Entrevista a Marina Rodríguez Colás

Entrevista a Marina Rodríguez Colás, guionista de la película “Chavalas”, de Carol Rodríguez Colas, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 1 de septiembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marina Rodríguez Colás, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Marta Figueras, productora de la película, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

Chavalas, de Carol Rodríguez Colás

CHICAS DE BARRIO.

“Pero el miedo a cometer errores puede convertirse en sí mismo en un gran error, uno que te impide vivir, porque la vida es arriesgada y cualquier otra cosa ya es una pérdida”

Rebecca Solnit

Erase una vez una joven llamada Marta. Una joven que salió de su barrio de Cornellà para convertirse en fotógrafa. Pero la vida a veces es una cosa y tus deseos otra, y después de muchas idas y venidas por el mundo, se queda sin trabajo y más sola que la una, así que, muy a su pesar, vuelve al barrio donde creció, a casa de sus padres y a relacionarse con las amigas de toda la vida. Allí, se reencontrará con las amigas con las que creció: Bea, que tiene un trabajo que le gusta y se ha quedado a vivir en el barrio en el piso de los abuelos, Desi, la buscavidas, que trabaja en el bar de Soraya. Los edificios altísimos, los bares de barrio donde se reúne una parroquia variopinta amante del fútbol y los pájaros, el mercadillo de los sábados, las plazoletas llenas de niños a la pelota y niñas a la goma. Marta vuelve a ese entorno y a esa cotidianidad de barrios obreros y vidas de comunidad.

La opera prima de Carol Rodríguez Colás, de barrio y de Cornellà (Barcelona), nació del piloto de una serie que ahora se convierte en largometraje, con el magnífico y humanista guion de su hermana Marina, que ha estado en muchos de los cortometrajes de Carol. Un relato lleno de verdad, de autenticidad, de naturalidad y empaque emocional, su sencillez y cotidianidad es su mejor arma, y cuatro actrices jóvenes que conectan a las mil maravillas, dotando a sus personajes de fuerza, sensibilidad y sinceridad. Porque la película de Rodríguez Colás se centra en lo que sabe, sin apabullar ni adornar nada, sino buscando esa humildad y potencia que tiene su contexto y la relación de las amigas de siempre, capturando toda la realidad que allí se impone, con sus calles, sus edificios, sus tiendas de toda la vida que todavía resisten como esa tienda de fotos, con esas celebraciones en el bar de siempre, y esas largas conversaciones comiendo pipas y bebiendo en el banco que las ha visto crecer.

Todo tiene carácter y verdad, no hay estridencias argumentales ni nada que se le parezca, ni sobre todo, virguerías formales, todo se acopla a la relación intima y profunda de sus personajes, desde el punto de vista de Marta, la que se iba a comer el mundo, y vuelve a casa con el rabo entre las piernas, angustiada y sintiéndose fracasada. Pero, voila’, en el barrio que tanto quería dejar atrás, encontrará todo aquello que iba buscando sin saberlo, encontrará un comienzo, otra forma de sentir, vivir y relacionarse. La naturalidad y cercanía de la cinematografía de Juan Carlos Lausín, con mucha experiencia en series de televisión, capturando ese tono de documento bien avenido con la ficción de la película, encajando a la perfección, el rítmico y potente tono que le da el montaje que firma Pablo Barce, debutante en el largometraje después de muchos trabajos en el campo del cortometraje, y la música que nos acoge y nos va relatando, desde el que observa dejando espacio para mirar, que han compuesto Francesc Gener (habitual en el cine de Laura Mañà), y la debutante Claudia Torrente.

Mención aparte tiene el inmenso, cautivador y absorbente trabajo de las cuatro maravillosas actrices encabezadas por la perdida y alejada Marta, protagonizada por una arrolladora Vicky Luengo, con sus ínfulas e insolencia, siguiendo con una magnífica Elisabet Casanovas, el empaque emocional y liberador de Carolina Yuste, y finalmente, la sorpresa de pura energía de Ángela Cervantes, y luego, otros intérpretes que dan profundidad a la historia como Cristina Plazas y Mario Zorrilla como padres de Vicky, José Mota como el dueño de la tienda de fotos, y una Ana Fernández, como artista insoportable y modernísima ella. Con el aroma que desprendía una película como Barrio (1998), de Fernando León de Aranoa, y la mirada de Girlhood (2014), de Céline Sciamma, emparentadas con Chavalas  en muchos aspectos, porque tanto una como la otra quieren mostrar una realidad dentro de muchas, donde hay chicas y chicas que viven en un lugar con pocas oportunidades, pero donde también se puede estar con los de toda la vida, perdiéndose entre sus calles, soñando con otra realidad, y sobre todo, creciendo entre risas, llantos y demás circunstancias.

Rodríguez Colás ha dado en el clavo con su propuesta, que tiene partes muy relacionadas con ella, ya que en sus estudios de cine escogió la especialización de fotoperiodismo, como su protagonista, una mujer que anda como Crusoe, naufragando por la vida, sintiendo su fracaso, aunque en su vuelta a casa y al barrio, se dará cuenta que la vida no es un continuo éxito o fracaso, sino que hay muchas cosas, más sencillas, más personales, más profundas y más auténticas, que todo se puede revitalizar y mirar desde otro lado, sin tanta tensión y más humana. Vicky anda buscando su vida, y su fotografía, esa tan cercana que le cuesta ver, que quizás es otro obstáculo que se ha inventado para no hacer frente a otras realidades que cree que no van con ella. Un personaje que tiene mucho que quitarse de encima, para aligerar carga y sobre todo, sentirse cómoda con lo que es y de dónde viene, mirar su barrio y sentirse bien consigo misma. Un barrio que la película le quita sambenito de marginación y le da un nuevo brío diferente, un lugar donde quizás puedes encontrar muchas cosas que creías que no eran importantes como personas como tú, que viven tranquilamente, con sus trabajos, sus clases de Tai Chi, sus colegas de siempre, sus rollos de siempre y las cervezas en el mismo puto lugar de siempre. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Hasta el cielo, de Daniel Calparsoro

DEPRISA, DEPRISA.

“Si me das a elegir/ Entre tú y la riqueza/ Con esa grandeza/ Que lleva consigo, ay amor/ Me quedo contigo/ Si me das a elegir/ Entre tú y la gloria/ Pa que hable la historia de mí/ Por los siglos, ay amor/ Me quedo contigo”.

De la canción “Me quedo contigo”, de Los Chunguitos.

El cine quinqui tuvo su esplendor a finales de los setenta y principios de los ochenta, en pleno tardofranquismo, con películas como Perros callejeros (1977), de José Antonio de la Loma, que tuvo dos secuelas, incluso una versión femenina, Navajeros (1980), Colegas (1982), El pico (1983), y su secuela, todas ellas de Eloy de la Iglesia, y otras, como Los violadores del amanecer (1978), de Ignacio F. Iquino, Maravillas (1980), de Manuel Gutiérrez Aragón, y Deprisa, deprisa (1981), de Carlos Saura, que se alzó con el prestigioso Oso de Oro en la Berlinale. Un cine de fuerte crítica social, que mostraba una realidad deprimente y siniestra, donde jóvenes de barrios marginales se lanzaban a una vida de delincuencia y heroína, destapando una realidad social muy desoladora y amarga.

Hasta el cielo, que como indica su frase inicial, muestra una ficción basada en múltiples realidades, recoge todo aquel legado glorioso del cine quinqui y lo actualiza, a través de un guion firmado por todo un consagrado como Jorge Guerricaecheverría, que repite con Daniel Calparsoro (Barcelona, 1968), después de la experiencia de Cien años de perdón (2016), si en aquella, la cosa se movía por atracadores profesionales en un trama sobre la corrupción y las miserias del poder, en Hasta el cielo, sus protagonistas nacen en esos barrios del extrarradio, chavales ávidos de riqueza, mujeres y lujo, que la única forma que tienen de conseguirlo es robando, con el método del alunizaje. Pero, el relato no se queda en mostrar la vida y el modus operandi de estos jóvenes, si no que va mucho más allá, porque en la trama entran otros elementos. Por un lado, la policía que les pisa los talones, con un Fernando Cayo como sabueso al lado de la ley, también, una abogada no muy de fiar, en la piel de Patricia Vico, cómplice de Calparsoro, y el tipo poderoso que hace con sobriedad y elegancia Luis Tosar, que ordena y compra todo aquel, sea legal o no, para sus viles beneficios.

La acción gira en torno a Ángel, uno de tantos chavales, que parece que esto de robar a lo bestia se le da bien, sobre todo, cuando se presentan problemas. La película se va a los 121 minutos de metraje, llenos de acción vertiginosa, con grandes secuencias muy bien filmadas, como demuestra el oficio de Calparsoro, que desde su recordado y sorprendente debut con Salto al vacío (1995), se ha movido por los espacios oscuros del extrarradio y los barrios olvidados, para mostrar múltiples realidades, con jóvenes constantemente en el filo del abismo, sin más oficio ni beneficio que sus operaciones al margen de la ley. El relato, bien contado y ordenado, sigue la peripecia de Ángel, su ascenso en el mundo del robo, con hurtos cada vez más ambiciosos, y todos los actores que entran en liza, contándonos con un alarde de febril narración todos los intereses y choques que se van produciendo en la historia, como ejemplifica la brillante secuencia del hotel, o la del barco, con múltiples acciones paralelas y un ritmo infernal, y con todo eso, también, hay tiempo para el amor en la existencia de Ángel, un amor fou como no podía ser de otra manera, con un amor desenfrenado y pasional con Estrella, la chulita del barrio de la que todos están enamorados, y el otro, el de Sole, la hija de Rogelio, el mandamás, un amor de conveniencia para escalar socialmente.

La excelente cinematografía de Josu Incháustegui, que sigue en el universo Calparsoro, al que conoce muy bien, ya que ha estado en muchas de sus películas, el rítmico montaje de Antonio Frutos, otro viejo conocido del director, y la buena banda sonora que firma el músico Carlos Jean, en la que podemos escuchar algún temazo como “Antes de morirme”, de C. Tangana y Rosalía, que abre la película. Y qué decir del magnífica combinación de intérpretes consagrados ya citados, con los jóvenes que encabeza un extraordinario Miguel Herrán, descubierto en A cambio de nada, y en las exitosas Élite y La casa de papel, es el Ángel perfecto, nombre que tenía el famoso “Torete”, con esa mirada arrolladora y esa forma de caminar, bien acompañado por una excelente Carolina Yuste, desatada después de Carmen y Lola, camino de convertirse en una de las más valoradas, Asia Ortega, como el amor despechado, pero fiel, Richard Holmes como Poli, el rival en cuestión, y luego una retahíla de lo más granado del rap y trap españoles que debutan en el cine como Ayax, Jarfaiter, Carlytos Vela, Dollar Selmouni y Rukell, como compañeros de fatigas de Ángel.

Hasta el cielo nos devuelve el mejor cine de acción y de personajes de Calparsoro, a la altura de la formidable Cien años de perdón, un cine de entretenimiento, pero bien filmado y mejor contado, que va mucho más allá del mero producto hollywodiense, donde hay buenos y malos y una idea de la sociedad condescendiente. Aquí no hay nada de eso, porque la película no se queda en la superficie,  nos mira de cara, sin tapujos ni sentimentalismos, porque hay rabia y furia, contradicciones, y personajes de carne y hueso, que erran, aman sin control y viven sin freno,  contándonos un relato lleno de matices, laberíntico y muy oscuro, lleno de ritmo, intrépido y febril, donde encontramos de todo, una realidad social durísima, jóvenes sin miedo y dispuestos a todo, thriller de carne y hueso, de frente, sin concesiones, y sobre todo, una arrebatadora historia de amor fou, de esas que nos enloquecen y nos joden a partes iguales, pero jamás podremos olvidar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Arantxa Echevarría

Entrevista a Arantxa Echevarría, directora de la película “Carmen y Lola”. El encuentro tuvo lugar el lunes 3 de septiembre de 2018 en cafetería de los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Arantxa Echevarría, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, generosidad, paciencia y cariño.

Carmen y Lola, de Arantxa Echevarría

UN AMOR PROHIBIDO.

“Ser mujer sigue siendo una tarea difícil. Ser mujer y gitana, lleva acompañado toda una cultura de siglos de patriarcado y machismo. Ser mujer, gitana y lesbiana, es directamente no existen”

Arantxa Echevarría

Nos encontramos en el extrarradio de Madrid, aunque podría tratarse de cualquier ciudad del mundo, en uno de esos barrios de la periferia, en los que se acumulan los más desfavorecidos, donde conoceremos a Lola, una gitana adolescente diferente a las demás, Lola va al instituto, sueña con ir a la universidad, pinta grafitis de pájaros, y además, a Lola le gustan las chicas. Un día, en esos días de mercadillo, donde su familia vende frutas y verduras, se tropieza con Carmen, una gitana guapísima de su misma edad, el enamoramiento de Lola es instantáneo, como si un rayo la atravesara, esa primera mirada, esas hormigas revoloteando en el estómago, ese primer amor. Aunque, la cosa no va a ser nada fácil, porque Carmen está pedida y prepara su boda con un primo de Lola.

La directora Arantxa Echevarría (Bilbao, 1968) lleva más de un cuarto de siglo en esto del cine, trabajando en los equipos de producción y realización para otros directores, en el año 2010 se lanzó a dirigir cortos cosechando grandes éxitos, y ahora se ha decidido a debutar en el largometraje coproduciendo, escribiendo y dirigiendo una tierna y sensible love story protagonizada por dos gitanas en un contexto hostil y cerrado como la comunidad gitana, un entorno establecido en el que rigen unas tradiciones sociales y culturas ancestrales, donde las mujeres están destinadas a casarse y ser madres. Echevarría se adentra en el mundo gitano desde el respeto y sus contradicciones, sin juzgar a sus protagonistas ni a sus familias, dejando que el espectador tome partido, explicándonos su cuento urbano y febril de manera sencilla y honesta, sin caer en estereotipos ni prejuicios, contándonos el primer amor, esa primera vez que descubrimos el amor, con la circunstancia que se trata de dos chicas gitanas, y protagonizarán un amor prohibido, clandestino, lejos de miradas inquisitivas y reprobadoras.

La cineasta bilbaína nos cuenta su película a través de la mirada de Lola, la chica diferente, la que quiere otra vida para ella, la que se mete en chats de lesbianas y pinta grafitis de pájaros que vuelan libres, sin rumbo ni destino, y todo lo hace a escondidas, lejos de los suyos, que censuran su vida y su forma de ser, Lola ve en Carmen ese pájaro enjaulado como ella, y se siente fuertemente atraído por ella, aunque las circunstancias se encaminen hacia otro lugar, pero el caprichoso destino las irá empujando hacia lo inevitable y vivirán esa historia de amor pequeña y oculta. La luz luminosa y cercana de la película, obra de Pilar Sánchez Díaz (también coproductora de la cinta) con ese aroma brillante, que contrasta con la oscuridad emocional que sienten y viven las protagonistas, recuerda a los trabajos de Teo Escamilla para Saura o los de José Luis Alcaine para Almodóvar, una luz luminosa que baña cada rincón de ese barrio y sus espacios, donde a veces escuchamos música flamenca que acompaña en las celebraciones de los gitanos (en el culto religioso, en la fiesta de pedida o el cumpleaños del novio) motivo de alegría para la comunidad, contrarrestada por los momentos de silencio cuando las dos chicas se dejan llevar por sus sentimientos y sus miedos.

La película emana ese cine social que hizo grande al cine británico de finales de los 50 y comienzos de los 60, que han heredado cineastas como Saura o Armendaríz, a través de la urbanidad y la suciedad de los desplazados del centro de la urbe, como vimos en películas de la calidad de Deprisa, Deprisa o 27 horas, y más recientemente, el cine de los Dardenne, tan interesado en las penurias de los invisibles de las urbes, o los chavales aburridos sin nada que hacer de Barrio, de León de Aranoa, chicos y chicas que van de un lado a otro, en esa edad difícil donde están de paso, donde cada experiencia es un descubrimiento que marcará sus destinos, en ese estado de transición que todavía no se ha definido hacia ningún lugar o destino. El extraordinario reparto de la película, todos ante su primera experiencia cinematográfica, con el maravilloso dúo protagonista, Zaira Romero y Rosy Rodríguez, las Lola y Carmen, bellas, espontáneas y sinceras, bien secundadas por Carolina Yuste como Paqui, esa gitana que ha roto una lanza a favor de encaminar a los gitanos a otro futuro, y Moreno Borja y Rafaela León, padres de Lola, y un grupo de casi 150 gitanos que dan vida a los personajes de la película.

Echevarría ha construido una película sensible, íntima y deslumbrante, tanto por su contenido, complejo y difícil, como su forma, desde esa distancia en la que explica su historia de manera libre y sin complejos, acercándose a la comunidad gitana desde su diversidad, complejidad y singularidad, sin caer en la superficialidad, ni crear un cuento de buenos y malos, sino de seres diferentes y complejos, seres que aman, que sufren, que viven según su cultura, sus tradiciones, educación y experiencias, en una magnífica película con encanto y detallista, en la que todo ocurre desde una mirada libre y desacomplejada, una mirada convertida en los precios que tenemos que pagar por ser libres, y sobre todo, por amar en libertad, sin coacciones de ningún tipo, siendo las personas que queremos ser, trabajando para vivir y amar como sentimos.