El cine de aquí que me emocionó en el 2020

El año cinematográfico del 2019 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado para mucho, y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 13 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión de un servidor, no obedece, en absoluto, a ningún ranking que se precie).

1.- ARIMA, de Jaione Camborda

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2,. <3, de María Antón Cabot

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3.- LAS LETRAS DE JORDI, de Maider Fernández Iriarte. 

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4.- ASAMBLEA, de Álex Montoya

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5.- EL ÚLTIMO ARQUERO, de Dácil Manrique de Lara

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6.- LA ISLA DE LAS MENTIRAS, de Paula Cons

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7.- BLANCO EN BLANCO, de Théo Court

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8.. LA BODA DE ROSA, de Icíar Bollaín

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9.- LOS EUROPEOS, de Víctor García León

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10.- LAS NIÑAS, de Pilar Palomero

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11.- L’OFRENA, de Ventura Durall

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12.- UNO PARA TODOS, de David Ilundaín

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13.- CARTAS MOJADAS, de Paula Palacios

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14.- AKELARRE, de Pablo Agüero

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15.- NO NACIMOS REFUGIADOS, de Claudio Zulian

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16.- MESETA, de Juan Palacios

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17.- LÚA VERMELLA, de Lois Patiño

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18.- NIEVA EN BENIDORM, de Isabel Coixet

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19.- HIL KANPAIAK (CAMPANADAS A MUERTO), de Imanol Rayo 

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20.- DEAR WERNER (WALKING ON CINEMA), de Pablo Maqueda

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21.- LA VAMPIRA DE BARCELONA, de Lluís Danés

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22.- PA’TRÁS NI PA’TOMAR IMPULSO, de Lupe Pérez García

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23.- MY MEXICAN BRETZEL, de Núria Giménez Lorang

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24.- EL AÑO DEL DESCUBRIMIENTO, de Luis López Carrasco

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25.- BABY, de Juanma Bajo Ulloa

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26.- A STORMY NIGHT, de David Moragas

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Annette, de Leos Carax

LOS ABISMOS DEL AMOR.

“El amor es una maravillosa flor, pero es necesario tener el valor de ir a buscarla al borde de un horrible precipicio”.

Stendhal

Seis largometrajes en 37 años podría parecer una filmografía escasa, pero claro está, en el cine como en cualquier arte, siempre prima el contenido a la acumulación, y el caso de Leos Carax (Suresnes, Francia, 1960), es paradigmático en ese sentido, porque el cineasta francés ha construido una carrera heterogénea aparentemente, pero llena relaciones y revelaciones entre sus películas y su propia vida, como si hubiese empezado un periplo vital de sus personajes a mediados de los ochenta y hubiera continuado a lo largo de treinta y siete años. Todos los personajes de Carax se enamoran perdidamente. Viven amores mágicos y enfermizos. muy alejados de la realidad, sometidos a un destino implacable donde la tragedia siempre los acompañará. Un amor difícil y complejo, como son los amores más intensos y profundos, amores desgarrados, fascinantes, trágicos, llenos de vida y de muerte, todo es extremo, nada complaciente, todo pende de un finísimo hilo que siempre está a punto de romperse. El amor como motor y representación de la vida, de la propia existencia que nos arrolla, nos divide, nos desarbola, y finalmente, nos mata, convirtiéndonos en otro, en un ser extraño de nosotros mismos, sumergido en una vorágine donde todo vuela y cae al mismo tiempo, donde todo es alegría y tristeza, donde todo es y no es.

Carax siempre anda al borde del abismo, tanto a nivel emocional como formal, ninguna de sus películas se parece y a la vez, todas se parecen, todas nos hablan de tragedias cotidianas, acaso no es el amor una gran tragedia en nuestras existencias, que tiene y saca lo mejor y lo peor de todos nosotros. El amor fou, que acuño Buñuel, es el amor de Carax, tomándolo como una parte fundamental de un todo, donde cada plano y encuadre de sus películas rompe con lo establecido, con lo esperado, con lo inevitable. Todo radica en el misterio, en la aventura, en la trasgresión y sobre todo, en lo siniestro como forma de enfrentarnos a la vida y sobre todo, al amor. Podríamos dividir la filmografía de Carax en un par de bloques. En el primero, encontraríamos una trilogía sobre el amor fou en las que estarían Chico conoce a chica (1984), Mala sangre (1986) y Los amantes de Pont-Neuf. Tres obras protagonizadas por Denis Lavant y Juliette Binoche, las dos últimas, una pareja continuamente en el abismo, enfrentado a situaciones que los superan, desarraigados de la sociedad y a la deriva, pobres diablos con un espíritu batallador que no se saldrán con la suya, pero lo intentarán hasta el último aliento.

