LA HUÉRFANA REBELDE.
“La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras”.
Jean Jacques Rousseau
Desde 1985, a través del Studio Ghibli, las mentes creativas del desaparecido Isao Takahata, Toshio Suzuki y Hayao Miyazaki, no solo han creado uno de los estudios de animación más grandes, artísticos y venerados de la historia del cine, con grandísimas obras de arte como Nausicaä del valle del viento, La tumba de las luciérnagas, La princesa Mononoke, Mi vecino Totoro y el viaje de Chihiro, entre muchas otras. El fallecimiento o la edad hacen obligado el relevo en la compañía, y los Miyazaki y Suzuki, dejan la primera línea para ocupar cargos más secundarios como ocurre en Earwig y la bruja, de Goro Miyazaki (Tokyo, Japón, 1967), hijo de Hayao, reticente en principio en seguir los pasos de su progenitor, finalmente, debuta como director con Cuentos de Terramar (2006), le sigue La colina de las amapolas (2011), y después la serie Ronja, la hija del bandolero (2014).
Goro Miyazaki vuelve al largometraje con Earwig y la bruja, basada en la obra de Diana Wynne Jones, la misma autora en la que se basaron para El castillo ambulante (2004), y deja la animación 2D para introducir la novedosa 3D/CGI, y nos cuenta las desventuras de Earwig, una niña de 10 años que ha crecido en un orfanato, una niña peculiar, de carácter, que siempre se erige como la “jefa” ante los demás, que la obedecen sin rechistar. Pero un día, una extraña pareja formada por una bruja que se hace llamar Bella Yaga y un tipo reservado de formas duras, la adoptan y se la llevan con ella para que la niña sea la ayudante de la bruja, que vive de hacer brebajes para satisfacer los deseos de los demás. La historia mantiene todos los ingredientes que han hecho de Ghibli un referente no solo en el campo de la animación, sino en el mundo del cine, siendo una compañía muy creativa, logrando componer historias de bellísima y ejemplar factura visual y narrativa, construyendo mundos imaginarios y fantasiosos, siempre con el toque humanista y real, llenos de niñas o jóvenes desafiantes ante el orden establecido, y tratando una riqueza de temas que tienen mucho que ver con la infancia, el aprendizaje, el crecimiento, la llegada a la edad adulta, bien ayudadas por la complejidad de sus emociones y relatos sobre la vida y la muerte.
Earwig y la bruja mantiene una primera mitad rica en lo visual y en lo narrativo, erigiéndose digna heredera del Studio que hay detrás de ella. El desajuste narrativo arranca en su segunda mitad, cuando la niña es adoptaba por el par de sujetos excéntricos. En su nueva casa, exceptuando algún instante imaginativo, la historia se detiene, resulta monótona, y va perdiendo interés, como si los personajes vivieran en sus mundos, ajenos a la historia principal que se va diluyendo. En el apartado de producción encontramos a Toshio Suzuki y en la planificación de la película encontramos la mano de Hayao Miyazaki, que echamos en falta en el engranaje del guión, piedra angular de la compañía Ghibli, que en Earwig y la bruja, en su afán de convencer a todos, acaba olvidando a la mayoría, con una historia que aparentemente resultaba interesante, con esa niña marimandona que empieza una nueva vida en la que estará al otro lado del espejo, y en vez de mandar, ahora, deberá obedecer sin protestar, pero toro el ritmo que daba la primera parte, en la segunda no se acaba encontrando su ritmo, y las aventuras domésticas junto a la bruja, que podrían haber dado de sí, y mucho, resultan sin alma y desafortunadas.
Podíamos decir que la película resulta imaginativa en algunos momentos, se agradece y mucho la innovación de la inclusión del nuevo formato 3D, pero se ha perdido la esencia que hizo grande el estudio japonés, aunque quizás, aquellas películas fabulosas de antaño, ya solo pertenecen a nuestra memoria, y ahora Ghibli, debe volver a sus orígenes, sin olvidar la innovación tecnológica, por supuesto, pero logrando que las historias sigan hablando de temas universales, a través de la cotidianidad de sus personajes, su inagotable imaginación y sus cuentos fantásticos, llenos de humor y sobre todo, adorables y muy sensibles. El reto de los herederos de los maestros no va a resultar para nada sencillo, sino todo lo contrario, Earwig y la bruja ha sido un intento que se ha quedado a medio camino, quizás, los próximos trabajos que vengan recogerán el espíritu de Ghibli y seguirán manteniendo una narrativa que no decae, que nos hace soñar y ver el mundo mejor del que es, sin olvidar la tristeza o la tragedia que lo alimentan, si, pero también, sin dejar de soñar con las pequeñas historias en los lugares más ocultos del mundo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA