Aftersun, de Charlotte Wells

AQUELLAS VACACIONES CON MI PADRE…

“Ella escribió, que la memoria es frágil y el transcurso de una vida es muy breve y sucede todo tan deprisa, que no alcanzamos a ver la relación entre los acontecimientos, no podemos medir la consecuencia de los actos, creemos en la ficción del tiempo, en el presente, el pasado y el futuro, pero puede ser también que todo ocurre simultáneamente.”

Isabel Allende

Unas torpes y domésticas imágenes grabadas en MiniDv nos dan la bienvenida a Aftersun, la opera prima de Charlotte Wells (Edimburgo, Escocia, 1987). Las imágenes que vemos las de Calum, un padre joven que está siendo inmortalizado por Sophie, su hija de 11 años, en algún hotel de segunda de alguna ciudad costera de Turquía a finales de los noventa. No vemos bien a Calum, nunca de frente, casi siempre de espaldas o de lado y a contraluz, reflejando esa idea de la memoria difusa y compleja, una idea en la que profundiza e investiga la película.

Después de tres películas cortas, Wells construye una película a través de la memoria, o quizás podríamos decir, de la dificultad de recordar, de esa materia tan densa y a veces, tan ligera como la memoria, en esa lucha constante entre lo que recordamos y lo que realmente ocurrió, esa madeja infinita de situaciones, objetos, miradas, sonidos y sensaciones que forman nuestra memoria y sobre todo, como la recordamos en el presente, y como nos adentramos en ella, y miramos y sentimos a aquellas personas que estaban con nosotros, que nos ha quedado de ellas, y nuestro análisis de lo que vivimos con ellas, y que nos queda ahora. La cineasta escocesa construye su trama de forma tremendamente sutil y conmovedora, huyendo de estridencias sentimentales y piruetas narrativas, nos encontramos siempre en un estado de ligereza y apariencia cotidiana mezclado con un estado de lirismo y abstracción, en que esa realidad inmediata y aparentemente cercana y muy personal entre padre e hija, en realidad, encierra muchos aspectos oscuros, incluso inquietantes, que encierran una relación confusa y muy alejada entre lo que siente el adulto y cómo lo ve la niña.

El misterio de la película reside en los dos absolutos protagonistas, en todo lo que experimentan, tanto sus momentos más íntimos, donde parece que son uno, y en los otros, más incómodos, en los que el adulto huye de sí mismo y se aísla, y la niña que todavía no comprende, intenta encontrar su espacio en los otros. Por un lado, tenemos a Calum, un padre demasiado joven para tanta responsabilidad, que da mucho cariño a su hija de 11 años, pero que a la vez oculta muchas heridas, que lo alejan de la realidad y lo sumen en una soledad asfixiante y destructiva. Por el otro, encontramos a Sophie, una preadolescente que está en proceso de cambio, de empezar a dejar esa infancia y enfrentarse a la adolescencia, a ese espacio de descubrimiento de su entorno y de sí misma, del amor, del sexo, y de tantas cosas que empezaran a bullirle en su interior, y además, tiene a su padre que la quiere, con el que se lleva bien, a pesar de toda esa distancia entre ellos, entre una niña que todavía es demasiado pequeña para entender ciertas actitudes y sentimientos contrariados del padre.

Wells ha contado con dos compañeros de facultad de la Universidad de Cine de New York como Gregory Oke en la cinematografía, optando por el 35mm para crear esa luz con color saturado y muy contrastada, que nos lleva a aquella época de finales de los noventa, sin caer en la excesiva melancolía y embellecimiento, sino manteniendo la idea que estructura de la película, donde la realidad se fusiona con lo abstracto, el lirismo y la inmediata realidad, como describen muy bien esas fotografías polaroid y esos extraños momentos que jalonan la película como las fotografías bajo el agua, como si el tiempo se detuviese, y la idea agridulce que se cuela durante todo el metraje, y Blair McClendon en el montaje, un magnífico trabajo que condensa con esa mezcla de orden/desorden programado para detallar con sencillez la relación íntima/distante entre padre e hijo, en unos sorprendentes y mágicos noventa y seis minutos de metraje.Otro elemento sumamente importante en la película de Wells es la excelente música de Oliver Coates ayuda a describir con sutileza y detalle, amén de los temas del momento que describen con acierto e inteligencia el estado emocional de los personajes como la versión de la “Macarena”, de Los del Río, y otros temas de Aqua, Steps y Blur, y esos dos momentazos a ritmo del “Under Pressure”, de Queen y Bowie, y ese otro instante del karaoke con el “Losing My Religion”, de los R.E.M. En la producción tenemos a Adele Romanski y el director Barry Jenkins, que recordaréis por El blues de Beale Street, que también han producido películas tan interesantes como Lo que esconde Silver Lake y la serie The Girlfriend Experience, entre otras.