El segundo bloque lo inaugura Pola X (1999), una película que ya aventurará un cine mucho más radical si cabe del que había hecho, donde la representación será el centro de todo, el medio de experimentación, adentrándose en otros universos y otras formas de mirar, un cine diferente que irá en consonancia a los vaivenes trágicos de su vida personal. Le sigue Holly Motors (2012), una película radicalmente extenuante, donde recupera a Lavant, interpretando a un tipo que es a la vez muchos personajes, completamente diferentes, que van desde la bondad a la oscuridad. Una propuesta cinematográfica sin término medio, o entras o no, y si entras, es una fascinante aventura arrolladora sobre el cine, sus formas de representación, su misterio, todo aquello que está y es invisible, y todos los demonios que lo encierran. Ahora llega Annette, un musical irreverente, como no podía ser de otro modo, que nace de un álbum de los Sparks, el dúo de los hermanos Ron y Russell Mael. No debería extrañar este giro musical en la filmografía de Carax, porque en el pasado ya filmó secuencias que bien podrían estar en cualquier musical que se precie, muchos recordarán esos grandes momentos con Lavant bailando el “Modern Love”, de Bowie, en el maravilloso plano secuencia de Mala sangre, o el no menos brillante instante de nuevamente Lavant con otros acordeonistas en Holy Motors. Carax nos envuelve en su mundo mágico, tenebroso y gótico ya desde su maravillosa “Apertura”, donde juega a la vida y la ficción, cuando la película se abre con el propio director de espaldas dirigiendo una grabación en un estudio, aparece su hija, Nastya (la que tuvo con la malograda actriz Yekaterina Bolubeva, protagonista de Pola X), que como hacía en Holy Motors, vuelve a darnos la bienvenida a la película. Inmediatamente después, la música empieza, los Sparks se levantan y mientras van cantando un tema con muchísima fuerza arrolladora y rítmica, se les van juntado los Adam Driver, Marion Cotillard, Simon Heldberg, y más interpretes y técnicos de la película, salen del estudio, recorren las calles y despiden a los intérpretes. Títulos que tendrá su reflejo en la escena de “Clausura”, para los espectadores pacientes, que disfrutarán con el mismo grupo despidiendo la función-película.

Annette cuenta un relato sencillo, aunque muy absorbente y fascinante, como todas las películas de Carax. Henry, un humorista de éxito, se enamora de Ann, una cantante de ópera en la cima de su carrera. Se casan y tienen una preciosa hija a la que llaman Annette. La astucia del cineasta francés convierte a la hija en un muñeca de madera con movimiento, una metáfora de la fragilidad y la sensibilidad enfrentado a un padre que se atormenta por el amor que siente, un amor que lo destruye y lo convierte en un ser despiadado, inherente y perdido. Un musical, si, pero más cercano a las ópera rock como Tommy, Hair, Jesucristo Superstar, Quadrophenia o The Wall, y más cercana al tono, la oscuridad y el terror de El fantasma del paraíso de De Palma, y La novia cadáver, de Burton. El romanticismo y la poesía de Hoffman y Rimbaud están muy presentes en esta fábula sobre la vida, la muerte, el amor y la tragedia inevitable, entre los miedos y las alegrías, las tristezas y sobre todo, todos esos fantasmas que nos acechan, que forman parte de quiénes somos y nos van acercando y alejando de aquello que más deseamos.

En Annette hay dos películas. En la primera, asistimos a una historia de amor, un amor diferente, de dos seres antagónicos, pero con la misma pasión de emocionar al público, uno con el humor y la otra con la tragedia, un mismo reflejo para convertirse en otros y emocionar a extraños. Dos seres que son otros, que se aman en algún momento de sus existencias, donde nunca sabemos dónde empieza y acaba el otro, el personaje que son, las múltiples formas de representación que ya había investigado Carax en Holy Motors, donde en muchos momentos de la película volvemos a sus reflejos, a esas secuencias paralelas que nos remiten continuamente a la anterior película, como esa obsesión por el verde neón que continua en esta película. En la segunda mitad, todo cambiará, la luz se volverá más oscura, y Henry, cambiará en una especie de hombre de la noche, como una bestia que va adquiriendo su ser y su maldad, donde la niña Annette, y su prodigiosa voz que los llevará alrededor del mundo adulados por todos.  La noche, una noche fantástica, de sombras y de espectros, muy inquietante, como en las viejas películas mudas y de los treinta, con esa casa con piscina rodeada de vegetación, más propia de las mansiones góticas y cierta casa de Sunset Boulevard donde aparecían guionistas asesinados, una luz que nos envuelve en ese universo oscuro, como ese grandioso instante del barco con la tormenta, donde el cine de los orígenes nos asalta, y el mar y la tragedia se dan la mano, donde la literatura de aventura siniestra y misteriosa envuelven la pantalla.

Una película que sabe jugar con el artífico y la falsedad del cine, que además lo hace evidente, en un grandioso trabajo de la cinematógrafa Carolina Champetier, una grande que ha trabajado con Godard, Rivette, Straub e Huillet, etc…, que repite con Carax después de Holy Motors. El torbellino de imágenes bien encauzadas por el talento de la montadora Nelly Quettier, indispensable para Claire Denis, y con Carax desde Mala sangre. Un gran reparto, que aparte de cantar en directo, unas canciones de gran carácter, ritmo y sensibilidad,  interpretan unos complejos personajes con verosimilitud y cercanía, con un estupendo Adam Driver (que también es coproductor), como el atormentado Henry, un hombre de muchas caras, una especie de fantasma del infierno-paraíso, muy bien acompañado de una dulce e intensa Marion Cotillard, una mujer que muere cada noche para volver a nacer en el amor, con ese peinado cortísimo que nos recuerda tanto a la Binoche o la Minogue, seguramente la misma mujer con sus diferentes capas, aspectos y miradas. Y finalmente, Simon Heldberg, el talentoso músico enamorado de Ann, y fascinado por el talente de la pequeña Annette. Carax ha vuelto a hacer una película brillante, conmovedora, sensible, llena de fantasía, dura, cruel, terrorífica, poética, y sobre todo, muy siniestra, donde el cine, tanto en su forma artificial y real, y la representación y sus formas vuelven a ser parte indiscutible de cada secuencia, donde todo parece indicarnos que el universo de Carax ya no es solo una historia que contar, sino que además, es también muchos universos dentro de este, donde la oscuridad y la luz se unen para crear algo diferente, algo mágico, poético y fantástico, una hermosa metáfora de lo que es el amor o lo que sentimos que es, una plenitud llena y vacía que nos arma y desarma, que nos fascina y aterra, una especie de limbo más allá de nosotros y de este mundo, donde habita el amor, esa extraña sensación que nos condena y nos libera. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El rey del fin del mundo, de Michael Haussman

JAMES BROOKE, RAJAH DE SARAWAK.

“¡Es curiosa la vida… ese misterioso arreglo de lógica implacable con propósitos fútiles! Lo más que de ella se puede esperar es cierto conocimiento de uno mismo… que llega demasiado tarde… una cosecha de inextinguibles remordimientos”.

(“El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad)

La vida de Sir James Brooke (1803-1868), un marino del Imperio Británico, que a mediados del XIX, se embarcó con el propósito de abrir nuevas rutas comerciales por las costas de Malasia y así extender el inmenso imperialismo. Acabó en el Reino de Sarawak, nombrado Rajah por el sultán de Brunei, ya que combatió la piratería y el esclavismo, y ayudó a que los indios fueran independientes, enfrentándose a las órdenes de Londres. Una historia asombrosa y humana, que inspiró a Joseph Conrad (1857-1924), en muchas de sus novelas ambientadas en las costas del sureste asiático, como “El corazón de las tinieblas”, que inspiraron películas como El corazón del bosque (1978), de Manuel Gutiérrez Aragón y Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola, y la novela “Lord Jim”, llevada al cine por Richard Brooks en 1965.

La idea del hombre blanco, explorador y aventurero, enfrentado al otro, y a lo otro, extraño en una tierra extraña, huyendo de su lugar, y sobre todo, de sí mismo, encontrándose con todo un mundo inhóspito que acaba convirtiéndose en su hogar y sobre todo, en su lugar en el mundo. Con un guion escrito por el californiano Rob Allyn, el estadounidense Michael Haussman, del que conocíamos su faceta en la publicidad, y sobre todo, en los videos musicales para artistas tan importantes como Madonna, y su particular y personal cine, que debutó con Rhinoceros Hunting in Budapest (1997), protagonizada por el músico Nick Cave, y El enemigo está dentro (2003), que interpretaba Val Kilmer, por citar un par de su filmografía. Hausmann se pone detrás de la cámara y nos cuenta el relato en primera persona de Sir James Brooke, convirtiendo su película en un viaje introspectivo, creando un antihéroe, un hombre roto, un outsider en toda regla, uno de esos pistoleros errantes de los crepusculares, alguien que huye de los convencionalismos y demás estupideces sociales de los ingleses, alguien en continua huida, alguien que espera que suceda algo que le dé sentido a una existencia que está abocada a la autodestrucción.

Un personaje como Brooke que le va como anillo al dedo a Jonathan Rhys Meyers, con esa imagen de derrota y desesperanza, más movido por la causa de otros, y perdido en su propio vacío, que el magnífico actor irlandés sabe dotarlo de fuerza y tristeza, imprimiéndole esa mezcla de transparencia y desolación del personaje, con esa figura de hidalgo derrotado, movido por lo diferente, batallando por un mundo más justo, a pesar de los designios de imperialismo y saqueo de Inglaterra. La historia de Brooke, que también inspiró la novela “El hombre que pudo reinar” de Rudyard Kipling, llevada al cine de manera soberbia por John Huston en 1975 y magníficamente interpretada por dos monstruos como Sean Connery y Michael Caine, no es la historia de un hombre sometido, sino todo lo contrario, es una historia sobre la justicia, la igualdad y el amor hacia las culturas indígenas de alguien que estaba cansado de tanta destrucción e inmoralidad. Una película de grandísima factura técnica, con esa música absorbente de Will Bates, el minucioso montaje de Marco Pérez, y la magnífica luz pesada y oscura de Jaime Feliu-Torres.

El gran trabajo del reparto con intérpretes bien caracterizados que dan vida a todos estos hombres y mujeres perdidos en la espesa selva asiática de la isla de Borneo, con el joven Charley, sobrino de Brooke, al que admira y lo sigue, bien compuesto por Otto Farrant, su primo, el impetuoso y contrario Arthur Crookshank, protagonizado por Dominic Monaghan (muy conocido por su intervención en la trilogía de El señor de los anillos), que se casa con un antiguo amor de Brooke, la bellísima Elizabeth que hace Hannah New, Madame Lim, una nativa que vive una bonita historia de amor con Brooke, interpretada por Josie Ho, y finalmente, la figura soberbia e imperialista del oficial Edward Beech que interpreta el inmenso Ralph Ineson. Una película que habla y explora la belleza del lugar y la sangre que se derrama en este paraíso que se equilibra de manera frágil entre la vida y la muerte. Haussman vuelve a un relato de un hombre enfrentado a sí mismo en un universo ajeno, extranjero y demoledor, como el Cave en Budapest, o el Kilmer en México, individuos solitarios y amargados que, encontrarán aquello que buscan en el lugar más insospechado y raro, pero llenos de humanidad, que como les ocurría a los pistoleros como Shane, siguen creyendo en las causas justas y en el interior de las personas, y pondrán su revólver a ese servicio, aunque para ello tengan que renunciar a lo que son y convertirse en otra persona, una persona más acorde con sus ideas y sobre todo, a favor de la justicia y la riqueza y la diversidad de los lugares y sus gentes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La sala de cristal, de Christian Lerch

JUEGOS DE GUERRA.

“Todo está en la infancia, hasta aquella fascinación que será porvenir y que sólo entonces se siente como una conmoción maravillosa”.

Cesare Pavese

Hace años recabando información sobre la Guerra Civil Española, me topé con una fotografía que ilustraba el horror de la contienda. Unos niños jugaban a fusilar a otros durante la guerra. Una fotografía que hizo Agustí Centelles. Una imagen que dejaba clara la inmensidad de la tragedia reflejada en los juegos de los niños. La misma imagen podría estar en la película La sala de cristal, de Christian Lerch (Wasseburg, Baviera, Alemania, 1966), intérprete con una extensa carrera en su país, que también se ha puesto detrás de las cámaras, en el que ha tocado la comedia, el documental,  y ahora, en su tercer trabajo como director, con el melodrama bélico, en el marco de ese 1945 a pocos meses del final de la guerra, a través de los niños, los niños de un pueblo cerca de Múnich, donde Anna y su hijo Félix de 11 años han huido a la casa de los abuelos, escapando de las bombas de la ciudad.  Allí, el líder nazi local, Feik, aquejado de una cojera que le ha impedido estar en el frente, como la mayoría de los hombres, entre ellos Bernd, el padre de Félix. Karri, el arrogante hijo de Feik, es el líder de los niños, que después de la escuela, juegan a la guerra, como los niños que inmortalizó Centelles, donde se sienten soldados y aman incondicionalmente al Führer, empujados y alentados por Feik.

