Encuentro con François Ozon, Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder, director y actrices de la película “Mi crimen”, en el marco del BCN Film Festival en los Cines Verdi en Barcelona, el jueves 20 de abril de 2023
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a François Ozon, Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder, por su tiempo, generosidad y cariño, a Silvia Palà, por su gran labor como intérprete, y al equipo de comunicación del BCN Film Festival, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
“La vida es una farsa que todos debemos representar”
Una temporada en el infierno (1873), de Arthur Rimbaud
De las 22 películas que hemos visto de François Ozon (París, Francia, 1967), casi todas se desenvuelven en el ámbito familiar y bajo un tono de drama íntimo y profundo, consiguiendo dejar algunos grandes títulos como El tiempo que queda (2005), Mi refugio (2009), En la casa (2012), Joven y bonita (2013), Frantz (2016), y Verano del 85 (2020), por citar sólo algunos. Después, como para respirar de tanto drama, tiene otras películas, tales como 8 mujeres (2002), y Potiche (2010), a la que también podríamos incluir Una nueva amiga (2014), en las que la ligereza se impone, pero no de forma vulgar, sino todo lo contrario, usando la farsa, la sátira y la comedia negra para revertir el género o simplemente, para reírse a carcajadas de las miserias y estupideces humanas. Mi crimen, escrita por el propio Ozon con la colaboración de Philippe Piazzo, inspirada libremente en la obra teatral Mon crime (1934), de Georges Berr y Louis Verneuil, al igual que sucedía en las citadas 8 mujeres y Potiche, entraría de lleno en esta terna de cine donde la comedia burlesca y vodevilesca tiene su razón de ser.
En Mi crimen, nos trasladamos a los convulsos años de entreguerras, en la década de los treinta, en un París bullicioso y colorido, nos encontramos a dos jóvenes y amigas que intentan ganarse la vida con sus difíciles oficios. Madeleine, la rubia y atractiva, sueña con ser actriz de cine, y Pauline, la morena y atractiva, que a su vez, sueña con convertirse en abogada. Las circunstancias las llevan a que Madeleine sea acusada de homicidio de un famoso productor con el que tenía una cita profesional, y por supuesto, Pauline actúa como abogada defensora. La cosa se irá complicando muchísimo cuando entran en escena otros actores implicados: el amante de Madeleine, rico heredero, el padre de éste que no ve con buenos ojos el romance de su hijo, un juez que no acierta ni una, un nueve rico que quiere aprovechar su oportunidad con la joven, y para rematar el complejo asunto, la aparición, y nunca mejor dicho, de Odette Chaumette, una antigua estrella de cine mudo, ahora olvidada por todos, que recuerda a la Norma Desmond que interpretaba Gloria Swanson, en la inolvidable Sunset Boulevard (194), de Billy Wilder, al que se homenajea con la película Mauvaise graine (1934), que se rodó en Francia, y las protagonistas van al cine a verla.
Aunque la cosa no acaba ahí, porque el cine de Lubitsch, al que el director francés ya había transitado en Remordimiento (1932), con la mencionada Frantz, queda bien reflejado en toda la trama, sus personajes y situaciones, en títulos como Montecarlo (1930), Un ladrón en la alcoba (1932), Ninotchka (1939), entre otras, en un fantástico y divertidísimo desparrame en el que hay de todo: comedia alocada, asesinato, peleas, amores y cómo no, personajes excéntricos, singuales y extremadamente peculiares. Ozon se reúne de muchos cómplices que le han acompañado en su filmografía como el excelente cinematógrafo Manu Dacosse, el montaje de Laure Gardette, la música de Philippe rombi, y el nuevo fichaje del diseñador de producción Jean Rabasse, que ha trabajo con nombres tan ilustres de la cinematografía francesa como Polanski, éste adoptado, Louis Garrel, Pitof y el tándem Jeunet & Caro, entre otros. Un gran equipo que consigue una excelente ambientación de ese París de los treinta, con esos toques, que tienen algo de lo que mencionaba Lubtisch, donde la vida, la comedia, el teatro y los sueños, y las mentiras se funden en un gran escenario donde nunca sabemos quién está fingiendo y quién no, o quizás, todos fingimos, lo que pasa que algunos todavía no lo saben.
La película cuenta con un extraordinario reparto encabezado por las deslumbrantes protagonistas que hacen y deshacen como pueden o como quieran, con Nadia Tereszkiewicz en el rol de Madeleine, una aspirante actriz que se ve involucrada en el asesinato a su pesar o quizás no, ya lo veremos, bien acomapañada por su compañera de fatigas, Pauline que hace Rebecca Mader, una pareja que se ayuda, se ríe y llora juntas, y también, porque no decirlo, son resistentes, valientes y corajosas, en un mundo machista y patriarcal. Nos tropezamos con Isabelle Huppert que da vida a Odette Cahumette, esa actriz olvidada, con esa ropa tan extravagante, de otro tiempo, de aquel en el que se quedó, aquel en que el público la adorada, uno de esos personajes breves pero vitales para el desarrollo de la trama, porque le da un “toque” inesperado. Después, nos encontramos a toda una retahíla de intérpretes de la factoría Ozon encabezados por el grande Fabrice Luchini, Dany Boon, André Dussolier, Règis Laspalès, entre otros, que van conformando ese microcosmos de especímenes raros y singulares que pululan por la trama y por aquel París de los treinta.
Sólo nos queda decir que nos hemos divertido de lo lindo con el nuevo trabajo de Ozon, porque no tiene un ápice de vulgaridad y tontuna, sino todo lo contrario, porque nos cuenta lo que quiere siempre con inteligencia, las dosis perfectas de ironía y locura, y sobre todo, hace que el mundo de la representación, de la farsa y de la actuación, en el fondo, sea el pan de cada día, y nunca sepamos qué es cierto y qué no, porque sus personajes no son perfectos, ni mucho menos, son torpes, idiotas, nunca prevén las consecuencias de sus actos y mucho menos, no piensan mucho en lo que hacen y en todo lo que hay a su alrededor, como la popularidad, ese monstruo que puede convertirse en nuestro mayor enemigo si no sabemos estar preparados, porque cuando no se tiene nada se sueña y a veces, demasiado, y cuando eres otro, producto de la fama de golpe, puedes caer en lo que nunca has querido ser, y si no que se lo digan a las protagonistas de Mi crimen, bueno me callo ya, vean la película, y sabrán de todo lo que les estoy hablando, que no es poco. Hasta la próxima!. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
El primer amor nunca se olvida, aquel que nos fascinó y traspasó nuestra alma, aquella primera vez que sentimos algo tan intenso y profundo por alguien, aquel amor cuando éramos adolescentes, cuando la vida todavía estaba por hacerse, cuando las cosas olían y se sentían de formas muy distintas, nunca con tanta fuerza y magnetismo como después, cuando nos lanzábamos al abismo, llevados por energías que nos hipnotizaban, que nos sumían en una aventura fascinante, donde la vida y el amor se confundían, vivían una con la otra, fusionadas y en un solo cuerpo, donde creíamos que el amor duraría siempre, que sería irrompible, poderoso, pero también, descubrimos que la vida y el amor, casi nunca van de la mano, y aquel espíritu joven e inocente, se acabaría diluyendo con el tiempo, y el amor, o lo que llamamos amor, jamás volvería con aquella fuerza.
En el universo cinematográfico de François Ozon (París, Francia, 1967), con diecinueve títulos en su haber, podemos encontrar una mirada profunda y sensible hacia la adolescencia, y la homosexualidad, en películas como Amantes criminales (1999), Gotas de agua sobre piedras calientes (2000), La piscina (2003), El tiempo que queda (2005), En la casa (2012), Joven y bonita (2013), o Una nueva amiga (2014), películas donde sus adolescentes son personas de carácter, fuertes y libres, que chocan contra las normas y lo establecido de los adultos. En Verano del 85, Ozon vuelve a su adolescencia, y parte de una adaptación libre de la novela “Dance on My grave”, de Aidan Chambers, para contarnos la historia de un amor entre Alexis, a punto de cumplir los dieciséis años, apocado, inocente y asumiendo su identidad sexual, y David, dieciocho años, todo lo contrario que Alexis, libre, de carácter, lanzado, y sin prejuicios. Los dos chicos se conocen, empiezan a salir y acaban teniendo una relación. Estamos en uno de esos pequeños pueblos costeros como Le Tréport, en la alta Normandía, donde parece que los veranos pueden durar eternamente, o al menos eso cree Alexis. Las desavenencias entre los dos chicos pronto aparecerán, ya que tienen formas muy distintas de vivir, y sobre todo, de sentir.
El director francés filma en súper 16, dando ese tono cercano e íntimo que tanto requiere la película, con esos planos secuencia, como el que abre la película, recorriendo esa playa hasta el paseo, mientras escuchamos el “In Between Days”, de The Cure, que recuerda a las imágenes de Cuento de verano (1996), de Rohmer, en la que curiosamente intervenía Melvil Poupaud. Una luz que firma el cinematógrafo Hichame Alaouie (responsable de Instinto maternal), y el brillante montaje de Laure Gardette (que lleva una década de trabajo con Ozon, desde Potiche), que le da ese toque de juventud, del aquí y ahora, de espontaneidad, de pulsión, un amor llevado por el viento, sin tiempo para detenerse, todo se vive y se siente muy intensamente. Ozon coloca el tema “Sailing”, de Rod Stewart, que nos habla de la sensación de amar y la de ser rechazado, como eje central de su relato, como podremos comprobar en la secuencia más intensa y sensible de la película, cuando en la discoteca, perdemos la música de ambiente, para centrarnos en la música que escucha Alexis con el walkman, el tema de Stewart, que definen mucho todas las emociones que experimenta el joven, mientras que David, sigue dando saltos, como poseído, dejándose llevar por la música que ya no escuchamos.
Ozon, fiel a su estilo, no construye una película lineal, centrada en solo la historia de amor de los dos jóvenes, sino que inventa una trama de thriller, que no aparece en la novela, en que la película arranca una vez han sucedido los hechos, y mediante un flashback, vamos siguiendo los acontecimientos entre los dos chicos. El cineasta francés nos ofrece una mirada libre y brillante, acercándonos a aquel tiempo, al tiempo del amor, a la edad del amor, conjugando de forma magnífica y sensible los ambientes y situaciones, atrapándonos en un tiempo donde todavía era posible todo, donde las emociones se vivían de forma muy diferente a lo que vino después, no mira la homosexualidad como algo turbio o siniestro, sino todo lo contrario, un aspecto que no supone ningún problema para los jóvenes, que lo aceptan de forma natural, eso sí, con sus inseguridades, sobre todo, el personaje de Alexis, da igual que el amor sea homosexual, sino que la película se centra en el amor en mayúsculas, en las consecuencias de enamorarse, y las dificultades de amar, cuando la otra persona es tan diferente a nosotros.
La naturalidad y honestidad de los dos actores protagonistas ayuda a sumergirnos en ese tiempo, tenemos a Félix Lefebvre dando vida a Alexis, con ese aire de River Phoenix, de poca cosa, una especie de efebo que caerá en las redes de David, interpretado por Benjamin Voisin, toda una fuerza arrasadora y pura energía, bien acompañados por Philippine Velge, que da vida a Kate, la inglesa que conocerá a los dos chicos, y Melvil Poupaud, como profesor de Alexis, que recuerda un poco a la relación que tenían profesor y alumno en la aclamada En la casa, y Valeria Bruni-Tedeschi, como madre de David, una actriz de la factory de Ozon, dotada de gran personalidad y brillantez en sus roles. Ozon nos hace disfrutar, conmovernos y añorar aquel tiempo de la adolescencia, con sus tiempos, ritmos, su juventud, que parecía que iba a durar eternamente, como cantaban los Alphaville, enamorándonos, recordando, sintiendo, como nunca más volveremos a sentir, y a vivir, con esas ganas como si todo se terminase al día siguiente, sin prejuicios, sin preocupaciones, sin barreras, mirándonos frente a frente, bailando, bañándonos en el mar a la luz de la luna, yendo en moto, con el viento en la cara, siendo jóvenes, inocentes y valientes, soñando y volando sin despertar jamás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
La apertura de la película es muy significativa y no deja lugar a dudas a una constante narrativa en el cine de Ozon. Una vagina se adueña de la pantalla y se funde con el ojo de Chloé, la protagonista del relato, que se encuentra tendida en la consulta de un hospital. Dos elementos como el sexo y la mirada, que trascienden nuestro deseo convirtiéndonos en esclavos de nuestras pasiones más íntimas y bajas. La película número 17 de François Ozon (París, 1967) después de Frantz, una película de corte clásico en la forma que también experimentaba con la identidad y el amor como motor de enfrentarse al dolor. Ahora, cambia totalmente de registro, centrándose en Chloé (una nueva chica perdida en su viaje de búsqueda interior, un elemento habitual en el cine de Ozon) empleada de museo, un lugar donde observa y mira a los demás, sin moverse, sólo mirándolos, rodeada de obras de arte. Chloé (la inolvidable Isabelle de Joven y bonita, del propio Ozon) deja su mirada inocente y perversa que lucía con agrado encarnando a la joven prostituta, para introducirse en el mundo de una joven neurótica, con graves problemas depresivos que acude a terapia. Allí, conoce a Paul, su psiquiatra, se enamoran y se van a vivir juntos. Aunque, las sospechas de Chloé sobre la identidad de Paul comienzan a florecer y descubre que tiene un hermano gemelo, Louis, con el que da rienda suelta a sus deseos más ocultos, aquellos que es incapaz de mostrar a Paul.
Ozon siempre interesado en las historias cotidianas que trasgreden los límites de cada uno de nosotros, mezclando con audacia géneros antagónicos, en los que el thriller y el suspense tienen un espacio reconocible, donde reformula los espacios de realidad y fantasía, que logra confundir y crear una nueva dimensión, en la que salen a flote el interior de cada uno de nosotros, esas emociones oscuras, perversas, y sobre todo, sinceras, aquellas que ocultamos a los demás. El director parisino se inspira en una novela corta “Vidas gemelas” de la escritora estadounidense Joyce Carol Oates, para dar rienda suelta a nuestros deseos sexuales más íntimos, componiendo una trama erótica, muy sexual, en el que hay espacio para uno de los temas favoritos del director francés, la identidad, haciéndose las preguntas que tanto nos obsesionan a los seres humanos, ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Preguntas que se hace Chloé, la depresiva crónica, la mujer de apariencia débil, pero que encierra una boma sexual en su interior, aquella que oculta a Paul, el reservado y silencioso, que parece guardar algún que otro misterio, pero encuentra la horma de su zapato en Louis, el hermano gemelo, que es pura pasión, energía, y radia sexo por todos sus poros. Dos almas iguales físicamente, pero completamente diferentes en su interior, que describen a Chloé, una mujer atrapada en su sexo, en lo que siente, arrastrada a una pasión sexual oscura y terrible.
Ozon construye una mise en scene elegante y sofisticada, llena de contrastes y perversiones, incluso en los objetos, como esos gatos disecados, o la calidez que desprende la consulta de Paul, frente a la frialdad que destila la de Louis, o las obras que cuelgan del museo, que si al principio ofrecen esteticismo, lentamente, y a medida que la neurosis de Chloé va en aumento, vemos obras más orgánicas y rompedoras, situándonos en un ambiente urbano vacío, de calles sin personalidad, y pisos modernos pero carentes de vida, automatismo y predecibilidad, para una vida insulsa, solo rota por los juegos sexuales de Chloé y el otro. Un thriller erótico de fuerza expresiva e intensidad narrativa, que se ve con pausa y que va perforando nuestra psicología adentrándose en terrenos privados donde cada uno se muestra tal y como es, sin prejuicios, amabilidad y respeto, sólo dejándonos llevar por lo que sentimos, por aquello que nos excita y se apodera sexualmente de nosotros.
Ozon se inspira en los maestros como Hitchcock, un cineasta que también supo explorar los espacios oscuros y perversos de los seres humanos a través de inquietantes y terroríficas tramas, o su discípulo más aventajado, Brian de Palma, que recogió su testigo y cosecho buenos thrillers con la firma del maestro, o Cronenberg, en sus relatos psicoanalíticos, donde sus personajes se mueven entre lo real, lo fantástico y sus miedos, donde su Inseparables, protagonizada por Jeremy Irons, sería un espejo transformador y malvado dónde las criaturas de Ozon podrían mirarse, aunque el reflejo que le respondería no sería de su agrado. Marine Vacht compone una Chloé fascinante y muy sexual, una mujer adicta a sus pasiones como vía para escapar de su neurosis, y de esa manera entender lo que no logra con la terapia, aunque en ocasiones no hay nada que comprender, sino dejarse llevar, aunque el viaje sea doloroso, frente a ella, Jérémie Renier (el actor fetiche de los Dardenne, que hemos visto crecer en el cine) juega un doble papel, encarnando a los dos hermanos, diferentes entre sí, pero los dos igual de misteriosos y peligrosos. En un papel breve pero también sumamente interesante encontramos a Jacqueline Bisset, con su madurez que aparece en la vida de Chloé de manera inquietante y para descubrirle aún más el pasado oculto de Paul. Ozon ha vuelto a sumergirnos en un relato complejo y muy oscuro, donde el psicoanálisis ejecuta los elementos en juego, dotando a cada personaje de varias identidades, aquella que vemos, aquello que ocultan, y sobre todo, aquella otra que ni ellos mismos conocen.
En el cine de François Ozon (París, 1967) hay dos elementos que emergen de forma continuada y se han convertido en características fundamentales de su mirada. Una, son las transgresiones a nivel de género, donde viaja aleatoriamente de la comedia, al drama o incluso el policíaco, otro de sus rasgos se identifica con unos personajes en permanente búsqueda, donde la sexualidad y su identidad serían el punto de cohesión en todas sus obras. En esta ocasión, se ha inspirado en la novela Su nueva amiga, de Ruth Rendell (1930-2015) fallecida recientemente, como hicieran en su día dos cineastas de los que el cine de Ozon bebe mucho, Claude Chabrol (en La ceremonia, de 1995, y en La dama de honor, de 2004), y Pedro Almodóvar (en Carne Trémula, de 1997).
La trama es sencilla, nos cuenta que después del fallecimiento de Laura, su marido David, recupera su afición de disfrazarse de mujer para así criar con más naturalidad a su hija, secreto que acabará desvelando a Claire, íntima amiga de su mujer. Bajo estas líneas argumentales, que en un primer momento podría resultar ridícula, Ozon teje un fascinante ejercicio sobre la identidad sexual, una excelente trama con todo tipo de situaciones donde los personajes se enfrentan a sí mismos y a sus verdaderos deseos ocultos, donde cada uno de ellos se descubrirá a sí mismo, y encontrará la verdadera identidad que oculta y rechaza. Un relato que contiene todo tipo de elementos, desde el costumbrismo de una clase social alta que vive alejada del mundanal ruido, en esas casas de calles limpias e interminables, los sofisticados club de tenis, los lugares de trabajo en el centro, y las segundas residencias, igualmente apartadas. Un mundo donde los personajes se mueven entre las apariencias, entre vidas acomodadas, pero no cómodas, donde tienen que ocultar sus verdaderos yo y vivir otra vida.
Una cinta donde se juega constantemente con los géneros, desde la comedia trans alocada creando situaciones llenas de humor que rayan el ridículo, donde Fassbinder (que Ozon ya llevó en el año 2000 un guión suyo al cine, Gotas de agua sobre piedras calientes) y Almodóvar, serían sus fuentes inspiradoras, el ambiente burgués que coquetea con el policíaco de Chabrol. Una cinta que vuelve a otro de los temas que marcan la cinematografía de Ozon, esa inmersión a la sexualidad en la adolescencia, en el que la aniñada imagen de Anaïs Demoustier actuaría en ese rol. Una película que explora las pulsiones de las identidades de una forma elegante y cómica, donde nada es lo que parece, y donde el buen hacer de la pareja protagonista, donde Romain Duris resulta muy creíble tanto de David como de su alter ego Virginia, con tacones y a lo loco.
Tarde de cine en los Mèlies. La elegida es Joven y bonita(Jeune & jolie, 2013), de François Ozon. La cámara del cineasta francés tiene especial debilidad por su mirada a la adolescencia. El difícil tránsito que nos lleva de la infancia hacía la etapa de la madurez juega un papel fundamental en el cine de Ozon. En todas sus películas se desarrollan argumentos de la complicada relación entre adolescentes y adultos Y los problemas que acarrean esas relaciones. Su anterior película, En la casa (Dans la maison, 2012), -basada en el texto teatral de Juan Mayorga y galardonada con la Concha de Oro- estaba ambientada en un Instituto y planteaba la compleja relación que mantenían un profesor y uno de sus alumnos más aventajados, a través de un juego epistolar donde se destapaban los miedos y los anhelos ocultos. Joven y bonita se desarrolla en el seno familiar y la historia que cuenta es sumamente sencilla. Isabelle, una joven de 17 años descubre el sexo un verano con un alemán que pasaba por allí. A partir de ese instante, la chica vivirá una doble vida, por las mañanas es una estudiante y el resto del tiempo se convierte en una prostituta de lujo. Ozon plantea su película a través de las estaciones, arranca en verano con un breve prólogo, para pasar luego a otoño, invierno y deja la primavera para resolver el conflicto. Isabelle es de familia acomodada, así que no se prostituye por dinero, de hecho todo lo que saca, lo guarda celosamente en un rincón de su armario. No conocemos sus razones, Ozon tampoco nos las cuenta. Isabelle le gusta el sexo y encuentra una manera de practicarlo con hombres maduros que la puedan guiar en su camino hacía el deseo y el placer. Ozon conoce los sutiles mecanismos para adentrarnos en su planteamiento. Los espectadores nos vemos sumergidos en un terreno que a ratos es muy inquietante, y en otros juega con su habitual humor cínico e irónico. Estaríamos frente a una película que nos acomete moralmente, para dibujar un discurso sobre la tesitura de unos progenitores que se enfrentan a su hija que disfruta de su cuerpo a través de un sexo sin complejos y ataduras. Isabelle vendría a ser una alumna aventajada de Sévérine, la bellísima y frígida aburguesada que retrató magníficamente la mirada de Luis Buñuel en Belle de jour (1967). Aunque las dos películas plantean historias parecidas, sus caminos toman direcciones opuestas. La película de Don Luís es más cínica y sobretodo, más perturbadora. Comparten eso si, la detallada descripción que hacen de una burguesía acomplejada y vacía. Marine Vacht, la actriz protagonista, se suma a otras jóvenes como Joe, -interpretada por Stacy Martin- la heroína de Nymphomniac (2013), de Lars von Trier. Adolescentes que encuentran en el sexo un manera de liberación, que se aleja de los postulados de la sociedad. Isabelle es un espíritu libre que choca frontalmente con una sociedad hipócrita, que se encuentra más pendiente de la apariencia y lo correcto que de dar rienda suelta a lo que siente.