Entrevista a Estibaliz Urresola Solaguren

Entrevista a Estibaliz Urresola Solaguren, directora de la película “20.000 especies de abejas”,  en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el lunes 17 de abril de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Estibaliz Urresola Solaguren, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Andrés García de la Riva de Nueve Cartas Comunicación y a Lara P. Camiña de BTeam Pictures, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola Solaguren

MIRARSE EN EL OTRO. 

“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos”

“El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry

Si el sentido que más nos evoca el cine no es otro que la mirada, es indudable que no sólo las películas nos invitan a mirar, sino también, y esto es más importante, a mirar bien, o dicho de otro modo, a mirar con el corazón, a no sólo quedarse con aquello que vemos, sino con lo que hay en el interior de lo miramos, mirando el alma de lo que tenemos delante, adentrándose más allá. La película 20.000 especies de abejas, el primer largometraje de ficción de Estibaliz Urresola Solaguren (Bilbao, 1984), nos propone un ejercicio sobre la mirada, una actividad de detenerse y mirar lo que nos rodea, y sobre todo, a mirar a los que nos rodean, a todo aquello que se oculta frente a nosotros, a todo aquello de difícil acceso, a lo que no se ve a simple vista, a lo que de verdad importa. Porque la película, entre otras cosas, se sustenta en la mirada, en ese acto sencillo y revelador, que sus personajes no acaban de hacer, ya sea por miedo, por inseguridad, por lo que sea. 

Una película transparente y sensible que nos invita a mirar, o porque no decirlo, nos obliga a mirar, a detenerse, a olvidarse de los quehaceres cotidianos y demás, y mirar y mirarnos, porque es un gran ejercicio, y totalmente revelador de aquello que nos ocurre y no queremos admitir. Los trabajos anteriores de la directora vasca exploraban la identidad de sus individuos, a la búsqueda de uno mismo y de todo lo que ello conlleva, como en sus piezas cortas como Adri (2014), Polvo somos (2020), y Cuerdas (2022), y en su largo documental Voces de papel (2016), sobre la agrupación Eresoinka, que siguió cantando en euskera después del final de la Guerra Civil. En su debut en la ficción en forma de largo, la cineasta bilbaína también nos habla de la identidad, en la figura de Cocó, una niña trans de ocho años, en un verano en el pueblo de sus abuelos. Una niña a la que todos se empeñan en llamar Aitor, una niña que se esconde de los otros, que se mantiene en silencio, una niña atrapada en la incomprensión de los otros, los adultos, y en concreto de Ane, su madre, que no acaba de aceptar la situación y se oculta en sus problemas sentimentales y profesionales. 

La película nos cuenta esta pequeño y gran conflicto de forma sabia y magnífica, porque lo hace desde la sensibilidad, sin ser sensiblera, desde lo insignificante sin ser condescendiente, y lo hace desde lo humano, sin ser sentimentaloide, sino todo lo contrario, desde esa cámara que se sitúa frente a la mirada de los niños y de Cocó, una infancia que acepta con menos resistencia la identidad de la niña, en relación a los adultos, que en su mayoría se manifiestan en una posición contraria y prejuiciosa, si exceptuamos a la tía Lourdes, un personaje sabio, sensible y conocedora del mundo de las abejas, son oro puro sus conversaciones con la niña, un personaje que no estaría muy lejos de la abuela espectral de Rosa, la protagonista de La mitad del cielo (1986), de Manuel Gutiérrez Aragón. La maravillosa luz de Gina Ferrer García, de la que hemos visto su trabajo en películas como Panteres, Farrucas, Tros, La maniobra de la tortuga y A corpo aberto, se mueve entre el naturalismo y la sencillez de mostrar de forma reposada y sin estridencias todo el conflicto que están viviendo todos los componentes de la familia, las tres generaciones reunidas en la casa en un verano que no será como otro cualquiera. 

El exquisito y concienzudo trabajo de montaje de Raúl Barreras, del que se estrena la misma semana La hija de todas las rabias, de Laura Baumeister, que tiene esa fuerza y delicadeza para contarnos tantas cosas en sus fantásticos 129 minutos de metraje. El gran trabajo de sonido de una grande como Eva Valiño, con más de 80 trabajos a sus espaldas, y la mezcla de Koldo Corella, del que hemos visto títulos tan interesantes como Hil Kanpaiak, Suro y La quietud en la tormenta, entre otros. 20000 especies de abejas nos remontan a algunas de las películas setenteras de Carlos Saura. Pensamos en La prima Angélica, Cría Cuervos y Mamá cumple 100 años, donde se habla de complejas relaciones familiares, y el mundo de la infancia y los adultos, tan diferente y alejado, donde el maestro aragonés era todo un consumado explorador de todas esas grietas emocionales que anidan en la oscuridad. Encontramos a la Lara Izagirre, directora de títulos como Un otoño sin Berlín y Nora, ahora productora junto a Valérie Delpierre, responsable de títulos tan significativos como Estiu 1993, de Carla Simón, y Las niñas y La maternal, ambas de Pilar Palomero, todas ellas reflexiones sobre la infancia y sus complejidades y en relación a la familia. 

En 20.000 especies de abejas encontramos un viaje corporal y emocional que nos sumerge y bucea en las intrincadas relaciones entre niños y adultos, que explica a partir del detalle y el gesto, que no usa música extradiegética, y si una música que escuchamos en vivo o a través de grabaciones, necesitaba todo el acercamiento y sensibilidad de unos intérpretes que generan la intimidad que tanto desprende cada espacio y cada mirada de la trama. Tenemos a las veteranas Itziar Lazcano y Ane Gabarain como la Amama y la tía Lourdes, el sol y la sombra de la historia, interpretadas por dos actrices de largo recorrido, la presencia siempre estimulante de una actriz tan capacitada como Patrica López Arnaiz, acompañándola en su viaje particular, el físico, que viene de Bayona, del País Vasco francés, hasta la casa de sus padres, en el pueblo, con tres hijos, un trabajo que no llega, el peso de seguir la tradición de su padre como escultora, y un amor que parece que es poco amor. Después está Sofía Otero, la niña que hace de Cocó, la niña que no quiere ser Aitor, la niña que lucha en silencio para ser quién quiere ser, escogida en un casting en su debut como actriz, que le ha valido el prestigioso Oso de Plata de la Berlinale, un espectacular reconocimiento que nunca se había producido, y no es para menos, porque lo que hace Sofía Otero es sencillamente abrumador, delicado y muy bonito, una composición que nos recuerda a la Ana Torrent de El espíritu de la colmena, a la Laia Artigas de Estiu 1993 y la Andrea Fandós de La niñas, todas niñas como ella explorando sus vidas e identidades en un mundo donde los adultos van a lo suyo y las miran muy poco, y cuando lo hacen, nunca es de verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Patricia López Arnaiz e Ibon Cormenzana

Entrevista a Patricia López Arnaiz e Ibon Cormenzana, actriz y director de la película “La cima”, en el Hotel Catalonia Gran Vía en Barcelona, el miércoles 23 de marzo de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Patricia López Arnaiz e Ibon Cormenzana, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La cima, de Ibon Cormenzana

GESTIONAR LA PÉRDIDA.

“Todos tenemos nuestro propio ochomil”

Edurne Pasaban

Amén de producir más de 40 títulos a directores como Mateo Gil, Pablo Berger, Claudia Llosa, Julio Medem, Rodrigo Sorogoyen, entre otros. Ibon Cormenzana (Bilbao, 1972), ha dirigido cuatro títulos como director. Tres de ellos centrados en temas tan incómodos como el suicidio y la depresión. Sus personajes navegan sin rumbo, azotados por unas tragedias que les han pasado una factura terrible, individuos en procesos arduos y complejos de reconstrucción emocional, expuestos a unas existencias que duelen mucho. Hace cuatro años veíamos Alegría, tristeza, donde conocíamos a Marcos, un tipo bloqueado que pedirá ayuda para salir de su conflicto. Ahora, nos encontramos con Mateo, alguien que también está huyendo de sí mismo, y que tiene un propósito: hacer un ochomil, en concreto, la cima de Annapurna de 8091 metros, y lo quiere hacer solo, y sin oxigeno, toda una temeridad, y también, todo un reto suicida. Mateo se encontrará en su ascensión a Ione, una alpinista experimentada que es la primera mujer que ha conseguido por primera vez hacer los catorce ocho mil, personaje que nos recuerda a Edurne Pasaban.

Ione está refugiada en una cabaña en la montaña, sola y dejando pasar los días. Tanto Mateo como Ione son dos personas asfixiadas por el dolor, y los dos lo gestionan de formas muy diferentes. Él, quiere hacer la cima en invierno y solo, gesta que no ah conseguido nadie hasta la fecha, y ella, quiere olvidarse de todos y todo. La cima es una película con solo dos personajes, dos individuos perdidos en mitad de la nada, aislados del mundo, solos con sus traumas, en un relato potente y demoledor sobre la gestión de los traumas, que fusiona con criterio y audacia un paisaje hermoso e inhóspito con una historia profundamente minimalista, un relato-retrato sobre lo que hay o mejor dicho, lo que queda en alguien después de la tragedia, y cómo convive con ese dolor que no se cansa de torpedearnos la vida o lo que queda de ella. El cuarto trabajo de Cormenzana es también la historia de un encuentro, un cruce de caminos, donde asistimos al proceso diario y cotidiano de dos personas que tienen en común más de lo que en apariencia parece ser.

La montaña actúa como esa barrera inmóvil que los atrae y los repele, ese vasto muro que parece no tener fin, un muro atrayente y a la vez, difícil de superar, y no solo eso, la cima de Annapurna es ante todo un símbolo para estos dos personajes, como podría ser cualquier ocho mil, no un peldaño más, sino el peldaño de sus procesos, ese muro de las lamentaciones a la inversa, algo así como una idea fija para Mateo, que tiene que hacer sí o sí, cueste lo que cueste, poniendo su vida en peligro. Por su parte, Ione, después de su histórica hazaña de alcanzar los catorce ocho mil, vive o sobrevive estancada, con un sueño ya hecho, y sin encontrar todavía algo que le enganche a la vida, y sobre todo a las personas. El director bilbaíno vuelve a contar con algunos de sus colabores más cómplices como el cinematógrafo Albert Pascual, que compone una luz que juega con el brillo de los exteriores, con la negritud del interior de los personajes, y la calidez de la cabaña. David Gallart en montaje, construye una película de 85 minutos, en el que hay de todo, calma, tensión, silencios y un poco de cercanía.

El guion conciso y potente de Nerea Castro, que debuta en el largometraje, a partir de una idea del propio director, y la excelente música de Paula Olaz (de la que escuchamos la reciente Nora, de Lara Izagirre, y ha trabajado para Telmo Esnal o el trío de directores de Handia y La trinchera infinita, entre otras), que sabe contar todo aquello que no vemos y sentimos en una historia que es tan importante lo que se ve como lo que no, con todo ese interior oscuro por el que se mueven sus personajes. Una película que se mueve entre lo físico, con esa espectacularidad en las secuencias de montaña, con el asesoramiento de dos expertos como el alpinista Jordi Tosas y el guía de montaña Nacho Segorbe, entre otros, y también, entre lo emocional, necesitaba dos intérpretes de gran altura como Javier Rey, con ese comienzo brutal saliendo de la playa, que ya augura las dificultades por las que pasara su personaje en la montaña, y Patricia López Arnaiz, que repite con el director, dando vida a una mujer aislada y sin nada que hacer ni decir, procesando su vida, hacia donde va a ir, y sobre todo, si hay algo que hacer.

La cima no se deja llevar por la belleza mágica de la montaña, y en seguida, la muestra en toda su crudeza, mostrando todos sus peligros, que son muchos, en la que los personajes deberán luchar para conseguir seguir con su camino. Tiene la película ese aroma de la montaña como muro para vivir o morir en él, esa tierra infranqueable que invita a desafíos complejos y llenos de valentía, donde la naturaleza se convierte en belleza y terror, como ocurre en muchas de las películas de Werner Herzog. Dos almas en mitad de la nada, pasando por su vacío particular, en una cotidianidad llena de monstruos, conviviendo junto a ese dolor intenso y profundo, que tendrán en la montaña y su dificultosa ascensión, su propio viaje a los infiernos, o quizás, su forma de salir de ellos. Cormenzana ha cocinado a fuego lento un relato que atrapa por su sencillez e intimidad en su construcción de personajes, en todo su proceso personal y en la relación que se cuece entre ellos, y también, nos sobrecoge por todo el periplo que viven en la montaña, tanto aquel que sigue fiel a su viaje suicida y ella, como persona que debe reaccionar para salir de su letargo, aunque sea la última cosa que haga. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Patricia López Arnaiz

Entrevista a Patricia López Arnaiz, actriz de la película “La hija”, de Manuel Martín Cuenca, en el Gallery Hotel en Barcelona, el miércoles 24 de noviembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Patricia López Arnaiz, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Nadia López de Caramel Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Manuel Martín Cuenca

Entrevista a Manuel Martín Cuenca, director de la película “La hija”, en el Gallery Hotel en Barcelona, el miércoles 24 de noviembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Manuel Martín Cuenca, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Nadia López de Caramel Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La hija, de Manuel Martín Cuenca

LA MATERNIDAD OSCURA.

“Las ideas fijas nos roen el alma con la tenacidad de las enfermedades incurables. Una vez que penetran en ella, la devoran, no le permiten ya pensar en nada ni tomar gusto a ninguna cosa”.

Guy de Maupassant

De las seis películas de ficción que forman la trayectoria de Manuel Martín Cuenca (El Ejido, Almería, 1964), amén de sus documentales, tienen su base en la ambigüedad moral de sus personajes, unos individuos obsesivos en su tarea, capaces de todo para conseguir sus objetivos, en unos relatos en los que tanto víctimas como verdugos juegan sus roles, en muchas ocasiones, confundiéndolos, mezclándose unos con otros, donde todos se manipulan, en los que el poder va variando según quién lo obtenga y lo sepa mantener. Los trabajos de Martín Cuenca suelen situarse en paisajes, tanto urbanos como rurales, aislados, tanto físicos como emocionales, gentes que a pesar de sus ideas y sus acciones, siempre alejadas de lo moral, se sienten con el derecho de acometerlas, se lleven por delante quién se lleven, perseguidos por sus propias obsesiones y atrapados en una vorágine de desesperación y miedo.

Después de El autor (2017), basada en la novela “El móvil”, de Javier Cercas, donde un escritor incapaz de escribir su novela, empieza a espiar y a manipular a sus vecinos hasta límites obsesivos.  Ahora nos llega La hija, en un guion que firman el propio director y Alejandro Hernández, que además actúan como coproductores, un guionista que ha estado en todas sus obras de ficción, exceptuando La flaqueza del bolchevique (2003), y en el documental El juego de Cuba (2001), para elaborar una historia oscurísima, llena de tensión y muy obsesiva, con ese aroma que tanto le gustaban a Hitchcock y Lang, donde los personajes viven por y para su objetivo, mintiendo y traspasando todos los límites habidos y por haber, donde nos encontramos un lugar aislado, una casa metida en lo alto de la sierra, alejada de todos y todo, y con una pareja Javier y Adela, en una relación sentimental casi rota, y obsesionados con ser padres, y no se les ocurre otra cosa que, convencer a una niña, Irene, de 15 años, embarazada e interna de un centro de menores desamparados, donde trabaja Javier, y proponerle un plan siniestro, la cuidarán y cuando tenga el bebé se lo entregara.

Las cosas, dentro de una fragilidad inquietante, parecen ir bien, pero a medida que vayan pasando los meses, todo se enturbiará y el plan que parecía fuerte, empieza a resquebrajarse y empezarán las dudas, los miedos y ese mundo oscuro del que no podrán salir. Con una estupenda cinematografía de Marc Gómez del Moral (que también tiene en cartelera su trabajo en Pan de limón con semillas de amapola, de Benito Zambrano), con esos encuadres brillantes, donde se palpa la constante tensión entre todos los personajes, y esos planos cenitales de la casa y el paisaje rocoso donde se sitúa la historia. El inmenso trabajo de sonido de Eva Valiño, ayuda a crear esa hostilidad y persecución tremenda a la que se ven arrojados la pareja, y esa idea de casa aislada y llena de inquietud, con esos aires terroríficos como la morada aislada de El resplandor, de Kubrick, y el brillante montaje de Ángel Hernández Zoido, un grande de nuestro cine con más del centenar de títulos en su filmografía, que ha montado todas las películas de Martín Cuenca, sabe imprimir esa fuerza de tensión y suspense que persigue toda la película.

Como suele pasar en los trabajos del director almeriense, el reparto están bien compuesto y tanto los principales como los de reparto siguen una línea ascendente y brillan en sus cometidos, y cada uno de los personajes tienen su momento, aunque sean poco extensos. En este caso, encabezan unos grandísimos intérpretes, tenebrosos y llenos de miedo como la pareja que forman Javier Gutiérrez, que vuelve con Martín Cuenca después de El autor, y Patricia López Arnaiz, llenos de aristas, y lados oscuros, quizás la única cosa que todavía les une es el siniestro pacto en el que están metidos hasta el alma, la joven debutante Irene Virgüez Filippidis, que pasa por muchos estados y posiciones, reflejando esa imagen de fractura y fragilidad, sin nada que perder o mucho, según se mire, y esos maravillosos actores y actrices de reparto, como Juan Carlos Villanueva, el amigo policía de la pareja, que se pasará de tanto en tanto, creando esa hostilidad que llevará a los protagonista hasta el límite, Sofian El Benaissati es Osman, el novio de Irene, que también aparecerá en el momento más inesperado, y María Morales, la compañera de trabajo de Javier, presencias que ayudan a crear esa atmósfera turbia y hostil que emana de cada instante del relato.

La hija es un trabajo extraordinario, lleno de sensibilidad, tensión y de tremenda inquietud, que juega con el thriller y el terror, erigiéndose como en una nueva aproximación de Martín Cuenca a a la condición humana, a todas esas zonas oscuras que nos obsesionan, y sobre todo, nos dominan, arrastrados por esos deseos incumplidos, esas heridas que nos trastornan y nos empujan al abismo, y nunca mejor dicho en el caso de esta película, porque la casa, situada en lo alto de una colina, evidencia el profundo y oscuro estado de ánimo que domina a los protagonistas. Una película de pocos personajes, con momentos de cine de altura, donde todo emana honestidad y naturalidad, donde se asoma el thriller rural, el que se cuece en los ambientes pequeños y domésticos, salvaje y carpetovetónico, de azada y escopetazo, siguiendo la gran tradición española de la literatura como Delibes, Baroja, Ferlosio y Fernández Santos, y en el cine con los Saura, Camus, Gutiérrez Aragón y Borau, y demás, con ese realismo doloroso y maldito, con una profunda crítica social al país, y a sus ciudadanos y sus formas deshumanizadas y bestias de tratar y tratarse, evidenciando un universo siempre hostil, que se va resquebrajando y donde matar o ser matado es el pan de cada día. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Julio Medem

Entrevista a Julio Medem, director de la película “El árbol de la sangre”. El encuentro tuvo lugar el martes 30 de octubre de 2018 en el Cine Phenomena en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Julio Medem, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute y Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Maria Molins

Entrevista a Maria Molins, actriz de la película “El árbol de la sangre”, de Julio Medem. El encuentro tuvo lugar el martes 30 de octubre de 2018 en el Cine Phenomena en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Maria Molins, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute y Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

El árbol de la sangre, de Julio Medem

VERDADES SECRETAS.

En cada una de sus películas Julio Medem (San Sebastián, 1958) nos propone un viaje al subconsciente, hacia más allá de la realidad más cercana, donde la naturaleza y sus animales se funden con el alma de los personajes, en donde abundan los amores difíciles, pasionales y dolorosos, nos invita a una introspección de nuestros sentidos más profundos, a un universo paralelo, donde realidad y sueño se mezclan creando un mundo diferente, sensorial y extraño, un espacio por el que transitamos donde las cosas se ven y sienten de otra manera, ya no son igual, han cambiado, donde los personajes se mueven de manera diferente, donde todo lo que les rodea asume una nueva condición, más cercana a lo mágico, lo diferente y sobre todo, donde se manejan sensaciones y emociones nacidas de lo más profundo de nuestra alma. Un cine pegado a la realidad, a una realidad soñada, ilusoria, imaginativa, terrenal, donde lo mágico penetra en los personajes como arma contra la desesperanza, los miedos y desilusiones de la existencia. En su extraordinario debut Vacas (1992) nos proponía una historia de saga familiar y (des) amores con la primera guerra carlista de fondo, en su siguiente película La ardilla roja (1993) una joven amnésica pasaba sus vacaciones con un músico en crisis en un entorno natural y mágico, en Tierra (1996) Ángel, que se considera mitad hombre y mitad ángel, entra en conflicto en una zona donde habitan dos mujeres complementarias y diferentes, en Los amantes del Círculo Polar, nos retrataba la historia de amor de idas y venidas de una pareja desde su infancia, en Lucía y el sexo (2000) una joven huía de un desamor refugiándose en una isla con la idea de disfrutar del sexo y olvidar.

Después vendría La pelota vasca. La piel contra la piedra (2003) un documental que se desviaba de su universo en el que a través de una serie de testimonios se hablaba en profundidad del conflicto vasco. Cuatro años después presentaba Caótica Ana, una película que le devolvía a su mundo, en el que retrataba a una joven estudiante de arte mantenía una relación tortuosa con una joven. Película que le supuso una profunda crisis creativa que le llevó a emprender proyectos de otra mirada, en la que dirigió Habitación en Roma (2010) donde filmaba por primera vez en inglés, y de manera sencilla una historia de amor efímera de dos mujeres desconocidas, y en el 2015 con Ma ma, aunque había algunos rasgos significativos de su universo, la película andaba por otros lares para hablarnos de la enfermedad terminal de una mujer y la relación con los suyos.

Medem ha vuelto a su mundo, a sus lugares conocidos, y a esa mirada terrenal, pasional y onírica que abunda en su cine, un cine con personalidad propia, abundante en la creación de imágenes poderosas y cautivadoras, en el que los personajes viven realidades complicadas y muy de la tierra. con El árbol de la sangre, vuelve el mejor Medem, hablándonos de una fábula en el que intervienen 14 personajes que se relacionaran a lo largo de 25 años. Arranca la película con los más jóvenes, Rebeca y Marc, enamorados y deseos de conocer las relaciones oscuras y verdades no contadas de su historia y la de sus pasados,  con la firme intención de escribir esa historia,  en un enclave significativo para lo que quieren contarnos, un caserío en la Sierra de Urkiola, en el sur de Bizkaia, y frente a ese árbol que sustenta todas las ramas y raíces de esta historia que empezó 25 años atrás un verano en la Costa Brava y finalizará en otro verano. Medem habla de dos tiempos, el presente, más pausado, más cercano a esa naturaleza del norte, donde la pasión de la juventud se apodera del cuento, donde uno y otro, reescriben la historia de sus familias, que también es la suya propia, con abundantes elipsis, cambios de narrador, con momentos reales y otros imaginados.

En el segundo tiempo, vemos el relato de esas experiencias que nos cuentan Rebeca y Marc, con sus idas y venidas, sus saltos en el tiempo, donde una familia que viene de Rusia, ya que fueron niños de la guerra, se erige como la base de todo, donde dos hermanos serán los artífices de muchas de las historias que nos cuentan, dos palos diferentes, dos toros enfrentados, la racionalidad de Víctor con la furia de Olmo, y las mujeres de sus vidas, unas más importantes y otras, menos o nada, como La Maca, una antigua cantante punk aquejada de esquizofrénica y su hija, la Rebeca que nos cuenta su existencia, o Núria Bellmunt, desde donde arrancan las raíces del árbol, o el inicio de la historia y su encuentro con Olmo, y madre de Marc, o la escritora Amaia Zugaza y su matrimonio con Olmo (personaje que vertebra todo el relato y esa fuerza pasional que arrebata a todas las mujeres de la película) y los respectivos padres, abuelos reales o no, de Rebeca, que ilustran el compendio de personajes, historias y esas verdades secretas de las que nos habla Medem e irán saliendo a la luz a medida que Rebeca y Marc las vayan descubriendo, porque la verdad será desenterrada para dar luz y también, oscuridad, porque hay cosas que difíciles de digerir y necesitan fuerzas para enfrentarse a ellas.

Medem vuelve a la luz de Kiko de la Rica, esa imagen bella y onírica, y llena de naturalidad, que ya tenía Lucía y el sexo, donde realidad y sueño se fundían de manera extraordinaria, y el excelente montaje de Elena Ruiz, con esos dos tiempos con diferentes cambios de ritmo, como la realización y edición de las dos bodas, producidas en diferentes tiempos, lugares y sensaciones. Y no menos acordarnos de la excelente partitura de Lucas Vidal, que consigue sumergirnos en ese universo onírico, apabullante de sensaciones, donde todo lo imaginable tiene su espacio y cobra realidad. Un plantel de intérpretes en estado de gracia arrancando por la naturalidad y la pasión que destilan la pareja protagonista, unos increíbles Úrsula Corberó y Álvaro Cervantes, bien acompañados por Joaquín Furriel, que ofrece un aspecto varonil y visceral, con la sobriedad de Daniel Grao, o la dulzura de Patricia López Arnaiz, y la calidez de Maria Molins, y la delicadeza de Najwa NImri, en un personaje complejo, y los veteranos Emilio Gutiérrez Caba, Luisa Gavasa, Ángela Molina y José María Pou.

Medem ha construido un relato familiar de gran calibre, donde huye de aspavientos emocionales para constarnos una tragedia familiar, donde sus personajes son románticos en mayor o menor medida, porque todos se mueven por instintos y esa sangre que les bulle tan fuerte, donde conoceremos sus verdades, mentiras, deseos, (des) ilusiones y sus pasiones salvajes, en un retrato lleno de múltiples capas narrativas que van de un lado a otro sin descanso, donde cada descubrimiento nos devuelve a más dudas, reflexiones y miedos, donde todo empieza y acaba a cada instante, en el que los personajes, víctimas de su amor infinito, descontrolado y brutal, se convierten en presas de su destino, un destino demoledor, un destino que viene de un pasado oscuro y lleno de incógnitas, un pasado que será revelador para los protagonistas más jóvenes, los que escriben y cuentan su historia, desconociendo esa verdad tan grande que seguramente los acercará a su propia vida de forma muy distinta y más íntima.