La deuda, de Daniel Guzmán

LOS LAZOS QUE NOS UNEN.  

“Muchas personas pasan por nuestra vida pero sólo muy pocas llegan a ocupar un gran lugar en nuestro corazón”. 

Adam Smith

Después de tres largometrajes podemos ver patrones comunes que se entrelazan con sabiduría en el cine de Daniel Guzmán (Madrid, 1973). El más significativo, que aplaudo con gran interés, es su acercamiento a lo social, un tema que cuesta mucho en el cine español. El director madrileño muestra la invisibilidad, es decir, se centra en personajes vulnerables e indefensos ante un sistema atroz y salvaje que lo acapara todo sin importar las necesidades de las personas. Otro elemento, es su atención a los afectos y los lazos que se entretejen entre las personas, y sobre todo, las de distintas edades, con una mirada cercana a la vejez y sus problemas. Otro elemento muy destacable es las oportunidades que brinda a intérpretes naturales que fusiona con acierto con otros profesionales y consagrados. Finalmente, lo social no queda en la condescendencia ni en ese cine panfletaria y reivindicativo sin más, porque en sus películas cuenta conflictos reales y muy palpables, de los que aparecen en los informativos diariamente, y lo hace desde la cercanía y lo humano, y las relaciones afectivas que se forman. 

Su tercera película, La deuda, está más cerca de su ópera prima A cambio de nada (2015), que de su segunda obra que fue Canallas (2022), también anclada en lo social, pero añadiendo la comedia costumbrista y negra, y dosis de thriller que bebía mucho del cine berlanguiano y el italiano de los sesenta. En La deuda tenemos a Lucas, que interpreta el propio Guzmán, que vive y sufre junto a Antonia, una anciana de 90 años, a la que cuida y ayuda. La cosa se pone fea porque un pequeño robo que se complica lleva a Lucas a la cárcel, y además, un fondo buitre quiere comprar la casa de Antonia y se necesita una gran cantidad de dinero para saldar la deuda. Con esas, Lucas se irá sumergiendo en una espiral donde aparecen gangsteres, policías, y un par de mujeres que irán complicando la situación y mucho. Como toda buena película social, el policíaco entra en escena, y le da ese toque de negrura que tan bien le van a esas tramas donde la desesperación, los callejones sin salida y la fusión de personajes de diversidad índole acaban siendo protagonistas de relatos cruzados en los que la vida los va sumiendo en sus diferentes intereses personales, económicos y demás. Guzmán nos habla de personas necesitadas de cariño, de atención y de un poco de suerte. 

El director madrileño ha vuelto a contar con algunos de los técnicos que ayudaron a que A cambio de nada viera la luz como el editor Nacho Ruiz Capillas, con más de 130 títulos en su filmografía, dotando de aplomo y energía una trama que combina con inteligencia elementos y tramas dispares que acaban casando con naturalidad en sus 110 minutos de metraje, en un montaje en el que también está Pablo Marchetto Marinoni, habitual del director Norberto López Amado. Su otro cómplice es el sonidista Sergio Burmann, otro grande con más de la centena de films, que consigue que el sonido brille y nos sumerja en la historia. La música de Richard Skelton, debutante con Guzmán, ayuda a cruzar una trama que respira profundamente y que necesita ese equilibrio entre acción y emoción, tan presente en el cine del director. La cinematografía la firma Ibon Antuñano Totorika, que ya estuvo en la mencionada Canallas, con una nueva luz, diferente y más oscura que la citada, donde las diferentes y abundantes localizaciones tienen ese tono apagado y complejo donde cada espacio tiene mucho que ver con el estado de ánimo de los diferentes personajes en liza.

Una de las fortalezas del cine de Guzmán son sus bien escogidos repartos, no obstante, la carrera como actor del director certifica su tino con la parte interpretativa que brilla por su naturalidad e intimidad. Si en A cambio de nada nos descubrió el talento arrollador de Miguel Herrán, Antonia Guzmán, su propia abuela, y María Miguel, entre otros, en La deuda, descubrimos la actriz natural Rosario García siendo una Antonia adorable y con mucho sentido del humor negro muy a lo Berlanga. También encontramos a Susana Abaitua como una enfermera muy particular, Itziar Ituño en uno de esos papeles duros e intensos que ayudan a lucirse a cualquier intérprete, Luis Tosar, que ha salido en las tres del cineasta, tiene una breve presencia, al igual que otros como Mona Martínez, Francesc Garrido y Fernando Valdivielso, entre otros. Mención aparte tiene el propio director que se reserva el protagonismo en la piel de Lucas, un superviviente, un tipo con mala suerte, alguien que es buena persona y también, alguien desesperado. No dejen de ver una película como La deuda, de Daniel Guzmán, eso sí, si les interesan las historias de verdad, aquellas que podrían ser nuestras vidas o de esas personas que nos cruzamos diariamente mientras vamos a nuestros quehaceres. Es una película con alma, honesta y sólida que habla de ese cine que tan bien hacen en Inglaterra los Leigh, Loach, Frears y demás, donde lo importante no es contar un relato, sino el relato que habla de lo que somos, de cómo vivimos y cómo hacemos cuando nos aprietan. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La cena, de Manuel Gómez Pereira

ÉRASE UNA VEZ EN… ESPAÑA DESPUÉS DE LA GUERRA. 

“Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. 

Antonio Machado 

Existen muchas comedias. Está la comedia divertida y entretenida que su objetivo es hacer pasar un buen rato y si puede ser, reventar la taquilla. Está otra comedia, también divertida y entretenida, que va más allá, porque construye un relato lleno de situaciones cómicas a la vez que rescata algo que lo usa para atizar con fuerza a ciertos mecanismos de la sociedad y a esos poderes altivos que manejan a su antojo. Pensamos en el cine de Berlanga-Azcona, un binomio que puso de vuelta y media a las penurias del franquismo y de un país de pandereta y en blanco y negro y lleno de horror, además de construir excelentes comedias negras que reflejaban una sociedad atrasada y vengativa. En La cena, de Manuel Gómez Pereira (Madrid, 1958), basada en la obra La cena de los generales, de José Luis Alonso de Santos, estamos ante una comedia excelente, porque casa con una brillantez exquisita los momentos graciosos con aquellos que retratan aquella España acaba de salir de la guerra, donde las heridas todavía estaban demasiado calientes y tantos unos como otros seguían en pie de guerra. 

La trayectoria de Gómez Pereira que abarca más de tres décadas haciendo cine desde que debutara con Salsa rosa (1991), a la que le siguieron estupendas comedias que cosecharon grandes taquillas como Todos los hombres son iguales (1994), Boca a boca (1995) y El amor perjudica seriamente la salud (1996), con un equipo memorable de guionistas como Joaquín Oristrell, Yolanda García Serrano, ambos en La cena, junto al director, y Juan Luis Iborra. Una película que equilibra esa idiosincrasia tan de aquí con una comedia ácida y amarga como las de Chaplin y Keaton, y exquisita y sofisticada, muy Lubitsch, La Cava, Hawks, y más tarde, por los Mackendrick, Wilder, Edwards, y demás autores que desafiaron la hipocresía y la estupidez mediante brillantes comedias que, sin aparentarlo, retratan con inteligencia los males de la condición humana. En la cena, dos personajes aparentemente antagónicos como el teniente Medina y el maître Genaro, uno militar, y el otro, monárquico, se ven envueltos en la preparación de una cena para Franco en el Hotel Palace, reconvertido en un hospital. Los dos harán su propio viaje de conciencia en una España tan destrozada como violenta en la que todavía huele a guerra y sobre todo, a venganza con los vencidos. 

Una producción detallista y cuidada en la que encontramos a técnicos experimentados como el cinematógrafo Aitor Mantxola, con más de 40 títulos, que ha compartido películas con Gómez Pereira en series como Velvet y films como La ignorancia de la sangre, que hace todo un entramado de planos y encuadres en una película muy de interior pero llena de movimiento e intensidad. La música de Anne-Sophie Versnaeyen, que ha trabajado con Nicolas Bedos y en la reciente La mujer del presidente, de Léa Domenech, hace un trabajo excelente mezclando pasos dobles y otras melodías que casan a la perfección con el entramado tragicómico que destila la película. Los otros apartados técnicos brillan como el vestuario de Helena Sanchís, que coincidió con el director en la citada Velvet y Las chicas del cable, el diseño de producción de Carlos Amoedo y la caracterización de Amparo Sánchez. El gran trabajo de edición de Vanessa Marimbert, con más de 40 películas en su filmografía, al lado de grandes como Carlos Saura, Esteban Crespo y Fernando Léon de Aranoa, cimenta un relato in crescendo en el que une una gran descripción de personajes, y por ende, de las dos Españas, y sus relaciones, llenas de claroscuros, en sus espectaculares 100 minutos de metraje. 

Si el apartado técnico es estupendo, el equipo interpretativo no se queda atrás, en un reparto coral, marca de la casa del director madrileños, encabezados por una pareja que recuerda a los Lemmon-Matthau, en la piel de Mario Casas como teniente, y un gran Alberto San Juan como maître, que trabajó con Pereira en la serie Cheers. Ellos son la película, o quizás, la película son ellos, porque componen dos almas encerradas en una especie de manicomio con barra libre que se ha convertido España y en concreto, el Palace. Les acompañan Asier Etxeandia como un falangista violento y muy desagradable, Nora Hernández y Carlos Lasarte como una pareja joven que lo tiene muy crudo, Elvira Mínguez, una mujer de carácter que no se amilana ante los fascistas, Carlos Serrano, un camarero de los vencedores que pretende a la joven emparejada, Eva Ugarte es la mujer del teniente que busca su oportunidad y finalmente, Carmen Balagué, una cómplice del dúo Gómez Pereira-Oristrell tiene su momento, y muchos más que pululan por la cena intentando sobrevivir. Un reparto extenso en el que cada uno tiene su momento, en una historia que se va complicando y de qué forma, siempre dentro de un orden o un caos, según se mire.  

Dentro de la filmografía de Gómez Pereira, una película como La cena nos devuelve a aquel director que construía excelentes comedias, donde el amor y el sexo eran los destinos de los atribulados y perdidos personajes. Esta no se queda atrás, y además, como sucedía en la mencionada El amor perjudica seriamente la salud, se da una vuelta por el franquismo, por esa dicotomía entre la crudeza y la violencia del régimen y las ansias de vivir, amar y descubrir. Con La cena se desenvuelve en el par de meses que siguieron al fin de la guerra, donde las cosas andaban muy calientes en todos los sentidos: unos en la cárcel, otros, sin saber qué hacer, y los de arriba, celebrando con cenas sus éxitos. Un panorama que retrata con acierto  e inteligencia esas dos Españas, incluso una tercera… ya verán, en una película ácida y divertidísima y muy elegante, porque no entra en lo grosero y zafio para hacer brillantes gags y momentos muy de slapstick, y comedia negra muy berlanguiana. Para los más jóvenes es un gran ejercicio ver una película como esta, porque además de pasar un buen rato, es también muy aleccionadora en el sentido de retratar la dictadura que empezaba, donde no había sitio para formas de pensar y sentir diferentes, y si no me creen, pregunten a Medina y Genaro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

El rugir de las llamas, de Robin Petré

LA TIERRA Y EL FUEGO. 

“La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Tierra”. 

Proverbio indígena 

Desde el primer encuadre, con ese paisaje en llamas, igual de bello como aterrador, El rugir de las llamas (en el original, Only on Earth), de Robin Petré (Dinamarca 1985), deja clara sus intenciones, la de hablarnos con honestidad y profundidad de de una forma de vida rural, tan ancestral y en consonancia con la naturaleza, que va desapareciendo para dar lugar a una invasión de lo natural en favor a la codicia económica que está desintegrando los bosques y las zonas de pasto en objetos que expulsan lo rural y sus animales y sus gentes. La película nos sitúa en los ambientes rurales del sur de Galicia, una zona sensible en la proliferación de los incendios, y nos habla desde lo más íntimo y transparente para sumergirnos en una realidad, la de un verano que sufre los efectos de las altísimas temperaturas y la devastación de los incendios cada vez más virulentos y catastróficos que, como indica uno de los protagonistas, San, un bombero especializado en análisis de incendios, unos incendios que ya no suenan, sino que rugen como un monstruo con sed de sangre y destrucción. 

De Petré conocíamos sus documentales Pulse (2016), cortometraje de 25 minutos que nos mostraba la realidad de una granja de ciervos, y From the Wild Sea (2021), su ópera prima que nos sumergía en las relaciones humanas y los animales salvajes de las profundidades del océano. Con El rugir de las llamas se traslada a la tierra, donde humanos y caballos han convivido desde tiempos inmemoriales. Una compañía que ayudaba a que los bosques se mantengan secos de arbustos y demás matojos y así mantener un equilibrio importante que controlaba mejor los fuegos. La película se mueve entre lo bello y natural y lo triste y desolador, entre las relaciones de hombres y caballos, una actividad que está desapareciendo y dejando los bosques vacíos. La directora danesa invita a reposar, mirar y reflexionar situando su cámara y dando tiempo en una realidad que muestra la naturaleza, y sobre todo, los efectos de la mano humana que, por un lado, vive en entornos rurales y con animales, y por el otro, usa la naturaleza para sus beneficios económicos sin importarle sus devastadores efectos de esa forma de uso tan feroz. No es una película de buenos ni malos, ni mucho menos, la propuesta huye de ese maniqueísmo, porque muestra y no juzga, sí hay denuncia, pero sin señalar a nadie, sino colocando el encuadre en un entorno muy invadido que olvida su idiosincrasia, que recuerda a otras miradas “gallegas” a su rural como las de Xacio Baño, Oliver Laxe, Jaione Camborda y Lois Patiño, entre otros.  

La película tiene una grandiosa factura técnica, en la que los elementos visuales y sonoros son capitales para capturar ya adentrarse en cada uno de los detalles y miradas que existen, por eso la cineasta danesa se ha acompañado de algunos de sus técnicos cómplices que ya le acompañaron en From the Wild Sea, como al cinematógrafo María Goya Barquet, en la que cada plano emana lo visual y lo sonoro, penetrando en ese paisaje tan bello como triste, tan maravilloso como duro, tan todo y nada. El gran diseño de sonido de un grande como Thomas Perez-Pape, con más de 60 títulos en su filmografía, donde cada forma, cada textura y cada gesto se introduce en nuestro interior creando un magnífico campo donde todo se escucha de verdad y se desliza en las imágenes. La montadora Charlotte Munch Bengtsen, que estuvo en la extraordinaria The Act of Killing, construye en sus intensos y reposados 93 minutos de metraje un bello retrato donde coexisten todos los conflictos y alegrías del territorio. La música de Roger Goula, un fichaje fantástico, que se muta con las imágenes y sonidos, formando una nueva lectura en la que humanos, bestias y naturaleza cohabitan a pesar de sus alejados intereses.

Como toda buena película, del género que sea, debe tener un gran reparto y esta lo tiene. Tenemos al citado San, un especialista en el tema de los incendios, que escuchamos sus reflexiones, planes y demás frente al fuego, tan bello como destructor. Pedro, un chaval de 10 años, que vive con caballos, de los que sabe todo, y sobre todo, sueña con ser algún día un vaquero como los que le precedieron de su familia, que pone esas notas de humor. Cristina, agricultora y bombera, sabe muy bien los colores de su tierra, y conoce de primera mano lo difícil que es tratar con la tierra y sacar provecho, y cómo no, lo frágil de esa existencia porque el fuego puede acabar con todo en un abrir y cerrar de ojos. Y finalmente, Eva, veterinaria y jinete, que conoce las prioridades de la zona y sus habitantes, en contra de esas empresas invisibles que lo inundan todo. Cuatro miradas que se complementan y a la vez, son muy diferentes, que ayudan a mostrar las peculiaridades y texturas del entorno, un paisaje que sufre y está perdiéndose, quizás esos cuatro y los más que allí habitan serán los últimos náufragos de un tiempo que se va, o quizás, se convierten en los verdaderos humanos que resisten en su tierra y sobre todo, la protegen de tantas amenazas, ya sean malhechores de lo material, visitantes-domingueros que ensucian y no respetan, y cómo no, los incendios que es la terrible consecuencia de tantos desmanes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un cabo suelto, de Daniel Hendler

EL POLICÍA QUE HUYE. 

“El retirarse no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza”

Miguel de Cervantes

Como se mencionaba en la inolvidable Touch of Evil (1958), de Orson Welles, aquello que las fronteras eran los estercoleros de los países. Eso mismo sucede en Un cabo suelto, de Daniel Hendler (Montevideo, Uruguay, 1976), en la que Santiago, un oficial de poco rango de la policía argentina ve algo que no debía y no tiene más remedio que cruzar la frontera con Uruguay y ocultarse en la ciudad y alrededores de Fray Bentos. El agente sólo puede huir, esconderse como una alimaña a la que vienen en su acecho. En esa travesía a lo desconocido, se irá encontrando con individuos como un vendedor de quesos ambulante que toca melodías tristes a la guitarra, un abogado que le encantan los quesos, y finalmente, una mujer que trabaja en una de esas tiendas de frontera que venden de todo y de nada. Vestida como un thriller con toques de comedia negra, con esa mezcla entre la idiosincrasia de la zona, tan peculiar y hermosa, y esa atmósfera de no cine negro tan habitual de los Coen y Kaurismäki. 

De Hendler conocemos su gran y dilatada trayectoria como actor con más de 25 años de carrera que la ha llevado a trabajar en más de 60 títulos junto a Daniel Burman, Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll, Santiago Mitre y Ana Katz, entre otros, amén de su interesante filmografía como director con tres largos y una serie, que arrancó con Norberto apenas tarde (2010), El candidato (2016), la serie La división (2017) y la que nos ocupa. Historias llenas de tipos al borde todo y de nada, donde la situación los desborda y deben adaptarse y sobre todo, aceptar sus circunstancias y limitaciones. El policía Santiago se une a estos tipos don nadies, metidos en un embrollo de mil demonios, muy a su pesar, que debe huir, esconderse y encontrar un lugar diferente en un viaje lleno de obstáculos y peligro constante. Hendler no se olvida de los lugares comunes del noir, pero los llena de cotidianidad y de unas situaciones muy cómicas, incluso absurdas, como la vida misma, en la que el género se transforma en un costumbrismo que recoge esos espacios alejados del mundanal ruido que no parecen reales, pero sí lo son. Ese no tempo que recorre toda la historia consigue ese tono triste y melancólico que ayuda a mirar a los personajes de muy cerca y de frente.

La excelente cinematografía de un grande como el argentino Gustavo Biazzi, con más de 40 títulos, acompañando a directores de la talla de Alejo Moguillansky, Santiago Mitre, Hugo Santiago y Ana Katz, entre otros, que ya estuvo en la mencionada La división, construye una forma clásica, de planos y encuadres fijos y de gran factura técnica para darle esa prisión en la que vive el protagonista moviéndose por una zona desconocida y hostil. La música del dúo Gai Borovich y Matías Singer, que ha estado en todas de Hendler, amén de Carolina Markovicz, ayuda a mantener ese suspense y ligereza que se combina en todo su entramado. La edición de otro grande como Nicolás Goldbart, aparte de director, con casi medio centenar de películas, junto a Pablo Trapero, Damián Szifrón y Rodrigo Moreno, cimenta un ritmo pausado y nada estridente, que brilla en su cercanía y naturalidad en sus reposados 95 minutos de metraje, en una película que combina un gazpacho donde hay policíaco lleno de sombras y oscuridades, humor uruguayo donde se describe muy bien una forma de ser, sentir y hacer, con ese tono de tristeza, sin caer en la desesperanza, que tanto define una forma de estar en la vida.

Alguien como Daniel Hendler, con una filmografía impresionante de títulos como actor, debía tener especial elección y trabajo con sus intérpretes que brillan con actuaciones minimalistas, donde se habla poco y se mira mejor, con el argentino Sergio Prina dando vida al huido Santiago, Alberto Wolf es el peculiar y tranquilo vendedor de quesos, Néstor Guzzini es el abogado que recoge al huido, que recordamos en la reciente Un pájaro azul, el uruguayo y reputado César Troncoso, que ya estuvo en El candidato, es otro abogado que asesora a Santiago, Pilar Gamboa, una de las maravillosas protagonistas de La flor, de Llinás, es la mujer que trabaja en el súper de la aduana y que baila los viernes en un club, y además, tendrá un (des) encuentro con el protagonista. Una película como Un cabo suelto huye de los sitios manidos del cine negro, y lo hace de una forma nada artificial, sino todo lo contrario, a partir de esos espacios tan domésticos y tan extraños, casi de otro planeta que hay en las aduanas y los pasos fronterizos, donde unos van de aquí para allá y viceversa en un ir y venir de personas, de historias, de huidas, de amor, de mentiras y de no sé sabe muy bien, porque esos lugares y volvemos a Welles, no pueden traer nada bueno porque está lleno de individuos desconocidos y con muchas cosas que ocultar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson

A LAS BARRICADAS. 

“Nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores”.  

Assata Khasur del Black Liberation Army

De las diez películas que ha dirigido Paul Thomas Anderson (Los Ángeles, California, EE. UU., 1970), ha dedicado tres de ellas a la década de los setenta. Una batalla tras otra (en el original, “One Battle After Another”), aunque ambientada en la actualidad, podemos decir que su origen radica en las luchas raciales de los sesenta y setenta en Estados Unidos con grupos como los Panteras Negras y el Ejército de Liberación Negro, que erjecieron la lucha armada para favorecer las condiciones humanas de la población negra. Basada en la novela “Vineland”, de Thomas Pynchon, del que ya adaptó Puro Vicio (2014), en el que Doc Sportello, un detective hippie trasnochado se enfrentaba a una trama compleja con tintes de cine negro. Ahora, nos sitúa en la América de Trump y del fascismo más exasperante para introducirnos en un grupo armado que lucha contra las injusticias contra los inmigrantes, como deja patente en su catalizadora apertura con la liberación del centro-cárcel de inmigrantes. 

El cineasta californiano adapta y actualiza el texto de Pynchon, donde el grupo armado actúa aquí y ahora con una gran líder como Perfidia, que recuerda a Assata Khasur, la ex-pantera que ejerció de líder del BLA, y da la circunstancia que ha fallecido este año en Cuba en la que se encontraba refugiada. Perfidia y los suyos atentan contra el sistema: roban bancos, liberan inmigrantes y hacen la revolución en una América deshumanizada y dictatorial. Si bien la película se parte en dos mitades diferenciadas. En la primera, asistimos a la actividad frenética del grupo y sus acciones, cada vez más violentas y complejas. En la segunda, con 16 años después, el relato se centra en Bob, el compañero de Perfidia que vive retirado de toda actividad revolucionaria que se verá inmerso en otro gran lío, porque Deandra, la hija que tuvo con Perfidia, es perseguida por un antiguo archienemigo, el coronel Lockjaw. Y así son las cosas, donde Anderson, envuelto en la atmósfera del cine setentero de los Peckinpah, Hellman, Boorman, Lumet y De Palma, alimenta una película llena de violencia física, persecuciones, disparos, y un ritmo frenético que no se detiene con el mejor estilo de la planificación del espíritu de Taxi Driver y Toro salvaje, de Scorsese. 

El director estadounidense se vuelve acompañar de algunos de sus cómplices de sus últimos títulos como el cinematógrafo Michael Bauman, que ya estuvo en Licorice Pizza, construyendo una luz cegadora que viene estupendamente al tono de la historia: seco, abrupto y desértico, lleno de carreteras secundarias, lugares sin nombre y todo ese imaginario que edificó el western crepuscular de tipos sin rumbo, amores imposibles y supervivencia por tramos. La magnífica música de Jonny Greenwood, sexta película con el director, en la que vuelve a llevarnos en volandas con esa lija que traspasa, en la que sigue sin descanso a los perseguidos y perseguidores de la películas, en una trama que asfixia por su contundencia, ritmo y salvajismo. El montaje de Andy Jurgenesen, que también viene de la mencionada Licorice Pizza, cimenta su energía y aceleración en el movimiento constante de los personajes, en constante huida y colocón, metiéndose por no espacios donde se hacinan gran cantidad de personas indocumentadas, en que el peligro es una constancia y donde se está huyendo de forma en bucle, en una historia que se va hasta los 162 minutos de metraje, en el que su entramado y veloz consecución de hechos no se detiene, sometiendo al espectador a un espectáculo de lo sucio, lo violento y lo más oscuro de la sociedad y la condición humana. 

Como suele ocurrir en las películas de Anderson, sus repartos están llenos de grandes aciertos porque enfunda a sus intérpretes en personajes pasados de vueltas en muchos aspectos. Tenemos a Bob que hace DiCaprio, que parece el hermano gemelo del citado Sportello que hacía Joaquín Phoenix, un tirado de la vida, que está metido en un asunto de muchos cojones y demasiado heavy para su “cuelgue”, peor no tiene más remedio que hacerlo porque su hija está en serio peligro. Le acompañan el “enemigo”, un militar sacado de los Gi Joe, fanático, fascista y sátiro que borda un inconmensurable Sean Penn. La casi debutante Chase Infinit es Deandra, la hija acosada, que no va de heroína al uso, sino de una tipa capaz de enfrentarse a todos y todo. Benicio del Toro es Sensei Sergio, un jefe-inmigrante que ayuda y se ayuda, que se involucra en el asunto, con su peculiar forma de hacer y humor. Teyana Taylor es Perfidia, una máquina total de la revolución, una activista que hemos citado recuerda a Khasur y también, Angela Jones y demás. Deandra es Regina Hall, otra activista de la causa. Alana Haim, la inolvidable protagonista de Licorice Pizza, también tiene acto de presencia como una de las activistas armadas. 

Las intenciones de Paul Thomas Anderson quedan muy patentes a lo largo de la película, porque ha querido actualizar la situación de aquellos años sesenta y sobre todo, setenta, donde la lucha armada acaparó la resistencia que proliferaron en casi todos los países, a partir de movimientos revolucionarios que luchaban por cambiar los métodos explotadores y consumistas de una sociedad hipnotizada por el materialismo y la ley del más fuerte, del ordeno y mando, como deja claro con ese instante donde el personaje de DiCaprio está viendo por televisión La batalla de Argel (1966), de Gillo Pontecorvo, mítica película que hablaba de la lucha del Movimiento de Liberación de Argelia contra el colonialismo despiadado de Francia. El cineasta americano huye del maniqueísmo y consigue una película muy sólida y efervescente, donde lo único es sobrevivir en una sociedad llena de violencia salvaje y deshumanizada, que no deja aire al espectador y nos introduce en una enérgica e intensa trama donde sus fumaos y tirados se meten en un lío de mil pares de cojones, a lo bestia, sin adaptación previa, como funcionan las cosas, un día de calma se viene abajo porque la venganza aparece de nuevo, sin pedir permiso, a tiro limpio, como el far west, como siempre ha sido en el país norteamericano, una guerra sin fin, donde sólo sobrevive el que se mantiene de pie, porque huir no es una elección, porque siempre te encuentran. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mario, de Guillem Miró

¿EL CUMPLEAÑOS DE MARIO?. 

“Cuando ves a alguien sólo te das cuenta de lo que esa persona te deja ver”. 

De “El último detective”, de Robert Crais

Un día cualquiera, igual que otro. Ignasi y Júlia, dos amigos de Mario, llegan a una casa capitaneada por un huerto donde se va a celebrar el cumpleaños del susodicho. Allí, se encuentran a Antònia, la novia de Mario, Ernest, padre y “futuro yerno” del joven, y sus cuñados, Vanesa y Benji, y el hijo de éstos, Lluc. Todos están expectantes a la llegada de Mario. Todos comienzan a hablar de su relación con él. Todos lo conocen o quizás, sólo conocen una parte de él. ¿Quién es Mario?. O mejor dicho: ¿Cuántos Marios hay en Mario?. O simplemente, Mario es tan abierto, simpático y seductor que es capaz de conocer a personas tan diferentes. En eso estamos, esperando el cumpleaños. Un tiempo para hablar, pensar y sospechar de la verdadera personalidad del tal Mario que, comienza como una broma, y cada vez se vuelve más enigmática, alejada y muy oscura. Mientras llega el homenajeado, los familiares e invitados intercambiarán sus intimidades que comparten con Mario y más de uno y una se sorprenderán o no de lo que allí se escuche. 

De Guillem Miró (Mallorca, 1991), vimos la interesante y sugestiva En acabar (2017), que seguía en una larga noche veraniega la peripecia de Gori, deseoso de reencontrarse con una chica que idealiza demasiado junto a sus colegas. También los cortometrajes Avistament 1978 y La Nau, entre otros, nos llega su segundo trabajo Mario, en forma de tragicomedia que bebe mucho de cierta tradición berlanguiana bien mezclado con la comedia existencial que creció en los noventa, muy de Linklater, y los films Dogma como Celebración, de Thomas Vinterberg, de la que bebe mucho, bien aderezado con los problemas y conflictos de la juventud de ahora, donde las apariencias, las máscaras y diversos disfraces se han convertido en el ideario de todos y todas, embutidos en existencias tan perfectas como falsas. La película se mueve con orden dentro de ese caos en ese combate emocional por saber quién es la verdadera identidad de Mario, a través de la relación, suposiciones y demás relatos que cada uno se monte en su cabeza a partir de esto o aquello que creen o no. Tiene la película una naturalidad y espontaneidad que la hace sincera y muy honesta, en un continuo abrir y cerrar puertas en las que el misterio radica en las ideas e hipótesis que se ha montado cada uno. Ayuda y mucho esa única localización interior/exterior en la que el laberinto doméstico adquiere más presencia y más lío. 

El cineasta mallorquín se ha acompañado de una cómplice como Ana Inés Fernández, que ya estuvo como cinematógrafa en sus cortos Peix al forn y el citado Avistament 1978, y ahora, asume las labores de coguionista junto a Miró, construyendo un guion donde la comedia disparatada se funde con el drama íntimo y doméstico consiguiendo ese ritmo agitado donde la oscuridad va haciendo acto de presencia de forma sutil. La excelente música de Raquel Sánchez, que la escuchamos en Escanyapobres y la recién serie Delta, que funciona como la mejor aliada para equilibrar los instantes cómicos con los más duros, con unas composiciones maravillosas que le dan un gran vuelo a la historia. La cinematografía de Joan González, que tiene en su haber películas tan interesantes como Open24h, de Carles Torras, Transeúntes, de Luis Aller y la más reciente Beach House, de Héctor Hernández Vicens. Una luz mediterránea que se va torciendo hacia ese interior a medida que el día va cayendo y se va abriendo la caja de pandora o lo que creen averiguar los invitados. La edición de Ove Hermida-Carro ayuda a poner de relieve los altibajos emocionales que sufren los personajes en sus intensos 89 minutos de metraje. 

Como ocurría en su celebrada ópera prima, Miró se ha rodeado de un excelente reparto encabezado por intérpretes con experiencia en el cine y el teatro, que ofrecen transparencia y cercanía, muy alejados de lo impostado. Tenemos a Glòria March como la pareja de Mario, los amigos que hacen Daniel Bayona y Raquel Ferri, y el que llega después Aimar Vega. Los familiares que son Miquel Gelabert como el suegro, que también fue el protagonista de la mencionada La Nau, Alba Pujol y José Pérez-Ocaña son los cuñaos y el sobrino Jaume Gálvez, y el cumpleañero que hace Jaume Madaula. Una película como Mario, de Guillem Miró, juega como esos juegos de mesa al estilo Cluedo, donde los personajes inventan una identidad o quizás no lo hacen, y todo se debe a esa espera y las distintas relaciones que tiene cada uno con el mencionado. No obstante, si deciden ver una película como Mario estoy seguro que les va a entretener y además, les va hacer pensar si todo eso que piensan acerca de esa persona o aquella otra, es fruto de su imaginación o tiene una base real, de todas las ideas que nos hacemos de los demás y de nosotros mismos, y la facilidad que tenemos para juzgar al otro, olvidando que todos somos juzgados muy a la ligera, con el riesgo que tiene de dejarse llevar por las impresiones y no tomarse el tiempo para profundizar en el otro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez

CARMEN HA DECIDIDO MORIR. 

“Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”. 

Mario Benedetti 

Hemos visto muchas películas sobre el significado de morir desde infinidad de puntos de pista, en las que asistimos a interesantes reflexiones sobre el hecho de dejar la vida, de enfrentarse a la muerte y todas las circunstancias que derivan a este suceso tan natural y a la vez, tan enigmático, oscuro y misteriosos. Seguramente nos quedan muchas películas más sobre este hecho, tan trascendental en nuestras existencias. En Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez (Madrid, 1983), nos situamos en la vida de Carmen, una mujer de 86 años que ha decidido morir. Cosa que hace en plenitud de facultades mentales y sin coacciones, simplemente como decisión de no querer seguir viviendo y suicidarse voluntariamente. Podríamos pensar que una película centrada en un personaje así, sería un relato triste porque habla del hecho de morir, pero aunque no lo parezca, es una comedia sobre la vida y la muerte, cómo no, sin resentimientos, sin luchas y sobre todo, sin rencor.  

El cineasta madrileño que lleva casi dos décadas dedicado al documental, con películas como Zindabad! (2010), rodada en la India, se encontró con Carmen cuando buscaba una película que hablase sobre a morir dignamente, y no sitúa en los últimos meses de Carmen, filmando una home movie donde la mujer de carácter, rebelde y simpática hace un repaso a su vida. Una vida donde ha pasado de todo: monja de clausura, boda, divorcio, amantes, hijo adoptivo y ex nuera y nieta, todo ello bajo una dictadura represora y una democracia que fue mucho menos de lo esperado. La película adopta el carácter y la vitalidad de Carmen y la retrata en el interior de su piso principalmente, mientras la mujer habla sin parar, dirigiendo y haciendo callar, mientras nos habla de su infancia, juventud y adultez de forma desordenada, yendo de aquí para allá y aún más allá, mientras manosea fotos antiguas e infinidad de objetos en un piso que está vaciando. Carmen es la película. Carmen es alguien que se despide de su vida y de los suyos, firme en su decisión y aceptando una vejez dura con problemas en las piernas, y explicando una vida de forma honesta, cómica y llena de ternura y negrura, en el mismo tono y atmósfera del universo Azcona-Berlanga, en que Carmen podría ser un cruce de alguno de sus personajes como el quijotesco de Bienvenido, Mister. Marshall, el marqués de La escopeta nacional y la Mary Santpere de Patrimonio Nacional

El director madrileño, coproductor de Operación globus (2019), de Ariadna Seuba, adopta por un estilo de cine directo, muy en la mirada y detalle de Moi, un noir (1958), de Jean Rouch, Titicut Follies (1967), de Frederick Weisman y Grey Gardens (1975), de Albert y David Maysles, las películas domésticas de Chantal Akerman todo un género en sí mismas y Agnès Varda con su inolvidable Los espigadores y la espigadora (2000), y los más cercanos Iván Z (2004), de Andrés Duque y La visita y un secreto (2022), de Irene M. Borrego, entre otros. Un cine que capta el encuentro entre cineasta y persona-personaje, de forma espontánea, sin un trazado hablado de antemano, en que el cine queda relegado a la vida y filma lo que se está produciendo, la verdad y la honestidad surgen de unos personajes más grandes que la vida, invisibles y directos que el cine desentierra del olvido y los hace protagonistas, dentro de su sencillez, humildad y humanidad. Un cine que no busca nada en concreto, sino filmar lo que tiene enfrente, y sobre todo, hacerlo desde la coherencia, la fuerza y lo natural, sumergiéndose en los pliegues de la vida y la muerte, en todas esas cosas que quedan ocultas y surgen con tiempo, paciencia y mirar detenidamente.  

Una película como Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez, nace del espíritu del cine como el mejor vehículo para acercarse a lo desconocido, y sacando provecho de su fantasmagoría para ver más allá de lo visible, y adaptándose a un personaje como Carmen, con una vida vivida a lo grande en todos los sentidos, seguida de una rebeldía innata, y un carácter que la hizo un ser diferente, contestatario y en continua transformación y una intensa búsqueda interior y exterior donde la vida hay que vivirla, disfrutarla, padecerla y echarse unas risas y unas lágrimas. La película recoge una parte del carácter arrollador y sensible de Carmen. Una parte que nos emociona y nos hace vibrar con un retrato que hace reflexionar con una mujer que ha decidido que hasta aquí hemos llegado y ahora es turno de morir. Seguramente a muchos espectadores les sorprenderá esta actitud ante la vida y la muerte, aunque a otros, en los que me incluyo, nos encantaría llegar a esos años y mirar la muerte con la conciencia, la reflexión y el pensamiento que lo hace Carmen, de frente, sin miedo y muy emocionada con el encuentro con el más allá. Quizás todos y todas deberíamos tomar la actitud de Carmen como guía, peor eso depende de cada uno, aunque, como menciona con humor la protagonista: “No debe ser tan malo porque les ha pasado a muchos antes que nosotros”. Eso mismo, vivamos intensamente, y cuando llegué “el momento”, que llegará, tengamos actitud y buen humor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Parecido a un asesinato, de Antonio Hernández

LA VERDAD SIEMPRE VUELVE.  

“La verdad triunfa por sí misma, la mentira siempre necesita complicidad”. 

Epícteto 

Mucho del policíaco actual, que ahora se llama thriller, se caracteriza por historias impactantes y mucho diseño sofisticado donde lo principal es sorprender al espectador con relatos tramposos con la típica sorpresa final. El estudio de personajes que tanto había engrandecido al género, por lo general, se ha olvidado por completo de muchas producciones. Por eso, una película como Parecido a un asesinato, de Antonio Hernández (Peñaranda de Bracamonte, Salamanca, 1953), que en su ornamento se parece mucho a este tipo de cine del que hablo, se decanta por algo que estamos poco acostumbrados como la psicología de los personajes, ya en su guion, basado en la novela homónima de Juan Bolea y escrito por Rafael Calatayud Cano (habitual del cine de David Marqués con estupendas películas como Puntos suspensivos), troceado en la que opta por unos convenientes flashbacks que cambian la perspectiva de un mismo hecho a través de las miradas de tres personajes, cosa que añade más suspense y tensión a aquello que pensamos que sucede. 

De Hernández, un trabajador nato del oficio, con casi medio siglo de carrera, debutando con F.E.N. (1980), protagonizado por los titanes Héctor Alterio y José Luis López Vázquez, en una filmografía que encontramos largometrajes como Lisboa (1999) y En la ciudad sin límites (2002), y series como Días sin luz (2009) y Las chicas del cable (2017), entre muchos otros títulos que abarcan la treintena. Con Parecido a un asesinato vuelve al thriller con un diseño de producción excelente, y consiguiendo una atmósfera oscura y muy incómoda con un ramillete de cuatro personajes peculiares: Eva, una mujer que se ve acechada por el fantasma de su ex. Nazario, su novio, un escritor de novela negra de éxito, su hija, Ali, que estudia cine y siempre lo graba todo con su cámara, y finalmente, José, el ex de Eva, un personaje en la sombra. Filmada en escenarios naturales de la provincia de Huesca donde lo rural, la casa aislada, el pueblo y los parajes impresionantes ayudan a dotar a la trama de todos esos espacios misteriosos, alejados del mundanal ruido, que contribuyen a centrarse aún más si cabe en las acciones y actitudes de cada personaje ante los acontecimientos que se ven sometidos. 

Una película de estas características ha de tener un trabajo técnico de altura y la película lo consigue con la cinematografía del valenciano Guillem Oliver, que tiene en su haber films con Àlex Montoya como Asamblea y La casa, el cine de Alberto Evangelio como el thriller Visitante y otro policíaco como El lodo. Una luz tenue, que está ahí sin resquebrajar la textura, y además, una luz que antepone los rostros y cuerpos de los personajes. La música es de Luis Ivars, que ya trabajó con Hernández en la serie Tarancón. El quinto mandamiento y en el largo Capitán Trueno y el Santo Grial, amén de Juan Luis Iborra y Vicente Molina Foix, consigue atraparnos con melodías nada invasivas, sino que nos ayudan a penetrar en la psique de unos personajes amenazados y con el transcurso de los minutos sabremos los porqués. El montaje es de Antonio Frutos, especialista en el thriller ya que ha trabajado con directores que han tocado y mucho este género como Paco Cabezas, Daniel Calparsoro, Félix Viscarret y Lluís Quilez, entre otros. Su edición es de puro corte y bien hilvanado, sin abruptos ni estridencias, porque el relato se mueve entre las sombras y lo diferente en sus casi dos horas de metraje.

Si el guion funciona y la parte técnica está en consonancia, la parte interpretativa no podía ser menos. Un reparto encabezado por la siempre efectiva Blanca Suárez, que hace de Eva, una mujer que tuvo un pasado durísimo en una relación muy tóxica. A su lado, Eduardo Noriega, muy convincente como escritor de éxito, siendo Nazario, que tiene una nueva relación después de su tragedia, y el padre de Ali, que compone una admirable Claudia Mora, que debuta en el largometraje con una adolescente de rostro dulce pero que arrastra el trauma de la muerte de su madre, y finalmente, el personaje “macguffin” que es José, el ex de Eva, motor para que los personajes vayan y vengan por el relato. Después encontramos en breves papeles tipos tan buenos como Joaquín Climent, que lo hace todo tan bien, y las formidables presencias Marián Álvarez y Raúl Prieto. Los satélites de Parecido a un asesianto estarían en películas como las de Oriol Paulo, en una suerte de policíaco, prefiero llamarlo así, bien contado, con historias muy oscuras, donde lo psicológico se impone a las tramas y en que los personajes y sus secretos van adquiriendo los giros sorprendentes de la trama que siempre juega al despiste, a ir más allá de lo que sucede, descubriendo los pliegues que se ocultan en un guion que cuenta tres perspectivas diferentes poniéndose en ese lado que poco o nada tiene que ver con la verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Münter y el amor de Kandinsky, de Marcus O. Rosenmüller

GABRIELE MÜNTER CUENTA SU HISTORIA. 

“Para los ojos de muchos, yo sólo fui un innecesario complemento a Kandinsky. Se olvida con demasiada facilidad que una mujer puede ser una artista creativa por sí misma con un talento real y original”. 

Gabriel Münter 

En todas las historias siempre hay dos posiciones bien distintas, y aún más, si se tratan historias de relaciones íntimas. Suele pasar que, por designios de quién sabe dónde, la mayoría de personas se queda con uno de los relatos, y vete tú a saber porqué motivo, obvian el otro. Esto sucede mucho cuando en las relaciones el hombre es famoso y ella, no. Por eso, una película como Münter y el amor de Kandinsky (en el original, Münter & Kandinsky), viene a contarnos la historia que no se ha contado de la relación que mantuvieron el “famoso pintor” y la pintora, y lo hace desde la mirada de ella, construyendo el contraplano que la historia le ha negado. El guion de Alice Brauner, coproductora de la cinta, bien dirigido por Marcus O. Rosenmüller (Duisburgo, Alemania, 1963), se desenvuelve en el viaje que va de Munich en 1902 hasta aquella tarde aciaga en Estocolmo, catorce años después. Un período que convirtió a los citados en dos de los artistas más importantes de entonces, una relación fundamental que cambió la historia del arte, aportando conceptos como expresionismo y abstracto, en un arte libre, sin ataduras y abierto a todo y todos, en una vida donde amaron, se pelearon, se distanciaron, pero sobre todo, crearon algunas de las mejores pinturas de la historia. 

La película cuenta con un gran trabajo de producción que nos permite trasladarnos a aquella Alemania efervescente de arte y pintura, y acercarnos a los paisajes naturales y rurales que tanto amaban la pareja de artistas. El relato sigue con verosimilitud la energía y el ímpetu de Gabriele Münter en su empeño en romper las convenciones reinantes y hacerse un sitio en el demoledor universo del arte totalmente masculinizado. No es una película que sigue los parámetros del biopic al uso, porque hay alegría y tristeza, hay vida y muerte, hay romanticismo y negrura, también, una guerra, la primera, que significó un antes y después para la pareja y para muchos que perecieron. La cinta habla del arte como motor de cambio, de pensamiento, de ideas, de no seguir lo establecido y pensar con el alma, y sobre todo, romper los círculos viciosos y convencionales, y abrirse a nuestro interior y pintar desde el amor, desde la fantasía, desde lo abstracto, desde todo aquello que sólo vemos con el corazón, con lo intangible, y luchar para que sea valorado y que no se menosprecie por seguir unas normas que nadie discute. Tanto Münter como Kandinsky y el grupo del Jinete Azul, trabajaron para derribar los muros de la prehistoria del arte y lanzar una nueva forma de hacer arte y la pintura. 

El director alemán, siempre vinculado a la televisión en forma de series, se ha rodeado de un equipo experimentado para llevarnos a la agitación y la energía de la Alemania de principios del siglo XX, con una cinematografía de Namche Okon, con una luz que recuerda a la pintura de Renoir y Monet, y por supuesto, el cine de Jean Renoir, dónde Partie de campagne (1946) y Le dejéuner sur l’herbe (1959), son referentes claros, eso sí con los colores menos intensos del país teutón. La excelente música de Martin Stock, tercera película con el director, amén de de PIa Strietman y Crescendo (2019), de Dror Zahavi, en la que abundan toques románticos, donde se mezclan la alegría de vivir, de crear, de gritar y vivir en grande con todo lo que ello tiene. El montaje de Raimund Viecken, que trabajó con Rosenmüller en varias series como la exitosa Amigos hasta la muerte, no tenía una tarea nada sencilla con una película que se va a los 125 minutos de metraje, donde no dejan de suceder cosas viendo a dos personajes en perpetuo movimiento, de aquí para allá, tanto a nivel físico como emocional, en un férreo y duro combate entre las crisis existenciales y el hermetismo de Kandinsky muy contrarios al fervor,  la fuerza arrolladora y la intensidad de Münter.

Las dos personalidades contrapuestas que son la pareja protagonista están muy bien interpretados por la estadounidense Vanessa Loibl, alma mater de la película con su grandiosa interpretación de Gabriele Münter, como queda reflejado en esa primera secuencia-prólogo con la llegada de los nazis a Murnau y ella se apresura a esconder las pinturas del odiado y bolchevique Kandinsky, Frente a ella, en otro rol igual de emocionante la quietud del gran maestro y pintor que compone el actor alemán-ruso Vladimir Burlakov. Tenemos la maravillosa presencia de Marianne Sägebrecht, que los más cinéfilos recordarán por sus trabajos de los ochenta y noventa. No estamos ante la típica película del amor del maestro y la alumna aventajada, si no de una historia que va mucho más allá, donde hay amor, arte, pintura, reflexión, discusión, distanciamiento, sexo, creatividad, ferocidad, tranquilidad, oscuridad, y sobre todo, la casa de Murnau, una casa-taller para crear, para amarse y también, para odiarse y separarse. Da igual que conozcas que ocurrió con Múnter y Kandinsky, porque esta película lo explica desde la mirada, el carácter y la pasión de Gabriele Münter y eso todavía no se había contado en una película, así que, déjense de habladurías y demás estupideces, y escuchen la historia de Münter que no conocen, porque les aseguro que cuando terminen de ver la película, su mirada se escribiría como siempre pasa cuando solamente conocemos una parte de la historia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La sospecha de Sofía, de Imanol Uribe

EL HERMANO QUE SURGIÓ DEL FRÍO.  

“Actuamos así unos con otros, toda esta dureza; pero en realidad no somos así, quiero decir… no se puede estar siempre en el frío; uno tiene que venir del frío…”

De “El espía que surgió del frío”, de John Le Carré 

La cinematografía española es poco dada al cine de género al mejor estilo del Hollywood clásico, es decir, aquellas películas de los treinta y cuarenta plagadas de espías con una atmósfera noir poblados por seres atrapados en marañas políticas de difícil escapatoria, con tipos de pasado oscuro y presente aún más negro, y mujeres fatales dispuestas a todo. Por eso, es de agradecer mucho una película de las características de La sospecha de Sofía, basada en la novela homónima de Paloma Sánchez-Garnica, que ya fue llevada a la pequeña pantalla en la miniserie La sonata del silencio. A partir de una adaptación que firma Gema Ventura, que ha estado en Centuauro y Todos los nombres de Dios, ambas de Calparsoro, nos sitúan en el Madrid del franquismo en 1968 en la vida tranquila y apacible de Daniel, Sofía y sus dos hijas pequeñas. La cosa se tuerce y mucho con la invitación a Daniel para que conozca a su madre biológica en Berlín oeste. 

Después de 16 títulos y casi medio siglo de carrera, el cineasta Imanol Uribe (El Salvador, 1950), que siempre se ha movido entre el drama y la intriga, con películas de la talla de La muerte de Mikel (1984), Días contados (1994), Plenilunio (2000) y Lejos del mar (2015), entre otras, se decanta por una trama que bebe de ese cine clásico bien ejecutado y con pocos sobresaltos, con una armonía y un tono conocidos y de lugares comunes, donde se adentra en terreno hitchcockiano, porque conocemos los detalles y la cosa se mueve por el suspense y esa línea casi invisible de ser descubierto y cómo se resuelve la dichosa trama. Y cómo no, el asunto del doble, que está tan presente en el cine del director británico, aquí es pieza capital, porque Klaus, reclutado a la fuerza por el KGB deberá ser Daniel, hacer lo que hace su hermano gemelo, y sobre todo, espiar para los soviéticos en el Madrid franquista de 1968. El relato visita a menudo el flashback para resolver ciertos enigmas de los diferentes personajes, cosa que se dosifica con inteligencia añadiendo más misterio a los hechos que ocurrieron y ocurren, pasando por buena parte del tercer cuarto del convulso siglo XX, con hechos tan reconocibles como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el mayo del 68, la llegada de la democracia, el final del telón de acero y demás. 

Uribe que siempre se ha caracterizado por una fascinante atmósfera en su cine, así como un exhaustivo rigor histórico, en que la intriga está al servicio de lo que está contando y contribuyendo a adentrarse en el complejo mundo de sus personajes. Tenemos al diseñador de arte Diego López, con el que hizo Llegaron de noche (2022), y el vestuario de Helena Sanchis, con la que ha hecho 6 películas, amén de películas con Bigas Luna,, con el que debutó en Las edades de Lulú (1990), Manuel Gómez Pereira, Manuel Iborra y Víctor Erice, entre otros. El gran trabajo de sonido de Juan Borrell, con más de 120 títulos, que hizo con el cineasta vasco Lejos del mar (2015). La magnífica cinematografía construida de claroscuros y de esa luz velada y sofisticada que ayuda a introducirse en ese universo de mentiras de verdad y viceversa que firma un grande como Gonzalo Berridi, seis películas con Uribe, con una abundante filmografía que abarca más de 60 títulos. La música de la alemana Martina Eisenrich consigue esas composiciones con aroma de clasicismo que le va como anillo al dedo a todo el entramado de la historia. El detallista y rítmico montaje de Buster Franco, con el que hizo Miel de naranjas, otro policíaco ambientado en la España de posguerra, ayuda a crear esa mezcla de drama y suspense tan bien equilibrada. 

Los intérpretes del cine de Uribe siempre se han destacado por componer unos personajes cercanos y llenos de complejidad, sino acuérdense de los Imanol Arias, Carmelo Gómez y Eduard Fernández de las ya citadas, a los que suma Álex González como Daniel/Klaus, encarnando a tipos en encrucijadas de oscura resolución, en las que deben actuar de formas muy diferentes a lo que en un principio deberían, siendo víctimas de su propia historia y de la historia en la que están metidos sin remedio. A su lado, Aura Garrido, que está convincente en su papel de Sofía, la que sospecha y la primera sorprendida de ciertos detalles de su “nuevo marido”, en un mar de dudas con el que vive a diario. Completan el reparto la presencia de Zoe Einstein, en un personaje que mejor no desvelar, y otros intérpretes que hacen de la película una historia íntima y tangible con oscuros secretos que nos llevan por media el eje europeo de entonces: Madrid, París y Berlín, tanto uno como el otro. Estamos ante una película de guion convencional, si, pero con sus atajos sorprendentes y una cuidada ambientación que se erige como un entretenido cine de espías que no oculta a sus maestros, que recuerda a Tu nombre envenena mis sueños (1996), de Pilar Miró, buen ejercicio de thriller psicológico, donde la trama es una mera excusa para retratar el convulso ambiente de la España de los treinta y cuarenta, como sucede en La sospecha de Sofía con la España franquista y la inestabilidad de la guerra fría. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA