Entrevista a Nastia Korkia, directora de la película “Ges-2”, en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el Hostal Cèntric en Barcelona, el lunes 21 de noviembre de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nastia Korkia, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Mariona Borrull de Comunicación de L’Alternativa, por su trabajo, amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Sé requiere valentía para hacer algo que nadie más a tu alrededor está haciendo”.
Amber Heard
La historia de la humanidad es la historia del patriarcado impuesto a lo largo de los siglos y siglos. Una historia que hacían los hombres: ellos gobernaban, ellos luchaban en las interminables guerras y contiendas, ellos y ellos. Las mujeres siempre quedaban en un segundo plano, en su papel de madres, hijas, esposas y demás. No obstante, debido a estudios, nos vamos encontrando con mujeres que tuvieron poder a pesar de la sociedad patriarcal que les tocó vivir. Mujeres con poder como Leonor de Aquitania, Matilde de Inglaterra, Isabel de Francia y Margarita de Anjou, y tantas otras, que durante el siglo XVI se convirtieron en mujeres poderosas que decidieron los destinos de sus tronos. Como hemos visto, en el mundo occidental. conocemos casos de reinas que tomaron el poder, pero que ocurre en otras regiones como el Argel de 1516. En La última reina, la ópera prima de Adila Bendimerad, actriz y productora argelina que ha trabajado en su país y en Líbano, y Damien Ounouri, franco-argelino, que realizó Fidaï (2012), coproducido por Jia Zhangke, y el mediometraje Kindil el Bar (2016), protagonizado por la citada Adila Bendimerad, que se presentó en el prestigioso Festival de Cannes. Ambos unen su talento y sus fuerzas, a través de Taj Intaj, la productora de la que son socios, para levantar una ambiciosa reconstrucción histórica, en la que se alejan de las preciosistas y exóticas revisiones históricas que se habían hecho antes para penetrar en un relato lleno de pasión, poder y traiciones.
La última reina está construida en base a dos frentes, entre lo íntimo y lo social. Es decir, entre lo más profundo y personal de puertas adentro en el interior del palacio, y luego, lo de fuera, lo político y lo histórico. A partir de un guion escrito por Bendimerad y Ounouri, en el que se basan en la historia y también, en la leyenda, en una mezcla interesante en la que siempre se mueven entre esos dos mundos: el real y la leyenda, dos mundos fusionados, donde emerge la figura de Zaphira, la segunda esposa del Rey Salim Toumi, que no se limita a ser una buena consorte, sino que va mucho más allá. Una mujer enemistada con su familia y sola frente a tantos hombres, poder, conspiración y demás, y aún se recrudece más su situación en palacio, cuando aparece el pirata Aroudj Barbarroja, un líder y reconquistador de la tierra luchando y echando a los invasores españoles. Un hombre convertido en una amenaza para el Rey y su forma de gobernar. Porque aquí se enfrentan la dureza, el salvajismo y la rudeza del pirata en contra con el talento, la inteligencia y el pacifismo del rey. Todavía hay otro frente abierto, el de los fieles al Rey contra los guerreros piratas, y aún hay más, como los señores a favor del rey y a favor del salvador Barbarroja.
Una película que no ha escatimado recursos para mostrar una producción donde prima una estética sometida a las obligaciones del relato que se está contando, empezando por una cinematografía que firma el libanés Shadi Chaaban, en el que predominan los planos generales interiores donde vemos la belleza y el detalle de los salones del palacio, en contraste con los planos cerrados del exterior, para aumentar la terrible tensión y amenaza que se cierne sobre el reino y el destino del país. Un montaje de Matthieu Lacau, que fue cinematógrafo de la mencionada Fidaï, afincado en China y habitual del cine del otro citado y prestigioso cineasta Jia Zhangke, y grandes trabajos como en El lago del ganso salvaje (2019), de Diao Yinan, y films de Yann-Shan Tsai, también afincado en la cinematografía china. Una edición llena de ritmo, donde no dejan de ocurrir cosas, donde hay poco respiro para los desdichados personajes que nunca cesan en sus empeños y ambiciones, en una película interior/exterior, una cinta concisa y densa que se va a los 113 minutos de metraje. La excelente partitura musical de los hermanos Evgueni y Sacha Galperine, que tienen en su haber grandes directores como Andrey Zvyagintsev, Barry Levinson, François Ozon, Kantemir Bagalov, Jan Komasa y Audrey Diwan, entre otros. Una música cálida y sensible, que ayuda a entender mucho más las complejidades y contradicciones de unos personajes que luchan por sus diferentes causas, tanto personales, como políticas y demás.
La propia Adila Bendimerad toma el personaje de Zaphira, uno de esos personajes legendarios, por su fuerza, su valentía y su rabia. Una mujer rodeada de lobos sedientos de sangre, una mujer que sabe manejarse ante la adversidad y la oscuridad que se cierne en Argel, alguien a la que le mueven las emociones, su hijo, y el amor, y no cesará en mantenerlo pese a quién pese. Uno de esos personajes que valoras, admiras y aplaudes. Un personaje humano de verdad, sin preciosismos ni espectacularidades vacías, sino de verdad, ante un mundo que se desmorona por sus conspiraciones. Le acompañan un antagonista perfecto y maravilloso, el pirata Aroudj Barbarroja, un personaje histórico, en la piel de Dali Benssalah, un actor francés que ha trabajado con Louis Garrel, Rebecca Zlotowski y Ursula Meier, entre otras. Tenemos a Nadia Tereszkiewicz, a la que hemos visto hace poco en la estupenda Mi crimen, de Ozon, que encarna a Astrid, que fue esclava y ahora la favorita de Aroudj, un personaje valiente, casi un espejo-reflejo de Zaphira, Mohamed Tahar Zaoui es el Rey Salim Toumi, Himen Noel la Reina Chegga, primera mujer del Rey, culta que maneja la política a su antojo que también tendrá su protagonismo. Y finalmente, el joven Yanis Aouine es el príncipe Yahia.
Aplaudimos y celebramos La última reina, de Adila Bendimerad y Damien Ounouri, porque retrata un período esencial en la historia de Argelia, y lo hace como una gran película de aventuras como las que se hacían en el Hollywood dorado, en la que hay de todo: amores apasionados y trágicos, intrigas y conspiraciones de estado, enemigos dentro y fuera de palacio, espectaculares escenas de acción que firma Samir Haddadi, un gran trabajo de arte, vestuario y ambientación. Un sólido retrato histórico, tanto de atmósfera, circunstancias y de personajes, donde no falta ni sobra de nada. Una película para descubrir, un estupendo entretenimiento, con profundidad y lleno de detalles y rítmico, donde aprendemos una parte muy desconocida de la Argelia después de la reconquista, una Argelia sumida en las tensiones y disputas de poder, una Argelia vista por dos cineastas argelinos, que no embellecen la historia, ni la hacen facilona, sino adentrándose en las mil y una tensiones que allí se suceden, porque la historia se puede mirar de formas muy diferentes y variadas, pero lo que jamás se puede hacer al mirarla, es captar sólo belleza y olvidarse de lo humano, tan complejo y tan difícil. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Ser distinto, diferente, puede ser un perjuicio, pero, si haces que tu diversidad no sea solo una característica sexual sino una muestra de una personalidad diferente, no algo plano ni conformista, puedes ganar a los que te insultan”.
Gianni Amelio
Podríamos decir, sin ánimo de exagerar, que Gianni Amelio (Magisano, Calabria, Italia, 1945), pertenece a esa última gran hornada de cine italiano, y me refiero a ese cine italiano comprometido con su tiempo, crítico con la sociedad democrática que no se enfrenta a su pasado miserable y terrorífico, profundamente político, y sobre todo, un cine que todavía persiste en el tiempo porque no es sólo cine, es mucho más, es una crónica de un tiempo para entender de dónde venimos y lo mal que hemos construido esta Europa tan aparentemente moderna pero sostenida por interés económicos y poco más. Amelio que estudió filosofía y ayudante de Vittorio De Seta, forma parte de aquellos y aquellas cineastas que nacieron en los treinta e inmediatamente, después, como Liliana Cavani (de la que Amelio fue ayudante), Paolo y Vittorio Taviani, Bernardo Bertolucci y Marco Bellocchio, a los que incluimos, como no, a Pier Paolo Pasolini, nacido en los veinte, pero que empieza en los sesenta. Cineastas que hicieron cine en los sesenta y en adelante, y muchos de ellos, lo siguen haciendo, aquellos que crecieron rodeados de Neorrealismo, los que pasaron cuentas a Italia, y por ende, a esa Europa después de la guerra, que pretendía construir un continente sin armas y más humano.
Amelio tiene películas sobre política, sobre los mecanismos del poder que va contra los más débiles como los niños o inmigrantes, películas que se han quedado en la memoria como Golpear al corazón (1983), y Puertas abiertas (1990), Niños robados (1992), Lamerica (1994), Cosi ridevano (1998), La estrella ausente (2006) y La ternura (2016), entre los veinte títulos que forman una filmografía siempre atenta a los cambios sociales y económicos, en esa eterna lucha de David contra Goliat, o lo que es lo mismo, entre el necesitado y el poder, interesado en el dinero y no en las necesidades humanas. En El caso Braibanti (del original Il signore delle formiche), inspirada en un caso real, a partir de un guion de Edoardo Petti, Federico Fava y el propio director, nos cuenta un oscuro episodio sucedido en los años sesenta, más concretamente, en 1965, que se alarga hasta 1969, y comienza en 1959, cuando el profesor de filosofía, intelectual, marxista y homosexual se encariña de Ettore Tagliaferri, un joven alumno, y entre los dos nace una bonita historia de amor consentida e igualitaria. No obstante, la madre del joven denuncia al profesor apoyándose en una ley de “subyugación moral”, vigente desde la época de Mussolini y Vibrante es detenido y llevado a juicio.
Un suceso que lleva a muchos detractores como Ennio Scribani, un joven periodista de “L’Unità”, vinculado al Partido Comunista Italiano, pero en los sesenta, un diario al servicio de todos, o lo que es lo mismo, de lo políticamente correcto, o sea, lo que dictan las leyes. Un periodista que recibe la censura de su jefe, al que, por ejemplo, al Partido Comunista se le menciona Partido Obrero, en fin. También, está Graziella, una comunista activa que lucha contra la detención y el juicio injusta a Braibanti. Estamos frente a una película producida el año pasado, pero es una película sin tiempo, porque tiene el aroma imperecedero del cine humanista, el cine que habla de nosotros, de nuestras circunstancias, del estado represor y de las leyes injustas y conservadoras. Un cine que toma el relevo de aquel gran cine italiano como El conformista (1970), del mencionado Bertolucci, con la que la película de Amelio no estaría muy lejos, porque nos habla de esa clase fascista, ahora convertida en “ciudadanos normales y demócratas”, que siguen usando el poder para sus intereses económicos y demás, y La clase obrera va al paraíso (1971), de Elio Petri, donde la conciencia de clase se convierte en una afrenta para el poder.
La película se estructura a partir de la eterna lucha del individuo contra el estado, o contra el poder, un poder arbitrario que clama por la libertad y el progreso, y por la espalda, hace todo lo posible por mantener viejos valores católicos, ancestrales y mantener a unas élites y sus monopolios, por eso, atacan y persiguen a todo aquel que lee, que propone cambios, más igualdad, más derechos, y más pensamiento y razón contra la barbarie de la especulación y la arbitrariedad en las leyes. Aldo Braibanti es uno de esos hombres que sigue escondiéndose en una sociedad que vende democracia, pero que no la práctica, sólo cuando le conviene para repartir deudas. Todo esto no es nada nuevo, así seguimos en Europa años después. Una cuidadisima y detallada luz del cinematógrafo Luan Amelio, que ha trabajo en las últimas películas del maestro italiano, como Hammamet (2020), con esos claroscuros que tanto casan con lo que sucede en la Italia del momento, con secuencias que ya forman parte de nuestro recuerdo. Acompañada por un excelente trabajo de edición de la gran Simona Paggi, con más de 80 títulos en su filmografía, y 11 películas con Amelio, desde Puertas abiertas.
Como es costumbre en el cine del director italiano, el reparto siempre está muy bien escogido, en el que encontramos a Luigi Lo Cascio en la piel del desdichado pero digno Aldo Braibanti, al que hemos visto en películas de Bellocchio, Marco Tullio Giordana, entre otros. Un hombre de libros, un marxista convencido cuando ya nadie cree, una especie de Don Quijote desilusionado pero no derrotado, como muchos de sus camaradas, que dejaron la militancia política para abrazar el consumismo enfermo. Braibanti es uno de esos hombres que siguen resistiendo a pesar de la sociedad, a pesar el estado, a pesar de las leyes, y a pesar de los perjuicios y el odio. Elijo Germano que era uno de los protagonistas de La ternura, y tiene cintas con Pietro Marcello, Luca Guadagnino, Gabriele Salvatores y Dario Argento, etc… Hace de periodista que, como le ocurre a Braibanti, no encaja en una sociedad muy dada a trabajar para el poder, a ser un siervo más, a no cuestionar sus miserias. Otro derrotado pero digno, un tipo desencantado pero que sigue en la lucha, otro de esos personajes que tanto le gusta retratar a Amelio. Le siguen Sara Serraiocco como Graziella, al que hemos visto recientemente en El primer día de mi vida, junto a Servillo, como la joven ilusionada que todavía no ha llegado al desencanto de los otros citados. Les acompañan dos debutantes: Leonardo Malteste como Ettore, que sufre el odio y el conservadurismo de su familia que lo aleja de Braibanti, muy a su pesar, y Anna Caterina Antonacci como Madalena, otra joven alumna del profesor y amiga de Ettore.
Amelio lo ha vuelto hacer y ya van unas cuantas, ha vuelto a construir una película de verdad, que parece casi una excepción, en un cine actual demasiado ensimismado en las emociones y no en la sociedad que nos rodea, en esa sociedad que mata las ilusiones, que nos convierte en aquello que no queramos. El caso Braibanti es un film político, humano y de aquí y ahora, y de entonces, sin tiempo, tiene una construcción excepcional y cercanísima, es bella y trágica como las grandes historias, que retrata a aquellos años sesenta, con su poquísima libertad, siempre oculta, y frente a esa sociedad que seguía empeñada en lo más rancio, oscuro y estúpido de su más terrible pasado fascista, que perseguía a los diferentes, y con razón, porque siempre han sido los que piensan y se cuestionan los que cambian las cosas, porque son los que dicen NO, los que se detienen y buscan su lugar, su verdad y su sensibilidad, ante una sociedad que habla constantemente de libertad y de derechos, pero nunca ejerce ni hace lo posible para que las personas los ejerzan, en fin, una película no ya actual, sino inmortal, porque habla de lo que somos y cómo vivimos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”.
Enrique Jardiel Poncela
Había una vez una mujer llamada Stephane. Una mujer que apenas sabía de su padre, un padre dedicado a los negocios y a las mujeres. Pero, un día Stephane conoce a su septuagenario padre en su rica mansión en mitad de una pequeña isla, y su opulenta vida. Allí conoce su vida. Una vida en la que están una mujer sesentona, caprichosa y estúpida, una hija fría y calculadora que se ha puesto al frente de los múltiples negocios después del ictus del padre, una nieta que odia a su familia y quiere huir, y finalmente, una criada inquietante y oscura que sabe demasiado de todos y todas ellas. La realidad con la que se encuentra Stephane es muy inesperada, una situación que invitaría a huir y no volver jamás, aunque en el caso de la mujer e hija resucitada, todo será diferente, porque estará entre un padre que necesita a una aliada frente a sus “enemigas”, y las mujeres, necesitan otra mujer a su lado, alguien en confiar y derrotar al padre débil.
La tercera película del director francés Sébastien Marnier, después de las interesantes Irréprochable (2016), y L’heure de la sortie (2018), sendos dramas ambientados en el trabajo y en la educación, se erige a través de un guion del propio director y la colaboración de Fanny Burdino, que tiene en su haber películas tan estupendas como Después de nosotros (2016), de Joachim Lafosse, El creyente (2018), de Cédric Kahn y Arthur Rambo (2021), de Laurent Cantet, entre otros. Un relato que, en su primera mitad, nos habla de una familia disfuncional, no son todas un poco o mucho, una familia enfrentada por la herencia de un padre débil de salud, en la que vemos sus relaciones y los diferentes roles de los personajes, tan excéntricos como cercanos. En su segunda parte, la película vira hacia el thriller hitchockiano, donde todo se torna aún más oscuro si cabe, y donde la historia se adentra en aspectos mucho más inquietantes y sorprendentes. El director francés nos sitúa en otro lugar muy Hitchcock, que recuerda a aquella mansión de Rebeca (1940), aunque está muy peculiar, llena de cajas y cajas llenas de artículos y productos que compra compulsivamente Louis, la mujer de George, el padre.
Al igual que la siniestra familia, el lugar no podía ser diferente a tanta apariencia y lujo, como esa casa sobrecargada de elementos, a cuál más siniestro, como esos animales disecados, plantas y toda clase de objetos muy horteras que ofrecen un aspecto frágil y vulnerable a todo lo que allí acontece. Marnier vuelve a trabajar con el cinematógrafo Romain Carcanade, que ya estuvo en L’heure de sortie, que consigue esa luz etérea, donde enmarca a unos personajes que ocultan muchas cosas, con esos largos planos secuencia, como el que abre la película en el vestuario de la empresa de conservas, y las interesantes divisiones de la pantalla, tan significativas en el desarrollo emocional de los individuos. El preciso y brillante montaje de Valentin Féron, del que hemos visto Tan lejos, tan cerca y Black Vox, y Jean-Baptiste Beaudoin, del que conocemos Una íntima convicción y Promesas en París, que dota de ritmo y un in crescendo brutal a una película que se va a las dos horas de metraje. Una excelente música que va puntualizando los altibajos de unos personajes cercanísimos y misteriosos, firmada por el dúo Pierre Lapointe y Philippe Brault, que repiten después de la experiencia en El vendedor (2011), de Sebastien Pilot.
Si el guion funciona como un mecanismo funcional lleno de capas complejas, y la técnica se pone a su servicio, el reparto debía estar a la altura de la exigencia. Tenemos a una Laure Calamy, que hace poco la vimos como la alocada Magalie en Las cícladas, de Marc Fitoussi, ahora su personaje está en las antípodas, porque su Stephane es una mujer que trabaja como operaria de conservas de pescado, vive en una habitación de alquiler y mantiene una relación tóxica con una reclusa. La llegada de su padre perdido dará un vuelco a su miserable vida. Le acompañan Doria Tillier en el papel de George, una mujer de armas tomar, siniestra y arribista, que hemos visto en películas de Quentin Dupieux y Nicolas Debos, entre otros. La joven Céleste Brunnquell como Jeanne, la pequeña menos contaminada de esta familia de locas, Verónique Ruggia Saura, que ha estado en las tres películas de Marnier, como Agnes, la criada que no está muy lejos de la Señora Danvers, y muchas saben de lo que hablo, Suzanne Clément como una detenida, amante de Stephane, que nos encandiló en las películas de Xavier Dolan, entre otros, y para terminar, dos grandes y veteranos de la cinematografía francesa como Dominique Blanc y Jacques Weber, en los roles de Louise y Serge, tal para cuál o un matrimonio que se odia más fuerte que el amor que quizás sintieron alguna vez en sus vidas.
El origen del mal, de Sébastien Marnier, no es una película de esas que agradan a todos los públicos, porque no sólo habla de la familia, sino de una familia en particular, una familia que, salvando las distancias, se parece a las nuestras, aunque sea un poco, que ya es mucho, porque la familia y en este caso, esta familia no es diferente a la nuestra y la de nadie, porque en ella hay de todo, hay personas que se odian a sí mismas y a los demás, hay tensiones, mentiras, secretos, violencia, amor no lo sabemos, o quizás, el amor, en su complejidad, tiene demasiadas caras o quizás, el amor puede ser también eso, querer sin importar las consecuencias, o tal vez, el amor es querer sí, pero no querer a los demás demasiado, como hacen en esta familia, que usan el amor para querer, pero no a los que tienen más cerca, si no a lo que tienen, al maldito parné, que cantaba Miguel de Molina, o al vil metal, que decía Pérez Galdós, el dinero, esa cosa que mezclada con el amor da resultados muy sorprendentes e inquietantes, sino que le pregunten a Stephane y su nueva familia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Lo más revolucionario que una persona pueda hacer es decir siempre en voz alta lo que realmente está ocurriendo”.
Rosa Luxemburgo
Hay una larga tradición en la cinematografía europea de hacer películas sobre el trabajo y sus problemas: Amargo silencio (1960), de Guy Green, La clase obrera va al paraíso (1971), de Elio Petri, El hombre de hierro (1981), de Andrzej Wajda, Daens (1982), de Sitjn Coninx, Sinfin (1985), de Krzysztof Kieslowski, Germinal (1992), de Claude Berri y Pan y rosas (2000), de Ken Loach, entre muchas otras. Películas que generalmente están amarradas a la actualidad más cercana, en la que a parte de contarnos historias que nos sacuden fuertemente, tienen una parte emocional y psicológica muy profunda. Un blanco fácil (La Syndicaliste, en el original), basada en la novela homónima de Carolina Michel-Aguirre, que se basa en sucesos reales, es una de esas películas que nos devuelve al trabajo y sus historias, cosa que se agradece, porque últimamente el cine ha olvidado la actividad que condiciona completamente nuestras vidas.
La película se trata de la segunda colaboración entre la actriz Isabelle Huppert y el director Jean-Paul Salomé (París, Francia, 1960), después de Mamá María (2020), en la que en un tono de comedia dramática, una especialista en escuchas telefónicas que trabaja para la policía, va involucrándose en un trapicheo de drogas.Tanto el tono como el contenido han cambiado mucho en Un blanco fácil, un guion escrito por el propio director y Fadette Douard, de la que hemos visto Papicha, de Mounia Meddour, y Entre rosas, de Pierre Pinnaud, porque seguimos a Maurren Kearney, una sindicalista de la principal multinacional nuclear de Francia, una mujer de carácter y dura que se mueve en un mundo de hombres, patriarcal y machista. El conflicto estalla cuando la jefe es sustituida por Luc Ourset, un tipo sin escrúpulos que quiere pegar el pelotazo de su vida, vendiendo la empresa a China, con la conveniencia de un poderoso abogado, todo a espaldas del gobierno. La señora Kearney no permitirá semejante abuso y descabello y se enfrentará al dirigente para salvar a los 50000 trabajadores de la macro empresa.
No es la primera vez que el director había coqueteado con el thriller, si recordamos Espías en la sombra y El camaleón, entre otras, pero es la primera vez que lo hace mezclando el trabajo, el sindicalismo, el drama personal y el thriller político, en un relato que nos devuelve títulos como Tempestad sobre Washington, Cinco días de mayo, Klute, Todos los hombres del presidente, entre otras, en las que a través de la cruzada personal de un tipo, se hace una radiografía crítica y brutal sobre las aristas y las miserias de un sistema democrático injusto, partidista y profundamente violento. En Un blanco fácil lo que empieza siendo una tarea tremendamente dificultosa para la protagonista, recibiendo amenazas y una persecución feroz, deriva a se acusada por inventar una violación, todo enmarcado en el thriller más puro y oscuro, como esas viejas películas del Hollywood clásico, donde nada es lo que parece, y donde empiezas persiguiendo y acabas en el otro lado, pisoteado y acusado. La estupenda y etérea cinematografía de Julies Hirsch, un grande que ha trabajado con Godard, Desplechin, Techiné, Jacquot, y también estaba en la mencionada Mamá María, con ese tono frío y cercano, que escenifica con detalle los diferentes estados de ánimo por los que pasaba la sindicalista.
El impresionante ritmo y calidad del montaje del tándem Valérie Deseine, también en Mamá María, y Aïn Varet, ayuda a contar con transparencia y brillo todos los detalles de una película nada fácil, con una gran intensidad, agobio y psicología, que se va a las dos horas de metraje. La magnífica música de Bruno Coulais, que capta la tensión y la inquietud de la protagonista, sumergida en un laberinto kafkiano y apabullante, que no es la primera vez que trabaja con Salomé. Que podemos decir de Isabelle Huppert, con más de medio siglo de carrera y más de 100 títulos a sus espaldas con los directores más importantes de la cinematografía europea, hace su enésima composición con un personaje como el de Maureen Kearney, la sindicalista que cree en las personas y se enfrenta a un universo machista y sin escrúpulos, que disfrazados de socialdemócratas son unos miserables fascistas que lo venden todo, empresas públicas, personas y todo lo que se les antoje, sin pensar en las consecuencias de cientos de miles de vidas tiradas a la basura. Una mujer, que ama a su marido y a su hija, pero obsesionada con su trabajo, y llena de fortaleza y valentía, que contrasta con el cuerpo menudo y aparentemente frágil de la actriz, pero todo lo contrario, un cuerpo lleno de fuerza y temperamento capaz de enfrentarse a todos y todo.
Acompañan a Huppert un buen grupo de intérpretes empezando por Grégory Gadebois en el papel de marido protector y paciente, Pierre Deladonchamps, un inspector de policía que es uno más de esa cadena legal que sigue órdenes y atosiga a la víctima de ninguneando su confesión y acusándola sin investigar, y luego, las excelentes colaboraciones de Marina Foïs, que hemos visto recientemente en la extraordinaria As bestas, como la ex jefa, una más o una menos, eso nunca podemos saberlo. Y Finalmente, Yvan Attal como Luc Ourset, menuda pieza, menudo tipo, todo un miserable que actúa bajo sus propios instintos de depredador y avaricia, uno de esos señores con traje y corbata que han ido a los colegios y universidades más caras, pero que, en el fondo, son unos vampiros sedientos de violencia y dinero. Estamos de enhorabuena porque son escasas las películas sobre el trabajo, y más aún, que estén protagonizadas por mujeres, pensamos en la reciente Matria, de Álvaro Gago, y cómo no en el espejo donde se mira Un blanco fácil, que no es otra que la extraordinaria Norma Rae (1979), de Martin Ritt, todo un acontecimiento en su momento, que le valió un merecidísimo Oscar a Sally Field, en su contundente e inolvidable interpretación de una sindicalista en lucha y protesta continúa para salvar el trabajo, vaya a ser que los socialdemócratas en sus ansías de avaricia y glotonería quieran venderlo al subes asiático o cualquier país del este. Norma y Maureen sólo son dos, aunque deberíamos ser más, afiliados al sindicato y luchar no sólo por nuestro trabajo, sino por una vida más digna y justa, porque nos han vendido la democracia, pero no la real. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Hemos visto muchas películas que abordan la mafia italiana desde múltiples aspectos y miradas, como, por ejemplo, y por citar las más recientes, tenemos Gomorra (2008), de Garrone, Calabria (2014), de Francesco Munzi, El traidor (2019), de Bellocchio, Para Chiara (2021), de Jonas Carpignano, entre otras. Ahora, nos llega Ti mangio il cuore, qué podríamos pensar otra de gangsters, sí, es otra de gangsters, pero con alguna que otra peculiaridad. Porque se concentra en la región de Puglia, en el promontorio de Gargano, en una península al sureste de Italia. Una zona poco o nada tratada en el cine, en una historia que arranca en 1960, en una inmensa secuencia de apertura que nos deja sin aliento, en la que asistimos a una matanza en fuera de campo, ciñéndonos en una virgen o madonna que irá llenándose de sangre a medida que avanzan los disparos secos y estruendosos. La acción se traslada al 2004, cuando Michele Malatesta ya adulto y padre de familia, único testigo y superviviente de la matanza, desea la paz entre su familia y los Camporeale, autores de la citada matanza.
El director Pippo Mezzapesa (Bitonto, Italia, 1980), que ha trabajado en documentales y cortometrajes y un par de largometrajes encuadrados en temas humanos y sociales, basados en hechos reales, como Il paese delle spose infelici (2011), e Il bene mio (2018). Con Ti mangio il cuore se inspira en la novela homónima de Carlo Bonini y Giuliano Foschini, en un guion escrito a seis manos por dos cómplices como Antonella W. Gaeta y Davide Serino y el propio director, en el que abordan el odio y la venganza entre dos familias, los Malatesta y Camporeale, y la chispa que todo lo provoca que no es otra que el amor entre el apocado y reservado Andrea Malatesta y Marinela, la esposa de Santo, el hermano huido de los Camporeale. El amor queda al descubierto y la violencia entra en juego de manera salvaje y cruel, sin miramientos ni compasión, a degüello y hasta el final. En este tipo de relatos es difícil no caer en acciones trilladas y demás, pero lo que hace especial la película de Mezzapesa es su estética, filmada en un primoroso y magnífico blanco y negro, muy contrastado, como ese brutal comienzo que ya hemos mencionado, la procesión que vemos, con esos mantos negros de las mujeres que contrasta con las casas blancas, etc. que firma el cinematógrafo Michele D’Attanasio, que ya estuvo en La giornata (2017), corto del citado director italiano, y que hemos visto otros trabajos suyos en películas de Moretti, por ejemplo.
El gran trabajo de montaje de Vicenzo Soprano, que ha trabajado en películas de Garrone, y Donde caen las sombras (2017), de Valentina Pedicini, que vimos por aquí, porque consigue dotar de ritmo y pausa a una película con muchos asesinatos que se va casi a las dos horas de metraje. Si la fotografía es uno de los elementos más espectaculares y cruciales de la película, su asombroso y equilibrado reparto no se queda atrás, arrancando por su maravillosa pareja protagonista. Por un lado, tenemos a Elodie, famosa cantante italiana que debuta en el cine dando vida a la impresionante Marilena, una mujer, muy al estilo de la Sofía Loren de aquellas comedias de De Sica, que se convertirá en el objeto de deseo, amor y vida de Andrea Malatesta que hace un desatado y estupendo Francesco Patané, que recordamos por su papel dando réplica a Castellito/Gabriele D’Annunzio en El poeta y el espía (2020), de Gianluca Jodice, en un personaje de esos que se recuerdan por todo su brutal proceso. Le siguen figuras como Michele Placido, que da vida a Vincenzo Montanari, el otro, que intenta poner paz entre las dos familias, el gran Michele Placido, con más de medio siglo de carrera, que hemos visto en mil y una con grandes nombres como los de Monicelli, Amelio, Comencini, Ferreri, Moretti, Tornatore y Borowczyk, entre otros.
Seguimos con el mencionado “Padrino” de los Malatesta, lo hace Tommaso Ragno, que conocemos por su aparición en películas como Lazzaro felice (2018), de Alice Rohrwacher, y Tres pisos, de Moretti, entre otras, y Lidia Vitale, la mamá de los Malatesta, auténtica mamma italiana, que tiene en su filmografía a Sorrentino, Castellito y Marco Tulio giordana, y muchos más. Después tenemos una retahíla de estupendos intérpretes con esos rostros de “verdad”, como en las películas de gángsters de Coppola y Scorsese, donde no parecen actores ni actrices, sino mafiosos de verdad, con esas formas de caminar, de mirar y de disparar, que encogen el alma. Unos tipos que van de cara y sin miramientos, con una mezcla de miedo y valentía, los Francesco Di Leva, Giovanni Trombetta, Letizia Pia Cartolaro, Giovanni Anzaldo, Gianni Lillo y Brenno Placido, entre otros. Ti mangio il cuore, de Pippo Mezzapesa gustará a todos los amantes de películas de gangsters, con violencia a raudales, pero no esa violencia gratuita y estúpida de otras producciones populares, aquí la violencia hace daño, duele, y tiene consecuencias terribles, de esas que provocan más sangre, y sobre todo, secuelas emocionales, porque en la vida no hay nada gratis, en la vida todo se paga e incluso a veces se paga con la vida, la posesión más preciada que tenemos y que tanto olvidamos, quizás nos salve el amor, pero ya sabemos que no, el amor también tiene su violencia, y en ocasiones, puede ser mortal, y si no que se lo digan a los Capuleto y Montesco de esta película. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Parte de la historia habla de cómo nuestras madres – más que nuestros padres – tienen el poder de transportarnos de nuevo, da igual nuestra edad, a la infancia, como si usaran un hechizo. Incluso cuando se ha alcanzado los cuarenta o más, cuando se está cuidando a padres ancianos, la sensación de ser una persona adulta desaparece y vuelven las lágrimas y el sentimiento de vulnerabilidad”.
Tilda Swinton
No nos dejemos llevar por el tono y la textura de cuento de terror gótico que almacena una película como La hija eterna, el sexto largometraje de Johanna Hogg (London, United Kingdom, 1960), porque alberga la misma mirada e inquietudes que ya estaban en las anteriores películas de la excepcional cineasta británica. La historia vuelve a hablarnos de familia, en este caso madre e hija, de entornos muy cotidianos y tremendamente domésticos y palpables, ese hotel que antes fue la mansión de la familia, y nuevamente, en estados vacacionales y de asueto, una directora que quiere armar su nueva película mientras se aísla unos días en ese lugar solitario y alejado de todos y todo, pensando, descansando y sobre todo, recordando.
La británica una experta consumada en la observación de las grietas emocionales femeninas en el entorno familiar, ya lo descubrimos con Unrelated (2007), su ópera prima en la que seguía a una casada infeliz que se refugiaba en un joven, en Archipelago (2010), las tensiones de una familia también eran el foco de atención, así como en Exhibition (2013), con una pareja que debe abandonar el edificio que han construido y compartido, o en el magnífico díptico The Souvenir (2019), y su secuela, dos años después, en la que profundiza en el primer amor de una joven, su toxicidad y su recuperación. Julie es una mujer madura, sin hijos, cineasta de oficio, que pasa unos días con Rosalind, su anciana madre. En esos días de descanso y trabajo, envuelta en muchas sombras y nieblas, situada en una zona inhóspita como Moel Famau, en Gales, vivirá o quizás deberíamos decir, tendrá su Ebenezer Scrooge dickensiano particular, porque Julie recreará y volverá al pasado, aquel que compartió con su madre, en el que se destaparán recuerdos ocultos, invisibles y sobre todo dolorosos, en una especie de viaje espejo-reflejo en que la protagonista se sumergirá en una especie de ensoñación catártica, en la que la seguiremos, la sentiremos y la descubriremos, y nos adentramos en su interior, en todo aquello que oculta y nos oculta, y que irá emergiendo a la superficie más tangible, dejando sobre la superficie toda su relación y no relación con su madre.
Como hemos mencionado el tono y la textura nos remiten de forma directa a los cuentos de terror clásicos de la época victoriana, a sus personajes solitarios, melancólicos y perdidos, que tan bien relataron nombres tan ilustres como los de Henry James y su inmortal Otra vuelta de tuerca, y su excelente adaptación cinematográfica The innocents (1961), de Jack Clayton, autores como William Wilkie Collins y Margaret Oliphant, entre otras, a películas de la Hammer basándose en relatos de Poe y Lovecraft, y a todo ese universo donde lo inquietante se apodera de la historia, y vemos al personaje metido en una sucesión de experiencias extrañas que no tienen una explicación racional ninguna, en que el grandísimo trabajo de cinematografía de Ed Rutherford, que ya estuvo tanto en Archipelago como Exhibition, el exquisito y conciso montaje de Helle Le Fevre, que ha trabajado en los seis títulos de la directora, que construye una armonía perfecta para condensar los noventa y seis minutos de metraje, así como la inquietante y cercana música de Béla Bartók (1881-1945), un gran compositor que su música se acopla con detallada perfección a las imágenes de la cineasta.
Hogg acoge el cuento de terror gótico de forma natural y absorbente, pero sólo lo usa para sumergirnos y sobre todo, vapulear a su personaje, expulsándolo de su zona tranquila y llevándolo a ese otro espacio donde abundan las sombras, las tinieblas (qué maravillosa niebla, que recuerda a la de Amarcord, de Fellini), y los fantasmas, tanto los suyos como los ajenos, todos esos espectros que revivimos de tanto en tanto, todos los que nos rodean y damos cuenta de ellos en algunos instantes de nuestra existencia, cuando debemos investigarnos y encontrarnos, como el caso de Julie, que pretende hacer una película sobre su relación con su madre. La directora londinense es una maestra consumada en introducirnos, sin estridencias ni piruetas narrativas, casi de forma transparente, de un entorno íntimo y cotidiano en otro, muy oscuro y violento, pasando de un lado al otro del espejo de manera tan natural como sencilla, a través del diálogo, como esa recepcionista, tan inquietante como amable, que dice que el hotel está lleno y nunca vemos a nadie más, o la aparición del vigilante y jardinero, que recuerda a aquel otro de El resplandor (1980), de Kubrick, con el que Julie mantiene una relación, algo estrecha y que la transformará en muchos sentidos. La compañía del perro también se convierte en un elemento distorsionador que inquietará a la protagonista.
La elección de Tilda Swinton, que ya estuvo en el díptico The Souvenir, para el doble papel tanto de hija como madre, no sólo consigue seducirnos desde el primer encuadre, sino que consigue capturar toda la retahíla de matices y detalles de los dos personajes y de todo lo que se ha cocido a su alrededor, en ese espejo-reflejo en bucle, y la estupenda compañía y no de los otros personajes, la rara recepcionista que interpreta la debutante Carly Sophia-Davies, coproductora de la cinta, y el enigmático y cercanísimo vigilante que hace Joseph Mydell, al que vimos en Manderlay (2005), de Lars Von Trier, y algunas series británicas, completan un breve reparto que no sólo hace aumentar la inquietud y la extrañeza que tenemos durante toda la película. No se pierdan La hija eterna, de Joanna Hogg, porque a parte de todas las cosas que les he comentado, es una película que recordarán por mucho tiempo, porque no es sólo una película más de terror con la Swinton, sino que es una película que nos habla de nosotros y sobre todo, nuestra relación con nuestra madre, y eso es fundamental, no sólo en nuestras vidas sino en nuestras relaciones y en todo aquello que sentimos, porque todo nace y se cuece cuando éramos pequeños y mirábamos a nuestra madre y ella nos miraba, o quizás no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Theo Montoya, director de la película “Anhell69”, en el marco del D’A Film Festival en Barcelona, en el Hotel Regina, el miércoles 29 de marzo de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Theo Montoya, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Iván Barredo de Surtsey Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Si nos fijamos con detalle en las dos películas anteriores de Fernando Guzzoni (Santiago de Chile, 1983), Carne de Perro (2012), que cuenta la posibilidad o no de redención de un torturador de la dictadura chilena, y Jesús (2016), centrada en la falta de posibilidades de un chaval que se siente a la deriva, tendríamos muchos de los elementos que se analicen con profundidad en Blanquita, porque tenemos a una joven de 20 años, cuyo nombre da título a la película, con un historial que hiela la sangre, porque sufrió abusos de niña, y después de pasar por un centro de menores, intenta salir adelante con un bebé a cuestas, y tenemos una situación de alguien que se esconde, que se invisibiliza, porque su pasado le impide salir adelante. Dos temas que son la base de la película de Guzzoni, al que hay que añadir la inspiración del Caso Spiniak, que asoló Chile en el 2004-2005, en el que se descubrió una red de abuso y explotación infantil en el que estaban implicados poderes como empresarios y gobernantes.
A partir del caso real, el director chileno construye una interesante ficción que mezcla con acierto e inteligencia el drama social y político, contado como si de un thriller se tratase, centrándose en la denuncia de Blanquita que acusa a los poderosos de estos delitos. La joven, acompañada por el Padre Daniel, antiguo tutor del centro, que la cree a pies juntillas. Un cuento de nuestros días, una fábula que nos va sumergiendo en una kafkiana película de terror entre la ley, mal llamada justicia, y la joven, o lo que es lo mismo, la guerra desigual entre el poder, disfrazado de legalidad, y los de abajo, aquellos que no tienen nada, que les niega todo, y se les somete a una sociedad desigual, totalmente injusta, en el que unos viven y los otros son explotados. Con una excelente cinematografía que firma Benjamín Echazarreta, que es el autor de esas dos maravillas que son Gloria (2013), y Una mujer fantástica (2016), ambas de Sebastián Lelio, en la que la oscuridad nos va envolviendo, y nos lleva por lugares lúgubres, tristes y sin alma, donde se cuenta mucho más sin subrayar nada de lo que ya se dice en la película, donde la palabra es sumamente importante, al estilo de esas succionadoras fábulas de Asghar Farhadi, donde te vuela la cabeza con esos conflictos de nunca acabar en el que van minando la voluntad de sus protagonistas.
La potente y afilada música de la dj parisina Chloé Thévenin, que ya la escuchamos en Arthur Rambo, de Laurent Cantet, y el brutal montaje, lleno de tensión e incertidumbre, con esos 94 minutos que se te agarran y no te sueltan, que firman dos grandes como el polaco Jaroslaw Kaminski, que está detrás de películas tan importantes como Ida (2013) y Cold War (2018), ambas de Pawel Pawlikowski, amén de otras como Quo Vadis? (2020), de Jasmila Zbanic, y Nunca volverá a nevar (2020), de Malgorzata Szumowska, entre otras, y la chilena Soledad Salfate, habitual del mencionado Lelio, y Paz Fábrega y Pepa San Martín, entre otras. Si la parte técnica brilla con intensidad, la parte artística la acompaña de la mano, con unos personajes sumamente complejos, ambiguos y contradictorios, entre los que están la inmensa Laura López en el papel de Blanquita, un personaje que nos cuestiona en todo momento, en ese testimonio que va de la verdad y la mentira y mezclándolo todo, y sólo es una excusa, porque la realidad es más triste, porque la película profundiza en los efectos de la ley, en el manejo arbitrario de los poderes ante los hechos, y la indefensión de los más necesitados ante esa ley que, presumiblemente, ayuda a todos.
Acompañan a la desdichada protagonista, el Padre Daniel, que interpreta Alejandro Goic, el actor fetiche de Guzzoni, al que también hemos visto en películas del citado Lelio, Larraín, Wood, Littín, y otros grandes intérpretes como Amparo Noguera, en el papel de una diputada que quiere pero su posición y amiguismo la hacen mantenerse en su elitismo, que era la ex pareja del ex torturador en Carne de perro, un fiscal de armas tomar en la piel de Armando Alonso, que sustituye a la otra fiscal, que hace Daniela Ramírez, que deja el caso por hurgar demasiado. Guzzoni ha hecho una película incomodisima, que destapa las irregularidades ancestrales de una justicia, y la de cualquier país llamado occidental, que sólo ayuda al poderoso, y sobre todo, humilla y somete a la víctima, como el caso de Blanquita, con la ayuda de la prensa carroñera, cómplice del poder, que la descreen, la amenazan y la encajonan por señalar a los abusadores, a los delincuentes, y ejercen la ley y toda la presión del mundo para que cambie su versión, para que se retracte y sobre todo, para que se olvide o la ley la juzgará. Blanquita es mucho más que una película, es la razón que, como decía el gran Buñuel, que vivimos en la peor sociedad de todas, esa que sólo se hace para que cuatro vivan y dominen al resto, a un resto que si habla y los señala, le caerá toda la contundencia de la ley sobre ellos, y así funcionan las cosas, puedes creer en la humanidad, pero no es así, y no lo es porque la ley sólo sirve para mantener a los malvados en el poder, y no sólo eso, también sirve para mantener en la pobreza y la miseria a los de abajo, no vayan a desobedecer y rebelarse, porque eso sería el final, y nadie de los de arriba quiere eso, sino que se lo digan a Blanquita y el Padre Daniel, que lo saben y muy bien. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Georgia Oakley, directora de la película “Blue Jean”, en el marco del D’A Film Festival, en la terraza del Hotel Regina en Barcelona, el domingo 26 de marzo de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Georgia Oakley, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Iván Barredo de Surtsey Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño, a mi querido amigo Rafael Dalmau, por su gran labor como intérprete, y al equipo de comunicación del D’A Film Festival. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA