Las chicas están bien, de Itsaso Arana

5 CHICAS, 7 DÍAS Y UNA CASA. 

“La única alegría en el mundo es comenzar. Vivir es hermoso porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante”.

Cesare Pavese

Siempre empezar es difícil. Empezar es abrirse a los demás, desnudarse, darse a conocer, exponerse. Empezar una película requiere mucha reflexión. Ese primer encuadre, la distancia precisa, los intérpretes y elementos que lo conformarán. El primer plano que vemos de Las chicas están bien, de Itsaso Arana (Tafalla, Navarra, 1985), es sumamente revelador. vemos a las cinco protagonistas esperando tras una cancela. Una cancela que no pueden abrir. Al rato, aparece una niña, una niña que les da la llave que abre la cancela. Un plano sencillo, sí (que nos recuerda  a aquella otra cancela que se abría para los protagonistas de Pauline en la playa (1983), de Rohmer), pero un plano esperanzador y libre, y digo esto porque esa cancela no está dando la oportunidad a otro mundo, abriéndose al universo de la infancia, de los sueños, de la libertad, de la vida, con ellas, y los muertos, que ellas recuerdan. Como sucede en los cuentos de hadas, la vida se detiene en ese mismo instante cuando cruzan esa puerta, que quizás es mágica, o quizás no, lo que sí que es, y muchas más cosas, la entrada a ser tú, a expresarse, a dejar los miedos tras la puerta, a mirar y mirarse, a ver y qué te vean, a ser una, u otra, y todas las vidas que están y las que estuvieron, a dejarse llevar, y sobre todo, compartir junta a unas amigas-cómplices, una casa, el verano, el teatro, el pueblo, su río y todo lo que el destino nos depare. 

Arana lleva desde el año 2004 peleándose con el mundo de la representación y abriendo nuevas miradas, caminos y destinos en la compañía teatral La Tristura, que comparte junto a Violeta Gil y Celso Giménez, de la que nació la película Los primeros días (2013), de Juan Rayos, sobre el proceso creativo de Materia prima, una de sus obras. También ha dirigido la película John y Gea (2012), un cine hablado y comentado de 52 minutos con la inspiración de Cassavetes y Rowlands, nos enamoró en la maravillosa Las altas presiones (2014), de Ángel Santos, ha sido coguionista de La virgen de agosto (2019), que también protagonizó, así como en La reconquista (2016), y Tenéis que venir a verla (2022), todas ellas de Jonás Trueba. Una mujer de teatro, de cine, un animal de la representación, de la verdad y mentira que reside en el mundo de la creación y demás. Su ópera prima Las chicas están bien se nutre de todos sus universos, miradas y concepciones de la creación y mucho más, porque la película está llena de muchos caminos, cruces, (des) encuentros, destinos e infinidad de situaciones. 

Una película que a su vez no es una película, es y volviendo a ese primer plano que la abre, una entrada a ese híbrido, por decirlo de alguna manera, a ese universo donde todo es posible, un cine caleidoscópico, un cine que profundiza en la ficción, el documento, la realidad, la no verdad, el teatro, en la propia materia cinematográfica, en inventar, en ensayar la ficción y la vida, en exponer y exponerse, tanto en la vida como en la ficción, y viceversa. Una película totalmente libre y ligera, pero llena de reflexiones de las que no agotan, las que están pegadas a la vida, a su cotidianidad, a lo que más nos emociona, a lo que nos alegra o entristece, y a lo que no sabemos definir. Un cuento de verano, que encaja a la perfección con el espíritu de “Los ilusos”,  con sus productores Jonás Trueba y Javier Lafuente, la cinematografía llena de luz, veraniega y nocturna de Sara Gallego, de la que hemos visto hace nada Contando ovejas y Matar cangrejos, y la “ilusa”, Marta Velasco, en labores de montaje, siempre medido, lleno de detalles, rítmico, con sus 85 minutos de metraje que tienen dulzura, pausa y moviminto. Un cine descarnado, que se define por sí mismo, no sujeto a ningún dogmatismo ni corriente, sólo acompañando a la vida, al cine que se hace con pocos medios, pero lleno de inteligencia y frescura, transparente, muy reflexivo, que capta con inteligencia las dudas, los miedos e inseguridades del proceso creativo que tiene la vida y la muerte en el centro de la cuestión. 

Su aparente sencillez y ligereza ayuda a reflexionar de verdad sin que tengas la sensación de estar haciéndolo, sólo dejándote llevar por las imágenes libres y vivas de la película, que consigue atraparnos de forma natural y haciéndonos participes en ese mundo íntimo en el que transitan estas cinco mujeres, con sus amores no correspondidos, sus amores que surgen, sus recuerdos de los que no están, la vida que está llegando, y los mal de cap de la escritura, de las dudas y reflexiones y miedos para construir una ficción que tiene mucho de verdad o realidad, como ustedes quieran llamarla. Un cine que se parece a muchas películas en su artefacto desprejuiciado y atento a los sinsabores y alegrías vitales como el que hacen Los Pampero, Matías Piñeiro, la últimas de Miguel Gomes, Joâo Pedro Rodrigues y Rita Azevedo Gomes, y algunos más, donde el cine, en su estado más primitivo, más ingenuo, como si hubiera vuelto a sus orígenes, a ese espacio de experimentación, de sueños, de libertad, de hacer lo que me la gana, de un mundo por descubrir, una aventura de la que sabes cómo entras pero no como saldrás. Una travesía llena de peligros, de incertidumbre, de esperanza, de alegrías, de tristezas. 

Una película como esta necesita la complicidad del grupo de actrices amigas y compañeras que aparecen en la pantalla, siendo ellas mismas, interpretándose a sí mismas, y a otras, o a otras más, donde todas son ellas mismas y todas juntas al unísono. Con dos “tristuras” como Itziar Manero (que hemos visto hace poco en Las tierras del cielo, de Pablo García Canga, en la que está como productor el citado Ángel Santos), y Helena Ezquerro, dos actrices que estuvieron en Future Lovers. Una, la rubia, a vueltas con el recuerdo de su madre, con ese momentazo a “solas con ella”, y la otra, más extrovertida, que se vivirá su enamoramiento, junto a las tres “ilusas”, Barbará Lennie, que protagonizó Todas las canciones hablan de mí, la primera de Jonás Trueba, que sin ser ilusa, ya recogía parte de su espíritu, con su relato de esa vida que está a punto de llegar, Irene Escolar, que estuvo en la mencionada Tenéis que venir a verla, la princesa del cuento, la vitalidad y la sensualidad en estado puro, que tiene uno de los grandes momentos que tiene la película con ese audio-declaración, que recuerda a aquel otro momentazo de Paz Vega en Lucía y el sexo (2001), de Medem.