Lerch, muy sabiamente, nos cuenta la historia, que se basa en las experiencias reales del coguionista Josef Einwagner, que firma el guión con el propio Lerch, a través de Félix, el citado Karri, Martha y Tofan, un niño refugiado que ha huido de la Polonia sitiada por los soviéticos. Félix se convierte en uno más, abrazando la ideología nazi y creyendo a pies juntillas en la victoria final, aunque la realidad difiera muchísimo de esa ilusión, muy diferente a la idea de Anna, su madre, que detesta lo nazi y asume la derrota inminente, como la mayoría de los habitantes del pueblo. Conjugando el horror de la guerra, con esas bombas que van cayendo y demás episodios, y la inocencia infantil, el mismo tono que tenía la magnífica Juegos prohibidos (1952), de René Clement y El viaje de Carol (2002), de Imanol Uribe. El cineasta alemán cuenta un relato lleno de sensibilidad y humanismo, asistiendo al proceso inevitable de dejar de ser niño para ir poco a poco convirtiéndose en un ser que va tomando conciencia del contexto en el que vive y sobre todo, de todo lo que está ocurriendo.

La película profundiza en la idea que planteaba Borges en su esencial novela del “Tema del traidor y el héroe”, donde se investigaba la finísima línea que separa una condición de la otra, dependiendo de la posición elegida o impuesta por otros, como ocurre en el caso de Félix, donde la mala influencia de los citados nazis del pueblo, lo lleva a dudar de sí mismo y de los suyos. La parte técnica destaca enormemente en una película sutil, sencilla e intimista, con esos planos y encuadres que en muchos momentos nos recuerda a la naturalidad de Truffaut y Malick, a la hora de acercarse a la cotidianidad de los niños y la naturaleza, una grandísima cinematografía que firma Tim Kuhn, el exquisito montaje de Valesca Peters, y la extraordinaria música de Martin Probst, que recoge con suavidad e intensidad toda la atmósfera infantil a través de sus relaciones, sus juegos y sus conflictos interiores. El grandísimo trabajo de todo el reparto encabezados por unos niños en estado de gracia con Xari Wimbauer como Félix, en su segunda película como actor, Luis Vorbach en la piel de Karri, Hannah Yoshimi Hagg como Martha, y los adultos, Lisa Wagner como Anna, excelente contrapunto con la ideología creciente de su hijo, y Philipp Hochmair como el convencido Feik, de esos tipos fanáticos que acaban creyéndose todas las mentiras del nazismo.

El cineasta alemán ha construido una interesantísima fábula sobre el universo de los niños durante la guerra, con esa guerra que se acerca inevitablemente, asistiendo a los últimos coletazos de la locura nazi, donde la educación se convierte, como no podía ser menos, en la pieza fundamental en el desarrollo emocional de los niños, donde sus juegos, como la fotografía de Centelles, acaban contaminándose del horror en el que viven, en una película sensible, que no sensiblera, que huye de ese falso positivismo de la sociedad actual, que niega una realidad para creer en otra falsa y alejada de los acontecimientos, donde lo humano es una pieza clave para seguir siendo cuando el entorno se cae a pedazos, donde Lerch compone un retrato de todos aquellos niños que fueron arrastrados a la locura de la guerra sin tener conciencia en qué consistía todo aquello, y que fueron, muy a su pesar, responsables de las decisiones funestas de sus padres, en que la película también mira con emoción y humanismo a todos aquellos niños y niñas que tuvieron que vivir aquello. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Berta Bahr

Entrevista a Berta Bahr, actriz de la obra de teatro “Angle mort”, de Roc Esquius y Sergi Belbel, en su domicilio en Barcelona, el viernes 13 de agosto de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Berta Bahr, por su tiempo, sabiduría, generosidad, complicidad y cariño, y a mi querido Óscar Fernández Orengo, autor del retrato que encabeza esta publicación, por su amistad, generosidad y cariño.

Entrevista a Luis López Carrasco

Entrevista a Luis López Carrasco, director de la película “El año del descubrimiento”, en el marco del programa “Dies Curts”, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el viernes 21 de mayo de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luis López Carrasco, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de Comunicación de Filmoteca de Catalunya, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

El cine de fuera que me emocionó en el 2020

El año cinematográfico del 2020 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado para mucho, y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 26 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión de un servidor, no obedece, en absoluto, a ningún ranking que se precie).

1.- EL LAGO DEL GANSO SALVAJE, de Diao Yinan

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2.- EMA, de Pablo Larraín

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3.- EL FARO, de Robert Eggers

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4.- SOBRE LO INFINITO, de Roy Andersson

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5.- LAS GOLONDRINAS DE KABUL, de Zabout Breitman y Éléa Gobbé-Mévellec

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https://242peliculasdespues.com/2020/02/24/entrevista-a-zabou-breitman/

6.- VIDA OCULTA, de Terrence Malick

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7.- LA FLOR, de Mariano Llinás

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8.- MI VIDA CON AMANDA, de Mikhaël Hers

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9.- ONE WERE BROTHERS: ROBBIE ROBERTSON AND THE BAND, de Daniel Roher

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10.. LITTLE JOE, de Jessica Hausner

https://242peliculasdespues.com/2020/06/21/little-joe-de-jessica-hausner/

11.- ALGUNAS BESTIAS, de Jorge Riquelme Serrano

https://242peliculasdespues.com/2020/06/28/algunas-bestias-de-jorge-riquelme-serrano/

12.- EL GLORIOSO CAOS DE LA VIDA, de Shannon Murphy

https://242peliculasdespues.com/2020/08/20/el-glorioso-caos-de-la-vida-de-shannon-murphy/

13.- UNDER THE SKIN, de Johnathan Glazer

https://242peliculasdespues.com/2020/07/11/under-the-skin-de-johnathan-glazer/

14.- AYKA, de Sergey Dvortsevoy

https://242peliculasdespues.com/2020/07/10/ayka-de-sergey-dvortsevoy/

https://242peliculasdespues.com/2019/10/30/entrevista-a-samal-yeslyamova/

15.- NUESTRAS DERROTAS, de Jean-Gabriel Périot

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16.- ZOMBIE CHILD, de Bertrand Bonello

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17.- A LAND IMAGINED, de Yeo Siew Hua

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18.- NO CREAS QUE VOY A GRITAR, de Frank Beauvais

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19.- CORPUS CHRISTI, de Jan Komasa

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20.- SOLE, de Carlo Sironi

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21.- VERANO DEL 85, de François Ozon

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22.- VITALINA VARELA, de Pedro Costa

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23.- ADAM, de Maryam Touzani

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24.- BEGINNING, de Dea Kulumbegashvili

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25.- OVERSEAS, de Sung-A Yoon

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26.- MARTIN EDEN, de Pietro Marcello

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Coloquio Guionistas y Productores, Un tándem creativo en el BCN Film Fest

Coloquio de la IV Jornada de Guionistas e Industria. “Guionistas y productores, un tándem creativo”. Con la presencia de las productoras Sandra Tapia de Arcadia Motion Pictures, y Bárbara Díez de Fresdeval Films, y los cineastas Celia Rico Clavellino y Jaime Rosales, moderado por la productora Valérie Delpierre, en el marco del BCN Film Fest, en la Casa Seat en Barcelona, el miércoles 21 de abril de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Celia Rico Clavellino, Jaime Rosales, Sandra Tapia, Bárbara Díez y Valérie Delpierre, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación del BCN Film Fest, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

Un bocado exquisito, de Christoffer Boe

LA PUTA ESTRELLA.

“El que quiere arañar la luna, se arañará el corazón”.

Federico García Lorca

Erase una vez la historia de Maggie y Carsten, amantes de la alta cocina, se enamoran y tienen dos hijos, y regentan el Maus, uno de esos lugares referentes de la escena gourmet de Copenhague. Aunque a su dicha le falta algo, el sueño de tener una estrella Michelin, que posicionará a su restaurante y a su comida el lugar que ellos consideran que debe estar. El nuevo trabajo de Christoffer Boe (Rungsted, Dinamarca, 1974), vuelve a hablarnos del amor, como hicieron sus celebrados trabajos anteriores como Reconstruction (2003), Allegro (2005), Offscreen (2006), y Beast (2011), entre otros, a la que añade otro elemento, el de la ambición, una ambición desmedida que no solo afectará a la pareja protagonista en su trabajo, sino en su relación. Una ambición que les sumergirá en las partes más oscuras de la condición humana. El guion lo firman el propio director y Tobías Lindholm, célebre director de obras tan contundentes como Secuestro (2012), y Una guerra (2015), amén de intensos guiones para Thomas Vinterberg en las exitosas La caza, La comuna y la más reciente Otra ronda.

Una producción inteligente y audaz donde encontramos a otra figura del cine danés como Louise Vesth, que ha producido algunas de las mejores películas de Lars Von Trier como Melancolía, Nymphomaniac, entre otras. Manuel Alberto Claro, cinematógrafo en buena parte de la filmografía de Boe, vuelve a construir una luz muy oscura, y muy cercana, que profundiza de manera sobresaliente en todas los laberintos emocionales y oscurísimos a los que van cayendo la pareja protagonista. Aunque el marco que utiliza el director danés sea la alta cocina, muy de moda en los tiempos actuales, su retrato de este tipo de cocina es meramente un marco para hablarnos de temas más interesantes como el constante enfrentamiento entre el trabajo y la vida, y el trabajo entendido como un medio para conseguir toda esa felicidad que creemos importante para nuestras existencias, lo material frente a la vida, y sobre todo, frente al amor y los tuyos. La estructura de la película es otro de los elementos interesantes de la historia, ya que aunque buena parte de la cinta se desarrolla en el tiempo actual, en el relato se van añadiendo capítulos a modo de flashbacks, donde nos van contando ciertos aspectos claves en la relación de la pareja, sumamente importantes para el devenir de los hechos del presente. Boe los construye con una elegancia enorme, de forma intensa, con esa cámara al hombro, en relación estrechísima con las derivas emocionales que van sufriendo sus personajes, con esa agitación tan propia del movimiento Dogma.

La película impone un ritmo entre la cadencia y la agitación que, acoge con naturalidad los diferentes aspectos en la relación de Maggie y Carsten, su historia de amor, la relación familiar con sus hijos, algún que otro instante de puro thriller, y el melodrama de toda la vida, con su problemas internos de la pareja. La extraordinaria y profunda interpretación de una pareja en estado de gracia, que no solo muestra una increíble naturalidad y verdad en todo lo que hacen sus personajes, sino que transmiten el amor y la tristeza por la que van pasando. Katrine Greis-Rosenthal es Maggie, una actriz que habíamos vista en el cine de Billie August, y en su segunda colaboración con Boe, después de la serie Cara a cara. Frente a ella, Nikolaj Coster-Waldau, uno de los actores más importantes e internacionales daneses, con un currículo que va desde los estadounidenses Ridley Scott y Brian de Palma, a directores daneses de la talla de Susanne Bier o noruegos como Erik Poppe. Y la presencia de Nicolas Bro, como el hermano cascarrabias de Carsten, un actor fetiche en la obra de Christoffer Boe.

Un bocado exquisito  no solo gustará, y nunca mejor dicho, a los amantes de la alta cocina, porque somos testigos de la preparación y degustación de ciertos platos, sino que también gustará a todos aquellos que alguna vez en su vida han traspasado el límite tan invisible y frágil del trabajo bien hecho a la ambición desmedida, a estar dispuestos a perderlo todo con tal de conseguir aquel objeto o prestigio importante que les ha parecido crucial en sus vidas. La cinta nos habla con exquisitez, intensidad y sensibilidad, llevándonos por todas las fases del proceso, un proceso que sin darnos cuenta puede borrarnos literalmente de todo aquello que es importante para nosotros, una cosa que tendemos a olvidar rápidamente, ensimismados en otros menesteres que solo nos pueden traer muchos problemas, si no sabemos detener a tiempo, como les ocurre a Maggie y Carsten, dos personas movidas por su sueño que, sin ser conscientes de sus limitaciones emocionales, les puede llevar a un abismo del que no se puede salir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Charlatán, de Agnieszka Holland

ASCENSO Y CAÍDA DE JAN MIKOLÁSEK.

“Nadie es inútil en este mundo mientras pueda aliviar un poco la carga a sus semejantes”.

Charles Dickens

La directora Agnieszka Holland (Varsovia, Polonia, 1948), aunque se graduó en la Academia de Cine de Praga en 1971, empezó su carrera en Polonia como asistente de dirección de cineastas de la talla de Wajda y Zanussi. Después de participar en dos películas colectivas, debuta en solitario con Actores provinciales (1979), a la que le siguió Fiebre (1981), convirtiéndose en una de las miradas más interesantes y profundas de la cinematografía polaca. Será con Amarga cosecha (1985), un durísimo drama sobre la desesperación durante la ocupación nazi, la que le colocará en el panorama internacional, con películas extraordinarias como Europa, Europa (1990), un exitazo sin precedentes sobre como un chaval judío acaba luchando con los nazis y alzado como un héroe. A partir de ahí, se le abren las puertas a las producciones internacionales como El jardín secreto, sobre la infancia de una niña huérfana en la Inglaterra conservadora, Vidas al límite, sobre la vida de Rimbaud, Washington Square, nueva adaptación del universo Henry James, El tercer milagro, sobre la crisis de fe de un sacerdote especializado en milagros. Con el nuevo siglo, la carrera de Holland se concentra en la televisión estadounidense donde dirige episodios de series de culto como The Wire, Treme, House of Cards y The Affair, entre otras.

Con una filmografía que abarca más de treinta títulos, la directora polaca se ha centrado en explicar los avatares históricos de su país, y de esa Europa Central azotada por los continuos cambios políticos, siempre desde la parte de los más indefensos y necesitados, donde la infancia y la mujer han tenido el protagonismo que muchas películas les ha negado injustamente. Una mirada profunda e íntima de las personas humildes que sin quererlo, se han visto envueltas en las tragedias más duras. Con Charlatán recoge la vida y milagros del personaje real, nacido en Checoslovaquia, Jan Mikolásek, un curandero que utilizaba las propiedades de las plantas medicinales para sanar a decenas de miles de personas. Un hombre poco corriente, muy diferente, con unos métodos muy alejados de la medicina convencional. Con ese estilo tan característico de Holland, basado en el estatismo, en la pausa, en la sobriedad, en lo conciso, donde lo realmente importante es conocer el gesto y los detalles de los personajes para conocerlos en profundidad, alejándose de la palabra para describirlos, sino yéndose al otro lado, al de la mirada y la interioridad, de unas almas que deben sobrevivir a pesar de lo que la historia se empeñe en cambiarles la existencia.

La película recorre buena parte del convulso y trágico siglo XX, centrándose en la madurez de Jan Mikolásek, y llevándonos a su pasado desde su juventud, siendo uno de los soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial, su amor por las plantas, su encuentro con la curandera que le enseñará todo lo que sabe, como es peculiar forma de diagnosticar a partir de la observación de la orina, la compra y puesta en funcionamiento de su sanatorio, el encuentro con Frantisêk Palko, con el que mantendrá una relación homosexual clandestina, penada por la ley en la época, y sobre todo, las relaciones difíciles con el poder de turno, los de antes de la guerra, con los nazis, y luego, con el estalinismo, y con la muerte del último de sus jerarcas, las dificultades con el nuevo régimen comunista, muy contrario a su vida y su trabajo. Escrita por el joven Marek Epstein, la película destaca, como suele ocurrir en la filmografía de Holland, un grandísimo trabajo de ambientación y detallismo tanto de la reconstrucción de la época histórica del momento, obra del diseñador de producción Milan Bycek, la extraordinaria música de Antoni Komasa Lazarkiewicz, la edición de Pavel Hrdlicka, y la contundente atmósfera y luz que firma Martin Strba, técnicos que ya habían trabajado con la directora polaca en su miniserie Burning Bush (2013), sobre el estudiante Jan Palach, que se prendió fuego en protesta de la ocupación soviética en la Checoslovaquia de los sesenta.

Holland se toma su tiempo para contarnos todos los detalles, sin dejarse nada en el tintero, todo lo que ocurre cuando se cierran las puertas, asistiendo al irregular proceso de arresto y condena de Mikolásek, ejecutado por un poder corrupto y lleno de argucias falsas y sospechas falsas contra alguien que curaba tanto a pobres como poderosos, con métodos muy diferentes, vendiendo sus preparados con plantas que conocía al dedillo, un tipo perseguido por sus habilidades y su condición de homosexual, alguien que Holland retrata desde la complejidad, con sus bondades y oscuridades, sin nunca juzgarlo, no se construye a un santo santorum, no, no hay nada de eso en la película, sino a un ser humano, con sus aciertos y errores. Una cinta donde todo rezuma realidad, controversia, tristeza, dolor, amor, y sobre todo, humanidad, la posición moral se la deja a los espectadores, los únicos, si es que pueden, de tomar partido en las actividades y existencia del personaje en cuestión.

Si la parte técnica es de primer nivel, la parte artística de la película no se queda atrás, con un plantel que borda sus difíciles y controvertidos personajes, encabezados por la sobriedad y la elegancia de la grandísima interpretación de Ivan Trojan en la piel de Jan Mikolásek, un actor venerado en la República Checa, consiguiendo un trabajo concienzudo de un hombre de pueblo, enamorado de las plantas, que construyó todo un aparato para ayudar y aliviar el dolor de las personas que no encontraban esperanza en la medicina tradicional. Bien acompañado por Josef Trojan, el segundo de sus cuatro hijos, que hace de Mikolásek en su juventud, Juraj  Loj, otro actor muy competente checo, da vida a Frantisêk Palko, el ayudante, amante y compañero de fatigas del protagonista. Agnieszka Holland sigue en Charlatán, el  rastro iniciado en otras producciones como Spoor y Mr. Jones, filmadas con producción polaca, en la que tanto en la actualidad como en el pasado, la inquieta y curiosa mirada de la genial directora polaca, sigue rastreando y psicoanalizando la condición humana enfrentada a los conflictos internos y externos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA