La hija eterna, de Joanna Hogg

MI MADRE Y YO. 

“Parte de la historia habla de cómo nuestras madres – más que nuestros padres – tienen el poder de transportarnos de nuevo, da igual nuestra edad, a la infancia, como si usaran un hechizo. Incluso cuando se ha alcanzado los cuarenta o más, cuando se está cuidando a padres ancianos, la sensación de ser una persona adulta desaparece y vuelven las lágrimas y el sentimiento de vulnerabilidad”.

Tilda Swinton 

No nos dejemos llevar por el tono y la textura de cuento de terror gótico que almacena una película como La hija eterna, el sexto largometraje de Johanna Hogg (London, United Kingdom, 1960), porque alberga la misma mirada e inquietudes que ya estaban en las anteriores películas de la excepcional cineasta británica. La historia vuelve a hablarnos de familia, en este caso madre e hija, de entornos muy cotidianos y tremendamente domésticos y palpables, ese hotel que antes fue la mansión de la familia, y nuevamente, en estados vacacionales y de asueto, una directora que quiere armar su nueva película mientras se aísla unos días en ese lugar solitario y alejado de todos y todo, pensando, descansando y sobre todo, recordando. 

La británica una experta consumada en la observación de las grietas emocionales femeninas en el entorno familiar, ya lo descubrimos con Unrelated (2007), su ópera prima en la que seguía a una casada infeliz que se refugiaba en un joven, en Archipelago (2010), las tensiones de una familia también eran el foco de atención, así como en Exhibition (2013), con una pareja que debe abandonar el edificio que han construido y compartido, o en el magnífico díptico The Souvenir (2019), y su secuela, dos años después, en la que profundiza en el primer amor de una joven, su toxicidad y su recuperación. Julie es una mujer madura, sin hijos, cineasta de oficio, que pasa unos días con Rosalind, su anciana madre. En esos días de descanso y trabajo, envuelta en muchas sombras y nieblas, situada en una zona inhóspita como Moel Famau, en Gales, vivirá o quizás deberíamos decir, tendrá su Ebenezer Scrooge dickensiano particular, porque Julie recreará y volverá al pasado, aquel que compartió con su madre, en el que se destaparán recuerdos ocultos, invisibles y sobre todo dolorosos, en una especie de viaje espejo-reflejo en que la protagonista se sumergirá en una especie de ensoñación catártica, en la que la seguiremos, la sentiremos y la descubriremos, y nos adentramos en su interior, en todo aquello que oculta y nos oculta, y que irá emergiendo a la superficie más tangible, dejando sobre la superficie toda su relación y no relación con su madre. 

Como hemos mencionado el tono y la textura nos remiten de forma directa a los cuentos de terror clásicos de la época victoriana, a sus personajes solitarios, melancólicos y perdidos, que tan bien relataron nombres tan ilustres como los de Henry James y su inmortal Otra vuelta de tuerca, y su excelente adaptación cinematográfica The innocents (1961), de Jack Clayton, autores como William Wilkie Collins y Margaret Oliphant, entre otras, a películas de la Hammer basándose en relatos de Poe y Lovecraft, y a todo ese universo donde lo inquietante se apodera de la historia, y vemos al personaje metido en una sucesión de experiencias extrañas que no tienen una explicación racional ninguna, en que el grandísimo trabajo de cinematografía de Ed Rutherford, que ya estuvo tanto en Archipelago como Exhibition, el exquisito y conciso montaje de Helle Le Fevre, que ha trabajado en los seis títulos de la directora, que construye una armonía perfecta para condensar los noventa y seis minutos de metraje, así como la inquietante y cercana música de Béla Bartók (1881-1945), un gran compositor que su música se acopla con detallada perfección a las imágenes de la cineasta. 

Hogg acoge el cuento de terror gótico de forma natural y absorbente, pero sólo lo usa para sumergirnos y sobre todo, vapulear a su personaje, expulsándolo de su zona tranquila y llevándolo a ese otro espacio donde abundan las sombras, las tinieblas (qué maravillosa niebla, que recuerda a la de Amarcord, de Fellini), y los fantasmas, tanto los suyos como los ajenos, todos esos espectros que revivimos de tanto en tanto, todos los que nos rodean y damos cuenta de ellos en algunos instantes de nuestra existencia, cuando debemos investigarnos y encontrarnos, como el caso de Julie, que pretende hacer una película sobre su relación con su madre. La directora londinense es una maestra consumada en introducirnos, sin estridencias ni piruetas narrativas, casi de forma transparente, de un entorno íntimo y cotidiano en otro, muy oscuro y violento, pasando de un lado al otro del espejo de manera tan natural como sencilla, a través del diálogo, como esa recepcionista, tan inquietante como amable, que dice que el hotel está lleno y nunca vemos a nadie más, o la aparición del vigilante y jardinero, que recuerda a aquel otro de El resplandor (1980), de Kubrick, con el que Julie mantiene una relación, algo estrecha y que la transformará en muchos sentidos. La compañía del perro también se convierte en un elemento distorsionador que inquietará a la protagonista. 

La elección de Tilda Swinton, que ya estuvo en el díptico The Souvenir, para el doble papel tanto de hija como madre, no sólo consigue seducirnos desde el primer encuadre, sino que consigue capturar toda la retahíla de matices y detalles de los dos personajes y de todo lo que se ha cocido a su alrededor, en ese espejo-reflejo en bucle, y la estupenda compañía y no de los otros personajes, la rara recepcionista que interpreta la debutante Carly Sophia-Davies, coproductora de la cinta, y el enigmático y cercanísimo vigilante que hace Joseph Mydell, al que vimos en Manderlay (2005), de Lars Von Trier, y algunas series británicas, completan un breve reparto que no sólo hace aumentar la inquietud y la extrañeza que tenemos durante toda la película. No se pierdan La hija eterna, de Joanna Hogg, porque a parte de todas las cosas que les he comentado, es una película que recordarán por mucho tiempo, porque no es sólo una película más de terror con la Swinton, sino que es una película que nos habla de nosotros y sobre todo, nuestra relación con nuestra madre, y eso es fundamental, no sólo en nuestras vidas sino en nuestras relaciones y en todo aquello que sentimos, porque todo nace y se cuece cuando éramos pequeños y mirábamos a nuestra madre y ella nos miraba, o quizás no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Pedro Mari Sánchez y Daniela Fejerman

Entrevista a Pedro Mari Sánchez y Daniela Fejerman, actor y codirectora de la película «Alguien que cuide de mí», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el miércoles 26 de abril de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pedro Mari Sánchez y Daniela Fejerman, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Revolutionary Press, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Un lugar llamado casa, de Emilie Beck

QUIERO SABER QUIÉN SOY.  

“Mi nombre real es Priyangika Samanthie, pero cuando me adoptaron me pusieron Kine Samanthie. Mientras otros soñaban con tener el carnet de conducir a los 18, yo solo quería volver a llamarme Priyangika”.

Esta es una historia que se remonta hasta el año 1992 en Sri Lanka, cuando nació Priyangika, hija de una madre soltera de pocos recursos que se vio forzada a dar su hija en adopción. Los afortunados fueron un matrimonio noruego que ya tenía otro niño del mismo país. Con solo siete semanas de vida, la vida de Priyangika dio un vuelco en todos los sentidos, porque se convirtió en otra persona, con otro nombre, viviendo en otro país, con otros padres y otra familia. Pero pasaron los años y Priyangika volvió a Sri Lanka con la intención de reencontrarse con su madre, su familia biológica y sobre todo, investigar las causas de su proceso de adopción. la directora Emilie Beck (Fredrikstad, Noruega, 1991), formada tanto en documental como ficción, se ha labrado una filmografía centrada en los problemas sociales, políticos y culturales y en favor de los derechos de las mujeres, como hizo en When the Wind Turned (2018), una película codirigida sobre una pareja que quiere vivir alejada de todo y todos y encuentra en el viento su fuente de energía. 

La historia sigue el periplo de Priyangika en su camino de volver a la tierra que la vio nacer, de reencontrarse con su identidad, con los suyos, con su madre, su tía, y sobre todo, investigar profundamente las características de su adopción, que está envuelta, como muchas de aquella época en enormes irregularidades y de un sistema que beneficiaba a los países enriquecidos a costa del empobrecimiento de los países asiáticos como Sri Lanka. Un viaje íntimo y sincero en el que la joven descubrirá su pasado, su país y sus gentes, y además, destapa un sistema completamente corrupto, tanto el de Sri Lanka como Noruega y muchos más otros, que se beneficiarán de la necesidad de unos y el deseo de otros. La cineasta noruega va al grano, su película es todo un estupendo ejercicio de síntesis y concisión, porque tiene una duración muy breve, apenas llega a los sesenta y siete minutos de metraje, en el que lo cuenta todo, o podríamos decir, que cuenta todo lo que necesita, cuenta un proceso muy personal de alguien que no sabe quién es, y sobre todo, se descubre a sí misma en este viaje, que es a su vez físico y emocional, un viaje que necesita para saber, para conocer y conocerse y también, para reflejarse en el país que apenas conoce, en los suyos, y las circunstancias que llevaron a su madre a entregarla en adopción.

