Entrevista a Mario Hernández y Salva Reina, director y actor de la película “Tregua(s)”, en la terraza del Hotel Pulitzer en Barcelona, el miércoles 20 de septiembre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mario Hernández y Salva Reina, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Íñigo Cintas y Andrés García de la Riva de Nueve Cartas comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Alcanzó el paraíso que pueblan todos los amantes de todos los tiempos, el mundo al fin entrelazado de dos seres diversos que, por un instante, creen dejar atrás la soledad”.
“Contra el viento”, de Ángeles Caso.
La comedia romántica de nuestros días, por lo general, se ha instalado en una especie de pleitesía hacia el público, ofreciendo películas de corte muy superficial, con historias políticamente correctas, con el afán de agradar sin agredir, es decir, que todo el mundo salga de verla con la sonrisa, sin haber reflexionado una pizca de nada de lo que le han propuesto, porque la propuesta, valga la redundancia, está únicamente construida para eso mismo, para agradar y no pensar en nada, pasar el rato o perderlo, según el caso. Por ese motivo, comedias románticas como Tregua(s), se agradecen y mucho, porque se salen de lo fácil y del producto, para indagar en otros territorios de la complejidad de la condición humana, en su apartado más complicado como los sentimientos y las emociones. Tenemos a dos personajes, a dos almas, Ara y Edu. Ella, actriz de renombre con una relación de dos años. Él, un guionista sin más, también con una relación de tiempo. A pesar de la aparente felicidad que tienen con sus parejas, Ara y Edu hace una década que son amantes intermitentes. Cuando coinciden en festivales o eventos, comparten sexo, confidencias y ese oasis de descanso de sus vidas reales o no.
Mario Hernández (Albacete, 1988) ha hecho carrera como dramaturgo y director en el teatro, y ha dirigido cortometrajes documentales y de ficción como Por Sifo (2016), protagonizado por Salva Reina, que aquí actúa además como coproductor, y actor protagonista junto a Bruna Cusí, construye su ópera prima a partir de un guion y una dirección sencilla, sin adornos ni artificios, acotada a una noche que se va alargando, apoyándose en la palabra y en todos los silencios que esta causa. La película se destapa como una atrevida y agitada comedia romántica cómo se hacían antes, con el regusto del Hollywood clásico, salvando las distancias, por supuesto, con aquellas adorables historias llenas de personajes afilados, de mundo, y ambiguos, que deseaban a la par que dudaban de sus sentimientos, películas que hicieron grande el género y a día de hoy son referentes incuestionables, y películas sobre el amor y los amores que también se les dan a la cinematografía francesa. Tregua(s) también se nutre de ese cine-diálogo donde lo importante es tanto lo que se dice como lo que se calla, con esas conversaciones donde la pareja protagonista se dice de todo, y de más allá, atrayendo, retando y vacilando al que tienen delante. Un (des)encuentro en el que hay sexo, palabras, y sobre todo, pasado, un pasado que viene a recordarles que su relación o su amor pende del siguiente (des) encuentro o no.
Dividida en tres tramos muy diferenciados. El primero es una habitación de hotel, donde los espejos juegan un rol fundamental que describe sin palabras, todo lo que son esta singular pareja, lo que comparten, lo que no y en qué punto están. El segundo tramo sucede entre un bar y la calle, con ese juego infantil entre ellos, y luego, los reproches, los absurdos y la distancia. Y el último, la terraza del hotel, donde la ciudad de Málaga queda abajo, y ellos arriba, o quizás es al revés, en que tanto uno como otro esconden lo que sienten, se divierten, beben y hacen ver lo que son, los que les gustaría ser y tal vez, lo que nunca serán. Un gran trabajo de cinematografía que firma Alex Bokhari, que tiene en su haber estado en los equipos de series tan potentes como El ministerio del tiempo, La casa de papel y The Crown, entre otras, el exquisito y rítmico montaje de Dani Aránega, del que hemos visto películas como la reciente Asedio, y la serie Parot, firma una edición complicada por tratarse de una película apoyada a través del diálogo, que en ningún momento se hace pesada ni sensiblera en sus 90 minutos de metraje.
Si tuviéramos que destacar la parte fundamental de la película esa no sería otra que su espectacular pareja protagonista, con el citado Salva Reina, del que hemos visto su acertado trabajo en comedias de otra índole, aquí se destapa como un tipo cansado y aburrido de su trabajo como guionista, y esas cosas del negocio que hacen odiar a uno su pasión. Alguien que se ríe de sí mismo y constantemente hace bromas para no enfrentarse a una realidad que prefiere esquivar para no mentirse más de lo que lo hace. A su lado, frente o quizás, junto a él, tenemos a Bruna Cusí, que decir de una de las mejores actrices de su edad del país, y no lo decimos por quedar bien, sino por muchas razones, por su mirada, esos momentos que nos regala en la película, por cómo habla y cómo dice los diálogos de su personaje, y ´como está tan perdida y vacía como su partenaire. Tregua(s) es una película de producción sencilla y pequeña, pero muy grande en su forma y fondo, sin caer en lugares comunes ni condescendencia al público, sino haciendo una película honesta y sencilla, como las grandes películas.
Tregua(s) es una historia que engancha por su aparentemente sencillez, peor que oculta e irá emergiendo toda una retahíla de aspectos relaciones con el amor o no, las relaciones personales, las ajenas y las propias, y todo lo que somos, lo que nos gustaría ser y lo que nunca seremos, todas las mentiras que decimos a los demás, a nosotros mismos, y sobre todo, aquello que escondemos a los demás y a nosotros, y todas esas cosas que un día fuimos y quisimos, y ahora, se nos ha olvidado y lo más grave, no es que ya no seamos, es que queremos autoconvencernos que en algún lugar y junto a alguien, todo está esperando para cuando lleguemos nosotros. En fin, una comedia romántica, donde nos reímos, nos entristecemos y también, reflexionamos sobre muchas cosas, pero sobre todo, sobre nosotros mismos, eso que casi nunca hacemos. Véanla, por favor, si tienen ocasión en su ciudad, y cuando lo hagan, la recomendarán, y les diré porque, porque todo lo que le habían contado acerca del amor, verán que no saben nada, o quizás, saben demasiado, y ahora sólo queda, que sean honestos con los demás y con ustedes, aunque sea durante un rato cada día. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Gerardo Herrero, director de la película “Bajo terapia”, en la cafetería del Hotel Market en Barcelona, el jueves 16 de marzo de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Gerardo Herrero, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Revolutionary Press, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
“Amor no es resignación eterna, vulneración de principios, sumisión, descalificación o engaño. Los límites del amor están en nuestro amor propio, en nuestra dignidad”.
Alex Rovira
La historia de Bajo terapia, escrita por Matías del Federico, nació en los teatros donde se representó cosechando un gran éxito de crítica y público. Ahora, llega su adaptación al cine de la mano de Gerardo Herrero (Madrid, 1953), prolífico productor con más de 150 títulos entre los que se encuentran grandes nombres internacionales como Ken Loach, Adolfo Aristarain, Alain Tanner, Tomás Gutiérrez Alea, Arturo Ripstein, y de aquí como Manolo Gutiérrez Aragón, Mariano Barroso, Enrique Urbizu, Cesc Gay, Álex de la Iglesia, Rodrigo Sorogoyen, entre muchos otros. Paralelamente Herrero ha construido una interesante filmografía como director que abarca 20 títulos entre los que destacan las adaptaciones de novelas de Almudena Grandes, Belén Copegui, Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. La premisa de Bajo terapia es muy sencilla y directa. La trama se localiza en un único escenario, en este caso un coworking ubicado en las afueras, en una de esos centros industriales reconvertidos, y con sólo seis personajes, que son tres parejas en crisis. Tres parejas acuden a la psicóloga, pero esta vez la profesional se muestra ausente y ha dejado unos sobres para que las tres parejas hagan terapia en grupo conjuntamente.
El guion del propio Herrero se disfraza de comedia de sexos, aunque a medida que avanza la trama, la cosa irá derivando por otros derroteros. Tenemos tres conflictos. Es decir, a Esteban y Carla, en el que ella no se decide a vivir juntos, a Daniel y Laura, que discuten sobre la forma de educar a sus hijos, y finalmente, a Roberto y Marta, que no llevan bien la depresión de ella. La hora y media de película la pasamos escuchándolos discutir y mucho, convirtiendo la improvisada y accidental reunión en una guerra de hombres machirulos que se niegan a aceptar unos roles que ellos creen que les desautorizan y demás cuestiones que los separan en estos dos bandos declarados. La película tiene ese toque de comedia disparatada pero con muchos toques de atención, donde toca temas serios y pertinentes tan actuales como el machismo, la salud mental, la mentira, el miedo y tantas cosas que nos suceden cuando estamos en pareja. El cineasta madrileño se acompaña de un equipo admirable arrancando con la precisa y natural cinematografía, llena de planos secuencias y planos cortos, de un experto como Juan Carlos Gómez, que tiene en su haber películas de Achero Mañas, Daniel Sánchez Arévalo y Gracia Querejeta, entre otras.
Un único, inusual y especial escenario de un grande como Iñaki Ros, con más de cuarenta títulos a sus espaldas, añadiendo un plus muy interesante, con ese espacio donde no queda nadie y con ese aroma impersonal. La delicada e interesante música de Paula Olaz, que hemos escuchado en películas como Nora, Errementari y La cima, entre otras. Y por último, el preciso y conciso montaje de Clara Martínez Malagelada, que consigue un ritmo que casa perfectamente con las situaciones y los conflictos que se van desarrollando y acumulando entre los seis personajes de la película. Una trama de estas características necesitaba a seis intérpretes muy metidos en su roles y sus deseos, ilusiones y miedos y tristezas, y consigue un reparto lleno de grandes aciertos y sorprendente, empezando por Fele Martínez y Juan Carlos Vellido, que rescata de la obra homónima, y que acompaña de sus respectiva “parejas” en el rostro de Alexandra Jiménez y Malena Alterio, y Eva Ugarte y Antonio Pagudo, la pareja que falta. Una interesante mezcla de gente que viene de varios medios como el teatro, cine y televisión, en el que van creando esa lucha sin cuartel de hombres llenos de miedos y prejuicios contra las realidades que van imponiendo unas pacientes mujeres.
Bajo terapia juega y con mucho acierto a ese tipo de comedias de sexo en apariencia, porque dentro de ella hay muchísimo más, porque es una película que nos hace reflexionar y mucho, viendo a unos personajes que parecen una cosa y en realidad son otra, individuos que mienten, que ocultan cosas, que se mueven en un miedo patológico que acaba lastimando a los demás, y sobre todo, a ellos mismos, que se engañan, que se pierden en sus idiotas prejuicios y demás estupideces que nos hace muy infelices y sin darnos cuenta vamos dañando a los que más queremos. Una película que va creciendo a medida que van avanzando sus intensos, divertidos y reflexivos noventa y dos minutos de metraje, en el que asistimos a poner sobre la mesa cuestiones que no nos atrevemos a plantear con nuestra pareja y mucho menos con nosotros mismos, y la ocurrencia de la invisible psicóloga hace posible. Citar a tres parejas en crisis que no se conocen entre sí, y ahora deberán hablar y mirarse los unos a los otros, para encontrar soluciones a sus respectivos conflictos, eso sí, sin trampa ni cartón, con toda la transparencia y desnudez posible, con todos sus sentimientos sobre la mesa, a la vista de todos y todas, y nada de eso es fácil, y mucho menos para personas que hablan mucho, en las que también me incluyo yo mismo, y casi todos, y bla bla bla, y sobre todo, no llegamos a decir nada relevante ni importante para solucionar los conflictos con los que amamos y con nosotros mismos, en fin, el mal moderno, de hablar para entretenerse, y no para crecer y mejorar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“No heredamos la Tierra de nuestros antepasados. La legamos a nuestros hijos”
Antoine de Saint-Exupery
El trabajo es el tema principal en las tres películas que ha filmado como director Sébastien Pilote (Chicoutimi, Saguenay, Canadá, 1973). En Le vendeur (2011), el cierre de una planta afecta a los trabajadores de un humilde pueblo. En Le démantèlement (2013), un granjero de sesenta años debe vender sus propiedades para ayudar a una hija, y finalmente, en La disparition des lucioles (2018), el entorno industrial asfixia a una adolescente que no encuentra la forma de encontrar su lugar. Podríamos decir que Maria Chapdelaine es su película más ambiciosa por varios factores. Se basa en una novela de éxito publicada en 1914 por Louis Hémon, que nos traslada a la década del diez del siglo pasado, al seno de la familia Chapdelaine, que viven a orillas del río Péribonka, al norte del lago Saint-Jean en Canadá. Una familia alejada de todos y todo, que trabaja la difícil tierra, en la que hay que talar los árboles en verano y cosechar para tener alimento para el durísimo invierno.
Los Chapdelaine tienen una vida muy dura, donde siempre hay algo que hacer, una vida que obliga a los hombres a pasar el invierno en las madererías para labrarse un futuro. El director canadiense construye su cuarta película a través de dos pilares fundamentales. En uno, la cinta funciona como una suerte de film antropológico, en el que asistimos a una forma de vida ya desaparecida, con el trabajo físico de la tierra, la madera y el ganado, el hogar familiar y las relaciones entre sus individuos, y por último, las visitas de amigos al hogar de los Chapdelaine. En el otro, que alberga la última hora de la película, la trama se instala más profundamente en la mirada de la joven protagonista, la Maria del título, con sus diecisiete años, que está dejando de ser una niña para convertirse en una mujer, una etapa en la vida que conlleva elegir esposa para formar su propia familia. Así aparecen los pretendientes, muy diferentes entre sí, con François Paradis, el amor desde la infancia, pero con una vida de trampero, aventurero y guía, luego está Lorenzo Suprenant, el de la ciudad, que le ofrece una vida urbana muy alejada de su familia y su tierra, y por último, Eutrope Cagnon, el vecino, que le da una vida en el bosque, como ahora, trabajando duro la tierra y un porvenir futuro.
Uno de los grandes aciertos de una película inmovilista, en la que siempre estamos en el mismo espacio, es esa idea de dentro y fuera, lo emocional con lo físico, con la interesante reflexión que hace no solo de su entorno, sino también, de los ciclos de la naturaleza y por ende de la vida, y la maravillosa construcción de las miradas y los silencios de la acción, donde se sustenta todo su entramado emocional, en el que sobresalen esos momentos impagables de los encuentros con las visitas, donde se cuentan relatos de tiempos pasados, donde asistimos a la evolución de la vida y las formas de hacer, y esos otros de puro romanticismo, como el paseo de Maria y François buscando arándanos en el día de Santa Ana como manda la tradición, y qué decir de esos otros, donde madre e hija miran desde el porche a lo lejos a los hombres trabajar la madera, un silencio solo roto por los sonidos de desbroce. La película está filmada con detalle, belleza y sensibilidad, como esa apertura en el interior de la iglesia con esa mirada, y luego, el camino de vuelta a casa con la nieve cubriéndolo todo.
La exquisita y poderosa cinematografía de Michel la Veaux, en su cuarta colaboración con Pilote, teje con acierto y visualidad un espacio que podría caer en la postal, pero la película se aleja de esa idea, para conmovernos con sus poderosísimas imágenes tanto exteriores con la fuerza y la quietud de la naturaleza, y unos maravillosos interiores con los colores cálidos y terrosos, donde los quicios de las puertas y las ventanas actúan como lugares para mirar hacia afuera, creando esa idea de interior-exterior que nos remite, completamente, al western y a los relatos fordianos, y más concretamente aquella maravilla de ¡Qué verde era mi valle! (1941). La grandiosa labor de montaje de Richard Comeau, del que hemos visto Polytechnique (2009), de Denis Villeneuve y sus trabajos para Louise Archambault, entre otros, en un estupendo trabajo de concisión y ritmo para una película larga que supera las dos horas y media. La música de Philippe Brault, tercera película con el director canadiense, consiguiendo una elaboradísima composición que nos introduce con naturalidad a los avatares alegres y sobre todo, tristes de la película, sin caer en el preciosismo ni nada que se le parezca.
Un reparto bien conjuntado que emana vida, trabajo e intimidad, con la debutante Sara Montpetit en la piel de la anti heroína de este conmovedor y durísimo retrato. Le acompañan sus “padres” Sébastien Ricard y Hélène Florent, que muchos recordarán como una de las protagonistas de Café fe Flore (2011), de Jean.Marc Vallée, los “pretendientes” Émile Scheneider como François, Robert Naylor como Lorenzo y Antoine Olivier Pilon como Eutrope, que vimos como protagonista en Mommy (2014), de Xavier Dolan, algunos de los “visitantes” como Martin Dubreuil, un trabajador incansable y muy divertido, Danny Gilmore como el cura, Gabriel Arcand como el doctor y Gilbert Sicotte como Éphrem, amén de los otros hermanos de Maria. Pilote ha construido una película excelente, que se cuece a fuego lento, sin prisas y con mucha pausa, elaborando con mimo y sabiduría cada encuadre y cada plano, cada encuentro y cada desencuentro, generando esa agradable sensación en la que el espectador va conociendo los sucesos agridulces de la vida al mismo tiempo que los espectadores, en un retrato sobre la tierra con el mejor aroma de los que hacía Renoir, como por ejemplo El hombre del sur (1945), y otros como El árbol de los zuecos (1978), de Ermanno Olmi, donde familia, tierra y una forma de vivir adquirían toda la fuerza y también, toda la dureza de esas vidas ya desaparecidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado. Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, ante una tumba, ya no tiene ningún sentido. Pero desafortunadamente, solo con el tiempo…“
Jorge Luis Borges
Con La distancia más larga (2013), la directora Claudia Pinto Emperador (Caracas, Venezuela, 1977), debutó en el largometraje con una historia intimista y familiar, en la cual la naturaleza tenía una importancia sublime, por el tremendo contraste entre la violenta y caótica capital venezolana con la libertad y paz de La Gran Sabana, al sureste de Venezuela, donde el monte Roraima, se convertía en el epicentro del pasado y presente de los personajes. Un relato sobre las heridas que arrastramos, sobre el perdón, el amor que tanto cuesta y tanto evitamos, sobre todas esos traumas físicos y emocionales que no sabemos manejar ni relacionarnos con ellos en paz. La película viajó por el mundo, cosechando premios y excelentes críticas. Han pasado ocho años de todo aquello, en los que Pinto Emperador ha trabajado en el medio televisivo, dirigiendo series y realizando programas.
Con Las consecuencias, su segundo trabajo como directora, vuelve a la familia como centro de todo, y a la naturaleza como paisaje, que, al igual que sucedía en su opera prima, vuelve a tener una importancia capital en el transcurso de la trama. Del monte Roraima pasamos a una isla volcánica, una isla donde llegarán Fabiola, una mujer rota, en descomposición emocional, tratando de levantarse de la culpa por la muerte accidental del marido mientras buceaban, César, su padre, un hombre maduro y cordial, que lleva también su propia culpa que se irá desvelando, y finalmente, Gaby, la hija de Fabiola, y nieta de César, de 14 años, independiente y rebelde, que será de vital importancia en el transcurrir de los hechos. También, encontramos a Teresa, madre de Fabiola y esposa de César, que actúa más como testigo del devenir de unos acontecimientos que nada ni nadie podrá detener. Pinto Emperador escribe junto a Eduardo Sánchez Rugeles, un guion que mezcla el drama familiar con el thriller psicológico, en un entorno asfixiante, turbio y muy oscuro, donde cada acción, gesto y mirada encierra demasiadas cosas ocultas del pasado, donde esa familia laberíntica y llena de mentiras, cosen las heridas mal y a través del dolor del otro, donde el misterio que encierra este grupo pronto entrará en erupción, dejando los monstruos en libertad, tanto los reales como los inventados.
La directora venezolana, afincada en España, vuelve a contar con los técnicos que le ayudaron en su primer largometraje, Vicent Barrière (asiduo de Adán Aliaga, Alberto Morais y Roser Aguilar, entre otros), que construye una música maravillosa, que casa de forma eficaz y sugerente a esas imágenes poderosas, elegantes y fantásticas, en muchos momentos, del cinematógrafo Gabo Guerra, y el exquisito y brillante montaje de Elena Ruiz, que tiene en su filmografía a directores tan importantes como Mar Coll, Julio Medem, Isabel Coixet y J. A. Bayona, entre otros. La película es inquietante, filmada de manera elegante y extraordinaria, en un paisaje demoledor que acaba subyugando a todos los personajes, donde la cotidianidad de esa isla habitada por monstruos se manifiesta a cada instante, donde todo parece regir entre la armonía de una vida rota y desesperada, de la que nunca se habla, se esconde, y se culpabiliza, con otra, más aparente, mentirosa y sin alma, con ese aroma que tenían películas como La tormenta de hielo (1997), de Ang Lee, y la más reciente Algunas bestias, de Jorge Riquelme Serrano.
Una película en la que todas las emociones se ocultan, se mienten y se dejan atrás, necesitaba un plantel de intérpretes de grandísimo nivel. Juana Acosta, que después de El inconveniente, la vemos encarnando a Fabiola, un personaje en las antípodas de aquel, enfundándose en una mujer embarrada en la culpa, en proceso de reconstrucción, que arrastra un dolor intenso, y se tropezará con otro aún mayor, que ama a su hija y se acerca a ella torpemente, situación que la aleja muchísimo más. César, un tipo lleno de arrugas en el alma, necesitado de amor, quizás de otra clase, que también arrastra su dolor y rabia, condenado a un deseo imposible de comprender, al que da vida un inconmensurable Alfredo Castro, uno de esos actores de la vieja escuela, que con solo mirar ya dice todo lo que se cuece en su interior. Gaby es la benjamina de la familia, interpretada por la debutante María Romanillos, una adolescente a lo suyo, que no encaja en esta familia podrida, y además, quiere saber y tener su espacio, aunque no le resultará fácil, y todo estará rodeado de una extrañeza demasiado inquietante.
En las dos películas de Pinto Emperador nos encontramos personajes de reparto que tienen pocas secuencias, pero que los recordamos por su intensidad, como el padre o la doctora de La distancia más larga. En Las distancias, ese parte la hacen el personaje de Teresa, a la que da vida Carme Elias, que vuelve a ponerse a las órdenes de la cineasta venezolana, después del maravilloso e inolvidable rol de Martina, la mujer que quería morir en paz. Ahora se enfrenta a esa madre, esposa y abuela, testigo silencioso de la que sabe, pero tiene miedo a hablar para no romper esa aparente tranquilidad, que en realidad es monstruosa. Y finalmente, Sonia Almarcha, siempre eficaz y sensible, en un personaje breve pero muy intenso, la hermana de César, la que se cuida del viejo moribundo que hace Héctor Alterio, una situación que evoca a aquel militar que hacía en la recordada Cría Cuervos (1975), de Carlos Saura. Pinto Emperador vuelve a demostrar su grandísima valía para construir atmósferas cotidianas e inquietantes, de diseccionar y psicoanalizar a las familias, y sobre todo, todo lo que esconden, todos esos monstruos que habitan en ellas, todo ese pasado demoledor, toda esa culpa asfixiante, y todo ese dolor mezclado con un deseo prohibido y callado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Huimos de una guerra, y nos encontramos con otra en el mar”
Desde que en 2015 estallará la crisis descontrolada de inmigrantes que se lanzaban al mediterráneo, intentando llegar a Europa, utilizando travesías difíciles, y llenas de peligros que costaban la vida de muchos, muchas cámaras se fueron a documentarlo, generando una gran cantidad de trabajos sobre la tragedia de los inmigrantes muertos en el mediterráneo, desde miradas, ángulos y puntos de vista diferentes, quizás faltaba uno que introdujera el elemento humano, el que se sube a bordo de los barcos, y registra la cotidianidad, lo que sucede en su interior de forma sincera y veraz. En Cartas mojadas, de la española Paula Palacios, cumple esa función, de mirar de frente, de filmar los rostros y los cuerpos del mediterráneo, hablando de todo, del inicio del viaje, de todo lo que dejan, las travesías, y los destinos. Un relato que va desde lo más íntimo, a lo más general, deteniéndose en todos las miradas y sentimientos, y no solo muestra lo que sucede en el mar, sino va más allá, dirigiéndose a esos lugares donde van a parar los inmigrantes cuando supera la barrera del mar, mostrándonos las diferentes realidades con las que se encuentran, y todo nos lo cuentan, de forma humanista, rigurosa y sensible. Palacios ha producido y dirigido más de veinticinco documentales para televisión, donde prevalecen los temas sobre migración y mujer, haciendo hincapié en esa parte humana que se oculta con tantas cifras de fallecidos.
En Cartas mojadas, su primera película para cine, nos convoca en tres espacios. En el primero, iremos a bordo del barco humanitario “Open Arms”, en el que rescatarán del mar a más de medio millar de personas, personas que conoceremos y miraremos a sus rostros cansados, mientras la tripulación, intenta por todos los medios un puerto donde recalar. En el segundo espacio, nos llevarán a las calles de París, donde inmigrantes viven al raso, sin nada, en el que son expulsados por la policía. Y en el tercer espacio, nos subimos a bordo de una patrullera de guardacostas libio que, localiza embarcaciones y las devuelve a sitios como Libia, donde los inmigrantes son torturados y esclavizados. Tres miradas de la tragedia que se vive a diario en el mediterráneo, de todos los que sobreviven. Y todo ello, Palacios nos lo cuenta a través de una voz en off, de una niña ficticia que lee una carta de la madre, esas cartas mojadas que elude el título, todas esas cartas que no llegan a su destino, que se pierden bajo las aguas del mar, reivindicando a todos aquellos que mueren, víctimas invisibles de una política europea que ahoga a los países pobres e impide que sus habitantes lleguen a Europa, un continente demasiado ensimismado en su ombligo y en hacer dinero, que salvar vidas.
La película tiene una factura impecable, con esa luz que capta todos los elementos humanos y físicos de la película, una cinematografía que firman Taha Jawashi, Amine Belhouchat y Mikel Landa, que capta con mucho criterio y sobriedad la vida y la muerte del mediterráneo, bien acompañado de un montaje enérgico y brillante, obra de Virginie Véricourt, que sabe contarnos las diferentes realidades sin perder un ápice del contenido de la obra, y la excelente música de Mariano Marín (que muchos recordamos por las score de Tesis y Abre los ojos, entre muchas otras), una música afilada y oscura que describe el terror que muchos viven en su trágico viaje. Palacios ha construido una película de frente, sin recovecos ni sentimentalismos, muestra unas realidades tremendas, las que viven miles de personas que se lanzan al mar para huir de la guerra, la miseria, la violencia y la injusticia que se viven en sus países de origen, huyen de una guerra y se encuentran con otra, la que sufren en el mar, la de aquellos que los rechazan y les impiden llegar a un lugar mejor del que huyen.
Un relato triste y lleno de rabia, desesperanzador y durísimo, que la película consigue mostrar con el equilibrio adecuado, entre esa cercanía para que podamos empatizar con sus imágenes, pero también, la suficiente distancia para la reflexión necesaria, que nos conmovamos con unas imágenes terribles, pero sin caer en la lágrima, sino explorando unas realidades que no acostumbran a mostrarse en los informativos occidentales, siempre tapadas con cifras que no describen el inmenso drama para tantas personas. La película se lanza al vacío, muestra y provoca la reflexión y el pensamiento en los espectadores, sin caer en la superficialidad de otras producciones, aquí no hay épica ni heroísmo, solo unas personas que intentan salvar a otras, personas que actúan con conciencia ante la tragedia del otro, ante la impasibilidad de sus países, y no miran hacia otro lado como hace la mayoría, materializan su ayuda, subiéndose a un barco, enfrentándose a todas las autoridades y trabajando por salvar vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La vida no es fácil, para ninguno de nosotros. Pero… ¡qué importa! Hay que perseverar y, sobre todo, tener confianza en uno mismo. Hay que sentirse dotado para realizar alguna cosa y que esa cosa hay que alcanzarla, cueste lo que cueste.”
Marie Curie
El 16 de junio de 1963, dos años después de Yuri Gagarin, Valentina Tereshkova se convertía en la primera mujer en volar al espacio exterior. Le siguieron otras, igual de valientes y fuertes, hasta llegar a 1996 cuando Claudie Haignéré, era la primera mujer astronauta francesa que realizaba tal proeza. La directora francesa Alice Winocour (París, Francia, 1976) que ha dirigido dos largometrajes, Augustine (2012) ambientado a finales del siglo XIX, narra las vicisitudes de un doctor que experimenta con una paciente aquejada de una extraña enfermedad llamada histeria, en Maryland (2015) se centraba en las relaciones de un ex soldado con síndrome de estrés postraumático con la mujer y el hijo que protege de un rico libanés. En Próxima, que hace relación al nombre de la misión a Marte de un año, nos sitúa en una de las bases de la Agencia Espacial Europea, en la piel de Sarah, madre de Stella de 7 años, que está preparándose para participar en la misión, realizando difíciles y complejas pruebas para separarse de la tierra y convertirse en una persona del espacio, y por ende, separarse de su hija.
La directora francesa escribe un guión en colaboración con Jean-Stéphane Bron, que ya tuvo la misma función en Maryland, en el que nos introduce en la mirada y el cuerpo de Sarah, convirtiéndonos en ella, experimentando y sufriendo con todo lo que ella vive en la base, en una película reposada e íntima, que muestra aquella que raras veces enseña el cine, lo que hay antes de las misiones espaciales, toda la cotidianidad y esfuerzo por el que pasan los astronautas para convertirse en space person, como se menciona en la película. Además, en el caso de Sarah debe prepararse por partida doble, su labor profesional y su labor maternal, separarse de su hija que vive con ella, la que durante un año no podrá ver ni compartir, una niña que también debe aprender a separarse de su madre, romper y liberarse de ese cordón umbilical emocional y físico, que vivirá durante ese tiempo con su padre, un astrofísico, aquellos que se quedan en la tierra y hacen posible las misiones espaciales.
Winocour se desmarca de las películas sobre el espacio estadunidenses, más centradas en la espectacularidad y la aventura del viaje espacial, que en lo seres humanos que las protagonizan, y sobre todo, en todo aquello que dejan en la tierra, todas sus vidas en suspenso, todos esos seres queridos que dejarán de tratar y sentir. Próxima estaría más cercana de las visiones humanistas e íntimas, que exploran las emociones de los astronautas y sus cuestiones personales, que hace el cine del este sobre estos temas, donde películas como Ikarie XB 1, de Jindrich Polak o Solaris, de Tarkovski, serían claros espejos donde se refleja la película de Winocour. La película nos somete a un durísimo entrenamiento físico, donde los astronautas se van convirtiendo en un viaje físico y emocional en el que dejan de ser terrestres para convertirse en criaturas del espacio, rodeados de máquinas, en que una especie de transmutación del cuerpo, como le ocurre a la propia Sarah con ese brazo mecanizado, convertida en una especie de cíbrogs, más en el universo del cine de Cronenberg.
Próxima es una cinta que nos habla de cuestiones que indagan entre lo cercano y lo lejano, lo íntimo y lo cósmico, que a simple vista podrían parecer cuestiones muy opuestas pero no lo son tanto, en una mezcla difícil de esclarecer entre aquello que se queda en la tierra, en el caso de Sarah, su vida y sobre todo, su hija Stella, y todo aquello que descubrirá y experimentará en su viaje espacial a un nivel físico y emocional. La naturalista y magnética luz del cinematógrafo Georges Lechaptois, habitual de Winocour, se alza como la mejor aliada para contar esta historia íntima y externa. El magnetismo y la fuerza que tiene una actriz como Eva Green, se convierte en el mejor aliado para interpretar a un personaje como Sarah, a la que veremos su capacitación para enfrentarse a las durísimas pruebas, pero también, la veremos en sus momentos de dudas y debilidades, como le ocurriría a cualquiera de nosotros, al lado de compañeros, con otras capacidades y habilidades, pero las mismas ofuscaciones y conflictos internos. Bien acompañada por Matt Dillon dando vida al compañero astronauta estadounidense, con su arrogancia y frialdad que esconde alguien de buen corazón, Aleksei Fateev como el compañero ruso, visto en el cine de Andrey Zvyagintsev, una especie de hermano mayor que le tiende la mano para superar esos problemas, que sabe que todos sufren.
La niña Zélie Boulant-Lemesle da vida a Stella, la hija de Sarah, también en un viaje de separarse, no de la tierra como su madre, sino de ella, de romper y liberarse de ese cordón umbilical emocional. Lars Eidinger es ese astrofísico centrado en su trabajo, ex marido de Sarah y padre de Stella, que asume el rol de padre después de solo dedicarse a su trabajo. Y finalmente, Sandra Hüller, que nos divirtió en la memorable Toni Erdmann, de Maren Ade, aquí en un rol que mezcla lo antipático, ya que representa el oficialismo de la Agencia, y lo delicado, ya que se encargará de la niña mientras está en la base. Winocour ha hecho una película sencilla, conmovedora y especial, que habla de la conciliación de trabajo y maternidad, desde una mirada íntima y muy sensible, mostrando todas las dificultades y alegrías que conlleva ser madre y astronauta, siendo muy honesta con el material humano y fílmico que tiene entre manos en un relato que nos habla de forma certera de aquello que no vemos sobre el universo del astronauta y forma parte de él de manera muy importante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Ramsés Gallego “El Coleta”, actor en la película “Quinqui Stars”, de Juan Vicente Córdoba, en la oficina de Madavenue en Barcelona, el martes 27 de noviembre de 2018.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ramsés Gallego “El Coleta”, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.
Entrevista a Juan Vicente Córdoba, director de la película “Quinqui Stars”, en la oficina de Madavenue en Barcelona, el martes 27 de noviembre de 2018.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Juan Vicente Córdoba, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.