En el umbral, de Coraci Ruiz

LA MADRE QUE FILMA A SU HIJO TRANS.

“Intentar entender al otro significa destruir los clichés que lo rodean, sin negar ni borrar su alteridad”

Umberto Eco

La opera prima de la directora brasileña Coraci Ruiz, codirigida junto a Julio Matos fue Letters to Angola (2012), en la que nos hablaba de personas nacidas en Angola y su migración y exilio en países como Portugal y Brasil, en la que también se abordaba el encuentro con el otro. Bajo esa premisa, la cineasta nacida en Sâo Paulo, se enfrenta a otro reto mayúsculo, esta vez centrándose en la intimidad de su familia, porque ha comenzado a filmar el proceso de su hija que siente la necesidad de ser otra persona. La película está construida  desde múltiples ángulos y texturas, desde el material de archivo, con esas imágenes domésticas donde vemos la infancia de su hijo, la juventud de la madre, y la propia de la directora. Hay una parte importante que la película se apoya en el diálogo íntimo y transparente, entre la madre de la directora y ella misma, donde conocemos su activismo político en aquel Brasil de principios de los setenta con la dictadura derrocada y una sociedad nueva llena de cambios y sobre todo, de libertad. Y ese otro diálogo, entre madre e hijo, donde nos adentramos en las reflexiones, dudas y preocupaciones tanto de madre como de hijo, a través de una conversación tranquila, profunda y abierta.

Las imágenes de Ruiz traspasan el documento para profundizar en la vida, y en el otro, en todas las ideas, prejuicios y combates internos que tenemos ante los conflictos emocionales que se nos van presentando en nuestra existencia. La película tiene una vitalidad extraordinaria, porque maneja con soltura los citados momentos íntimos, con otros como las manifestaciones feministas y LGTBI, en el Brasil que abarca tres años de rodaje de la película, el que va de 2016 con el fin de la progresista Dilma Rousseff y la llegada del ultraderechista Jair Bolsonaro en el 2019. Acontecimientos que impregnan la película y la hacen muchísimo más reivindicativa y humana, porque estamos ante una película que abraza la diferencia, la diversidad, y sobre todo, nos plantea todo aquello que pensamos sobre cuestiones diferentes a nosotros, colocándonos en una situación en la que debemos mirar, escuchar y entender al otro, liberándonos de todo aquello que se ha ido cociendo en nuestro interior, siendo valientes para observar y ver que hay dentro de esas personas que sienten diferente a nosotros, y mucho más cuando se trata de tu propio hijo.

La directora brasileña trata con suma delicadeza y sensibilidad todo aquello que filma, el archivo que edita, y las personas que filma y cómo las filma, de frente, nunca sin condescendencia ni sentimentalismo, sino de forma auténtica, de verdad, sin acompañamientos ni efectos estilísticos, de forma natural, con esos encuadres cerrados y llenos de humanidad, acercándose con tacto y ternura a sus compañeros de viaje como su madre y su hijo. La película empieza hablándonos de un conflicto íntimo e interno, para crecer enormemente y construir todo un viaje personal, político, social y económico sobre querer ser otro, y cómo esa sociedad que cada vez se vuelve más intransigente y conservadora, responde ante esos cambios que nos hablan de una nueva generación de personas, como aquella otra de los setenta, la de los abuelos, que quiere y necesita vivir sin miedo, aceptando a los demás y sobre todo, aceptándose a sí mismos, construyendo y luchando por una sociedad más justa, con más liberta, y llena de vida, de amor, y de personas que son respetadas y aceptadas por los demás independientemente de su identidad y su género.