Estamos ante una película con momentos duros, de esos que encogen el alma, como el conmovedor testimonio de su madre y la intensa conversación que mantienen frente al mar, y no menos, aquella otra que la protagonista tiene con su tía, donde se dice tan poco y se explica muchísimo, porque casi siempre las palabras explican cosas, pero las importantes, las que se sienten en el alma, no, donde hay que explicar sentimientos profundos, ocultos y difíciles de compartir. Un lugar llamado casa (No Place Like Home, en el original), es una historia que combina el dolor y la tristeza con la alegría y la esperanza, porque la historia de Priyangika Samanthie no es solo su historia, sino que es la historia de decenas de miles de niños y niñas que fueron adoptados de forma ilegal durante tantos años, sometidos a una relaciones entre el país enriquecido que necesita hijos e hijas, y el país empobrecido que necesita dinero y sobre todo, darles otra vida, mejor y más segura, para unos niños y niñas nacidos de la miseria, la injusticia y la explotación, en el fondo, otra forma de colonialismo subyacente que se sigue alimentando porque a los blancos les sigue interesando. En fin, la misma cosa de siempre, donde unos se aprovechan de otros, donde la justicia social es un espejismo, donde la democracia la impone quién tiene más y sobre todo, tiene más porque lo ha ganado de forma ilícita. 

Priyangika Samanthie conocerá su identidad, podrá compartir con los suyos y se topará con muchos enigmas, con mucha burocracia enmarañada y pasotismo por parte de las autoridades de Sri Lanka, pero dejará de sentirse en ese limbo donde no pertenecía a un país ni al otro, ahora sabe quién es, de dónde viene y algo de su adopción que ya es mucho, porque la mayoría de personas que han vivido un proceso de adopción de aquellos años, nunca sabrá nada porque la documentación existente es falsa. Resulta muy interesante y revelador la conversación que la protagonista tiene con sus padres adoptivos, donde ellos se sienten libres de cualquier responsabilidad y se aprovecharon de unas circunstancias que les favorecían. Un lugar llamado casa no habla del espacio físico, sino de la importancia capital de lo emocional, de sentir, de ser y de estar bien con quién eres, de tu procedencia, de dejar el rencor, el miedo y el dolor y abrazar la vida, la madre, los parientes y estar en paz consigo misma, porque hay cosas en la vida que no dependen de uno o una, pero lo que depende de uno, esas, las que más nos importan y nos hacen estar bien con nosotros mismos, esas son las que debemos buscarlas y reencontrarnos con ellas  y tenerlas en paz. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Bruno Gascon

Entrevista a Bruno Gascon, director de la película «Sombra», en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Seventy en Barcelona, el sábado 17 de abril de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Bruno Gascon, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación del Festival, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

A tiempo completo, de Éric Gravel

LA TORMENTA DE JULIE.

“Todos tenemos una reserva de fuerza interior insospechada, que surge cuando la vida nos pone a prueba”

Isabel Allende

La película se abre de forma tranquila y en paz. La cámara, en primerísimo primer plano detalle, recorre el cuerpo de una mujer, solo escuchamos su respiración que invade todo el cuadro. Ese sonido se ve bruscamente interrumpido con el sonido de la alarma del reloj. Julie se despierta como un resorte, y se pone en marcha. A partir de este instante, la película adoptará un ritmo vertiginoso, agobiante y tremendamente agitado, porque la existencia de Julie es así. Julie levanta a sus dos hijos pequeños, desayunan, mientras ella se cocina su comida del mediodía, los viste, se viste y salen de casa echando hostias. Julia deja a sus hijos en casa de la vecina, y a toda prisa va a coger el tren que la llevará a París. Así cada mañana. No hay descanso, no hay tregua, solo un ir y venir de París al pueblo donde vive. Julie está sola, porque su ex se desentiende bastante de sus hijos y de la pensión. Aunque la semana elegida por la trama para contarnos la vida de Julie va a ser muy diferente. Esa semana hay huelga general y todo el frágil equilibrio vital de una mujer sola, madre y trabajadora, se va a ir resquebrajando a pesar de los esfuerzos titánicos de Julie.

El director Éric Gravel, francocanadiense que lleva más de dos décadas en Francia, que trabajo como cineasta para el colectivo internacional Kino, ya había debutado en el largometraje con Aglaé, a prueba de choque (2017), enfocada también en el ambiente laboral y en la piel de unas mujeres que no tienen más remedio que trasladarse a la India, ya que la empresa de pruebas de choques para automóviles se deslocaliza. Con A tiempo completo, el trabajo vuelve a ser una pieza importante como no podía ser de otra manera, con ese empleo de jefa de camareras en un hotel de lujo del centro de París que tiene Julie, un trabajo que requiere organización, precisión y rapidez. Una actividad agotadora y muy exigente para Julie que, además, en esa semana de locos, tendrá una entrevista de trabajo para mejorar su vida, inevitable no acordarse de la reciente En un muelle de Normandía, de Emmanuel Carrère, donde encontrábamos otras mujeres aplastadas por la velocidad de trabajar en la limpieza de un barco de lujo.

Estamos ante una película muy sensorial, porque el encuadre usado para mostrar la vida de Julie deja mucho fuera de campo, un sonido que se mezcla con la música electrónica de Irè Drésel que ayuda a crear esa atmósfera asfixiante en la que se mueve la protagonista, al igual que el inmenso trabajo de cinematografía de Victor Seguin, a partir de la desestructuración formal de la película, llena de planos cortos y de poquísima duración, que nos envuelve en esa no vida de pura velocidad y al borde del colapso, como el estupendo trabajo de edición de Mathilde Van de Moortel (que tiene en su haber las películas con Deniz Gamze Ergüven y una serie con Olivier Assayas), en una película que no resulta difícil de ver, a pesar de su intenso troceado, de ritmo condensado y su mezcla de esos planos de pequeña calma, donde vemos a la protagonista en solitario rodeada de la inmensidad de la ciudad, con sus tonos fríos y crudos, y su hostilidad, desesperanza e individualismo, en contraste con la calidez y la cercanía en su hogar y con sus hijos.

Una película de estas características que enfoca todo su entramado argumental como formal en su protagonista y su existencia, debía tener a una actriz poderosa, una de esas actrices que copan cada encuadre, cada sonido, cada silencio, como un cuerpo, una emoción y un estado de ánimo. Todo eso lo consigue una espectacular y maravillosa Laure Calamy, convirtiéndose en la guinda que le faltaba a una película tan actual y atemporal como esta, porque la interpretación de la actriz es de una credibilidad absoluta, haciéndolo todo muy fácil, creyéndonos la no vida de esta mujer que quiere ser fuerte cuando todo se vuelve en su contra, que hace lo que puede, que sigue en la brecha a pesar de todos y todo. Calamy demuestra sus grandes dotes para meterse en cualquier embolado, como ha demostrado con creces en las dos películas que hemos visto en el último año: la Alice Farange, la ganadera valiente en el denso policiaco de Solo las bestias, de Dominik Moll, y la Antoinette que se ridiculiza por amor en la comedia alocada de Vacaciones contigo… y tu mujer, de Caroline Vignel, dos registros que, sumados a este, hacen de Laure Calamy una actriz todoterreno, llena de matices y con una capacidad asombrosa para envolvernos en cualquier rol.

Éric Gravel mezcla con acierto la comedia y el drama, y los fusiona de tal forma que a veces no distinguimos el uno del otro, porque está tocando temas cotidianos que todos conocemos y casi siempre no sabemos cómo gestionarlos. Hay muchos y variados elementos que van desde la humanización de su personaje, una madre-trabajadora coraje, quitándole todos los estereotipos impuestos socialmente, y dejando un personaje de carne y hueso que necesita la ayuda de los demás para intentar llevar una vida dura y triste que dista mucho de ser digna. También, critica con dureza la deshumanización del trabajo, vidas precarias sometidas y juzgadas constantemente donde se ha impuesto la prisa y la velocidad como modus viviendi, así como la acumulación de actividades sin descanso, como menciona el filósofo Byung-Chul Han. “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. Gravel no ha hecho una política al uso, pero lo íntimo siempre lo es, y la no vida de Julie, que vemos desde sus entrañas y sus sentimientos más ocultos, es una continua lucha cada día para vivir, porque ahora lo que hace dista mucho de vivir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Iván Guarnizo

Entrevista a Iván Guarnizo, director de la película «Del otro lado», en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el recinto de la Universidad de Barcelona, el martes 30 de noviembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Iván Guarnizo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación de L’Alternativa, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

En el umbral, de Coraci Ruiz

LA MADRE QUE FILMA A SU HIJO TRANS.

