La memoria del cine: una película sobre Fernando Méndez-Leite, de Moisés Salama

EL HOMBRE DE CINE.

“El cine lo es todo para mí, no he hecho otra cosa en la puta vida”. 

Fernando Méndez-Leite

Empezar una película siempre ha sido y será una tarea sumamente difícil. Encontrar el plano o encuadre que invoque algo de lo que se quiere contar siempre resulta un misterio muy oscuro. Pero de alguna manera hay que arrancar el asunto. En La memoria del cine: una película sobre Fernando Méndez-Leite, la película se abre con una de las secuencias más memorables de la Historia del Cine. Estamos hablando del profesor Borg, interpretado magistralmente por el cineasta Victor Sjöström, cuando llega a la casa de su infancia y huele las inolvidables Fresas salvajes (1957), de Ingmar Bergman. Un arranque que resume de manera muy acertada la vida y milagros del citado Méndez-Leite (Madrid, 1944) un hombre que ha sido el cine, esa pasión devoradora que le acompaña desde que era un niño. La cinta hace un repaso bastante exhaustivo sobre su infancia, juventud y madurez pasando por todos los palos y los más representativos de su vida y su cine, porque tanto una cosa como la otra, son indivisibles en su existencia, no sabemos qué fue primero, porque en el caso que nos ocupa, esa cuestión resulta muy complicada. 

Tras las cámaras encontramos a Moisés Salama (Melilla, 1953), un trotamundos del cine documental de retrato como ya demostró con títulos como Vibraciones (2019), codirigido con Miguel Ángel Oeste, donde se acercaba al mundo de la música Hip-Hop Caballo del viento (2017), en la que exploraba la vida de Nando, ahora enfermo, un eterno activista desde el franquismo hasta el 15-M. En la película que nos ocupa, vuelve a acompañarse del citado Oeste, que juntos firman un guion que sigue la biografía de Méndez-Leite desde sus inicios hasta la actualidad. Casi 80 años de la vida de un hombre que ha dedicado su vida enteramente por y para el cine. Desde aquellos cuadernos donde escribía sobre sus películas, con sus carteles y demás, que todavía rellena con la misma ilusión que entonces, su paso de libertad sobre la Escuela Oficial de Cine, sus queridos amigos: Cuerda, Borau, Camus, García Sánchez, etc… Sus críticas en Film Ideal, los primeros cortometrajes como El regreso de Bonny and Clyde y Cambiar de bando, entre otros, su labor como docente en aquellos años sesenta de aperturismo y cambios hasta los ochenta en la Universidad de Valladolid.

Un viaje que sigue con sus largometrajes para televisión como Niebla, El club de los suicidas y El monje, y otras, por los setenta, la muerte del dictador y la transición, inaugurando los ochenta con su largometraje para cines El hombre de moda, los años de la televisión con La noche del cine español, que ya había empezado en los setenta con espacios culturales, sin olvidar su etapa de 2 años al frente al ICCA, donde visibilizó el cine español a nivel internacional,  en los noventa reabriendo la Escuela Oficial de Cine, la ECAM, en 1994 donde estuvo dirigiendo 18 años, la dirección de la serie La regenta, todo un hito de la televisión y de su carrera, sus direcciones en el teatro, y la dirección de más documentales sobre Querejeta, Carmen Maura y Ana Belén, y su inmensa labor en el Festival de Málaga desde 1997 en el comité de dirección, y desde el año pasado presidente de la Academia de Cine.

La película traza una biografía del mencionado que va desde lo íntimo a lo colectivo, con sus idas y venidas, sus logros y alegrías, y como no podía ser de otra manera, sus derrotas y tristezas, tantas obras sin hacer en forma de proyectos que quedaron en años de trabajo y guiones amontonados, los sinsabores de las circunstancias en un oficio el del cine, jodido y esaborío. Los amigos en forma de compañeros de viajes, que ya hemos citado algunos, y podríamos añadir a Manuel Gutiérrez Aragón, Mariano Barroso, y su compañera Fiorella Faltoyano, el omnipresente y actor fetiche Miguel Rellán, los “Regenta” como Aitana Sánchez-Gijón, Carmelo Gómez y Héctor Alterio y demás testimonios que hablan y hablan de Méndez-Leite como hombre, personaje, amigo y confidente, en una relato-retrato que él mismo nos va explicando, con esa voz suave, tranquila, reposada, con ese aire de señor del cine pero con mucha guasa y mucho humor, porque la vida cuando más seria sea, más humor necesita, porque si no uno no aguanta tantos embates y accidentes, tanto propios como extraños. 

Tenemos una imagen bien cuidada que firma el cinematógrafo Pau Esteve Birba, un excelente profesional de nuestro cine que le ha llevado a trabajos con autores tan interesantes como Mateo Gil, Paco Cabezas, Benito Zambrano, el mencionado y desaparecido José Luis Cuerda y Alberto Rodríguez, entre otros, la montadora Paula Bugni, que logra un gran trabajo porque consigue dotar de ritmo y narración a toda una vida en tan sólo 92 minutos de metraje, y la producción de Félix Tusell Sánchez y Carmela Martínez Oliart al mando de Estela Films, que han producido películas de Cuerda, Cámera Café, entre otras. La memoria del cine: una película sobre Fernando Méndez-Leite no es solo una película sobre los amantes del cine, sino también es una película para todos los públicos, porque habla de una gran valor en la vida como la pasión, seguido del entusiasmo y la alegría por las personas a pesar de los pesares, siempre con humor, trabajo y libertad, porque si de algo sabe el homenajeado es que este país puede ser muy oscuro y jodidamente raro, y aún así, merece la pena luchar por su cine y las gentes que lo conforman, porque si no otros lo harán por uno y nada de esto será igual. P.D.: Sólo una vez he podido disfrutar del citado Méndez-Leite, y fue no hace mucho en la Filmoteca de Catalunya, cuando se homenajeó la figura de Carlos Saura, y Fernando se mostró honesto, cercano, y lo que es más importante, nos sacó unas sonrisas contando jugosas anécdotas del cineasta desaparecido. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El chico y la garza, de Hayao Miyazaki

LA MADRE DE MAHITO. 

“La ausencia puede estar presente, como un nervio dañado, como una ave sombría”.

De La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger. 

La primera vez que vi una película de Hayao Miyazaki (Tokyo, Japón, 1941), fue La princesa Mononoke (1997), a través de la recomendación entusiasta de un amigo de entonces allá por el 2001. A partir de ese instante, lo recuerdo con nitidez, quedé alucinado por la historia y por todo. Su desbordante y alucinante imaginación visual. Una trama trepidante llena de drama, aventuras, tensión y pura emoción, y ese tratamiento humanista, donde primaba el respeto hacia el otro, hacia la naturaleza, hacia los animales y cualquier ser vivo por insignificante que fuese. Una profundidad apabullante entre lo que miraba y lo que sentía, explorando temas como la amistad, la muerte, la ausencia, y demás valores y emociones, extraordinariamente bien explicados, tratados y mostrados. Nunca he visto las películas de Miyazaki como solamente cintas de animación, sino como trabajos sobre la vida: tanto la luz como la oscuridad, en una convivencia que las hacía tremendamente sólidas, profundas y a la vez, muy sencillas. Da igual que entiendas todo su entramado simbólico y espiritual que contiene, no es excusa para dejarse llevar por sus relatos de iniciación, de esa infancia que debe enfrentarse con la muerte y la enfermedad, con su pérdida, ausencia y duelo. 

Justo hace diez años, pensábamos que El viento se levanta, biografía sobre el ingeniero aeronáutico Jiro Horikoshi, que sería la última de Miyazaki, como dejó claro él mismo. Así que, nos alegra enormemente el estreno de El chico y la garza, que vamos a decir que es la penúltima película del genio nipón, por si las moscas,  (que toma el título de la novela homónima Kimitachi wa dô ikiru ka, traducida por ¿Cómo vives?, de Genzaburo Yoshino, que la madre del director le regaló en su juventud), que sigue la senda de sus anteriores trabajos, como no podía ser de otra manera, y continúa sumergiéndonos en los temas y elementos que lo han convertido en uno de los maestros incontestables del cine. Encontramos su componente autobiográfico (el padre del director fue ingeniero que trabajó haciendo armas durante la guerra, y su madre estuvo enferma varios años), la infancia como espacio de alegría, sueños y tristeza, la omnipresente Segunda Guerra Mundial que vivió, la enfermedad, la muerte, la pérdida, el duelo infantil, la vida, la amistad, la vejez, los mundos dentro de este, el respeto hacia la naturaleza y los animales, y la fusión entre el mundo de los vivos y los muertos, esos seres mitológicos y de otros mundos y tiempo, sus universos de fantasía, coloridos, espirituales y llenos de todo y todos. 