Aplaudimos y celebramos la valentía y la sinceridad de una película que habla del individuo para hablarnos de lo colectivo, de una película que se formula a través de lo que filma y como lo hace. Un gran alegría por el coraje de Coraci Ruiz, su coguionista Luiza Fagá, su productor Julio Matos, y de todo su equipo, para levantar una película bellísima, tanto por su contenido como por su forma, por poner sobre la mesa tantos temas de aquí y ahora que entroncan con el pasado, en un tiempo de lucha, reivindicación y manifestaciones, alzándose contra el poder, contra los muros y barreras que continuamente ponen a la libertad de uno mismo. En el umbral habla en realidad de todos nosotros, de todos aquellos que alguna vez en la vida nos hemos sentido diferentes y hemos querido vivir de otra manera, más acorde a lo que sentíamos, aunque para ello tuviéramos que ser objeto de críticas y demás. Todos somos Noah, y también, Coraci, y la abuela. Porque todos vamos en el mismo barco, porque todos queremos una vida tranquila y sobre todo, una vida de verdad, aunque para ello tengamos que enfrentarnos a tantos cavernarios. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Olea… ¡Más alto!, de Pablo Malo

PEDRO OLEA, DE OFICIO CINEASTA.

“Con la edad uno tiene una visión cariñosa del pasado”.

Pedro Olea

El maravilloso plano que cierra Tormento, con ese rostro rígido y lleno de odio de Concha Velasco, con una de esas miradas que cortan el viento, viendo marcharse el tren, donde viajan todas sus ilusiones y deseos marchitados, y de repente, de su boca salen las palabras: “Puta, puta, puta…”. Una mirada que ya forma parte de la historia de nuestro cine, a la que le sucederán otras, de tantas películas de la carrera de Pedro Olea (Bilbao, 1938), y de esa manera, tan elocuente y especial, se abre la película Olea… ¡Más alto!, sincero y rendido homenaje a uno de los cineastas más comprometidos y audaces del cine español, cuando ser comprometido y audaz podía costar muy caro. Si echamos la vista atrás, nos encontramos con el magnífico documental A propósito de Buñuel (1999), de José Luis López-Linares y Javier Rioyo, autores de Asaltar los cielos (1996) o Extranjeros de sí mismos (2001), entre otros, sobre la extraordinaria figura de Luis Buñuel, para encontrarnos con películas-homenaje sobre los que hacen el cine. Será con el nuevo siglo, que jóvenes talentos miran a sus maestros, a las figuras que tanto admiran y que tanto han aprendido, como el caso de Virginia García del Pino que hizo Basilio Martín Patino. La décima carta  (2014), y Félix Viscarret hizo lo propio en Saura(s) en el 2017. Aproximaciones personales e interesantes que recorren no solo la vida profesional, sino aquella más desconocida, la personal, en un viaje que habla de quizás, la parte más importante de la cinematografía española.

El director Pablo Malo (San Sebastián, 1965), al que conocemos por películas tan estimables como Frío sol de invierno (2004), La sombra de nadie (2006) o Lasa y Zabala (2014), entre otras, se pone detrás de las cámaras, y de la mano del propio Olea, nos conduce por su vida y milagros, arrancando con sus años de infante estudiando en los Maristas de Bilbao, donde un sacerdote le insto a alzar la voz, instante que le despertó la vocación de cineasta, ya que quería ser como el cura y mandar, pero en el cine, de ahí el título de la película, su traslado a Madrid para estudiar en la Escuela Oficial de Cine, los cortos de género que hizo en la escuela, su admiración con profesores ilustres como Luis García berlanga o Carlos Saura, su debut con Días de viejo color (1967), sus películas con José Luis López Vázquez de protagonista, El bosque del lobo (1970) y No es bueno que el hombre esté solo (1973), las que hizo con Concha Velasco, la citada Tormento (1974), Pim, pam, pum… ¡Fuego! (1975) y Más allá del jardín (1996), el pelotazo de Un hombre llamado Flor de Otoño (1978), las que produjo él y no fueron lo deseosamente bien, como Akelarre (1984), Bandera negra (1986), o Morirás en Chafarinas (1995), y las que sí, como El maestro de esgrima (1992), sus recordados y admirados trabajos para televisión, su incursión en el universo de Isabel Pantoja con El día que nací yo (1991), el melodrama Tiempo de tormenta (2003), y su película La conspiración (2012), vetada por el PP.