“Intentar entender al otro significa destruir los clichés que lo rodean, sin negar ni borrar su alteridad”

Umberto Eco

La opera prima de la directora brasileña Coraci Ruiz, codirigida junto a Julio Matos fue Letters to Angola (2012), en la que nos hablaba de personas nacidas en Angola y su migración y exilio en países como Portugal y Brasil, en la que también se abordaba el encuentro con el otro. Bajo esa premisa, la cineasta nacida en Sâo Paulo, se enfrenta a otro reto mayúsculo, esta vez centrándose en la intimidad de su familia, porque ha comenzado a filmar el proceso de su hija que siente la necesidad de ser otra persona. La película está construida  desde múltiples ángulos y texturas, desde el material de archivo, con esas imágenes domésticas donde vemos la infancia de su hijo, la juventud de la madre, y la propia de la directora. Hay una parte importante que la película se apoya en el diálogo íntimo y transparente, entre la madre de la directora y ella misma, donde conocemos su activismo político en aquel Brasil de principios de los setenta con la dictadura derrocada y una sociedad nueva llena de cambios y sobre todo, de libertad. Y ese otro diálogo, entre madre e hijo, donde nos adentramos en las reflexiones, dudas y preocupaciones tanto de madre como de hijo, a través de una conversación tranquila, profunda y abierta.

Las imágenes de Ruiz traspasan el documento para profundizar en la vida, y en el otro, en todas las ideas, prejuicios y combates internos que tenemos ante los conflictos emocionales que se nos van presentando en nuestra existencia. La película tiene una vitalidad extraordinaria, porque maneja con soltura los citados momentos íntimos, con otros como las manifestaciones feministas y LGTBI, en el Brasil que abarca tres años de rodaje de la película, el que va de 2016 con el fin de la progresista Dilma Rousseff y la llegada del ultraderechista Jair Bolsonaro en el 2019. Acontecimientos que impregnan la película y la hacen muchísimo más reivindicativa y humana, porque estamos ante una película que abraza la diferencia, la diversidad, y sobre todo, nos plantea todo aquello que pensamos sobre cuestiones diferentes a nosotros, colocándonos en una situación en la que debemos mirar, escuchar y entender al otro, liberándonos de todo aquello que se ha ido cociendo en nuestro interior, siendo valientes para observar y ver que hay dentro de esas personas que sienten diferente a nosotros, y mucho más cuando se trata de tu propio hijo.

La directora brasileña trata con suma delicadeza y sensibilidad todo aquello que filma, el archivo que edita, y las personas que filma y cómo las filma, de frente, nunca sin condescendencia ni sentimentalismo, sino de forma auténtica, de verdad, sin acompañamientos ni efectos estilísticos, de forma natural, con esos encuadres cerrados y llenos de humanidad, acercándose con tacto y ternura a sus compañeros de viaje como su madre y su hijo. La película empieza hablándonos de un conflicto íntimo e interno, para crecer enormemente y construir todo un viaje personal, político, social y económico sobre querer ser otro, y cómo esa sociedad que cada vez se vuelve más intransigente y conservadora, responde ante esos cambios que nos hablan de una nueva generación de personas, como aquella otra de los setenta, la de los abuelos, que quiere y necesita vivir sin miedo, aceptando a los demás y sobre todo, aceptándose a sí mismos, construyendo y luchando por una sociedad más justa, con más liberta, y llena de vida, de amor, y de personas que son respetadas y aceptadas por los demás independientemente de su identidad y su género.

Aplaudimos y celebramos la valentía y la sinceridad de una película que habla del individuo para hablarnos de lo colectivo, de una película que se formula a través de lo que filma y como lo hace. Un gran alegría por el coraje de Coraci Ruiz, su coguionista Luiza Fagá, su productor Julio Matos, y de todo su equipo, para levantar una película bellísima, tanto por su contenido como por su forma, por poner sobre la mesa tantos temas de aquí y ahora que entroncan con el pasado, en un tiempo de lucha, reivindicación y manifestaciones, alzándose contra el poder, contra los muros y barreras que continuamente ponen a la libertad de uno mismo. En el umbral habla en realidad de todos nosotros, de todos aquellos que alguna vez en la vida nos hemos sentido diferentes y hemos querido vivir de otra manera, más acorde a lo que sentíamos, aunque para ello tuviéramos que ser objeto de críticas y demás. Todos somos Noah, y también, Coraci, y la abuela. Porque todos vamos en el mismo barco, porque todos queremos una vida tranquila y sobre todo, una vida de verdad, aunque para ello tengamos que enfrentarnos a tantos cavernarios. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Demonic, de Neill Blomkamp

DESPERTANDO LOS DEMONIOS.

“El infierno y los demonios no están en el fondo del abismo de la tierra sino en el corazón del hombre, inclusive del más virtuoso y del más justo”.