La pareja protagonista brilla de forma extraordinaria, creando esas personalidades cercanas y alejadas, en que Paul Pescal es Calum, al que habíamos visto en La hija oscura y la miniserie Normal People, y la jovencísima debutante Frankie Corio que hace de Sophie, una niña que todavía no es lo suficientemente mayor para conocer en profundidad las heridas que arrastra su padre y si que ya es lo suficientemente mayor para descubrir esas cosas latentes que empiezan a despertarse en su cuerpo y su pensamiento. Y Celia Rowlson-Hall es Sophie adulta, bailarina y coreógrafa para artistas como Alicia Keys y Coldplay, y en cine ha trabajado con Gaspar Noé y Lena Dunham, tiene el rol de esos instantes de pura abstracción y sobrecogedores en los que baila y expresa toda ese torbellino de imágenes, sonidos y estados emocionales de su memoria y lo que recuerda y como lo recuerda que nunca es nítido y todo empieza a alejarse y difuminarse en aquel tiempo. Déjense llevar por Aftersun, de Charlotte Wells, que les recordará a aquel aroma que desprendían Alicia en las ciudades (1974), de Wim Wenders y Somewhere (2010), de Sofia Coppola, padres junto a hijas pequeñas, durante las vacaciones o al menos durante el descanso estival, que nunca es sinónimo de aventura y placer, porque no se cuenta todo lo que se cuece en nuestro interior que, a veces, es muy oscuro e inquietante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Joana Conill

Entrevista a Joana Conill, directora de la película “La cigüeña de  Burgos”, junto a la font Màgica de MontJuïc en Barcelona, el martes 14 de diciembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Joana Conill, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

I Never Cry, de Piotr Domalewski

VIDAS AUSENTES. 

“Los muertos pesan, no tanto por la ausencia, como por todo aquello que entre ellos y nosotros no ha sido dicho”.

Susana Tamaro en “Donde el corazón te lleve”

En Cicha Noc (Silent Night), la opera prima de Piotr Domalewski (Lomza, Polonia, 1983), un inmigrante polaco volvía a casa dejando muy estupefactos a los suyos. En I Never Cry, el viaje es a la inversa, como si nos mirásemos desde el otro lado del espejo, andar los mismos pasos del que ya no está, viajar con Ola, una joven de 17 años de edad que, después de la accidental muerte de su padre en Dublín (Irlanda), viaja desde Polonia para realizar los trámites de repatriación del cadáver. El director polaco nos sitúa en una joven euro-huérfana, término que se usa para calificar a todos aquellos que tienen padres emigrados a la otra Europa cuando Polonia ingresó en la Unión Europea en el 2005. Ola solo tiene un deseo, que no es otro que aprobar el carnet de conducir para tener el automóvil que su padre le prometió. Aunque ha vuelto a suspender por tercera vez, emprende el viaje, instada por su madre que cuida a su hermano discapacitado. En esa otra Europa, enriquecida y muy dura para los inmigrantes, la joven Ola se encontrará con las huellas de su padre, lo que era y sobre todo, lo que queda de él.

La odisea de Ola la llevará a lo que fue la vida del padre muerto, personándose en la empresa donde se produjo el accidente donde falleció, conocerá a un polaco que se dedica a emplear a los inmigrantes recién llegados, a sus compañeros de trabajo, se enfrentará a los quebraderos de cabeza ocasionados por una burocracia estúpida y desalentadora, y se encontrará con personas de la vida de su padre muy inesperadas. Toda la película la vemos a través de Ola, a partir de sus idas y venidas por Dublín. Una ciudad hostil, fría y triste, un lugar donde hay diferentes ciudadanos europeos, los de allí, que pertenecen a la parte enriquecida, y los que llegan, de esa Europa empobrecida. Una Europa, crisol de realidades sociales muy alejadas entre sí, una falsa unión que solo ayuda a los que tienen y la padecen los que no tienen. En ese continente que vende unidad, que vende prosperidad, y solo hay para unos pocos, como los ambientes en el que viven y trabajan los inmigrantes polacos. Un lugar donde la fraternidad y el cooperativismo han desaparecido y todo tiene un precio demasiado elevado, ya sea emocional o material. La joven polaca se mueve entre esos dos mundos en los que se plantea la película.

La idea que tiene ella de su padre, tan alejada de la realidad, y su fatal egoísmo, en que reprocha cruelmente a un padre ausente que no conoce. La cámara insistente y pegada al cuerpo de Ola que la sigue sin descanso, en un gran trabajo de luz que firma Piotr sobocinski Jr, que ya estuvo en la primera película de Domalewski, y tiene en su haber excelentes películas como Dioses, de Lukasz Palkowski y Corpus Christi, de Jan Komasa, entre otras. El excelente y cortante montaje de Agnieszka Glinska, que ha trabajado en las recientes Lamb, de Valdimar Jóhansson y Sweat, de Magnus von Horn, ayuda a sentir ese agobio constante y esa sensación laberíntica y de extrañeza que recorre a la joven Ola. Los noventa y siete minutos de metraje van acelerados, no hay tregua, todo ahoga en la existencia de Ola, en una especie de navegación sin rumbo, en el que irá redescubriendo la verdad de un padre que ella creía completamente diferente, un padre ausente que ella ha construido a su manera, llenándolo de acusaciones sin fundamente.

I Never Cry no solo nos habla de las condiciones miserables de vida y trabajo de muchos inmigrantes de la Europa del Este en la Europa capitalista, sino que también, nos habla de padres e hijas, de todas esas relaciones rotas y difíciles debido a la inmigración-ausencia de los padres, de todos esos vínculos rotos y nunca construidos, de ausencias y existencias a medio camino, de vidas tristes en barrios con pocas oportunidades, de hijos injustos y padres que no lo son debido a sus vidas precarias y sobre todo, una sociedad que vende vida y solo da dificultades y sacrificios que no tienen billete de vuelta. En 1982, la película Trabajo clandestino, de Jerzy Skolimowski, se centraba en la miseria de unos trabajadores polacos que, encerrados en una casa inglesa, trabajaban ocultos e ilegalmente. Cuarenta años después parece que las cosas han cambiado, pero no han mejorado mucho para los “otros”, porque los inmigrantes sí que llegan legalmente a esa otra Europa, pero siguen siendo esclavizados y humillados en sus trabajos y destinados a unas vidas ausentes y poco más, y encima, alejados de los suyos.

Una película sencilla, directa y honesta como la que ha construido Domalewski, necesitaba un reparto de verdad, alejado de rostros conocidos y sobre todo, que imprimieran toda la autenticidad que respira la película, mostrando una realidad que no está muy lejos de las realidades de este frustrante continente.  Tenemos a Kinga Preis que da vida a la madre de Ola, que habíamos visto trabajando a las órdenes de una grande como Agnieszka Holland, Arkadiusz Jakubik como el trabajador polaco que ayuda a emplearse a los recién llegados, y finalmente, la auténtica revelación de la película, la joven debutante Zofia Stafiej que da vida a Ola, reclutada en un casting en el que se presentaron más de 1200 candidatas. Una mirada triste y desesperada, una joven rebelde y obsesionado por su objetivo de ser alguien en la vida, y huir de su barrio y de la vida precaria de sus padres, una mujer que está a punto de convertirse en una adulta, una nueva vida que descubrirá en sus días en Dublín, una vida difícil y compleja, una vida que nunca es como la queremos, una vida en la que hacemos lo que podemos, que ya es mucho. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Del inconveniente de haber nacido, de Sandra Wollner

MI HIJA HA VUELTO DESPUÉS DE DIEZ AÑOS.   

“Los grillos hacen tanto ruido que me han despertado. Puedo oler la tierra húmeda. Y el bosque. Todas las hojas han caído. Pero el verano acaba de empezar. Y tú estás ahí, esperándome”.

Las primeras imágenes de Del inconveniente de haber nacido, nos revelan una película hipnótica, de una belleza extraña, situada en una cotidianidad muy inquietante, como una especie de sueño perturbador del que parece que no podemos despertar. Una extrañeza que nos acompañará todo el metraje, donde el tiempo y las emociones se envuelven en un estado limbo, en que los personajes parecen moverse dentro de un tiempo indefinido, como si no existiera, inventado otro tiempo, un tiempo que ellos mismos redefinen constantemente, intentando todo el rato rememorar un pasado que solo existe en su memoria. Nos encontramos con una niña que en realidad es un robot antropomorfo, que vive con un hombre al que llama papá, y viven en una casa aislada de todos y todo en mitad del bosque, en un perpetuo verano. Elli, que es como se llama el androide, está para el hombre, recordando cosas del pasado, creando vínculos ya perdidos, sustituyendo a la hija desparecida una década atrás.

Sandra Wollner (Styria, Austria, 1983); debutó con The Impossible Picture (2016), también con una niña llamada Johanna de 13 años, que capturaba con su cámara de 8mm la realidad oculta de su familia allá por los cincuenta. Ahora nos llega su segundo trabajo, un cruce entre los films de robots como podrían ser Inteligencia artificial, Ex Machina o el reciente documental Robots, y un episodio de la histórica The Twilight Zone, una mezcla interesante y profunda sobre la relación de los humanos con los androides, unas máquinas que funcionan como sustitutos de aquellos familiares desparecidos o fallecidos, creando unos vínculos emocionales y recuperando unos recuerdos para así establecer una relación cognitiva plena y satisfactoria, pero claro, este tipo de situaciones pueden crear momentos inquietantes y oscuros, como mencionan las palabras precisas del cineasta Werner Herzog: “Recurrimos a este tipo de sustitutos desde nuestra infancia, desde luego; por ejemplo, con los osos de peluche. Pero engendrar una tecnología y un mercado de osos de peluche para adultos es algo inédito. E insisto: es algo que está abatiéndose sobre nosotros”.

Wollner se erige como una mirada crítica e incisiva sobre este fenómeno que lentamente se va introduciendo en nuestras vidas y cotidianidades, los posibles (des) encuentros y las transformaciones de nuestras relaciones personales, que cambiarán para siempre, ya que abre un debate moral muy importante, cuando alguien no nos guste o no conectemos, podemos llegar a sustituirlo, como ocurría en la magnífica La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel, mítico título de la ciencia-ficción de mediados de los cincuenta,  la sustitución como elemento para devolver la vida a los que ya no están y hacerlos a nuestro deseo. La directora austriaca construye un relato lleno de sorpresas, donde la narración camina con pausa y se muestra férrea, con esa cámara que se mueve por la casa, o esos encuadres donde los cuerpos aparecen en el espacio de forma extraña e inquietante, consiguiendo una película de terror cotidiana, sin ningún alarde narrativo y efectista, centrándose en la peculiar y extraña relación del padre y su hija sustituta, como se hacía en la década de los setenta con esas películas maravillosas como La amenaza de Andrómeda, Cuando el destino nos alcance o Naves misteriosas, entre otras, cine sobre la condición humana, sus relaciones con las máquinas y las emociones que se generan.

Sandra Wollner entra de lleno y con galardones a esa terna de grandes cineastas austriacos como Michael Haneke, Ulrich Seidl y Jessica Hausner que, mediante obras sobre la oscuridad del alma humana, investigan las formas de relaciones y cotidianidades diferentes, componiendo películas sobre el lado oscuro y el exceso de ambición en una sociedad cada vez más tecnológica, vacía y deshumanizada. Del inconveniente de haber nacido es una película que no dejará indiferente a cualquier espectador que quiera descubrirla, por su construcción tan cercana y alejada a la vez, por esa luz indefinida, por el espacio y el entorno donde está filmada, y sobre todo, por todo lo que plantea a nivel moral y ético, sobre la psique humana y en que nos estamos convirtiendo como especie, ya que en algunos años todos aquellos espantos que veíamos en el cine de ciencia-ficción dejarán de serlo para convertirse en realidades que con el tiempo estarán al alcance de todos, y entonces, será cuando debamos aprender a relacionarnos con máquinas que se parecen a nuestros seres queridos que ya se fueron, máquinas que actúan y son como ellos, aunque sean porque nosotros lo queremos así, todo esto habrá que gestionarlo emocionalmente y lo que pueda ocurrir a día de hoy será un misterio, quizás demasiado terrorífico. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

The Father, de Kristina Grozeva y Petar Valchanov

ACEPTAR EL DOLOR.

“Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunciación, la revolución tecnológica y su vida centrada en el triunfo personal”

José Saramago

En el universo berlanguiano pululan hombrecitos, no me refiero a su tamaño, sino a su posición social. Pobres diablos, de anodinas y oscuras existencias, atrapados en la maraña dictatorial y repugnante de un estado corrupto, idiota y sanguinario, que usa la burocracia para proteger a los poderosos y hundir a los necesitados. Unos hombrecitos que esperan ansiosos las migajas de los privilegiados, unas raquíticas ayudas disfrazadas de bondad que, en realidad, son solo una muestra de la injusticia cotidiana que se impone desde los de arriba. Recordaréis a Plácido, el insignificante ciudadano sin casa que, se las veía y deseaba, para pagar la primera letra de su motocarro, su medio de vida, enfrentado a esa clase pudiente y miserable que usa al necesitado para limpiar su doble moral. Muchos de estos elementos y situaciones las podemos encontrar en el cine de Kristina Grozeva (Sofia, Bulgaria, 1976) y Petar Valchanov (Plovdiv, Bulgaria, 1982), que después de conocerse en la universidad de cine, han construido un imaginario revelador y valiente que toma el pulso a una realidad búlgara poscomunista, donde todavía se arrastran errores del pasado y miserias de un presente que sigue marcando unas normas que solo ayudan al privilegiado y atormenta al necesitado.

Un universo particular, cercano e inquietante, donde hay relatos de naturaleza tragicómica, donde se fusiona lo absurdo, lo perturbador y conmovedor, como demostraron en su opera prima, La lección (2014), donde una profesora ingenua tratando de dar una lección a uno de sus alumnos ladrones, se ve envuelta en un oscuro suceso donde debe dinero a unos prestamistas, o su siguiente producción, en Un minuto de gloria ( 2016), primera entrega de una serie de tres cintas que los cineastas llaman “Trilogía de recortes de periódicos”, conocemos a un trabajador del ferrocarril era usado por el ministerio de transportes para lavar su imagen, en los que el humilde empleado se veía inmerso en una maraña burócrata, que lo sumergía en una odisea cotidiana y kafkiana. En The Father, el relato se sostiene a través de la relación difícil y compleja entre un padre y un hijo, que después de perder a su esposa y madre, respectivamente, se enzarzar en una aventura, a medio camino entre la road movie y la comedia de humor negro, que toca temas como el más allá, la mentira como medio de incomunicación, y la creencia de lo imposible como medio para lidiar entre lo trágico de la vida.

Vassil, el padre que huye hacia el abismo, incapaz de aceptar la muerte de su esposa, que irremediablemente también arrastra a Pavel, el hijo, que tampoco freno a ese comportamiento de cobardía y rebelión al vacío, inoperante de contar la realidad a su novia y usar la mentira como método de escapismo. Los dos son almas rotas, desorientas y superadas por los acontecimientos, incapaces de enfrenarse a la realidad y a la suya propia, escapando de las situaciones cotidianas por tangentes imposibles, que aún les hacen hundirse más en su propia miseria emocional. Los cineastas búlgaros nos sumergen en una acumulación de situaciones de toda índole, donde la risa se paraliza y en ocasiones, se congela, en las que pasamos del drama cotidiano a la situación más absurda y surrealista, movidos por un ritmo endiablado en lo que dejan de suceder acontecimientos e inmediatamente, observamos la respuesta de los personajes, huidiza y torpe, que les hunde más en aquella situación de la que, inútilmente, intentan escapar.

Grozeva y Valchanov, vuelven a confiar en Krum Rodríguez, el cinematógrafo que crea esa luz tenue y lúgubre, propia del grisáceo y pálido que abundan en una Bulgaria partida en dos, incapaz de huir de su pasado estalinista y sumida en la corrupción de los nuevos tiempos, y el montaje, lo vuelve a firmar Valchanov, que evidencia el naturalismo y la película que documenta la verdad que se quiere reflejar, a partir de largas secuencias filmadas con cámara en mano, donde el relato se muestra desnudo e íntimo, como si pudiéramos rozarlo y sentirlo. Como ya habían demostrado en sus anteriores trabajos, las naturalistas y verdaderas composiciones de los intérpretes es otro de los elementos que más resalta en la verdad de las películas, como el buen hacer de Ivan Savov (que ya estuvo en Un minuto de gloria), que encarna a ese padre que se lanza a un imposible exterior cuando debería sumirse en su duelo y sobrellevar la culpa con más dignidad, e Ivan Barnev (al que pudimos ver en La lección, y otros lo recordarán como el protagonista de Yo serví al rey de Inglaterra, del recientemente desaparecido Jírî Menzel) que hace de ese hijo, escapista como el padre, con demasiados frentes abiertos, como esas larguísimas conversaciones vía móvil con su pareja, donde se inventa situaciones para no enfrentarse a esa realidad incómoda y compleja, una realidad que es triste y desoladora.

Dos almas tristes, desoladas e incapaces de comunicarse el uno con el otro, perdidos en este par de días, envueltos en un maná de situaciones que los lleva a huir de aquello que son capaces de asumir, ese sentimiento de culpa que los destroza y los acuchilla sin respiro. Grozeva y Valchanov son unos prodigios a la hora de crear una atmósfera que estiran y aflojan según les conviene, capaces de crear una tensión asfixiante, manejando el tempo cinematográfico de manera clara y potentísima, donde las situaciones y los elementos que se van encontrando los personajes resultan muy curiosos, llenos de ingenio y ayudan a la labor de radiografiar y mostrar la realidad social, económica y política de la actual Bulgaria, como ese instante, marca de la casa, cuando Pavel intenta, infructuosamente, poner la denuncia de la desaparición de su padre, y se va complicando de la mal manera. Hablan de la actualidad de un país, pero siendo lo suficientemente hábiles para universalizar los problemas cotidianos a los que se enfrentar sus criaturas, creando una inmensa y magnífica fábula que nos habla de emociones, de (des)encuentros y sobre todo, de barreras emocionales que han de superarse y mostrar la verdad oculta y reconciliarse con uno mismo, y sobre todo, con el otro, en este caso, padre e hijo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ibon Cormenzana

Entrevista a Ibon Cormenzana, director de la película “Alegría Tristeza”, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el jueves 15 de noviembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ibon Cormenzana, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Roberto Álamo

Entrevista a Roberto Álamo, actor de la película “Alegría Tristeza”, de Ibon Cormenzana, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el jueves 15 de noviembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Roberto Álamo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

O futebol, de Sergio Oksman

O-Futebol(DES)ENCUENTRO CON EL PADRE

Después de 20 años sin verse, Sergio y su padre Simao vuelven a encontrarse en Brasil. Deciden que el año siguiente, el 2014, pasarán juntos el mes del Mundial viendo los partidos. Con esta aparente sencillez argumental, el director Sergio Oksman (1970, Sao Paulo, Brasil) periodista de oficio y cineasta de vocación, se traslada desde Madrid, donde reside, hasta la ciudad de su infancia, Sao Paulo, para estar un mes junto a su padre viendo futbol, como hacían antes. El leve prólogo con el que arranca la película, con esa imagen en el estadio Pacaembú, donde juega el Palmeiras, en el que padre e hijo miran de frente a la cámara, y empieza a llover, resume las ambiciones formales y artísticas de la propuesta de Oksman, que ya había dejado destellos de buen cine en sus anteriores trabajos tanto para televisión y cine, como Goodbye, América (2007), donde hacía un retrato del actor Al Lewis, conocido por ser el abuelo de la popular serie La familia Monster, en los cortos de Notes on the Other, realizado dos años después, en el que retrataba a uno de los dobles del escritor Ernest Hemingway, hacía una interesante reflexión sobre la identidad y ser otro, y en Una historia para los Modlin (2012), una excelente pieza de 26 minutos premiado en multitud de festivales, donde a través del descubrimiento de unas fotografías, fabulaba la biografía de una peculiar y extraña familia.

Ahora, nos llega esta película, a medio camino entre el documental, la ficción y el ensayo sociológico, en la que Oksman, vuelve a trabajar con su fiel amigo y colaborador Carlos Muguiro, como en sus anteriores trabajos, en labores de dirección, guión y montaje. O Futebol, traducida como El fútbol, es una pieza de orfebrería, honesta y sencilla, tallada a mano, como hacían antaño los artesanos, mantiene el mismo espíritu que recorría la película Avanti Popolo (2012), de Michael Wharmann, también filmada en Brasil, en la que también se explicaba el reencuentro entre un padre y un hijo, pero a diferencia de ésta, donde el fútbol es el elemento estructural, en aquella era el cine. Oksman filma con delicadeza, esos tiempos muertos o quietos, donde las conversaciones no fluyen y se imponen los silencios, en los que asistimos sentados en el asiento trasero del automóvil, que recorre las calles, que no parecen vivir la pasión del mundial, mientras somos testigos de las conversaciones sobre fútbol de padre e hijo, del mundial del 54, donde Alemania ganó a la Hungría de Puskas, el Brasil del 74, aquel Palmeiras del 79 que ganó al Corinthians con dos goles de Jorge Mendonça, que acabó sus días abandonado por sus hijos, o el árbitro que dirigió la final del mundial del 54, y otros momentos, donde Simao, sentado tras su mesa de trabajo, mira hacia otro lado, o en el bar, mientras escuchamos los partidos de fútbol, que siempre estarán presentes en la película, pero en off (en el estadio que vemos a lo lejos, o en las televisiones, y en las radios, de fondo), están ahí, como nos van anunciando, sobreimpresionados en la pantalla, a medida que avanza la película, aunque no son protagonistas, lo fueron antes, ahora ya no.

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Oksman ha realizado una bellísima película de detalles, de instantes ausentes y miradas perdidas, en la que un padre, – erudito del fútbol, que se acuerda de anécdotas que costaría encontrar-, explica su matrimonio y lo que hizo después de separarse, donde vivió, un padre con problemas de salud, un hombre cansado, en el que el fútbol ya no le emociona como antes, donde la copa del mundo se vive de lejos, sin inmiscuirse, casi sin querer, perdió la importancia que tuvo, no cómo se vivía antes, todo pasó. Un padre que vaticina el ganador del mundial, donde Brasil, sin el espíritu de antes, no le augura una gran actuación. Y en el otro lado, un hijo que lo escucha y lo filma, que teje con delicadeza y ternura los encuadres de su película, construidos sobre la desnudez y la distancia de sus personajes, donde aparte de filmar este encuentro con su padre, de tiempos vacíos, de inquietudes e incertidumbres, donde las cosas ocurren de otra manera, también se erige como un retrato humano y sincero del Brasil actual y sus gentes, de cómo viven la pasión del fútbol y su día a día, y los filma de lejos, observándolos como un forastero, contrastando las imágenes íntimas con su padre y el fervor de la hinchada tras los goles de su selección. Un mundo en el que se mezclan la vida y los sueños y las ilusiones, donde Oksman asiste con su cámara a este retrato sobre la intimidad, sobre la mirada hacía un padre y la relación que tuvieron y tienen, y sobre el tiempo que todo lo consume y lo cambia.