Recorreremos algunos de los lugares de rodaje de la mano de Olea, como esas maravillosas localizaciones de El bosque del lobo, viendo su estado actual, algún diálogo con sus habitantes, y su contraplano, como aparecían en la película, en uno de esos momentos maravillosos entre la vida y el cine, entre la realidad y la ficción, y el paso del tiempo, en que Olea no solo vuelve al lugar de los hechos, sino que lo hace desde la honestidad y el amor por un tiempo y su trabajo. Como no podía ser de otra manera, tendremos la oportunidad de ver el otro lado del espejo, compañeros y colegas de profesión hablando de Olea, así que escucharemos a algunos cómplices de su travesía como José Sacristán, el inolvidable protagonista de Un hombre llamado Flor de Otoño, Víctor Manuel, José Frade, productor de sus primeras películas, Jorge Sanz, José Luis Garci, Maribel Martín, Imanol Uribe, los desaparecidos Diego Galán y Arturo Fernández, y muchos otros, y ese especialísimo encuentro con Concha Velasco, donde recuerdan sus trabajos juntos, tanto en cine como en teatro. La película, no solo se queda en los momentos de amistad, fraternidad y cine, sino que también, nos habla de esos momentos complicados entre el director, con los intérpretes, productores y autores, que no siempre caminaban de la mano, y los entresijos y pozos oscuros del oficio del cine.

El director donostiarra imprime ritmo y pausa cuando la película lo requiere, en que la locuacidad y carácter de Olea lo convierten en el anfitrión perfecto, no solo para hablar de su cine, y sus cosas, sino para mirar atrás con amabilidad y crítica, según la ocasión lo estime, de la dificultad de hacer cine por su elevado coste, las relaciones amables y sinceras con algunos intérpretes, los roces con otros, la maldita censura franquista, el recuerdo de los que ya no están, el estado actual de las películas, las deseadas, las que no lo fueron tanto, en fin, todo el amor y el desamor de toda una vida dedicada al cine, un tramo importante que abarca más de medio siglo en la vida de Pedro Olea, uno de esos directores, que aquí tiene su momento, para explicarnos, para escucharlo, para remirar sus planos y encuadres, y sobre todo, para disfrutar de su cine, de su mirada, de su inquebrantable amor hacia el oficio de dirigir y producir películas, con sus sabores y sin sabores, su  compromiso profesional, personal y político, de su lucha, contra viento y marea, para levantar sus películas, de un tiempo que describe tanto de qué pie cojeaba la sociedad española de entonces, y la de ahora, porque entre unos y otros, y más cambios, la verdadera idiosincrasia sigue siendo la misma, o quizás, haya cambiado, pero no tanto como algunos piensan. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Guillermo Toledo

Entrevista a Guillermo Toledo, actor de la película “El Rey”, de Alberto San Juan y Valentín Álvarez, en el Hotel Expo en Barcelona, el miércoles 5 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Guillermo Toledo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja e Irene Ballesteros de Prismaideas, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Alberto San Juan

Entrevista a Alberto San Juan, actor y codirector de la película “El Rey”, en el Hotel Expo en Barcelona, el miércoles 5 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alberto San Juan, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja e Irene Ballesteros de Prismaideas, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

El Rey, de Alberto San Juan y Valentín Alvárez

LOS FANTASMAS DE LA CONCIENCIA.

(…) Trataba de mostrarse ingenioso para distraer su propia atención y mitigar el terror que sentía, porque la voz del espectro revolvía hasta la médula de los huesos.

Frase de “Cuento de Navidad”, Charles Dickens

Estamos en junio del 2014. El rey abdica y acto seguido, su hijo, con el nombre de Felipe VI, será proclamado Rey. Juan Carlos I, Rey de todos los españoles durante los últimos 40 años, heredero del franquismo que lo nombró sucesor, se convierte en rey emérito, un hombre destronado del paraíso, un hombre sin más, un hombre encerrado en un sótano oscuro, ilimitado y onírico, donde todos sus fantasmas del pasado volverán a sacudirle su conciencia, a juzgar la historia de su vida, a sacudirle la conciencia, en una noche de junio del 2014, cuando la historia aclama a otro rey, cuando la historia le pasa factura en una noche de insomnio, en una noche de fantasmas, en una noche de monstruos que vuelven a rendirle cuentas sobre su tiempo y su cargo.

El Rey, escrita y dirigida por Alberto San Juan, producida por el Teatro del Barrio, con ese espíritu crítico y combativo como señas de identidad, se ha representado durante dos años por teatros de todo el país, una obra de carácter minimalista y comprometido, que retrata la figura del rey desde la crítica a su reinado, a través de un examen de conciencia personal durante una noche donde se le presentan fantasmas de su pasado, desde Franco, su padre, Adolfo Suárez, Felipe González, Kissinger, periodistas y demás personajes que de una forma u otra estuvieron presentes durante su reinado de cuatro lustros. Ahora, nos llega la película, dirigida por el propio San Juan y Valentín Álvarez (toda la vida vinculado al teatro como iluminador, y cinematógrafo de cineastas tan importantes como Víctor Erice) que debutan como directores de largometraje, en una película que se define como “una definición basada en personas y hechos reales”, enmarcada en ese espíritu crítico de compromiso político con el tiempo y la historia reciente del país, sin perder su herencia teatral, que ya marcaba el tono austero y onírico que recorre toda la película.

Con sólo 83 minutos de metraje, y a través de tres personajes, el Rey, interpretado magistralmente por un actor de fuerza y energía como Luis Bermejo, que hereda su papel del teatro, y luego dos actores de raza y carácter como Alberto San Juan y Guillermo Toledo (con esa identidad de compromiso político y social que ya mantuvieron en los años de Animalario) que componen el resto de personajes, que van desde Franco (inconmensurable la recreación de San Juan, desde esas gafas oscuras, su pose de militar católico orgulloso y esa vocecilla de flauta que tanto caracterizaba al dictador, que recuerda a aquella interpretación de Juan Echanove en Madregilda) Henry Kissinger, Alfonso de Borbón, Adoldo Suárez, Don Juan de Borbón, Puig Antich, Juan Luis Cebrián, Chicho Sánchez Ferlosio y Felipe González, entre otros. Los espectros que visitan y recuerdan de manera amarga y crítica la trayectoria como Rey de Juan Carlos I, haciendo especial hincapié en su relación oscura con su familia, a la que traicionó, con Franco, que se convirtió en su padre político y principal valedor para su sucesión, las partes tenebrosas y comprometidas durante la transición, removiendo y vapuleando su papel durante la intentona de golpe de estado en febrero de 1981, sus relaciones oscuras con el petróleo saudí y sus cuentas, las tensiones con los presidentes Suárez y González (como ese mágico momento en el que compiten a modo de concurso televisivo a ver quién es más culpable de los males del país, que recuerda a aquel de El gran dictador, protagonizado por Hinkel y Napaloni).

San Juan y Álvarez componen una magnífica fábula política, transgresora y brutal sobre la figura del Rey, en una terrible pesadilla, donde se fundirán realidad, sueño e imaginación, en la que se propagaran infinidad de monstruos que le acecharán, convirtiéndolo en un hombre que aprovechó su tiempo y su lugar para erigirse en jefe del estado, con sus claros, y sombras, más sombras eso sí, en este examen de conciencia ficcionado, que revela sus tormentos y monstruos internos que no le dejan en paz, haciendo recuento de sus actos, decisiones y demás situaciones (a modo de Ebenezer Scrooge en Cuento de Navidad, de Dickens, o como le ocurría a Claudio, el Rey de Dinamarca, en Hamlet, de Shakespeare, que había asesinado a su hermano y recibía la visita de su fantasma para rendirle cuentas).La magnífica y fascinante luz oscura y onírica que baña toda la película, que capta todo el espacio escénico de manera sencilla y abrumadora, adoptándola para la narración cinematográfica, en un maravilloso juego de sombras y sueños, en un marco expresionista (en el que hay alguno que otro homenaje al Nosferatu, de Murnau, y a El gabinete del Doctor Caligari, de Wiene).

En un juego de espejos deformantes que le interpelan directamente en los que el Rey y sus fantasmas se funden, se mezclan y se fusionan, creando un juego siniestro de máscaras y falsedades, en un laberinto de espacios dentro de la historia, en el que la quietud de las situaciones aún magnifica esas dosis de tenebrismo y terror inquietante que transita por toda la película, con esos rostros y gestos, encogidos y aterrados, de un monarca desterrado a las fauces del sótano, ante el peso de su historia y sus decisiones, donde le espera pacientemente el monstruo de su conciencia en forma de almas errantes que vienen a ponerle en su sitio, a derribar su mito, su leyenda, a transformarlo con un aspecto siniestro y bufón, a convertirlo en un hombre de carne y hueso más, sin más aura que su alma empequeñecida y triste ante su historia, ante esos setenta años de España que repasa la película, desde el 48 hasta esa noche del 2014, exponiendo los hechos, los personajes implicados y dejando que el respetable público extraiga sus propias conclusiones, porque el espíritu combativo y político de la película no dirige a sus espectadores, deja que ellos tomen sus reflexiones, ideas y pensamientos, exponiendo su visión sobre los hechos históricos, cediendo el mando al espectador, convertido aquí en alguien que observa, piensa y decide.

Lesa Humanitat, de Héctor Fáver

LA MEMORIA DE LOS VENCIDOS.

Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza.

Entre una España que muere y otra España que bosteza.

Españolito que vienes al mundo te guarde dios.

Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.

Antonio Machado

La (de) construcción de la memoria a través de los estados ha sido, y será siempre, una herramienta política para ocultar las miserias de los países en tiempos de guerras y dictaduras. Un relato ficticio y completamente falso que utilizan aquellos gobernantes para convencer a las nuevas generaciones que aquellos años dolorosos forman parte de la historia del país de turno, y sobre todo, ya han sido superados, porque se ha pasado página. Aunque, en algunos casos, los gobiernos han investigado y depurado responsabilidades a todos aquellos implicados en el terror, el caso español es diferente, porque aquí se olvidó, y se cuenta una falsedad, ocultando los crímenes contra la humanidad que se cometieron durante la guerra y el franquismo, y los gobernantes se han afanado en crear una memoria histórica cercana a sus intereses partidistas y alejada de la verdad, la de todos aquellos familiares y amigos que buscan el cuerpo de tantos desaparecidos olvidados en los anales del terror franquista.

Héctor Fáver (Buenos Aires, Argentina, 1960) hombre de cine, dedicado durante más de casi tres décadas a la docencia a través del CECC, donde se han producido más de 200 cortometrajes y una decena de largometrajes (entre los que destacan títulos como Tren de sombras, de José Luis Guerín o El cerco, y nombres como Xavi Puebla, Santiago Zannou, entre muchos otros). El cuarto trabajo del director argentino afincado en Barcelona sigue por el discernir de sus anteriores documentales, si bien su primera película El acto (1989) se centraba en la fragilidad de las relaciones humanas a través de una amistad, en su segundo trabajo, La memoria del agua (1992) se detuvo en la persecución judía durante la 2ª Guerra Mundial, ocho años después, en el año 2000 se detuvo en los desaparecidos de la dictadura argentina con Invocación. Ahora, y cerrando esta trilogía sobre la memoria, su herramienta de trabajo son los desaparecidos del franquismo, y lo hace a través de un extraordinario trabajo de archivo, testimonios de implicados en la búsqueda de desaparecidos e integrantes de asociaciones que trabajan para encontrar las miles de fosas comunes esparcidas por todo el territorio nacional, y también, personas que han llevado a cabo procesos judiciales como el Juez Garzón, tanto aquí como en Argentina, y la narración concisa y sobria del actor Eduard Fernández, que ayuda a sumergirnos en las imágenes, los testimonios y filmaciones que pueblan la película y recorren la historia del país desde la guerra hasta nuestros días, a través de un grandísimo análisis dando voz y espacio a todos aquellos que no la tuvieron, y tomando como referencia la propia historia del país y la de otras naciones que han sufrido represión y terror, y cómo han trabajado la memoria.

Además, la película viaja a museos de la memoria de Argentina donde se recuerda a los desaparecidos de la dictadura y recuerda demás acciones contra el olvido y por la lucha de la memoria. Quizás, el trabajo de Fáver a veces resulta algo reiterativo, pero el conjunto se erige como un excelente documento sobre nuestra memoria, desde la guerra civil, el franquismo, la transición y su divinización o tantos males que se llevaron a cabo para olvidar lo ocurrido y no depurar responsabilidades a los implicados, como la estrecha colaboración con dictaduras extranjeras o los servicios secretos de EE.UU., hasta llegar a la democracia, que dejó pasar el tiempo y olvidar el franquismo, y sobre todo, sus muertos, y la insuficiente ley de memoria histórica, a todas luces insuficiente, que solo recuerda mínimamente, sin hacer ninguna acción a favor de la memoria ni restablecer la dignidad de todos aquellos que sufrieron el terror franquista (sin eliminar los procesos sumarísimos del franquismo, manteniendo nombres de calles y monumentos en honro a los jerarcas franquistas (como el Valle de los Caídos, tumba del dictador y donde se rinde pleitesía a los muertos franquistas de la guerra, olvidando todas las fosas comunes con presos republicanos que yacen a su alrededor) y permitiendo las exaltaciones y celebraciones a favor del fascismo, y demás actos antidemócratas que hoy en día tienen lugar en España con total impunidad.

Fáver ha hecho una película no sólo de política, sino de memoria, reparación y dignidad de todos aquellos que ya no están, y nadie sabe donde se encuentran sus restos, hablándonos sobre los cimientos endebles y vacíos de una nación que sigue arrastrando sus problemas de territorio y odio infinito en aquellas dos Españas que nos habló Machado, aquellos dos mundos irreconciliables que siguen en eterno conflicto, unos, los de arriba, que se niegan a mirar los errores del pasado y a repararlos, y los otros, los vencidos, que no encuentran el alivio después de tantos años. El documento de Fáver indaga en los orígenes y causas, realizando un exhaustivo trabajo de archivo, donde podemos ver un brutal y necesario collage de imágenes donde podemos hacernos una idea de dónde venimos y a dónde deberíamos ir, los caminos no transitados, y todos aquellos errores y vergüenzas que los diferentes gobernantes han ocultado y negado a los que murieron y los que los buscan. Un trabajo potente y didáctico con la producción de Ramón Termens (director de El mal que hacen los hombres) y la fotografía del excelente Gerard Gormenzano (colaborador de Guerín, Isaki Lacuesta, Llorca o Luis Aller, entre otros, a parte de director) para crear un sincero y honesto trabajo que ahonda en los males memorísticos del país, en la necesidad de una jurisdicción universal que ayude a restablecer la identidad y memoria de todos aquellos que desaparecieron por defender y luchar por la democracia que ahora tenemos y disfrutamos. Porque males no resueltos, son males eternos, los que siempre te acompañan, por mucho que los neguemos o los ocultemos. Siguen ahí, como ese espectro que sigue a nuestra vera.


<p><a href=”https://vimeo.com/220687282″>TEASER LESA HUMANITAT</a> from <a href=”https://vimeo.com/segarrafilms”>Segarra Films</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

 

 

 

 

 

 

Entrevista a Luis López Carrasco

Entrevista a Luis López Carrasco, director de “El futuro”, en el marco del ciclo “Gelatina Dura. La cara oculta de la Transició”. El encuentro tuvo lugar el jueves 16 de marzo de 2017 en la Filmoteca de Cataluña en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luis López Carrasco,  por su tiempo, generosidad y cariño, a Mireia Collado de Macba, por su amabilidad, paciencia, atención y generosidad, y a Octaví Martí y Pilar García de Filmoteca por su ammabilidad y generosidad.

La isla mínima, de Alberto Rodríguez

009268Puro cine negro

Dos años después de su excelente policíaco, Grupo 7, Alberto Rodríguez vuelve a adentrarse en las entrañas del mismo género. En esta ocasión, sitúa su relato 7 años antes, en Septiembre de 1980, pero ahora se ha trasladado a un pequeño pueblo, si en la citada, era desde un escenario urbano como Sevilla, ahora se ha ido a lo opuesto, a lo rural, escenificado en  las marismas del Guadalquivir, zona acotada por el inmenso río, caminos polvorientos, casas abandonadas y los humedales que lo rodean. El andamiaje que estructura el cine de Rodríguez está cortado por el mismo patrón, un par de personajes, uno, con métodos muy personales y de pasado turbio, enfrentado a otro, más joven, que utiliza métodos legales, dos almas opuestas, sí,  pero que podrían convertirse en el mismo individuo. Otro de los grandes aciertos del cineasta sevillano, es el buen uso de los paisajes, dotándoles de una atmósfera asfixiante, donde se respira un clima de violencia latente y la tensión se palpa en cada rincón y agujero malsano del lugar, resulta extraordinario el clímax, con esa persecución envuelta en una lluvia torrencial. Una realización intensa e arrolladora, apoyada en un guión de hierro, repleta de grandes detalles, donde destacan unos memorables títulos de créditos iniciales, donde nos muestran las marismas desde las alturas -auténticas protagonistas soterradas de la función-, unos planos que nos insertarán a lo largo del relato, mostrándonos otros ambientes, como si nos anunciasen los diferentes capítulos que divide la trama. Un escenario que los encierra en un ambiente opresivo, donde parece que la única salvación posible es la huida hacía otro lugar, donde al menos, no se respire con tanta dificultad. Nos encontramos a comienzos del otoño del 80, en plena transición -aún quedan dos años para el triunfo socialista-, en las aulas todavía presiden los retratos de Franco, junto al del Rey, un tiempo muerto, que se resiste a desaparecer, y otro, nuevo, que todavía no ha empezado a despertar. Acompañados por el calor que todavía resiste, ante su inevitable marcha, dos policías de la capital han sido enviados para resolver la desaparición de dos hermanas menores. Uno, bajito y bigotito, de oscuro pasado, que se vale de métodos duros y violentos para sacar la información, el otro, más joven, alto, con patillas y mostacho, sigue el reglamento, y actúa según la ley. Rodríguez maneja los tiempos del género, encajonando y maniatando al espectador a su antojo, una gran dirección de actores, con dos soberbios Gutiérrez y Arévalo, acompañados por un grupo de excelentes secundarios: el niñato guapo y enterao que seduce a hermosas niñas, un padre desesperao y rebotado con su mala vida por su poca cabeza, una madre que calla y habla cuando debe o puede, un furtivo que conoce la zona como la palma de su mano, una niña, enamorá y muerta de miedo, forman entre todos, una serie de individuos complejos, que callan más que hablan, y se mueven por un sur azotado por el escaso y paupérrimo trabajo, y el contrabando. Un cine no muy alejado de los clásicos, ni del cine policíaco de los 60 y 70, tiene ese aire a títulos como Furtivos (1975), de Borau, y otros como El arreglo (1983), de José A. Zorrilla, serían dos buenos ejemplos donde mirarse. El realizador andaluz nos sumerge en un escenario que duele y mata, nos va desvelando su película a fuego lento,  y nos retuerce lentamente, en una trama carga de tensión, que como es habitual en este tipo de género, nada nunca es lo que parece, y todos ocultan cosas, como si nos hubiera sumergido en el mismo fondo de las marismas, donde la única salida posible es salir a flote como se pueda, que ya es mucho.