Sobre todo de noche, de Víctor Iriarte

UNA MADRE, UN HIJO, UNA MADRE. 

“Esta es una historia de violencia, de rabia y de violencia. Alguien pierde a alguien. Alguien busca a alguien el resto de su vida. Esta es mi historia. Hubiera podido suceder de otra manera pero sucedió así”.

Vera

Si algo adolece mucho del cine actual es la ausencia de relato en las historias que cuenta. Muchas películas abandonan por completo la idea del cuento, la idea de la fábula poliédrica, aquella historia que se bifurca constantemente, que fábula sobre ella misma, que indaga a partir del artefacto cinematográfico en una incesante búsqueda donde el artificio se fusiona con la narración, en que el camino no tiene una constante ideada, sino todo lo contrario, un itinerario que acoge otras disciplinas como la literatura, la música y el canto para contar y contarnos su historia en un caleidoscopio infinito donde el género es una mezcla de todos ellos, incluso el misterio que oculta cualquier película, en este cine se revela o no y cuando lo hace se revela ante nosotros interrogando a la propia película, en un documento ensayístico en el que lo importante no es sólo lo que nos están contando, sino que va construyendo una forma heterogénea que va mutando a lo largo de la película. 

El cineasta Víctor Iriarte (Bilbao, 1976), al que conocemos por su trabajo de programador de cine y director de múltiples piezas, amén de sus trabajos para Isaki Lacuesta y Raya Martin, debutó con el largometraje Invisible (2012), un relato que ya planteaba la fusión de géneros, elementos, texturas y formas para contarnos muchas historias dentro de ella. Mismo punto de partida con el que ejecuta su segundo trabajo de título tan estimulante, Sobre todo de noche, donde nos pone en la pista de Vera, una madre que entregó su hijo por no poder atenderle, y años después, cuando quiso saber de él, se enfrenta a un vacío y oscuridad burocrática y decide vengarse de todos ellos. Una línea mínima de argumento, convertido en un interesante y revelador guion que firman Isa Campo, estrecha colaboradora del citado Isaki Lacuesta, (que ambos coproducen la película, junto a Valérie Delpierre, y demás), Andrea Queralt, productora de títulos tan importantes como O que arde, de Laxe, y Matadero, de Fillol, y el propio director, filmada en un estupendo trabajo de cinematografía en 16mm por Pablo Palomo, del que vimos Al oriente, de José María Avilés, en una composición que nos remite a por ejemplo películas como Los paraísos perdidos (1985), y Madrid (1987), ambas de Basilio Martín Patino, con ese aroma de atemporalidad donde las cartas y los mapas pueden convivir con los móviles sin ningún tipo de interferencia. 

La excelente música, un personaje más de la historia, que firma una grande como Maite Arroitajauregi, una habitual del cine vasco en películas como Amama, Akelarre e Irati, y de directores como Fernando Franco, construyendo de forma tensa y profunda todos los vaivenes emocionales de los personajes. Una película de estas características donde la forma y lo que cuenta devienen tanta importancia requería un preciso y detallado trabajo de montaje, y lo encontramos en una habitual de este tipo de cine que investiga y se investiga, que no es otra que Ana Pfaff, que realiza una edición donde priman los rostros y las manos, en que la película se explica mediante acciones, acompañadas de intensas reflexiones sobre el pasado. Qué decir del excelente trío protagonista de la película con una enorme Lola Dueñas como Vera, la madre que busca a su hijo, la madre que se venga de esa burocracia ilegal y miserable, la madre que encuentra a su hijo y sobre todo, la madre herida que no se lame las penas y se lanza en un viaje en el que no cesará en su empeño. La actriz está inmensa y construye una Vera que traspasa la pantalla por su forma de mirar, de hablar y moverse en un mundo que vapulea al débil y lo olvida, pero Vera no es de esas, porque Vera es una mujer herida, como las que construía Chabrol en su cine. 

La gran actuación de Lola/Vera no ensombrece a los demás intérpretes, que componen un estupendo contraplano interpretativo en sus diferentes roles, porque en su viaje/encuentro se tropezará con otra madre, la que hace Ana Torrent y recibe el nombre de Cora, profesora de piano, una madre que no puede tener hijos, una madre que es muy diferente a Vera, pero otra madre, en fin. Y luego, está Manuel Egozkue. que muchos recordamos como el protagonista de la maravillosa y exquisita Arquitectura emocional 1959 (2022), de León Siminiani. El actor hace del hijo, él hace de Egoz, que está a punto de cumplir los 18. El hijo de dos madres. Y después están María Vázquez que tiene su momento en una biblioteca, y Katia Bolardo, que también tiene el suyo en una piscina, y Lina Rodrigues, que tiene su instante cantando un fado. Intérpretes de vidas duras que arrastran heridas inconfesables, heridas que no han compartido, heridas que desgarran unas vidas que no pueden quedar en el olvido de la desmemoria. Personajes que no están muy lejos de aquellos que tanto le agradaban a Bresson, que explican sus cosas con movimientos, con esos planos de detalle de esas manos recorriendo mapas, recorriendo vidas que quedaron detenidas. 

