Una noche sin luna, de Juan Diego Botto/Sergio Peris-Mencheta. TNC

¡VIVA LORCA! ¡VIVA EL TEATRO! ¡VIVA BOTTO!.

“Somos porque otros nos recuerdan”.

La primera vez que tuve un encuentro personal y profundo con la figura del poeta Federico García Lorca (1898-1936), fue allá por 1998 en el Teatre Lliure en Barcelona, con la obra Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre, con Juan Echanove sobre el escenario, interpretando al excelente poeta al piano rememorando unos recitales que hizo en New York. La experiencia fue magnífica. La magia del teatro revivía no solo a Lorca, sino que lo acercaba al presente, a mí que, desde entonces, lo leo y lo descubro a cada lectura, y me descubro a mí mismo, porque la mejor manera de recordar a alguien que escribía es leyéndolo y descubriéndolo con cada lectura. Otra vez en un teatro y con Lorca, he vuelto a recordar aquella experiencia con Echanove de la mano de Juan Diego Botto, en su espectáculo Una noche sin luna, escrito por él, a partir de textos de Lorca, y dirigido por Segio Peris-Mencheta, en el Teatre Nacional de Catalunya, el viernes pasado 9 de diciembre a las 19h de la tarde. No un día cualquiera. Día de estreno. Entre el público muchas de las gentes del teatro de Barcelona.

 

El montaje lleva dos años de enorme éxito por todos los teatros del país, agotando entradas allá por dónde va, con Premio Nacional de Teatro para Juan Diego Botto y otros tantos reconocimientos. En sus primeros minutos, Botto y Lorca, tanto monta, monta tanto, ya nos seduce con cercanía, tanto en el escenario como por el patio de butacas. La inteligencia de un actor de pasar de la ficción a la realidad, o podríamos decir, a la realidad del teatro, en que va dejando claro la intimidad y la naturalidad de la obra, porque Botto, solo ante el peligro, sin más compañía que el público expectante que abarrotaba la inmensa sala grande del TNC. La obra hace un recorrido por la vida de Lorca, pero no centrándose en sus grandes momentos, sino en aquellos más sencillos y cotidianos, como una de sus primeros funciones con marionetas y su altercado con la ley que le cerró el pequeño teatro donde actuaba, o aquel otro con su compañía La Barraca, que acercaba el teatro a las gentes más humildes, y su altercado con los aldeanos a pleno sol, y ese amanecer, ¡Qué amanecer!, y hasta aquí puedo leer, y muchas más. Botto hace un recorrido muy íntimo, honesto, del alma, desordenado y sencillo, donde escuchamos algunos discursos hacía la muchedumbre, y muchas otras situaciones.

 

Quedamos maravillados del espectacular espacio escénico por el que se mueve Botto, diseñado por Curt Allen Wilmer con EstudiodeDos, en el que nos vemos por encima de tablas de madera que van abriendo puertas, secretos y confesiones del pasado del poeta, que encierran en su interior objetos, pasajes, y demás memoria del artista, y también, tierra, mucha tierra, aquella que lo sigue ocultando en algún lugar de Granada hace ya más de ochenta años. La maravillosa luz de Valentín Álvarez, que ha trabajado en teatro y cine, con nombres tan ilustres como Víctor Erice, Alberto San Juan y el propio Peris-Mencheta, y al música de Alejandro Pelayo, la otra mitad de Marlango, creando esos espacios donde nos transportamos a la memoria del poeta y su legado, sobre todo, su legado, como ese especial momento en que Botto toca en un piano imaginario y escuchamos su sonido. La magia y la fantasía, en definitiva, el mundo de los sueños y los fantasmas, están muy presentes en todo el espectáculo, porque Botto es un auténtico animal escénico, una alma entregada a la memoria del poeta, trayendo todo su arte, su lucha y su política hasta hoy relacionándolos con la actualidad.

 

Botto no pretende ser Lorca, sería un mascarón, ni revivir al poeta, sino a mirarlo, a situarse frente a frente, a acompañarlo, a sentirlo, a disfrutarlo, y eso, tan bello y tan mágico que consigue con una inmensa naturalidad de transmitirlo a todos los espectadores, que nos quedamos hipnotizados por todo lo que nos cuentan sobre Lorca vía Botto, y en su continuo diálogo con el público, al que hace partícipe constantemente, en que escenario y patio de butacas acaba formando un solo núcleo, heterogéneo y lleno de vida e ilusión, reflejando esa idea de Lorca, acercar el teatro a todos y hacerlo de forma sencilla y honesta, para que todos reflexionemos y hagamos ese acto tan sencillo y revolucionario en los tiempos que corren como es pensar, porque Una noche sin luna, nos emociona pero también, nos hace pensar. El montaje crea con maestría ese espacio único y maravilloso en que descubrimos aspectos ocultos de Lorca, en un tono divertido, porque humor hay mucho, pero también, tristeza y acongojo, transitando por los diferentes estados y fusionándolos, donde vida, teatro y memoria se funden, generando todo un gazpacho inmenso de palabras que resuenan, sonidos que nos capturan y nos envuelven, y esa canción de Rozalén que habla de tanto y de nosotros.

 

La dirección de Peris-Mencheta es sublime, certera y llena de sabiduría, que con Botto hacen un tándem maravilloso, donde los dos actores, director y actor y viceversa, en una relación donde la magia vuela ante nosotros, que repiten después del éxito de Un trozo invisible de este mundo. Lo que pasó la otra tarde en el Teatre Nacional de Catalunya fue enorme, de esos días que me reconcilian con la vida, porque el otro día, el viernes 9 de diciembre de 2022, en la ciudad de Barcelona, Federico García Lorca volvió a la vida en la piel, el rostro y la voz (qué locución, que tempo y qué ritmo tiene su voz), de Juan Diego Botto, que hablaron por él, invocándolo y devolviéndonos todo su amor por la vida, por la poesía, por el teatro y por todo, porque Una noche sin luna va mucho más allá de un espectáculo sobre Lorca o sobre su memoria, sino que es una mirada profunda y muy personal de Botto sobre Lorca, sobre todo lo que queda en nuestros días sobre uno de los poetas más extraordinarios de la historia, transmitiendo su legado, y humanizándolo, mirándolo a los ojos, reflejándose en él, y sobre todo, acompañándolo y sintiéndolo, se puede pedir más, sí, pero no mejor. ¡LARGA VIDA A LORCA, AL TEATRO Y A BOTTO!. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Assumpta Serna

Entrevista a Assumpta Serna, actriz de “Bernarda”, de Emilio Ruiz Barrachina. El encuentro tuvo lugar el miércoles 24 de octubre de 2018 en el hall del Hotel Omm en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Assumpta Serna, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría y Àlex Tovar de Suria Comunicación, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Bernarda, de Emilio Ruiz Barrachina

NADIE PUEDE ESCAPAR DE SU DESTINO.

“Nacer mujer es el mayor castigo.”

Trasladar el universo de Federico García Lorca (1898-1936) a los nuevos tiempos nunca ha sido tarea fácil, ya que el complejo y fascinante mundo del genio granadino se mueve entre personajes firmes y tensos, atmósferas llenas de piel y rabia en las que se corta el aire, en la que nos cuenta densos y brutales dramas en los que sus criaturas nacen, viven y mueren bajo las sombras propias y ajenas de un mundo oscuro, sórdido y brutal. El cineasta Emilio Ruiz Barrachina (Madrid, 1963) es un autor al que le gusta desafiarse en su oficio, ya que tiene un buen puñado de documentales, entre los que se ha acercado a temas de la cultura como la música, la pintura o el cine, entre los que ya se aproximó a la figura de Lorca con el documental Lorca. El mar deja de moverse (2006) en el que abordaba los últimos días de vida del poeta y su horrible asesinato. En la ficción también ha tomado el pulso a temas universales de la naturaleza de Jesucristo reformulando su existencia a través de una versión muy libre en El discípulo (2010) o la inmigración en La venta del paraíso (2012) o la despoblación rural en El violín de piedra (2015).

Ruiz Barrachina ya había adaptado a su mirada el universo lorquiano en Yerma, del año pasado, trasladando el infortunio de Yerma a los escenarios londinenses en una meta ficción muy particular. Ahora, el cineasta madrileño vuelve al ambiente lorquiano adaptando La casa de Bernarda Alba, en la que lleva a cabo significativos cambios con respecto a la obra original, el más llamativo es el cambio de escenario, la casa oscura y cerrada de Bernarda donde tiene secuestradas a sus hijas, se convierte en una fábrica abandonada (la antigua factoría azucarera de Guadalfeo localizada en la Caleta de Salobreña, en la costa granadina) donde las hijas se han convertido en prostitutas, también secuestradas, de diferentes razas y lenguas, junto a otro elemento controvertido, ya que María José, la madre senil de Bernarda, es ahora su hermana.  La idea de Ruiz Barrachina se basa en una Bernarda que, sigue siendo autoritaria y brutal, caza a jóvenes desamparadas, con la ayuda de Pepe el Romano, ahora convertido en un subordinado de la matriarca que, como ocurre en el original, se acabará revelando ante tanta injusticia e imposición.

