Les amistats perilloses, de Pierre Choderlos de Laclos/Carol López. Teatre Lliure.

LA PERVERSIDAD DEL AMOR. 

“La fidelidad es de todas las virtudes la menos constante”.

Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos

Que el teatro y el cine tienen su común denominador en el artificio para contar historias es de sobras conocido, por eso no hay que caer en la trampa en defender que son dos medios similares, porque a parte de su propuesta fabuladora, sus mecanismos para conseguirlo son sumamente diferentes. Digo todo esto, porque cuando nos enfrentamos a una nueva versión teatral de Las amistats perilloses, la inmortal obra de Pierre Choderlos de Laclos publicada en 1782, que ha adaptado y dirigido Carol López (Barcelona, 1969), para el Teatre Lliure, hay que olvidarse de cualquier adaptación anterior, ya sea teatral o cinematográfica, y debemos hacer el ejercicio de ir lo más vírgenes posible, es decir, no volviendo a ver ninguna de las películas, ni leyendo nada que tenga que ver con análisis de la obra o de su autor, y mucho menos leerse el programa de mano de la obra en cuestión. Eso sí, si tenemos tiempo, sería preferible leer la obra literaria en la que se basa, para ir muy empapados sobre aquello que vamos a ver. 

La novela tiene miga, como se decía antes, porque ya en su prólogo nos ponen sobre aviso que aunque está publicada en el siglo XVIII, en los albores de la Revolución Francesa, lo que allí ocurre nada tiene que ver con su época, porque sus personajes visten y se relacionan con formas y costumbres que no son de la época y sí de otras, mezcladas e inventadas como muy bien acoge López en su montaje, con ese vestuario y caracterización, que abandona las pelucas y los excesivos maquillajes, y mantiene una ropa que combina diferentes épocas y deja ver los soportes de las faldas que se colocan por encima de la citada prenda, con un aire muy moderno, con los pantalones de la Marquesa de Merteuil, y esa vistosidad de colores y formas. Quizás, la historia que nos cuenta es que la que conocemos más de antemano, con ese pacto-estrategia al que llegan los dos protagonistas principales, la mencionada Marquesa y el Vizconde de Valmont, vaya dos, la fama les precede, de libertinaje y amantes efímeros, y de jugar con los sentimientos y vete tú a saber. Su trato perverso consiste, por si hay alguien que no lo recuerda; en que, si Valmont seduce a Madame de Tourvel, una mujer casada que destaca por su virtud, podrá tener una noche de placer con Merteuil. El juego ha empezado, y también, entran en liza la joven e ingenua Cécile, hija de Volanges, prima de la Marquesa, que será usada por Valmont para conseguir su objetivo. Habrá dos más almas en esta situación, Rosemunde, tía del Vizconde, y Danceny, el joven y apuesto profesor de inglés de Cécile, del que se enamorará perdidamente. 

Si recordamos algunos montajes que hemos visto de López sabremos que sus escenografías están muy pensadas y provocan un sentimiento espejo-reflejo en el espectador, porque destacan por su sencillez y así mismo, en una elaboración muy impactante, como recordamos en Germanes (2008), que vimos en La Villarroel, o en Bonus Track, de hace tres temporadas que también se representó en el Lliure, con esas siete sillas que esperan a sus respectivos personajes, o esas paredes que suben y bajan según el momento, con esa sofá y cama tan oportuno, y esos letreros neón que hacen presencia en Les amistats perilloses, esa bilingüidad tan natural en el transcurso de la obra, para marcar los diferentes tiempos y espacios de la obra, y esas incursiones a través de temas musicales modernos, que no citaremos para no desvelar ninguna sorpresa a los futuros espectadores, que nos ayuda a dejar claro la universalidad de todos los aspectos que se dan cita en la obra. La hora y cuarenta minutos de duración del montaje mantienen un ritmo brutal, en el no que paran de suceder cosas, planteada como acción y reacción, es decir, vemos las acciones de los diferentes personajes, y luego, los escuchamos relatando lo que ha sucedido, en una implacable resolución en el espacio escénico, en el que se van sucediendo casi al instante, al unísono, pasando de un espacio y tiempo, de uno a otro, sólo con un gesto y un movimiento de los intérpretes, como si estuviéramos viendo una película, imaginándonos los diferentes planos y demás. 

Aunque si tenemos que rendirnos al montaje que se ha marcado la dramaturga y directora barcelonesa, sólo tenemos que profundizar en su reparto, uno de sus elementos más importantes, porque a todas nos viene a la memoria sus excelentes y extensos repartos de las obras que hemos mencionado anteriormente. en esta destacan, como no podía ser de otra manera, la Marquesa de Merteuil en la piel de una brutal Mónica López, con esa capa por encima, esos pantalones y ese abanico y pelo corto, en un personaje cabrón como ella sola, en un ser rígido, de metal, pero con alma, y también, con corazón, aunque siempre nos lo esté burlando y burlándose de él. Frente a ella, y nunca mejor dicho, El Vizconde de Valmont con el rostro, el cuerpo, esa barba poblada, y esa melena recogida de Gonzalo Cunill, qué bueno es este actorazo, cómo habla, cómo se mueve, y encima como se comporta, como si con él no fuese la cosa. Va a costar mucho no imaginarse estos personajes con otros rostros que no sean estos. Mima Riera en el papel de Tourvel, su candidez, su belleza, su fragilidad, frente a los lobos de Valmont y Merteuil, una actriz poderosa, brillante y llena de energía en este viaje a los infiernos, o mejor dicho, este viaje al placer y a los sentidos más carnales. Elena Tarrats es Cécile, que la hace con brillo y armonía, en otro viaje, esta vez a descubrir la primera vez, y qué primera vez, como para olvidarla, sintiendo a los hombres y el sexo, y no olvidemos al actor inglés Tom Sturguess, que es un ángel metido en la jaula de la depravación y terreno pantanoso y cruel, haciendo de Danceny, y luego están, las señoras, la Volanges, que hace una siempre excelente Marta Pérez, con esos momentos de humor tan irresistibles y madre muy madre con la pequeña Cécile, que pronto veremos que no le hace falta ninguna madre protectora y estúpida, y finalmente, Eli Iranzo como Rosemunde, una mujer madura que pasa por ahí y tiene algunas frases de esas que vienen al caso y nos hacen reflexionar y mucho. 

Celebramos y aplaudimos con pasión el nuevo montaje de Les amistats perilloses, de Carol López, porque el sábado pasado, el 20 de mayo de 2023, fue una gran idea acudir a la sesión de las cinco de la tarde al Teatre Lliure de Montjuïc, porque disfrutamos, nos emocionamos y vibramos con la obra, y pensamos que después de esto, podemos afirmar que Carol López, lo volvemos a repetir porque lo ha hecho muy grande, puede con lo que le echen, antes ya lo sabíamos, porque sigue manteniendo esa audacia, esa mirada y ese arrojo necesario para meterse con una novela de casi 250 años de vida que habla mucho de mujeres, de la fuerza de las mujeres, de su pasión, de su arrojo, de sus miedos y sus amores, porque la pluma de Choderlos de Laclos nos enfrenta al deseo, la seducción, la perversidad, la maldad, la mentira y la oscuridad de la condición humana, sino también, a nuestras más nobles pasiones como los sentimientos, el amor y la dulzura con el otro u otra, y también, nuestras más bajas pasiones, el sexo y la carnalidad, desde muchos aspectos y condiciones y advirtiéndonos que si queremos jugar, debemos estar dispuestos a perder, y no sólo eso, también a perder a aquello que no sabíamos que amábamos o quizás, lo fingíamos. Tengan cuidado y no tienten a la suerte, porque lo que pueden perder. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dogville, un poble qualsevol, de Lars Von Trier/Sílvia Munt. Teatre Lliure.

LA INOCENCIA VIOLADA.

“El mal no es nunca ‘radical’, solo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. Es un ‘desafío al pensamiento’, como dije, porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la ‘banalidad’. Solo el bien tiene profundidad y puede ser radical.”

“Eichmann en Jerusalén” (24 de julio de 1963, carta a Gershom Scholem), en Una revisión de la historia judía y otros ensayos.

Si digo que no tenía muchísimas ganas de ver la adaptación al teatro de Dogville, de Lars Von Trier, una película que me impresionó en su estreno, y volvía a recuperar en la Filmoteca el martes pasado, faltaría a la verdad. Así que, el sábado pasado me acerqué al Teatre Lliure de Montjuïc a verla. La cosa de entrada pintaba muy bien, la adaptación está firmada por Pau Miró (Barcelona, 1974) dramaturgo y director que ha llevado a las tablas obras tan significativas como Víctoria, en el TNC hace unas tres temporadas, y también, Sílvia Munt (Barcelona, 1957) reputada actriz que hace años se ha pasado a la dirección cinematográfica y teatral, de ella he visto obras tan estupendas como Una comedia española, de Reza, El precio, de Miller o La respuesta, de Friel. Además, el Lliure siempre es un gran aliciente por la calidad de sus producciones, y si añadimos un buen reparto encabezado por Bruna Cusí, David Verdaguer, Lluís Marco, Andrés Herrera, entre otros, la invitación a ir a verla era casi un mandato.

El relato empieza como la película, una chica entra como un resorte en un bar de pueblo, donde sucederá toda la acción, eso sí, en dos espacios, el bar propiamente dicho, con su puerta a la calle, y el almacenillo, donde se acumulan las cajas de repuesto, y unas escaleras que dan a un altillo donde duerme Virgínia en un colchón. Virgínia que así se llama la huida, encuentra a Max, un joven eterno aspirante a escritor y aires de filósofo de manual, pronto la cobijan con la ayuda de Glòria, la dueña del local, y persuaden al padre de la chica que la busca. Dos semanas le dan de prueba a Virgínia para convencer a los 10 habitantes de este pueblo perdido entre montañas y olvidado por todos, Un poble qualsevol (Un pueblo cualquiera) como reza su subtitulo, y todo parece ir por buen camino, con las explicaciones humanistas de Max y el pueblo la acoge, y sin quererlo, Virgínia se torna imprescindible en ayudarles en actividades que antes hacían sus habitantes sin necesitar ayuda, como el amor que florece entre ella y Max. Aunque, lo que parecía bondad y buenos alimentos, se vuelve diferente, como un mal aire, un presagio tempestivo se adueña de la relación de la joven con sus habitantes, y las nubes negras acechan hasta el punto de convertirse en una amenaza, en algo que abusar y encerrar.

A partir de pequeños detalles como una noticia falsa del diario que acusa a Virgínia de ladrona, una torta propinada accidentalmente al niño, o la generosa compensación que el padre alimenta a los que conozcan su paradero, convierten a la joven en objetivo oscuro para aquellos que tienen el poder sobre ella, amenazándola y convirtiéndola en un cervatillo hambriento y solo. El trabajo de Munt y Miró con la adaptación es magnífico y concreto, dejando en 95 minutos los 178 que tenía la película, que era más narrativa y pausada. Ahora, asistimos a un thriller oscuro y trepidante de gran ritmo, con el añadido del vídeo, casi imprescindible en muchas obras, donde vemos esos instantes que describen la vida exterior del pueblo, donde el relato adquiere esa profundidad necesaria y envolvente que pide la obra. El pueblo ya no está situado en los EE.UU. de la Gran Depresión, sino en un pueblo cualquiera de la Cataluña profunda actual, lo que no ha cambiado la actitud amargada e infeliz de sus habitantes, todos llenos de aristas y vacíos emocionales, todos sin rumbo ni vida.

La Grace de Von Trier no era tan inocente e ingenua como lo es la Virgínia de la obra, una joven de infancia difícil y solitaria, que encuentra en este Dogville, un poble qualsevol, una mano amiga, una mirada cálida y un espacio donde poder vivir en tranquilidad, solo aparentemente, porque con el tiempo verá que no, verá que ni Max, su único valedor, le dará la espalda, y todo por miedo, porque el miedo, arma mortífera de los malvados y de una sociedad demasiado frágil en todos los sentidos, el miedo de Virgínia que huye de un padre malvado, el miedo de Max frente a sus sentimientos y frente a los demás vecinos del pueblo, incluido su padre, el doctor retirado, y el miedo, o la excusa que manifiestan los habitantes del pueblo, que lo utilizan, tenga o no algo de verdad, como arma arrojadiza a la indefensa y necesitada Virginía. Cuando el texto tiene alma y fuerza, tiene que haber un reparto bien conseguido para que los intérpretes saquen el mayor partido al texto, y Dogville, un poble qualsevol, lo tiene.

El gran acierto que Bruna Cusí sea la Virgínia atemorizada y huida, con su cuerpo menudo, pero con esa fantástica dicción y sobre todo, la mirada de Cusí, sobria, asustada y con esa vida de a retales, a bandazos, que nos transmite el caleidoscopio de emociones que siente su personaje, como esas miradas brutales al espejo del almacenillo, cuando la vida en el pueblo se vuelve negra y oscura como la noche, y su vida corre peligro, esté donde esté, bien acompañada por David Verdaguer como Max, el chico de buenas intenciones, que acaba fracasando en no saberse situarse, en decir su vida, en llevar las riendas de su existencia, un pusilánime perdido y tan encerrado como Virgínia, y el resto del pueblo, bondadosos y cuervos por igual, según les convenga, Albert Pérez, el padre de Max, demasiado recto y racional, casi como un calco del hijo años después, Anna Güell, estupenda como dueña del bar, jovial y cercana, Andrés Herrera, el transportista con piel de cordero, Josep Julien, el amargado y malcarado que tira su vida en su huerto, su mujer Áurea Márquez, sombra del marido, y de ella misma, y madre de un niño idiota, y Alba Ribas, la jovencita que se hace amiga de Virgínia pero solo lo parece, en el fondo, como todos, espera algo a cambio, porque creen exponer su pellejo teniendo a Virgínia entre los suyos, y pedirán hasta reventar, creyéndose con la verdad y sobre todo, con la bondad por encima de todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Lluís Pasqual presenta Medea de Pier Paolo Pasolini

Encuentro con Lluís Pasqual, director de la obra “Medea”, con motivo de la presentación de la película “Medea”, de Pier Paolo Pasolini, junto a Octavi Martí de la Filmoteca, dentro del ciclo “Per amor a les arts”. El encuentro tuvo lugar el martes 17 de abril de 2018 en la Filmoteca de Cataluña en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lluís Pasqual, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño,  y a Jordi Martínez de Comunicación de la Filmoteca, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.