Retorno a Seúl, de Davy Chou

LAS HERIDAS DE FREDDIE. 

“No quieres soltar la rabia ni los recuerdos dolorosos. Los acumulas en tus músculos en forma de contracciones que te dan la sensación de existir. Si los relajas, al desaparecer tu solicitud de ser amado, tus angustias de abandono o tus rencores, te sientes desaparecer. Crees, niño triste, que el sufrimiento es tu identidad.”

Alejandro Jodorowsky

Esta es la historia de Freddie, una joven de 25 años que vuelve a Corea del Sur, después que al nacer fuera adoptada y enviada a Francia con sus nuevos padres. También es la historia de alguien que necesita saber sus orígenes, volver a mirar a sus padres biológicos, y reencontrarse con quién es y su lugar en el mundo. Una mujer que habla francés, que casi no entiende el coreano, y se siente herida por tantas cosas, enfadada con ella misma y con los demás, alguien que se siente extraña en la se supone que es la tierra de su familia. Freddie es una especie de náufraga de sí misma, alguien a la deriva, una persona que al cumplir un cuarto de siglo de edad, sabe que hay algo en su vida desajustado, una ausencia que debe llenar para quitarse tanto peso de encima. Freddie ha emprendido el viaje más importante de su vida, o quizás, ha empezado a conocerse mejor a través de los que le precedieron. 

El cineasta campoyano-francés Davy Chou (Fontenay-aux-Roses, Francia, 1983), que tiene en su haber tanto documental como Golden Slumbers (2011), en la que explica el nacimiento del cine camboyano en los sesenta y su posterior destrucción por los Jemeres Rojos en 1975, y ficción como Diamond Island (2016), en la que los jóvenes sueñan con la modernización del país mientras actúan como si el genocidio camboyano no hubiera existido. Con Retorno a Seúl se enfrenta también a la memoria histórica del pueblo coreano, cuando la escasez y la pobreza originada por la guerra, obligó a muchas familias a recurrir a la adopción como vía de salvación de sus hijos. Freddie es la voz visible de muchos que, al igual que ella, vuelven a casa en busca de respuestas, de encuentros y de sanar sus heridas. A partir de un detallista y elaborado guion del propio Chou, caminamos junto a la protagonista, en una historia dividida en tres partes bien diferenciadas que se alarga en el tiempo durante ocho años en el que suceden muchas historias. En la primera parte abundan los interiores, comidas, fiestas y (des)encuentros con la familia paterna, en la que Freddie está siempre a la defensiva, a punto de estallar, con mucha rabia, filmada a través de planos cortos y cerrados. En el segundo tramo, la película se abre mucho más, en sintonía con el personaje de Freddie, y vamos viendo mucho más la ciudad de Seúl y sus ciudades costeras, en la que la trama va virando a un acercamiento entre todas las partes implicadas, y finalmente, la última parte, nos presenta a Freddie, de forma diferente, en la que la extrañeza de los inicios deja paso a otra mujer, más madura, más tranquila y sin rencores. 

La película abraza la pausa y la poesía, no tiene ninguna prisa en contarnos el periplo interior de Freddie, porque opta por la mirada y el gesto, porque no busca la empatía de forma abrupta y condescendiente, sino al contrario, quiere que el espectador entienda y se emocione junto a Freddie y viaje con ella, en su travesía emociona y catártica, sin prisas pero sin pausa, apoyándose en los silencios y la excelente música que llena esos huecos en las que las palabras no salen, que firman el dúo Jerémie Arcache y Christophe Musset, que ya trabajaron para el director en Diamond Island. La cinematografía íntima y delicada, con esos neones fluorescentes, tan característicos de las noches asiáticas, ayuda a que todo eso vaya produciéndose, en un gran trabajo de Thomas Favel, que ha estado en las dos películas citadas de Chou, amén de otras como Bella durmiente (2016), de Ado Arrieta, y otros directores como Benoît Forgeard y Pierre Léon, entre otros. Un preciso y ajustado montaje de Dounia Sichov, de la que hemos visto trabajando para directores de la talla de Sharunas Baratas, que abarca ocho años de la vida de Freddie, con sus vaivenes y roles diferentes, en una historia que se va casa a las dos horas de metraje, en la que se impone ese ritmo cadente y emocional que fusiona ese estado de ánimo agridulce que baña toda la historia. 

Una película que trabaja tanto las emociones de forma sutil y nada empalagosa y subrayada, necesitaba una actriz brillante como Ji-min Park, de profesión artista plástica en su primer trabajo como actriz, con una historia similar al de su personaje, porque también nació en Corea y a los ochos se trasladó a Francia, con una mirada que traspasa la pantalla, una mirada que lo explica todo sin decir nada, y su particular viaje conteniendo todo ese tsunami de emociones tan complejas y dolorosas, en una especie de zombie a la deriva cuando llega a Seúl y poco a poco, sintiendo que su dolor proviene de otras cosas y entendiendo y entendiéndose mejor, y sobre todo, abrazar el amor y desterrando la ira, la culpa y demás fustigadores que nos hacen sufrir. A su lado, nos encontramos con Oh Kwang-Rok, al que hemos visto en títulos de Park Chan-Wook, la actriz coreana Kim Sun-young, fiel escudera de Freddie, el actor francés Louis-Do de Lencquesaing, de amplia trayectoria al lado de directores vitales como Haneke, Sokurov, Emmanuel Mouret, Emmanuel Carreré, entre otros, en el rol de un hombre de negocios que se cruzará en la vida de Freddie. 

El cineasta camboyano-francés ha construido una película notable y muy actual y de siempre, que sigue a un personaje sumamente complejo, una persona que está herida, que busca, que está perdida, que tiene problemas con su identidad, con su pasado y su presente, que deambula por un país que no reconoce porque es el suyo pero no ha vivido en él, que está en un limbo emocional y también físico, ni aquí ni allá, que está metida en una especie de laberinto sin salida, lleno de puertas donde la esperanza se mezcla con el desánimo, donde la pequeña alegría de un encuentro se desvanece por la falta de incomprensión, ya sea por no saber coreano, o por no entenderse, o simplemente, porque todos son desconocidos que se conocen de oídas. Una película que habla sobre el significado de reconstruirnos constantemente, de aceptar los cambios y las circunstancias vitales, nos gusten o no, de conocernos por dentro y de seguir por la vida, aunque no sepamos donde estemos ni qué hacemos, lo importante es seguir y seguir, porque algún día nos descubriremos a través de los otros, y ese día todo cambiará y sin saberlo sabremos quiénes somos y qué debemos hacer. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El comensal, de Ángeles González-Sinde

LAS HERIDAS QUE COMPARTIMOS.

“Cuentan que en mi familia siempre se sienta un comensal de más en cada comida. Es invisible, pero está ahí. Tiene plato, vaso y cubiertos. De vez en cuando aparece, proyecta su sombra sobre la mesa y borra a  alguno de los presentes. El primero en desparecer fue mi abuelo paterno”.

Las tres películas que ha dirigido Ángeles González-Sinde (Madrid, 1965), tienen mucho que ver con la literatura. En La suerte dormida (2003), la escribió junto a la escritora Belén Copegui, en Una palabra tuya (2008), se basó en una novela de Elvira Lindo, y en El comensal, la novela homónima autobiográfica de Gabriela Ybarra, le sirve para volver a dirigir, después de un tiempo dedicada a escribir guiones en películas y series y otras actividades. El relato se mueve entre dos tiempos. El Bilbao de 1977 con las primeras elecciones democráticas, donde asistimos al secuestro del industrial vasco Javier Ybarra y las terribles consecuencias en sus hijos con Fernando, el mayor como portavoz. Y la Navarra de 2011, en el que Fernando de sesenta años y su hija Icíar se enfrentan a la enfermedad de Adela, la esposa y madre respectivamente.

Un guion férreo e inteligente que firma la propia directora, con la colaboración de Gabriela Ybarra, que demuestra su sabiduría en estas lides, ya que ha escrito guiones para nombres tan consagrados como los de Manuel Gutiérrez Aragón, Ricardo Franco, Gerardo Herrero, Luis Puenzo y Daniela Fejerman, entre otros, en una película se mueve indistintamente entre los dos tiempos, creando un complejo puzle psicológico en que las circunstancias del pasado remiten constantemente en el presente, sin caer en esas reconstrucciones demasiado fieles y frías y olvidándose de la humanidad e intimidad doméstica que tanto vivieron los hijos del industrial secuestrado. Padres e hijos y la herencia de las heridas y sobre todo, como unos y otros gestionamos el dolor y el pérdida. Por un lado, tenemos el dolor social con ETA, con cuarenta años de actividad y 829 víctimas mortales, y por otro, un dolor íntimo con la enfermedad y fallecimiento de la madre. Dos pérdidas, dos ausencias que, tanto hija como padre afrontan de formas antagónicas y ahí radica el conflicto central de la película. González-Sinde construye una película elegante, bien contada y magníficamente interpretada.

Una película bien trabajada técnicamente, tanto en el pasado como el presente, en el que cada espacio habla mucho de los sentimientos de los personas y sus actitudes. Con ese aire opresivo, como de película de terror del 77 y ese otro aire más cálido peor que se irá ennegreciendo del 2011, en un gran trabajo del cinematógrafo de Juan Carlos Gómez, que tiene en su haber a nombres como los de Achero Mañas, Daniel Sánchez Arévalo y Gracia Querejeta, entre otros. El magnífico trabajo de edición de Irene Blecua, que condensa los cien minutos de la película de forma interesante y certera. Y finalmente, la excelente música de Antonio Garamendi, un recién llegado en esto del cine, que consigue el acompañamiento perfecto en unas imágenes que hablan de dolor y tristeza y las herramientas para asumirlo y continuar, pero desde la aceptación y lo compartido, muy lejos del sentimentalismo de otras producciones, y en ese sentido, la música lo ilustra de forma esencial y da todo ese lugar que no se ve un valor aún más grande, como deja patente en la secuencia que cierra la película, donde brillan una muy buena composición y estructura, donde todo encaja de forma sencilla y cercana.

Un relato que se apoya mucho en el silencio y en las miradas, debía tener un reparto a la altura y lo consigue con Adriana Ozores, que ya protagonizó La suerte dormida, dando vida a Adela, la madre, que soporta los avatares vitales con entereza y humildad, todo un ejemplo. Mención aparte tiene la interpretación Fernando Oyaguez en la piel del Fernando del 77, ese hermano mayor que debe lidiar con el secuestro del progenitor y tranquilar a sus hermanos y hermana pequeña. Todo un reto para el joven actor que sabe transmitir todo la dureza y el dolor que siente y sobre todo, enfrentarse a un conflicto my difícil y que le sobrepasa. Después, tenemos a la pareja protagonista, a un estupendo Ginés García Millán como Fernando del 2011, el padre que prefiere seguir, no hablar, ni del pasado ni de nada, y frente a él, Susana Abaitua que da vida a Icíar, la hija que es todo lo contrario al padre, porque ella quiere saber, quiere mirar al pasado para construir un presente más de compañía y de diálogo, porque comparte con su padre la tragedia de perder al padre o la madre con la misma edad.

Aplaudimos y nos emocionamos con el regreso a la dirección de Ángeles González-Sinde, con un relato sobre las heridas de ETA, sobre todo ese peso que los personas arrastran, y la parte central de la película, como afrontar ese dolor con los nuestros, sentarnos y mirarnos, y luego, explicarnos, que todo lo que ocultamos salga y lo sepa el otro, para compartir el dolor, todas las heridas del pasado, y así construir un presente más ligero de cargas y culpas y tristezas, y más alegre, tranquilo y en paz, porque la paz para las víctimas no llega cuando ETA dejó de matar, sino que llegará cuando las víctimas hablen entre ellos y ellas y se expliquen lo que sienten y lo que les duele, y poco a poco, dejen de tener miedo de hablar, de ocultarse, de mirar debajo del coche, y caminar con tranquilidad por la calle. El comensal es el libro que había que escribir y la película que había que hacer, que coincide con poco tiempo de distancia con Maixabel, de Icíar Bollaín, una película que al igual que esta, aboga por la reconciliación, por el perdón, y por avanzar juntos después de todo, como única herramienta para aliviar el dolor y dejar de tener miedo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Patricia López Arnaiz e Ibon Cormenzana

Entrevista a Patricia López Arnaiz e Ibon Cormenzana, actriz y director de la película “La cima”, en el Hotel Catalonia Gran Vía en Barcelona, el miércoles 23 de marzo de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Patricia López Arnaiz e Ibon Cormenzana, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cachada, de Marlén Viñayo

SANAR LAS HERIDAS.

“Pues como dice usted no pensábamos que iba a salir todo lo que ha salido. Han salido muchas cosas… que yo pienso que si no sirven para la obra, van a servir para quien las ha dicho y las ha hablado, y se ha descargado de esto”

Cachada, en El Salvador, se relaciona a una oportunidad única, a algo que no volverá a pasar. Cinco mujeres Magaly, Magda, Ruth, Chileno y Wendy, con pasados traumáticos debido a violaciones y violencia de género, después de pasar por un taller de teatro, reunieron fuerzas y valentía y guiadas por la actriz y profesora Egly  Larreynaga, se convierten en un grupo de teatro en el que interpretan sus propias experiencias en un proceso catártico, liberador y sanador. La directora Marlén Viñayo (León, 1987) residente en el país latinoamericano desde el 2013, conoció a este grupo de mujeres y empezó a filmarlas, el resultado es Cachada, un viaje donde conoceremos las vidas de estas cinco mujeres, a través de su quehacer diario con sus empleos como vendedoras ambulantes, la relación con sus hijos, y su trabajo como actrices explicando a la cámara sus horribles pasados y aprovechando todas esas experiencias para interpretarlas en la escena y convertir su dolor y trauma en material de ficción para el teatro.

Viñayo hace su puesta de largo con una película valiente y necesaria, mirando de manera honesta una realidad sucia y dolorosa, sumergiéndose en la intimidad y la cercanía de unas mujeres que abren su vida y su corazón a los demás, ayudando y ayudándose para paliar su sufrimiento a través del teatro. La cámara las sigue por dentro y por fuera, mediante capítulos en los que se les da voz y rostro a cada una de ellas, siguiendo el proceso teatral y sobre todo, el proceso interior de cada una de ellas para mostrar su dolor y sanarlo mediante el arte y la compañía de las demás. Un retrato profundo y sincero desde lo más cotidiano, desde el alma que nos abren estas cinco mujeres, víctimas del machismo imperante en El Salvador, uno de los países con las tasas más altas de homicidios donde el aborto esta castigo con grandes penas por ley, situación que obliga a muchas mujeres a parir hijos en condiciones laborales pésimas y graves problemas de subsistencia.

La película no solo se detiene en la pobreza y las dificultades para salir delante de estas mujeres solas con sus hijos, sino que abre más ventanas, mostrándonos el trabajo diario de estas cinco valientes para seguir en pie, enfrentarse a sus miedos y dolores, y sobre todo, sanarlos y liberarse de tanto dolor, experimentando un proceso extremadamente doloroso y difícil, pero completamente necesario para ellas para mirarse al espejo y romper el círculo vicioso de violencia, aprendiendo diariamente en sus empleos, en el complejo rol de la maternidad y darles una educación muy diferente a sus hijos de la que recibieron ellas. Cachada recoge el aroma de el arte como forma de liberación y terapia para sanar el dolor de nuestro interior, insistiendo en la necesidad vital de las artes como forma de relacionarse con uno mismo y los demás, en la que Teatro de guerra, de Lola Arias,  otra película sudamericana, en concreto de Argentina, sería una especie de espejo en la que mirarse, en la que a través del teatro se escenifican los recuerdos y los traumas de algunos soldados veteranos que participaron en la guerra de las Malvinas.

Viñayo nos sumerge de forma natural y tranquila en la realidad de estas cinco mujeres, componiendo un retrato lleno de vida, humanidad y esperanza para estas cinco almas que han dado un puñetazo en la conciencia y se han propuesto mirar al dolor para sanar, para reconstruirse una vez más y tantas veces hagan falta. La cineasta residente en El Salvador ha construido una película muy emocionante, llena de energía y magnífica, colocando su mirada a aquellas mujeres invisibles que nadie mira, mujeres azotadas por la violencia sistemática de países olvidados y con múltiples problemas sociales, económicos y culturales, profundizando en cinco vidas que seguirán vivas en nuestra memoria, las Magaly, Magda, Ruth, Chileno y Wendy, respiran, sienten, ríen, lloran, juegan y sufren durante los 82 minutos de la película, mostrándolo todo su interior y abriendo sus emociones en canal, sin estridencias ni sentimentalismos, de manera sincera y profunda, sin máscaras ni imposiciones, dejándose llevar por la mirada y la cámara de Viñayo.

La directora leonesa debuta de forma magnífica en el cine, ejecutando una película con alma y vital, que emocionará a todos aquellos espectadores que no solo quieran descubrir una realidad social oscura y violenta, sino que hay otras formas de vida en esos países, que hay otras formas de enfrentarse a esa oscuridad traumática y violenta, que existen mujeres que cada día se levantan al amanecer, levantan y visten a su hijos, y los llevan al colegio, los cuidan y protegen, y luego acuden a la calle a vender sus productos para sacarse unos dólares para sobrevivir, y además, aún les queda tiempo para acudir a una sala a ensayar una obra de teatro que habla sobre ellas y sus miedos y dolores, aquello que no las deja vivir, pero que mediante el arte y la fraternidad de sus compañeras, ya han dejado el suelo, se han levantado y se han puesto de pie para seguir combatiendo, y si vuelven a caerse, volverán a ponerse de pie y otra vez en la lucha. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Felices sueños, de Marco Bellocchio

felices_suenos_poster_lowMIA CARA MAMMA.

La película número 30 de Marco Bellocchio (Piacenza, Italia, 1939) arranca en Turín en el año 1969, cuando la vida idílica de Massimo, un niño de 9 años, se ve gravemente truncada por la muerte de su madre. A partir de ese momento, la vida de Massimo se verá perseguida por el recuerdo de su madre y su incapacidad para las relaciones personales y reconciliarse con ese pasado tormentoso que le invoca. Bellocchio que se inició hace más de medio siglo con Las manos en los bolsillos (1965) durísimo retrato sobre unos adolescentes y su posterior rebelión, ha construido una filmografía muy crítica con la sociedad italiana en la que ha crecido, con un fuerte compromiso político, social y cultural de una Italiana convulsa, realizando películas en las que ataca ferozmente las injusticias y desigualdades, el fuerte componente religioso en la cultura italiana, y las consecuencias de la ausencia y el peso de la figura materna, en títulos que se han convertido en una verdadera reflexión y documentos imprescindibles para conocer la historia de Italia de los últimos 50 años, como Noticias de una violación en primera página (1972), Marcha triunfal (1976), La condena (1990), La baila (1999), Buenos días, noche (2003) o Vincere (2009), por citar sólo algunos títulos más significativos de su larga trayectoria.

fais-de-beaux-reves-c-simone-martinetto-4

En su trigésimo largometraje, basado en la novela “Fai bei sogni”, de Massimo Gramellini,  nos envuelve en una drama familiar, en un denso y emotivo retrato de un hombre desde que es un niño, en el que tendrá que lidiar con el dolor y la pérdida de la madre, en el recuerdo de aquella mujer protectora y maternal que siempre tenía una sonrisa o una abrazo para él, como sucedía en La sonrisa de mi madre (2002), en el que Bellocchio retrataba, a través de la mirada de Sergio Castellitto, como un hijo se enfrentaba al recuerdo de una madre y a sus propias convicciones morales. Bellocchio filma una película desestructura que viaja en el tiempo en continuos saltos en el tiempo, tanto en el paso como en la época actual, un tiempo que le ayuda a retratar esa Italia de finales de los 60 hasta nuestros días, con sus continuos cambios políticos, sociales y culturales, y lo hace desde una mirada crítica, explorando los detalles de la vida familiar y cotidiana, desde una perspectiva humana y sencilla, sin emitir ninguna proclama aleccionadora ni nada por el estilo, sólo observa y se deja llevar por esa mirada de observador impecable y crítico que recorre toda su filmografía.

foto-di-simone-martinetto-fbs-img_2454

El cineasta italiano retrata a un hombre roto, demolido y angustiado por aquella pérdida, su madre se ha convertido en ese espectro que ha ensombrecido su existencia (como sucedía en Sangue del mio sangue (2015), en la que Bellocchio nos introducía en una sutil y escabrosa historia de fantasmas) una vida de escritor de éxito, pero que le ha llevado a lidiar con la muerte y la dificultad, como reportero de guerra, y le ha apartado de una vida feliz. Bellocchio nos cuenta su drama de forma pausada, en la que la música tiene un importancia ejemplar, ya en su arranque, asistimos a un baile improvisado, torpe y desenfadado, entre la madre y el hijo, mientras se dejan llevar por un twist, momento que tendrá su contrapunto, más adelante, cuando Massimo, treinta años después, baila el Surfin Bird (éxito de los 60) en un instante de locura y dar rienda suelta a todo lo que le ahoga, junto a Elisa, la doctora que le ayudará a mirar al pasado sin miedo y a cerrar las heridas del pasado.

foto-di-simone-martinetto-fbs-img_0919_2

El gran cierto de Bellocchio es asomarse a una drama tremendo sin caer en el maniqueísmo ni en la desmesura, sino en todo lo contrario, sabe manejar con eficacia e inteligencia todos los ingredientes del drama que atraviesa la vida de Massimo, construyendo una película admirable en su contención y sobriedad, capturando todos los detalles y dosificando de manera sobresaliente la información, en la que ayuda de manera eficaz la inmensa luz de Daniele Cirpì (que ya trabajó en Sangue del mio sangue) que recoge la luz velada de aquella Italia de los 60, con los partidos del Torino los domingos, los bailes a mediodía y las confidencias con la mamma, y la sobriedad y los claroscuros de la época actual, remarcando el recuerdo dramático que sigue en Misino. Las estupendas composiciones de Valerio Mastandrea como el Massimo, ese ángel roto que arrastra su dolor, y Bérénice Bejo, con su calidez, belleza y sensualidad será como ese ángel protector que aparece en la vida de Massimo para rescatarlo y sobre todo, escucharlo. Bellocchio ha realizado un drama impecable, de exquisito trazo que, se erige como un homenaje a la “mamma” italiana, aquella madre protectora, de carácter, sensible y pura dinamita que también encarnaron la Magnani en Roma, ciudad abierta o Mamma Roma, y la Loren en Dos mujeres, y otras tantas mujeres que han sabido escenificar ese coraje innato de las madres italianas que se han levantado y han protestado en pie sin decaer en ningún momento y fieles a los suyos.

Lejos del mar, de Imanol Uribe

cartel definitivo lejos del marLAS HERIDAS QUE ARRASTRAMOS.

El cineasta Imanol Uribe (1950, El Salvador) con una interesante trayectoria en la que ha abordado la política a través de obras de gran dureza con ambientes de género negro, arrancó en 1979 con el documental El proceso de Burgos, en el que recogía mediante testimonios y entrevistas de encarcelados y encausados del consejo de guerra a integrantes de ETA por el asesinato de un comisario franquista, dos años más tarde realiza La fuga de Segovia, en la que filmaba a modo de ficción la fuga de un grupo de etarras de la cárcel, y en 1983, presenta La muerte de Mikel, en la que volvía al conflicto vasco bajo la vida de un farmacéutico abertzale que, huía de un matrimonio vacío en brazos de un travesti del que se enamora. El tema vasco volverá a su filmografía en 1994, con Días contados, adaptando libremente una novela de Juan Madrid, su película de mayor éxito de crítica y público, que se alzó con un puñado de Goyas, en la que se detenía en un etarra que se enamora de una prostituta mientras prepara un atentado.

Lejos del Mar

Uribe retoma un viejo proyecto La casa del padre, una historia sobre la reconciliación de víctimas y verdugos, que pretendía rodar después del éxito de Días contados, aunque las circunstancias sociales y artísticas impidieron la realización de la película. Ahora, en un guión firmado con el director Daniel Cebrián (autor de Cascabel y Segundo asalto) por fin ha podido filmar aquella historia, un relato que nos habla sobre un enfrentamiento, sobre dos personas torturadas que han visto truncadas sus vidas por algo que sucedió en el pasado, cuando Santi, miembro de ETA asesinó a un militar en presencia de su hija de 8 años. Santi ha cumplido 22 años de prisión por este delito, y después de salir de la cárcel, viaja hasta Almería para visitar a un antiguo compañero de prisión. Allí, por casualidad se encuentra a Marina, la hija del militar que asesinó. El realizador, vasco de adopción, es un todoterreno, un cineasta de obras contundentes y poderosas que no deja indiferente, en las que sumerge al espectador en historias crudas y al límite, en las que el viaje sólo es de ida, en el que sus personajes se mueven en ambientes tanto físicos como emocionales de alto riesgo, en la que destaca una sublime ambientación, una luz poderosa (obra de Berridi o Aguirresarobe) y unos personajes de fuerte complejidad que batallan contra sus dudas y miedos.

CARTEL_LDM_ELENA_SOLA_WEB

Uribe enfrenta a dos almas en pena, dos criaturas rotas, heridas y que aunque lo intentan mucho, no han logrado olvidar, porque realmente hay cosas difíciles de olvidar, quizás la única manera sea plantarles cara y dialogar con aquello que duele, que mata y no deja vivir. Una historia bien filmada, que saca provecho de la luz inmensa y libre del Cabo de Gata (mismo escenario donde rodó Bwana en 1996 que le valió la Concha de Oro en San Sebastián), con ese viento que se mete dentro, un lugar de vacaciones, de turismo, que aquí cambia su tono, convirtiéndose en un escenario imposible, en algo parecido a una isla donde han ido a morir dos náufragos que quieren huir de todos, pero sobre todo, de sí mismos. El veterano cineasta filma de manera seca y áspera su relato, marcado por la sobriedad de unos personajes que miran más que hablan, que desean cerrar sus heridas, pero no saben cómo hacerlo y por dónde empezar. La película, tanto en su argumento como en su sequedad, recuerda a La segunda vez, del italiano Mimmo Calopresti, protagonizada por el cineasta Nanni Moretti, en la que planteaba un relato en el que también enfrentaba a dos víctimas del terrorismo, por un lado, el hombre que escapó de la muerte, y la asesina que no consiguió su objetivo. Dos obras que nos hablan de la reconciliación, de curar las heridas, también de venganza, y la manera de como gestionar los miedos y el dolor emocionales para continuar viviendo a pesar de todo lo ocurrido.

083_Elena Anaya©alex gray photography- suroeste films jpeg (alta)

Uribe filma de forma contundente y precisa, no hay música incidental, tampoco adornos melodramáticos, ni nada que se le parezca, el relato se llena de matices y detalles, contado de manera suave, sin prisas, construido de manera seca y áspera, las imágenes transmiten el dolor y el vacío que sienten los personajes, interpretada por Eduard Fernández y Elena Anaya, una pareja magnífica de actores que dan vida a unos personajes necesitados de cariño y diálogo, dotándolos de humanidad y dignidad, estupendamente bien secundados por el resto del elenco, que como es habitual en el cine de Uribe, crean sus interpretaciones a partir de unos leves gestos o miradas, como el caso de José Luis García Pérez, el marido enfadado, Ignacio Mateos, el amigo moribundo, o Susi Sánchez, la madre de Marina, que a partir de ahora forman parte de ese nutrido grupo de actores de reparto que han dejado huella en el cine de Uribe, como la Elvira Mínguez, Candela Peña o Peón Nieto en Días contados o Gurruchaga en El rey pasmado, por citar algunos. Uribe ha realizado una película valiente y necesaria, poniendo el dedo en la llaga, dando un punto de vista serio y lleno de energía en un conflicto que desgraciadamente sucede y sucederá, en ese encuentro entre víctimas del terrorismo, los unos, porque guiados por una causa en la que creían cometieron las mayores barbaridades, y los otros, porque fueron testigos directos e indirectos de todos los actos que sucedieron.

Entrevista a Lara Izagirre

Entrevista a Lara Izagirre, directora de “Un otoño sin Berlín”. El encuentro tuvo lugar el martes 3 de noviembre de 2015, en el hall de los Cines Verdi Park de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lara Izagirre, por su tiempo, generosidad y simpatía, y a Sonia Uría y Alex Tovar (autor de la fotografía que ilustra esta publicación) de Suria Comunicación, por su paciencia, amabilidad y cariño.

Un otoño sin Berlín, de Lara Izagirre

un_otoo_sin_berlin_1_grandeENFRENTARSE A LAS HERIDAS

June, una joven que ha pasado un tiempo fuera, vuelve a su pueblo. Allí encontrará a una familia rota, y a su primer novio encerrado en sí mismo. Como el viento sur otoñal, June hará lo posible para reconducir la situación e intentar que todo vuelva a ser como antes. Recuperará la amistad con Ane, que está esperando un niño, y dará clases de francés a Nico, un niño que no quiere entrar a estudiar en el Liceo francés. Lara Izagirre (Amorebieta, 1985) después de varios años dedicados al cortometraje, se mete en su primer largo a tumba abierta, en terreno de roturas emocionales, de dolor silenciado, y en batallas por discernir. Las difíciles relaciones personales que retrata están contadas con suma delicadeza, con la distancia adecuada, instalada en miradas y silencios, batallando con unos personajes a la deriva, sumidos en el llanto y en la pérdida.

Su familia debe todavía afrontar la ausencia de la madre, y llenar lentamente ese vacío que ha dejado, tanto la propia June, como su padre y su hermano, deben acercarse más, hablar de lo que sienten, no tener miedo de mostrar su dolor ante el otro. Por otro lado, June debe recomponer su situación con Diego, su ex, que ahora se ha sumergido en un estado depresivo que le impide salir de casa, el exterior se ha convertido en una amenaza constante para él, y todo lo que viene de ahí, incluida su ex novia, también le hace sentir en desventaja y se esconde en sí mismo. Película de estructura lineal, todo lo vemos y oímos bajo la mirada plácida y serena de June, que no sólo tendrá que batallar contra los demás, sino también consigo misma. Contar las heridas que siguen latiendo en su interior, aceptarse y sobre todo, aceptar a los demás, a los que quiere y con los que se relaciona. Una cinta susurrada al oído, que suena a ilusión rota, a canción desde lo más profundo, donde no hay espacio para subrayados innecesarios, todo está sumido en ese aire de otoño, depresivo pero con alguna alegría. Bañada con la hermosa luz de Gaizka Bourgeaud, que navega entre lo realista y lo bello de ese pueblo sin nombre, aunque las localizaciones se desarrollaron en Amorebieta (lugar de nacimiento de la directora), las calles grises y opacas, con esa fina capa de luz que recorre sin ruido los lugares.

zinemaldi--575x323

Izagirre se destapa como una narradora con sello propio, con personalidad, con un pulso firme a la hora de plantar su objetivo, una mirada a tener en cuenta en futuros trabajos. Una joven cineasta que nos habla de situaciones duras y difíciles de digerir, pero lo hace de manera tranquila y honesta, nos conduce por su película de forma sencilla y nos invita constantemente a relacionarnos con lo que se cuenta, apoyándose en lo que no se cuenta, lo que no se dice y se guarda. Rodeada de un buen plantel de intérpretes entre los que destaca la joven Irene Escolar, que vuelve a manifestar su extraordinario talento, dando vida a un personaje complejo y lleno de aristas emocionales, Tamar Novas compone un personaje atormentado, vacío y ausente de sí mismo, su escritura es su forma de relacionarse, y su morada en su refugio donde se siente perdido, como un fantasma de su propia vida. Ramón Barea, Aita, construye su personaje a través de la mirada y lo que calla, todavía hay mucho dolor para hablar y un gesto dice mucho más. Una película hermosa y edificada desde lo emocional, que nos lleva a otra película, de parecida estructura, pero de regreso diferente, si en la de Izagirre el exilio es emocional, en Los paraísos perdidos (1985), de Basilio Martín Patino, la huida era política, tanto June como la hija del intelectual republicano que encarnaba Charo López, se encontrarán con otro escenario, con otros personajes que cuesta reconocer, el tiempo ha caído sobre las cosas, porque aunque no queramos y aceptemos, las cosas nunca vuelven a ser como eran, porque todo está atrapado y sometido al inexorable paso del tiempo.

Una pastelería en Tokio, de Naomi Kawase

una-pasteleria-en-tokio-717x1024EL SABOR Y AROMA DEL DORAYAKI.

En El sabor del té verde con arroz (1952), de Yasujiro Ozu, la suculenta receta servía para que un matrimonio en crisis Taeko y Mokichi, se acercarán, preparando el delicioso manjar y disfrutando de su sabor. En la película número 8 de Naomi Kawase (1969, Nara, Japón) otra receta culinaria, en este caso un dulce, los “dorayaki” (pastelitos rellenos de salsa de frijoles rojos y dulces llamada “an”) sirve para acercar a dos personas aisladas y encerradas en sí mismas debido a las heridas que arrastran. Kawase se vale de la novela “An”, de Durian Sukegawa (que participó como actor en Hanezu, de 2011) para volver a situarnos en los márgenes de una ciudad, como hiciera en Shara, el escenario es una calle y el epicentro de la acción se desarrolla en las cuatro paredes de una pequeña pastelería donde Sentaro, un joven de unos 40 años, fabrica de forma industrial los deliciosos dorayakis.

Un día, aparece por el establecimiento Tokue, una anciana que se ofrece para el puesto de trabajo que se oferta, Sentaro la rechaza, pero acabara aceptándola después de probar su pasta de judías, ingrediente primordial de los sabrosos pastelitos. A estos dos personajes, se les juntará Wakana, una adolescente triste que no soporta ni a su madre ni a la escuela. Kawase vuelve a los temas que cimentan su filmografía: la relación que se establece entre ancianos y jóvenes, la tradición contra la modernidad (igual que el maestro Ozu), la especial manera de filmar la naturaleza (en este caso los cerezos, metáfora de la vida de las personas, que florecen cada primavera para pronto perder sus flores) y sus accidentes, como la lluvia o el viento, y sobre todo, un elemento recurrente en toda su carrera, la transición entre la vida y la muerte, y una dedicación emotiva y delicada por las cosas sencillas y los momentos fugaces que se disfrutan en compañía.

11875515_454679708051698_1548993676_n

Puede mirarse como una metáfora del Japón actual, donde Tokue representa ese Japón antiguo, donde la tradición y el deber forman parte de su vida, ella otorga la sabiduría de lo artesanal, del amor por continuar haciendo las recetas de forma ancestral y delicada, y sobre todo, con mucho amor, la anciana arrastra la enfermedad de la lepra, (el instante del libro de fotografías de los enfermos, resulta imposible no recordar el documental La casa es negra, de Forough Farrokhzad) , dolencia que la ha encerrado en un sanatorio y la aislado de los demás. Sentaro, por su parte, es el Japón actual, el que ha perdido la ilusión por vivir, se encuentra atado en un negocio que no ama, que hace para pagar una deuda, que lo realizada de modo monótono e industrialmente, sin esperanza ni pasión, y finalmente, Wakana, el futuro, que se siente triste por esa falta de cariño y pérdida que padece, y no encuentra consuelo ni amparo. Tres formas de mirar diferentes, pero que encontrarán su afinidad y compañía abriéndose entre ellos, limarán sus heridas, y se contarán lo que les entristece para acercarse más y romper las barreras que les separan y aíslan. Una bellísima y poética cinta de Kawase, llena de pequeños e instantes momentos de puro amor y delicadeza que encadena de forma sencilla y humana, filmando de manera especial y muy personal, acariciando y susurrando, sin necesidad de sentimentalismo. Una historia durísima de almas heridas y tristes, que al encontrarse encuentran lo que les hacía falta, lo que no tenían. Kawase nos muestra un mundo invisible, un universo que se pierde por la velocidad de nuestras vidas, nos invita a mirar, a observarnos, y a observar todo lo que nos rodea: los árboles, las plantas, la brizna de viento, el sol bañando las calles, el olor de las flores en primavera, y nos recuerda que toda la felicidad o desdicha de nuestras vidas se encuentra en nuestro interior, y sólo nosotros tenemos la capacidad de revertirlas y cambiarlas para verlas de distinta manera.

Entrevista a Narimane Mari

Entrevista a Narimane Mari, directora de “Loubia Hamra”. El encuentro tuvo lugar el jueves 22 de octubre de 2015, en el hall del Cine Zumzeig de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Narimane Mari, por su tiempo, sabiduría y generosidad, a Yolanda Vinyals de Zumzeig Distribución, por su simpatía, paciencia y amabilidad, (y autora de la fotografía que ilustra la publicación),  y al equipo del Cine Zumzeig de Barcelona, con su director Esteban Bernatas (aquí en labores de traductor) al frente, por su grandísimo trabajo y ofrecernos la presencia de los directores presentando sus películas, y por su combativa y resistente programación que nos descubre un cine reflexivo y a contracorriente.