Finalmente, tenemos a Itsaso Arana, guionista y directora de la película-cuento-ensayo o lo que quieran que sea, o como la miren y sientan, que ahí está la clave de todo su entramado, en funciones de escritora y directora de la obra de teatro que están ensayando, esas mujeres junto a una cama que esperan al lado de una moribunda o muerta, una cama que será el leitmotiv de la película, que cargan a cuestas y que escenifica esas charlas y reflexiones, como si fuese la cama el fuego de antes. Una mujer a vueltas con el azar, la inquietud y la creación como acto de rebeldía, libertad y prisión. No se pierdan una película como Las chicas están bien porque es una delicia, bien acompañada por la música de Bach y otros temas, y no lo digo por decir, ya verán cómo sienten lo mismo que yo, y no lo digo como una amenaza, ni mucho menos, sino como una invitación a disfrutarla, porque es pura energía y puro deseo, amor, y vital, tanto para las cosas buenas y las menos buenas, y magnífica, porque no parece una película y sin embargo, lo es, una película que habla de la vida, de la muerte, de quiénes somos, de cómo sentimos, cómo amamos y cómo nos reímos, como pensamos, como lloramos, como estamos en este mundo que nos ha tocado, y sobre todo, cómo nos relacionamos con los demás y sobre todo, con nosotros mismos. Gracias, Itsaso, por hacerla y compartirla. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El trío en mi bemol, de Rita Azevedo Gomes

EL AMOR Y EL CINE SE MIRAN. 

 “Hay una contradicción: puertas que se cierran/puertas que se quieren abrir. Yo, que soy un ser contradictorio, estoy destinada a crear contradicciones, y no a detectarlas. Estas grandes contradicciones me obligan a posicionarme siempre de forma extremadamente ambigua frente a lo real. Lo que creo que soy es lo que puedo ser en lo que hago”.

Rita Azevedo Gomes

Se llaman Adélia y Paul. Fueron pareja y hace un año que cortaron. Ahora son ex que se encuentran como amigos, o al menos eso es lo que parece. Son siete encuentros durante un año. Hablan de lo que fueron, de lo que son y posiblemente, no serán. También, hablan de música, de ellos y el amor. Ellos son el eje central de El trío en mi bemol, la única obra de teatro que escribió el gran Éric Rohmer (1920-2010), que aquí se representó en las tablas de la mano de Fernando Trueba y con Sílvia Munt y Santiago Ramos. Ahora, nos llega la primera adaptación al cine de la mano de Rita Azevedo Gomes (Lisboa, Portugal, 1952), y cómo no podía ser de otra manera, conociendo el cine de la lisboeta, es una adaptación muy atípica, rehuyendo lo convencional y adentrándose en una intensa búsqueda sobre la representación del amor, del cine y nuestra propia forma de mirar y sentir, en el que el maravilloso y revelador arranque ya deja clara su mirada y su camino. 

La película nace producto de la pandemia, porque en noviembre de 2020, un equipo muy reducido de amigos se instaló tres semanas en Modelo de Minho, en el norte de Portugal, y dió forma a una película, que no sólo recoge el espíritu de Rohmer – las adaptaciones de La venganza de una mujer (2012) y La portuguesa (2018), tenían la misma textura y tono que La marquesa de O (1976) y Perceval le Gallois (1978), -, sino que se investiga a sí misma, y a modo de espejo-reflejo moldea las formas de la representación y el metalenguaje en una suerte sorprendente, ligera y profunda del cine y todo su entramado tanto en lo que vemos como lo que se nos oculta. Tenemos a cuatro almas, las citadas que componen la pareja protagonista rohmeriana, y los otros dos, el director y su ayudante, en el que la vida, el cine, la ficción y demás, se entrecruzan, se mezclan y fusionan creando múltiples espacios y miradas en las que a ciencia cierta nunca sabes dónde estás, y eso hace que la película de Azevedo Gomes, dentro de su extrema ligereza, oculte una estupenda profundidad donde todo se contagia, se acompaña y sobre todo, todo se moldea en un ejercicio magnífico de vida, de cine y de todo. 

No es la primera vez que la directora portuguesa se detiene a investigar sobre las formas y estructuras de la representación, si no recuerden su anterior film, Danzas macabras, esqueletos y otras fantasías (2019), que junto a Pierre León, el Paul de esta, y Jean-Louis Schefer profundizaban sobre las formas de representación y demás aspectos del arte, que tiene en Vanya en la calle 42 (1994), de Louis Malle, su espejo-reflejo, en la que un grupo de intérpretes ensayaban a Chéjov o quizás ensayaban sobre la vida, el amor y ellos mismos, intentando encontrar su mejor versión o no. La directora se acompaña en esta aventura con cómplices cercanos como el cinematógrafo Jorge Quintela, el sonidista Olivier Blanc, el guionista Renaud Legrand, y los intérpretes Rita Durào y el mencionado Pierre Léon, que dan vida, preocupaciones y contradicciones a la peculiar pareja protagonista, a esos dos ex que hablan de su pasado, del presente sentimental de ella y de un futuro que parece que no llega o cuando lo hace ya se ha transformado en otra cosa, y luego su reflejo, la otra pareja, la que hacen Ado Arrieta y Olivia Cábez, director especial y extraño que nunca está satisfecho de la película que está rodando, un personaje casi fantasmal, un tipo que parece algo que no es, o quizás sólo lo imaginamos, y ella, su ayudante, que le acompaña, que le guía por la película o por el rodaje de la película, porque todo va de aquí para allá, traspasando los diferente mundos, o quizás sólo es uno y nosotros pensamos que no, ahí también se sustenta la película, en ese proceso de infinita búsqueda donde el cine va más allá, donde lo tangible adquiere otro significado y damos paso a otros mundos, otros espacios, y todos se transforman. 

En El trío en mi bemol, la cosa se presenta como una comedia sentimental ligerísima, con esa naturalidad e intimidad que traspasa, sustentada en largas conversaciones, en las que hay de todo, cercanía y lejanía entre los dos protagonistas, filmadas en largos planos secuencias donde la cámara se queda fija, con algún que otro movimiento ceremonioso y pausado, presentando una parte del espacio, en el que se describe el interior de cada uno de los personajes, donde cada mirada, y sobre todo, cada gesto resultado revelador. Una trama que no es, donde aparentemente todo se mira de una pasada, pero he aquí, las conversaciones entre los dos ex amantes esconden muchas cosas más, y su profundidad radica en que no lo parece, que todo parece diferente, que todo no es como en realidad es. La película se convierte en una especie de caleidoscopio infinito en que todo tiene su reflejo, en ocasiones perceptible, y en otras, muy confuso, y en pocas, nos devuelve a una imagen natural, como pionera, una imagen que está exenta de misterio o quizás sólo nos lo parece. Una película que investiga, y nos investiga a los espectadores, viva, múltiple, intensa y natural, que parece una cosa y quizás es otra, una película que mira y nos mira, que nos refleja y la reflejamos, una película contaminada de un continuo interrogatorio con ella misma y con quién la mira.  

