Ellas hablan, de Sarah Polley

UN DÍA, UNA NOCHE. 

“Las mujeres del pajar me han enseñado que la consciencia es resistencia, que la fe es acción, que se nos acaba el tiempo. Pero ¿puede ser también la fe volver, permanecer, servir?”.

De la novela “Ellas hablan”, de Miriam Toews.

Conocimos el inmenso talento como actriz de Sarah Polley (Toronto, Canadá, 1979), antes que cumpliese los veinte años en la fabulosa El dulce porvenir (1997), luego la vimos a las órdenes de grandes cineastas como Cronenberg, Winterbottom, Bigelow, Wenders, aunque será de la mano de Isabel Coixet en Mi vida sin mí (2003), donde veremos su inmenso potencial en uno de esos personajes más grande que la vida. Dos años después, el tándem volvería a repetir en La vida secreta de las palabras. Al año siguiente, en el 2006 debuta como directora con Lejos de ella, un intenso drama sobre el amor y el alzheimer, basada en un libro de Alice Munro, que protagonizó Julie Christie, con la que había coincidido en la segunda película con Coixet. Cinco años después dirige Take This Waltz, un drama romántico protagonizado por Michelle Williams. Un año después, se pone a rescatar la figura de su madre fallecida a través de sus familiares y amigos en el imperdible Stories We Tell

Ahora, nos llega un intenso y asfixiante drama protagonizado por un grupo de mujeres menonitas a partir de la novela homónima de Miriam Toews, que participó como actriz en Luz silenciosa (2007), de Carlos Reygadas, ambientada en este grupo religioso patriarcal, machista y pacifista. Una película con una exquisita y cercana producción detrás auspiciada por dos grandes nombres del cine más independiente como son Dede Gardner y Jeremy Keliner, y también Brad Pitt, que tienen en su haber nombres de gran interés como Andrew Dominik, Terrence Malick, protagonizadas por el mencionado Brad Pitt, y otras dirigidas por James Gray y Barry Jenkins, entre otros. La directora canadiense huye de la fisicidad y el movimiento para encerrarnos en un pajar alrededor de siete mujeres. Mujeres que se han reunido en ese lugar para debatir qué hacer con sus vidas, ahora que los hombres quedarán libres después de las denuncias por años de abusos, explotación y violencia hacia ellas. Un grupo de mujeres menonitas sin derechos, sin educación y sin vida, a merced de la voluntad del macho, tienen un día y una noche para ver qué deciden: seguir en el pueblo y luchar, o en cambio, marcharse. 

Polley opta por una delicada e intensa pieza de cámara Brechtiana, en el que asistimos a un combate feroz de la dialéctica y el verbo, donde unas y otras exponen sus razones, sus miedos, sus tristezas, sus desilusiones y sobre todo, su incertidumbre y su miedo. La cineasta de Toronto vuelve a acompañarse de luc Montpellier en la cinematografía, como hiciera en sus dos primeros trabajos como directora, en el que optan por una luz naturalista y llena de contrastes, una luz que va evidenciando los diferentes y complejos estados de ánimo por los que transitan estas mujeres acorraladas y llenas de rabia y furia, unas más que otras. Una luz que se ve potenciada por la grandísima música de Hildur Sudnadóttir, de la que ya habíamos escuchado trabajos memorables como los de Joker (2019), de Todd Phillips, y la más reciente Tár, de Todd Field. Una música afilada donde suena una composición elegante y lijada que recorre con intensidad y suavidad todo lo que vamos viendo, sumergiéndonos en ese estado de espera y miedo en el que están unas mujeres que ya han dicho basta y no van a seguir reprimidas e invisibilizadas. El tándem de montadores que forman Christopher Donaldson, del que destacan sus trabajos en series tan importantes como American Gods y El cuento de la criada, y Crimes of the Future, la última del citado Cronenberg, y la editora Roslyn Kalloo, con experiencia en el medio televisivo. 

Todo el impecable trabajo técnico quedaría muy ensombrecido, si una película de estas características, donde se opta por la intimidad y la sensibilidad, a la hora de afrontar un relato sobre abusos y horror en el seno de una comunidad profundamente religiosa y pacifista. Un reparto que brilla con fuerza y sensibilidad, acercándonos a todas las posiciones enfrentadas entre ellas, un ejercicio verbal que daña, que interpela y que también, es muy violento en ocasiones. Un grupo de actrices que dejan de ser actrices para ser mujeres menonitas, todas muy diferentes entre ellas pero haciendo frente común porque todas sufren los innumerables abusos y horrores. Un grupo encabezado por Rooney Mara, tan cercana, tan transparente, con esa voz que da volumen a las palabras, un actriz portentosa que lo dice todo sin mover los labios, Claire Foy, que deja la serie The Crown, para meterse en una mujer fuerte, de carácter, la guerrera del grupo, la que no se deja amilanar por ningún hombre violento, Jessie Buckley, que siempre está excelente y sigue a un gran ritmo de grandes interpretaciones después de La hija oscura y Men, las veteranas Judith Ivey y Sheila McCarthy, y las otras más de reparto pero igual de importantes como Michelle McLeod, Kira Guloien, Liv McNeil, Kate Hallet, Shayla Brown, y está también Frances McDormand, que es otra productora de la película, pocas palabras hay que añadir para una actriz que es todo un portento de la mirada y el gesto, como demuestra el par de ratos que aparece en la película, solo su presencia llena cualquier personaje. Y no olvidemos, el único hombre de la función, un Ben Whishaw, el maestro del lugar, un tipo sensible, terriblemente eterno enamorado de Ona, el personaje de Rooney Mara, un hombre que es el anti hombre rudo, violento y machista menonita, que ayuda a escribir el acta de todo lo que allí se dice, se discute y sobre todo, se acuerda. 

Ellas hablan no es una película al uso, digamos convencional, en el que todo tiene un conflicto y una resolución y todo está para molestar poquito. Aquí las cosas van por otro lado, porque aunque Polley opta por una estructura aristotélica, la convencionalidad se acaba ahí, porque lo que se plantea es sumamente actual y muy complejo, porque estas mujeres menonitas, que tendrían su más clara referencia en Siete mujeres (1966), la película con la que se despidió del cine uno de los grandes como John Ford, han dicho basta, se han cansado de tanto humillación y violencia, y eso las sitúa en una película que habla tanto de la historia de todas las mujeres, de las humilladas y pisoteadas, pero también, de todas aquellas que dijeron basta, que se levantaron, que se enfrentaron a sus agresores, que no se callaron, y sobre todo, que decidieron por ellas mismas, porque hubo un día que todo cambia, y ese día y esa noche, ya nada volverá a ser igual, porque después de ese día y esa noche, las mujeres menonitas han dejado de estar calladas y han hablado de lo que sienten, han hablado de todo lo que les duele, y sobre todo, han hablado y han decidido por ellas mismas, y ese gesto, que nunca habían hecho, las convierte en otras personas, en mujeres que ya no miran atrás y se lamen las heridas, en mujeres que viven por ellas mismas, en compañía y nunca más solas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

No mires a los ojos, de Félix Viscarret

DAMIÁN Y LUCÍA SE MIRAN SUS SOLEDADES.

“Todas las historias de amor son historias de fantasmas”.

David Foster Wallace

Dos novelas de Juan José Millás (Valencia, 1946), han sido llevadas al cine: Extraños (1999), de Imanol Uribe, en la que seguíamos los pasos del detective Goyo Lamarca, sus recurrentes sueños y la investigación sobre Sofía, y La soledad era esto (2002), de Sergio Renán, en la que conocíamos la terrible soledad de Elena. Ahora, nos llega la tercera, “Desde la sombra”, llevada a la gran pantalla con el nombre de No mires a los ojos, en la que conocemos la no existencia de Damián, alguien solitario y complejo, como los singulares y nada convencionales protagonistas de Millás que, por circunstancias de la vida acaba en el interior de un viejo armario de dos puertas que, a su vez, termina en la pared de una casa en la que viven un matrimonio aparentemente feliz, Lucía y Fede, que tienen una hija adolescente, María. Aunque Damián tiene la oportunidad de marcharse, hay algo que le impide hacerlo y se queda en la casa y más concretamente en el interior de ese armario, observando la vida de esa familia, y en concreto, la vida de Lucía, una mujer que le atrae y sobre todo, le interesa descubrir su soledad y su vacío.

Del director Félix Viscarret (Pamplona, 1975), vimos su sensacional opera prima, Bajo las estrellas (2007), producida por Fernando Trueba, siguiendo la vida de Benito Lacunza, un trompetista sin rumbo que acaba en la vida de su hermano pequeño y la mujer de este, y la hija de ambos, en Vientos de la Habana (2016), la vida del inspector de policía Conde se veía alterada por un difícil caso y una mujer de la que se siente atraído. Amén de sus trabajos en las series Marco (2011), y Patria (2020), y el documental  Saura (s) (2017), que le dedicó al cineasta Carlos Saura. Una filmografía que tiene en común un elemento importante, porque todas son adaptaciones de novelas: dos de Fernando Aramburu, una de Leonardo Padura, otra de Edmondo de Amicis, y la de Millás que nos ocupa. De las tres películas tienen el nexo común que hablan de tres seres muy particulares, tres almas perdidas, tres individuos sin rumbo, con vidas vacías y llenas de infelicidad y soledad, que intentan agarrarse a algo que les da algo de vida o simplemente una excusa para no desaparecer.

El universo de Millás siempre juega con el absurdo de la cotidianidad, y sobre todo, lo surrealista introducido en los quehaceres diarios, con esa pausa para fijarse en los objetos y espacios e indagar en sus historias y personas relacionadas, siempre dándole la vuelta a las cosas y situaciones, rebuscando en la psique y alma humanas. Una literatura que lo entronca directamente con los maestros Borges y Bioy Casares, donde cada situación que sucede tiene un trasfondo psíquico, en que los personajes no hacen, actúan en pos de algo más profundo y enigmático, donde no hay que desvelar ningún secreto, sino profundizar en comportamientos en apariencia extraños, pero que ocultan otros miedos e inseguridades que se revelaran ante nosotros. En No mires a los ojos todo arranca de forma absurdísima, pero cuando el entuerto parece acabar, empieza de otra manera, porque a Damián cuando tiene la oportunidad de salir de esa casa, se queda, como les sucedía a los protagonistas de El ángel exterminador (1962), de Buñuel, y comienza a actuar como el protagonista de Hierro 3 (2004), de Kim Ki-duk, con el que Damián guarda muchas similitudes.

Damián se sumergirá en la vida de Lucía, que hay detrás de esa vida tan insulsa y vacía, donde se esconden sus fantasmas, y la vida de Damián solo tendrá sentido espiando y descubriendo más interioridades de Lucía. La trama escrita por David Muñoz, que tiene en su haber películas con Guillermo del Toro y Manuel Carballo, y series como La fuga, La embajada, y La valla, y el propio director, se mueve entre el drama íntimo, el thriller cotidiano, donde vemos un aroma a La ventana indiscreta (1954), de Hitchcock, con esa acción de Damián sobre algunos sucesos del que es testigo, y el relato romántico, pero no con ese pasteleo que nos tiene tan acostumbrado el cine comercial, sino aquel que se siente y se vive de forma muy alejado a lo convencional, donde lo físico no está, y si una forma de emocionalidad más profunda e intensa. Porque Damián no solo mira la vida de esta familia, sino y como hemos mencionado, actúa sobre ella, de forma física y emocional, viéndola y sobre todo, descubriéndola, viendo lo que queda detrás de las puertas y los armarios, lo que se cuece en el interior de esa casa, que podría ser otra cualquiera.

Viscarret se arropa de un equipo conocido de sus anteriores trabajos como el músico Mikel Salas, que le da ese toque de misterio y cotidianidad, generando esos misterios e incertidumbres por los que se mueve el guion, el cinematógrafo Álvaro Gutiérrez, que lo acompaña desde los cortometrajes, creando esa luz apagada de la casa, entre los claroscuros que van también a unos personajes con muchas caras y pieles, y la montadora Victoria Lammers, que condensa con precisión los ciento siete minutos de metraje, construyendo con acierto esa trama que va deambulando por diferentes texturas y géneros. Como suele ocurrir en los largometrajes de Viscarret, el reparto está bien escogido y dirigido con pulcritud, donde vemos una naturalidad absorbente e íntima, como la energía del enorme Alberto San Juan, Emma Suárez, Julián Villagrán y el descubrimiento de Violeta Rodríguez en Bajo las estrellas, la pareja sensual entre Jorge Perugorría y Juana Acosta de Vientos de la Habana, añadimos la especial, cercanísima y fabulosa pareja entre Paco León, al que da vida a Damián, en un personaje muy alejado de los cómicos que nos tiene acostumbrados, y una maravillosa Leonor Watling como Lucía, que solo con mirar ya nos derrite el alma, metida en una mujer demasiado sola, aislada, y llena de melancolía y tristeza.

Les acompañan un Álex Brendemühl, siempre en su sitio, como el marido que está y no está, que como los demás personajes oculta muchas cosas que irá desvelando la pericia y el voyeurismo de Damián, como el caso de María Romanillos como la hija del matrimonio, y su secreto, en el que también intervendrá la mano de ese ser invisible, extraño para el espectador y fantasmal para los habitantes de la casa, y ese personaje de fuera como Susana Abaitua en un rol interesante, y Juan Diego Botto como un presentador de uno de esos programas para mofarse de las miserias del personal. Viscarret ha conseguido una estupenda adaptación al cine del íntimo y surrealista universo del genial fabulador que es Millás, donde dentro de esa normalidad tan feliz, siempre se esconden las más tristes y soledades existencias, que solos se ven si te mueves sigilosamente e invisible para los demás. El cineasta navarro ha construido una película que va creciendo a medida que avanza, llena de misterio e incertidumbre, que nos habla mucho de nuestro tiempo y nuestras vidas tan solas, tan vacías y tan llenas de nada. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Laura Mañá

Entrevista a Laura Mañá, directora de la película “Un novio para mi mujer”, en Arcadia Motion Pictures en Barcelona, el martes 19 de julio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Mañá, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño,  y a Katia Casariego de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un novio para mi mujer, de Laura Mañá

QUERERSE O MORIR.

“Querer ser alguien más es malgastar la persona que eres”

Marilyn Monroe

La carrera de Laura Mañá (Barcelona, 1968), como actriz ha tenido a directores tan importantes como Antonio Chavarrías, Bigas Luna, Vicente Aranda, entre otros, hasta que en el año 2000 debutó como directora en el largometraje con la interesantísima Sexo por compasión, a la que siguieron otras tan valiosas como Palabras encadenadas, Morir en San Hilario, Ni Dios, ni patrón, ni marido y La vida empieza hoy. Relatos personales y agridulces sobre personas maduras en las que se profundiza en la muerte y el sexo, con grandes dosis de realismo mágico y esperpento. Un total de diez títulos a los que hay que añadir tres trabajos para televisión en los que aborda las figuras históricas de Clara Campoamor, Concepción Arenal y Federica Montseny, entre medias había rodado Te quiero, imbécil (2020), suerte de comedia actual sobre los devaneos sentimentales con mujeres fuertes y hombres débiles emocionalmente, con la que está muy emparentada Un novio para mi mujer, remake de la homónima argentina de 2008 dirigida por Juan Taratuto, con guion de Pablo Solarz.

La directora barcelonesa escribe junto a Pol Cortecans (del que hemos visto sus guiones para series como Cites, Sé quién eres y Benvinguts a la familia entre otras. Una historia que nos sitúa en la piel de Diego, un tipo que no aguanta a su mujer Lucía, una estúpida, insufrible y peleada con el mundo, peor es incapaz de decirle que se separen. Instigado por los amigos conoce al Cuervo Flores, una especie de mito sobre el amor y sus cosas, que le ayudará conquistando a su mujer y así poder quitársela de encima. La trama funciona a las mil maravillas, tiene chispa, situaciones divertidas y sobre todo, esa mirada agridulce a las relaciones sentimentales actuales, donde todos somos unos perfectos inválidos en las emociones, yendo de aquí para allá como pollos sin cabeza. Mañá conduce con acierto y simpatía una comedia al uso, pero dándole un toque personal, con esa otra Barcelona, que huye de la postal turística, que podría ser cualquier ciudad occidental, y esa comedia que se aleja de la risa fácil y del gag descacharrante y tontín, para profundizar en nuestras relaciones y sobre todo, en como afrontamos lo difícil, en una sociedad cada vez más automatizada y llena de superficialidades.

La cineasta catalana vuelve a contar con algunos de sus cómplices habituales como Sergio Gallardo en la cinematografía, y Paula González en el montaje, dos buenos profesionales que consiguen dotar a la acción de naturalidad y cotidianidad, y también, de ritmo y agilidad, tan importantes en cualquier comedia de libro que se precie. Algunos espectadores se preguntarán que tiene de novedoso una película de la que ya conocíamos su historia, y a parte de mirar su relato desde otro prisma, más cercano y de aquí y ahora, es su sobresaliente reparto. Unos intérpretes maravillosos que se meten con gracia y acierto en los roles de unos individuos al borde del precipicio emocional. Tenemos a una excelente Belén Cuesta en la piel de Lucía, esa mujer odiosa que se odia a sí misma y arremete con todo lo que se menea, resulta esclarecedor su mítica frase en el programa de radio: “La vida es un bajón”. A su lado, un estupendo Diego Martín, que heredó en el negocio de fotos de su padre y se ha quedado anclado en su rutina y tristeza, y se ve incapaz de afrontar sus problemas y lo que es más importante, está muy perdido con su vida, y por último, un desatado Hugo Silva, un hippie trasnochado, alguien perdido en la inmensidad de su nula existencia, alguien que cree saber y en realidad, sabe bien poco, alguien hundido por su propio mito y relegado a un barco como una especie de náufrago sin isla y sin nada.

Tenemos al trío protagonista, y luego, como toda buena comedia que se precie, nos gusta encontrar a ese otro “protagonista”, que nos es otro que los de reparto, tan importante como los primeros. Y ahí nos tropezamos con un interesante ramillete de buenos intérpretes como Enric Masip, Andreu Castro y Ángela Cervantes, y un “calvo” y estúpido tontín que hace un irreconocible Joaquín Reyes, el típico amigo que lo sabe todo, que va que lo sabe todo y es un pobre diablo. Mañá ha construido una comedia divertida y juguetona, que no recurre al chiste fácil ni al disparate infantil para hacer reír al personal, sino que va conformando una serie de situaciones cómicas del día a día, en la que bucea sobre el vacío existencial y la falta de valor para encarar la vida y los sueños que alguna vez fueron lo más importante, porque de eso nos habla esta nueva versión de Un novio para mi mujer, de lo que nos cuesta para enfrentarnos a nuestra propia vida, a esa que hacemos tan poco caso y luego, pagamos una factura demasiado costosa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Hasta el cielo, de Daniel Calparsoro

DEPRISA, DEPRISA.

“Si me das a elegir/ Entre tú y la riqueza/ Con esa grandeza/ Que lleva consigo, ay amor/ Me quedo contigo/ Si me das a elegir/ Entre tú y la gloria/ Pa que hable la historia de mí/ Por los siglos, ay amor/ Me quedo contigo”.

De la canción “Me quedo contigo”, de Los Chunguitos.

El cine quinqui tuvo su esplendor a finales de los setenta y principios de los ochenta, en pleno tardofranquismo, con películas como Perros callejeros (1977), de José Antonio de la Loma, que tuvo dos secuelas, incluso una versión femenina, Navajeros (1980), Colegas (1982), El pico (1983), y su secuela, todas ellas de Eloy de la Iglesia, y otras, como Los violadores del amanecer (1978), de Ignacio F. Iquino, Maravillas (1980), de Manuel Gutiérrez Aragón, y Deprisa, deprisa (1981), de Carlos Saura, que se alzó con el prestigioso Oso de Oro en la Berlinale. Un cine de fuerte crítica social, que mostraba una realidad deprimente y siniestra, donde jóvenes de barrios marginales se lanzaban a una vida de delincuencia y heroína, destapando una realidad social muy desoladora y amarga.

Hasta el cielo, que como indica su frase inicial, muestra una ficción basada en múltiples realidades, recoge todo aquel legado glorioso del cine quinqui y lo actualiza, a través de un guion firmado por todo un consagrado como Jorge Guerricaecheverría, que repite con Daniel Calparsoro (Barcelona, 1968), después de la experiencia de Cien años de perdón (2016), si en aquella, la cosa se movía por atracadores profesionales en un trama sobre la corrupción y las miserias del poder, en Hasta el cielo, sus protagonistas nacen en esos barrios del extrarradio, chavales ávidos de riqueza, mujeres y lujo, que la única forma que tienen de conseguirlo es robando, con el método del alunizaje. Pero, el relato no se queda en mostrar la vida y el modus operandi de estos jóvenes, si no que va mucho más allá, porque en la trama entran otros elementos. Por un lado, la policía que les pisa los talones, con un Fernando Cayo como sabueso al lado de la ley, también, una abogada no muy de fiar, en la piel de Patricia Vico, cómplice de Calparsoro, y el tipo poderoso que hace con sobriedad y elegancia Luis Tosar, que ordena y compra todo aquel, sea legal o no, para sus viles beneficios.

La acción gira en torno a Ángel, uno de tantos chavales, que parece que esto de robar a lo bestia se le da bien, sobre todo, cuando se presentan problemas. La película se va a los 121 minutos de metraje, llenos de acción vertiginosa, con grandes secuencias muy bien filmadas, como demuestra el oficio de Calparsoro, que desde su recordado y sorprendente debut con Salto al vacío (1995), se ha movido por los espacios oscuros del extrarradio y los barrios olvidados, para mostrar múltiples realidades, con jóvenes constantemente en el filo del abismo, sin más oficio ni beneficio que sus operaciones al margen de la ley. El relato, bien contado y ordenado, sigue la peripecia de Ángel, su ascenso en el mundo del robo, con hurtos cada vez más ambiciosos, y todos los actores que entran en liza, contándonos con un alarde de febril narración todos los intereses y choques que se van produciendo en la historia, como ejemplifica la brillante secuencia del hotel, o la del barco, con múltiples acciones paralelas y un ritmo infernal, y con todo eso, también, hay tiempo para el amor en la existencia de Ángel, un amor fou como no podía ser de otra manera, con un amor desenfrenado y pasional con Estrella, la chulita del barrio de la que todos están enamorados, y el otro, el de Sole, la hija de Rogelio, el mandamás, un amor de conveniencia para escalar socialmente.

La excelente cinematografía de Josu Incháustegui, que sigue en el universo Calparsoro, al que conoce muy bien, ya que ha estado en muchas de sus películas, el rítmico montaje de Antonio Frutos, otro viejo conocido del director, y la buena banda sonora que firma el músico Carlos Jean, en la que podemos escuchar algún temazo como “Antes de morirme”, de C. Tangana y Rosalía, que abre la película. Y qué decir del magnífica combinación de intérpretes consagrados ya citados, con los jóvenes que encabeza un extraordinario Miguel Herrán, descubierto en A cambio de nada, y en las exitosas Élite y La casa de papel, es el Ángel perfecto, nombre que tenía el famoso “Torete”, con esa mirada arrolladora y esa forma de caminar, bien acompañado por una excelente Carolina Yuste, desatada después de Carmen y Lola, camino de convertirse en una de las más valoradas, Asia Ortega, como el amor despechado, pero fiel, Richard Holmes como Poli, el rival en cuestión, y luego una retahíla de lo más granado del rap y trap españoles que debutan en el cine como Ayax, Jarfaiter, Carlytos Vela, Dollar Selmouni y Rukell, como compañeros de fatigas de Ángel.

Hasta el cielo nos devuelve el mejor cine de acción y de personajes de Calparsoro, a la altura de la formidable Cien años de perdón, un cine de entretenimiento, pero bien filmado y mejor contado, que va mucho más allá del mero producto hollywodiense, donde hay buenos y malos y una idea de la sociedad condescendiente. Aquí no hay nada de eso, porque la película no se queda en la superficie,  nos mira de cara, sin tapujos ni sentimentalismos, porque hay rabia y furia, contradicciones, y personajes de carne y hueso, que erran, aman sin control y viven sin freno,  contándonos un relato lleno de matices, laberíntico y muy oscuro, lleno de ritmo, intrépido y febril, donde encontramos de todo, una realidad social durísima, jóvenes sin miedo y dispuestos a todo, thriller de carne y hueso, de frente, sin concesiones, y sobre todo, una arrebatadora historia de amor fou, de esas que nos enloquecen y nos joden a partes iguales, pero jamás podremos olvidar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

La caza, de Graig Zobel

LA LIEBRE Y LA TORTUGA.

“(…) es una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida -el proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime -de la burguesía- sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases.“

Karl Marx, libro Manifiesto del Partido Comunista

En uno de los episodios de El colapso, del colectivo Les Parasites, una de las series del momento, uno de los personajes, pudientes como él solo, en mitad del derrumbe, cogía un avión y se trasladaba a una de esas islas-refugio que tienen los privilegiados para casos como el que explica la serie, uno de esos lugares ocultos, que no existen, como nos descubrió Isaki Lacuesta e Isa Campo en su imprescindible exposición Lugares que no existen (GooggleEarth 1.0). Uno de esos lugares ocultos, donde los millonarios se ocultan y hacen sus “cosas”, ajenos a todos y todo, es el espacio donde se dirime La caza, el nuevo trabajo de Graig Zobel (Nueva York, EE.UU., 1975), que sigue esa línea argumental que ya estaba en sus anterior filmes como Compliance (2012) o en Z for Zacharich (2015), en los que mujeres solas deben enfrentarse a amenazas desconocidas que las superan.

Ahora, se detiene en la figura de Crystal, una auténtica amazona, que al igual, que otros desgraciados, ha sido secuestrado y transportado a uno de esos lugares que no existen, y utilizados como alimañas para ser cazadas por un grupo de pudientes aburridos, malvados y sanguinarios. Aunque con Crystal no les resultará tan fácil y deberán emplearse a fondo para conseguir su macabro objetivo. El cineasta estadounidense se plantea su película como un western actual, pero con la misma estructura que podían tener los de Ford, Hawks, Peckinpah o Leone, o la inolvidable La caza (1965), en la que Carlos Saura, lanzaba una parábola brillante sobre la guerra civil, entre cazadores y conejos. Miradas y lecturas políticas y sociales envueltas en un grupo de violentos dando caza a unas cobayas que solo están ahí para satisfacer su sed de sangre y codicia, aunque claro está, como ocurría en Perseguido (1987), de Paul Michael Glaser, en la que un acorralado  Schwarzenegger no resultaba una presa fácil, y se convertía en algo así como en cazador muy peligroso, como sucede con Crystal, que no solo se erigirá como la más fuerte del grupo de asustadas cobayas, sino que se enfrentará con rabia y energía a sus cazadores.

Zobel se ha reunido con parte de sus estrechos colaboradores que lo han ido acompañando a lo largo de su filmografía, tanto en cine como en televisión, empezando por el guión que firman Nick Cuse y Damon Lindelof, que ya estuvieron en The Leftlovers, donde Zobel trabajó dirigiendo algunos capítulos, siguiendo con Darran Tiernan, su cinematógrafo, que también ha estado en varias series como American Gods o One Dollar, con Zobel como director, o Jane Rizzo, la montadora de todas las películas del realizador americano. Zobel crea un atmósfera inquietante y ambigua, donde todos mienten, donde todo el espacio está diseñado y urdido para que parezca otra cosa, para estimular la caza, y sobre todo, para confundir a los cazados, que se mueven en un universo real y cotidiano, pero a la vez, irreal y confuso, uno de esos lugares que aparentan cotidianidad y cercanía, pero que encierran mundos y submundos muy terroríficos y completamente falsos, ideados por mentes enfermas y muy peligrosas, que juegan a la muerte con sus semejantes, eso sí, diferentes y sin blanca, sin ningún tipo de humanidad y empatía.

La cinta tiene un ritmo frenético y endiablado, manejando bien el tempo y sabiendo situar al espectador en el punto de mira, colocándolo en una situación de privilegio y sobre todo, haciéndolo participe en la misma extrañeza y caos en el que se encuentran inmersos los participantes incautos de este juego mortal, después de un soberbio y bien jugado prólogo en el que la película nos sorprende gratamente, donde la supervivencia se decanta en milésimas de segundo, donde la vida y al muerte se confunden en mitad de un infierno de tiros en mitad de la nada, donde la vida pende de un hilo muy fino, casi transparente, invisible. Después de esa apertura magistral, nos colocaremos en la mirada de Crystal, esa superviviente que no dejará que la cojan con facilidad, alguien capaz de todo y alguien que nada tiene que perder, y alguien que venderá su vida carísima. Una mujer de batalla, de guerra, que habla poco, escucha más, y se mueve sigilosamente, curtida en mil batallas y preparada para cualquier eventualidad y ataque feroz.

Zobel nos va encerrando en este brutal y magnífico descenso a los infiernos, con algunas que tras mascaradas y desvíos que nos hacen dudar de casi todo, donde todos los personajes juegan su papel, el real y el simulado, todo para continuar con vida, que dadas las circunstancias, no es poco. La película nos conduce con paso firme y brillante, entre persecuciones, enfrentamientos y demás, a ese apoteósico final, con duelo incluido, como los mejores westerns, donde solo puede quedar uno, en el que se cerrarán todas las posibilidades, en ese instante que cualquier detalle resulta esencial para seguir respirando. Un reparto sobresaliente, entre los que destacan la conocida y siempre magnética Hilary Swank, aquí en un personaje que se llama Athenea, los más avispados sabrán su significado, y la maravillosa y soberbia Betty Gilpin como Crystal, que la habíamos visto en series como Nurse Jackie o Masters of Sex, y en American Gods, donde coincidió con Zobel, y en algunas breves apariciones en cine, tiene en La caza, su gran bautismo cinematográfico, erigiéndose como la gran revelación de la película, en un personaje de armas tomar, en una mujer, con rifle o pistola en mano, capaz de cualquier cosa para no dejarse matar, para sobrevivir en el infierno de cazadores y cazados (donde la fábula de La liebre y la tortuga, de Esopo, adquiere otro significado mucho más elocuente con lo que cuenta la película), o si quieren llamarlo de otra manera, y quizás más acertada con la organización del mundo que nos ha tocado vivir, en un mundo de explotadores y explotados, donde unos viven, sueñan y juegan a la muerte, y los otros, sobreviven, tienen pesadillas y sufren ese juego macabro y mortal. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

 

 

El faro, de Robert Eggers

EL GUARDIÁN DE LA LUZ.  

“La oscuridad no existe, la oscuridad es en realidad ausencia de luz.”

Albert Einstein

Hace cinco años, Robert Eggers (Lee, New Hampshire, EE.UU., 1983) sorprendió a todos con La Bruja, su opera prima como director, un fascinante y perturbador cuento gótico y terrorífico ambientado en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, protagonizado por una familia puritana desterrada de la comunidad, que obligados a vivir frente a un bosque misterioso se verán sometidos a unas fuerzas del mal que erosionan la armonía familiar. El cineasta estadounidense vuelve a situar su segunda película El faro, en esa Nueva Inglaterra, pero deja la tierra firme para trasladarse a una isla de la costa de Maine, y también cambia de tiempo histórico, ambientado su nueva aventura a finales del siglo XIX. El conflicto transformador que recorre ambas películas no ha cambiado, Eggers somete a sus personajes a un viaje a lo desconocido, más allá de cualquier razonamiento, un enfrentamiento en toda regla con aquello que nos aterra y perturba, a los miedos que anidan en lo más profundo de nuestra alma, donde la realidad pierde su solidez para convertirse en un flujo interminable de imágenes y sombras que provienen de lo psicológico, lo onírico y lo imaginado, donde la realidad se transmuta en algo diferente, en algo que atrae y perturba por partes iguales a los personajes.

La familia del siglo XVII deja paso a dos fareros, dos fareros antagónicos, uno, Thomas Wake, es un viejo lobo de mar, el guardián de más entidad, el que impondrá sus normas y su criterio frente al otro, Effraim Winslow, el joven, el subordinado, antiguo leñador y con pasado muy oscuro. Wake es el guardián del faro y por ende, el guardián de la luz, esa luz resplandeciente, cautivadora y fascinante, convertida en el centro de la isla y de ese mundo, algo así como el poder en la condenada roca, como la llama el farero más veterano. Un objeto de poder, de privilegios, de vida en esa durísima vida de custodia del faro. En cambio, Winslow vive ocupado en los trabajos más duros y desagradables como alimentar de queroseno el faro para que siga funcionando, deshacerse de los restos fecales, arrastrar pesos, arreglar desperfectos en lugares difíciles, limpiar el latón y demás tareas solitarias que no le agradan en absoluto, solo las noches se convertirán en el instante donde los dos fareros se reúnen para beber, hablar de ellos, de su pasado, de su estancia en la isla y demás cosas que les unen y separan.

Eggers es un creador extraordinario construyendo atmósferas perversas e inquietantes, donde la aparente cotidianidad está rodeada constantemente de misterio y aire malsano que va asfixiando lentamente a sus personajes como si de una serpiente se tratase. Un ambiente de pocos personajes, sobre todo, construido a partir de acciones mundanas, donde lo fantástico va apareciendo como una especie de invasor silencioso hasta quedarse en esos espacios cambiándolo todo. Todo bien sugerido y alimentado por medio del sonido, un sonido industrial, ambiental, mediante el ruido capitalizador del faro, la fuerza del agua rompiendo contra las rocas, o las gaviotas revoloteando constantemente en el cielo que envuelve la isla, unos animales con connotaciones fantásticas como Black Phillip, el macho cabrío de La bruja. Si en La bruja, nos enmarcaba en un paisaje nublado y nocturno, donde primaban la luz de las velas, en El faro, deja el color, para sumirnos en un poderoso y tenebroso blanco y negro, bien acompañado por 1.33, el aspecto cuadrado, que aún incide más en esa impresión de cine mudo con ese aroma intrínseco de Sjöström, Stiller o Murnau, donde reinan el mundo de las sombras, lo onírico y lo fantástico, donde la luz deviene una oscuridad en sí misma, donde las cosas pierden su naturaleza para convertirse en otra muy distinta.

Un relato sencillo y honesto donde pululan los relatos marinos psicológicos de Melville o Stevenson, bien mezclado por las leyendas de ultratumba de Lovecraft o Algernon Blackwood, donde realidad, mito y leyenda se dan la mano, creando imágenes que no pertenecen a este mundo o esas imágenes que creemos que tienen una naturaleza real. Eggers combina de forma magnífica un relato donde anidan varios elementos que describen la sociedad en la que vivimos, como las relaciones de poder, el combate dialecto y físico entre dos hombres desconocidos que tienen que convivir lejos de todos y todo, el aspecto psicológico lejos de la civilización, soportando el aislamiento y sus respectivas demencias, situación que ya trataba la inolvidable El resplandor, de Kubrick, con la que se refleja la cinta de Eggers, la difícil convivencia entre aquello que se desea y aquello que es la realidad, las pulsiones salvajes que anidan en nuestro interior, las mentiras que nos imponemos, y sobre todo, lidiar con un pasado traumático, sea real o no. La película está edificada a través de una atmósfera brutal e inquietante, en un in crescendo abrumador y afilado, donde la isla se convierte en un laberinto físico y psicológico que, irá lentamente anulando a los dos fareros y convirtiéndolos en dos meras sombras invadidas por todo aquello real o no que les rodea y acabará sometiéndolos.

Quizás, una película de estas características necesitaba a dos intérpretes de la grandeza de Willem Dafoe, extraordinario como el farero veterano enloquecido, viviendo en su propia mugre y fantasía, una especie de Long Silver seducido por esa luz resplandeciente, pero también cegadora y peligrosa, una luz que guarda como si fuera su vida. Frente a él, Robert Pattinson, ya muy alejado de las producciones comerciales que lo convirtieron en el nuevo chico guapo de la clase, metido en roles más interesantes, intensos y profundos, dando vida a ese farero joven metido en camisas de once varas, rodeado de misterio y parco en palabras, que también desea esa luz que no tiene, como único medio para seguir respirando en esa condenada roca. Eggers seduce y provoca a los espectadores con su singular relato, una historia anidada en esos lugares donde lo real, lo fantástico y lo que desconocemos se unen para satisfacer y martirizar a todos aquellos ilusos que se sienten cautivados por lo desconocido, por lo prohibido, por todo aquello que quizás no sea tan resplandeciente y resucite sus peores pesadillas, aunque algunos les merecerá la pena correr tanto riesgo y experimentar con el mal. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El cine de fuera que me emocionó en el 2018

El año cinematográfico del 2018 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado mucho y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 13 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido únicamente obedece al orden de visionado por mi parte)

1.- ZAMA, de Lucrecia Martel

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2.- CALL ME BY YOUR NAME, de Luca Guadagnino

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3.- THE FLORIDA PROJECT, de Sean Baker

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4.- SIN AMOR, de Andrey Zvyagintsev

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5.- TRES ANUNCIOS EN LAS AFUERAS, de Martin McDonagh

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6.- HILO INVISIBLE, de Paul Thomas Anderson

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7.- LADY BIRD, de Greta Gerwig

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8.- EL LEÓN DUERME ESTA NOCHE, de Nobuhiro Suwa

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9.- CARAS Y LUGARES, de Agnès Varda y JR

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10.- 78/52, LA ESCENA QUE CAMBIÓ EL CINE, de Alexandre O. Philippe

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11.- MISS KIET’S CHILDREN, de Petra Lataster-Czisch y Peter Lataster

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12.- THE RIDER, de Chloé Zhao

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13.- EL REVERENDO, de Paul Schrader

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14.- COLD WAR, dePawel Pawlikowski

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15.- LAZZARO FELIZ, de alice Rohrwacher

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16.- CLIMAX, de Gaspar Noé

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Cómo entrenar a tu dragón 3, de Dean DeBlois

HIPO Y FURIA NOCTURNA.

“Esto es Isla Mema. Está a 12 días al norte de desesperación y unos grados al sur de me muero de frío. Está situada de lleno en el meridiano de la desgracia. Mi aldea, en una palabra recia, lleva aquí 7 generaciones, pero todos los edificios son nuevos. Tenemos pesca, caza y unas preciosas puestas de sol, lo único malo son los bichos. Veréis, la mayoría de los sitios tienen ratones o mosquitos, nosotros tenemos dragones. La mayoría de la gente se iría, nosotros no, somos vikingos, somos un pelín cabezotas. Yo me llamo Hipo, menudo nombrecito verdad, pues los hay peores. Los padres creen que un nombre horrible ahuyenta a los gnomos y a los trolls, como si nuestro encantador carácter vikingo no fuera bastante”.

El año 2010 vio la luz la película Cómo entrenar a tu dragón, dirigida por Dean DeBlois (Brockville, Canadá, 1970) y Chris Sanders (Colorado Springs, EE.UU., 1962) dos consumados especialistas en el cine de animación de los últimos años con diversos trabajos en Walt Disney  y Dreamworks Animation,  que venían de dirigir Lilo & Stitch (2002) antecedente cercano en su argumento, que después tuvo continuaciones en forma de serie televisiva. En aquella, también contaban el encuentro entre un humano y un animal, y su relación, entre lo diferente y lo extraño, en ese caso, se trataba de una niña hawaiana solitaria y un alienígena nacido de un experimento secreto.

En Cómo entrenar a tu dragón, DeBlois y Sanders, y la compañía en la producción de Bradford Lewis y Bonnie Arnold (autores de grandes títulos como Ratatouille, Antz o Toy Story, entre otros) y basada en los libros de Cressida Cowell, nos contaban la cotidianidad de una isla remota al norte llamada Isla Mema, donde vikingos y dragones luchaban desde tiempos remotos, y nos presentaban a Hipo, un chaval de 15 años, diferente, solitario y con ideas propias al resto, una especie de “bicho raro” en la aldea, el cual, hijo de Stoico, el jefe de la aldea, soñaba con cazar dragones, pero su padre, por su condición, se lo prohibía y lo relegaba a la fragua para construir armas. Aunque, Hipo, de fuerte carácter y personalidad, desobedecía a su progenitor y se lanzaba al ataque, y casualidades del destino, capturaba un “Furia nocturna”, al que llama cariñosamente “desdentao”, el dragón más invencible y más fiero para los vikingos, además, con la peculiaridad que nadie, jamás, lo ha llegado a ver, convertido en una especie de leyenda. En esas, Hipo lo captura y nace entre los dos una increíble amistad, llegando a ser un gran equipo en el que tanto Hipo como Furia Nocturna muestran su alma, todo aquello que los acerca y sobre todo, se convierten en inseparables, consiguiendo Hipo cabalgar a lomos del dragón, cosa inaudita para los vikingos. Hipo conseguía, después de muchos avatares y disputas, convencer a su padre y al resto del carácter desconocido de los dragones y convertirlos no en el enemigo, sino en todo lo contrario.

En la segunda entrega, aparecida en el 2014, con DeBlois dirigiendo en solitario, y Sanders en tareas de producción, nos mostraban una realidad bien diferente a la primera entrega, porque  vikingos y dragones convivían en armonía, en la más absoluta cotidianidad, con sus más y sus menos, convertidos los dragones en una especie de mascotas domésticas, aunque también esa convivencia volvía a ser amenazada, y aparecía un nuevo enemigo,  los temibles tramperos, en la figura de un vikingo renegado, que se dedican a cazar dragones para su beneficio y poder y sujetarlos a su antojo. Hipo, con 20 años de edad, Furia Nocturna, Astrid, su amada, y el resto de la aldea, luchaban contra ellos para así mantener a los dragones libres. La película nos mostraba el encuentro de Hipo y su madre Walka, a la que había visto por última vez cuando era sólo un bebé. La madre, al igual de Hipo, cree en la conservación de la naturaleza y sobre todo, la preservación de los dragones, y luchan, con uñas y dientes con ese fin.

En esta tercera entrega y cierre de la trilogía, DeBlois vuelve a dirigir en solitario y nos muestra a un Hipo ya adulto y jefe de la aldea, enamorado de Astrid y con Isla Mema viviendo en consonancia entre vikingos y dragones, aunque los rescates continuos de dragones está llevando a la masificación en la isla. En sus vidas, volverá a aparecer una nueva amenaza, Crimmel, un experto trampero que ha creado un imperio del terror hacia los dragones, que tiene en su poder un ejemplar idéntico a Furia Nocturna, pero hembra y de color blanco, animal que hará las delicias de “desdentao”, y al que llamarán “Furia Diurna”. DeBlois y Sanders han construido un magnífico filme de aventuras, donde también hay comicidad, de factura impecable y gran realismo y lleno de detalles precisos, donde abundan las sombras y los reflejos de luces, que comenzó como un retrato sobre lo iniciático para derivar en un retrato sobre la transición en convertirse en adulto y todas las responsabilidades que eso conlleva, que nos habla de amistad, de compañerismo, de mirar al otro y empatizar con lo diferente, extraño y raro, de respetar, y sobre todo, de la pérdida, de todos esos adioses que hay que experimentar en la vida, ya sean la pierna que pierde Hipo en la primera entrega, el padre muerto en la segunda, o todo aquello que tendrá que decir adiós en la última entrega.

DeBlois cuentan una emocionantísima aventura humanista, donde asistimos a luces y sombras, donde pasamos del drama a la comedia, y donde los personajes se muestran transparentes, con sus dudas, defectos y aciertos. Un grandísimo retrato contado de forma brillante y emocionante, siguiendo la peripecia de Hipo, Furia Nocturna y todos los demás, con ese aire entre lo fantástico y lo real que ya tienen las películas del Studio Ghibli, o buena parte del cine de Pixar, historias de aventuras fantásticas, donde la acción y las secuencias espectaculares se mezclan con el alma de los personajes, de alguien como Hipo, que al igual que su madre, cree en un mundo diferente, un mundo donde no haya guerras, donde vivan en armonía todas las especies, y en el que la naturaleza rija las vidas de todos los seres que la habitan. Hipo se convierte en un resistente contra lo establecido, un agitador de la paz y la vida, un líder contra las injusticias y la maldad del mundo, alguien capaz de liderar a todos los demás, alguien que cree en sí mismo, y también, sabe aceptar sus debilidades y defectos, y sabe, que aunque duela, la vida y los dragones tienen su propio mundo, su propio destino como el de él y los suyos. DeBlois cierra con magnificencia su trilogía de Hipo, Furia Nocturna y el resto de personajes, con ese maravilloso epílogo, que además de emocionar, encuentra en gestos, miradas y detalles todo aquello que quiere explicar.

María, reina de Escocia, de Josie Rourke

ENTRE DOS REINAS.

“Mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes”

De Macbeth, de William Shakespeare.

La película arranca de una forma austera y concisa, en la que vemos a María Estuardo, de espaldas, mientras es conducida al patíbulo para su ejecución. El ambiente es tenso, sepulcral y ceremonioso. Mientras, nos enlazan con imágenes de Isabel I, su rival y pariente lejana, medio hermana como se hacían llamar, dirigiéndose, también de espaldas, hacia su trono de Inglaterra. Dos secuencias que se irán alternando hasta ver los rostros de frente de las dos soberanas. Una, María, en su ocaso, y la otra, Isabel, en su esplendor. Dos caras de la misma moneda, dos formas de enfrentarse a su destino, y sobre todo, dos imágenes enfrentadas que nos acompañarán a lo largo del metraje. La cinta nos sitúa en el año 1561, cuando María Estuardo, legítima heredera al trono de Escocia, vuelve a su tierra después de enviudar de su esposo Francisco II Rey de Francia, con la intención de acceder a su trono y reclamar el de Inglaterra, que ahora posee Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena. A las dos mujeres les une el parentesco que María es nieta de la hermana de Enrique VIII, y por lo tanto, también puede reclamar el ansiado trono de Inglaterra, también soberano del Reino de Escocia. La llegada a la playa de María y su sequito, nos recuerda a la llegada de Antonius Block, el caballero cruzado de El séptimo sello, de Bergman, arribando exhaustos a las playas de su tierra y besando la arena mojada, después de años de ausencia.

Los productores de la película Eric Fellner y Debra Hay Ward, que ya habían llevado a la gran pantalla la vida de Isabel I en dos sendas películas, Elizabeth (1998) y su secuela del 2007, ambas protagonizadas por Cate Blanchett, tenían la idea de llevar la vida de María Estuardo al cine, biografía que encontraron en el libro María Estudardo, la reina mártir, de John Guy, especialista en la materia, y en la figura de Josie Rourke (Salford, Reino Unido, 1976) con una grandísima carrera en el teatro británico, la directora que debuta para llevar la vida de María Estuardo, y su enfrentamiento con Isabel I, y no sólo ella, sino todos sus súbditos, nobles y caballeros que conspiraban contra ella, con el apoyo incondicional de Inglaterra, que deseaba eliminar la presencia de alguien que reclama lo suyo y ponía en peligro el imperio británico. La película posa su mirada en María y todos aquellos que la siguen, en mayor o menor armonía, nos habla de una mujer de carácter, fuerte y valiente, que no sólo tiene que gobernar un país invadido por un imperio, sino que ha de hacer frente a todas las rebeliones y traiciones a las que se verá envuelta.

La cinta tiene un espectacular diseño de producción, en el que sobresalen su ambientación de la época, tanto en el vestuario, las caracterizaciones y demás elementos que nos devuelven a esos espacios convulsos del siglo XVI, con una cinematografía obra de John Mathieson (colaborador entre otros de Ridley Scott) ejemplar en sus encuadres y el provecho que saca, tanto de los interiores, con esos planos al estilo de Campanadas de medianoche, donde los grandes espacios sombríos y llenos de sombras de Escocia, contrastan con los palacios luminosos y ampulosos de Inglaterra, así como la belleza de los paisajes de esa Escocia indómita y salvaje. El guión de Beau Willimon (autor de la aclamada serie House of Cards) nos lleva a esa Escocia católica, dividida entre los partidarios protestantes de Inglaterra y aquellos que siguen a María, distensiones que nos llevarán por esos lugares oscuros de la película, con esas dos batallas, en las que Rourke opta por lo natural, sin dejarse llevar por lo espectacular o esteticista, o la forma en que nos desvelan los entresijos de la corte, con esos juegos sexuales en los que la homosexualidad estaba a la orden del día, o las escenas de cama entre María y Lord Darnley, filmadas desde un erotismo brutal y creando una simbiosis íntima entre los cuerpos.

La película se cuenta de forma agradable y sencilla, incidiendo en todos los temas que rodeaba la vida desdichada de María Estuardo, con sus amores fallidos, su convulso reinado, esos nobles movidos por la codicia que no dudaban en conspirar contra ella, y encima, con la presencia de Isabel I desde Inglaterra, que ayudaba a los nobles protestantes escoceses a dar rienda a sus deseos de grandeza y altivez, con esos pelucones y maquillajes, más propios de la caricatura y el esperpento, que recuerda a las pinturas negras de Goya, con colores fastuosos y brillantes, con esos ángulos de cámara con contrapicados para mostrar todo lo que sentía y deseaba. Un reparto en el que sobresalen las figuras de Saorsie Ronan, en otra muestra de su aura interpretativa capaz de enfundarse en una reina del siglo XVI, y dotarla de fuerza y carácter, sin un ápice de doblez, otorgando a su personaje sensibilidad y sensualidad. En frente, una Margot Robbie, muy afeada y malévola, que muestra a una reina solitaria, con mucho sexo y nada de amor, obsesionado con su trono, su poder y grandeza, y adulada por todos esos nobles ingleses protestantes con esas ansias de fama y dinero. Y luego, un buen ramillete de intérpretes como Jack Lowden, Guy Pearce, Ian Hart, Joe Alwyn, etc… que consiguen esa crudeza y vileza que rodea a María.

Rourke debuta con una película de hechuras y llena de energía, con un ritmo trepidante y valiente, en la que sobresalen su sinceridad y honestidad, con una sobriedad y elegancia dignas de un cineasta de gran recorrido, un drama con tintes de thriller, con la estructura del western a la antigua usanza, con dos rivales irreconciliables, que lucharán con uñas y dientes, entre el que defiende lo suyo, lo que le pertenece ilegítimamente, y aquel que no desea compartir, movido por su codicia y temperamento, en la dificultad de mirar al otro,  que lucharán por lo suyo hasta el final, sin ningún tipo de titubeo y compasión, una más que otra, como demostrará la magnífica secuencia de su (des) encuentro, extraordinariamente filmada, con esas sábanas blancas que caen entre ellas, como una especie de laberinto, muestra inequívoca de sus diferencias antagónicas, casi como un face to face entre la bella y la bestia, entre la protestante inglesa y la católica escocesa, dos formas de ver el mundo, de enfrentarse a él, de sentir, y sobre todo, de mirar y construir.