El fred que crema, de Santi Trullenque

INVIERNO DE 1943, EN LA FRONTERA.

“Toda bondad y heroísmo surgen de nuevo, para luego ser destruidos y volver a resurgir. El mal nunca triunfará, pero tampoco morirá”.

John Steinbeck

Erase una vez… Durante el invierno de 1943, en Andorra, en uno de esos pueblos fronterizos, nos encontramos con Sara y Antoni que esperan su primer hijo y apenas tienen algo que echarse a la boca. Toda su triste realidad cambiará cuando deben acoger a una familia judía huida con los nazis al acecho. Un suceso que, además, destapará tensiones familiares que vienen del pasado. El fred que crema, la opera prima de Santi Trullenque (Barcelona, 1974), tiene una estructura de cuento de toda la vida, con la misma apariencia que le gustaban a Manuel Gutiérrez Aragón, sino recuerden El corazón del bosque, mezclado con el aroma del western fronterizo muy propias de Hawks, y también, la amargura y la tristeza que acompañan a los individuos que pululaban por esos relatos sucios y amargos como en McCabe and Mrs. Miller (1971), de Robert Altman, en Perros de paja (1971), de Sam Pekinpah, y en El gran silencio (1968), de Sergio Corbucci, y esos ecos de las tradiciones de los pueblos, con sus canciones, sus bailes, y sus conflictos, y aún más, salidos de una durísima Guerra Civil.

El relato, que parte de la obra teatral Fred, de Agustí Franch que coescribe el guion con el propio Trullenque, está construido a través de sus personajes, de aquello que saben, que ocultan, y de  aquello otro que temen. Unos personajes que se ven envueltos en un conflicto complejo, debatiéndose entre lo que les dicta la razón y por otro lado, la emoción, en una tensión in crescendo que la asemeja a un cuento de terror clásico donde la amenaza y la muerte se ciernen sobre los habitantes del pueblo. Con un magnífico trabajo técnico donde todos los apartados van a una, consiguiendo esa conjunción que funciona con fuerzo y brío, con una luz que firma Àlex Sans, que debuta en el largometraje de ficción, llena de contrastes y sólida que marca con sabiduría todos los conflictos que se van sucediendo, donde el color rojo sobresale en ese paisaje blanco y muy gélido, con unos estupendos interiores iluminados con luz natural y cálida. La fantástica composición del música Fancesc Gener, que ha trabajado con Laura Mañá, Miguel Courtois y la reciente Chavalas, con una banda sonora que explica todo aquello que sienten los personajes sin caer en el subrayado.

El grandioso trabajo de sonido del tándem Èric Arajol Burgués y Sisco Peret, que han trabajado en películas de Mar Coll, Claudio Zulián, entre otras, y el estupendo montaje de Marc Vendrell, debutante en el largometraje, con un sobrio ejercicio que llena de ritmo y tensión las casi dos horas de metraje. El equipo artístico brilla a la misma altura que la parte técnica, porque tenemos a una maravillosa Greta Fernández en la piel y la fuerza de Sara, una mujer en su sitio que sabe que le conviene y pondrá su familia por delante ante este asunto que cada vez está más negro, y su marido, el Antoni en el rostro de Roger Casamajor, un actor de pura sobriedad y un tipo que a pesar de todo en contra hará lo imposible para salvar a la familia judía, el gran Pedro Casablanc en uno de esos personajes que arrastran mucho pasado, Adrià Collado en la piel del “otro” del pueblo, acérrimo enemigo de Antoni, y el cacique del pueblo, y finalmente, el lobo de la historia, el oficial nazi Lars, al que todos temen y rehúyen, interpretado magníficamente por el actor Daniel Horvath.

Trullenque ha construido una película de personajes, sumergidos en una tensión psicológica agobiante, como en las películas de antaño, donde seguimos a unos individuos metidos en tesituras morales difíciles de lidiar, porque en El fred que crema todo pende de un hilo, y en muchas ocasiones, todos vigilan y todos son vigilados, porque nada pasa porque si, porque tanto los que se ocultan tiene  la necesidad de sobrevivir para seguir en la pelea y los otros, los invasores, tienen ojos en todos los sitios y lo escuchan todo, y tarde o temprano darán con el agujero y ya nada será igual. También, podemos ver la película como un análisis profundo y certero sobre la naturaleza del mal, sobre los hechos y las conductas que nos hacen tomar aquella u otra decisión que tendrá una repercusión trascendental en nuestras vidas, y cómo afectan esas decisiones a los que viven con nosotros o dependen emocional o económicamente de nosotros. Difícil gestión de unos hechos que nos sobrepasan, del que estamos condenados, que nos defendemos como podemos, con nuestros miedos, desesperanzas y hambre.

Trullenque no lo tenía nada fácil en su primer película para la gran pantalla, pero se ha lanzado con una buena historia, una forma que atrapa y unos intérpretes que transmiten humanismo y cercanía, y ha conseguido salir bien parado del envite que no era nada fácil, porque ya vendrán los de siempre diciendo que otra película sobre la guerra y los nazis, y no sé que más, porque al que suscribe le pasa todo lo contrario, que le faltan más películas sobre la guerra y sobre nazis, y sobre todo, porque los humanos o si nos queda algo de humanos, seguimos optando por la guerra, por el terror y por matar a los demás por el bien de nuestros objetivos o lo que sea, nuca lo entenderé y mejor así, porque me ocurriría como a los personajes de El fred que crema que sin comerlo ni beberlo anteponen la vida a la suya propia, y defienden la humanidad ante el terror de los otros, esos que solo desean destruir, y ante eso, la vida, la alegría, cantar las canciones junto al fuego y esas cosas en las que estamos pensando… JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Josep Maria Vilà

Entrevista a Josep Maria Vilà, protagonista de la película “Balandrau, infern glaçat”, de Guille Cascante, en el marco del DocsBarcelona, en los Cinemes Girona en Barcelona, el jueves 13 de mayo de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Josep Maria Vilà, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Núria Costa de Trafalgar Comunicació, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

El viaje más largo, de Manuel H. Martín

LA CONQUISTA DEL MUNDO.

“Todo  lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad.”

Julio Verne

Con la llegada de occidente al “Nuevo Mundo”, cuando las naves de Cristóbal Colón alcanzaron América en 1492, las coronas portuguesas y españolas, las dos más potentes del mundo por aquel entonces, se lanzaron a la conquista por mar del mundo, y con la firma del Tratado de Tordesillas en 1494, se repartían el océano Atlántico como una forma de mantener la paz entre las dos potencias. Colón había encontrado oro en sus viajes, pero no especias, auténtico oro para el comercio internacional, y los españoles no querían bordear África para llegar a Asia, donde estaban las Islas Molucas, las islas de las especies, ubicada en el archipiélago de Indonesia, sino abrir una nueva ruta por América del Sur, donde se creía que había un estrecho por el que cruzar. Idea que vino de la mano de Fernando de Magallanes en 1518. El marino portugués le propuso al rey Carlos I la travesía que abriría un nuevo camino para conseguir especies y así, evitar el conflicto con los portugueses. La expedición zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), el 10 de agosto de 1519, con cinco naos, y 239 hombres. Volvió, más de tres años después, el 6 de septiembre de 1522, con solo 17 supervivientes, capitaneados por Juan Sebastián Elcano, siendo la primera embarcación conocida que dio la vuelta al mundo.

El director Manuel H. Martín (Huelva, 1980), conocido por sus trabajos documentales como 30 años de oscuridad (2011), en el que rescataba la triste historia de Manuel Mijas, que estuvo oculto en su casa durante treinta y años, escondido de los franquistas. Le siguió La vida en llamas (2015), sobre la cotidianidad de tres bomberos en su lucha contra el fuego. Ahora, y con un guión que firman Antonio Fernández-Torres y el propio director, nos llega El viaje más largo, que no solo retrata la odisea de un viaje lleno de peligros, de hambre, muerte, miedo, aventura, de los marinos Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, sino que se centra en la cotidianidad del larguísimo viaje, a través de lo humano, de los más de doscientos hombres que zarparon de Cádiz, y los pocos 17 supervivientes que volvieron tres años después. Y lo hace, siguiendo el mismo patrón que con 30 años de oscuridad, con la ayuda de entrevistas a historiadores, científicos y militares, que nos van explicando los vivencias diarias del viaje, con todo lujo de detalles, contextualizando la época, explorando las diferentes personalidades de los marinos, las disputas entre ellos, los conflictos a los que se enfrentaron por lo desconocido de la travesía y las tremendas dificultades a las que se tuvieron que enfrentar.

También, hay material de archivo, y nuevamente, se vuelve a recurrir a escenas animadas para mostrar la realidad que vivieron estos hombres de hace 500 años. La película hace una analogía entre aquella expedición pro conquistar el mundo con la conquista del espacio, cuando el hombre llegó a la luna hace medio siglo, mostrándonos el afán del ser humano por abrir nuevos horizontes, derribar fronteras y llegar más lejos si cabe para seguir imaginando, explorando y descubriendo los límites de la tierra y el universo. La película es didáctica, entretenida y magnífica, porque deja el romanticismo de la aventura, para contarnos una odisea por el infierno, donde las tripulaciones tuvieron que soportar cientos de calamidades, hablándonos con profundidad de la psicología humana, del miedo y el peligro al que se enfrentaban, y sobre todo, pone en cuestión, como explica alguna de las personas entrevistadas, si valió la pena tanta muerte y terror para conseguir realizar el viaje.

Un relato en el que se mezclan la aventura hacia lo desconocido, en un tiempo donde la gloria y el honor se ganaban en el mar, en expediciones suicidas que muchas fracasaban, la convivencia, el thriller, la tragedia, en un descenso a los infiernos como retrató Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas, donde hombres en busca de aventura y nuevas tierras, se enfrentaron a lo más oscuro y profundo del alma humana, y es ahí donde la película muestra todo su potencial, sumergiéndonos en la tragedia que vivieron estos marinos, nombres desconocidos en su mayoría, que perdieron su vida, por el afán oscuro de muchos que creyeron en su idea y la llevaron a cabo, sin tener en cuenta las terribles consecuencias a las que se enfrentarían. H. Martín vuelve a asombrarnos con un retrato humanista, profundo y esencial, ejecutado con brillantez, en el que hay historia, y una reivindicación a todos aquellos a los que nadie escribe su historia, no solo para conocer la historia de nuestro país, y aquel viaje que cambió la humanidad, sino para mostrarnos la realidad que esconde la gloría y la propia historia, la de tantos hombres y mujeres olvidados por el relato oficial, y yacen ocultos en las marañas del tiempo y el olvido, que también forman parte de ese rostro menos conocido, pero igual de importante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=”https://vimeo.com/473329934″>EL VIAJE M&Aacute;S LARGO – TRAILER – ES</a> from <a href=”https://vimeo.com/laclaquetapc”>La Claqueta PC</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

The Way Back, de Gavin O’Connor

SEGUIR EN PIE.

“El verdadero combate empieza cuando uno debe luchar contra una parte de sí mismo. Pero uno sólo se convierte en un hombre cuando supera estos combates”

André Malraux

Si hay una película-monumento para el mundo del baloncesto, esa no es otra que Hoosiers (1986), de David Anspaugh. Un film que rescata todos los valores humanistas sobre el deporte, situada en Indiana, la cuna del baloncesto estadounidense, de la que surgieron gente como Bobby Knight (que entrenó tres décadas), en el equipo de un instituto pequeño, que nunca ha conseguido nada relevante, con un pueblo en contra, y un buen manojo de perdedores como protagonistas, con un Gene Hackman maravilloso como el coach Norman Dale, obstinado, inquebrantable y tenaz, bien acompañado por una Barbara Hershey magnífica, y un Dennis Hooper, Shooter en la película, padre de uno de los jugadores, antiguo jugador, ahora entrenador asistente e intentando salir del alcoholismo. Shooter vendría a ser un equivalente de Jack Cunningham, el personaje que borda con honestidad y sobriedad un excelente Ben Affleck.

Affleck parece trasladar sus problemas con el alcohol de su vida real a la ficción, quizás a modo de terapia personal, detalle en que encontramos el primer elemento de admirar de la película, el segundo lo encontramos en su director, Gavin O’Connor (New York, EE.UU., 1963), guionista y director de cintas como Pride and Glory (2008), con Edward Norton y Colin Farrell, durísimo thriller sobre relaciones de policías y amigos, o Warrior (2011), donde a través del deporte, en este caso las artes marciales mixtas, encontrábamos a un joven intentando salir de su adicción al alcohol, o El contable (2016), donde actor-director se reunieron por primera vez, en una cinta donde confluían un padre protector, Ben Affleck, un niño con asperger, erudito en las matemáticas, y la mafia. El tercer detalle, quizás el más importante de la película, es su tono, y sobre todo, su cuerpo, su narrativa, que huye de las películas-típicas americanas de superación donde el personaje logra salir de su agujero particular, aquí no hay nada de eso, porque tanto O’Connor como Affleck (en su mejor interpretación desde Hollywoodland, donde daba vida al malogrado actor George Reeves, famoso por su rol de Superman en televisión), logran encauzar el drama íntimo de un hombro roto y herido por la tragedia de perder a su hijo de cáncer con 7 años, separarse de su esposa, Angela (una estupenda Janina Gavankar, que logra estar a la altura de la interpretación de Affleck), y sobrevivir después de todo.

La película se sitúa en una de esas pequeñas localidades de California, donde apenas ocurren grandes acontecimientos, donde la vida fluye y a veces, duele y de qué manera. Jack Cunnigham fue una estrella del baloncesto colegial, llegando a los playoffs por primera vez en su historia, pero ahora ya no queda nada de aquello, ni siquiera una mera sombra, apenas unos cuadros que recuerdan la hazaña,  se arrastra en un trabajo en la construcción y sus noches alcohólicas en el bar de siempre, donde cada día sale acompañado. La oferta de entrenador en su antiguo instituto, los Bishop, un centro católico, le viene en el peor momento de su vida, pero Jack se lanza, ya ha perdido demasiado, y ahora mismo, le arrebata la idea de darle un sentido más humano y real a su vida entrenando a un equipo que lleva meses sin ganar un partido. Jack parece florecer, y el equipo empieza a ganar, quizás, son los instantes que más deuda contrae con Hoosiers, siguiendo un patrón parecido, y también, iremos conociendo la raíz de su tragedia, con esos (des) encuentros con su ex mujer, que estructuran este drama íntimo y diferente.

La película se adentra en un terreno complejo como las emociones y las tragedias vividas y cómo lidiar con ellas, pero lo hace con solvencia y sinceridad,  huyendo de momentos plañideros y sin hondar en la tragedia de forma gratuita, sino conjugando todos sus elementos de forma serena y concisa toda la tragedia que encierra la vida de estas personas, sobre todo, de ese matrimonio, o lo que queda de él, moribundo y lleno de asperezas, con un pasado conjunto demasiado terrorífico, en el que Jack se escondió en su madriguera de compasión a través de la bebida. Los 108 minutos de la película pasan de forma suave y tranquila, incorporando esos puñetazos al alma que la trama nos va dando, sin aspavientos ni sentimentalismos, sino con la fortaleza que caracteriza la interpretación de sus personajes, y mezclándolo sabiamente con la trayectoria del equipo, que empieza a ganar partidos, y sobre todo, a creer en sus posibilidades, bajo el mando de un Jack humano, que como todos, se equivoca y acierta, que se cae y vuelve a levantarse, con ayuda, eso sí, pero con ganas de seguir en pie, de mejorar, de salir del pozo en el que está. The Way Back, algo así como el camino de vuelta, es un sólido y fascinante drama, que logra contarnos un relato honesto e intenso, lleno de derrotas, de heridas profundas, y sobre todo, de personas que luchan cada día por curarse, aunque a veces, utilicen caminos demasiado empedrados y difíciles para salir de ellos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mi vida con Amanda, de Mikhaël Hers

LAS VIDAS DAÑADAS.

“El cine debe apropiarse de los atascos, encontrar una manera de incluirlos, hacerlos hermosos o conmovedores. Tengo la sensación de acercarme más a la verdad a través de momentos de calma y digresión que a través del ojo de la tormenta”

François Truffaut

Erase una vez una niña llamada Amanda que tenía siete años. Un día, esperaba sentada en los escalones de entrada a su colegio a su tío David, un joven de 24 años, despreocupado y ligero como su vida acotada al presente efímero. Esta es la primera secuencia de la película Mi vida con Amanda, ese primer instante en que descubrimos la relación entre los dos personajes que protagonizarán el grueso del relato. La tercera película de Mikhaël Hers (París, Francia, 1975) después de las interesantes Memory Lane (2010) sobre un grupo de amigos parisinos, y Ce sentiment de l’été (2015) sobre el duelo compartido entre un joven, novio de la fallecida, y la hermana de ésta. En su nuevo trabajo vuelve a hablarnos de duelo, de cómo afrontar la pérdida, la ausencia, vivir con el vacío del ausente, a través de David y Amanda, tío y sobrina, que después de un atentado en un parque, pierden a Sandrine, hermana y madre, respectivamente.

Hers plantea una película que, en su primera media hora es una comedia ligera de relaciones familiares y personales, donde conoceremos a esta peculiar familia y también a Léna, una amiga especial de David. A partir de la tragedia, la película se encamina al drama, pero no a ahondar en el melodrama, sino en un drama vital e íntimo, en el que nos sumergiremos en las vidas de los que sobreviven a la tragedia, a esas existencias dañadas, a su cotidianidad, a aquello que no sale en los medios, al día después de la noticia, a ese día a día que, a veces se hace oscurísimo y otras, sin venir a cuento, se llena de luminosidad, a esas emociones a ritmo de crucero, a una mezcla de sentimientos que van del odio al amor y viceversa, a esos llantos y risas que nacen desde lo más profundo en los lugares más insospechados, junto a un amigo, en mitad de una estación de tren abarrotada o explicándole a su sobrina de 7 años que nunca volverá a ver a su madre.

Y en mitad de ese cúmulo de sensaciones, tristezas y alegrías, esta la ciudad de París, con sus idas y venidas, sus ajetreos diarios, y su inmensa población llenándola de vida y también, de ausencias, sensación que quedará muy reflejada cuando David va a visitar a Léna a su pueblo, donde el tiempo se calma y las cosas parecen tener otra naturaleza, una materia más cercana y diferente. Hers vuelve a contar, como ha hecho en sus anteriores trabajos, con el cinematógrafo Sébastien Buchman para capturar esa luz parisina y el tumulto de esos trayectos en bicicleta, que también describen esa pulsión emocional que tienen los personajes y las relaciones que los unen. El montaje obra de Marion Monnier (colaboradora de nombres tan importantes como Hansen-Love o Assayas, entre otros) componiendo ese ritmo entre ligero y tenso que tanto requiere el drama que nos cuenta la película.

Para transmitir ese mana de emociones contradictorias y la tragedia cotidiana con la que deben convivir los diferentes personajes se requería intérpretes cercanos y transparentes como Vincent Lacoste (que habíamos visto en Eden, de Hansen-Love, o en Vivir deprisa, amar despacio, de Honoré) con ese aire de ligereza y despreocupación que tiene David, recordándonos tanto por su aspecto físico como emocional al Gaspard que hacía Melvil Poupad en la maravillosa Cuento de verano, de Rohmer. Bien acompañado por la niña Isaure Multrier como Amanda, en su primera aparición en el cine, protagonizando con el personaje de Lacoste los momentos más intensos de la cinta. Con las agradables presencias de Stacey Martin como Léna, transmitiendo la tristeza después de la tragedia, y un buen contrapunto con el personaje de David, y finalmente, a Greta Scacchi en un personaje interesante que nos descubrirá aspectos actuales.

Hers ha construido una película magnífica y cálida, llevándonos por unos personajes en proceso de reconstrucción, en vidas dañadas, en existencias detenidas en seco, en vidas que deben volver a vivir y sentir, sin miedo, apoyándose mutuamente, porque no hay otra, compartiendo emociones, tristezas y alegrías, porque ahora es todo lo que tienen el uno y el otro. Mi vida con Amanda se hermana con Verano 1993, de Carla Simón, en su forma de presentar y construir el duelo, la ausencia y la amalgama de emociones que se sienten después de la tragedia, la convivencia con el dolor, en un mundo diferente, extraño, que huele de otra manera y sobre todo, se refleja con otro aire, un aire que nos ha cambiado, que nos ha transformado, que ha dejado a lo que éramos y ahora, debemos empezar a caminar a ser lo que dejamos, a valorar todo aquello que tenemos y sobre todo, cuidarnos mutuamente en compañía de los que nos quieren y queremos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Assumpta Serna

Entrevista a Assumpta Serna, actriz de “Bernarda”, de Emilio Ruiz Barrachina. El encuentro tuvo lugar el miércoles 24 de octubre de 2018 en el hall del Hotel Omm en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Assumpta Serna, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría y Àlex Tovar de Suria Comunicación, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Dede, de Mariam Khatchvani

UN ESPÍRITU INDOMABLE.

En un instante de la película, donde asistimos a una carrera de caballos, Dina, la protagonista, cabalga a lomos de un corcel negro, su determinación y sus maneras guiando al caballo, nos devuelven ese aire de libertad y determinación que tienen ciertas personas, desvelándonos algo que ruge en su interior, mostrándonos ese espíritu indomable y rebelde que demostrará a lo largo del metraje, un alma inquieta y fuerte que no se arrodillará frente a nadie ni nada que se le interponga en su camino. La puesta de largo en la ficción de Mariam Khatchvani (Ushguli, Georgia, 1986) después de un período dedicada al documental y al cortometraje, donde ha sido reconocida internacionalmente, es una película inspirada en la vida de su abuela, donde la directora pone el foco en una mujer, la joven Dina, que vive en una de esas aldeas, en la región de Svanetia, entre las montañas del Cáucaso, en Georgia. La directora nos sitúa en los albores de 1992, después del amparo soviético, los georgianos se enfrentaban a una guerra interna y a sus propios conflictos territoriales.

Aunque, Khatchvani nos habla de otra guerra, la que sufre Dina, que obligada por la familia a casarse con David, que vuelve de la guerra, aunque la joven está enamorada de Gegi, compañero de armas de David. Dina no es de esas mujeres obedientes y que se dejan amilanar, su carácter le hará enfrentarse a su familia y su futuro esposo, negándose a seguir la tradición y dispuesta a romper las normas y decidir su propia vida. La directora georgiana construye una ficción, pero que la hermana con el documental en muchos aspectos, y a las formas cinematográficas de Rossellini (por ejemplo en Stromboli, terra di Dio, cuando encerraba en esa isla-cárcel a Ingrid Bergman, extraña de sí misma y extraña para los lugareños) desde la elección del reparto, en el que sólo hay un actor profesional, George Babluani que da vida a Gegi (al que vimos en 13 Tzameti) el resto del elenco lo componen habitantes de la región donde se filmó la película, también, donde pasó la directora su infancia,  y otro dato significativo, la película se rodó en georgiano y en svano, un dialecto hablado por unas 30000 personas muy propio de la zona.

La película obedece a la tragedia clásica, donde alguien que sigue su propio instinto, se enfrenta al poder, aquí el sistema patriarcal atávico que impone su poder al de las mujeres, meros seres obedientes, esposas a su pesar (cuando no acceden son secuestradas, práctica deleznable que sigue vigente en las zonas rurales de otras repúblicas próximas como la de Kirguistán, como explicaba el documental Grab and Run, de Roser Corella) y sobre todo, madres bondadosas al servicio de su esposo y la familia de éste. Dina rompe esas reglas y lucha incansablemente para vivir su propia vida, aunque las cosas no serán nada fáciles y deberá estar alerta en todo momento. La cineasta georgiana compone un retrato fiel y sincero sobre la mujer rural georgiana de finales del siglo XX, sin caer en ningún discurso panfletario o condescendiente, la trama es dura y compleja, y crea una atmósfera inquietante y cruel, ya que mezcla la belleza de sus paisajes tanto primaverales como hibernales, mezclado con la execrable tradición machista que sigue vigente en las diferentes aldeas.

Dina, bellísima y magnífica la interpretación contenida de la debutante Natia Vibliani, que lo expresa todo de manera sobria, nos conduce por su historia, por encontrar su lugar en el mundo, a través de su perseverancia, sus conflictos interiores, y ese entorno conservador, tradicionalista y violento, una mujer vital, llena de energía, de amor y de vida, que no cejará en su empeño, a pesar de todos los reveses y palos que va encontrando en su existencia. Khatchvani construye una película que puede verse como una experiencia antropológica, retratando las formas y costumbres de vida de los habitantes de la zona, en la que hace gala de un gusto exquisito en su forma, combinando excelentemente los colores y el paisaje que rodea los pueblos, desde esos colores apagados y oscuros de las ropas rurales, a ese vestido rojo, que alberga todo el significado de libertad que desprende la protagonista, o esos planos, en sus mayoría fijos, que nos remiten a la prisión en vida que sufren las mujeres del relato, donde la cabeza más visible sería Dina, ya que ella ha decidido enfrentarse a lo inamovible para ser ella misma, tomar sus propias decisiones y mantenerse en pie, cueste lo que cuesto, y a pesar de quién sea, de su familia, su pueblo y sus malditas tradiciones.

Lluís Pasqual presenta Medea de Pier Paolo Pasolini

Encuentro con Lluís Pasqual, director de la obra “Medea”, con motivo de la presentación de la película “Medea”, de Pier Paolo Pasolini, junto a Octavi Martí de la Filmoteca, dentro del ciclo “Per amor a les arts”. El encuentro tuvo lugar el martes 17 de abril de 2018 en la Filmoteca de Cataluña en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lluís Pasqual, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño,  y a Jordi Martínez de Comunicación de la Filmoteca, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

1945, de Ferenc Török

DESENTERRAR LOS PECADOS.

Un caluroso día de agosto de 1945, bajan del tren dos judíos ortodoxos que transportan dos baúles, y se encaminan en dirección a un pequeño pueblo de la Hungría rural. El pueblo se prepara para la boda del hijo del secretario municipal, aunque, la llegada de los forasteros agitará a sus habitantes y despertará lo más oscuro de su pasado reciente. El sexto trabajo del cineasta Ferenc Török (Budapest, Hungría, 1971) basado en el relato corto Hazatérés (Regreso a casa) de Gábor T. Szántó, coguionista junto al director de una película que recupera el aroma de los mejores westerns como Sólo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1955) o Conspiración de silencio (John Sturges, 1955) dramas vestidos de tragedia griega, donde la aparición de alguien que viene de fuera, ya sea en son de paz o todo lo contrario, afectará de manera crucial a los habitantes del pueblo, seres que tienen mucho que esconder y más que callar, porque ese pasado violento que creían enterrado y olvidado, volverá a sus mentes atormentándolos. La película vuelve la mirada hacia el pasado más ignominioso de la historia de Hungría y tantos países de su alrededor, durante la ocupación nazi, centrándose en la condena y expulsión de muchos judíos de los pueblos y ciudades, y posteriormente, arrebatándoles sus viviendas y negocios.

Una cinta sobre el pasado oscuro, sobre tantos episodios violentos sufridos por unos y perpetrados por otros, donde la llegada de los extraños despertará fantasmas del pasado, viejas rencillas y demás aspectos violentos que tanto tiempo han estado ocultos y aparentemente olvidados, dentro de una película que se enmarca en un período concreto, cuando al final de la segunda guerra mundial, y una vez vencido el fascismo, el comunismo todavía no había llegado, en ese tiempo de transición donde todavía había tiempo para la esperanza y construir una sociedad diferente (con la atenta mirada de los soldados soviéticos que ya empezaban a llegar). Los poderes facticos del pueblo se verán amenazados y convulsos por esas figuras negras y caminantes que se aproximan al pueblo, quizás para reclamar lo que es suyo, aquello que les fue arrebatado injustamente, el temor a perderlo todo, a enfrentarse a su pasado violento, será el detonante para que unos y otros, se muevan con rapidez y preparándose para esa amenaza que se cierne sobre sus vidas.

El representante municipal, además de dueño de la tienda del pueblo, junto con el sacerdote, y finalmente, un tipo que anda borracho y traumatizado por ese pasado que por más que lo intente, no ha podido olvidar. Török sigue explorando los avatares históricos que han sacudido su país desde el final de la segunda guerra mundial, aspectos recurrentes en su filmografía, como la ocupación soviética, el final del comunismo, y los primeros años de la “democracia” en Hungría, temas que el director húngaro lo ataja desde la variedad de los puntos de vista, y cómo el ser humano se ve sujeto a las decisiones políticas que casi nunca van en consonancia con las necesidades de los más necesitados. En su sexto largometraje construye un drama seco, áspero, de gran tensión psicológica, donde sus personajes se mueven por instinto, arrastrando ese miedo que acecha, ese miedo que les devuelve a su sitio, que les despierta lo peor de cada uno de ellos, un miedo que te agarra y no te suelta hasta dejarte seco y herido de muerte.

Török imprime a su relato un forma estilizada en la que aporta un primoroso y sobrio blanco y negro, obra del veterano cinematógrafo Elemér Ragályi, curtido en mil batallas, que realiza un trabajo espléndido, dotando al filme de una extraña luz, con esas figuras negras (como si sus habitantes más que asistir a una boda fueran a un funeral) rodeados de esa tierra quemada, esas casas pálidas, con sus calles polvorientas, y esos interiores mortecinos, en el cada encuadre está sujeto a la perspectiva de los aledaños mirando de hurtadillas a través de ventanas, de puertas, como si toda esa nube negra disfrazada de pasado se cerniera sobre el pueblo como una tormenta amenazante que acabará con todos, y se los llevará hasta el mismísimo averno, con ese calor abrasador que atraviesa a unos personajes acostumbrados a permanecer en silencio, ya que tienen mucho que callar, y a mentirse entre ellos, a no soportar la asfixia de los sitios cerrados y pequeños, y no dejarse llevar por lo que sienten, como les ocurre al triángulo amoroso de los jóvenes que estructura el drama de la cinta, quizás el elemento esperanzador de un futuro que parecía prometedor.

Török se acompaña de un extraordinario reparto coral, con esa veracidad y naturalidad fantástica, en la que plantea una película de ritmo pausado y tenebroso, en el que sus 91 minutos pasan de manera vertiginosa, encauzando unas tres horas de duración real de la historia, desde que llegan los forasteros hasta que hacen su cometido, donde la acción se agarra al interior de los personajes, que sufren y sienten el peligro que les amenaza, donde el estallido de violencia se palpa en cada calle, cada habitación y cada rincón del pueblo, y las miradas de los habitantes, que se mueven como alimañas intentando huir de ellos mismos y de paso, expiar sus pecados, aquello del pasado que ocurrió y quieren olvidar o simplemente no hablar de ello, aunque no todos lo consiguen. Una drama sobre los aspectos más oscuros de las guerras, sobre la condición humana, su miedo, su egoísmo y su avaricia, donde unos ganan y otros sufren esa victoria, porque nunca hay salvadores de la patria, sino algunos que aprovechan las circunstancias para vencer al más debilitado, y de esa manera, seguir escalando en su posición social y económica.


<p><a href=”https://vimeo.com/255395726″>Trailer 1945 – VOSE</a> from <a href=”https://vimeo.com/festivalfilms”>FESTIVAL FILMS</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

 

El sacrificio de un ciervo sagrado, de Yorgos Lanthimos

LA SANGRE DE LOS TUYOS.

Una ciudad como otra cualquiera en un país occidental, y una de esas familias burguesas, formada por Steven Murphy, reputado cirujano cardiológico, y su esposa, Anna, oftalmóloga de prestigio, y sus dos hijos, Kim, de 14 años y el pequeño, Bob de 12. Forman ese tipo de familias tradicionales, de grandes casas residenciales con jardín y piscina, donde el orden y la tolerancia reinan en su hogar y sobre todo, en sus vidas, muy planificadas, correctas y perfectas. Aunque todo ese orden aparente e inmaculado, se verá afectado por la entrada en ese hogar de Martin, un adolescente de 16 años que ha entablado amistad con el doctor. Yorgos Lanthimos (Atenas, Grecia, 1973) vuelve a la carga con uno de esos relatos donde todo parece funcionar con armonía y amor, pero más lejos de las apariencias, todo ese mundo oculta otro, como sucedía en “Al otro lado del espejo”, de Carroll, donde Alicia descubría un reverso de su vida que la interpelaba completamente. Lanthimos arrancó su filmografía con Kinetta (2005) donde relataba un thriller plagada de asesinatos, pero será con su segundo trabajo Canino (2009) en el que construía un drama doméstico en el que un padre educada a sus hijas alejándolas del exterior, dentro de un paisaje perverso y desgarrador. Continuó con Alps (2011) con una trama siniestra en el que un departamento de un hospital disponía de personas que ocupaban el lugar de los fallecidos, y siguió con Langosta (2015) con Colin Farrell, en el que en un mundo distópico los individuos sin pareja debían encontrarla en un plazo acotado en un centro disponible para ello.

Universos perversos, situaciones incómodas y personajes que ocultan esas experiencias vitales que les romperían tanto su propia armonía como la de su entorno. Lanthimos con su habitual equipo, Efthimis Filippou en la escritura, Thimios Bakatakis en la fotografía y Yorgos Mavropsaridis en el montaje, logra un thriller psicológico de grandísima altura, en el que nos atrapa con una sencillez extraña, en unos planos secuencias larguísimos y filmadas con gran angular, que consigue producirnos esa extrañez rara, que se agarra a nuestras entrañas, en las que logra situaciones de una perversidad, tanto psíquica como física, sumergiéndonos en ese otro lado del espejo, donde nos convertimos en almas sucias, terroríficas y despiadadas, donde sacaremos nuestros más bajos instintos macabros, sexuales y sociales, convertidos en entes que se mueven sin más, donde nuestras vidas racionalmente construidas se destrozan con la fragilidad de un castillo de naipes.

Lanthimos despedaza este mundo de materialismo y falsedad, y juega con nosotros a un extraño y terrorífico juego en el que la culpa, la mentira y la hipocresía dominan a sus personajes, despojándolos de toda esa apariencia, y convirtiéndolos en seres que se mueven por instintos, miedos e inseguridades. Lo que empieza como la llegada amable y simpática de Martin a ese hogar de limpieza y armonía, se convertirá en una pesadilla que parece no tener fin, y destapará la suciedad que se esconde bajo la alfombra, en un thriller de una gran factura visual, y rompedor en su trama, sometiéndonos en un degradante laberinto que sacará lo peor de cada uno de los personajes, en este malévolo descenso a los infiernos, donde Lanthimos, apoyado en su peculiar destreza argumental, nos sumergirá por el thriller psicológico, el drama íntimo y familiar, y lo sobrenatural, en un extraño y doloroso virus que primero atacará físicamente a los personajes, para luego arrastrarlos por inexplicables dolores emocionales que no tienen fin ni parangón. El director heleno construye una fascinante home movie en el seno de una familia que esconde una tragedia del pasado, un suceso que volverá a sus vidas en la figura de Martin, un chico aparentemente reservado y tímido que, buscará venganza, un marido para su madre y un padre, aquel que murió en la sala de operaciones del Dr. Murphy.

En el cine de Lanthimos hasta la situación más cotidiana se presenta como una especie de pesadilla, que hace daño y nos ataca a nuestros prejuicios y convenciones, en un viaje emocional que ataca allí donde más duele, a donde somos más vulnerables, a nuestras entrañas, en un cine que podríamos encontrar sus más directos referentes en el cine de Buñuel, Lynch, en el cine de terror, por sólo citar algunas de las inspiraciones del cineasta griego. Un cine que a través de la sencillez formal, nos atrapa con lo más mínimo, seduciéndonos suavemente, como si una serpiente nos subiera por las piernas, y cuando quisiéramos darnos cuenta ya la tenemos estrangulándonos lentamente el cuello hasta morir. Un reparto encabezado por Colin Farrell, que repite después de Langosta, interpretando a ese padre que intenta inútilmente escapar de su responsabilidad y deberá tomar una decisión que afectará a su familia, Nicole Kidman como la madre y esposa protectora que no conseguirá alejar a ese maligno que ataca y destroza su hogar y a los suyos, y la terna de interpretes jóvenes empezando con Barry Keoghan que compone un Martin siniestro y perverso que no cejará en su idea aunque le vaya a costar mucho más de lo que creía, y finalmente, los dos hijos de los Murphy, víctimas propicias elegidas del mal que los azota y no parará hasta que se consuma su objetivo.