Entrevista a Antonio Pagudo, Eva Ugarte y Juan Carlos Vellido, intérpretes de la película “Bajo terapia”, de Gerardo Herrero, en la cafetería del Hotel Market en Barcelona, el jueves 16 de marzo de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Antonio Pagudo, Eva Ugarte y Juan Carlos Vellido, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Revolutionary Press, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
“Pero a un personaje no se le da vida en vano. Criaturas de mi espíritu, aquellos seis vivían ya una vida que era la suya propia, que había dejado de ser una vida que ya no estaba en mi poder negársela”.
Luigi Pirandello
Nos encontramos en algún pueblecito de Sicilia, que podría ser Agrigento, el pueblo donde nació el famoso escritor y dramaturgo Luigi Pirandello en 1867. Estamos ahí porque el ama que cuidó al insigne poeta ha fallecido, y Pirandello se queda para despedirla y honrarle el último adiós. Allí, conocerá a una pareja muy peculiar de enterradores, Onofrio Principato y Sebastiano Vella, que, además de tan noble oficio, por las noches, se reúnen con un grupo de vecinos y ensayan su nueva obra de teatro, un vodevil y farsa en toda regla. El director Roberto Andò (Palermo, Italia, 1959), del que hemos visto Viva la libertad (2013), sobre la política y sus indudables máscaras, y Las confesiones (2016), en el que comparten intriga un monje y un alto mandatario del G8, ambas protagonizadas por el grandísimo Toni Servillo, un actor capaz de interpretar a tipos tan diferentes como el silencioso Titta Di Girolamo, el corrupto Giulio Andreotti y el siniestro Silvio Berlusconi, todas ellas en películas de Sorrentino.
El cineasta italiano compone un guion junto al tándem Ugo Chiti y Massimo Gaudioso, escritores de las películas de Matteo Garrone, en el que imagina y fabula un momento de crisis creativa y tristeza del gran Pirandello, allá por la Sicilia de 1920, un hombre de reconocido prestigio y éxito, vuelve a su pueblo, y también se atasca con su nueva obra, donde una serie de personajes se le aparecen sin descanso. La historia va mucho más allá, porque a la tristeza del dramaturgo se añaden unas dosis de humor absurdo y tan italiano, en la piel del dúo cómico “Ficarra e Picone”, en la piel de un par de tipos que por sí solos ya podían tener muchas películas a sus espaldas. Pirandello se introduce casi sin quererlo en los ensayos de la obra de teatro amateur, o “unos aficionados profesionales”, como se menciona en algún momento, y vive ese otro mundo, o esos otros mundos, como comprobaremos, donde hay de todo: infidelidades, desamor, envidias, litigios y demás, con esa idea de “Por delante y por detrás”, de Michael Frayn, donde la ficción del teatro y la vida real se confunden. La mezcla de creatividad y comedia absurda y slapstick, funciona con orden y acierto, quizás podríamos decir que cuando la película se aloca se vuelve mucho más interesante y entretenida.
Andò tiene en mente películas como El cartero y Pablo Neruda (1994), de Michael Radford, y Shakespeare enamorado (1998), de John Madden, en las que los poetas famosos lidiaban con personas anónimas y desconocidas y nos tropezamos con relatos llenos de humanidad, transparencia y muy cercanos. La película sigue a Pirandello y también a los otros, ese espejo donde el famoso dramaturgo italiano verá y se inspirará para su inmortal y magnífico texto de “Seis personajes en busca de autor”, que pondrá la piedra del teatro moderno, romperá la cuarta pared, y sobre todo, fusionará la vida, la ficción, el autor, la creatividad, la farsa, la mentira y tantas cosas imposibles de casar hasta entonces. Andò se reúne de un equipo conocido como el cinematógrafo Maurizio Calvesi, que tiene más de 100 títulos en su filmografía, y ha trabajado en las 7 de las 8 películas del director palermitano, y el mencionado Toni Servillo, ahora en la piel de un taciturno y silencioso Luigi Pirandello, en plena crisis creativa y tratando con tantos fantasmas, que recuerda a aquel Ebenezer de Dickens, y a su lado dos fichajes como el dúo cómico “Ficarra e Picone”, esos Gordo y Flaco, esos dos clowns, que podrían pulular por alguna de Valle-Inclán, por sus vidas tan sombrías y esperpénticas, muy del estilo de Buster Keaton y Chaplin y del cine silente.
No podemos olvidar la breve aparición pero tremendamente estelar como la de Renato Carpentieri, uno de esos actores que llevamos más de cuatro décadas viendo en películas tan importantes como las de Gianni Amelio, Nanni Moretti, Alice Rohrwacher y el citado Paolo Sorrentino, y otros intérpretes maravillosos y juguetones que componen una marabunta de personajes que viven y sobreviven en ese desbarajuste de obra de teatro, que habla más de lo que ocurre en el pueblo que del vodevil que quieren representar o quizás, es al revés. La inspiración. El gran Pirandello (“La stranezza”, en el original, traducido como “La extrañeza”), viajamos al inicio de la década de 1920, en uno de esos pueblos con la textura y el tono del “realismo mágico” de García Márquez, con esos personajes tan cercanos y a la vez, tan extravagantes y curiosos, que se dejan querer y mucho, y una historia que se ve con entusiasmo, con sensibilidad y con ese aroma de fábula, de cuento de antes y de siempre, donde la realidad adquiere una fantasía que nos lleva a imaginar, a inventar y sobre todo, a vivir, porque sería la vida sin el amor por la pasión y la aventura de ser otros, de intercambiarnos y de sentir que podemos ser y sentir de diferentes formas, maneras y seguir siendo siendo otros y otras. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El individuo pasa de un consumo a otro en una especie de bulimia sin objetivo (el nuevo teléfono móvil nos ofrece poquísimas prestaciones nuevas respecto al viejo, pero el viejo tiene que ir al desguace para participar en esta orgía del deseo).”
Umberto Eco
El universo cinematográfico de Ruben Östlund (Styrsö, Gotemburgo, Suecia, 1974), se sumerge en la condición sapiens, en explorar al detalle las miserias humanas, en sacar sin ninguna compasión las relaciones de poder y las tristezas, desilusiones y desesperanzas en las que vivimos en las sociedades consumistas. A partir de su tercera película Fuerza mayor (2014), se centra en cómo el capitalismo feroz y salvaje ha anulado la capacidad de humanidad, si es que quedaba alguna cosa, de las personas. En ese caso, se centraba en el producto esencial del consumismo que no es otro que el viaje, acompañando a una familia burguesa que pasa unos días esquiando, y somos testigos de su desmoronamiento después de un incidente que resquebraja sin contemplaciones la débil alianza que sistema esa relación superficial y construida a través del dinero y las apariencias y una moral de mierda. Le siguió The Square (2017), ambientada en el elitista y vacío mundo del arte, en el que un director de museo, después de perder su móvil, se ve abocado a una experiencia que lo turbaba profundamente, descendiendo hacia las partes más desfavorecidas de la sociedad.
Con El triángulo de la tristeza, Östlund se mete de lleno en esos ricachones sin escrúpulos y vulgares que derrochan su riqueza paseando en un lujoso yate por las aguas de algún mar del ancho planeta. La historia nos la guía un par de modelos, jóvenes y bellos, y malditos, como esperaría Francis Scott Fitzgerald. Ellos son Yaya, una modelo espectacular e influencer, y su chico, Carl, también modelo, que se tropezarán con esos ricos muy ricos, como Dimitry, el oligarca ruso que vende “mierda” o lo que es lo mismo fertilizante, al que le acompaña una despampanante rubia oxigenada de pechos operados, y otros y otras, porque aquí no hay distinción de género, tipos y tipas aburridos y aburridas de tanto dinero que poseen, que viven entre lujo y se sienten vacíos y solos. También está la tripulación, déjalos correr a ellos y ellas, como esa primera secuencia donde están reunidos y sedientos de carnaza gritan al unísono ¡Dinero! ¡Dinero!, o ese capitán de barco, borracho, zombie y estúpido, toda una declaración de intenciones del director sueco, y luego, los de más abajo, esos filipinos, indonesios, y demás, provenientes de países embobrecidos, que mencionaría Yayo Herrero, que limpian la mierda y están al servicio, mucho más abajo, de esos ricos y ricas tan y tan miserables.
Östlund ha ido perdido la contención y sobriedad, y se ha decantado la burla, la sátira y la burrada en El triángulo de la tristeza (y no les diré que significa su título porque al comienzo de la película lo explican, así que ya saben), donde ataca salvajemente a estos seres malvados y violentos que viven de su riqueza independientemente de donde venga, como esos typical ingleses que fabrican granadas y todo tipo de armas. La película dispara indiscriminadamente a unos y a otros, a carcajada limpia, tronchándose de ellos y ellas construyendo unas situaciones salvajes, irónicas y llenas de inteligencia y demás, donde hay escatologismo y miseria moral por todos los lados y frentes. Tiene la película esa idea que tenían películas como Sopa de ganso (1933), de Leo McCarey, donde los hermanos Marx se reían de la estupidez de la política, de la guerra y la corrupción, o La gran comilona (1973), de Marco Ferreri, en el que introducía a cuatro tipos en una casa para reventar mientras comían y follaban. Östlund ataca a todo y a todos, es impagable los primeros minutos de película, en el que se mete contra el asqueroso y superficial mundo de la moda, toda la manipulación, el mercantilismo y la idiotez que sujetan semejante negocio y todas esas personas que van disfrazadas y dando la nota con el único objetivo de vender, vender y vender.
La película huye del simplismo y el discurso moralizante, porque los disparos no solo van dirigidos a los enriquecidos, aquí recibe todo quisqui, porque la cosa va de ricos idiotas, hipócritas e hijos de puta, pero también abarca a los “otros”, a la servidumbre y el vasallaje de los y las que los y las sirven, como esa denigrante secuencia que la rica teñida y pelleja de turno obliga a los empleados a bañarse, un sin Dios. El cineasta sueco se vuelve a acompañar de los suyos como el productor Erik Hemmendorff, con el que fundó la compañía Plattform Produktion, con el que ha coproducido las cinco películas del director, con el cinematógrafo Fredrik Wenzel, que ha estado en las tres últimas y mencionadas películas del realizador sueco, que construye un luz cercana e íntima, tan radiante y bella haciendo el contrapeso de la oscuridad y la miseria que encierra el interior de los personajes, y la presencia del montador Mikel Cee Karlsson, que llega al universo Östlund, con un estupendo trabajo porque no es nada fácil mantener el ritmo y el gran abanico de personajes y situaciones que cohabitan en la cinta, en un metraje que se va a las dos horas y veinte minutos de metraje, ahí es nada, y es muy meritorio que, en ningún instante, perdamos el interés y decaiga la sorna y el descabello tan impresionante al que asistimos.
Un reparto que brilla a la altura de lo que nos cuenta la película encabezada por los adonis Charlbi Dean (recientemente fallecida) y Harris Dickinson, que hacen de Yaya y Carl, Woody Harrelson es el capitán o lo que queda de él, menudo tipejo, todo un caos de alcohol, de irresponsabilidad y qué se yo, Zlatko Buric es el oligarca ruso, orgulloso de su capitalismo y su miseria, tan borracho y estúpido como el capitán, y después tenemos a todo un grupo de intérpretes como Dolly de Leon, Vicki Berlin, Carolina Gynning, Hanna Oldenburg, Sunnyi Melles, Iris Berben, Henrik Dorsin, entre otros y otras que forman el equilibrado y bien escogido reparto coral de esta grandísima película de aquí y ahora y de siempre, escenificada en una aventura aberrante, mordaz y satírica película sobre la condición sapiens, y más de los enriquecidos, y también de todos nosotros, sobre el clasismo imperante,la mercantilización de todo y todos, las repugnantes posiciones sociales y sobre todo, cómo se ejerce el poder en la sociedad que vivimos, o mejor dicho, en la mierda de existencia en la que nos movemos diariamente con nuestras miserias, idioteces, egos, vanidades, y tantas basuras de la que no somos capaces de escapar y ahí seguimos, trabajando como esclavos y creyéndonos que somos libres, esos sí, solo somos libres para gastar y endeudarnos y seguir trabajando para seguir siendo libres y ganando dinero, endeudarnos y gastar y… todo para engordar y engordar a miserables podridos de dinero que usan la guerra, la violencia y la explotación para enriquecerse sin ningún atisbo de humanidad. ¡VIVAL EL MAL! ¡VIVA EL CAPITAL!, que decía mi añorada Bruja Avería.
Entrevista a Sergi López, actor de la película “Pequeña flor”, de Santiago Mitre, en el Instituto Francés en Barcelona, el lunes 28 de noviembre de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sergi López, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Fernando Lobo de Surtsey Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
No soy fan de los Hombres G ni tampoco de los musicales, pero Voy a pasármelo bien, me ha encantado. La primera razón fundamental es que la película se desarrolla en aquel curso de 1989, cuando el que escribe tenía quince años, como uno de los “repetidores”. Un tiempo de adolescencia, de chicas, de quioscos, de los primeros cigarrillos y primeros cubatas, de fiestas con los colegas, de comprarte el disco o casete de tu grupo favorito, de fords fiesta, de la cagaste Burt Lancaster y querer ser más mayor para salir de noche e ir al instituto como tus hermanos mayores. La cinta es una interesante mezcla de comedia romántica y musical, donde un amor del pasado vuelve, y unos personajes, tantos niños como adultos, frescos, cercanísimos, divertidos y llenos de vitalidad y amargura, según el momento. Pero, la razón de más peso sería su director David Serrano (Madrid, 1975), autor, entre otras, de las recordadas Días de fútbol (2003) y Días de cine (2007), alguna que otra comedia divertida sobre amores que van y vienen, sus libretos para el teatro musical, como Billy Elliot, Grease y West Side Stoy, entre otras, sus guiones para comedias musicales como El otro lado de la cama (2002) y su secuela, cinco años después.
La quinta película de Serrano, Voy a pasármelo bien, estaría más cerca de las comedias citadas de Emilio Martínez-Lázaro que del musical sofisticado estadounidense, donde todo brilla, todo es espectáculo, y todo suele acabar bien, con los enamorados yéndose hasta el infinito. La historia de Serrano que firma junto a la actriz argentina Luz Cipriota, sigue el aroma de ese musical cotidiano, naturalista y vivo, lleno de relatos de aquí y ahora, de personas de barrio, de chavales que se enamoran de la chica, de la torpeza para conquistarla, de las tristezas y frustraciones de unos casi cincuentones a los que la vida no les ha ido también como esperaban, o quizás sus expectativas estaba muy alejadas de la realidad. La acción se sitúa en el citado 1989 (que coincide en el contexto de finales de los ochenta, donde también se desarrollaban Sufre mamón de 1987 y ¡Suéltate el pelo! de 1988, las dos películas que hicieron los Hombres G, dirigidas por el gran Manuel Summers), en una ciudad como Valladolid, otro acierto, porque se aleja de esa gran urbe donde pasa todo, durante el curso escolar, con la llegada de Layla, una rubia que deslumbra a David, y con la ayuda de sus “colegas” intentarán que la chica se fije en su amigo. Pero, la película también nos cuenta el presente, con David adulto, y la llegada de Layla, convertida en una famosa directora de cine a punto de recibir un merecido homenaje en la Seminci.
En un audaz y estupendo montaje de Alberto Gutiérrez (habitual del cine de Dani de la Orden, y también de películas como No matarás y series como Veneno), la película viaja indistintamente a los dos tiempos, contándonos la primera vez para David y Layla, y la segunda oportunidad para los mismos personajes, treinta años después. La música siempre maravillosa de una grande como Zeltia Montes (que la hemos escuchado en películas de corte dan diverso como Adiós, Uno para todos y El buen patrón), ayuda a crear ese ambiente de alegría y melancolía que tiene la película, y la inmensa cinematografía de un crack como Kiko de la Rica (con un currículum que asusta con gente como De la Iglesia, Medem y demás), con esa luz cálida y fresca de 1989, que recuerda a aquella otra que hizo para Kiki, el amor se hace (2016), de Paco León, y la luz del presente, más oscura y triste. Escuchamos muchas canciones de los Hombres G, pero muchas, pero esto no es un obstáculo para aquellos que no son fans del grupo madrileño ni de los musicales como ya había comentado, porque la película encaja con gracia y buen tono las canciones en el contexto de la película que es una comedia divertidísima, con amores, tropezones, y demás, que toca un sinfín de conflictos de ayer y de hoy.
Los números musicales con sus canciones y coreografías están muy ligados al cine de Jacques Demy, a algunos títulos de Donen, y otros títulos patrios de comedias pop como Diferente (1961), de Luis María Delgado, ¡Dame un poco de amooor…! (1968), de José M. Forqué, protagonizado por el grupo “Los Bravos”, Un, dos, tres… al escondite inglés (1969), de Iván Zulueta, entre otros. Mención especial tienen las responsables de casting Ana Sainz.Trápaga y Patricia Álvarez de Miranda, tándem que debutó con Serrano en Una hora más en canarias (2010), responsables de grandes reparto como los de Hermosa juventud, y series como Arde Madrid, Vergüenza y Maricón perdido, entre otras, porque lo que han hecho reclutando a los actores y actrices jóvenes es maravilloso, porque todos están excelentes – con lo que difícil que es manejar niños y niñas -, brillan en cada canción con sus voces naturales e íntimas, y en sus coreografías, cercanas y muy llamativas, usando mobiliario urbano, alejándose del estudio y haciéndolo todo más cotidiano y sencillo.
En la producción un máster como Enrique López Lavigne, que produce de todo con calidad y cercanía, a gente como Vermut, thrillers densos y muy negros, series como Veneno y Vergüenza, documentales y comedias ácidas como Los europeos, o grandes cuentos de terror de Plaza, un todoterreno que recuerda a los Pepón Coromina y Luis Megino, porque, al igual que ellos, entienden el cine como una forma de vida. La excelente pareja protagonista Renata Hermida Richards e Izan Fernández, dando vida a Layla y David, y los otros y otras, como Rodrigo Gibaja, Javier García y Gabriela Soto Belicha, entre otros que, además, interpretan a las mil maravillas, recreando unas vidas y una época de forma alucinante, con el mérito que es un tiempo que ni conocen de lejos. Los adultos están muy bien y comedidos y llenos de dudas e incertezas, a la cabeza con un siempre interesante Raúl Arévalo como David de adulto, con la actriz mexicana Karla Souza como Layla, y otros acompañantes como Dani Rovira, Teresa Hurtado de Ory, Jorge Husón y raúl Jiménez, con ese momentazo de karaoke que se marcan.
Voy a pasármelo bien se estrena en verano, pero es una película no solo de verano, porque es tan chula, tan honesta y enamora con su sensibilidad, su belleza y esos chavales, que los que tenemos casi el medio siglo, nos sentiremos uno más, porque habla de nosotros, de lo que éramos, de las chicas que nos gustaban y las gilipolleces que hacíamos para enamorarlas, y cada cosa que hicimos y no hicimos, y el tiempo va pasando, y treinta años después, nos volvemos a reencontrar con nosotros, como esos maravillosos momentos impagables y acertadísimos en que David adulto pasea por el mundo del David niño, porque en definitiva, la película habla de amor, de lo que quedó en nosotros, y todo lo que amamos y todavía nos queda por amar, porque como dice el poeta: “Hay amores que se resisten a morir, no sabemos por qué, solo que todavía están en nosotros”, si no que se lo pregunten al David y a la Layla adultos, en fin… No se la pierdan. La disfrutarán muchísimo, al igual que el que escribe estas palabras, aunque no sean fans de los Hombres G ni tampoco de los musicales. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Laura Mañá, directora de la película “Un novio para mi mujer”, en Arcadia Motion Pictures en Barcelona, el martes 19 de julio de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Mañá, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Querer ser alguien más es malgastar la persona que eres”
Marilyn Monroe
La carrera de Laura Mañá (Barcelona, 1968), como actriz ha tenido a directores tan importantes como Antonio Chavarrías, Bigas Luna, Vicente Aranda, entre otros, hasta que en el año 2000 debutó como directora en el largometraje con la interesantísima Sexo por compasión, a la que siguieron otras tan valiosas como Palabras encadenadas, Morir en San Hilario, Ni Dios, ni patrón, ni marido y La vida empieza hoy. Relatos personales y agridulces sobre personas maduras en las que se profundiza en la muerte y el sexo, con grandes dosis de realismo mágico y esperpento. Un total de diez títulos a los que hay que añadir tres trabajos para televisión en los que aborda las figuras históricas de Clara Campoamor, Concepción Arenal y Federica Montseny, entre medias había rodado Te quiero, imbécil (2020), suerte de comedia actual sobre los devaneos sentimentales con mujeres fuertes y hombres débiles emocionalmente, con la que está muy emparentada Un novio para mi mujer, remake de la homónima argentina de 2008 dirigida por Juan Taratuto, con guion de Pablo Solarz.
La directora barcelonesa escribe junto a Pol Cortecans (del que hemos visto sus guiones para series como Cites, Sé quién eres y Benvinguts a la familia entre otras. Una historia que nos sitúa en la piel de Diego, un tipo que no aguanta a su mujer Lucía, una estúpida, insufrible y peleada con el mundo, peor es incapaz de decirle que se separen. Instigado por los amigos conoce al Cuervo Flores, una especie de mito sobre el amor y sus cosas, que le ayudará conquistando a su mujer y así poder quitársela de encima. La trama funciona a las mil maravillas, tiene chispa, situaciones divertidas y sobre todo, esa mirada agridulce a las relaciones sentimentales actuales, donde todos somos unos perfectos inválidos en las emociones, yendo de aquí para allá como pollos sin cabeza. Mañá conduce con acierto y simpatía una comedia al uso, pero dándole un toque personal, con esa otra Barcelona, que huye de la postal turística, que podría ser cualquier ciudad occidental, y esa comedia que se aleja de la risa fácil y del gag descacharrante y tontín, para profundizar en nuestras relaciones y sobre todo, en como afrontamos lo difícil, en una sociedad cada vez más automatizada y llena de superficialidades.
La cineasta catalana vuelve a contar con algunos de sus cómplices habituales como Sergio Gallardo en la cinematografía, y Paula González en el montaje, dos buenos profesionales que consiguen dotar a la acción de naturalidad y cotidianidad, y también, de ritmo y agilidad, tan importantes en cualquier comedia de libro que se precie. Algunos espectadores se preguntarán que tiene de novedoso una película de la que ya conocíamos su historia, y a parte de mirar su relato desde otro prisma, más cercano y de aquí y ahora, es su sobresaliente reparto. Unos intérpretes maravillosos que se meten con gracia y acierto en los roles de unos individuos al borde del precipicio emocional. Tenemos a una excelente Belén Cuesta en la piel de Lucía, esa mujer odiosa que se odia a sí misma y arremete con todo lo que se menea, resulta esclarecedor su mítica frase en el programa de radio: “La vida es un bajón”. A su lado, un estupendo Diego Martín, que heredó en el negocio de fotos de su padre y se ha quedado anclado en su rutina y tristeza, y se ve incapaz de afrontar sus problemas y lo que es más importante, está muy perdido con su vida, y por último, un desatado Hugo Silva, un hippie trasnochado, alguien perdido en la inmensidad de su nula existencia, alguien que cree saber y en realidad, sabe bien poco, alguien hundido por su propio mito y relegado a un barco como una especie de náufrago sin isla y sin nada.
Tenemos al trío protagonista, y luego, como toda buena comedia que se precie, nos gusta encontrar a ese otro “protagonista”, que nos es otro que los de reparto, tan importante como los primeros. Y ahí nos tropezamos con un interesante ramillete de buenos intérpretes como Enric Masip, Andreu Castro y Ángela Cervantes, y un “calvo” y estúpido tontín que hace un irreconocible Joaquín Reyes, el típico amigo que lo sabe todo, que va que lo sabe todo y es un pobre diablo. Mañá ha construido una comedia divertida y juguetona, que no recurre al chiste fácil ni al disparate infantil para hacer reír al personal, sino que va conformando una serie de situaciones cómicas del día a día, en la que bucea sobre el vacío existencial y la falta de valor para encarar la vida y los sueños que alguna vez fueron lo más importante, porque de eso nos habla esta nueva versión de Un novio para mi mujer, de lo que nos cuesta para enfrentarnos a nuestra propia vida, a esa que hacemos tan poco caso y luego, pagamos una factura demasiado costosa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Aprendí que nunca somos demasiado pequeños para hacer la diferencia”.
Greta Thunberg
Viendo la extraordinaria y sorprendente secuencia que abre la película Un pequeño plan… como salvar el planeta, de Louis Garrel (París, Francia, 1983), no podemos imaginarnos los derroteros por los que transitará el tercer largometraje del director francés. Vemos a unos padres que no caben en si a medida que su hijo Joseph, de trece años, les va revelando que ha estado vendiendo objetos superfluos que ellos apreciaban mucho. Después de unos instantes de tensión y mucho nerviosismo, el chaval les comunica a sus progenitores que todo se debe a un plan para transformar en un mar el desierto del Sáhara y un montón de niños de su edad han hecho lo mismo porque el tiempo apremia y el planeta se va a la mierda. La madre entiende de seguida y se sitúa en apoyar la estrategia de su hijo y todos los que le acompañan. El padre, más escéptico, no se lanza la aventura y quiere saber más. A Garrel, le conocíamos su impresionante carrera como actor junto a directores de la talla de Polanski, Bertolucci, Honoré, Ozon, Desplechin y su padre, el gran Philippe Garrel, y sus anteriores trabajos como director, el mediometraje El pequeño sastre (2010), y sus dos largos Les deux amis (2015) y Un hombre fiel (2018), todos ellos en torno a las relaciones sentimentales, sus idas y venidas, de jóvenes en la treintena como el propio director que se reservaba alguno de los roles principales.
Con Un pequeño plan… como salvar el planeta (del original “La croisade”, traducido como La cruzada), vuelve a contar con el legendario guionista Jean-Claude Carrière (1931-2021), como ya hiciese en Un hombre fiel, y la colaboración de la joven treintañera Naïla Guiguet, para construir un relato que alberga dos partes bien diferenciadas. En una, asistimos a la sorpresa y conocimiento de unos padres en la cruzada de su hijo y otros muchísimos de su edad y en sus acciones para salvar el mundo, para convertir un desierto en un gran mar azul. Una parte en que el tono se mueve entre la comedia ligera, donde en algunos momentos estamos en mitad de algo sorprendente y a la vez, tan cercano. Después de la impresionante secuencia de la contaminación de partículas finas, cuando el propio Garrel camina por una calle parisina desierta, que recuerda y de qué manera a lo vivido durante la pandemia del Covid, el tono de la película cambiará y la cosa se volverá más seria y cruda con la toma de conciencia activa por parte de la madre.
La trama no se desvía demasiado del epicentro de las anteriores películas de Garrel, porque vuelve a esa intimidad que tanto le caracteriza, en una película más doméstica si cabe, donde la mayor parte del relato se apoya en la dialéctica, y a una duración corta, en este caso son sesenta y siete minutos de metraje, donde la concisión y el detalle resultan imprescindibles. La película tiene un contexto actual, de aquí y ahora, en el que se filma el instante, como si fuese un reportero en plena agitación callejera, donde el fantástico trabajo del cinematógrafo Julien Poupard, del que vimos otra película de tema igual de actual como Los miserables, de Ladj Ly, y la formidable música de Grégoire Hetzel, habitual del cineasta Arnaud Desplechin, que ya trabajó con Garrel en el mencionado El pequeño sastre. Todo el film busca la intimidad, lo cercano y lo transparente, con pocos personajes, apenas tres como principales: el joven Joseph Engel, que ya estaba en Un hombre fiel, da vida a Joseph, el hijo de la pareja protagonista, convertido en un activista medioambiental a imagen y semejanza de otros tantos por lo ancho del planeta, con Greta Thunberg como cabeza visible y la más popular de entre todos los que existen alrededor del mundo.
Frente al adolescente activista y firme, nos encontramos con sus padres. Un matrimonio acomodado y aparentemente feliz que forman Laetitia Casta, que vuelve a ponerse a las órdenes de Garrel después de la experiencia de Un hombre fiel. Si en aquella era una mujer que dejaba a un joven para irse con otro, y luego, el tiempo le hacía volver con él. Ahora se mete en la piel de una madre más concienciada que su marido, y se lanza sin dudarlo a la empresa de su hijo y los otros, tomando una actividad muy participativa y entregadísima. Frente a ella, el padre, que interpreta el propio Louis Garrel, la otra cara de la moneda, el que no acaba de creerse las intenciones reales de su hijo y los demás, y lo pone en duda, generando un pequeño conflicto en el hogar, sobre todo, con su mujer. Garrel ha cosido una película a fuego lento, con hechuras y conciliadora, que se aleja del discurso panfletario, de la mirada condescendiente, y sobre todo, de ese cine político de buenas intenciones y poco más.
Un pequeño plan… como salvar el planeta no es una película de mensaje, no van por ahí los tiros, sino lo que plantea en una sencilla trama, muy cercana, que podemos tocar, y a la vez, muy profunda, sin sentimentalismos ni nada de alardes innecesarios, sino con autenticidad e intimidad, porque es una película basada en el diálogo y la acción y pone todo el peso de la trama en los niños, unos niños bien organizados y con metas reales, – en una idea lejana de Carrière que, el tiempo y las circunstancias actuales, la han convertido de rabiosa actualidad -, no es una película que aprovecha cierta corriente de cine ecologista y buenista, sino todo lo contrario, la idea hace tiempo que se ha ido alimentando, y su propuesta sencilla y directa, cala en el espectador, en una película muy ligera, cómica y cercanísima que nos hable de frente y sin tapujos de un tema candente, y lo hace desde la tranquilidad, el respeto y la naturalidad más absorbente y concienciadora. Una delicia que no de ben perderse, porque les hará pasar un rato muy agradable, y además, y esto es lo más importante, les hará pensar que hacen por el planeta, y cómo podemos ayudar de una forma muy activa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Grégory Montel, actor de la película “Las cartas de amor no existen”, de Jérôme Bonnell, en el Instituto Francés en Barcelona, el miércoles 6 de abril de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Grégory Montel, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Philipp Engel, por su gran trabajo como intérprete, y a Alexandra Hernández de Hayeda Cultura, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“¿Acaso podemos cerrar el corazón contra un afecto sentido profundamente? ¿Debemos cerrarlo? ¿Debe hacerlo ella?
James Joyce
Jonas es un tipo de cuarenta y tantos tacos, con encanto pero torpe, como cantaba Sabina, alguien que se encuentra en Stand by, no por decisión propia, sino porque su vidas y los hechos que la rodean parecen ir contra él, o simplemente, las cosas van sucediendo y Jonas va llegando tarde a todo, porque no quiere darse cuenta que las cosas se terminan, o hay gente con la que hay que terminar por nuestro propio bienestar. A Jonas le costó despedirse de la madre de su hijo, una mujer que ya no quería, también de su socio, un aprovechado que le ha metido en un gran lío, y además, le cuesta horrores decir adiós a Léa, su última novia. Jonas ahí anda, a la deriva por su miedo a cerrar, a decir adiós, y sobre todo, el miedo a la incertidumbre que se apodera de uno cuando cierra algo o a alguien y empieza de cero. Donde muchos ven una forma de empezar de nuevo, Jonas lo ve como una decisión que no quiere o no puede tomar, aunque la situación actual lo lleve a la mierda. Y en esas anda.
La historia arranca después de una noche de borrachera, Jonas se levanta más perdido que nunca y no decide otra cosa que visitar a Léa de buena mañana, y hacer lo imposible para recuperarla, una vez más. La cosa no va como espera y se refugia en el café de enfrente de su casa, como si se tratase de un naufrago en una isla desierta, esperando a Léa decide escribirle una carta, una carta para contarlo todo lo que siente por ella, y esta se decida a rescatarlo, porque él no se atreve o simplemente no se lo ha planteado, quizás ha llegado de coger la riendas de su vida y enfrentarse a ese tipo que tanto miedo le da y no es otro que él mismo. Las cartas de amor no existen (del original “Chère Léa”), es el séptimo largometraje de Jérôme Bonnell (París, Francia, 1977), y vuelve a colocarse en el tono que más le gusta al director francés, entre la comedia dramática y el romance, porque estamos ante una comedia romántica, con ese aroma que tenían las del Hollywood clásico, sin olvidarnos de Becker y Truffaut, donde el amor y su perdición es el trasunto real de la trama, una estructura que se desmarca acomodándose en el suspense hitchcockiano, con el inquietante macguffin, que no es otro que la citada carta, ya que su contenido nunca nos será revelado.
La acción, más propia del thriller psicológico que de la comedia al uso, juego mucho con los inequívocos y las subtramas que solo hacen más difícil la no aventura y no decisión del protagonista, jugando mucho con la información, porque se nos da poca información del pasado del protagonista y las personas que lo pululan, en una especie de radiografía emocional que sin querer se practica el propio Jonas que, al igual que le ocurría al dickensiano Ebenezer Scrooge, sus fantasmas del pasado comenzarán a revolotearle el alma, donde el café será el centro neurálgico de su catarsis personal, y saldrá a unas visitas como la de su ex en la cafetería de una estación, que recuerda a una de sus películas El tiempo de los amantes, de dos desconocidos que se conocían en un tren, y la peculiar relación con el dueño del café, el amante de Léa, su socio con el que se comunica vía móvil, al igual que su hijo, y algún que otro cliente y los habituales del barrio. Las cartas de amor no existen habla de amor, o quizás podríamos decir, de todo ese amor que creemos sentir, de las historias que hay que dejar, decir adiós, y del tiempo.
El tiempo real de la película acotada a un solo día, a una única jornada, veinticuatro horas donde casualmente Jonas hará balance de los hechos vitales hasta ahora, y en un lugar ajeno al suyo, en cierta manera, Jonas está en una especie de laberinto emocional en el que él mismo ha puesto sus obstáculos para no salir. La estupenda cinematografía de Pascal Lagriffoul, responsable de toda la filmografía de Bonnell, le da ese toque cercano y naturalista sin caer en ningún instante en el embellecimiento ni la condescendencia, la excelente música de David Sztanke va detallando todos los estados emocionales de Jonas en una especie de montaña rusa de nunca acabar, y el ágil y formidable montaje de Julie Dupré, que ya trabajó con el director parisino en À trois on y va y en la citada El tiempo de los amantes – amén de aquella maravilla que era Dos otoños, tres inviernos (2013), de Sébastien Betbeder – que rompe con habilidad ese único escenario donde se desarrolla casi toda la trama.
El maravilloso reparto de la película encabezado por Grégory Montel, un magnífico y desconocido para el público de por aquí, pero muy popular en Francia por su éxito televisivo por Call My Agent!, una serie que ha dado la vuelta al mundo. El actor se mete en la piel de Jonas, y nunca mejor dicho, porque la cámara se posa en él y dentro de él, dando vida a un tipo que tiene muchos frentes abiertos por miedo o por no atreverse: un trabajo que odio, porque en realidad le encantaría escribir, y mira tú, ha empezado por una carta, una carta que no puede parar de escribir, con relaciones pasadas que cree todavía estar ahí, con relaciones actuales, más de lo mismo, y enganchado a todo y nada, a un pasado que lo machaca y a un presente, de bólido, que repite patrones anteriores, un caso, en fin, quizás ese día, ese día tan loco, surrealista y extraño, le abra los ojos, depende de él. Le acompañan la siempre fascinante y natural Anaïs Demoustier como Léa, el eficaz Grégory Gadebois como dueño del café, Léa Drucker como al ex esposa, y finalmente, una sorprendente Nadège Beausson-Diagne, una cliente particular del café. Bonnell ha construido una película de verdad, auténtica, que no solo retrata a un tipo-náufrago de sí mismo, sino de su propia vida, y ya no digamos del amor, y lo hace desde dentro a fuera y al revés, contándonos ese París, ese otro París, el muy alejado de su estereotipo de ciudad del amor y mandangas por el estilo, aquí vemos su día a día, su cotidianidad, sus gentes y el amor, ¡Ayyy…! El amor,,,, Que seríamos sin él y con él. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA