La niña de la comunión, de Víctor García

SARA Y LA MUÑECA MISTERIOSA.  

“A veces hace falta oscuridad para ver mejor las cosas”

“El tribunal de las almas”, de Donato Carrisi

El género de terror de los últimos tiempos se ha instalado en el susto facilón, subiendo los decibelios del sonido acompañando esos momentos de puertas y ventanas abriéndose, y alargando los misterios en cuestión para después sacarse de la manga una resolución completamente inverosímil. No obstante, director como M. NIght Shyamalan, Jordan Peele, Robert Eggers, Alex Garland, Eskil Vogt y Rob Savage, entre otros, se han alejado de estas chapucerías, y se han decantado por un terror más puro, más clásico y sobre todo, más de atmósferas y personajes. La niña de la comunión, el séptimo trabajo de Víctor García (Barcelona, 1974), se mueve por estos lares, teniendo a Verónica (2017), de Paco Plaza, un referente bien claro. La idea surge del director y Alberto Marini, que ha trabajado con el mencionado Plaza y con otro grande del género como Jaume Balagueró, en un guion que firma Guillem Clua, reputado dramaturgo y director teatral, del que hemos visto hace poco Los renglones torcidos de Dios, de Oriol Paulo. 

La cosa va de un pueblo cualquiera a finales de los ochenta, y más concretamente en 1987, cuando Sara y su familia se instalan en el pueblo. Rebe, extrovertida y diferente, se hace íntima de la recién llegada. Todo se vuelve del revés cuando Sara encuentra una noche una muñeca de niña de comunión, y sufren en sus carnes unas especies de trances que los deja inconscientes y los traslada a otra dimensión. Lo mismo le sucede a Rebe, y a un par de amigos. Podríamos decir que la película sigue la estructura clásica, porque los protagonistas empiezan a investigar qué hay detrás de todo lo que les ocurre, hablando con el cura, que calla mucho más de lo que sabe, y una madre que busca a su hija desesperadamente. El director barcelonés, que después de El ciclo (2003), un cortometraje de 9 minutos de terror que lo llevó a trabajar en el cine estadounidense, en el que ha hecho principalmente secuales como Return to House on Haunted Hill (2007), y Hellraiser: Revelations (2011), entre otras, construye una película sencilla y muy cercana, con una gran ambientación de finales de los ochenta con los anuncios míticos, el temazo “Lobo hombre en París”, de La Unión, los imprescindibles recreativos, el bar del futbolín, y la discoteca a ritmo de Chimo Bayo.

Un buen equipo de técnicos con un gran trabajo de diseño de producción de Marc Pou, del que conocemos por series como Nit i dia y No matarás, de David Victori, los grandes David Martí y Montse Ribé de la imperdible DDT, que estuvieron en el El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro, se encargan de una parte esencial de efectos, una excelente composición del músico Marc Timón, que va más allá del mero acompañamiento, del que hemos visto Sanmao: La novia del desierto y la reciente Oswald. El falsificador. Una gran cinematografía apoyada en una luz velada donde hay muchos interiores y noche, que firma José Luis Bernal, con una filmografía con títulos como Zulo, La jauría y un par de películas con Pere Vilà i Barceló, entre otras, y un gran trabajo de edición de Clara Martínez Malagelada, que también estuvo en Sanmao, Billy, de Max Lemcke, y el reciente documental Sintiéndolo mucho, de Fernando León de Aranoa, que condensa con acierto y buen ritmo los 98 minutos de intenso y oscuro metraje. Un magnífico reparto que mezcla con acierto caras nuevas como las de Aina Quiñones, Marc Soler y Carlos Oviedo, que dan vida a los jóvenes del pueblo y ejercen de protagonistas, junto a Carla Campra, a la que vimos como la niña desaparecida en Todos lo saben, siendo una de las amigas de la citada Verónica, dando vida a Sara, que recuerda a la Sandra Escacena de Verónica, una chica atrapada en un misterio que se cierne en torno a las muñecas de comunión, y luego están los otros, los adultos que son interpretados por intérpretes muy importantes de la escena catalana como Maria Molins, Manel Barceló, Anna Alarcón, Mercè Llorens y Jacob Torres, que vuelve al universo de Víctor García, veinte años después de protagonizar El ciclo

Nos lo hemos pasado muy bien viendo La niña de la comunión, aunque podríamos puntualizar, porque lo que pretende la película y consigue no es que lo pases bien, sino todo lo contrario, que lo pases un poco mal con su tensión y su estupenda atmósfera, que sufras al lado de sus desdichados protagonistas, afectados por algo que desconocen y les hace mucho daño, asfixiados en un lugar concreto, en ese pueblo que nos ha devuelto aquellos años de finales de los ochenta, con sus miserias, su hipocresía y maldad, y totalmente sujetos a la butaca viendo el misterio que se cierne con las muñecas de comunión, como deja bien claro el brutal prólogo de la película. No se pierdan la película si les gusta pasarlo un poco mal en el cine, que también está bien pasarlo un poco mal de vez en cuando, y más cuando nos cuentan una historia que podría pasar en el lugar donde vivimos, porque a veces, las cosas suceden, la gente calla y parece que así se ocultan, pero no, solo están dormidas, esperando, pacientes hasta que llega alguien nuevo al pueblo, alguien que no conoce nada, y convierte la leyenda en realidad, o lo que es lo mismo, destapa la oscuridad y todo lo que encierra que no es poco. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La casa entre los cactus, de Carlota González-Adrio

LA FAMILIA FELIZ. 

“La familia está rodeada de dolor”

Ernesto Sábato

Las imágenes que abren una película deberían ser unas imágenes que fueran acorde con la historia que se pretende contar. En La casa entre los cactus siguen esta premisa con eficacia e inteligencia, porque las imágenes que nos introducen al relato son muy potentes e inquietantes, que nos recuerdan al comienzo de El resplandor, de Kubrick, con esas montañas y la cámara avanzando entre ellas, llevándonos hacia esa casa, una casa anclada en un hueco, alejada de todos y todo, rodeada de abundante vegetación y los imponentes cactus, toda una metáfora de ese lugar, un lugar bello, aparentemente demasiado tranquilo y sobre todo, que encierra un secreto. La ópera prima de Carlota González-Adrio (Barcelona, 1996), que ya despuntó con su interesante cortometraje Solsticio de verano (2019), que también daba vueltas en el entorno familiar y un secreto que se nos revelaría poniendo patas arriba el aparentemente orden.

Con su primera película, no abandona el núcleo familiar ni tampoco ese artificioso espacio de felicidad, porque nos sitúa en algún rural de las Islas Canarias, en la década de los setenta, maravilloso el trabajo de arte de Soledad Seseña, que la hemos visto en películas de Fernando León de Aranoa, Fernando Colomo y Joaquín Oristrell, entre otros, con esa ropa ajustada y volantín, ese mercadillo que abre y cierra la película, y esos coches con el mítico Renault 4 mítico y demás. El guion obra de Paul Pen, basado en su novela homónima, similar proceso que hizo con El aviso (2018), que llevó al cine Daniel Calparsoro, es un cuento de terror, pero a la forma clásica, donde destaca el aspecto psicológico y todo lo que se calla y se silencia, dejando de lado el susto fácil y el subidón de sonido, tan de modo en los tiempos actuales. Aquí, seguimos la cotidianidad de esta familia, en pleno verano caluroso y agobiante, una familia formada por el matrimonio pasados los cuarenta, y las cinco hijas: la mayor, Lis, que perderá la vida trágicamente, después Iris, la joven devoradora de Jane Austen y deseosa de ver, descubrir y enamorarse, luego encontramos a Melissa, la adolescente apasionada del dibujo, observadora e inteligente, y finalmente, Lila y Dalia, las dos gemelas que, algunas veces, optan la personalidad de Margarita.

Una historia bien construida, dosificando la información de forma excelente, como mandan los cánones, con sus estupendos ochenta y ocho minutos que dan para mucho, explicando y callando todo aquello necesario, creando esa atmósfera malsana y perturbadora con el aroma de los mejores relatos de terror de la época victoriana. Todo ese ambiente raruno y frío cambiará con la llegada del intruso, de un visitante inesperado que no pasa de largo sino que se queda, y ese no es otro que Rafa, un tipo que parece perdido o eso al menos dice. La poca experiencia de la directora se nutre como hacía Querejeta en sus películas, con un buen puñado de grandes profesionales como Zeltia Montes en la música, que ha trabajado en thrillers como Adiós, El silencio del pantano y comedias negras como El buen patrón, entre otras, el montaje de Sofi Escudé, que ha estado en trabajos de Mar Coll, en series como Todos mienten y Hache, y en películas tan estimulantes como Las niñas (2020), de Pilar Palomero, y un fenómeno de la luz cálida y transparente como el cinematógrafo Kiko de la Rica, un crack que tiene una filmografía con nombres tan ilustres como los de Medem, Calparsoro, De la Iglesia, Verger y David Serrano, entre otros.

El reparto está muy bien escogido, porque son intérpretes de sobrada calidad y experiencia como Ariadna Gil, sobran los elogios para una de las grandes de nuestro cine, en el rol de una madre protectora y llena de vida, que esconde algo, no sabemos qué, al igual que el padre, un Daniel Grao, que sabe interpretar todo lo que le echen, en la piel de un progenitor que manda y controla a sus hijas. Y luego, están las hijas: Aina Picarolo como Iris, que se ha fogueado en varias series, Zoe Arnao, que la recordamos como Brisa, una de las maravillosas protagonistas de Las niñas, y las dos gemelas debutantes Anna y Carla Ruiz. Amén del visitante, ese recién llegado hostil, alguien que hay que expulsar del paraíso creado por Emilio y Rosa, esos padres junto a sus hijas, que no es otro que Ricardo Gómez, con otro interesante papel como los que ha hecho en El sustituto y en Mía y Moi, generando ese ser del que no se sabe nada y parece querer algo, alguien que aparece de la nada y que viene a desmontarlo todo, una especie de Terence Stamp en Teorema, de Pasolini, pero en otro aspecto del misterio que se cierne sobre esa familia. 

La casa entre los cactus bebe mucho, tanto de la literatura de los cincuenta como del cine setentero, que posaron su mirada en el realismo social, en la violencia de lo rural, en lo atávico y en lo más intrínseco de la condición humana de las gentes de este país, con títulos tan recordados como La familia de Pascual Duarte, de Cela, El Jarama, de Ferlosio y Con el viento solano, de Aldecoa, en los libros, y Furtivos, de Borau, y las adaptaciones de las novelas citadas dirigidas por Ricardo Franco y Mario Camus, respectivamente. Carlota González-Adrio ha tejido una primera película con hechuras, valiente y sobria, alejándose de modas y corrientes de la actualidad, yéndose a los grandes temas de la literatura y el cine, construyendo una interesantísima y profunda reflexión sobre el hecho de ser padres, del significado de construir una familia y sobre todo, las consecuencias de las decisiones por cumplir unos deseos que, quizás, debían haberse quedado en un lugar cerrado, en una de las películas más oscuras y terroríficas sobre los aspectos más profundos e inquietantes de la condición humana. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Salvador Calvo

Entrevista a Salvador Calvo, director de la película “Adú”, en el hall del Hotel Exe Mitre en Barcelona, el jueves 30 de enero de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Salvador Calvo, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute y Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Adú, de Salvador Calvo

RETRATOS DE ÁFRICA.

“La cosa más oscura sobre África ha sido siempre nuestra ignorancia sobre ella”

George Kimble

Después de toda una vida dedicado al medio televisivo, Salvador Calvo (Madrid, 1970) debutó como director con 1898: Los últimos de Filipinas (2016) diario histórico del último destacamento militar que siguió defendiendo la colonia después que España la perdiera. Una película donde se incidía en las miradas personales, la resistencia, y sobre todo, el drama humano de unos hombres dejados de la mano de Dios, donde brillaban un capitán obstinado en la piel de Luis Tosar, o un joven soldado idealista que hacía Álvaro Cervantes. Dos actores que vuelven a repetir en Adú, el segundo trabajo de Calvo, más personal y arriesgado, donde nos sitúa en el corazón de África a través de tres relatos que irán cruzando sus destinos. El segmento más potente y brutal sigue a dos hermanos, Adú, de solo seis años y su hermana mayor Alika, que después de presenciar un terrible crimen tienen que huir de su poblado en Camerún, y emprenderán un peligroso viaje con destino a España, un periplo en el que cobrará la presencia de Massar, un chaval que también desea llegar a la península, donde vivirán las tramas oscuras de tratas de personas, la prostitución como medio de subsistencia, los arriesgados viajes en bajos de vehículos y demás situaciones de riesgo, pero también conocerán la amistad, la fraternidad y el amor de tenerse el uno al otro.

El segundo relato, la película se instala en el viaje a la inversa, el que hace Sandra, una hija rebelde y con problemas de drogas, para encontrarse con su padre, Gonzalo un activista medioambiental de difícil carácter que protege a los elefantes peor mantiene una relación distante con sus colegas africanos. Una relación paterno-filial de idas y venidas, y muchos desencuentros que deberán lidiar y sobre todo, hacer lo posible para entenderse sin juzgarse, una tarea que no les resulta nada fácil a dos personas acostumbradas a hacer la suya. La tercera historia que nos cuenta la película, al igual que la de Adú, está atada a la realidad más triste y oscura, la de los subsaharianos que masivamente asaltan la valla fronteriza de Melilla para entrar en España, y se encuentran a los guardias civiles que la custodian. Un desgraciado accidente mortal en una de esos asaltos, convierte en el centro de la acción a Mateo, un guardia civil que se debate entre la ley del cuerpo o la conciencia personal, con ese cuerpo a cuerpo con Miquel Fernández, dos caras tan diferentes de la misma realidad vivida.

Calvo rescata algunos de sus colaboradores de su anterior película como Alejandro Hernández en tareas de escritura, Roque Baños en la música, y Jaime Colis en el montaje, y recluta a Sergi Vilanova en la cinematografía (que ha trabajado en thrillers como Plan de fuga o El aviso, o en Diecisiete, la última de Sánchez Arévalo) para realizar una cinta que se adentra en la realidad y la complejidad africana, esa que aparece en forma de cifras en los medios occidentales, una realidad con rostro y piel, la de Adú, su hermana o su compañero de viaje, una realidad menor, desprotegida y sola, que vive miles de calamidades como el hambre, la inseguridad y el abandono para llegar a Europa, esa Europa, que al igual que una zona pudiente, alza sus vallas para impedirles la entrada, una realidad triste que contrasta con esa otra realidad de Gonzalo y su hija Sandra, donde los problemas devienen, no de la falta y la carencia, sino de todo lo contrario, el abuso y la despreocupación de tenerlo todo y no saber adónde ir, bien acompañada por esa otra realidad del guardia civil como representante de una ley que no obedece al humanismo sino a la condena y la persecución del inmigrante hambriento que busca un futuro mejor como haría cualquiera en su situación.

Calvo ha construido una película complejo, una historia de detalle, miradas y rostros, donde sufrimos y reflexionamos sobre África y sus infinitas realidades, cotidianidades y contextos, un continente sacudido por siglos de colonización que además, debe subsistir con las migajas que les dejan las grandes multinacionales neoliberales que siguen vaciándoles sus recursos naturales. Una realidad difícil de tratar y de atajar, ya que los estados blancos permiten esa ignominia, y por otro lado, lanzan campañas de concienciación sobre África, esas dos caras cínicas que también muestra la película. Amén de las interesantes y profundas interpretaciones de Luis Tosar, impecable en su registro ambivalente como profesional y padre, bien una Anna Castillo como su hija, una joven desatada y desafiante que todavía anda buscando su lugar en la tierra, o la mirada de Álvaro Cervantes como guardia civil entre la espada y la pared, y las breves pero agradables presencias de actrices de la talla de Nora Navas y Ana Wagener.

Donde la película vuela y se muestra más poderosa es en la fuerza y la intensidad que demuestran los intérpretes africanos debutantes como Moustapha Oumarou como el niño Adú, Zayidiyya Dissou como Alika, y Adam Nourou como Massar, reclutados en un intenso casting, convertidos en el alma de la película y en la esencia que queda en el recuerdo de los espectadores, llevando a cabo unos roles muy difíciles y complejos, en los que se apoya la película en un buen tramo, mezclando con acierto y sobriedad los tres relatos que irán reencontrándose de forma emocional y física por cinco países africanos, mostrándonos de forma directa y personal las diferentes realidades y retratos de un continente vasto, profundo, bello y triste a la vez, donde todo se mezcla, todo se vive de forma intensísima y sobre todo, todo pende de un hilo, en que la vida se abre camino a duras penas, donde toda existencia está a punto de desparecer, donde la realidad que se vive y experimenta obedece a códigos muy distantes de los occidentales, quizás esa sea la mayor tragedia que sufren los africanos, el desconocimiento por parte de Europa de su realidad, su historia y sobre todo, de ese pasado oscuro y violento del que todos somos responsables. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El viaje de Marta, de Neus Ballús

EL (DES) ENCUENTRO CON EL OTRO.

“Nada es más difícil que aprender a mirar a alguien, a ser mirado de cerca por otro.”

 Antonio Muñoz Molina

Corría el año 2013 cuando apareció La plaga, del tándem Neus Ballús (Mollet del Vallés, 1980) y Pau Subirós (Barcelona, 1979). Ballús en la dirección y comontaje, y compartiendo producción y guión con Pau. La plaga nos hablaba de un país en crisis, a partir de un retrato naturalista y sensible, a medio camino entre la ficción y el documento, para hablarnos de la difícil cotidianidad de unos supervivientes en los márgenes. Seis años después nos llega el segundo trabajo del tándem Ballús-Subirós, pero esta vez han dejado la periferia del Vallés para viajar hasta Senegal, situándonos en uno de esos resorts en los días previos a la Navidad. En semejante espacio, lugar idílico para el turista occidental, donde transita alejado de la realidad social del país para enfrascarse en su aventura más superficial, en aburridas rutas de safari, en paseos para conocer el entorno más amable, realizar juegos acuáticos en el hotel y conocer el folclore más exótico y simpático.

En ese entorno occidental en África, conoceremos a una peculiar familiar a través del punto de vista de Marta, una chica de 17 años, asqueada por el viaje y compartir con su padre, al que hacía tiempo que no veía, uno de esos blancos que hacen negocio con el turismo, algo simpático, y más preocupado de sus business que de sus hijos y sus problemas, y también anda Bruno, el hermano pequeño de Marta, convertido en un aliado imbuido por la tecnología. Y así andan las cosas, los días en el resort van cayendo uno tras otro mientras el agobio y la desazón de Marta van en aumento, cada vez más ausente y distante, y más tiempo alejado de los suyos, hasta que cruza la frontera, sumergiéndose en el “Staff Only” (al que hace referencia el subtítulo de la cinta) donde conocerá a Khouma, un joven mayor que ella que se dedica a realizar esos vídeos para sacarles un cuántos euros de más a los turistas, y a Aissatou, una limpiadora de habitaciones. Marta profundizará con sus “nuevos” amigos y descubrirá una cara diferente de Senegal, que la llevará a alejarse de su familia, y dejarse llevar con sus amigos, experimentando esa realidad que el turista nunca ve, esa que está afuera, lejos del ideal falso del resort.

De la mano de Marta, o mejor podríamos decir, que a través de su mirada, iremos conociendo el otro rostro menos amable y más real, los verdaderos intereses de los autóctonos, una realidad muy diferente a la suya, una realidad que chocará con los valores y costumbres occidentales de Marta. Situación que la llevará a replantearse las cosas, sus sentimientos y a acercarse más a su padre, a sus ideas y a reconciliarse con él. Ballús vuelve a mostrarnos diferentes realidades que se nos escapan, que viven invisibles dentro de un mismo entorno, mostrando las múltiples cotidianidades tan desiguales e injustas que conviven en el mismo espacio, pero no lo hace desde la condescendencia o el sentimentalismo, sino todo lo contrario, que recuerda en ciertas formas y narrativas al cine de Ulrich Seidl y su aproximación al turismo occidental en África en su Paraíso­: Amor (2012) explorando de forma sincera, profunda y honesta todas sus realidades, todos sus personajes, todos sus intereses, los choques culturales e idiomáticos, y al diversidad de intereses de unos y otros, consiguiendo un retrato certero y conciso de todo ese universo complejo y multicultural que se mueve en estos espacios hoteleros.

La joven protagonista no solo crecerá a un nivel físico, sino también emocional, valorando todo lo que tiene y sobre todo, conociendo todas esas realidades que se mueven en su vida y en su mirada, porque lo que nos explica de forma clara y apabullante Ballús es que para ver a los demás y conocerlos en sus realidades y complejidades, primero deberíamos conocernos a nosotros mismos, entendiéndonos profundamente, y viviendo con nuestras emociones volubles, nuestras vidas vulnerables y toda esa extrañeza que nos atrapa en situaciones en las que nos cuesta reconocernos en los demás y sobre todo, a nosotros mismos. La luz cálida e íntima de Diego Dussuel, que repite con Ballús, crea ese ambiente amable, pero también oscuro que se va desarrollando a lo largo del metraje entre los personajes y sus derivas emocionales, con el preciso montaje que deja que las situaciones se vayan desarrollando en una especie de laberinto, tanto físico como emocional por donde se van desplazando los personajes, con esa interesante mezcla entre las diferentes texturas de cine y video, que acaba creando un espejo deformante donde libertad y prisión emocionales se miran, se reconocen, pero también se alejan y discuten. Sin olvidarnos la cercanía del sonido obra de Amanda Villavieja que captura de forma extraordinaria la diversidad sonora y los contrastes que conviven en la cinta.

El fantástico reparto que ha logrado reunir Ballús emana espontaneidad, veracidad y cercanía, con un natural y estupendo Sergi López, único actor profesional de la película, que se mueve en su salsa, dando vida a ese padre que también deberá aprender a acercarse a su hija y sobre todo, a conocerla y a hablarle de otra forma, como una mujer, la magnífica debutante Elena Andrada dando vida a esa Marta en pleno apogeo de descubrimiento y hastiada de su padre, que deberá reencontrarse con los suyos y con ella, y los formidables intérpretes africanos con Ian Samsó que interpreta a Khouma, un buscavidas que encuentra en los turistas una forma de subsistir en un entorno difícil, y Madeleine Codou Ndong que hace una Aissatou que mostrará a Marta esa realidad que se escapa del turismo modelo. Ballús-Subirós vuelven a demostrar que con poco se puede hablar de mucho, desde la sinceridad y la honestidad, sin olvidar que en las situaciones más difíciles también hay espacio para lo humano, a través de la sensibilidad y el encuentro con el otro donde nos reflejamos a través de lo que somos y lo que sentimos. El viaje de marta es una película valiente y necesaria, llena de vericuetos narrativos y emocionales, repleta de situaciones complejas y difíciles, que no se olvida del sentido del humor en una película que explica tantas realidades e intereses diversos, en un entorno de múltiples rostros y entornos, explicándonos con arrebatadora naturalidad y sencillez el choque con el otro, las relaciones con el diferente, que quizás no lo es tanto, confrontando esos espejos físicos y sobre todo, emocionales que tanto nos ayudan a seguir creciendo y conociéndonos más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Mireia Oriol

Entrevista a Mireia Oriol, actriz de la película “El pacto”. El encuentro tuvo lugar el jueves 26 de julio de 2018 en el hall del Cine Phenomena en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mireia Oriol, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, generosidad, paciencia y cariño.

Entrevista a Belén Rueda y David Victori

Entrevista a Belén Rueda y David Victori, actriz y director de la película “El pacto”. El encuentro tuvo lugar el jueves 26 de julio de 2018 en el hall del Cine Phenomena en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Belén Rueda y David Victori, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, generosidad, paciencia y cariño.

El pacto, de David Victori

EL INFIERNO QUE LLEVAMOS DENTRO.

“Un día descubrirás que la muerte no es morir, sino que muera alguien que amas”.

Miquel Martí i Pol

La melena rojiza oscura que luce Mónica, interpretada por Belén Rueda, se convierte en una muestra significativa en la película, ya que nos encontramos en una película de terror diferente, donde la actriz cambia de registro, alejándose de sus personajes-víctimas de melena rubia que ha protagonizado en algunas películas del género dirigidas por Bayona, Morales o Paulo. Ahora, se convierte en una madre coraje que hará todo lo posible para salvar la vida de su hija Clara. La trama arranca de una manera clásica, siguiendo algunos de los patrones del terror, donde Clara, afectada de diabetes, desaparece durante un día entero. Cuando es localizada, se encuentra en muy mal estado, entre la vida y la muerte, las circunstancias llevan a Mónica hacia un vieja fábrica abandonada donde encuentra un extraño viejo que le ofrece ayuda para salvar a su hija. Mónica accede y será en ese instante donde la película se convertirá en una pesadilla, un brutal descenso a los infiernos donde tanto Mónica, Clara y Álex, ex marido de Mónica y padre de Clara, se verán envueltos en una espiral de violencia y extraños sucesos.

El director David Victori (Manresa, Barcelona, 1982) tiene una trayectoria muy variada: ha sido ayudante de Bigas Luna, ha dirigido unos cuántos cortos, uno de ellos, La culpa, que le permitió ganar un concurso internacional de youtube, llevándolo a dirigir un cortometraje para Ridley Scott y dirigir la serie Pulsaciones, una experiencia muy heterogénea y preparatoria para enfrentarse a su opera prima, un cuento de terror cotidiano, ambientado en nuestros días, en el que una familia se convertirá en el centro del conflicto, en que el pasado y las decisiones que tomamos guiarán los pasos hacia aquello oscuro que anida en nuestro interior. Victori consigue someternos en una historia sencilla, directa, alejada de esa Barcelona conocida, y apoyándose en el extrarradio, en esos espacios industriales envejecidos y oscuros para ambientar su trama, en un gran trabajo del cinematógrafo Elías M. Félix, donde todo gira en torno a una familia, en el que conviven conflictos entre ellos, conflictos que pasarán a un segundo plano, ya que la enfermedad de su hija los alertará y los llevará a mantenerse unidos, o al menos, más cerca.

Victori acude a algunas reglas del género para sostener una trama convincente y bien desarrollada, sin caer en la tentación de liar una trama con situaciones inverosímiles y demás, la película nada en aguas conocidas, se muestra cercana y transparente, contándonos un relato donde aquello oscuro y maligno que ocultamos en nuestro interior, se desatará sin remedio, con el fin de ayudar al ser que más amamos, aunque las consecuencias sean terribles, y el maligno, tarde o temprano, quiera cobrarnos la deuda contraída. Sí, estamos ante una película con diablo de por medio, donde captamos algunas huellas reconocibles como la literatura de Stephen King (con los universos de El resplandor, Misery, La zona muerta, Carrie o el cementerio viviente, con la que tendría más de una parte hermanada) o los ambientes del novelista británico Ramsey Campbell (del que se han adaptado títulos como Los sin nombre o El segundo nombre) con esas localizaciones urbanas y cotidianas de esa Inglaterra de cielo nublado en el que encontraríamos ejemplos en El rapto de Bunny Lake, de Preminger o Frenesí, de Hitchcock.

La dirección de David Victori nos guía por este laberinto de sombras e infiernos cotidianos, donde los personajes se enfrentarán a sus propios miedos e inseguridades, exponiendo sus límites constantemente, asfixiados por los acontecimientos emocionales, dejándose llevar, muy a su pesar, por esos caminos oscuros donde sus vidas están expuestas a los más oscuros designios del maligno. El enérgico y valiente montaje de Guillermo de la Cal (colaborador de Balagueró) ayuda a mantener la tensión e incertidumbre, creando situaciones verdaderamente terribles, donde todo pende de un hilo, aunque la película abusa en ocasiones de una música demasiado estridente que rasga en demasiado algunos momentos de la cinta, sin devaluar el contenido de la película, que acaba sumergiéndonos en una trama sencilla y bien estructurada, donde nos hablan de los límites de la maternidad, de que somos capaces para salvar a los nuestros, aunque sea introducirse por caminos muy oscuros y malvados.

El buen trabajo de una magnífica Belén Rueda, convertida en una de las actrices más capacitadas para el drama y el primer plano, convirtiendo a su Mónica en un personaje de carácter, capaz de enfrentarse a quién sea por amor a su hija, bien acompañada por la sobriedad de Darío Grandinetti, como el ex marido y padre, policía de oficio, con su conflicto a cuestas, y la revelación de Mireia Oriol, que debuta con esta película, interpretando a esa hija enferma, mezclando esa fragilidad física con esa mirada inquieta y perturbadora, y finalmente, la presencia de algunos secundarios de altura como Josean Bengoetxea o antonio Durán “Morris”, convincentes y resolutivos. Victori sale airoso con su primer largo, tanto en su forma como en el fondo, si exceptuamos algunos tics propios de los primeros trabajos del género, elementos que dejarán paso al talento para la atmósfera, los personajes y las situaciones de un cineasta a tener muy en cuenta en el panorama del terror de aquí, que tan buenas sensaciones deja cada temporada.

El cuaderno de Sara, de Norberto López Amado

EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS.

Laura, una madura abogada de Madrid, emprende un viaje a lo desconocido y salvaje por el corazón de África, más concretamente por el Congo, con el propósito de localizar a Sara, su hermana pequeña, que ha desaparecido mientras ejercía la medicina como cooperante. Allí, en esa zona hostil y peligrosa, sobrevivirá a las mil y una, con la ayuda de un ex niño soldado, y diversas personas que encontrará por el camino. El cuarto largo de Norberto López Amado (Orense, 1965) es un retrato de una mujer que arriesga su vida y todo lo que tiene, para encontrar a su hermana, casi de manera inconsciente, venciendo sus miedos e inseguridades, y rodeada de un ambiente tremendo, al que tendrá que enfrentarse en este viaje caótico, lleno de peligros y terrorífico. López Amado arrancó con Nos miran (2002) con guión de Jorge Guerricaechevarría, que también escribe la presente, combinando un relato de desapariciones con el thriller psicológico, después su carrera se ha centrado en la televisión, donde ha dirigido series como El internado, Tierra de lobos, El tiempo entre costuras, El príncipe o Mar de plástico, entre muchas otras. Volvió al largometraje con el documental ¿Cuánto pesa su edificio, Sr. Foster (2010), y más recientemente con la pieza de cámara La decisión de Julia (2015) en el que una mujer volvía a rendir cuentas del pasado al que fue su amante, protagonizada por Marta Belaustegui, que aquí se reserva un breve papel.

Laura se planta en mitad del Congo, entre el bullicio y el movimiento sin fin de un país azotado por la guerra y el maldito coltán, uno de los elementos esenciales para fabricar nuevas tecnologías, en el que tendrá que lidiar con todo tipo de individuos, algunos ambiguos como el buscavidas que interpreta Manolo Cardona, uno de esos mercaderes que aprovechan cualquier negocio oscuro para hacer caja, o también, el ex de su hermana, que le prestará un cable cuando más lo necesita, o el chaval ex soldado que le ayudará a sobrevivir en el corazón de la jungla (magnífica la interpretación del debutante Iván Mendes) o la mujer del poblado en mitad de la selva. Gentes diversas, diferentes, que cada uno a su manera, intenta sobrevivir en el reino de la miseria, el hambre y  el terror. Quizás la parte documento que muestra sin enjuiciar, y la relación que mantiene Laura con el chico, y todo lo que viven, resultan los puntos más fuertes del relato, que en momentos, se pierde en situaciones que derivan hacia otros elementos que desvían la atención de la búsqueda de Laura.

Se agradece el esfuerzo de producción de la película, filmada en localizaciones de Uganda y Tenerife, en una película de viaje, un viaje a las entrañas de deshumanización del negocio del coltán, donde todo se desarrolla a un ritmo increíble, en algunas ocasiones, consiguiendo mostrar una realidad compleja, en el que la tensión y la supervivencia se palpan a cada instante, sin descanso. La magnífica interpretación de Belén Rueda es otro de sus grandes alicientes, en el que desarrolla un trabajo de grandísima altura, componiendo la realidad de una mujer sola, pero entera, sin más vida que esta aventura peligrosa e inconsciente, en el que no cejará en su empeño para conseguir rescatar a su hermana. Belén Rueda posee esa actitud, compostura y elegancia que consigue transmitir, casi sin palabras, toda la dureza interior que vive su personaje, arrastrándonos a su empeño, cueste lo que cueste, y pase lo que pase, mezclando una fortaleza a prueba de bombas, y una convicción que nos seduce y transmite todo ese miedo al que hay que vencer para seguir hacia delante.

La humanidad y valentía que desprende el personaje de Belén Rueda es encomiable y poderosa, en este viaje al infierno en el que se cruzará con sacerdotes en mitad de una guerra imposible (maravilloso el instante con Enrico Lo Verso) a gentes de mal comer que ayudan a desconocidos y sobreviven a duras penas en medio del horror, niños arrastrados al psicótico universo de la guerra, a occidentales que se aprovechan del caos para engrandar sus cuentas, y señores de la guerra, que con el beneplácito de las empresas capitalistas de turno y los gobernantes corruptos campan a sus anchas explotando a pobres miserables que arriesgan su vida extrayendo el maldito coltán. Una película desigual pero interesante, en el que sobresale la hermosa, sucia y cálida fotografía del reputado David Omedes, que logra captar la belleza y el horror africanos, en el que la sensacional labor de Belén Rueda, consigue sumergirnos en el fuerza de su personaje y mantenernos en la trama de la película, en el que nos acordamos de aquellos aventureros conscientes o no, que se embarcaban en viajes peligrosos, de los que quizás no había retorno, para adentrarse en el corazón de África, un mundo desconodio, inhóspito, peligroso y lleno de terror.