Nikos Kazantzakis

District 9 (2009), la opera prima de Neill Blomkamp (Johannesburgo, Sudáfrica, 1979), sorprendió a propios y extraños, ya que nos adentraba en la cotidianidad de unos extraterrestres varados en un barrio, y sus continuos conflictos con la población humana, con un tratamiento cercano al documental de testimonios, en una cinta llena de drama, suspense y tensión. Le siguieron Elysium (2013), y Chappie (2015), producciones con más medios y más ambiciosas, que seguían la misma línea de ciencia-ficción, y las complejas relaciones de poder entre humanos y robots, en unos relatos que, en mayor o menos medida, conectaban con un público que se dejaba llevar por una vuelta de tuerca muy interesante sobre la ciencia-ficción del nuevo siglo. Entre el 2017 y el 2020, el director sudafricano ha continuado produciendo películas cortas con la misma temática que ha caracterizado sus primeros trabajos, añadiendo más sofisticación y espectacularidad en las secuencias de acción y dotando a su cine de un empaque novedoso, ágil y divertido.

Con Demonic, película nacida y desarrollada en plena pandemia, Blomkamp ha echado el freno a sus robots y nos ofrece un cambio de registro en toda regla. El argumento no se aleja demasiado de la película de terror al uso, sin grandes medios y sobre todo, muy próxima a esos productos de los ochenta con el ánimo de entretener un rato al público. Por eso sorprende mucho este cuarto largometraje del cineasta sudafricano, y cuánto más su convencional argumento, que nos cuenta la existencia de Carly, una mujer que recibe la llamada de una empresa que ha creado un simulador virtual en el que interactuará en la mente de su madre, Angela, una mujer en coma, condenada por asesinato múltiple. La novedad de la película es todo el entramado de la virtualidad, que no deja de ser una especie de máquina del pasado de nuestros miedos, monstruos y demás. Es una película al uso de posesiones demoniacas, muy al estilo de ese gran clásico referencial que es El exorcista (1973), de William Friedkin, y Carrie (1976), de Brian de Palma, con esas relaciones complejas y violentas entre madre e hija.

Otros actores de este entramado extraño es el del personaje de Martin, ex novio de Carly, también implicado en la trama, y los tipos que trabajan para la empresa que tiene mucho interés en el proceso virtual al que someten a Carly. Unos individuos que son curas que pretenden atrapar al demonio en cuestión. Blomkamp rescata a dos intérpretes de su cine como Carly Pope en la piel de la desdichada Carly, con la que trabajó en Elysium, y a su alter ego y enemiga, Nathalie Bolt, vista en District 9, que se enfunda en Angela, la madre odiada y siniestra. Y finalmente, Chris William Martin es Martin, el ex novio de Carly, metido en este lío para ayudar a la joven. El director sudafricano no consigue las hechuras y densidad que tenían sus anteriores películas, y parece que Demonic es una película contada de forma muy lineal y llena de referencias, muy alejada del ingenio que se esperaba de un director realmente imaginativo, fresco y constructor de atmósferas densas, caóticas y llenas de complejidad y humanidad.

La película se deja ver, tiene algún que otro momento interesante, pero pronto vuelve a su envoltorio de entretener sin más, y no pretende nada más que eso, un entretenimiento más, con ese look de película alimenticia o divertimento para su director, que nos inquieta de cara a sus futuras producciones, si seguirá en esta línea, o volverá a ese cine más compacto, lleno de brillantez, ingenioso y lleno de tensión, más propia del cine de terror. Quizás el elemento más sobresaliente de Demonic sea su falta de pretensiones, pero abusa de las referencias, y de las situaciones sin alma que pululan durante toda la película, alguna que otra secuencia nos emociona, pero en general, todo está demasiado pensado y ejecutado, dejando nulo todo ese espacio para la imaginación, la construcción de atmósferas, y sobre todo, las composiciones de los intérpretes, que resultan demasiado monótonas. La película se acaba perdiendo en sí misma, que mira demasiado a otras producciones tótem, olvidándose de sí misma, y dejando sin alma todo lo que cuenta y cómo lo cuenta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Petite Maman, de Céline Sciamma

NELLY Y MARION TIENEN UN SECRETO.

“Todo está en la infancia, hasta aquella fascinación que será porvenir y que sólo entonces se siente como una conmoción maravillosa”.

Cesare Pavese

De las cinco películas que componen la mirada de Céline Sciamma (Ponotise, Francia, 1978), es recurrente el tema de la edad temprana, tanto de la infancia en Tomboy (2011), como de la adolescencia en Naissance des Pieuvres (2007), su opera prima, en Girlhood  (2014), y en Cuando tienes diecisiete años (2016), de André Techiné, en la que actuó como coguionista. Todas ellas retratos de diferentes formas, estilos e intimidades, sobre los primeros amores, la transexualidad, la diversidad cultural, la violencia, etc… Después de la grandiosa Retrato de una mujer en llamas (2019), la que elevó el genio de Sciamma hacia los altares del cine, en las que nos transportaba a la Francia del siglo XVii, a través del amor entre una pintora y su modelo. La directora francesa vuelve a la infancia, a los primeros años, a los que ya retrató como coguionista en La vida de Calabacín (2016), de Claude Barras, excelente cinta de animación stop-motion sobre unos niños desamparados.

Ahora, lo hace con Petite Maman, una deliciosa e íntima película sobre una niña llamada Nelly, de ocho años que, después de perder a su abuela, va junto a sus padres a la casa de la fallecida para vaciarla. Una casa limítrofe con un bosque donde se tropezará con un secreto, porque entablará amistad con Marion, otra niña de su misma edad, que al parecer es su madre. Sciamma compone un delicado cuento de hadas, construyendo una película sencillísima y sensible, donde huye de todo artificio y piruetas argumentales o narrativas, para centrarse en ese maravilloso encuentro, o podríamos decir, reencuentro, nunca lo sabremos. Desmonta todo tipo de géneros, y nos sumerge en un extraordinario y conmovedor drama sobre la infancia, sobre el duelo en la infancia, sobre mirar al otro, sobre entender al otro, en un tiempo indeterminado, sin tiempo, en un espacio que es la misma casa, con leves pero significativas variaciones, y un bosque mágico, un universo totalmente infantil, donde los adultos siempre aparecen desde fuera, en el que todo lo que sucede solo es de ellas, esas confidencias, esas miradas, esos juegos, y sobre todo, el secreto que las ha juntado, las ha encontrado en el tiempo de la infancia de la madre, que la hija visita después de tantos años.

La cineasta francesa vuelve a contar con la cinematógrafa Claire Mathon, que ya estuvo en Retrato de una mujer en llamas, en otro trabajo apasionante, intenso y estilizado, aprovechando la luz natural tanto en los exteriores como interiores, creando toda esa luz que nos sumerge en el bosque, con esa cabaña como centro neurálgico de toda la trama, y la casa, la misma, que ejerce como lugar mítico y fabulador para toda la experiencia interior que viven tanto Nelly como Marion, una luz que nos acoge mediante planos largos todo el espacio de la película, sumamente cotidiano, pero a la vez, con ese toque fantástico, como de otro tiempo. El montaje lo firma Julien Lacheray, presente en todas las películas de Sciamma, donde realiza un grandísimo trabajo de delicadeza y cadencia, donde todo se desarrolla bajo el amparo de la fisicidad, donde cada corte nos lleva de un tiempo a otro, y al actual, todo muy sutil y sin estridencias, sumergiéndonos en ese otro tiempo no tiempo, donde tanto madre como hija tienen la misma edad y disfrutan y comparten de su tiempo juntas.

Petite Maman tiene el aroma que desprendían las Ana e Isabel de El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, Ponette (1996), de Jacques Doillon, Nana (2011), de Valérie Massadian, y las Frida y Anna, las dos niñas de Verano 1993 (2017), de Carla Simón, títulos que nos acercaban la infancia desde una perspectiva infantil, con sus miradas, sus juegos, sus confidencias, soledades y tristezas, donde la cámara descendía para mirarlas frente a frente, de igual a igual, cimentando la película a través de su tiempo, con sus existencias, pausando cada encuadre, asistiendo a la vida desde otro ángulo, otra mirada, encogiéndonos en otro tiempo, otro lugar y otra mirada, mucho más profunda, más calmada, y en otro universo. Rendirse y aplaudir a rabiar la maravillosa elección de las dos hermanas Joséphine y Gabrielle Sanz para encarnar a Nelly y Marion, respectivamente. Porque las dos niñas debutantes, no solo hacen creíbles sus personajes, sino que los envuelven en una deliciosa naturalidad y espontaneidad que, en muchos instantes, se acerca al tratamiento documental, a través de unas maravillosas interpretaciones resplandecientes, que son todo el epicentro del relato y las diferentes relaciones y conflictos que coexisten en la película.

Sciamma ha vuelto a emocionarnos y maravillarnos con su mirada sobre la infancia, filmada en la ciudad de Cergy, donde la directora creció, acompañándonos en este ejemplar y brillantísimo cruce entre el drama íntimo, el fantástico y lo rural, sobre  las difíciles relaciones materno-filiales, sin olvidarse de los adultos, con esa madre que huye de los conflictos, y ese padre en sus cosas, y mientras tanto, dos niñas, madre e hija, se han encontrado, y no solo eso, que entre las dos viven su propio duelo, entre este espacio-limbo cinematográfico que la película evoca de forma apasionante, honesta y sencillísima, en un interesante ejercicio donde todos nosotros no solo nos vemos reflejados en la relación que propone la película, sino que cada uno en su imaginación o no, ha vislumbrado como sería el encuentro con nuestras madres o padres cuando eran niños, quizás, como explica Sciama, no se trata solo de imaginarlo, sino de vivirlo, y sobre todo, sentirlo para que de esa manera se produzca y ocurra dentro de nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Volver a empezar (Herself), de Phyllida Lloyd

CONSTRUIRSE UNA NUEVA VIDA.  

“Lo que cuenta no es de dónde vienes, sino adónde vas”.

Ella Fitzgerald

Sandra vive en Dublín, tiene la treintena de años, y dos hijas adorables. Pero, tiene un marido maltratador, y después de una paliza, decide coger a sus pequeñas y largarse. Pero, no le resultará nada fácil. Sandra vive en un hotel que paga el estado, y mantiene dos empleos, uno como camarera, y el otro, cogiendo el legado de su madre, en las tareas de limpiadora y cuidadora de la Dra. Peggy. Además, mantiene la custodia compartida con su ex. Las jornadas maratonianas y las dificultades se amontonan en la vida de Sandra. Ella hace todo lo que puede, pero quizás no es suficiente. La actriz Clare Dunne imaginó la historia de Sandra y se puso a escribir, una tarea a la se unió Malcolm Campbell, para contar el relato de Sandra, de cómo deja un matrimonio negativo, para comenzar de nuevo, y sobre todo, construir un hogar para sus dos hijas y ella.

Phyllida Lloyd (Bristol, Reino Unido, 1957), se ha pasado toda su carrera entre el teatro y la opera, hasta que en 2008 con ¡Mamma Mia!, la adaptación cinematográfica de la famosa obra de los Abba, consiguió un éxito planetario, que le llevó a repetir con Meryl Streep en La dama de hierro (2011), retratando a la política conservadora Margaret Tatcher. Ahora, Lloy vuelve a ponerse tras la cámara para contar el retrato de otra mujer, Sandra, está más terrenal y de ahora, siguiendo sus momentos agridulces en el sombrío y plomizo Dublín, de alguien que no se rinde, que continua batallando para darles un nuevo hogar a sus hijas, y la tarea no le resultará nada fácil. Herself, en su título original, que se traduciría como “Sí misma”, es toda una declaración de principios del personaje principal, en un viaje emocional en el que será ella misma que tenga que dar un paso al frente y comenzar a caminar un periplo nada sencillo, pero necesario para crecer como persona y seguir remando a contracorriente. Volver a empezar sigue la línea de títulos de creadores como Loach o Leigh, en la que nos hablan de los desajustes sociales a través de personas sencillas, con empleos cotidianos, y que diariamente se levantan para seguir en la lucha, mantener su trabajo e intentar mejorar sus vidas.

El tono de Lloyd es duro, pero también, cercano y más ligero, su intención es retratar a una mujer decidida y valiente, pero también, vulnerable y temerosa ante el abismo al que se enfrenta, dejando una vida acomodada pero tremendamente infeliz, para adentrarse en otra vida, más incierta y con muchísimas dificultades. La película es sensible, sin caer en la sensiblería, cuenta  muestra utilizando un marco directo y transparente, si que encontramos esos instantes en que las sombras se convierten en luces, en que los astros ayudan a Sandra, y lo que parece un callejón sin salida, se convierte en un resquicio de luz pro el que adentrarse. Una historia que mantiene un ritmo que no decae en ningún instante, ya que el personaje de Sandra no se detiene, no puede ni debe permitirse ese lujo, porque el reloj corre en su contra, debe mantenerse activa y accionarse para conseguir su objetivo, a pesar de todos los obstáculos con los que se encontrará.

La directora británica logra de una forma sencilla y cercana, contarnos una realidad en la que muchas mujeres occidentales se encuentran, dejar a su marido y lanzarse sin red a una nueva vida, a una nueva esperanza. Una película de estas características debía encontrar a una actriz de mirada intensa y gesto conmovedor para interpretar a un personaje fuerte y vulnerable como Sandra, y se ha encontrado en la figura de la actriz Clare Dunne, la mujer que empezó a escribir un guión, bien acompañada por Harriet Walter como la Dra. Peggy, esa alma benefactora tan bienvenida para Sandra, o Conleth Hill, el obrero que ayuda a Sandra a levantar una nueva vida. Volver a empezar, coloca el acento irlandés en una problemática muy habitual en este mundo donde cada día es más difícil saber lo que uno quiere, saber querer y saber dónde ir, elementos indispensables contados con sabiduría y sobriedad, en una película que llega al alma, porque nos habla de valentía, de no rendirse, de fraternidad, en estos tiempos donde ayudarse es esencial para vivir y salir del pozo, y sobre todo, nos habla de mirar al otro y tenderle la mano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA