Entrevista a Víctor Iriarte

Entrevista a Víctor Iriarte, director de la película “Sobre todo de noche”, en el Hotel Catalonia Eixample 1864 en Barcelona, el martes 28 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Víctor Iriarte, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Más que nunca, de Emily Atef

QUÉ HACER CUANDO TE ESTÁS MURIENDO.

“Los vivos no pueden entender a los moribundos”.

No es la primera vez que la muerte está presente en el cine de Emily Atef (Berlín, Alemania Occidental, 1973), ya que la ha tratado en un par de sus películas. En Mátame (2012), en la que una adolescente, hastiada y desilusionada por la vida, le pide a un preso fugado que acabe con su vida, porque ella no se atreve a suicidarse. En 3 días en Quiberón (2018), se centraba en la actriz Romy Schneider que vive en una clínica de rehabilitación donde se recupera de sus adicciones y depresiones. Aunque es con esta última, que Más que nunca tiene sus conexiones, ya que ambas nos hablan de dos mujeres que deciden alejarse para encontrarse consigo mismas y aclarar sus existencias. Si en la citada, la cosa iba sobre una actriz a la deriva, ahora la situación la protagoniza Hélène, una mujer, también a la deriva, que no puede trabajar porque está enferma, una de esas dolencias raras que se llama “Fibrosis pulmonar idiopática”, que afecta a la respiración de forma severa. La enferma vive con su marido, Mathieu, en Burdeos, un lugar que para Hélène se ha convertido en una prisión, porque nadie la entiende, y la ciudad es una losa que le impide respirar y vivir. El descubrimiento de un blog escrito por otro moribundo, despertará en la mujer los deseos de salir de su espacio y viajar a Noruega, con el fin de descubrirse y perderse en la inmensidad de la naturaleza nórdica. 

La directora franco-iraní, que escribe el guion junto al alemán Lars Hubrich, del que conocemos sus trabajos para Fatih Akin en Goodbye, Berlín (2016), y Marcus Lenz en Rival (2020), nos sumerge en un relato extremadamente sobrio, con apenas tres personajes, donde abundan las miradas y los silencios, en una historia dividida en dos partes muy bien diferenciadas. En una, estamos en la mencionada Burdeos, una ciudad que apenas vemos, un lugar extraño y ajeno para la protagonista, un espacio filmado en planos cerrados y cortos, donde prevalece el diálogo y la sensación de miedo y dolor. En la segunda mitad, nos trasladamos a Noruega con Hélène, lo urbano deja paso a la inmensidad de la naturaleza, con esos planos largos y muy abiertos, donde vemos la diminutez humana comparada con el paisaje desbordante, rodeados de un lugar inhóspito por su luz, porque en verano no anochece, una hostilidad el inicio que dejará paso a un nuevo nacimiento para la enferma, que volverá a sentir las cosas, su cuerpo, su ser y sobre todo, su humildad y pequeñez ante la grandeza e inmensidad del paisaje de los fiordos. Allí, volverá a nacer, volverá a convertirse en alguien, esa persona que la enfermedad había anulado, allí, junto a Mister, o Bent, que la dejará en paz, con esas conversaciones donde Hélène encontrará a alguien que no la juzga, que no la trata como una inútil, y sobre todo, a alguien que la entiende sin imponer ni expresar nada, muy diferente que Mathieu. 

Atef construye una película minimalista, muy cercana, con un pequeño conflicto o muy grande, como cada espectador quiera ver o sentir, sin estridencias ni artificios innecesarios, contada de forma tranquila y reposada, como las historias grandes, donde las emociones se pueden sentir de verdad, cada gesto y cada tos, donde podemos escuchar el más leve sonido, incluso los silencios, donde hay vida, y también, muerte, donde lo humano se manifiesta y se hace cercano. Una cuidada, bellísima e hipnótica, que no redundante, cinematografía de uno de los grandes del cine francés como Yves Cape, que tiene en su haber películas con Alain Berliner, Bruno Dumont, Patrice Chéreau, Claire Denis, Gianni Amelio, Leos Carax, Michel Franco y Bertrand Bonello, entre muchos otros. El gran trabajo de montaje por el tándem Sandie Bompar, que ha estado en la reciente Fuego, de Claire Denis, y Hansjörg WeiBbrich, que montó 3 días en Quiberón, y películas de Aleksandr Sokurov, Bille August y Hans-Christian Schmid, entre otros. La excelente música del debutante Jon Balke, añade esa sutileza e intimidad que tanto pide una película de tema devastador, pero nunca regodearse en la tragedia ni sobre todo, que nunca cae en la estupidez ni en la sensiblería. 

Ya hemos comentado los tres únicos personajes que habitan la película. Tenemos al actor noruego Bjorn Floberg, que ha trabajado indistintamente en las cinematografías de su país y danesa, con nombres reconocibles como los de Erik Gustavson, Nils Gaup y Ole Bornedal, y más. Un personaje de la segunda parte de la historia, ese Mister/Bent, una especie de ángel de la guarda, o mejor dicho, alguien igual que ella, alguien moribundo que no sólo ha alejado ese positivismo estúpido que viene de los vivos, sino que se ha aislado y sobre todo, ha conectado mucho consigo mismo, una experiencia que tambiéne está viviendo Hélène, por eso se entienden casi sin palabras, porque no buscan respuestas ni tampoco falsas esperanzas, están conectándose con la vida sin falsos moralismos, y aceptando su muerte. Luego, tenemos al matrimonio de Gaspard y Hélène, él, que está sano, sigue a lo suyo, esperanzado, positivo y más cosas, muy de los vivos, que hace espléndidamente Gaspard Ulliel, al que va dedicada la película, porque cuando la películas estaba en proceso de posproducción, murió trágicamente mientras esquiaba. Su personaje Mathieu también hará su particular viaje, un proceso que es muy duro, pero inevitable y la más sincera y profunda prueba de amor. 

Frente a él, tenemos a Vicky Krieps, la actriz luxemburguesa, que descubrimos en Hilo invisible (2017), de Paul Thomas Anderson, y alucinamos cada vez que la vemos en la pantalla, porque es una actriz a la altura de la Davis, la Hepburn, la Streep, la Blanchett, y no exageró en absoluto, porque su mirada, su forma de moverse, su silencio, esa forma de bañarse en las aguas frías, y su paseos, y su tranquilidad, y sus ataques, sólo consiguen que nos creamos todo lo que hace en esta delicada y sincera película, porque Krieps hace y deshace a su antojo, y construye una Hélène en su trance más difícil porque debe conectarse consigo misma y con su enfermedad, y con el paisaje noruego, sólo para estar con ella, para sentir con ella, para liberarse de todos y todo, y sobre todo, para sentirse libre y flotando, como en algún que otro momento experimenta en los fiordos, y decidir su vida o lo que le quede de ella, y aún más, decidir como será el final de su vida, como será su despedida, sin tristezas ni agobios, sino en paz con ella misma y nada más, porque la vida es eso, ese período finito en el que todos y todas nos veremos en algún momento de nuestras vidas, y en ese proceso encontrarnos y encontrar nuestro lugar, sea aquí, allá o dónde sea, pero en libertad, con respeto, dignidad y amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Oskar Alegria

Entrevista a Oskar Alegria, director de la película “Zumiriki”, en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el hall del CCCB en Barcelona, el viernes 15 de noviembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Oskar Alegria, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Júlia Talarn de La Costa Comunicació, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Lo que esconde Silver Lake, de David Robert Mitchell

A TRAVÉS DEL ESPEJO Y LO QUE SAM ENCONTRÓ ALLÍ.

Erase una vez un tipo llamado Sam, uno de esos jóvenes perdido, sin camino, y sobre todo, dejando la vida pasar, como si nada le atase lo suficiente a algo, como si las cosas les estuvieran sucediendo a otro, muy parecido a él, dejando que los días no solamente pasen como si nada, si no que se vayan acumulando un día tras otro, como si se tratase de una montaña inmensa que describiría una vida sin más, sin sentido, esperando a que sucediera algo, esa idea que le despertase, algo que lo enganchara a él, y a su vida. A sus 33 años, Sam pasa los días en su apartamento en el barrio de East Side en Los Ángeles, esos lugares donde las calles consumen a cualquiera y la vida se detiene para no sé sabe para qué. Pierde sus días devorando cómics antiguos, teniendo sexo de tanto en tanto con una amiga, espiando a sus vecinos, a esa madura que se pasea por su vivienda en bolas, o alguna chica que otra que nada en la piscina comunitaria. Aunque, a veces, en las noches más plácidas, en esas que parece que va a ser otra más, ocurre lo inesperado, y esa chica espléndida llamada Sarah que le ha despertado su sexualidad, se baña en la piscina a la luz de la luna (en un sincero homenaje a un instante erótico en la película Something’s got to give, la película inacabada de Marilyn Monroe de 1962) los dos jóvenes se miran y se citan abajo. Después de una velada relajada y tranquila y cuando van a hacer el amor en el apartamento de ella, unos amigos entran en el domicilio y los interrumpen, aunque se citan para el día siguiente. Sam vuelve y descubre su apartamento vacío y sin rastro de Sarah. Fascinado por la chica y sin nada mejor que hacer, emprende una búsqueda de la chica.