Con la producción de Toshio Suzuki, esencial en el organigrama productivo del Studio Ghibli, nos sumerge en una historia, de extrema sencillez, nos sitúa en la mirada de Mahito de 11 años, en el Japón en plena Segunda Guerra Mundial que, después de la muerte de su madre, abandona Tokio junto a su padre, un ingeniero que diseña armas para la contienda, y se traslada a un pueblo donde el padre tendrá una nueva esposa, Natsuko, hermana pequeña de su madre. La nueva vida de Mahito no resulta nada fácil, no encaja en el colegio, su padre se muestra autoritario y encima, recuerda demasiado a su madre fallecida. Todo se vuelve del revés con la desaparición de Natsuko en una inquietante Torre que se erige cerca de su nueva casa. Mahito se adentra en la edificación junto a una garza gris, que es mitad animal mitad humano y muchas cosas más. Un universo paralelo o no, de la propia vida o quizás, de la idea que tenemos de la vida, o podríamos decirlo, como un universo que materializa nuestros más profundos sentimientos y emociones. En el fondo, Mahito entra en ese mundo o estado, y comienza a encontrarse con todos aquellos que ya no viven y con vivos, donde la realidad, la ficción y la fantasía de la propia vida se mezcla, se fusiona y se retroalimenta de nosotros mismos. 

Miyazaki siempre nos propone viajes sin fin hacia nuestros espacios más difíciles, a enfrentarnos con nuestros miedos, inseguridades y demás oscuridades, pero no lo hace desde el drama, sino todo lo contrario, nos lleva a lugares mágicos, llenos de aventuras, de personajes fantásticos, sin olvidar de todo lo inquietante y perturbador de nuestros pensamientos y emociones. Tiene la inmensa capacidad de adentrarse en lo más profundo de nuestro ser desde la sencillez, la transparencia, el color y la emoción de la imaginación, la ilusión y la alegría y la tristeza. La excelente música de Joe Hisaishi, un gran cómplice de Miyazaki con unos 19 trabajos juntos, que casa a la perfección y mucho más allá, con las imágenes del imaginario del director, es imposible imaginarnos otra música para la belleza y la poesía del cine de Ghibli, que fundaron en 1985 MIyazaki y Isao Takahata (1935-2018), una compañía que ha creado algunas de las imágenes más apabullantes y profundas del cine de animación de las cuatro últimas décadas. El chico y la garza tiene mucho que ver, como no podía ser de otra manera, del cine de Ghibli. Tenemos La tumba de las luciérnagas (1988), del citado Takahata, donde las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial se ven reflejadas en la vida de dos hermanos huérfanos. También, en Mi vecino Totoro (1988), la enfermedad de la madre trastoca la vida de un niño del Japón rural que encuentra refugio en una animal fantástico. Hemos mencionado estos dos títulos, pero en esencia y espíritu el Studio Ghibli es un universo en sí mismo, y no es de extrañar que sus tramas, personajes y espacios se retroalimentan y conformen un único universo en el que pueden pasar de una película a otra con total naturalidad. 

La naturalidad y la densidad de su cine se mueve en un viaje infinito en el que sus personajes y sus lugares son diferentes en sí mismos y a la vez, muy parecidos, porque Miyazaki no olvida el desastre y la oscuridad del mundo, sino que lo maneja y le ofrece un nuevo rumbo, en el que sus jóvenes personajes lidian con él, como sucedía en Nausicaä del valle del viento (1984), El castillo ambulante (2004) y Ponyo en el acantilado (2008), donde la fantasía y los sueños ofrecen una vía de escape y también, un excelente refugio en el que enfrentarse a todo aquello que nos duele, que no entendemos y sobre todo, que nos entristece. Sus personajes como Mahito van hacia lo desconocido sin miedo, con dolor, pero no rehúyen de la tristeza, porque saben que la única forma de seguir hacia adelante es mirar lo que nos duele y aceptarlo, porque en el fondo, podemos huir, rodear o no hablar del conflicto, pero no ayuda, porque sigue ahí, la ausencia, la pérdida y la muerte son hechos irrefutables a los que, tarde o temprano, debemos hacer frente y aceptar y sobre todo, seguir con la alegría a pesar de la tristeza, a ofrecer mi corazón como cantaba Sosa, a pesar de la guerra, a pesar de todo, porque no hay otra manera de vivir que mirar de frente el dolor, la enfermedad y la muerte. Gracias Miyazaki por tu cine, por cómo lo miras, lo investigas y lo construyes, y por seguir creyendo en la humanidad a pesar de todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a David Trueba

Entrevista a David Trueba, director de la película “Saben aquell”, en la terraza del Hotel Zenit en Barcelona, el lunes 23 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Trueba, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carolina Yuste

Entrevista a Carolina Yuste, actriz de la película “Saben aquell”, de David Trueba, en la terraza del Hotel Zenit en Barcelona, el lunes 23 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carolina Yuste, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Saben aquell, de David Trueba

LA MUJER QUE AMÓ A EUGENIO.