Bernarda con la ayuda de su Poncia fiel y amargada, prepara a las chicas para venderlas al mejor postor (en una ceremonia que recuerda a la de Eyes Wide Shut, con máscaras estilo veneciano y un escenario oscuro y rojizo convertido en mercado de putas). Ruiz Barrachina maneja un relato desigual, que conmueve a ratos, donde brillan esos trajes con reminiscencias góticas, que ayudan a crear esa atmósfera lúgubre y tenebrosa del lugar, y el trabajo impresionante de las actrices, un reparto encabezado por una sobria y enlutada Assumpta Serna, bien acompañada por una fantástica Miriam Díaz-Aroca, que deja salir toda esa amargura y odio hacia su dueña, y Victoria Abril, que defiende con brío e intensidad un personaje difícil y solitario anclado en el pasado y en la rabia hacia su hermana, con esos trajes grotescos (que en muchos instantes tiene el aroma terrorífico que desprendía la Bette Davis de ¿Quién fue de Baby Jane?) o Elisa Mouliaá dando vida a Adela, la menor de las hijas de Bernarda, llevándonos por esa energía y valentía de la juventud y enfrentándose al imperio del terror de Bernarda.

Aunque, la película parece demasiado encorsetada en el texto de Lorca, en el que la puesta en escena adolece porque el espacio industrial y ruinoso no se le acaba sacando el partido esperado, y no acaba de ser ese lugar en el que se respira esa tristeza asfixiante y la cárcel que se siente en la tragedia de Lorca. Un escenario que en su exterior si está filmado con esa idea de aislamiento y soledad que desprenden todos los personajes de la película, unas criaturas encerradas y vapuleadas, en un mundo cruel y maldito, tanto a fuera como dentro, donde la maldad de Bernarda, con su perro fiel negro, no consigue dinamitar las ansias de libertad y vida que sueñan estas mujeres convertidas en prostitutas muy a su pesar. La película se respira negra y oscura en ciertos momentos, donde la interpretación de sus actrices y el texto recitado van cogidos de la mano y la emoción se adueña del relato, en otros, en cambio, todo parece demasiado embarullado y falto de emoción, donde las situaciones ocurren sin más, en una película interesante y desigual, que intenta transportarnos al universo lorquiano manejando otros códigos narrativos y sobre todo, formales, donde no siempre casa con el contenido de la historia.

Bodas de sangre, de Federico García Lorca/Oriol Broggi. Teatre Biblioteca de Catalunya.

LA CULPA ES DE LA TIERRA.

“No se despierte un pájaro y la brisa, recogiendo en su falda los gemidos, huya con ellos por las negras copas o los entierre por el blanco limo. ¡Esa luna, esa luna!”

Aún recuerdo la impresión que me causó la primera vez que visité el espacio de la Biblioteca de Catalunya, empezando por la composición rectangular del escenario, la piedra del recinto substituida por esa arena blanca de playa, la sombrosa cercanía de las actrices, y el movimiento de sus cuerpos te hacían convertirte en uno más, a través de la fisicidad de sus rostros y palabras. La obra era la Ilíada, de Homero, en versión de Tom Bentley-Fisher para el Festival Grec. Hubieron más visitas al Teatre de la Biblioteca de Catalunya, donde el espacio gótico se metamorfoseaba para adecuarse al espíritu de la obra representada, algo así como un órgano vivo que se camuflaba con el ambiente en cada instante. Obras de La Perla 29 como Dansa d’agost, donde el espacio se convertía en la Irlanda de los años treinta. Volver a la Biblioteca de Catalunya siempre es una especie de experiencia espiritual, y la nueva ocasión se presentaba con Bodas de sangre, de Federico García Lorca, dirigida por Oriol Broggi (Barcelona, 1971) del que todavía recuerdo la sencillez e intensidad que provocaba su Hamlet, de Shakespeare, cuando lo vi en el Teatre Principal de Sabadell, allá por el otoño de 2009. La desnudez del espacio, el vacío de decorado, el movimiento de sus intérpretes y la claridad con la que emitían el texto, convertía al espectáculo en una sensación mágica, una inmersión al espíritu de Shakespeare desde lo más íntimo y sencillo.

Alguien que era capaz de salir airoso con Shakespeare y darle otra vuelta de tuerca, merecía comprobar que había hecho con otro grande del teatro, y la primera impresión que percate al entrar a la Biblioteca de Catalunya fue su atmósfera, ese aroma de tierra, la que inunda todo su espacio rectangular (con el público a cuatro bandas) ese viaje a las entrañas de la tierra en su visceralidad, en su aspecto más terrenal, una especie de respeto que te abruma nada más pisar esa tierra que instantes después será pisada por los intérpretes, después de ocupar mi asiento y sentir el típico murmullo del público, quizás expectante como yo por adentrarse en el universo lorquiano, en ese ir y venir de gentes, de pasiones y de amores insatisfechos, de muertes al amanecer y situaciones llenas de pasado, dolor y rabia. Se apagaron las luces, el silencio se apoderó de la sala, e inmediatamente aparecieron Clara Segura y Nora Navas interpretando a la madre del novio y a una vecina. La obra ha comenzado.

Broggi en su manera de entender el teatro, vuelve a denudar el espacio, apenas algunos enseres, dando todo el protagonismo a sus intérpretes, sólo seis en escena, que se desdoblan y triplican para dar vida a todos los personajes de la obra, el excelente acompañamiento musical con esas guitarras y acordeón capitaneadas por el sublime Joan Garriga, en el que su voz resuena en el recinto, apoderándose de esa banda sonora maravillosa, que actúa como la compañía perfecta para el texto de Lorca, el maravilloso y sombrío juego de luces aún evidencia más si cabe el espíritu que Lorca quería transmitir con la obra, esa tierra maldita, llena de familias enfrentadas de antaño, con la tragedia griega como espejo para desarrollar una boda, un casamiento entre dos jóvenes, Segura y Pau Roca, dos almas que todavía no saben el destino de su acto, porque parece que todo va por buen camino, pero más lejos de la verdad, todo va en camino de la tragedia y la muerte, como si estos personajes siguieron un itinerario de antemano trazado en el que sus actos pertenecen a algo o alguien que dirige sus desdichadas vidas.

La energía y fortaleza de Iván Benet como Leonardo, el único personaje con nombre, el instigador de la tragedia, o podríamos decir, aquel jinete a caballo negro que casó con otra, la prima de la novia, pero fue novio de la novia, y esa circunstancia tan intensa y pegada a sus entrañas, que todavía no ha podido olvidar, porque hay cosas imposibles de olvidar, se te agarran al alma y te estiran hasta hacerte perder la razón. La trama se cuenta de forma enérgica, sin pausa, con sus momentos circunspectos, sus instantes de solitud o de apaciguamiento, donde la tensa calma se apodera de los personajes, perdidos en su oscuridad, atraídos por aquello de lo que escapan, inmersos en pensamientos extraños, contradictorios e inquietos. Y qué decir de las apariciones de ese caballo negro, algunas veces sin jinete y otras montado, ese caballo negro, que rechazó el agua del arroyo, ese corcel que evidencia la fuerza y la furia que contiene Leonardo, o también, esa muerte que acecha, esa tragedia inevitable que empuja al abismo a los hombres de la función, en el que nada ni nadie podrá evitar, la suerte, la mala suerte, está echada, y la obra se encamina inexorablemente hasta ese destino cruel y real, propio de aquella España que soluciona sus conflictos echando más leña al fuego, quemándolo todo, acuciando sus fuerzas a una batalla perdida, a una batalla llena de sangre y muerte.

Broggi lo ha vuelto a hacer, ha vuelto a levantar a los altares del teatro el espíritu de Lorca, esa poética llena de sangre, de tierra a la que hay que trabajar mucho, de pasiones soterradas, de rabia contenida, extrayendo de las entrañas todo aquello que hierve, todo aquello que espera lentamente su momento, su hora final. Porque Broggi nos emociona, nos lleva en volandas, con esa música flamenca magnífica y emocionante (con Garriga, guitarra y voz, y su dos cómplices Marià Roch y Marc Serra) ese castellano claro e intenso, y esos seis intérpretes en estado de gracia, defendiendo sus respectivos personajes, desde el interior, desde lo mas profundo del alma, con sus ambiguedades, contradiciones, miedos y fuerza, los Clara Segura, Nora Navas, Pau Roca, Iván Benet, Anna Castells, Montse Vellvehí y Juguetón, el caballo negro. Todos ellos nos llevan a ese estado espiritual que hablaba al principio de este texto, en que el espacio, el texto de Lorca, la música y los intérpretes nos cogen de la mano y no nos sueltan en las casi dos horas de espectáculo, en la que nuestras emociones no nos dejan un instante tranquilo, y nos hacen disfrutar de verdad, donde todo huele a verdad, donde todo se palpa junto a esa tierra, ese calor que abrasa y la magnitud de la tragedia descomponiéndose como un fruto podrido que nada ni nadie puede ya detener.

Entrevista a Inma Cuesta

Entrevista a Inma Cuesta, actriz de “La Novia”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 2 de diciembre de 2015, en los Cines Verdi Park de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Inma Cuesta, por su tiempo, generosidad y simpatía, a Eva Herrero de MadAvenue, por su paciencia, amabilidad y cariño, a Lara P. Camiña de Betta Pictures, por su simpatía y distribuir un cine hermoso y necesario, y al equipo de los Cines Verdi Park, por la acogida y el cariño.

Entrevista a Paula Ortiz

Entrevista a Paula Ortiz, directora de “La Novia”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 2 de diciembre de 2015, en los Cines Verdi Park de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Paula Ortiz, por su tiempo, generosidad y simpatía, a Eva Herrero de MadAvenue, por su paciencia, amabilidad y cariño, a Lara P. Camiña de Betta Pictures, por su simpatía y distribuir un cine hermoso y necesario, y al equipo de los Cines Verdi Park, por la acogida y el cariño.

La Novia, de Paula Ortiz

023043EL AMOR QUE ARRASTRA Y DEVORA

“porque me arrastras… y voy… y me dices que me vuelva… y te sigo por el aire… como una brizna de hierba…”

La obra Bodas de Sangre, de Federico García Lorca, se escribió en 1931 y desde entonces, este poema trágico en 3 actos y 7 cuadros, escrito en prosa y verso, ha sido representada en infinidad de representaciones teatrales y es una de las obras más famosas y traducidas del autor. En cine, ha habido pocas adaptaciones, la más conocida es la que hizo Carlos Saura en 1981, basada en el ballet Crónica del suceso de bodas de sangre (1974) de Antonio Gades. Ahora, nos llega esta adaptación libre, escrita por la directora junto a Javier García Arredondo, también editor de la cinta, que recoge el espíritu de Lorca de un modo poético, magnético y evocador, dirigida por Paula Ortiz (Zaragoza, 1979) que ya apuntó maneras con su primera película De tu ventana a la mía (2011), premiada en la Seminci, donde a través de tres mujeres de diferentes edades y épocas, realizaba una obra de gran calado formal y estético, en el que construía un mundo muy personal y lírico.

En su segunda obra, se enfrenta al texto lorquiano, en el que en cierta medida, ya había acariciado en su anterior película, en uno de los segmentos, en el que se situaba a comienzos de los 40, donde Inés, una mujer que vivía en el campo, de la siega, que aparte de sufrir el sol abrasador y las dificultades de un mundo hostil, tenía que sobrevivir angustiada por tener a su marido preso. Ortiz nos envuelve en un mundo onírico, lleno de simbología y magnetismo, ya desde la primera imagen que vemos, donde una mujer enfangada con la ropa hecha jirones y el rostro oculto, lanza un alarido de auxilio o de rabia. Corta a un grupo de mujeres, y un hombre, todos de cierta edad, de espaldas a nosotros, en situación de espera. Aparece la novia, sucia y perdida, que camina hacia ellos, como un espectro, sin vida y sin alma. En ese instante, arranca la película, al inicio de todo, cuando se desata la tragedia que vamos a ver. Un joven novio, acaudalado y enamorado de la novia, que ahora rezuma azahar y jazmín y una belleza y una tez morena que hipnotiza y vuelve loco. Se van a casar, aunque ella quiere a otro, ama a Leonardo, pero éste se casó con su prima. Los tres, que fueron amigos de siempre, ahora distanciados, se ven inmersos en los odios ancestrales de sus familias, que arrastran el dolor por las muertes a navajas que hubo en el pasado.

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La cineasta aragonesa ha capturado de forma magnífica y poética el verso de Lorca, el cual transcribe de forma mimética en la película, no añade nada que no pertenezca al autor granaino, ha localizado los escenarios que se respiran en la obra en dos lugares lejanos entre sí, pero entrelazados en la película, la Capadocia turca (escenario de las películas de Nuri Bilge Ceylan) con sus caminos y casas tallados en la dura roca caliza, y en Los Monegros, ese desierto árido, de mala tierra, que hay que trabajarla y llorarla, de sol abrasador, que quema y no deja respirar, que mata el alma de los que andan por ahí, de ese calor agobiante que revuelve el estómago, que no deja vivir, que se clava en la garganta como puñales. Ortiz acoge los elementos lorquianos de forma magistral, cotidiana e hipnótica, el caballo de Leonardo (el único personaje con nombre), ese hombre que cabalga en libertad al acecho de la amada, la luna, que representa la noche, y la muerte, el momento que todo se revela, y la mendiga, que vaga sin rumbo con ese olor a podrido acechando a los que van a morir. Elementos lorquianos que Ortiz atrapa con delicadeza y soltura, de forma sencilla y honesta, formando su propio universo, caracterizado por una cuidadosa y trabajada forma donde cada plano vive en sí mismo, capturando la esencia y la emoción de los escenarios, y sobre todo, el interior de los personajes. Ortiz sale airosa de este viaje personal y emocionante en el que se ha embarcado, mira a Lorca y a su texto de frente, cuidando los detalles más íntimos, los objetos como el zootropo o los vidrios que nos dejan ver ese mundo que no vemos. La película respira ese aroma en el aire que corroe el alma de los gritos que no se escuchan, del dolor que revienta las sienes, de la pérdida y el recuerdo de los que ya no están, de la vida enfangada y mordida que no le deja a uno tirar hacía ningún lado, y del amor, ese amor fou, que tanto gustaba a Buñuel, ese amor loco, que atormenta, que no deja vivir, que te sucumbe en el abismo de la pasión y el dolor, que domina tu voluntad y te deja sin sentido, que se agarra en tus entrañas y no te suelta, y te convierte en quién no quieres y te mata lentamente.

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Una obra que hipnotiza por su bellísima factura visual, donde la luz cálida y penetrante, que sabe a sal y gloria, de Migue Amodeo, que vuelve a colaborar con la directora, se erige como una suave encantamiento que envuelve a los personajes y a los lugares de forma cadenciosa, la hermosísima música que nos atrapa del gran Shigeru Umebayashi (autor de la música de las películas de Won Kar Wai, entre otros), mezclada con canciones basadas en textos de Lorca como “Nana del caballo grande”, “La Tarara” o “Pequeño vals vienés”, entre otras, melodías que nos hacen vibrar y nos emociona. Ortiz ha sabido conjugar la compleja tarea de construir el universo lorquiano y colocar a sus personajes, unos personajes sin nombre, pero con vida, existencias a rastras, que huelen a tierra, de mujeres enlutadas, el aliento a odio, a alegría, a callarse, a no decir lo que les mata, y a cantar y bailar, a mirar y no hablar, a ver y sentir. Unos personajes interpretados por un plantel actoral que de gran altura que transmiten pasión, dolor y amor, que respiran esa tierra que tiene la culpa, que duele, que abrasa y ahoga, y acaba matando, unos secundarios de altura, como Luisa Gavasa, (que repite con la directora) de madre del novio, y Carlos Novoa, como el padre de la novia, con Leticia Dolera, Ana Fernández y Consuelo Trujillo, que sólo con la mirada componen sus papeles, y los principales, los dos chicos, Alex García y Asier Exteandía, pasión y razón, alma y bondad, las dos caras del interior oscuro de la novia, una inmensa y brutal Inma Cuesta, su interpretación más enérgica y apabullante de su carrera, una composición cargada de fuerza, belleza en la mirada y gesto delicado, esa novia que le mata el sol abrasador, que le asaltan las dudas, el miedo y la complejidad de amar y ser amada, y de dejarse llevar por lo que siente de verdad. Paula Ortiz ha construido una obra hermosa, de grandísima belleza visual y ritmo enérgico, que atrapa desde el primer instante, y nos arrastra a su mirada lorquiana a través de los deseos que nos hacen vivir, de lo que amamos y lo que sentimos, de lo que somos y anhelamos.