La tercera película de David Robert Mitchell (Clawson, Michigan, EE.UU., 1974) continúa la estética iniciada en sus anteriores películas, en El mito de la adolescencia (2010) centrada en unos chavales que no sabían que hacer una noche de sábado en su Michigan natal, en su segundo largo, It Follows, cuatro años después, agitaba de forma fantástica el género de terror adolescente en una cinta inquietante, oscura y fascinante. Ahora, como si se tratase de una trilogía no declarada, sube la edad de su protagonista, y se enfrenta a esa juventud desencantada, vacía y solitaria, que no encuentra su lugar en el mundo, y ha perdido completamente su identidad. Mitchell echa mano de sus vivencias personales cuando llegó a L.A., para sumergirnos en una aventura moderna, en una especie de cuento cruel sobre esos mundos invisibles y oscuros que todas las ciudades albergan fuera del alcance de nuestros ojos, y una ciudad como Los Ángeles aún más, la aparente búsqueda de Sarah, solamente es una excusa para Mitchell para adentrarnos en el otro lado de la “Fábrica de Sueños”, de esa ciudad que alberga seres de toda índole y condición, como asesinos de perros desconocidos, tantos aspirantes a entrar en “show business”, grupos de rock o algo parecido, y seres de la vida noctámbula como prostitutas con estilo, chicas al son de la fiesta de turno lujosa de cualquier hotel con ínfulas, millonarios desaparecidos y otros agotados de tanto para nada, compositores solitarios en inmensas mansiones aburridos de éxito, y todo un mundo real y no real, que se mueve entre copas, sexo, lujo y nihilismo exacerbado, dentro de esa vorágine de espejismos y de existencias que parecen morir y desaparecer cada noche.

Sam, en su búsqueda detectivesca que recuerda a las novelas de Raymond Chandler o Thomas Pynchon, donde tipos solitarios entraban en terrenos desconocidos, en lugares fascinantes e inhóspitos, en espacios ajenos, en sitios que es mejor no entrar, ni siquiera pedir las cosas desde la entrada, simplemente pasar de largo, porque hay cosas que es mejor no saber. Edificios que se levantan en una ciudad donde el éxito es lo único, donde ganar dinero se convierte en lo más, donde todo parece construirse en función a eso, donde la apariencia lo es todo, donde encontramos piscinas bajo el sol, pasillos oscuros y solitarios, edificios icónicos como el túnel de la Second Street, el magnífico observatorio de las estrellas de Griffin Park o el depósito de estrellas muertas que se conoce como el Hollywood Forever Cemetery”, donde Sam se tropezarán con estupendas chicas que lo desean todo y se pierden por nada, y muertes sin resolver, todo hecho a imagen y semejanza de las películas y los sueños que las provocan, aunque algunos sean pesadillas, porque bajo todo eso, bajo las alfombras nunca hay nada agradable, sino todo lo contrario.

El cineasta estadounidense convierte a Sam en una especie de Philip Marlowe en El sueño eterno, o el Jake Gittes en Chinatown o la Betty Elms en Mulholland Drive, en una aventura cotidiana o no tanto, donde se mezclan géneros que van desde el cine negro clásico de Huston, Wilder o Hawks, con el thriller neo-noir, la película de misterio al uso, el erotismo, incluso el terror, o la crítica social, bien sazonada con humor surrealismo, burdo o muy cruel, donde se atiza a todo y a todos, en el que la cultura pop de los 80 y 90 tienen mucha presencia, desde los cómics, los discos, los casetes, incluso los fanzines y sus locos creadores, donde se dan vueltas y vueltas a misteriosos secretos e infinidad de conspiraciones chifladas que alimentan la imaginación y los sueños de muchos. Mitchell mezcla todo estos universos de manera sencilla e hipnótica, sumergiéndonos en este mundo de Sam, el real y el ficticio, o el que cree como real y como pura ficción, en una búsqueda que acaba convirtiéndose en muy extraña y surrealista, donde lo cotidiano deviene extravagante y viceversa, a través de esa luz que baña la ciudad obra de Mike Gioulakis (que había estado en las anteriores películas de Mitchell y colaborador de Shyamalan) donde la ciudad de Los Ángeles con sus rascacielos con su ridiculez y horterada, se funden con esos barrios periféricos y cotidianos, donde el término medio no existe, o estás o desapareces.

Una urbe inmensa, salvaje y aburrida según se mire o se viva,  que se convierte en el principal personaje, con todo lo que tiene, desde aquello que se ve como lo que esconde, sea donde sea, en lagos que parecen una cosa, en perdidas montañas que ocultan puertas secretas a otros mundos posibles, y mansiones que se alzan imponentes como aquella de Ciudadano Kane, donde todo parece oro, aunque una vez accedes, las cosas siguen pareciendo y nada más. Mitchell recoge el aroma de cintas como Mulholland Drive, de Lynch, Maps of the stars, de Cronenberg o Puro vicio, de Paul Thomas Anderson, donde unos y otras protagonistas conocían la ciudad y sus temores y neones desde sus secretos más recónditos, desde la extrañeza del que entra en un mundo, donde hay más mundos, como una especie de bucle inabarcable, donde todos sus personajes y personas, si es que se les puede llamar así, perteneciesen a la trama superficial de una película o canción, donde todo parece un decorado de ficción o una realidad podrida y siniestra, donde Sam ( un estupendísimo Andrew Garfield, que sabe sacar todo ese mundo interior y apelmazado de su personaje) imbuido por el espíritu de la Alicia de Lewis Carroll, se irá convirtiendo en una fantasma de sí mismo, en alguien que quizás todo esa aventura le devolverá a su sitio, a un lugar que no es de este mundo, a esos lugares que quizás solo se encuentran en nuestra imaginación.

Entrevista a Julien Rappeneau

Entrevista a Julien Rappeneau, director de “Rosalie Blum”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 5 de abril de 2017 en el Instituto Francés en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Julien Rappeneau,  por su tiempo, generosidad y cariño, y a Javier Asenjo de Surtsey Films, por su amabilidad, paciencia, generosidad y cariño.

Entrevista a Jorge Tur Moltó

Entrevista a Jorge Tur Moltó, director de “Dime quién era Sanchicorrota”. El encuentro tuvo lugar el jueves 17 de marzo de 2016, en una aula de la Casa Convalescència, sede de la UAB de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jorge Tur Moltó, por su tiempo, generosidad y cariño, y a la recepcionista de la UAB, que tuvo el detalle de tomar la fotografía que encabeza la publicación.

Crumbs, de Miguel Llansó

CRUMBS_poster_ES_web¿SUEÑAN LOS DESECHOS HUMANOS?.

“No hubo necesidad de prolongar la guerra. Ya fuera por una mutación en la carga genética o un simple cambio en las costumbres, instinto y fe en la conservación de la especie se desvanecieron y la población mundial, que durante siglos se había multiplicado exponencialmente, comenzó a menguar y languidecer, como la llama moribunda de una vela, que no termina de apagarse. Mientras en el interés por la perpetuidad de todo lo humano pasaba a un segundo plano, la guerra dio sus últimos zarpazos. Los viejos perecieron y los jóvenes se hicieron viejos. La noticia del nacimiento esporádico de un niño, concebido por desidia o descuido, arrancaba en la gente una sonrisa altiva igual que se ríen de aquel que luce con orgullo un traje pasado de moda”. Lucius Walter de Mendoza (La historia escrita para nadie)

El arranque de la película resulta a la vez que aterrador, sumamente revelador. Nos encontramos en un paisaje devastado, silencioso, en el que sobresalen los edificios derruidos y abandonados, e infinidad de maquinaria y objetos oxidados e inutilizables, un panorama desolador, sin apenas vida, en un tiempo sin tiempo, sólo ocupado por algunos pocos que sueñan con salir de ahí y empezar en otro lugar. El director Miguel Llansó (1979, Madrid) que debido a un trabajo gubernamental ha residido en Etiopía, donde ha dirigido un par de cortometrajes, nos sumerge en su puesta de largo en la azarosa existencia de Candy (protagonizado por Daniel Tadesse, un actor enano con una malformación física, muy popular en Etiopía, que descubrió Llansó en un montaje de Bodas de sangre, de Lorca, y ya protagonizó uno de sus trabajos Chigger Ale (2013), en el que entraba vestido de Hitler en un taberna, provocando la estupefacción e indignación de la concurrencia. Aquí, da vida a un chatarrero cansado de recoger los deshechos de antiguos habitantes (las migajas -crumbs – a las que hace referencia el título de la película), que sobrevive junto a su amada, una joven talentosa que fabrica bonitas esculturas reciclando la chatarra. Los dos sueñan con abandonar el planeta y empezar en su tierra, con la idea de ser transportados por la nave que se encuentra suspendida frente a ellos, y que parece que ha iniciado algo de actividad en su interior.

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Llansó ha edificado una fábula (con ecos a El mago de Oz) en la que su antihéroe sueña con ser valiente y encontrarse a sí mismo, en la que una joven escucha voces que parecen venir de otro dimensión, y una serie de personajes espectrales como unos soldados sin rumbo que andan perdidos creyéndose en continua guerra, una bruja misteriosa con poderes sobrenaturales, como una especie de oráculo, un anciano codicioso que comercializa con los objetos que unos roban o encuentran, y finalmente, un papá Noel enjuto y cansado con otro significado y apariencia. El director madrileño ha construido un cuento postapocalíptico, ambientado en Etiopía, un mundo en suspenso, que se desplaza lentamente y con extrema dificultad, con grandes toques de surrealismo y esperpento (en los que podemos identificar a Buñuel o Lynch), una aventura en el alma de un territorio inhóspito, con un joven atípico, fuera de lo común, que tiene miedo de ese mundo sin alma, y de sí mismo, que emprende un viaje interior para encontrar su destino (muy del universo de Herzog). Una película breve (apenas 68 minutos), con actores y no actores, de exquisita belleza plástica, en algunos tramos de fuerte y sutil abstracción, filmada con tomas largas, y escasos diálogos, con personajes de fuerte carga emocional.

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Una aventura a pie, en la que se encuentra con otros seres, igual de perdidos, sin identidad ni lugar, que malviven en ese planeta, un paisaje fantasmal, sin vida, en la que los objetos han perdido su significado original y han adquirido nuevos valores de diversa naturaleza y condición: Michael Jordan lo han convertido en una especie de Dios al que se adora con santuario incluido, las Tortugas Ninja y otras figuritas de plástico, ahora son símbolos y emblemas de antiguos guerreros, Carrefour se ha erigido en artista total, las espadas de plástico son ahora armas de lucha, hay nazis de segunda generación que portan máscaras antigás, y los vinilos del rey del pop son reliquias ancestrales. Llansó ha fabricado un artefacto incendiario, cargado de humor negro, y desolador, sobre la fragilidad de la memoria, y el desarraigo, y la necesidad de pertenecer a algo o a alguien, en el que emerge una demoledora crítica al capitalismo, y a lo absurdo de la cultura pop, nacida a través de lo tangible y superficial, construida por los medios con el fin de transformarse en iconos-productos para que las masas sedientas de símbolos y guías, los consuman con extrema rapidez. Crumbs es otra sugerente muestra de la energía valiente y resistente que ya se respiraba en títulos como El futuro (2013), de Luis López Carrasco, Uranes (2013), de Chema García Ibarra y Sueñan los androides (2014), de Ion De Sosa, con las que comparte, no sólo la amistad y el trabajo que une a sus creadores, sino también la circunstancia de ser hijas de la crisis, cine hecho con medios reducidos que reflexionan sobre la coyuntura económica, enlazados por ese espíritu de producir películas que remuevan las raíces del género, en este caso la ciencia-ficción, a través de un cine inteligente, que rastrea fórmulas diferentes, y transita por caminos expresivos y formales de manera provocadora e irreverente, pariendo unas obras de profundo carácter personal y extremadamente sensibles.