Una película hecha en libertad y con pausa, que define con exactitud la mirada y el cine de Rita Azevedo Gomes, una directora que se inició en el cine en 1990 con O som da terra a tremer, sobre un escritor que no escribió nada, y ya define su cine, apartado de modas, tendencias y tantas cosas que nada tienen que ver con el cine y mucho menos con mirar y ser mirado, que es al fin y al cabo la verdadera naturaleza del cine, sumergirnos en una experiencia en el que todos los espectadores sepamos muy poco de la película y nos dejemos llevar, como si fuéramos protagonistas de una aventura a lo desconocido, nos dejemos llevar y que las imágenes y sonidos que contemplemos nos afecten en algún sentido o en todos los sentidos, que nos transforme de alguna manera y nos cuestione cosas, y la película de Azevedo Gomes no sólo nos transporta a otro mundo, a otro espacio, muy reconocible pero a la vez completamente desconocido, que nos seduce y nos sumerge en esos otros mundos, en todos esos paisajes físicos y emocionales, y espirituales, donde cabe todo y cabemos todos, siendo presos de unas imágenes y sonidos, de diálogos, de miradas y sobre todo, de la vida, el cine y el amor que se fusionan y nos enamoran. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Matria, de Álvaro Gago

RAMONA EN EL ESPEJO. 

“Hacia dónde debería mirar es hacia dentro de mí”.

Haruki Murakami 

Conocíamos al personaje de Ramona a través de Matria (2017), un corto de 21 minutos que contaba el relato de una mujer en ebullición, trabajando de aquí para allá, con un marido poco marido y una vida a rastras, una vida luchada cada día, cada sudor y cada instante. Ramona era Francisca Iglesias Bouzón, la mujer que cuidó del abuelo del director Álvaro Gago (Vigo, 1986). El cortometraje viajó muchísimo y agradó tanto a crítica como público, aunque el director vigués sabía que la historia de Ramona todavía quedaba mucho por contar y así ha sido, porque ahora llega Matria convertido en su primer largometraje que profundiza aún más en el intenso y breve espacio de la vida de su protagonista. Un relato que se abre de forma contundente y brutal con Ramona dirigiendo la limpieza a destajo de la fábrica de conservas. Se mueve en todas direcciones, aquí y allá, con mucha energía y vociferando a una y a otra, en ese estado de alerta y tensión constante, pura energía, en un estado constante de nerviosismo, de tremenda agitación, donde siempre hay que estar en movimiento, porque detenerse es pararse y mirarse, y eso sería el fin. 

Gago vuelve a contar con parte del equipo que le ha acompañado en cortos tan significativos como Curricán (2013), el mencionado Matria y 16 de decembro (2019), como la cinematógrafa Lucía C. Pan, que hemos visto en algunas de las películas más interesantes del cine gallego más reciente como Dhogs (2017), de Andrés Goteira, Trote (2018), de Xacio Baño, montada por el propio Álvaro Gago, y otras cintas como ¿Qué hicimos mal? (2022), de Liliana Torres, en un trabajo de pura carne, piel y sudor, en que la cámara retrata la existencia de Ramona, esa vida a cuestas, de velocidad de crucero, sin ningún alivio, en que se filma la verdad, la tristeza, la dureza y la inquietud de una vida a toda prisa, de trabajo en trabajo, de un marido que no quiere y exige, y una hija que quiere pero no a ella. Otro colaboradores son el montador Ricardo Saraiva, que sabe condensar y dotar de un ritmo de afuera a adentro, en sus vertiginosos minutos del inicio para ir poco cayendo en ese otro ritmo donde Ramona empieza a no saber adónde ir ni tampoco qué hacer, a ir más despacio, en unos intensos y emocionantes noventa y nueve minutos de metraje que dejan poso en cada espectador que se acerque no sólo a mirar sino también, a sentir a Ramon y a sentir su vida o lo que queda de ella. 

El concienzudo trabajo de sonido de Xavi Souto, que ha estado en películas tan importantes como A esmorga (2014), de Ignacio Vilar, A estación violenta (2017), de Anxos Fazáns y O que arde (2019), de Oliver Laxe, entre otras, y también el mezclador de sonido Diego Staub, que tiene una filmografía junto a directores de renombre como Isaki lacuesta, Amenábar, Bollaín, Martín Cuenca, Paco Plaza y Luis López Carrasco, entre otros. Matria nos devuelve a las tramas de la gente sencilla, esa gente invisible, esa gente que trabaja y trabaja y vuelve a trabajar, una clase obrera, que todavía existe aunque no lo parezca, porque ha perdido su lucha, su reivindicación y sobre todo, su coraje de plantarse en la calle y pedir derechos y mejoras salariales y de lo demás. Unas obreras que ha sido muchas veces retratadas en el cine como aquel Toni (1934), del gran Renoir, pasando por los trabajadores del neorrealismo italiano, o aquellos otros del Free Cinema, deudores de los currelas de las películas sociales y humanas de Leigh, Loach y demás, sin olvidarnos de los trabajadores de Numax presenta… (1980), de Joaquím Jordá, o los recientes de Seis días corrientes, de Neus Ballús. 

La Ramona de Matria, no estaría muy lejos de aquella luchadora a rabiar que protagonizó la portentosa Sally Field en Norma Rae (1979), de Martin Ritt, ni de aquellas otras que retrató de forma magistral Margarita Ledo en su estupenda Nación (2020), obreras gallegas también como Ramona que explicaban una vida de trabajo, de luchas y compañerismo. Matria, de Álvaro Gago es una película sobre una mujer, pero también, es una película sobre un lugar, sobre la tierra difícil y dura de Pontevedra, del Vigo de pescadores, de fábricas de conservas y olor a salitre y sudor, de una forma de ser y de hablar, de también, una forma de estar y hablarse, de esas amistades que van y vienen, y que vuelven, que se alejan y se acercan, de tiempo que va y viene, del maldito trabajo que es un alivio y una maldición tenerlo, al igual que cuando no se tiene. Matria  nos habla de esos días que cambian y parecen el mismo, de paisajes que parecen anclados en el tiempo, o quizás, el tiempo pasó por encima de ellos, quién sabe, o tal vez, ya no se sabe si el paisaje y el tiempo se transmutó en otra cosa y sus habitantes lo habitan sin más, en continuo movimiento, atrapados sin más, sin saber porque no pueden detenerse, o sí que lo saben, y por eso no cesan de moverse, de ir y venir. 

Matria es también el magnífico y potentísimo trabajo de una actriz como María Vázquez, que descubrimos como mujer de guardía civil en Silencio roto (2001), de Montxo Armendáriz, y las miradas penetrantes que se tenía con Lucía Jiménez. Una actriz que nos ha seguido maravillando en películas como en Mataharis (2007), de la citada Bollaín, o en la más reciente y mencionada Trote, sea como fuere su personaje de Ramona es toda vida, toda alma, toda fisicidad y emociones que irrumpen con fuerza y avasallan. Su personaje sumergido en esa inquietud y fuerza arrolladora es un no parar y también, es una mujer frágil y vulnerable, también, fuerte y rabiosa, llena de vida y de amargura, de risas y tristeza, de vida y no vida. A su lado, le acompañan Santi Prego, Soraya Luaces, E.R. Cunha “Tatán”, Susana Sampedro, entre otros, componiendo unos personajes con los cuales Ramona se relacionará, se peleará y amará. No se pierdan Matria, de Álvaro Gago, porque les podría seguir explicando más razones, aunque creo que las aquí expuestas resultan más que suficientes, por eso, no lo haré, sólo les diré a ustedes, respetado público, como se decía antes, que Matria no es sólo la ópera prima de Gago, es sino una de las mejores películas sobre las mujeres y el trabajo, qué buena falta nos hace mirar y reflexionar sobre la actividad que condiciona completamente nuestras vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La amiga de mi amiga, de Zaida Carmona

ZAIDA Y EL AMOR. 

“Aunque el amor llegue un día, me da miedo que tan sólo sea esto; y, aunque el amor llegue un día, también me da miedo que sea mucho más”

Sylvia Plath

Había una vez… Una mujer llamada Zaida en la treintena con un trabajo que le gustaría dejar y en el comienzo de una ruptura amorosa con Gabriela que la devuelve a la ciudad. La amiga intensa Rocío la invita a su casa para que conozca a su nueva novia Lara, de la que Zaida queda prendida. Mientras tanto le gusta Aroa que anda sí y no con Julia que, a su vez, se enrolla con muchas entre las que están Rocío. Todas son mujeres lesbianas que viven en Barcelona, en sus calles, en sus locales, en sus viviendas, en sus baños y en sus amores que van y vienen, en esa perpetua búsqueda del amor o de aquello que creemos del amor, porque como les ocurre a estas cinco mujeres, el amor es eso que nos ronda y nos seduce, pero es como una especie de fantasma, que rara vez se manifiesta, y cuando lo hace, en la mayoría de ocasiones lo confundimos con deseo, soledad y qué se yo, y aún más, no sabemos si es real o no.

A Zaida Carmona la conocíamos por sus trabajos en el cortometraje con películas tan interesantes como Son ilusiones (2020), y su participación como actriz y cantante ocasional en las películas de Marc Ferrer, con La amiga de mi amiga debuta en el largometraje y no podemos estar más contentos de su ópera prima, porque hemos sufrido por amor, nos hemos reído y sobre todo, nos hemos visto reflejados en las deambulaciones y tropiezos del amor y desamor que tienen sus protagonistas. Unas mujeres como nosotras, en busca del amor y acaban encontrando deseo, amistad y malos rollos. La directora castellonense que coescribe el guion con el mencionado Marc Ferrer, construye sus películas a través de su vida y sus amores, donde su vida y ficción se mezclan y fusionan, en los que no podía faltar el cine como vehículo para relacionarnos o no con la vida, como ese maravilloso ciclo de Eric Rohmer con sus “Comedias y Proverbios”, que ponen en el imperdible Cine Zumzeig, entre las que destacan las sesiones de El rayo verde y El amigo de mi amiga, inspiración en el título de la película. También hay librerías como La carbonera, locales de la nuit y mucha música, pop y que habla de todas nosotras y lo que nos pasa, como el tema “La séquence”, de Julie et Joe, que se convierte en una especie de leit motiv de la cinta, “La juventud”, de Rocío Saiz, esa maravillosa versión del “Lady dilema”, de Berlanga y Canut, en la que se luce Aroa, con la complicidad de la propia Zaida, y el “Tú por mí”, de Christina Rosenvinge, entre otras, la mayoría surgidas de Elefant Records.

La directora afincada en Barcelona se rodea de sus amigas como Rocío Saiz y Aroa Elvira, que ambas actúan y cantan, Alba Cros, una de las directoras de Les amigues de l’Àgata (2015), como actriz y cinematógrafa, y finalmente, Thaïs Cuadreny, que actúa, y Eric Monteagudo como montador, ambos colaboradores del universo de Marc Ferrer, las breves apariciones de Nausicaa Bonnín, la divertidísima de Christina Rosenvinge y el jugoso cameo de las “amigas” Júlia Betrian y el propio Marc Ferrer, y otras muchas, amigas y componentes del equipo artístico y técnico, en una película hecha con mucho amor, dedicación y talento, levantada con pocos recursos surgidos de una campaña de Verkami. Carmona nos habla sin complejos ni prejuicios de su mundo y el de las otras, sobre todo tipo de temas como el mundo queer, sexo, drogas y demás, donde todo se desarrolla con una fluidez y encanto maravillosos, con una mezcla de ligereza y fantasía que no quita esos lugares y emociones oscuras y extrañas que se van sucediendo entre las cinco almas de la película. Podría funcionar como un retrato de las treintañeras en el amor, pero la intención de la directora no va por ahí, porque su intención no es otro que retratar el amor o las diferentes formas de relacionarse y de amar que existen en el interior de la cinco mujeres, que hay otras, pero la película muestra y retrata estas, que ya son un buen ejemplo de cómo nos relacionamos, lo que sufrimos y sobre todo, lo que nos engañamos, tanto a los demás como a nosotros mismos.

Tiene la frescura, la cercanía y la intimidad de las desacomplejadas comedias sentimentales españolas de principios de los ochenta que hacían los Colomo, Trueba, Almodóvar, sin olvidar las comedias-pop de los sesenta, en la que Un, dos tres… al escondite inglés (1969), de Iván Zulueta, sería la punta de lanza de la irreverencia y el desparpajo, y también, el universo cálido y oscuro de las películas de Miranda July, y hits del cine queer noventero como Go Fish y High Art, entre otras, que abrieron el camino para que ahora podamos ver películas tan estimulantes como La amiga de mi amiga. Celebramos una película como esta, porque el cine necesita películas rodadas con ese espíritu libre que tanto hace falta, películas que hablen de nosotras, de todo lo que nos pasa, de todos esos estados de ánimo que no sabemos interpretar, de toda esa extrañeza de estos tiempos, tanto a nivel laboral como sentimental, de tantos tumbos y deambulaciones que damos nosotras y las demás, en este vivir y sinvivir que nos pasa con el amor o eso que creemos que es el amor, como le sucede a Rocío, Lara, Aroa, Júlia y Zaida, nuestras cinco heroínas de la búsqueda del amor, de los sentimientos, de la sinceridad, de ese maremoto de emociones, miedos, inseguridades y demás que nos suceden con el amor o mejor dicho, cuando creemos que hemos encontrado el amor o algo que se parece a ello o la idea que tenemos de eso que llamamos amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

La vida sin ti, de Laurent Larivière

JOAN FRENTE A SUS RECUERDOS.

“Cada momento induce a la imaginación en cada momento. Lo sabemos bien: la realidad es totalmente subjetiva”.

Paul Valéry

En su extraordinario libro de memorias “Vivir para contarla”, Gabriel García Márquez deja bien claro que la vida no se cuenta como sucedió, sino como se recuerda. La misma actitud toma, qué remedio, Joan Verra, la protagonista de La vida sin ti (del original, À propos de Joan), segundo trabajo de Laurent Larivière (Montpellier, Francia, 1972), después del interesante Je suis un soldat (2015), que también nos hacía un retrato sobre una mujer, más joven y en un mundo dominado por hombres. Desde su arranque, la película deja clara su camino, con esa mirada de la protagonista hacia nosotros, en un gesto de aquí estoy y aquí está mi vida, donde comienza a contarnos su existencia, desde el volante de su automóvil y en mitad de una noche con lluvia. Asistimos a su vida, o mejor dicho, a sus recuerdos, a lo que ella recuerda y también, inventa, porque lo que recordamos siempre está envuelto en muchas cosas, todo aquello que hemos experimentado, lo bueno y lo no tan bueno, y lo que nos queda de todo lo vivido y lo que no hemos vivido.

El director francés vuelve a contar con su guionista François Decodts, como ya hiciese en la mencionada Je suis un soldat, para armar una historia que acoge cuarenta años de la vida de Joan, es decir, una historia que va y viene, a través de los recuerdos de Joan Verra, tanto de joven como adulta, viviendo los momentos que han marcado su existencia, esos instantes que vuelven a nuestra memoria una y otra vez, como si el tiempo se hubiera detenido. Volvemos a experimentar cuando conoció a su primer amor, el tal Doug, en la Irlanda setentera, el nacimiento de su hijo Nathan, la huida de su madre, su trabajo como editora, la entrada en su vida de Tim Ardenne, todo contado a través de elegantes y sutiles flashbacks, desordenados y sin seguir ninguna línea racional, sino emocional, porque estamos en el interior de la protagonista, sintiendo sus emociones, experimentando con ella esos momentos que nos van definiendo el carácter y nuestra actitud ante la vida, viviendo o haciendo lo que podemos con las cosas que nos van pasando, en las alegrías y tristezas.

La excelente cinematografía de Céline Bozon, que ha trabajado con cineastas tan interesantes como Valérie Donzelli y Claire Simon, entre otras, consigue crear esa idea de sueño romántico que tiene toda la película, donde se huye del realismo para adentrarse en un viaje sentimental y duro de la protagonista, que sin aspavientos y con suma delicadeza, cambia de un tiempo a otro, matizando con sutileza todos los cambios, cambios que se decantan por la emocionalidad, más que por el realismo, la suave y acogedora música de Jérôme Rebotier con más de cuarenta bandas sonoras en su filmografía, también resulta hipnotizadora para una película que sienta todo su entramado en lo de dentro, y el gran montaje de Marie-Pierre Frappier, que repite con Larivière, que sabe centrar el volumen de hechos y lugares en una dinámica brillante y profunda, como en esos momentos donde la película se recoge en sí misma y mira hacia lo invisible.

En una película que necesita varios intérpretes para un mismo personaje, es imprescindible acertar no en la apariencia física, sino en los gestos y en las emociones que se quieren transmitir, y Larivière lo consigue con creces con un reparto lleno de miradas, gestos y no verbalidad con una apabullante y esplendorosa Isabelle Huppert convertida en maestra de ceremonias, qué poco hay que decir de ella, en un personaje complejo, que todo es hacia dentro, y ella lo hace de manera bella, con esa frialdad que la caracteriza, y sobre todo transmitiéndolo todo. La Huppert tiene a Freya Mayor, una actriz que transmite intimidad, haciendo de la Joan joven, y cumple con creces dando vida a una mujer enamorada, pero también desilusionada y sola. Al igual que Éanna Hardwicke en el rol de Doug de joven, con ese entusiasmo, esa vitalidad y ese ser. Florence Loiret Caille hace de Madeleine, la madre de Joan, una mujer llena de vida, que resulta una mujer inquietante y misteriosa para todas. El actor alemán Lars Eidinger hace de escritor maldito, un tipo ensombrecido y talentoso, atormentado por el amor a Joan, y finalmente, Swan Arlaud es Nathan, el hijo de la protagonista, dividido en tres etapas, de niño, de adolescente y joven, y con una relación muy peculiar con su madre, con muchas idas y venidas.

El cineasta francés ha construido una película hermosísima, que se ve sin dificultad y nos hace pensar mucho en nosotros mismos y la vida y las vidas que hemos y no hemos vivido, que no solo habla de los recuerdos durante cuarenta años de una vida, sino que va mucho más allá, porque se adentra en todo aquello que nos ha marcado: aquel amor, aquel hijo, aquella madre, y sobre todo, nos devuelve a nuestras reacciones, nuestros pensamientos y nuestras emociones, las que tuvimos y las que recordamos, y también, las que nos inventamos, porque si la vida, que no tiene sentido, como menciona la protagonista en alguno de los soliloquios que nos dirige, tiene mucho de ficción, de mentira, porque la realidad siempre es subjetiva, y además, nunca parece real, porque depende de lo que sintamos en ese momento, y no de la situación que estamos viviendo, en fin, toda una vida cabe en muy poco espacio, o quizás, la vida solo existe dentro de nosotros y fuera es otra cosa tan irreal que debemos inventarla para soportarla. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Kumjana Novakova y Guillermo Carreras-Candi

Entrevista a Kumjana Novakova y Guillermo Carreras-Candi, directores de la película “Tierra removida”, en el marco de La Inesperada Festival de Cine, en el Zumzeig Cinema en Barcelona, el sábado 26 de febrero de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Kumjana Novakova y Guillermo Carreras-Candi, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Miquel Martí Freixas y Núria Giménez Lorang, directores de La Inesperada, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Jonás Trueba e Irene Escolar

Entrevista a Jonás Trueba e Irene Escolar, director y actriz de la película “Tenéis que venir a verla”, en los Cinemes Girona en Barcelona, el miércoles 22 de junio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jonás Trueba e Irene Escolar, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Relabel Comunicación y a Diana Santamaría de Atalante Cinema, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Diarios de Otsoga, de Maureen Fazendeiro & Miguel Gomes

CELEBRAR LA VIDA, EL CINE, EL VERANO…

“No se recuerdan los días, se recuerdan los momentos”

Cesare Pavese

En el magnífico libro “Después del cine”, de Àngel Quintana, se cita la película Casablanca (1942), de Michael Curtiz, por las dos películas que existen en su interior. La que ha quedado para la posteridad, y la otra, la de aquellos técnicos e intérpretes, húngaros, suecos, estadounidenses… Encerrados en un estudio de Hollywood, que imaginaban los conflictos que se vivían en ese instante en el lejano país. La ficción y la realidad convergían en una sola, donde cine y vida eran lo mismo y resultaba imposible encontrar diferencias. Todos estos elementos están muy presentes en el imaginario de Miguel Gomes (Lisboa, Portugal, 1972), ya desde sus primeras películas. Un cine que habla sobre cine, el enamorado cinéfilo de A cara que mereces (2004), un cine que documenta lo rural de Portugal y a su vez, nos habla de las formas de hacer el cine, a partir de la ficción, de amor y de verano en la maravillosa Aquele Querido Més de Agosto (2008), un cine que mira el pasado del cine e indaga en el pasado colonialista de Portugal en Tabú (2012), un cine que revisa Las mil y una noches, y construye tres volúmenes para hablarnos de la crisis económica y como se las ingenia un director de cine para explicarla en las películas homónimas de 2015.

Un cine filmado en 16 y 35 mm, donde la música tiene una importancia esencial, y donde todo lo que vemos, tanto delante como detrás de la pantalla, o también, se podría decir desde dentro y fuera de la pantalla, se está construyendo en ese mismo instante, como si el tiempo de la película y el tiempo de los que hacen la película no tuviese diferencias y ficción y realidad se cruzarán a cada instante y nunca supiéramos saber qué es la película y qué no. Todas estas ideas y reflexiones han encontrado su zenit en Diarios de Otsoga, que Miguel Gomes codirige por primera vez con Maureen Fazendeiro (Francia, 1989), que arranca por el final o mejor dicho, la película está construida como un diario pero a la inversa, de ahí la idea de su título, el agosto del revés. Empezamos por el día 22 y vamos hacia atrás, en que esos primeros días estamos en una película de ficción, en el que tres jóvenes, Crista Alfaiate, Carloto Cotta y Joâo Nunes Monteiro están en mitad del campo, en una casa de verano, construyendo un invernadero para mariposas en un jardín. Los días se van entre maderas, tornillos, comidas conjuntas, y ratos sin nada que hacer, mirando el verano o quizás, dejando que el verano los mire a ellos. De repente, esa linealidad de ficción se interrumpe y entran en la ficción la realidad de la película, la de aquellos que hacen la película detrás de las cámaras, y tanto unos y otros se enfrentan a un rodaje complicado.

Asistimos a un rodaje en plena pandemia del coronavirus ya que arrancó el 17 de agosto y se alargó hasta el 10 de septiembre de 2020. Los conflictos y las diferentes situaciones se suceden, en la que todos expresan su opinión de las consecuencias de filmar en tales circunstancias. Diarios de Otsoga es sin lugar a dudas, la película que mejor ha plasmado en el cine la pandemia, porque nos habla desde la intimidad y la cotidianidad de un equipo enfrentándose a los problemas derivados por el covid, y lo hace desde la naturalidad y las conversaciones entre ellos, las diferentes posiciones y dudas que genera todo el tema, en un magnífico ejercicio de despojamiento que aplaudimos y nos emociona por su sencillez, por su amor al cine y sobre todo, por su libertad creativa. Un guion que firman Mauree Fazendeiro, el propio director y Mariana Ricardo, que ha estado en todas las películas del director portugués. Un guion abierto, en plena efervescencia imaginativa y que va desarrollándose en el momento, con esa maravillosa conversación de Mariana junto a Gomes, que le habla de un libro de Cesare Pavese que tiene el mismo punto de partida de la ficción que están rodando, y ese otro instante del beso bajo el árbol, donde es más importante lo que no vemos y escuchamos que lo estamos viendo.

Muchos de los técnicos que han acompañado a Gomes durante su filmografía repiten como el sonidista Vaco Pimentel, toda una institución en el cine luso, que ha trabajado en todas sus películas que, como ocurría en Aquele Querido Més de Agosto, vuelve a tener otra de esas conversaciones que tienen que ver con la realidad, pero también con la ficción, dos cómplices de Las mil y una noches, como son el cinematógrafo Mário Castanheira, y el montador Pedro Filipe Marques, y el diseñador de sonido Miguel Martins, otro cómplice indisoluble en el universo del cineasta lisboeta. Diaros de Otsoga, por su interesantísima construcción, se aleja de la idea de causa-efecto del personaje o de la propia idea de la película, porque todo lo vemos ya es un efecto de lo que ha sucedido y todavía no hemos visto, porque la película va a la inversa, en una idea excelente del tratamiento del tiempo, uno de los temas predilectos de Gomes, y por ende del cine, donde pasado y presente se enlazan o quizás, sería algo así como establecen una fusión, una relación entre que ya nada tiene tiempo y todo se desarrolla a la vez, en que el tiempo como lo conocemos hubiera variado hacia otra cosa y todos lo hubiésemos entendido así.

Tres personajes encarnados ficticios o no, qué más da, a los que dan vida tres intérpretes que se llaman igual que ellos pero no son ellos o sí, en otro de los juegos de documento-ficción que nos plantea el relato, en el que encontramos a Crista Alfaiate y Carloto Cotta, que ya vimos en Las mil y una noches y Tabú, y la incorporación de Joâo Nunes Monteiro, que debuta con Gomes y descubrimos en el cine de Joâo Nicolau. La película se abre con una canción en una fiesta, quizás del comienzo o final de rodaje, no sabemos, lo que sí es seguro es que Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro, nos invitan a celebrar la vida, el cine, el verano, ya sea en pandemia o no, con el mismo espíritu arrollador de del universo de Éric Rohmer, para festejar la vida, el cine, el verano y todo lo que le envuelve, porque como mencionaba Pavese, aquello que: “La vida hay que vivirla, sin pensar en su sentido ni lógica, porque seguramente no la tiene”, experimentar cada instante, cada olvido, cada tiempo, y sobre todo, compartiéndola, ya sea haciendo cine, haciendo vida y experimentando la existencia desde fuera y desde dentro, desde el otro lado de la cámara y desde cualquier otro lado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las cartas de amor no existen, de Jérôme Bonnell

¿QUE FUE DE NUESTRO AMOR?

“¿Acaso podemos cerrar el corazón contra un afecto sentido profundamente? ¿Debemos cerrarlo? ¿Debe hacerlo ella?

James Joyce

Jonas es un tipo de cuarenta y tantos tacos, con encanto pero torpe, como cantaba Sabina, alguien que se encuentra en Stand by, no por decisión propia, sino porque su vidas y los hechos que la rodean parecen ir contra él, o simplemente, las cosas van sucediendo y Jonas va llegando tarde a todo, porque no quiere darse cuenta que las cosas se terminan, o hay gente con la que hay que terminar por nuestro propio bienestar. A Jonas le costó despedirse de la madre de su hijo, una mujer que ya no quería, también de su socio, un aprovechado que le ha metido en un gran lío, y además, le cuesta horrores decir adiós a Léa, su última novia. Jonas ahí anda, a la deriva por su miedo a cerrar, a decir adiós, y sobre todo, el miedo a la incertidumbre que se apodera de uno cuando cierra algo o a alguien y empieza de cero. Donde muchos ven una forma de empezar de nuevo, Jonas lo ve como una decisión que no quiere o no puede tomar, aunque la situación actual lo lleve a la mierda. Y en esas anda.

La historia arranca después de una noche de borrachera, Jonas se levanta más perdido que nunca y no decide otra cosa que visitar a Léa de buena mañana, y hacer lo imposible para recuperarla, una vez más. La cosa no va como espera y se refugia en el café de enfrente de su casa, como si se tratase de un naufrago en una isla desierta, esperando a Léa decide escribirle una carta, una carta para contarlo todo lo que siente por ella, y esta se decida a rescatarlo, porque él no se atreve o simplemente no se lo ha planteado, quizás ha llegado de coger la riendas de su vida y enfrentarse a ese tipo que tanto miedo le da y no es otro que él mismo. Las cartas de amor no existen (del original “Chère Léa”), es el séptimo largometraje de Jérôme Bonnell (París, Francia, 1977), y vuelve a colocarse en el tono que más le gusta al director francés, entre la comedia dramática y el romance, porque estamos ante una comedia romántica, con ese aroma que tenían las del Hollywood clásico, sin olvidarnos de Becker y Truffaut, donde el amor y su perdición es el trasunto real de la trama, una estructura que se desmarca acomodándose en el suspense hitchcockiano, con el inquietante macguffin, que no es otro que la citada carta, ya que su contenido nunca nos será revelado.

La acción, más propia del thriller psicológico que de la comedia al uso, juego mucho con los inequívocos y las subtramas que solo hacen más difícil la no aventura y no decisión del protagonista, jugando mucho con la información, porque se nos da poca información del pasado del protagonista y las personas que lo pululan, en una especie de radiografía emocional que sin querer se practica el propio Jonas que, al igual que le ocurría al dickensiano Ebenezer Scrooge, sus fantasmas del pasado comenzarán a revolotearle el alma, donde el café será el centro neurálgico de su catarsis personal, y saldrá a unas visitas como la de su ex en la cafetería de una estación, que recuerda a una de sus películas El tiempo de los amantes, de dos desconocidos que se conocían en un tren, y la peculiar relación con el dueño del café, el amante de Léa, su socio con el que se comunica vía móvil, al igual que su hijo, y algún que otro cliente y los habituales del barrio. Las cartas de amor no existen habla de amor, o quizás podríamos decir, de todo ese amor que creemos sentir, de las historias que hay que dejar, decir adiós, y del tiempo.

El tiempo real de la película acotada a un solo día, a una única jornada, veinticuatro horas donde casualmente Jonas hará balance de los hechos vitales hasta ahora, y en un lugar ajeno al suyo, en cierta manera, Jonas está en una especie de laberinto emocional en el que él mismo ha puesto sus obstáculos para no salir. La estupenda cinematografía de Pascal Lagriffoul, responsable de toda la filmografía de Bonnell, le da ese toque cercano y naturalista sin caer en ningún instante en el embellecimiento ni la condescendencia, la excelente música de David Sztanke va detallando todos los estados emocionales de Jonas en una especie de montaña rusa de nunca acabar, y el ágil y formidable montaje de Julie Dupré, que ya trabajó con el director parisino en À trois on y va y en la citada El tiempo de los amantes – amén de aquella maravilla que era Dos otoños, tres inviernos (2013), de Sébastien Betbeder – que rompe con habilidad ese único escenario donde se desarrolla casi toda la trama.

El maravilloso reparto de la película encabezado por Grégory Montel, un magnífico y desconocido para el público de por aquí, pero muy popular en Francia por su éxito televisivo por Call My Agent!, una serie que ha dado la vuelta al mundo. El actor se mete en la piel de Jonas, y nunca mejor dicho, porque la cámara se posa en él y dentro de él, dando vida a un tipo que tiene muchos frentes abiertos por miedo o por no atreverse: un trabajo que odio, porque en realidad le encantaría escribir, y mira tú, ha empezado por una carta, una carta que no puede parar de escribir, con relaciones pasadas que cree todavía estar ahí, con relaciones actuales, más de lo mismo, y enganchado a todo y nada, a un pasado que lo machaca y a un presente, de bólido, que repite patrones anteriores, un caso, en fin, quizás ese día, ese día tan loco, surrealista y extraño, le abra los ojos, depende de él. Le acompañan la siempre fascinante y natural Anaïs Demoustier como Léa, el eficaz Grégory Gadebois como dueño del café, Léa Drucker como al ex esposa, y finalmente, una sorprendente Nadège Beausson-Diagne, una cliente particular del café. Bonnell ha construido una película de verdad, auténtica, que no solo retrata a un tipo-náufrago de sí mismo, sino de su propia vida, y ya no digamos del amor, y lo hace desde dentro a fuera y al revés, contándonos ese París, ese otro París, el muy alejado de su estereotipo de ciudad del amor y mandangas por el estilo, aquí vemos su día a día, su cotidianidad, sus gentes y el amor, ¡Ayyy…! El amor,,,, Que seríamos sin él y con él. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La peor persona del mundo, de Joachim Trier

TODAS LAS VIDAS, TODOS LOS AMORES.

“Siento que los peligros, la soledad y un futuro incierto no son males abrumadores mientras el cuerpo esté sano y las facultades en uso, y sobre todo, mientras la libertad nos preste sus alas y la esperanza nos guíe con su estrella”

Charlotte Brontë

Primero fueron Erik y Phillip, dos jóvenes amigos y aspirantes a escritores, con destinos dispares entre el éxito y el fracaso. Los dos protagonistas de Reprise (2006). Anders era el foco de atención en Oslo, 31 de agosto (2011), un joven en un centro de desintoxicación vive una jornada en la que se arrepiente de sus actos pasados y las oportunidades desaprovechadas con la esperanza de comenzar de nuevo. Y ahora, nos llega Julie, la protagonista de La peor persona del mundo, una joven indecisa, vital, guiada por sus sentimientos y emociones del momento, como deja claro su excelente y conciso prólogo, en el que la vemos cambiando constantemente de carrera, sin decidirse por ninguna. Julie es una mujer actual, a punto de entrar en la treintena, en esa parte de la vida en la que aparentemente y socialmente esta uno presionado para ser “normal” y aceptado por todos, o sea, tener un trabajo, una hipoteca y una pareja, y quizás, hijos. Julie no tiene nada de eso, y lo que es más, tampoco tiene nada claro que quiera hacer nada de eso.

La protagonista vive, duda, se equivoca, se enamora o no, emprendiendo relaciones íntimas, las empieza y deshace y se va recomponiendo como puede, sin pensar en el porvenir, un futuro que se le antoja como una tumba o algo peor. Tercera entrega de la trilogía de Oslo del cineasta Joachim Trier (Copenhague, Dinamarca, 1974), en la que vuelve a poner la atención en la juventud como en sus antecesoras ya citadas. Un elemento el de la juventud que ya estaba en El amor es más fuerte que las bombas (2015), su primera y hasta la fecha última experiencia en el mercado anglosajón, y en Thelma (2017), sobre la llegada a la universidad, a la edad adulta, al amor de una joven, con la atmósfera propia del género de terror y el thriller psicológico. Trier que siempre trabaja con el guionista noruego Eskil Vogt, y director, del que hemos podido ver Blind (2014), enmarca sus relatos con la omnipresencia de la enigmática y fría Oslo, ciudad-testigo y profundizando en esa etapa de la vida en la que ya somos conscientes de cada una de nuestras decisiones y opciones que nos ofrece la vida, ya sea trabajo, vivienda, y amor.

La parte técnica abrumadoramente plástica, cautivadora y llena de matices, marca de la casa en la filmografía del director afincado en Noruega, desde las potentísimas y fascinantes imágenes del cinematógrafo Kasper Tuxen, que debuta con Trier, y del que conocíamos sus trabajos en las recientes Jinetes de la justica y Entre la razón y la locura, posicionándonos ya no en el cuerpo y el rostro de la protagonista, sino en su forma de mirar y sentir, caminando junto a ella, o más bien, caminando dentro de ella, situando a la protagonista, como sucede en su cine, en el centro de todo, en el centro de su universo. Olivier Bugge Coutté en la edición, un cómplice que ha estado en toda la filmografía del director danés, condensando de manera brillante y dosificando la información de manera ejemplar, donde el tiempo se estira y se maneja de forma emocional, voluble y física. El músico Ola Flottum, otro colaborador fiel, del que hemos escuchado la composición de Fuerza mayor, de Ruben Östlund, que teje unas melodías que nos atrapan desde el primer minuto, creando esos espacios entre imaginarios, corpóreos y abstractos, dentro de una extrema cotidianidad por la que se mueven los personajes.

El fantástico guion estructurado a través de un prólogo y epílogo y en medio doce capítulos, elegidos al azar y elegantemente desestructurados, nos van encerrando en una atmósfera de apariencia ligera, pero sumergiéndonos en los conflictos y avatares vitales más profundos e intensos. Todo parece estar contado desde la perspectiva de una sofisticada comedia romántica, y su contrario, con sus rupturas necesarias, donde todo se torna de otro color y textura, y donde había romanticismo, ahora hay oscuridad y las cosas huelen con otro aroma, en que la historia se va a los problemas más propios de la existencia y todo lo que le envuelve. Julie vive sin importarle el mañana, se enamora y se desenamora, o quizás, nunca ha estado enamorada, porque es un personaje vitalista, emocional y pasional, todo lo experimenta de forma intensísima, como si el mañana no existiera, lanzándose sin red a todos sus abismos, no queriendo decidir su futuro, dejando pasar la vida o simplemente, no saber qué camino tomar por miedo a equivocarse o arrepentirse. Julie no es un personaje construido para caer bien o mal, sino para observarlo, sentir como ama o no, compartir su fragilidad y vulnerabilidad, acompañarlo a ver qué decide y vuelve a desdecirse, con esa duda permanente, en que la película hace una oda a la duda, a la incertidumbre de la vida, y sobre todo, a posponer las decisiones importantes, a mirarnos de otros ángulos, más humanos y cercanos, más de carne y hueso, alejándonos de tanta apariencia y felicidad impostada de los tiempos actuales. Mirar desde el otro lado, desde los que se equivocan, y dan marcha atrás, desde los que nada tienen claro, de los que se pierden y se encuentran cuando pueden.

La magnífica Renate Reinsve, que ya tenía un papel en Oslo, 31 de agosto, se mete en la piel de Julie, componiendo un personaje inolvidable, que se le acaba queriendo, porque es ante todo un ser humano como nosotros, llena de dudas, que toma buenas y malas decisiones a la vez, que debe aprender a soltar lastre de una familia que pasa bastante de ella, que debe amar como si no fuera un mañana, que debe decir no cuando cree que todo ha terminado, sino cuando ha dejado de querer aunque todavía siente que quiere, que no tiene porque entender todo lo que hace o dejar de hacer, que debe disfrutar de la vida, de cómo quiere vivir su vida a pesar de los otros, y sobre todo, debe no sentirse mal cuando hierra y decide volver o no a enamorarse otra vez o quizás querer de verdad a la persona que abandonó años atrás. Le acompañan el siempre comprometido y visceral Anders Danielsen Lie, protagonista de Reprise y Oslo, 31 de agosto, aquí en el rol de Aksel, un exitoso dibujante de novela gráfica, mucho más mayor que Julie, de la que está enamorado, pero con sus grandes diferencias, que no logra entender a Julie y le agobia esa indecisión constante de la joven. Herbert Nordrum, habitual en el teatro noruego, interpreta a Eivind, un tipo encantador del que Julie también se enamora o simplemente emprende una relación sentimental.

Trier ha hecho una película excelente y emocionantísima, que tiene su sentido en todo esa experiencia vital de un personaje que amamos y reivindicamos, guiados por ese deambular por la vida de Julie, que va de aquí para allá, huyendo de los problemas y dejando relaciones como quemando etapas, personas que no olvidamos porque por mucho que nos alejemos todavía siguen en nuestro corazón. Una película que nos envuelve en cada uno de sus planos, en cada una de sus situaciones, donde hace hincapié en las relaciones actuales, en cómo nos enamoramos o creemos enamorarnos, en esa incertidumbre vital, en ese desasosiego que nos ensombrece en nuestra cotidianidad, en vivir a pesar de todo y todos, y sobre todo, al derecho a equivocarnos, volver atrás y no sentirnos juzgados, a sentir la vida de verdad, olvidándonos de tanos prejuicios y presiones sociales, que no sirven para nada, solo para sentirnos infelices y alejados de nosotros mismos, porque aunque queramos o no, la vida no se detiene por nadie, simplemente continúa y no hay nada escrito, cada día escribimos nuestra vida y todo lo que vivimos o creemos vivir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA