que no le pierde la cara a un personaje introvertido, que le cuesta manifestar el dolor que siente y todo se lo guarda hacía dentro. Bize logra hacernos sentir participes de un viaje emocional desgarrador, filmado con honestidad y sensibilidad, capturando todos esos momentos invisibles, que no se ven pero están ahí, en los que alguien que ha sufrido una pérdida irreparable tiene que batallar contra sí mismo y con las personas que tiene a su alrededor.