Sobre todo de noche traza un recorrido por muchos espacios, lugares, texturas y tonos como lo psicológico de Hitchcock, lo noir de Melville, los mundos y submundos de Borges, Bioy Casares y Cortázar, donde la forma y el relato casan con extraordinario detalle y composición, donde la película descansa en la precisión de lo que se está contando acompañado de unas imágenes breves y concisas, donde pasado y presente forman un único espacio, donde todo va convergiendo en ese espacio fílmico o de ficción en el que la historia se interroga y nos interpela a los espectadores, recuperando esa idea de la fábula, del cuento que se cuenta de múltiples formas y las vamos viendo todas, como sucedía en El muerto y ser feliz (2012), de Javier Rebollo, y en La flor (2018), de Mariano Llinás, saltando de forma natural de un género a otro, mezclándolos, de una forma a otra, y de un tiempo/espacio a otro, pero obedeciendo a un proceso donde todo se compacta en armonía, sin darnos cuenta, de un modo de absoluta transparencia, en el que los objetos de naturaleza diversa se vuelven cotidianos, y donde los personajes van y vienen en un sin fin de espesuras y tensiones, donde todos tienen su camino, su objetivo, en busca de paz, de esperanza dentro de los conflictos que les ha tocado vivir, o mejor dicho, padecer, con una narradora que es la propia Vera que explica e indaga sobre sí misma y los demás, en un continuo juego de espejos y realidades múltiples. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Rita Azevedo Gomes

Entrevista a Rita Azevedo Gomes, directora de la película “El trío en mi bemol”, en el Zumzeig Cinema en Barcelona, el martes 2 de mayo de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Rita Azevedo Gomes, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación y Diana Santamaría de Atalante Cinema, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

El trío en mi bemol, de Rita Azevedo Gomes

EL AMOR Y EL CINE SE MIRAN. 

 “Hay una contradicción: puertas que se cierran/puertas que se quieren abrir. Yo, que soy un ser contradictorio, estoy destinada a crear contradicciones, y no a detectarlas. Estas grandes contradicciones me obligan a posicionarme siempre de forma extremadamente ambigua frente a lo real. Lo que creo que soy es lo que puedo ser en lo que hago”.

Rita Azevedo Gomes

Se llaman Adélia y Paul. Fueron pareja y hace un año que cortaron. Ahora son ex que se encuentran como amigos, o al menos eso es lo que parece. Son siete encuentros durante un año. Hablan de lo que fueron, de lo que son y posiblemente, no serán. También, hablan de música, de ellos y el amor. Ellos son el eje central de El trío en mi bemol, la única obra de teatro que escribió el gran Éric Rohmer (1920-2010), que aquí se representó en las tablas de la mano de Fernando Trueba y con Sílvia Munt y Santiago Ramos. Ahora, nos llega la primera adaptación al cine de la mano de Rita Azevedo Gomes (Lisboa, Portugal, 1952), y cómo no podía ser de otra manera, conociendo el cine de la lisboeta, es una adaptación muy atípica, rehuyendo lo convencional y adentrándose en una intensa búsqueda sobre la representación del amor, del cine y nuestra propia forma de mirar y sentir, en el que el maravilloso y revelador arranque ya deja clara su mirada y su camino. 

La película nace producto de la pandemia, porque en noviembre de 2020, un equipo muy reducido de amigos se instaló tres semanas en Modelo de Minho, en el norte de Portugal, y dió forma a una película, que no sólo recoge el espíritu de Rohmer – las adaptaciones de La venganza de una mujer (2012) y La portuguesa (2018), tenían la misma textura y tono que La marquesa de O (1976) y Perceval le Gallois (1978), -, sino que se investiga a sí misma, y a modo de espejo-reflejo moldea las formas de la representación y el metalenguaje en una suerte sorprendente, ligera y profunda del cine y todo su entramado tanto en lo que vemos como lo que se nos oculta. Tenemos a cuatro almas, las citadas que componen la pareja protagonista rohmeriana, y los otros dos, el director y su ayudante, en el que la vida, el cine, la ficción y demás, se entrecruzan, se mezclan y fusionan creando múltiples espacios y miradas en las que a ciencia cierta nunca sabes dónde estás, y eso hace que la película de Azevedo Gomes, dentro de su extrema ligereza, oculte una estupenda profundidad donde todo se contagia, se acompaña y sobre todo, todo se moldea en un ejercicio magnífico de vida, de cine y de todo. 

No es la primera vez que la directora portuguesa se detiene a investigar sobre las formas y estructuras de la representación, si no recuerden su anterior film, Danzas macabras, esqueletos y otras fantasías (2019), que junto a Pierre León, el Paul de esta, y Jean-Louis Schefer profundizaban sobre las formas de representación y demás aspectos del arte, que tiene en Vanya en la calle 42 (1994), de Louis Malle, su espejo-reflejo, en la que un grupo de intérpretes ensayaban a Chéjov o quizás ensayaban sobre la vida, el amor y ellos mismos, intentando encontrar su mejor versión o no. La directora se acompaña en esta aventura con cómplices cercanos como el cinematógrafo Jorge Quintela, el sonidista Olivier Blanc, el guionista Renaud Legrand, y los intérpretes Rita Durào y el mencionado Pierre Léon, que dan vida, preocupaciones y contradicciones a la peculiar pareja protagonista, a esos dos ex que hablan de su pasado, del presente sentimental de ella y de un futuro que parece que no llega o cuando lo hace ya se ha transformado en otra cosa, y luego su reflejo, la otra pareja, la que hacen Ado Arrieta y Olivia Cábez, director especial y extraño que nunca está satisfecho de la película que está rodando, un personaje casi fantasmal, un tipo que parece algo que no es, o quizás sólo lo imaginamos, y ella, su ayudante, que le acompaña, que le guía por la película o por el rodaje de la película, porque todo va de aquí para allá, traspasando los diferente mundos, o quizás sólo es uno y nosotros pensamos que no, ahí también se sustenta la película, en ese proceso de infinita búsqueda donde el cine va más allá, donde lo tangible adquiere otro significado y damos paso a otros mundos, otros espacios, y todos se transforman. 

En El trío en mi bemol, la cosa se presenta como una comedia sentimental ligerísima, con esa naturalidad e intimidad que traspasa, sustentada en largas conversaciones, en las que hay de todo, cercanía y lejanía entre los dos protagonistas, filmadas en largos planos secuencias donde la cámara se queda fija, con algún que otro movimiento ceremonioso y pausado, presentando una parte del espacio, en el que se describe el interior de cada uno de los personajes, donde cada mirada, y sobre todo, cada gesto resultado revelador. Una trama que no es, donde aparentemente todo se mira de una pasada, pero he aquí, las conversaciones entre los dos ex amantes esconden muchas cosas más, y su profundidad radica en que no lo parece, que todo parece diferente, que todo no es como en realidad es. La película se convierte en una especie de caleidoscopio infinito en que todo tiene su reflejo, en ocasiones perceptible, y en otras, muy confuso, y en pocas, nos devuelve a una imagen natural, como pionera, una imagen que está exenta de misterio o quizás sólo nos lo parece. Una película que investiga, y nos investiga a los espectadores, viva, múltiple, intensa y natural, que parece una cosa y quizás es otra, una película que mira y nos mira, que nos refleja y la reflejamos, una película contaminada de un continuo interrogatorio con ella misma y con quién la mira.  

Una película hecha en libertad y con pausa, que define con exactitud la mirada y el cine de Rita Azevedo Gomes, una directora que se inició en el cine en 1990 con O som da terra a tremer, sobre un escritor que no escribió nada, y ya define su cine, apartado de modas, tendencias y tantas cosas que nada tienen que ver con el cine y mucho menos con mirar y ser mirado, que es al fin y al cabo la verdadera naturaleza del cine, sumergirnos en una experiencia en el que todos los espectadores sepamos muy poco de la película y nos dejemos llevar, como si fuéramos protagonistas de una aventura a lo desconocido, nos dejemos llevar y que las imágenes y sonidos que contemplemos nos afecten en algún sentido o en todos los sentidos, que nos transforme de alguna manera y nos cuestione cosas, y la película de Azevedo Gomes no sólo nos transporta a otro mundo, a otro espacio, muy reconocible pero a la vez completamente desconocido, que nos seduce y nos sumerge en esos otros mundos, en todos esos paisajes físicos y emocionales, y espirituales, donde cabe todo y cabemos todos, siendo presos de unas imágenes y sonidos, de diálogos, de miradas y sobre todo, de la vida, el cine y el amor que se fusionan y nos enamoran. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los verdes años, de Paulo Rocha

UNA HISTORIA DE AMOR. 

“La misma historia puede contarse de dos maneras, una buena y otra mala, y ser exactamente la misma historia. Que yo priorice la puesta en escena es por lo tanto una guerra contra la pereza, contra la pereza mental, contra la pereza moral (…) en Los verdes años intenté ir en contra de eso. Lo que más me interesaba era la relación entre el decorado y el personaje, el tratamiento de la “materia cinematográfica”. 

Paulo Rocha

¿Cuántos cineastas siguen enterrados en el olvido? ¿Cuántos cineastas todavía no conocemos?. ¿Cuántos cineastas todavía nos faltan por descubrir?. Si el año que acabamos de dejar descubrimos a la cineasta Márta Mészáros de la mano de Lost&Found Films. Ahora, de la mano de Atalante Cinema, volvemos a descubrir a un cineasta como Paulo Rocha (Oporto, Portugal, 1935 – Vila Nova de Gaia, Portugal, 2012), uno de esos cineastas abanderado del “Novo Cinema Portugués”, que no tenía vocación de abogado, pero sí de cineasta, por eso estudió cine en el Institut des Hautes Études Cinématographiques en París, y fue asistente de dirección en Le caporal épinglé (1962), de Jean Renoir y en Acto da primavera (1963) y en A caça (1964), ambas de Manoel de Oliveira, para inmediatamente al año siguiente debutar en el largometraje con Los verdes años.

La película se centra en un encuentro, el encuentro que protagonizan Julio, un muchacho de 19 años recién llegado del pueblo a Lisboa para alojarse con su tío Afonso, y trabajar de zapatero. Allí, conoce a Ilda, una joven que trabaja de empleada doméstica. Los dos jóvenes se enamoran. Con esa premisa argumental, leída y vista muchas veces, la película se quedaría ahí. Pero, la película va muchísimo más allá. Rocha, influenciado por la corriente de los “Nuevos Cines” que se iba instalando en todo el panorama internacional, y con la ayuda del escritor Nuno Bragança, construye un guion sólido y lleno de detalles y de matices, asentado en los contrastes que recorren toda la historia, entre aquello que viven los personajes y aquello que no consiguen tener para tener una vida digna que se les niega, con ese primer choque entre diferentes realidades sociales y económicas, con esas casas metidas en un hoyo de la periferia lisboeta frente a los edificios altos de los incipientes barrios de la ciudad, que queda muy bien reflejado en la mise en scene con esas cuestas y esas maravillosas secuencias descriptivas de subidas a edificios y a montes para divisar la ciudad que queda a los pies y tan lejos de la realidad de la joven pareja enamorada.

Porque si hay un elemento esencial en la película del cineasta portugués es el decorado físico, porque la ciudad se muestra llena de desigualdades, entre aquellos que la sueñan y otros aquellos que la viven, donde ese decorado físico actúa de forma demoledora y profundamente precisa en no solo el aspecto social de los protagonistas, sino en el estado de ánimo de ellos mismos, con esas secuencias largas entre los dos jóvenes caminando por los caminos alejados de la urbe, sin nada que hacer y sobre todo, sin dinero que gastar en esos domingos eternos, vacíos y tristes, acompañados de la misma sensación que los enamorados protagonistas de Un domingo maravilloso (1947), de Akira Kurosawa. Una cinematografía en luminoso y doloroso blanco y negro que firma Luc Mirot, que había trabajado como cámara para Max Ophüls y Henri Decoin, y como cinematógrafo para Jean-Pierre Melville en El silencio del mar. El montaje conciso que llena de melancolía y una no vida en sus ochenta y nueve minutos de metraje que hace Margareta Mangs, que volvería a trabajar con Paulo Rocha. La excelente música de Carlos Paredes, que trabajó con Manoel de Oliveira, con esa guitarra que va marcando no solo los pasos, sino también ese caminar deambular por la no ciudad de los enamorados, un tránsito donde la vida parece detenida, donde la vida no se parece a la vida ni mucho menos a la ilusión que puedan tener una pareja que se quieren, porque el decorado les golpea con esa realidad económica tan dura y tan difícil para los más jóvenes.

Una película tan pensada en el apartado de realización y escenarios, no podía tener un elenco frío y alejado, sino todo lo contrario, porque sus intérpretes consiguen transmitirlo todo con apenas unas miradas, sus silencios y unos diálogos que ocultan toda esa desazón anímica que sienten. Un reparto por los desconocidos de entonces Isabel Ruth, una gran dama del cine protugués que después ha trabajado con Manoel de Oliveira, Teresa Villaverde, Pedro Costa y Rita Azevedo Gomes, entre otros, da vida a Ilda, la joven que sueña con tener su pequeño negocio de costura, que añora a su madre fallecida, que tiene ese momentazo en el que sueña con esa otra vida que se le niega diariamente, probándose los trajes de su señora y creyéndose esa otra, esa que la vida y la sociedad le niega diariamente. A su lado. Rui Gomes, que interpreta a Julio, el joven recién llegado que choca contra los prejuicios y las desigualdades sociales y económicas de la gran ciudad, y encuentra en Ilda una especie de tabla de salvación, en la que los días son menos duros y las ilusiones parecen más reales. Tenemos a Afonso, el tío de Julio, que hace Paulo Renato, la antítesis del joven, el hombre realizado con su trabajo y que se engaña con esa vida que sin ser nada, él cree que es mucho, y la breve presencia como actor del cineasta Manoel de Oliveira.  

Cada plano, cada encuadre y cada mirada de los personajes de Los verdes años nos lleva a muchos lugares, muchos estados de ánimo, y sobre todo, nos lleva a aquellos años sesenta en que el cine se detuvo a mirar a su alrededor, a describir las ciudades que crecían con mano de obra barata y explotada que venía de los pueblos. Un cine que todavía resuena y siendo un grandísimo retrato de aquellos años, ahora lo vemos como una excelente descripción de la vida en la juventud, que sea como fuere, nos remite a tantas otras películas y sus momentos, como aquellos infelices que llegaban a Madrid del pueblo en Surcos (1951), de José Antonio Nieves Conde, o aquellos otros italianos en Rocco y sus hermanos (1960), de Luchino Visconti, y aquellos otros enamorados que deambulaban y se sentían atrapados en una ciudad grande en miserias y pequeña en sueños como Nubes flotantes (1955), de Mikio Naruse, Calle mayor (1956), de Juan Antonio Bardem, El pisito (1958), de Marco Ferreri, Ascensor para el cadalso (1958), de Louis Malle, La noche (1961) y El eclipse (1962), ambas de Antonioni, Nueve cartas a Berta (1966), de Basilio Martín Patino, y otras tantas que siguen ahí, capturando unos años que después de la Segunda Guerra Mundial se esperaban de otra manera, pero la realidad económica siempre va hacia otro lado, desconocemos cual es, eso sí, muy alejado de la realidad y la necesidad de las personas, y muchos menos de lo que se atreven a enamorarse, porque en los tiempos de ahora, de ayer y de siempre, el amor siempre se ha visto amenazada por la sociedad, esa que no cree en nada y sí en cosas tan estúpidas como el dinero, la riqueza y lo material, una lástima, porque la vida y el amor se nos escapa sin remedio alguno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El cine de aquí que me emocionó en el 2021

El año cinematográfico del 2021 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado para mucho, y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 27 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión de un servidor, no obedece, en absoluto, a ningún ranking que se precie).

1.- LA MAMI, de Laura Herrero Garvin. 

La Mami, de Laura Herrero Garvín | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Laura Herrero Garvín | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

2.- NACIÓN, de Margarita Ledo Andión. 

Nación, de Margarita Ledo Andión | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Margarita Ledo Andión | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

3.- DARDARA, de Marina Lameiro. 

Dardara, de Marina Lameiro | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

4.- UN EFECTO ÓPTICO, de Juan Cabestany.

Un efecto óptico, de Juan Cavestany | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

5.- KAREN, de María Pérez Sanz.

Karen, de María Pérez Sanz | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a María Pérez Sanz | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

6.- UN BLUES PARA TEHERÁN, de Javier Tolentino. 

Un blues para Teherán, de Javier Tolentino | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Javier Tolentino | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

7.- LOBSTER SOUP, de Pepe Andrey y Rafa Molés.

Lobster Soup, de Pepe Andreu y Rafa Molés | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Rafa Molés y Pepe Andreu | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

8.- ARMUGÁN, de Jo Sol. 

Armugán, el último acabador, de Jo Sol | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Jo Sol | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

9.- SEDIMENTOS, de Adrián Silvestre. 

Sedimentos, de Adrián Silvestre | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Saya Solana y Adrián Silvestre | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

10.- AMA, de Júlia de Paz Solvas.

Ama, de Júlia de Paz Solvas | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Tamara Casellas | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Júlia de Paz Solvas | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

11.- PERIFÉRIA, de Xavi Esteban y Odei A. Etxearte 

Entrevista a Xavi Esteban | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

12.- NEGRO PÚRPURA, de Sabela Iglesias y Adriana P. Villanueva. 

Negro púrpura, de Sabela Iglesias y Adriana P. Villanueva | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

13.- MADRES PARALELAS, de Pedro Almódovar. 

Madres paralelas, de Pedro Almodóvar | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

14.- EL RETORNO, LA VIDA DESPUÉS DEL ISIS, de Alba Sotorra. 

El retorno, la vida después del ISIS, de Alba Sotorra | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Alba Sotorra | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

15.- MAIXABEL, de Icíar Bollaín. 

Maixabel, de Icíar Bollaín | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

16.- QUIÉN LO IMPIDE, de Jonás Trueba. 

Quién lo impide, de Jonás Trueba | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Candela Recio | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Jonás Trueba | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

17.- EL SUSTITUTO, de Óscar Aibar. 

El sustituto, de Óscar Aibar | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Vicky Luengo | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Pere Ponce | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Ricardo Gómez | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Óscar Aibar | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

18.- EL BUEN PATRÓN, de Fernando León de Aranoa.

El buen patrón, de Fernando León de Aranoa | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

19.- TRES, de Juan Giménez. 

Tres, de Juanjo Giménez | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Oriol Tarragó | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Miki Esparbé | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Juanjo Giménez | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

20.- TRANCE, de Emilio Belmonte. 

Trance, de Emilio Belmonte | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Jorge Pardo | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Emilio Belmonte | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

21.- LIBERTAD, de Clara Roquet. 

Libertad, de Clara Roquet | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

22.- EL VIENTRE DEL MAR, de Agustí Villaronga. 

El vientre del mar, de Agustí Villaronga | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Marcús JGR | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

23.- FANTASÍA, de Aitor Merino. 

Fantasía, de Aitor Merino | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Aitor Merino | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

24.- LA HIJA, de Manuel Martín Cuenca. 

La hija, de Manuel Martín Cuenca | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Patricia López Arnaiz | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Manuel Martín Cuenca | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

25.- MAGALUF GHOST TOWN, de Miguel Ángel Blanca. 

Magaluf Ghost Town, de Miguel Ángel Blanca | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Miguel Ángel Blanca | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

26.- SEIS DÍAS CORRIENTES, de Neus Ballús. 

Seis días corrientes, de Neus Ballús | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Valero Escolar, Mohamed Mellali y Pep Sarrà | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Neus Ballús | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

27.- ¿QUÉ HICIMOS MAL?, de Liliana Torres. 

¿Qué hicimos mal?, de Liliana Torres | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Liliana Torres | 242 películas después (242peliculasdespues.com)

Entrevista a Meritxell Colell

Entrevista a Meritxell Colell, directora de la película “Dúo”, en la Plaza de la Virreina en Barcelona, el Lunes 5 de septiembre 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Meritxell Colell, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo y excelente fotógrafo Óscar Fernández Orengo, que ha tenido la amabilidad y generosidad de retratarnos, y a Katia Casariego de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dúo, de Meritxell Colell

LOS ESCOMBROS DEL AMOR.

“¿Has dicho nuestro mirto, el árbol nuestro? En un idéntico bis que se desenvuelve hasta la trémula frase final, ¿Nosotros dos?”

Delirio (2004), de Laura Restrepo

El personaje de Mónica, una bailarina que volvía a construir lazos rotos con su familia y reencontrarse consigo mismo en sus raíces, que habíamos conocido en la película Con el viento (2018), ópera prima de Meritxell Colell (Barcelona, 1983), vuelve a cruzarse en nuestras vidas, ahora siguiendo el itinerario del mismo personaje en su vuelta a Argentina: Un reencuentro con ella, en otro viaje, ahora junto a Colate, su pareja artística y sentimental con el que lleva veinticinco años de relación. Como ocurría en su primera película, lo rural vuelve a ser el escenario del viaje por el norte del país, atravesando la cordillera de los Andes, mostrando su pequeño espectáculo de danza, textos y música. Su dúo se ha alejado de todos y todo, mostrando su arte a las pequeñas comunidades andinas con las que se van cruzando, desde el final del verano hasta el frío invierno. Desde la primera secuencia, íntima y reveladora, donde somos un espectador más del espectáculo itinerante de la pareja, asistimos a un amor en penuria, envuelto en lo que ya no es. Dos almas que se (des) encuentran, se tropiezan, se callan y sobre todo, se han dejado de mirar y sentir el uno con el otro.

La cámara de Sol Lopatin, magnífica cinematógrafa que ha trabajado con gente tan ilustre como Albertina Carri y Eliseo Subiela, entre otros, se convierte en una espectadora activa e invasora porque se mete entre ellos, como una piel más, pegada a ellos, una más de su entorno e interior cambiante y en silencio, con esa forma de desubicación que tenemos durante toda la película, donde todo lo que vemos se nos presenta fragmentado como una especie de puzle donde las piezas no encajan o están perdidas. El relato se desdobla constantemente, ya desde su título Dúo, como en su forma, donde la ficción y el documento se fusionan y se mezclan de forma admirable, con una naturalidad asombrosa y sin darnos cuenta, creando un espacio único en el que todo sucede de forma transparente y muy íntima. Una forma que se apoya en lo digital y el Super8mm, en el que uno sigue ese amor roto, la no historia de ellos, y su encuentro con los lugareños, y otra, el celuloide, actúa como diario intimo de Mónica, con el mismo aroma con el que se construían muchas de las piezas audiovisuales de Transoceánicas (2020), la película de misivas entre Lucia Vassallo y la propia directora. Un diario filmado por Colell junto a Julián Elizalde, cinematógrafo de Con el viento, en el que la protagonista reflexiona sobre sus orígenes, su madre, sobre su actual realidad, sobre el amor, sobre lo que queda de él, y por encima de todo, en el que hay tiempo para pensar en sus emociones, en su trabajo y en aquello que sintió y ya no.

En este sentido, el extraordinario trabajo de sonido que firma Verónica Font, que ha estado presente en todos los trabajos de la directora catalana, resulta crucial para crear esa atmósfera de diferentes sonidos, generando esa doblez que marca toda la película, de dentro a afuera y viceversa, donde todo se muestra y todo tiene su reflejo. Dúo sufrió los embates de la pandemia y dejó su rodaje a la mitad, hecho que provocó reinventar la película, por eso el preciso y brillante trabajo de montaje que firman la propia directora junto a Ana Pfaff (que poco hay que decir de una editora que ha trabajado en películas tan importantes como Alcarràs, Libertad, Espíritu sagrado, Ainhoa, yo no soy esa y Trinta Lumes, entre otras), que vuelve al cine de Colell, resulta un trabajo arduo, donde se encaja con sabiduría los ciento siete minutos que abarca la película, lleno de aciertos, detalles y compuesto por esa dualidad que atraviesa todo el relato, donde todo está envuelto en una suerte de viaje muy físico, donde sentimos y escuchamos cada piedra, cada diálogo y cada obstáculo, y muy interior, donde el silencio y el susurro se apoderan de todo, en un continuo contrapunto entre lo que se dice y lo que no, lo que se siente y no.

Dos poderosos intérpretes, dos almas a la deriva, náufragas de ese amor derrotado, de ese amor que se aleja sin remedio. Dos cuerpos que se abrazan pero ya no como antes, dos sentimientos tan cercanos como opuestos. Una Mónica García en la piel y el alma de Mónica, que después de su retiro de un año en su pueblo burgalés, vuelve, pero ya transformada y en constante cambio, caminando por esa delicada línea entre lo terrenal y lo emocional, en la incertidumbre de estar y no, con su especial intimidad con las mujeres del altiplano, donde se ve, se reconoce y se reconforta ante tanta soledad y tristeza.  Frente a ella, que no junto a ella, Colate en la piel de un inmenso Gonzalo Cunill, un actor de raza, carácter, de aspecto marcado y salvaje, una especie de Vincent Cassel, al que hemos visto en películas tan estupendas como Stella Cadente, La silla, Occidente, Arnugán, entre otras. Aquí dando vida al otro, al hombre, al que fue el guía, el compañero y todo para Mónica, ahora perdido en esa inmensidad que les separa, en ese adiós que tanto cuesta, en todas esas cosas que han vivido juntos y ya no viven, estando sin estar.

Una película que tiene el aroma de los silencios y las soledades que tanto capturaban Bresson, y Antonioni en sus almas perdidas de La aventura, El eclipse y El desierto rojo, en que el personaje de la Vitti no estaría muy lejos del de Mónica, o los solitarios y callados individuos que no formaban la pareja de Viaggio in Italia, de Rossellini, o esa no pareja, también de viaje, que se perdía por Copia certificada, de Kiarostami. No nos cansamos de sumergirnos en el cine de Meritxell Colell, al contrario, cada vez nos fascina muchísimo más, porque construye películas muy íntimas, muy cercanas, llenas de inteligencia y sobriedad, donde todo se cuenta desde el alma, desde la profundidad, sintiendo cada plano, cada encuadre, cada silencio, cada mirada, donde el viaje es visible e invisible, en el que se nos habla de memoria, de dónde venimos, hacia donde vamos, qué somos, y sobre todo, dónde estamos, que hemos dejado atrás, hacía donde nos movemos y sobre todo, que sentimos y que no. En fin, toda la incertidumbre de la vida y la existencia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Jonás Trueba e Irene Escolar

Entrevista a Jonás Trueba e Irene Escolar, director y actriz de la película “Tenéis que venir a verla”, en los Cinemes Girona en Barcelona, el miércoles 22 de junio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jonás Trueba e Irene Escolar, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Relabel Comunicación y a Diana Santamaría de Atalante Cinema, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tenéis que venir a verla, de Jonás Trueba

UN DÍA DE VERANO DESPUÉS DE UNA BREVE NOCHE DE INVIERNO.

“En estos tiempos en los que todo el mundo ansía tener éxito y vender, yo quiero brindar por aquellos que sacrifican el éxito social por la búsqueda de lo invisible, de lo personal, cosas que no reportan dinero, ni pan, y que tampoco te hacen entrar en la historia contemporánea, en la historia del arte o en cualquier otra historia. Yo apuesto por el arte que hacemos los unos para los otros, como amigos”

Jonas Mekas, Manifiesto contra el centenario del cine, 1996

Nunca sabremos dilucidar que partes pertenecen a la vida y qué otras al cine. Quizás la cuestión no va encaminada por ahí, sino que debería darnos igual, porque en el fondo son dos elementos a la par. Es decir: la vida y el cine forman parte de un todo, de una forma de vivir y acercarse a la vida, de mirarla, con sus pequeños detalles cotidianos, invisibles y ocultos, pero que son la verdadera esencia de las cosas. Detenerse a mirar y mirarse y a partir de ahí, construir una película que es un reflejo propio y ajeno de la vida, representarla ante una cámara y registrarla para que otros, los espectadores sean participes de ese trozo de vida, de ese trozo de cine.

El cine de Jonás Trueba (Madrid, 1981), está, como no podría ser de otra manera, íntimamente relacionado con su vida, porque el director madrileño filma su entorno, a sus amigos, donde escuchamos la música que escucha, y leemos los libros que le interesan, donde todo su mundo vital adquiere una transformación cinematográfica. Una vida que mira al cine y se refleja en él. Con Los ilusos (2013), su segunda película, empezó una forma íntima de ser, hacer y compartir el cine. Relatos sobre sus amigos y él, sobre todo aquello que los rodeaba y en especial, la circunstancia obligada, porque la película nacía de una necesidad de devolver al cine su esencia, sus orígenes, en una película que hablaba sobre lo que hace la gente que hace cine cuando no hace cine, toda una declaración no solamente sobre el cine, sino sobre cómo hacer cine. A aquella, que dio nombre a la productora, le siguieron Los exiliados románticos (2015), La reconquista (2016), La virgen de agosto (2019) y Quién lo impide (2021), todas ellas películas que hablan de amistad, de amor, de tiempo, de hacerse mayor, de frustraciones, de (des) ilusiones, de vida y también, de cine.

La pandemia ha afectado a sus dos últimas películas, como no podía ser de otra manera. En Quién lo impide, se iniciaba y finalizaba con una conversación de zoom entre Jonás y sus “adolescentes”, un monumental fresco cotidiano de casi cuatro horas donde se filmaba a un grupo de adolescentes y sobre todo, se les escuchaba. Nuevamente la pandemia ha transformado su nuevo trabajo, Tenéis que ir a verla, todo un no manifiesto ya desde su esclarecedor título. Por un lado, tenemos un aparte central de la trama, porque una de las parejas lanza la frase a la otra pareja amiga en referencia a su nueva casa de fuera de Madrid, a media hora en tren desde Atocha. Y por otro lado, un título que remite al hecho del cine, de ir al cine en las salas de cine, en el que la película en cuestión y el cine de Jonás en general, siempre aboga, y no solo en el hecho de ir a un cine, sino de compartir el cine y disfrutar de ese pequeño gesto que, debido a la pandemia ha provocado que muchos espectadores no vuelvan al cine. Jonás vuelve a contar con sus “Ilusos” habituales, Lafuente en producción, Racaj en cinematografía, Velasco en la edición, M. A. Rebollo en arte, Silva Wuth y Castro en sonido, Renau en gráfica, y sus “ilusos” intérpretes: Itsaso Arana, Francesco Carril y Vito Sanz, y la gran incorporación de Irene Escolar.

¿Qué nos cuenta la última película de Jonás Trueba?.. La trama es muy sencilla, de un tono ligero y cercanísimo, como suele pasar en el cine del director. Empieza en un café de Madrid una noche invierno mientras dos parejas amigas escuchan al genial pianista Chano Domínguez. Escuchamos dos canciones. Luego, escuchamos a las dos parejas. Una, la que vive en una casa fuera de Madrid, le pide a la otra, que vive en un barrio de Madrid, que vayan a visitarles. Seis meses después, vemos a la pareja en un tren camino a visitar la casa de los de fuera de Madrid. Esta vez los personajes de Jonás no van al cine, pero el cine siempre está presente, como esa secuencia en el tren, o ese encuadre cuando llegan a la casa, pero sí que hay esos momentos musicales, como el inicio con música en directo, que remite indudablemente a las canciones del desparecido músico Rafael Berrio, y otras canciones como “Let’s move to the Country”, de Bill Callahan, remitiendo a dejar la ciudad y vivir en el campo. También, hay libros, en este caso, el de “Has de cambiar de vida”, de Peter Slotendijk, del que nos leerán algunos fragmentos, todo un ensayo profundo y analítico sobre las ideologías en este tiempo actual, y la forma de hacer una sociedad más justa, solidaria y equitativa, entre otra muchas cosas.

El día de verano, donde se concentra casi toda la acción, o en el caso del cine de Jonás, podríamos decir el día en que se concentra todo el encuentro o el reencuentro, o quizás, el desencuentro, porque ese día, aparentemente construido con una sorprendente ligereza, hay toda una estructura férrea y profundísima de cuatro amigos, o lo que queda de su amistad, que hablan, también escuchan, de los temas que les atañen como vivir en la ciudad o en el campo, sobre ideologías y lo que queda de ellas, sobre embarazos o no, sobre ellos o lo que queda de ellos, sobre todas esas ilusiones de juventud, de todo lo que la pandemia ha despertado o enterrado, porque sigue tan presente en la película con las mascarillas todavía haciendo acto de presencia. Los cuatro amigos visitan la casa, comen, juegan al ping-pong, y pasean por el bosque, como explica la canción, que quizás no sea volver al campo a vivir o quizás sí, pero también es volver a ser o al menos, parecerse a lo que éramos antes y mejor, aunque esa sea la mayor de las ilusiones.

Tenéis que venir a verla es una película de metraje breve, apenas una hora, suficiente para filmar de forma ligera, transparente e íntima a las cuatro vidas que retrata la película, y hacerlo de una forma tan auténtica, como si pudiéramos tocar la película, olerla y sentirla, despojando al cine de su artificio y dejándolo libre y sin ataduras, como hacían los Rohmer, Tanner, Eustache, las primeras obras de Colomo y Fernando Trueba, Weerasethakul, Miguel Gomes y su reciente Diarios de Ostoga, también parida en pandemia, con muchos trazos, texturas y elementos próximos a la de Jonás, porque como abríamos este texto, el cine y al vida no tienen diferencias, sino todo lo contrario, el cineasta vive y filma, o dicho de otra manera, la vida provoca que se haga cine, un cine de verdad, que hable de nosotros, como hace Jonás, no solo un cineasta genial, sino un excelente cronista vital y sentimental de la gente de su edad, de su entorno y de todas las ilusiones que esperemos que la pandemia no haya acaba por eliminar, porque Tenéis que venir a verla, aboga a volver al cine, los que todavía no lo han hecho, y no solo es una película sobre cuatro personas, sino también, un acto de resistencia, de lucha, de política, de volver al cine, y volver a hacer cine natural, sobre nosotros, sobre todo aquello que sentimos y tan maravilloso. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Jonás Trueba

Entrevista a Jonás Trueba, director de la película “Quién lo impide”, en el Hotel Market Barcelona, el jueves 21 de octubre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jonás Trueba, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Anabel Mateo de Relabel Comunicación, y a Diana Santamaría de Atalante Cinema, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA