El fred que crema, de Santi Trullenque

INVIERNO DE 1943, EN LA FRONTERA.

“Toda bondad y heroísmo surgen de nuevo, para luego ser destruidos y volver a resurgir. El mal nunca triunfará, pero tampoco morirá”.

John Steinbeck

Erase una vez… Durante el invierno de 1943, en Andorra, en uno de esos pueblos fronterizos, nos encontramos con Sara y Antoni que esperan su primer hijo y apenas tienen algo que echarse a la boca. Toda su triste realidad cambiará cuando deben acoger a una familia judía huida con los nazis al acecho. Un suceso que, además, destapará tensiones familiares que vienen del pasado. El fred que crema, la opera prima de Santi Trullenque (Barcelona, 1974), tiene una estructura de cuento de toda la vida, con la misma apariencia que le gustaban a Manuel Gutiérrez Aragón, sino recuerden El corazón del bosque, mezclado con el aroma del western fronterizo muy propias de Hawks, y también, la amargura y la tristeza que acompañan a los individuos que pululaban por esos relatos sucios y amargos como en McCabe and Mrs. Miller (1971), de Robert Altman, en Perros de paja (1971), de Sam Pekinpah, y en El gran silencio (1968), de Sergio Corbucci, y esos ecos de las tradiciones de los pueblos, con sus canciones, sus bailes, y sus conflictos, y aún más, salidos de una durísima Guerra Civil.

El relato, que parte de la obra teatral Fred, de Agustí Franch que coescribe el guion con el propio Trullenque, está construido a través de sus personajes, de aquello que saben, que ocultan, y de  aquello otro que temen. Unos personajes que se ven envueltos en un conflicto complejo, debatiéndose entre lo que les dicta la razón y por otro lado, la emoción, en una tensión in crescendo que la asemeja a un cuento de terror clásico donde la amenaza y la muerte se ciernen sobre los habitantes del pueblo. Con un magnífico trabajo técnico donde todos los apartados van a una, consiguiendo esa conjunción que funciona con fuerzo y brío, con una luz que firma Àlex Sans, que debuta en el largometraje de ficción, llena de contrastes y sólida que marca con sabiduría todos los conflictos que se van sucediendo, donde el color rojo sobresale en ese paisaje blanco y muy gélido, con unos estupendos interiores iluminados con luz natural y cálida. La fantástica composición del música Fancesc Gener, que ha trabajado con Laura Mañá, Miguel Courtois y la reciente Chavalas, con una banda sonora que explica todo aquello que sienten los personajes sin caer en el subrayado.

El grandioso trabajo de sonido del tándem Èric Arajol Burgués y Sisco Peret, que han trabajado en películas de Mar Coll, Claudio Zulián, entre otras, y el estupendo montaje de Marc Vendrell, debutante en el largometraje, con un sobrio ejercicio que llena de ritmo y tensión las casi dos horas de metraje. El equipo artístico brilla a la misma altura que la parte técnica, porque tenemos a una maravillosa Greta Fernández en la piel y la fuerza de Sara, una mujer en su sitio que sabe que le conviene y pondrá su familia por delante ante este asunto que cada vez está más negro, y su marido, el Antoni en el rostro de Roger Casamajor, un actor de pura sobriedad y un tipo que a pesar de todo en contra hará lo imposible para salvar a la familia judía, el gran Pedro Casablanc en uno de esos personajes que arrastran mucho pasado, Adrià Collado en la piel del “otro” del pueblo, acérrimo enemigo de Antoni, y el cacique del pueblo, y finalmente, el lobo de la historia, el oficial nazi Lars, al que todos temen y rehúyen, interpretado magníficamente por el actor Daniel Horvath.

Trullenque ha construido una película de personajes, sumergidos en una tensión psicológica agobiante, como en las películas de antaño, donde seguimos a unos individuos metidos en tesituras morales difíciles de lidiar, porque en El fred que crema todo pende de un hilo, y en muchas ocasiones, todos vigilan y todos son vigilados, porque nada pasa porque si, porque tanto los que se ocultan tiene  la necesidad de sobrevivir para seguir en la pelea y los otros, los invasores, tienen ojos en todos los sitios y lo escuchan todo, y tarde o temprano darán con el agujero y ya nada será igual. También, podemos ver la película como un análisis profundo y certero sobre la naturaleza del mal, sobre los hechos y las conductas que nos hacen tomar aquella u otra decisión que tendrá una repercusión trascendental en nuestras vidas, y cómo afectan esas decisiones a los que viven con nosotros o dependen emocional o económicamente de nosotros. Difícil gestión de unos hechos que nos sobrepasan, del que estamos condenados, que nos defendemos como podemos, con nuestros miedos, desesperanzas y hambre.

Trullenque no lo tenía nada fácil en su primer película para la gran pantalla, pero se ha lanzado con una buena historia, una forma que atrapa y unos intérpretes que transmiten humanismo y cercanía, y ha conseguido salir bien parado del envite que no era nada fácil, porque ya vendrán los de siempre diciendo que otra película sobre la guerra y los nazis, y no sé que más, porque al que suscribe le pasa todo lo contrario, que le faltan más películas sobre la guerra y sobre nazis, y sobre todo, porque los humanos o si nos queda algo de humanos, seguimos optando por la guerra, por el terror y por matar a los demás por el bien de nuestros objetivos o lo que sea, nuca lo entenderé y mejor así, porque me ocurriría como a los personajes de El fred que crema que sin comerlo ni beberlo anteponen la vida a la suya propia, y defienden la humanidad ante el terror de los otros, esos que solo desean destruir, y ante eso, la vida, la alegría, cantar las canciones junto al fuego y esas cosas en las que estamos pensando… JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Deja un comentario