“¿El humor? No sé lo que es el humor. En realidad cualquier cosa graciosa, por ejemplo, una tragedia. Da igual”.

Buster Keaton

Desde que fuera uno de los guionistas de aquella delicia que fue Amo tu cama rica (1991), de Emilio Martínez-Lázaro, el humor ha sido una de los palos mayores en la carrera de David Trueba (Madrid, 1969), pero no un humor chabacano y grosero, de chiste fácil, nada de eso. El humor del menor de los Trueba es irónico, inteligente, socarrón y muy crítico, un humor azconiano, una forma de enfrentarse con risas a la tragedia de la vida. Fue con su segunda película, la injustamente vapuleada Obra maestra (2000), en la que ofrecía una visión dura y triste de la soledad del artista, y de aquellos otros, más bufones, que pretendían serlo. Con trece largometrajes, un buen puñado de series, novelas, ensayos y guiones para otros, encontramos tres ficciones basadas en personajes reales. La primera, Soldados de Salamina (2003), basada en la novela homónima de Javier Cercas que hablaba de la peripecia de Rafael Sánchez Mazas durante la Guerra Civil. Diez años después, llegó Vivir es fácil con los ojos cerrados, sobre la aventura de Antonio, un maestro de inglés que quería conocer a John Lennon en la España gris de los sesenta. Ahora, una década después, otra vez, llega otro personaje real, el humorista Eugenio (1941-2001), que se autodenominaba como “Intérprete de cuentos”, un hombre de humor que fue uno de los reyes de la risa en las décadas del ochenta y noventa. 

El relato se centra en trece años, los que van del 1967 hasta 1980, el tiempo en que Eugenio Jofra dejó de ser joyero y se convirtió en un incipiente artista de la “Nova Cançó”, primero, y luego, en el genio que todos recordamos. A partir de una sublime y fidedigna reconstrucción de la época, llena de detalles, donde no hay nada que chirríe y exista ese decorado demasiado edulcorado y preciosista, en Saben aquell no hay nada de eso, sino todo lo contrario. El acertadísimo y revelador título de la película, que era la frase con la que Eugenio empezaba su repertorio, y el período elegido para contarnos la historia que narra, basada en los libros Eugenio y Saben aquell que diu, ambos de Gerard Jofra, primogénito del artista, apoyándose en un guion que firman Albert Espinosa, de sobra conocido por su faceta en el teatro, en la novela y en el cine, y el propio Trueba, en la que nos cuentan en aquella España grisácea y triste, como la que contaba Vivir es fácil… , pero ahora en Barcelona, en la que el joven veinteañero Eugenio conoce a Conchita, una joven que quiere hacerse un hueco en el mundo de la música con su guitarra y canciones. El amor los junta y empiezan a cantar con más dificultades que éxito. 

La película profundiza en el hombre y en su faceta más íntima y desconocida, antes del fenómeno Eugenio, y lo hace desde la intimidad y la cotidianidad, sin sobresaltos ni estridencias argumentales, de forma lineal, con pausa y con atención, consiguiendo atraparnos a los espectadores a partir de una naturalidad y transparencia. Los que vimos el documental Eugenio (2018), de Jordi Rovira y Xavier Baig, ya sabíamos los pormenores de esos difíciles comienzos en el mundo del espectáculo, pero no entra en conflicto con Saben aquell, y no lo hace, porque la trama se mueve entre dos líneas bien definidas: la historia de amor de Eugenio y Conchita, y sus complicados caminos en el mundo de la cançó, y por otro lado, la historia del país que estaba a punto de el cambio, con la muerte del dictador y los primeros años de la democracia en aquella transición dura y compleja. En ese sentido, la película podría haberse llamado Conchita, como ocurría en Doctor Zhivago (1965), de David Lean, en que Lara, la mujer del citado matasanos, se convertía en la alma mater de la vida del protagonista. En Saben aquell, la cosa va por el mismo estilo, porque conocemos a Conchita, una mujer fuerte, valiente y enamorada, que creía en el talento de Eugenio, en su peculiar voz, que mezclaba el catalán y el castellano, en su don de gentes, y sobre todo, en el personaje de negro que creó, contando sus cuentos de forma tan peculiar, imperturbable, seria, su cubata, su tabaco y el gesto inconfundible, y sobre todo, el cariño que le profesó un público atónito con un tipo triste pero que les hacía reír a carcajadas. 

Una luz claroscura que encuadra de forma precisa y a conciencia cada espacio y cada personaje, en un gran trabajo de cinematografía de Sergi Vilanova Claudín, que ha trabajado en documental, ficción con Calparsoro y Sánchez-Arévalo, y en series con Berto Romero. El brillante y rítmico montaje de Marta Velasco, una crack con más de cuarenta películas a sus espaldas con Jonás Trueba, Carlos Vermut y Fernando Trueba, entre otros, en la sexta colaboración con David. Y qué decir de la exquisita y envolvente música de una fenómena como la trompetista Andrea Motis, que ya compuso la banda sonora del documental El sueño de Sigena. Qué decir de su maravilloso reparto, muy heterogéneo que como es habitual en David, funciona muy bien sin alardes, con la mayor sencillez y cercanía posibles. Tenemos a Ramón Fontseré en el rol de dueño de la sala donde actúan los protagonistas, en su tercera película con Trueba, después de las citadas de personajes reales, Pedro Casablanc como manager de Eugenio, con esa fuerza y voz derrochante, Marina Salas es la hermana de Eugenio, Matilde Muñiz y Quimet Pla son los padres del artista, la bailaora Cristina Hoyos hace de madre de Conchita. Después nos encontramos con variados y sorprendentes cameos que van, por no desvelar todos, los de Ignacio Martínez de Pisón, Anna Alarcón, que ya estuvo en A este lado del mundo, Paco Plaza y Mónica Randall, que interpretan a figuras muy populares y a ellos mismos. 

Hemos dejado para el final a los dos tótems de la película: un David Verdaguer en la piel de Eugenio, que no lo imita, es él, convenciendo sin abrir la boca, con ese gesto, esa ceja arriba y esa pose de la sombra del caballero de la triste figura, o alguno de esos personajes tan anodinos e invisibles que hacía el genial Keaton. Hace de  alguien que tuvo que lidiar con su carácter extremadamente  introvertido y gran timidez para contar sus cuentos. Verdaguer demuestra para que ellos que todavía lo dudaban, ser uno de los más grandes intérpretes de su tiempo, consiguiendo lo más difícil, ser el artista y sobre todo, el hombre triste que había detrás, con su seriedad, sus noches sin fin, sus ausencias, y sobre todo, su mundo interior que era todo lo contrario del personaje que tuvo que interpretar encima de un escenario. Para el personaje de Conchita, tenemos a Carolina Yuste, que es ella, sin poses ni imitaciones, con su belleza, frescura, inteligencia y encantadora, reflejando esa fuerza avasalladora que era, y que hizo no sólo a Eugenio, sino que domó a la fiera interior que era Eugeni Jofra Bafalluy y le sacó todo aquello que tenía, creyó en él, porque era una mujer que creía en el amor y en la felicidad de la persona que tenía al lado.  

Por favor, no se fien si leen o escuchan por ahí que la película sobre Eugenio es así o asa, porque se estarán perdiendo una experiencia sumamente enriquecedora, porque Saben aquell, una de las mejores películas de David Trueba, con permiso de La buena vida, la mencionada Soldados de Salamina y Madrid 1987, es una obra que  les habla desde la “verdad”, desde la misma verdad que mira al personaje y a la persona que se escondía tras las cortinas, o cuando acaba el show y se ponía a charlar, fumar y beber con sus allegados y demás. Y no sólo eso, también conocerán su entorno, su espacio más íntimo, su lado más invisible, y a Conchita, una mujer que fue clave en su vida y significó todo lo que fue y lo que es, en su maravillosa y envolvente historia de amor, de las de verdad, no las otras. Estamos frente a una película que es más que eso, es una parte de la crónica de nuestro país, de aquellos que nos hacían reír, que buena falta nos hacía y nos hace, y conocer lo que había detrás, un tipo que fue intérprete de cuentos, como decía él, muy a su pesar, como casi todas las cosas bonitas que nos suceden en la vida, por casualidad, y totalmente por azar, que conozcamos a alguien y todo cambie, y para siempre. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Jaione Camborda

Entrevista a Jaione Camborda, directora de la película “O corno”, en el Hotel Sunotel Aston en Barcelona, el jueves 19 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jaione Camborda, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Janet Novás

Entrevista a Janet Novás, actriz de la película “O corno”, de Jaione Camborda, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 18 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Janet Novás, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Felipe Gálvez

Entrevista a Felipe Gálvez, director de la película “Los colonos”, en el hall del Hotel Catalonia Diagonal Centro en Barcelona, el lunes 16 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Felipe Gálvez, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, y a María Oliva de Sideral Cinema, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La isla roja, de Robin Campillo

ADIÓS A MADAGASCAR. 

“Cada vez que un hombre en el mundo es encadenado, nosotros estamos encadenados a él. La libertad debe ser para todos o para nadie”.

Albert Camus

La descriptiva y demoledora secuencia que abre La isla roja, cuarta película de Robin Campillo (Mohammèdia, Marruecos, 1962), nos muestra a un par de familias francesas a punto de juntarse para comer en el patio frente a su casa. Es una escena cotidiana sin más aparentemente, pero no estamos en Francia, sino en Madagascar, en una de las últimas bases militares, a principios de los setenta. En un momento, el padre expulsa a uno de los sirvientes, un nativo que les sirve pero que ocultan, como meras sombras sin vida ni identidad. La naturalidad del momento oculta algo más oscuro y siniestro, la colonización en todo su esplendor, unos ocupantes franceses que usan a los malgaches, y también, se quedan con su clima, su sol y su todo. Sin hacer una película autobiográfica, según sus palabras, Campillo que vivió su infancia en la mencionada Marruecos, Argelia y en Madagascar, ya que su padre era un militar aéreo francés, recupera recuerdos y memoria para contarnos una película con base real pero con un aroma de fábula de final de la infancia o quizás, mejor dicho, el final de un mundo colonialista. 

Las tres películas anteriores del director francés se han movido bajo temas y elementos que van a la contra de lo convencional, donde hay cabida para situarnos en aquellos más invisibles y ocultos, donde investiga sobre la fragilidad de nuestras existencias con la muerte como satélite importante. En La resurrección de los muertos (2013), combinaba de forma inteligente el terror con lo social, en Chicos del este (2013), en la que se centraba en la inmigración, la prostitución gay y lo más cercano, y finalmente, 120 pulsaciones por minuto (2018), done pivotaba sobre dos temas: homosexualidad y Sida en la Francia de principios de los ochenta. En La isla roja construye un guion complejo, alguien que ha trabajado en ese menester con Cantet, Zlotowski y Meier, que se mueve a partir de dos conceptos: la mirada de Thomas, un niño de 10 años que se parece mucho a la vida de Campillo, que no entiende el colonialismo, y es un extraño de su país Francia en la que nunca ha vivido, y además, se siente perdido en ese final de la niñez. Un mundo desconocido que intenta comprender a través de Fantômette, una niña heroína de tebeo y su compañera de colegio. Y luego, está el colonialismo a partir de la familia Lopez, donde su realidad tranquila y vacacional, esconde ese terror del ocupante frente al nativo. 

Sin ser una película de terror, lo es y mucho, aunque Campillo, muy hábilmente se deja de convencionalismos y extremos, y nos presenta una cotidianidad que traspasa, como si estas familias francesas de militares estuvieran en su paraíso perdido, ajenos al terror y la usurpación de su gobierno y sus respectivos trabajos, con los ecos de la brutal represión de 1947. Ayuda mucho la estilización y la intimidad de la cinematografía de un grande como Jeanne Lapoirie, que ha estado en los tres trabajos de Campillo, uno de los nombres más reputados en el país vecino al lado de grandes nombres como los de Téchiné, Ozon, Pedro Costa, Verhoeven, Corsini, Bruni Tedeschi, entre otras. Así como el gran trabajo de edición que firman el propio Campillo, y la pareja Anita Roth y Stéphane Léger, que ya estuvieron en la mencionada 120 pulsaciones por minuto, y han trabajado con Bonello y Cantet, respectivamente, consiguen un ritmo pausado y tranquilo, sin excesos ni dramatismos, sólo observando esa cotidianidad cálida y vacacional, que oculta el terror invisible y violento, en una película muy bien equilibrada y de gran tempo en sus casi dos horas de metraje. 

La música de Arnaud Rebotini, que tiene en su haber películas como Curiosa, y directoras como Argento y Hélèna Klotz, creando esa dualidad entre la postal y la oscuridad, con unas melodías que muestran pero también ocultan todo lo que se cuece en ese lugar francés y malgache, amén de los temas más populares que describen esas vidas aparentemente felices que ocultan esa idea de no volver a Francia y seguir sumidos en esa realidad paradisíaca ficcionada. El grupo de intérpretes también mantiene esa línea de transparencia e intimidad que tanto demanda la trama, empezando por una magnífica Nadia Tereszkiewicz, que vaya añito se está marcando de estupendas películas como Mi crimen, La gran juventud y La última reina, hace la madre protectora y con una relación tensa con su marido, que hace un increíble Quim Gutiérrez, más asentado en la cinematografía francesa, que se mueve entre la ambigüedad y lo extraño, el fantástico niño Charlie Vauselle, que añade toda la fantasía y realidad ajena de una mirada inquieta y pérdida, Amely Rakotoarimalala y Hugues Delamarlière, que interpretan a Miangaly y Bernard, la nativa y el joven militar francés y una relación que escenifica todo lo que la película muestra y reflexiona, esos dos mundos tan alejados que se empeñan en relacionarse, cada uno a su manera. Y luego, están los otros, los franceses que están y disfrutan de todo, como Sophie Guillemin y David Serero, un curioso y divertido matrimonio, etc… 

No se pierdan una película como La isla roja, que nos habla de familia, matrimonio y de franceses que parecen huir de sí mismos, y de toda convencionalidad, pero en el fondo están detenidos y ensimismados en una tierra que aman pero no es suya, están ocupando ilegalmente. Un filme que nos habla de terrorismo de estado francés, pero no de forma evidente, sino escarbando en sus quehaceres diarios, en los que mandan y los que sirven, las que hacen paracaídas para los franceses o los que sirven cafés para los mandamases, con el mismo aroma de películas como Los juncos salvajes (1994), de Téchiné, donde unos adolescentes se relacionan con los ecos de la descolonización de Argelia en los sesenta, o Hacia el sur (2005), de Cantet, donde el turismo occidental femenino llegaba a las playas de Haití en busca de amor y cariño. Reflexionaran sobre la tragedia del colonialismo, la idea banal del occidental sobre el paraíso y demás, el amor interesado, la fragilidad de la vida acomodada y alejada de la realidad, esa falsa idea de paraíso, sobre la pérdida y la idea del adiós a aquello que crees que siempre te perteneció, y todo a partir de la mirada de un niño de 10 años, que mira, observa y no comprende nada, quizás sólo a través de la ficción, en el que todo está más claro y es más sencillo, no tan ambiguo y complejo como la realidad de los adultos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dispararon al pianista, de Fernando Trueba y Javier Mariscal

¿QUÉ FUE DE TENÓRIO JR.?

“Es mejor ser alegre que triste. La alegría es la mejor cosa que existe, es así como la luz en el corazón. Pero para hacer una samba con belleza, es necesario un poco de tristeza”.

Vinicius de Moraes 

De las más de treinta películas que ha dirigido y producido Fernando Trueba (Madrid, 1955), podríamos dividirlas en dos bloques, como ya dejaban claro las dos primeras: Ópera prima (1980), excelente comedia romántica al mejor estilo del Hollywood clásico que cimentó un género con voz propia y rodado en Madrid, y Mientras que el cuerpo aguante (1982), documental muy libre sobre la figura del cantautor y filósofo Chicho Sánchez Ferlosio. La comedia romántica, con algún que otro acercamiento al drama y el melodrama, y el musical, a partir de documentos que rastrean el jazz y sus innumerables vertientes como el jazz latino, la bossa nova, y demás. Hay encontramos grandes títulos como Calle 54 (2000), Blanco y negro (2003), El milagro de Candeal (2004), y Old Man Bebo (2008), donde músicos de la talla de Michel Camilo, Bebo Váldes, Diego “El Cigala”, Carlinhos Brown, Caetano Veloso, entre otros, aportan su música, su testimonio y sobre todo, su pasión. 

Con Dispararon al pianista, Trueba vuelve a acompañarse del ilustrador Javier Mariscal (Valencia, 1950), como ya hicieron en Chico y Rita (2010), en la que también dirigió Tono Errando. Si en aquella nos trasladaban a La Habana de finales de los cuarenta y cincuenta para conocer los amores y desamores de un pianista y una cantante, en una animación  deliciosamente bien contada donde había música y melancolía. La animación vuelve a ser la protagonista, pero ahora nos movemos por las calles de Río de Janeiro, y por los mismos años, pero la ficción deja paso a un documental híbrido, es decir, donde hay género musical, drama, y thriller de investigación, y dos tiempos, aquellos años de explosión de la Bossa Nova en Brasil, y la actualidad de 2010, cuando Jeff Harris, un periodista neoyorquino investiga el género y se topa con el nombre de Tenório Jr., y su vida y su misteriosa desaparición en 1976 con sólo 35 años de edad en la Argentina a punto del golpe de estado, se vuelven obsesivos y se va a Brasil y Argentina a conocer qué fue de uno de los mejores instrumentistas brasileiros en su tiempo. 

La trama se mueve en las idas y venidas entre el ahora y los que quedan, tanto su registro como su persona, y ofrecen su testimonio aquellos que conocieron al pianista, sus mujeres, sus amores, sus hijos e hijas, y los músicos que le acompañaron tocando o escuchando como los Vinicius de Moraes, Tom Jobim, João Gilberto, Caetano Veloso, Milton Nascimento, Gilberto Gil, Paulo Moura, João Donato, Mutinho, Aretha Franklin, que además de poner la banda sonora de la película, vamos conociendo la explosión que supuso la Bossa Nova y el misterioso caso de Tenório Jr. A partir del narrador al que le pone voz Jeff Goldblum, viejo conocido de Trueba con el que hizo la inolvidable El sueño del mono loco (1989). Hay referencias a Godard y Truffaut, de éste último se coge como referencia el título de su segunda película Tirad sobre el pianista (1960), para inspirarse en el título Dispararon al pianista. Un montaje dinámico, lleno de ritmo, con sus 103 minutos que se hacen muy fugaces, al son de la música, entre la fiesta, la circunstancia de un momento único que cambió la música y ofreció un nuevo sonido, pero también hay drama y horror, firmado por Arnau Quiles Pascual, que ya hizo la edición de la mencionada Chico y Rita

Un magnífico thriller donde se mezcla la música, y se hace un recorrido por las dictaduras que se impusieron a partir de mediados de los cincuenta hasta los ochenta por toda centro y sudamérica. Trueba y Mariscal se mueven muy bien por los territorios de la animación, el documento y la música, en una trama caleidoscópica que va al pasado y vuelve al presente indistintamente, peor lo hace de forma sencilla y transparente, sin artilugios ni artificios para impresionar al espectador, sino todo lo contrario, ofrecen una historia bien narrada y mejor explicada, a pesar de todo el misterio que rodea la desaparición del pianista. Pero no olvidemos que, a pesar de la pérdida del músico que cuenta la película, la historia no es triste, ni mucho menos, tiene sus momentos, eso sí, porque Dispararon al pianista es, como hemos dicho un poco más arriba, una gran fiesta y un gran homenaje a la música Bossa Nova y a los músicos que la hicieron posible, y aún más, la película es una forma de homenaje a la música que ha quedado y a los músicos que, en su mayoría, las drogas, los accidentes de tráfico y la vida ya no están con nosotros, recogiendo su testimonio y su gran legado, y dejar constancia en una película que habla de ayer pero desde hoy, de una música que brilló desde Brasil a todo el mundo. 

Hemos disfrutado y llorado con Dispararon al pianista de Fernando Trueba y Javier Mariscal, porque habla de todos los que ya no están, de las huellas que nos dejaron y las que seguimos. Una película inteligente, rítmica y didáctica que sigue esa idea del documento de animación como ya hicieron grandes títulos como Pérsepolis (2007), de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, Valse avec Bachir (2009), de Ari Folman, Un día más con vida (2018), de Raúl de la Fuente y Demian Nenow, Chris the Swiss (2018), de Anja Kofmel, entre otros, en que la sociedad y la política se muestran desde situaciones donde se cuestiona la historia y sus huellas, y además, se hace visible las lagunas en las que nos llega la historia y sus personajes y sus hechos hasta nuestros días. Podemos disfrutar con la música de Tenório Jr., y la película recuerda su existencia, y aún así, a pesar de su desaparición, siempre nos quedará, como les ocurría a Rick e Ilsa, París, Chico y Rita, La Habana,y a nosotros, aquel Brasil de los cincuenta, Beco das Garrafas y la Bossa Nova, porque todo eso, por mucho que se empeñen los uniformes y todos los que les siguen, jamás nos lo podrán arrebatar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA