Entrevista a Rocío Mesa, directora de la película “Secaderos”, en los Cinemes Girona en Barcelona, el martes 30 de mayo de 2023
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Rocío Mesa, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sandra Carnota de Begin Again Films, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
Es una verdadera lástima que los cortometrajes se destinen, principalmente, al circuito de festivales, amén de algunas plataformas, porque tener la posibilidad de poder verlos allana el camino en el momento de poder analizarlos y sobre todo, reflexionar en relación a sus posteriores trabajaos. Por eso resulta realmente revelador haber visto todos los trabajos de una cineasta como Elena López Riera (Orihuela, Alicante, 1982), desde que tuvo el privilegio de ver Pas à Genève (2014), en el D’A Film Festival en Barcelona, largometraje codirigido por el colectivo lacasinegra, formado por la propia Elena, junto a Gabriel Azorín, Carlos Pardo y María Antón Cabot. Ya en solitario, una especie de trilogía no declarada sobre su pueblo y los mitos y tradiciones que allí perduran, como Pueblo (2014), Las vísceras (2016), y Los que desean (2018), tres trabajos donde encontramos los gérmenes de El agua, su debut en solitario en el largometraje.
La opera prima de López Riera se sitúa en su espacio, Orihuela, al sur de Alicante, fronterizo con Murcia, en la comarca de la Vega Baja del Segura, en uno de los pasos del río Segura, fuente esencial para su agricultura, y también, fuente que, en ocasiones, ha arrasado inundando la zona. La película construye ese lugar límbico, entre dos mundos, entre dos lugares, entre el no lugar, con elementos que ya estaban en sus cortometrajes. El fuerte arraigo de mitos y leyendas que se va heredando a través de la tradición oral de las mujeres, que ya estaba en Las vísceras, las relaciones materno-paterno-filiales y así como la tradición del palomo deportivo tan arraigado de Los que desean, la vuelta a los orígenes en una especie de empezar de nuevo, la noche como aliada para la extrañeza y la soledad, y la fuerte tradición católica que vimos en Pueblo, y esa constante de la falta de oportunidades laborales que obliga a los más jóvenes en huir de su lugar, y ese continuo deambular de la juventud de no saber qué hacer ni adonde ir, tan presente en sus trabajos.
Todos esos elementos están presentes en El agua, y siguen siendo motivo de exploración y reflexión por parte de la oriolana, desde la fábula cotidiana que se mimetiza con el paisaje, a través de la fisicidad de la tierra con esa otra parte más espiritual, donde el más allá forma parte de la vida diaria de sus habitantes, son dos componentes vitales en la película, donde conocemos a Ana, un hilo conductor que nos va mostrando esa realidad-irrealidad tan mezclada y confusa por donde se mueve y se alimenta la película. Una adolescente que, como muchas antiheroínas, ha entrado en esa etapa de transición de la adolescencia, donde va a descubrir el primer amor, un amor que la hace vibrar y también, le da miedo, por ese continuo vaivén por el que transita la trama, entre lo terrenal y lo emocional, entre la realidad y la fantasía, entre la infancia y la edad adulta, entre continuar en el pueblo y huir lejos, entre lo que uno siente y lo que no es empujado a hacer, entre las madres y padres y los amigos de siempre, entre la tierra y el río, entre esa inmovilidad en continuo movimiento, pero sin rumbo ni ilusión, entre la alegría y el miedo, entre la dura realidad del día y la familia, y la compañía de la noche, símbolo de amistad y libertad.
López Riera se acompaña para la aventura de su primer largometraje en solitario, de muchos de sus cómplices de viaje en los cortometrajes, como Milagros Mumenthaler y David Epiney en la producción, que ya estaban en Los que desean, y tienen en su haber autores tan importantes como Milagros Mumenthaler, Jean-Gabriel Péirot, Lluís Galter, Luis López Carrasco, ahí es nada. Philippe Azoury, en el guión, que ya fue cámara en Las vísceras, Giuseppe Truppi en la cinematografía y Raphaël Lefèvre en el montaje, que ya estuvieron tanto en Pueblo como en Los que desean, Mathieu Farnarier en sonido que trabajó en Los que desean, y los nuevos compañeros de itinerario como en sonido con Carlos Ibáñez y Denis Séchaud, que han trabajado con nombres tan ilustres como los de Miguel Gomes e Isaki Lacuesta, entre otros, la música de Nadine Knoepfel, que afianza esos dos universos y estados de ánimo tan fusionados de la historia, el arte de un grande como Miguel Ángel Rebollo, con una filmografía excelente junto a Javier Rebollo, Jonás Trueba y Rodrigo Sorogoyen, entre otros, y finalmente, la asistencia en dirección de Adrián Orr, uno de los cineastas más interesantes del actual panorama.
Como no podía ser de otra manera, la directora alicantina vuelve a contar con actores no profesionales para su película, un elemento capital en todos sus cortometrajes, donde se consigue esa idea de verdad, naturalidad e intimidad, como las amigas adolescentes de la protagonista como Irene Pellicer, Nayara García, Lidia Mária Canóvas, y Pascual Valero, y la fabulosa pareja protagonista, tan del lugar y tan de cualquier lugar, formada por los debutantes Alberto Olmo como José, el chico que ha vuelto o quizás, no se ha ido, o simplemente se ha ocultado de todos y todo, que se debate entre seguir con la tierra y no saber qué hacer, que se enamora de Ana, a la que da vida la impresionante Luna Pamies, con esa mezcla de inocencia, fragilidad y fuerza, que se debate entre su triste realidad, siendo la tercera de su familia, donde tanto su abuela como su madre alimentan esa leyenda de las mujeres y el río, junto a unas sólidas y cercanísimas Nieve de Medina como la abuela, medio bruja, llena de sabiduría y humana, y una Bárbara Lennie, despojada de todo armazón, siendo una madre liberal, juvenil y demasiado independiente.
El agua es una película muy atávica y muy actual, porque nos habla de pasado y presente, de lo que fuimos y todos lo que arrastramos, de vidas en suspenso, y mujeres perdidas y valientes. Tiene ese aroma de cuento que nos contaban nuestras abuelas y madres mientras se hacía la comida, en la que consigue una fusión perfecta entre el documento, con esas voces orales de las mujeres de la región explicando sus relaciones con las leyendas y mitos que rodean el lugar, y esa crónica de una juventud encarcelada, desesperada y sometida a la falta de todo, donde lo rural trasciende y se vuelve otra cosa, mucho más universal y penetrante, donde nos sumergimos en otro lugar, otro estado de ánimo, y la ficción, donde entra la fantasía y el terror, vivos y muertos, presentes y ausentes, habitantes y fantasmas, en un cuento sobre mujeres que sueñan, que alimentan el mito y la leyenda sobre el río que se desborda y destruye todos sus sueños e ilusiones, sobre tradiciones que viven y perviven entre las mujeres y se pasan entre generaciones, para que cuando el río se quiera llevar a alguna de ellas, estén alerta, y hagan lo imposible para que el río no se desborde y el agua inunde a todas y se les meta dentro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Aitor Merino, director de la película “Fantasía”, en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el Teatre CCCB en Barcelona, el martes 16 de noviembre de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Aitor Merino, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
De Aitor Merino (San Sebastián, 1972), conocíamos su carrera como actor, trabajando a las órdenes de grandes nombres de nuestro cine como Montxo Armendaríz, Vicente Aranda, Pilar Miró, Icíar Bollaín, Chus Gutiérrez y Manolo Matji, entre otros. En el 2007 debuta en la dirección con El pan nuestro, una película de 19 minutos sobre el drama de la inmigración. Seis años más tarde, volvía a ponerse tras las cámaras con Asier y yo(Asier eta biok), codigirgida junto a su hermana Amaia, un largometraje que indagaba en la relación del propio Aitor con su amigo del alma, Asier, que ingresó en Eta en el 2002. Una película compleja, brillante e íntima, que nos maravilló por su enrome sensibilidad y naturalidad para retratar un conflicto muy difícil. Ocho años más tarde, Aitor Merino vuelve a dirigir, ahora en solitario, una película muy íntima y cercanísima, en la que profundiza en la memoria familiar, a través de todos los que ya no están y los presentes, sus padres, Iñaki y Kontxi, un par de jubilados de Iruñea.
Todo arranca en el 2015 con la excusa de un viaje en crucero, que se llama Fantasía, en el que los cuatro miembros de la familia, padres y los dos hijos, se reúnen para celebrar las bodas de oro de los progenitores. Una parte que Merino filma como si se tratase de un vídeo doméstico, atropellado y naturalista, según van sucediendo las situaciones, abriéndonos a un universo donde la intimidad aflora a cada encuadre, donde las acciones muy divertidas en general, y alguna más seria, donde se habla del aquí y el futuro, donde los padres ya no estarán. La tremenda agitación y corredizas del viaje nos conduce por una película ágil, divertidísima y llena de vida. Esas imágenes del crucero se cruzan con otros más reposadas, las de las navidades del mismo año, donde Amaia, que vive en Ecuador no puede viajar a pasar las fechas tan señaladas, y Aitor filma a sus padres, los filma en armonía, cada uno a sus cosas, también, enfadados, que no se dirigen la palabra, y Aitor actúa como mediador del conflicto, componiendo ese maravilloso plano en el que sus propios dedos juntan a sus padres, separados por escasos metros. También, habrá otras imágenes, en la que los cuatro conviven en la casa familiar, entre bromas, diálogos, discusiones, y reflexiones.
Merino no solo habla del presente, sino también del pasado, acordándose de aquel familiar del siglo XVIII, tan lejano como presente como todos los ausentes, aquellos miembros familiares que se fueron, y que pueblan nuestros recuerdos, y físicamente están presentes en forma de fotografías, cuadros y en charlas y recuerdos, donde la memoria se vuelve omnipresente y totalmente necesaria para recordarlos y sobre todo, recordarnos a nosotros de dónde venimos y quiénes somos. Fantasía tiene ese aroma que desprendían películas como Stories We Tell (2012), de Sarah Polley, y Muchos hijos, un mono y un castillo (2017), de Gustavo Salmerón, donde se habla de pasado desde el presente, se habla de familia, de ausencias, y sobre todo, se habla en un tono de investigación y divertido. Merino hace un retrato sobre la memoria, o quizás, podríamos decir que la película es un retrato contra el olvido, porque su razón de ser es recordar a los ausentes, pero también, filmar a los presentes, a los padres, a Iñaki y Kontxi, que nos devuelven al presente a todos los que no están, y lo hace desde la sencillez, la intimidad, la honestidad, y la brillantez, sin ser condescendiente ni juzgante, solo filmar la vida, la cotidianidad, lo doméstico, desde la sinceridad y desde lo humano, con sus deseos, ilusiones, tristezas y amarguras de la existencia.
Una película hecha en familia, la real y la profesional, porque el guion lo firman Ainhoa Andraka, que también se encarga del montaje y de la producción, junto a Zuri Goikoetxea y Cristina Hergueta (los mismos productores de Asier y yo), y los dos hermanos Amaia, y Aitor, que firma la cinematografía y el sonido directo. Los cien minutos de la película pasan volando, porque hay tiempo para todo, para viajar en el “Fantasía”, echar unas risas, recordar a los otros, unos ratos de tristeza, otros, de hospital por la dolencia respiratoria del padre, otros, para echarse de menos cuando Amaia está fuera, las visitas a la abuela, y otros, para recordar y hablar de los no presentes, y todos esos espacios donde va pasando la vida, va pasando el tiempo, y los padres en sus cosas y Aitor con su cámara capturándolos para la posteridad, generando esas imágenes que tendrán un grandísimo valor cuando los filmados no estén. Fantasía no es solo un retrato sobre una familia y sus dos hijos mayores, sino que es además un profundo, sensible y magnífico documento sobre la memoria y sobre contra el olvido, porque mientras alguien nos siga recordando, los que ya no están, seguirán vivos en nuestra memoria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Nekane finge estar enferma porque no le apetece ir al instituto. Se ha levantado con un día espléndido, pero ella se siente triste y no sabe porqué. La idea de vaguear por casa se trunca cuando su madre le envía a recoger un encargo a la tienda de todo de su tía Chii, una mujer demasiado absorbente para la timidez y apatía de Nekane. Una vez allí, por casualidad, Nekane abre una compuerta secreta del que aparece el alquimista Hipócrates, un ser de otro mundo que le explica a Nekane que ella es la salvadora para el problema terrible que acecha su mundo, un mundo donde el agua está en peligro y eso provoca que el color desaparezca. El entusiasmo de la tía arrastra a Nekane a semejante aventura. El nuevo largometraje de Keiichi Hara (Tatebayashi, Japón, 1959) nos invita a sumergirnos en un viaje fantástico, basado en el libro Chikashitsu Kara no Fushigina Tabi, de Sachiko Kashiwaba, un viaje de consecuencias imprevisibles, un viaje que Nekane y su tía Chii harán junto a Hipócrates y su fiel Pipo, una especie de duende mágico fiel escudero del inventor.
Hara creador de Shin Chan, al que le ha dedicado serie y varias películas, ha saltado a la fama como obras como El verano de Coo (2007) en la que nos hablaba de la amistad sincera entre un ser de la mitología japonesa y un chaval en el Japón actual, en Colorful (2010) indagaba en un tema de gran impacto social como el suicido en su país, a través de la reencarnación y la búsqueda del motivo de alguien que termino con su vida. En Miss Hokusai (2015) rescataba la vida olvidada de una pintora del feudal japonés ensombrecida por su padre. En The Wonderland, vuelve a contar con Miho Maruo, su guionista habitual, para contarnos una película que no estaría muy lejos de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, en la cual una jovencita se interna por azar, en un mundo diferente al suyo, en un universo donde habitan arañas que controlan el espacio-tiempo, pájaros y peces gigantes, ovejas enormes que forman esferas perfectas, y personas como ella que viven aterrorizadas porque la falta de agua está convirtiendo su mundo en un espacio sin colores, en que la vida va desapareciendo y todos los seres se ven avocados al desastre total. Nekane es su salvación, alguien de otro lugar, alguien destinada a encontrar el antídoto contra aquellos que intentan atentar contra el agua como el oscuro Xan Gu y su fiel Doropo.
El cineasta nipón ha contado esta vez con el ilustrador visual ruso Ilya Kuvshinov, para imprimir un estilo visual magnífico e impactante, donde el color brilla en todo su esplendor, donde los personajes, perfectamente ilustrados y encantadores, nos seducen desde el primer instante, dejándonos llevar por esa magia fantástica que tienen las películas de animación japonesas, que tocan con maestría e intimidad cualquier conflicto, por muy arriesgado que parezca a simple vista, para hablarnos de enfermedades, suicido, depresión, aislamiento, miedo, etc… desde lo más profundo y sincero, sin caer en el sentimentalismo o las fórmulas mágicas, sino sumergiéndonos en el problema de una forma veraz y honesta. En The Wonderland, el conflicto radica en el agua, en su falta y sobre todo, en su mala gestión, en la que unos la quieren para sí, y de esa manera arrasar con todo este mundo, relacionando el agua como bien humano, y el color como la consecuencia de ese mundo que sin el preciado tesoro del agua desaparecería irremediablemente.
Como no podría ser de otra manera, entre los personajes impera el conflicto del pasado, de aquello que fueron de todo lo roto entre ellos, donde el presente y el conflicto del agua deberá resolver también muchos conflictos pasados que siguen abriendo las heridas sin cicatrizar. La inagotable imaginación del relato que nos cuentan, así como la gran variedad de espacios, a cada cual más increíble y fantástico, y la oscura relación entre algunos de los personajes, hacen de la película un gran puzle de variedad narrativa y formal, que no solo apabulla sino que también nos convierte en un personaje más de ese universo peculiar, lleno de fantasía, pero también de terror. Nekane al igual que Alicia pasa del estupor y el miedo del principio de su aventura a la decisión y la brillantez a medida que avanza la historia, convirtiéndose en un podríamos decir leitmotiv de mucha de la animación japonesa, donde el/la protagonista no solo se ve envuelta en una aventura de dimensiones grandes sino que también le sirve para crecer como persona, madurar y enfrentarse a los problemas de la vida adulta, envuelta en ese tiempo de tránsito donde deja de ser una niña para emprender la adultez, aunque sea a marchas forzadas.
Hara ha construido una conmovedora e intensa fábula ecologista, llena de humanismo, fraternidad, amor, aventura, color, negrura, drama, amistades de toda índole, que sitúa al agua como centro de la acción, convertida en el tesoro más preciado de la vida, en un elemento indispensable para vivir y sobre todo, en la fuente que da color, luz y alma a los habitantes del mundo. Quizás algunos echarán en falta algo de empaque emocional en el relato, pero no le resta ni un ápice de verosimilitud y tensión dramática, en la que nos seduce con esa sensible mezcla entre realidad y fantasía, entre aquello que nos creemos que somos y lo que en realidad somos, en una aventura a lo desconocido, a convertirse en protagonista, a sentir el miedo, la verdad y la difícil tesitura de tomar decisiones que nos obligan a dejar unas cosas y decidir otras, al fin y al cabo a ser responsables de nosotros mismos y acarrear las consecuencias de las decisiones que tomemos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Lara Vilanova, camarógrafa de la película “Trinta Lumes”, de Diana Toucedo, en el Ateneu Barcelonès en Barcelona, el viernes 28 de diciembre de 2019.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lara Vilanova, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Diana Toucedo, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.
Entrevista a John McPhail, director de la película “Ana y el apocalipsis”, en el Soho House en Barcelona, el lunes 10 de diciembre de 2018.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a John McPhail, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Xènia Puiggrós de Segarra Films, por su inestimable labor como traductora, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.
Lo primero que llama la atención de Ana y el apocalipsis, es su propuesta, por su desvergüenza y disparate, en apariencia, porque si nos lanzamos a la aventura de descubrirla, nos encontramos con una película realmente interesante y muy divertida, en la que mezclan diversos géneros, peor lo hacen dándoles la vuelta, y sobre todo, atizándolos con fuerza, destrozando tantas costuras se encuentran por el camino, y desempolvando esos estilos cinematográficos que algunos siguen anquilosados en propuestas de antaño, como si el público fuese el mismo que hace medio siglo. La película nace de Zombie Musical, un corto muy galardonado dirigido por Ryan McHenry, que hace labores de guionista junto a Alan McDonald, en un film dirigido por John McPhail, que aquí realiza su segundo largo después de Where do we go from here? (2015) una comedia romántica producida entre amigos y muy pocos medios. El director natural de Glasgow (Escocia) se lanza a una película que en su primera mitad nos sumerge en una comedia adolescente de instituto, donde nos presentan los diversos conflictos de Ana, una chica que sueña con escapar de su “Little Haven” de siempre y explorar nuevos mundos, razones que no contempla un padre demasiado protector, y su entorno, John, su mejor amigo y secretamente enamorado de ella, Steph, que se siente un patito feo, por su forma y pensamiento, Nick, el ex de Ana, que no tiene nada claros sus sentimientos, y finalmente, el Sr. Savage, el ogro de turno y próximo director del instituto.
Mientras nos van contando los pormenores de unos y otros, nos van amenizando con canciones y bailes, en los que sacuden con fuerza a la Navidad, como comedero propicio para vender solidaridad a fuerza de tarjeta de crédito, a las comedias “teenagers”, made in EE.UU., a artistillas de pacotilla envueltos en el aura del merchandising feroz y capitalista, que nos venden hasta en la sopa, y a esos musicales tan “Disneys”, donde todo gira en torno a un romanticismo de pacotilla y descaradamente simplista y bobo, y a tantos estereotipos e ínfulas de ese cine Hollywoodiense que tristemente invade el mundo y produce tantos millones y admiradores por doquier. Nada y nadie se libra de la crítica y la sacudida a base canciones y bailes que se mofan e imitan ciertos géneros de baile de estas películas. McPhail se ríe de todo ello y de tantas películas absurdas y superficiales, dejando claro que sus canciones y números musicales nos informarán sobre sus personajes, su entorno, sus relaciones, y todavía tendrán tiempo para disparar a todo quisqui, y sobre todo, al cine Hollywood.
En la segunda mitad, el director escocés nos mete en faena, los zombies empiezan a aparecer, y la película se convierte en una de terror serie z, completamente desatado y delirante, donde hay tiempo para el drama, la comedia, y el musical, en el que en todo momento se genera ese ambiente festivo y disparatado, como la secuencia que abre este segundo segmento, cuando Ana y John bailan y cantan totalmente despreocupados, cuando a su alrededor se ha desatado el caos y el fin del mundo, con zombies asesinando y alimentándose de sus víctimas. El conflicto es sencillo y nada engorroso, unos personajes han quedado aislados unos de otros, y la película consiste en el ansiado encuentro, ya que unos se encuentran encerrados por miedo y castigo del Sr. Savage sin poder salir a la calle. La cinta se mueve en esos parámetros, llevándonos en volandas por distintas situaciones, con ese sentido cómico y crítico, porque como es sabido, las buenas películas de zombies, esconden una dura reflexión sobre la condición humana y sus hábitos en la sociedad.
En esta, el apocalipsis despierta la parte oscura de algunos de los habitantes de la pequeña localidad, como el Sr. Savage, miserable profesor que trata a sus alumnos como enemigos e inferiores, y otros alumnos que menos precian el peligro real que les acecha, y así, algunos otros, superar miedos o aceptar sus sentimientos, donde tendrán que aceptar al otro, el compañerismo y la cooperación para salir con vida de semejante entuerto. Un reparto ajustado y sobrio, lleno de brío y fuerza, encabezados por Ella Hunt dando vida a la anti heroína Ana, bien acompañada por Mlacolm Cumming, Sarah Swire y Ben Wiggins, sin olvidar al pérfido Sr. Savage o al padre de Ana, entre otros, para dar vida a este grupo heterogéneo de habitantes que se verán enfrentados entre sí, en algunas ocasiones, y en otras, a ellos mismos, o a especímenes inesperados o esperados, en este enjambre donde la blanca y pura Navidad se ha convertido en zona de zombies, de muertos vivientes, de papa Noel sangrientos y asesinos, donde las luces y el colorido típico de la fiesta, se torna oscuro, demente y sangriento, quizás su verdadero rostro, ese que las grandes compañías utilizan para generar compras y compras porque todo vale para ser mejor persona, y si gastas, aún más.
“Lazzaro Feliz es la historia de una santidad menor, sin milagros, sin poderes o superpoderes. Sin efectos especiales. Es la virtud de vivir en este mundo sin pensar mal de nadie y simplemente creer en los seres humanos. Porque otro camino es posible, el camino de la bondad, que los hombres siempre han ignorado, pero que siempre reaparece para cuestionarles. Algo que pudo haber sido pero que ni nos atrevimos a desear.”
Alice Rohrwacher
Con sólo tres películas, Alice Rohrwacher (Fisole, Toscana, Italia, 1981) ha creado un universo muy personal, un mundo de ambiente rural, lleno de ternura y sensibilidad, pero también, lleno de fantasía, donde las cosas más mundanas y cotidianas, esas que pasan desapercibidas, o de muy vistas, ya no se les hace el caso que debieran, van transformándose en otra cosa, adquiriendo una piel distinta, entrando en un estado espiritual, de más adentro, donde las cosas de siempre, feas y tristes, van convirtiéndose en algo diferente, y a la vez, extraño, capturando una magia que sumerge todos nuestros sentidos en un mundo donde todo es posible, donde las tristezas y los pesares del mundo, se vuelven de otro color y texturas, no se resuelven por arte de magia, pero sí se encaran con otro ánimo, porque a pesar de la negrura del mundo, siempre hay un motivo para verlo de manera diferente, más cercana a las emociones.
En su debut con Corpo Celeste (2011) una niña y su madre hacían lo imposible para reintegrarse en una zona rural de Calabria, tradicionalista y de moral católica, después de vivir 10 años en Suiza. En El país de las maravillas (2014) Gelsomina y su familia fabricaban miel en un pueblo, cuando deberán enfrentarse al final de esta forma de vida que parece tener fin. Cuentos inspiradores, fábulas mágicas pero con una base real, donde lo más insignificante adquiere un sentido humano y sobre todo, fantástico, donde las cosas se vuelven de distinta forma, con otro color y con texturas atrayentes y agradables. Rohrwacher continúa en el marco de la fábula en Lazzaro feliz, donde retrata a un joven campesino (interpretado por Adriano Tardiolo en su primera incursión en el cine) que es pura bondad e inocencia, alguien casi místico, un ser lleno de buenos sentimientos, que quiere ayudar a todos, y nunca se niega o se queja por nada ni por nadie, una especie de santidad, pero con los pies en el suelo, humano y cercano a aquellos que más lo necesitan. Aunque, en la pequeña aldea de “La Inviolata” se ha convertido en el chico para todo, donde todos los campesinos se aprovechan de esa bondad sin fin, unos campesinos que cultivan tabaco, en situación de esclavitud y servidumbre para la marquesa Alfonsina de Luna y su hijo Tancredi, un chico díscolo y engreído que intenta llamar la atención con estúpidas travesuras de una madre miserable y clasista.
Lazzaro y Tancredi se hacen amigos y mantienen una relación agradable y de camaradería. Todo cambiará cuando las autoridades descubren la situación de “La Inviolata” y acaban con ella, por estar ya prohibido por ley esa forma de trabajo y vida. La cineasta italiana parte su película en dos. En el primer bloque, asistimos a una película sobre campesinos y sus formas de vida, en un marco antropológico, donde somos testigos de su miseria y relaciones entre ellos, donde Lazzaro es el criado de todos, una condición que asume sin rechistar ni quejas de ningún tipo. En la segunda mitad, la película se ha ido al futuro, donde aquellos niños y niñas ahora son adultos y viven en la periferia de Roma, donde malviven y se dedican al hurto o al trapicheo de objetos y cualquier tipo de cosa que pueda generar dinero, y donde Lazzaro, sigue con la misma edad, a pesar de todos los años transcurridos, y se marcha a la ciudad ya que el pueblo está abandonado, y encuentra a una de esas familias del pueblo y convive con ellos.
La extraordinaria y sublime luz de Hélène Louvert (que ya había trabajado en las dos anteriores películas de Rohrwacher) realizada en 16mm, con todo ese grano y textura, que da vida y proximidad en el mundo rural, en ese campo lleno de colores, tierra, polvo y sudor, contrasta con los grises sombríos de la ciudad, donde a pesar del cambio de lugar y haberse liberado del yugo de la marquesa, las cosas continúan igual, como si el tiempo se hubiera detenido, donde siguen habiendo una sociedad dividida entre amos y esclavos, entre explotados y vividores, donde unos sirven a otros en condiciones miserables y deshumanizadas. El sobrio y brutal montaje de Nelly Quettier (responsable de la edición de Léos Carax o Claire Denis, entre otros) ayuda a seguir la peripecia de Lazzaro y los demás, contribuyendo a ese aire de magia que destila la película, mezclando con delicadeza la triste realidad con los momentos mágicos, fusionándolas de un modo sencillo y natural, creando un nuevo espacio en el que todo es posible, donde suciedad y fantasía conviven junto a los personajes, donde en cualquier momento puede ocurrir lo inesperado y lo sobrenatural.
Rohrwacher aboga por la bondad en este mundo deshumanizado, en una maravillosa y sutil fábula sobre la condición humana, en la que lanza un grito de esperanza e ilusión, sin olvidarse de la tragedia de la sociedad, una sociedad materialista que ha olvidado a los seres bondadosos y de buen corazón, donde éstos no tienen cabida y son arrojados miserablemente. La directora italiana nos cuenta su película desde las emociones, sin caer en aspavientos sentimentalistas ni nada de ese tipo, ni tampoco en discursos moralistas, sólo guiándonos a través de la mirada absorbente del joven Lazzaro, alguien que no parece de este mundo, no por un físico extraño ni fantástico, sino porque la bondad y la inocencia que transmite ya no pertenecen a este mundo, si alguna vez lo hicieron, cualidades humanas que lo hacen de otro mundo, valores que le convierten en un ser puro y santo, donde a pesar de este mundo individualista y clasista, siempre hay espacio para aquellos que son buenos, que hacen el bien, a pesar de los palos que reciban, a pesar de este mundo.
Rohrwacher también realiza una declaración de principios cinematográficos acudiendo a los grandes del cine italiano, enmarcando su aventura humanística tomando como referencias a aquellos que hicieron grande el cine italiano, como La Terra Trema, de Visconti, aquellos pescadores podrían ser los campesinos del tabaco, o del arroz de Arroz Amargo, de De Santis, o aquellos de El árbol de los zuecos, de Olmi, contados de manera neorrealista, capturando la esencia de lo humano como hacían Rossellini o De Sica, o la periferia sucia y fea de la ciudad que podríamos convocar al cine de Pasolini, o esos lugares industriales abandonados, fríos y aislados que tanto le interesaban a Antonioni, o la magia, lo fantástico y los sueños que pululaban por los universos de Fellini. Toda la historia del cine italiano condensada en los 125 minutos de la película, que no copia de modo literal a los maestros, sino que recoge su esencia y el espíritu que recorría aquel cine para llevarlo a su universo de un modo visceral y extraordinariamente personal, convirtiendo así su película en una obra de calado universal y humanístico, donde nos habla de valores humanos que deberían guiar nuestras vidas a pesar del mundo en el que vivimos, porque quizás entre tanta trivialidad y quehaceres vacíos, nos olvidemos de que algún día podemos encontrarnos con un Lazzaro y no seamos capaces de verlo, o peor aún, lo expulsemos de nuestras vidas porque no nos detengamos a valorar todas sus bondades que son infinitas.
“Cuando te enamores, sabrás lo que es la soledad.”
El arranque de la película nos sumerge en un universo fantástico, en una tierra donde las cosas funcionan con otro ritmo y sobre todo, otra sensibilidad, con esa asombrosa naturaleza y su eplendorosa belleza de flores y colores (una caracterísitica de los anime donde nunca falta el amor hacia la tierra y la naturaleza). El pueblo de Iorph, alejado del mundo que conocemos, está habitado por chicas que nunca envejecen, siempre mantienen esa tez brillante y jovial en sus cuerpos, mientras tejen una finísima y única tela llamada Hibiol, que supone su sustento ya que se vende a las mil maravillas. Toda esta fantasía y armonía desparece cuando el ejército Mezarte las ataca con el fin de capturar esa sangre que les mantenga jóvenes para siempre. El mundo de Iorph desaparece y todo se desintegra. Maquia, una de las mejores tejedoras, y de especial sensibilidad, escapa en el caos, y vaga por el bosque. Un día, encuentra a un bebé huérfano en mitad de un poblado arrasado. Maquia lo cogerá y lo cuidará, y le pondrá el nombre de Ariel. Mari Okada (Chichibu, Saitama, Japón, 1976) lleva veinte años trabajando en televisión creando animes de éxito, despuntando como guionista, en los que ha tenido tiempo para escribir películas de acción real y anime, como El himno del corazón (2015), dirigida por Tatsuyuki Nagai, en la que también se describía a una chica especial, que debido a sus problemas de salud que le impiden hablar con normalidad, sólo se comunicaba con mail y mensajes de móvil, y más aún cuando el nuevo tutor le ofrece participar en un musical.
Ahora, Okada se pone tras las cámaras por primera vez para contarnos una magnífica fábula sobre las relaciones materno filiales, a través de 80 años, que es toda la vida del personaje de Ariel, y lo hace con una trama dividida en dos partes: en la primera, conoceremos el mundo de Maquia, sus relaciones, las tejedoras y ese universo de fantasía y amor, ya en el segundo bloque, cuando Ariel se ha convertido en un joven sano y fuerte, la película se traslada a la gran ciudad, Mezarte, donde los dos se ganan la vida como camarera, y el joven, en la fundición. Una vida dura y sucia, muy diferente a aquellos años en Iorph, y cuando Ariel era pequeño en el campo. Ahora, los diferentes personajes se van entrelazando con la amenaza y posterior guerra que se desata provocando nuevamente el caos al que asistimos en el ataque de Iorph. Okada va contándonos toda una vida de sus personajes, donde Maquia actúa como madre protectora de todos ellos, ayudándolos y velando por ellos, sin descanso y sin queja.
La cineasta japonesa nos envuelve en una factura visual apabullante, donde nos envuelve en esas historias entrelazadas de unos y otros, en el que cada detalle está estudiado y encaja perfectamente en la trama que nos cuentan, donde la mezcla de realidad y fantasía es abrumadora, fundiéndose en uno sólo (como esa fundición de la ciudad que guía a todos los que trabajan en ella, casi como una mater industrial) realizada con una naturalidad asombrosa, donde cada secuencia contiene una historia en sí misma, en el que los personajes emanan pasión por los cuatro costados, guiados por el amor hacia aquellos que les rodean, o al menos lo intentan, donde Maquia se convierte en un ser mitológico que ha llegado a sus vidas para protegerlos y cuidarlos hasta el fin. Maquia es uno de esos personajes que pueblan los anime, chicas jóvenes de una sensibilidad especial, de aspecto romántico, y de gran belleza, que suelen ser introvertidas y muy reservadas, y a pesar de una más en los mundos que habitan, tienden a ser personas a las que les cuesta encajar, a pesar de los tremendos esfuerzos que hacen para ello, convirtiéndose así en personas que acaban generando un mundo de fantasía, alejado de la realidad compleja que las rechaza, para así mantener sus ilusiones y sueños intactos, y sobre todo, seguir esperanzadas ante la vida.
Okada ha construido una película de endiablado ritmo, sus casi dos horas de metraje pasan volando, con una trama que adquiere complejidad en algunos tramos, pero que la directora sabe superarlos con claridad y tensión, siguiendo a sus personajes con atención y sensibilidad, sin aspavientos sentimentales ni giros forzados de guión, sino contándonos sus historias personales, sus diferentes edades, y continua evolución de emociones, en los que viven alegrías y tristezas, donde el amor y la tragedia parece ser un sino de sus vidas. Una película fantástica y realista, que toca diversos y complejos temas como las relaciones materno filiales, el amor, la vida, la muerte, la guerra, y el tiempo, como base de la existencia de unos personajes atrapados por su destino, donde hay tragedia griega, donde madres, hijos y nietos, se irán cruzando por las vidas de Maquia, contribuyendo al maravilloso anclaje argumental, emocional y vital que desprende la cinta de Okada, una directora que esperemos que vuelva a ponerse tras las cámaras lo más pronto posible.