LA MADRE QUE FILMA A SU HIJO TRANS.
“Intentar entender al otro significa destruir los clichés que lo rodean, sin negar ni borrar su alteridad”
Umberto Eco
La opera prima de la directora brasileña Coraci Ruiz, codirigida junto a Julio Matos fue Letters to Angola (2012), en la que nos hablaba de personas nacidas en Angola y su migración y exilio en países como Portugal y Brasil, en la que también se abordaba el encuentro con el otro. Bajo esa premisa, la cineasta nacida en Sâo Paulo, se enfrenta a otro reto mayúsculo, esta vez centrándose en la intimidad de su familia, porque ha comenzado a filmar el proceso de su hija que siente la necesidad de ser otra persona. La película está construida desde múltiples ángulos y texturas, desde el material de archivo, con esas imágenes domésticas donde vemos la infancia de su hijo, la juventud de la madre, y la propia de la directora. Hay una parte importante que la película se apoya en el diálogo íntimo y transparente, entre la madre de la directora y ella misma, donde conocemos su activismo político en aquel Brasil de principios de los setenta con la dictadura derrocada y una sociedad nueva llena de cambios y sobre todo, de libertad. Y ese otro diálogo, entre madre e hijo, donde nos adentramos en las reflexiones, dudas y preocupaciones tanto de madre como de hijo, a través de una conversación tranquila, profunda y abierta.
Las imágenes de Ruiz traspasan el documento para profundizar en la vida, y en el otro, en todas las ideas, prejuicios y combates internos que tenemos ante los conflictos emocionales que se nos van presentando en nuestra existencia. La película tiene una vitalidad extraordinaria, porque maneja con soltura los citados momentos íntimos, con otros como las manifestaciones feministas y LGTBI, en el Brasil que abarca tres años de rodaje de la película, el que va de 2016 con el fin de la progresista Dilma Rousseff y la llegada del ultraderechista Jair Bolsonaro en el 2019. Acontecimientos que impregnan la película y la hacen muchísimo más reivindicativa y humana, porque estamos ante una película que abraza la diferencia, la diversidad, y sobre todo, nos plantea todo aquello que pensamos sobre cuestiones diferentes a nosotros, colocándonos en una situación en la que debemos mirar, escuchar y entender al otro, liberándonos de todo aquello que se ha ido cociendo en nuestro interior, siendo valientes para observar y ver que hay dentro de esas personas que sienten diferente a nosotros, y mucho más cuando se trata de tu propio hijo.
La directora brasileña trata con suma delicadeza y sensibilidad todo aquello que filma, el archivo que edita, y las personas que filma y cómo las filma, de frente, nunca sin condescendencia ni sentimentalismo, sino de forma auténtica, de verdad, sin acompañamientos ni efectos estilísticos, de forma natural, con esos encuadres cerrados y llenos de humanidad, acercándose con tacto y ternura a sus compañeros de viaje como su madre y su hijo. La película empieza hablándonos de un conflicto íntimo e interno, para crecer enormemente y construir todo un viaje personal, político, social y económico sobre querer ser otro, y cómo esa sociedad que cada vez se vuelve más intransigente y conservadora, responde ante esos cambios que nos hablan de una nueva generación de personas, como aquella otra de los setenta, la de los abuelos, que quiere y necesita vivir sin miedo, aceptando a los demás y sobre todo, aceptándose a sí mismos, construyendo y luchando por una sociedad más justa, con más liberta, y llena de vida, de amor, y de personas que son respetadas y aceptadas por los demás independientemente de su identidad y su género.
Aplaudimos y celebramos la valentía y la sinceridad de una película que habla del individuo para hablarnos de lo colectivo, de una película que se formula a través de lo que filma y como lo hace. Un gran alegría por el coraje de Coraci Ruiz, su coguionista Luiza Fagá, su productor Julio Matos, y de todo su equipo, para levantar una película bellísima, tanto por su contenido como por su forma, por poner sobre la mesa tantos temas de aquí y ahora que entroncan con el pasado, en un tiempo de lucha, reivindicación y manifestaciones, alzándose contra el poder, contra los muros y barreras que continuamente ponen a la libertad de uno mismo. En el umbral habla en realidad de todos nosotros, de todos aquellos que alguna vez en la vida nos hemos sentido diferentes y hemos querido vivir de otra manera, más acorde a lo que sentíamos, aunque para ello tuviéramos que ser objeto de críticas y demás. Todos somos Noah, y también, Coraci, y la abuela. Porque todos vamos en el mismo barco, porque todos queremos una vida tranquila y sobre todo, una vida de verdad, aunque para ello tengamos que enfrentarnos a tantos cavernarios. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA