Nomadland, de Chloé Zhao

LA OTRA AMÉRICA.

“Las fronteras no son el este y el oeste, el norte o el sur, sino allí donde el ser humano se enfrenta a un hecho”.

Henry David Thoreau

En un país tan vasto e inabarcable como Estados Unidos con una población de más de trescientos millones y una superficie de casi diez millones de km2, una extensión parecida a Europa, encontramos formas de existir muy diferentes, donde sus habitantes tienen muchas formas de vida, tantas como visiones se ven reflejadas en su cine, y no hablo de ese cine comercial que muestra una América basada en lo superficial, la falsedad y en los valores tradicionales y conservadores, que tiene más de operación de marketing que mostrar una realidad contemporánea de las formas de vida y trabajo de sus habitantes. Ese “otro cine”, a las antípodas del comercial, lo podríamos encontrar en cineastas como Kelly Reichardt, Greta Gerwig, Sean Baker, Noah Baumbach, Richard Linklater, Charlie Kaufman, entre otros muchos. Cineastas que reflejan esa “Otra América”, ese otro país, esas otras gentes que viven en zonas grises y tristes como cualquier lugar en el mundo, donde el oropel y las luces de neón son falsas y no dicen nada, esos otros lugares, donde encontramos personas como tú y como yo que cada día se levantan intentando labrarse una vida que no resulta nada fácil.

De Chloé zhao (Pekín, China, 1982), conocíamos su opera prima, Songs My Brothers Taught Me (2015), documento que abordaba la cotidianidad de los indios en las reservas de Dakota del Sur. Su segundo trabajo The Rider, dos años después, abordaba, también en un tono real, la traumática experiencia de un joven indio que, después de un terrible accidente, debe vivir alejado de los rodeos y los caballos. Para su tercera película, se basa en el libro “Nomadland”, de Jessica Bruder, para retratar la vida de Fern, una mujer madura que después de la recesión de 2011, y el cierre de la fábrica que daba trabajo al pueblo de Empire en Nevada, se queda sin marido, que ha muerto, y con su única posesión de su autocaravana, convertida en su hogar, deja su pueblo en busca de nuevas oportunidades, como en la campaña navideña de una gran compañía al sur de California, y de allí, empezará una travesía por la citada California y Arizona, enganchando trabajos de temporada, muy precarios y viviendo en su autocaravana.

Durante su viaje irá conociendo a otros nómadas como ella, Linda May, Charlene Swankie, Bob Wells, Gay Deforest, entre otros, nómadas de la vida real, que van mostrando a Fern otra forma de vida, muy alejada de la convencional, donde no hay fronteras ni ciudades, solo carretera y desiertos donde acampar, un camino en el que la mujer va conociendo y relacionándose con otros como ella, que han hecho de su vida una conquista diaria, porque si los ancestros llegaron al oeste, una tierra vasta y por descubrir, estas personas de aquí y ahora, emprenden su propia conquista, no ya de una tierra, sino de sí mismos, en busca de nuevas oportunidades laborales, y sobre todo, dejar el pasado, un pasado que duele, que todavía sangra, y emprender mucha carretera y cómplices en este viaje emocional. Zhao nos envuelve en un relato donde no hay épica ni heroísmo, sino todo lo contrario, centrándose en las personas y su humanidad, rodeados de unos países de exultante belleza y silencio, que contrasta con estas vidas errantes, de existencia difícil y solitaria, donde la soledad no es una enemiga, sino una aliada muy necesaria y agradecida, sin desdeñar a todos los que van cruzando en el camino de Fern y son bienvenidos.

Como en sus anteriores trabajos, la directora chino-estadounidense, una especie de nómada también, ya que ha vivido en varias ciudades, compone un magnífico, honesto y transparente ejercicio entre la ficción y el documento, ya que, por un lado, tenemos al personaje principal de Fern, lo interpreta una actriz como Frances MacDormand, una actriz muy diferente, con un cariz y una mirada muy alejada del estereotipo que tanto vende el cine comercial, tanto en lo físico como en lo emocional, y otro actor, el inmenso David Strathairn, siendo ese contrapunto de la existencia de Fern, quizás una historia de amor, un amigo inseparable, o uno de esos tipos que han dejado huella en el viaje de Fern. Y por el otro, el documento, donde los demás personajes son interpretados por ellos mismos, una mezcla que tiene su origen en el Toni, de Renoir, y después, tuvo su eclosión en el Neorrealismo italiano, donde la ficción y el documental se mezclan, se fusionan, creando un nuevo cine, un cine donde ya no hay fronteras ni géneros, sino diferentes recursos, ya sean extraídos de la realidad o la ficción, para construir el relato hibrido y sincero que se quiere contar, como hizo Rossellini con su extraordinaria Stromboli, con una imponente Ingrid Bergman rodeada de lugareños reales asfixiada en una isla.

Zhao vuelve a hacer gala de una mirada íntima y sobrecogedora a la hora de acercarse al dolor y las heridas de sus criaturas, con esa forma honesta y sensible que requiere una película que aborda temas tan delicados como estos, no hay artificio ni nada que se lo parezca, con la espléndida luz del cinematógrafo Joshua James Richards, en todas las películas de Zhao, y en el rítmico y reposado montaje que firma la propia directora. Seguimos la vida de esta mujer como testigos privilegiados, de un modo de acompañamiento, observando sus acciones, la gente que se va encontrando en el camino, y demás situaciones que va experimentando, desde una posición de silencio, de quietud y sobre todo, sin juzgar nada de lo que hacen, porque la directora no busca nada de eso, sino mostrar una forma de vida, una forma de hacer y deshacer, en ocasiones, con el contrapunto de esa vida más convencional, como el instante maravilloso cuando Fern visita a su hermana, donde la película se abre a las posiciones diferentes a las de la protagonista. La tradición de ese “otro cine” estadounidense, “los desheredados” como Fuller, Ray, Cassavetes o Jarmusch, tienen su voz en cineastas con personalidad y potentes como Chloé Zhao que, bajo el marco de aquellos grandes deudores, también nos habla de los desheredados de la tierra, de aquellos, que ya sean por los motivos que sean, emprenden su “desconquista del oeste”, ya no para encontrar un lugar donde instalarse, sino para encontrar ese lugar interior-exterior donde el dolor y la tristeza duelan menos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

The Rider, de Chloé Zhao

BUSCANDO TU CAMINO.

“Si este mundo es para los que ganan. ¿Qué queda para los que pierden? Alguien tiene que sujetar los caballos”. (Diálogo de la película Junior Bonner)

Brady Jandreau tiene 20 años y era una prometedora figura de los rodeos montando a caballos salvajes. Aunque, esos días de gloria han pasado a mejor vida. Ahora, Bady tiene que asumir su propia vida, ya que se recupera de un accidente sufrido en uno de los rodeos, que le ha provocado una durísima lesión cerebral que le ha afectado a otras partes de su cuerpo. Brady sólo sueña con seguir montando a sus caballos en los rodeos, pero tendrá que asumir su propia condición y en seguir con su vida a pesar de todo. La segunda película de Chloé Zhao (Pekín, China, 1982) se centra en una experiencia real, la del joven Brady y su entorno, la de esa América profunda que vive alejada del mundanal ruido, entre caballos salvajes, llanuras silenciosas y atardeceres solemnes, en el que todas las vidas están relacionadas con los caballos y los torneos de rodeos, donde los sueños, las esperanzas y los miedos se mezclan en una tradición ancestral que nace en los primeros colones de esas tierras rojizas y duras.

Durante la filmación de su primera película Songs My Brothers Taught me (2015) filmada en la reserva india Pine Ridge, en Dakota del Sur, Zhao conoció a los sioux Oglala Lakota (que se traduciría como los vaqueros indios) que viven y trabajan con caballos salvajes y sueñan con ser figuras del rodeo. Uno de esos chicos es Brady Jandreau y después de conocer los pormenores de su grave accidente y su habilidad para la doma de caballos, la directora enfocó su siguiente trabajo en contar su experiencia y su nueva vida. La directora chica-estadounidense nos habla de loosers (perdedores) pero no lo hace desde un prisma vacuo o superficial, sino desde las entrañas (como bien muestra su crudeza en el arranque cuando Brady, frente a un espejo, nos muestra sus heridas) y también, desde lo poético, filmando a su personaje y su entorno desde la intimidad, desde esos silencios que abruman esa tierra difícil de trabajar y de vivir.

Una película sobre la amistad y el compañerismo, como esos momentos donde Brady y sus colegas recuerdan sus hazañas, esas que no todos podrán vivir alguna vez y otros volverán a sentir (mientras un atardecer rojizo los va oscureciendo) filmando esa luz que los baña oscureciendo unos rostros de sueños rotos y esperanzas en el aire (obra del cinematógrafo Joshua James Richards, que vuelve a colaborar con Zhao) a través de ese tiempo detenido   que es ahora la vida de Brady (con esas visitas a su amigo Lane, que un accidente en el rodeo lo ha dejado en estado vegetativo) cuando los dos jóvenes sueñan con esos tiempos donde la luz brillaba con fuerza y el público los adoraba, ahora ya no hay nada de eso, ahora la vida sigue, pero pro otros caminos, unos caminos que deberán a hacer suyos, y sobre todo, adaptarse a que la vida ya es otra cosa. Zhao nos habla de sinceridad, adoptando un realismo que en ocasiones mata de lo sincero y terrible que llega a ser, donde no ha medias tintas, en un mundo feroz y salvaje, en el que humanos y bestias se relacionan de manera extrema, donde el amor y el odio se funden y confunden creando relaciones de fuerte cariño, pero también, de extrema crueldad, donde los animales son sacrificados si se hieren, pero los humanos siguen viviendo aunque estén heridos y no puedan seguir trabajando para su sueño.

Brady aunque le cueste aceptar su nueva vida y siga pretendiendo volver a los rodeos, a pesar de la negativa de su padre y hermana, una hermana que padece el síndrome de Asperger, pero tiene esos momentos emocionales con ese hermano al que adora, y la ausencia de su madre fallecida (con esa visita a su tumba, momento que recuerda al cine de Ford, donde los tipos duros también añoraban a los ausentes que les llevaban a otros tiempos con más luz). La narrativa de Zhao recoge ese aroma de los grandes títulos del western de perdedores, en el que el cine de Peckinpah estaría a la cabeza, con Junior Bonner, título emblemático ambientado en el mundo del rodeo, donde un tipo errante vuelve a su hogar, pero se encontrará una familia dividida y un tiempo que ya no le pertenece, como le ocurría a Jeff Mc Cloud (que interpretaba Robert Mitchum) que un accidente en el rodeo lo incapacita y vuelve a casa, y tiene que afrontar su nueva vida como entrenador de aspirantes al rodeo, en la estupenda The Lusty Men, de Nicholas Ray, o Unforgiven, de Clint Eastwood, buena parte de su cine, en el que retrata a esos hombres a vueltas de todo, donde su tiempo, cuando todo parecía brillar, se terminó y ahora tienen que afrontar el reto de vivir sin más, con otras ilusiones y sueños.

Zhao ha construido una película sencilla y honesta, donde a través de un documento anclado a la realidad, más propio del cine documental, ha creado un relato grandioso sobre los vaqueros actuales, su modo de vida y que se cuece en sus entrañas, que sigue la estela de los grandes western crepusculares, donde veíamos las aristas y sueños rotos de tantos aspirantes a la gloria que por algún motivo, quedaron en el camino, y ahora deben volver a levantarse y encontrar su camino y lugar en el mundo, esos tipos invisibles, sobre todo aquello que quedó truncado, roto en sí mismos, en un fidelísimo y sobrio film sobre esa América que nunca sale en los informativos, a no ser que sea por algún caso violento o cosas parecidas, esa América que vive en el campo, trabajando sus sueños a golpe de rabia y miseria, donde nunca hay tiempo de revolverse, porque la esperanza y los sueños se sujetan por hilos muy finos y frágiles, donde cualquier brizna de viento y mala suerte, puede acabar con ellos de un plumazo.