¡AMNISTIA! ¡LIBERTAD!
“En este país no ha cambiado nada, siguen mandando los hijos de los dueños”
Si hay un cineasta capital en el cine español de la transición, que se centraba en el cine más incómodo y más arriesgado, ese no es otro que Eloy de la Iglesia (1944-2006), que con películas como Navajeros (1980), Colegas (1982), El pico (1983) y su secuela de 1984, se acercó de forma transparente, con rigor y de verdad al fenómeno quinqui que asolaba el país, mostrando la cara más cruda de la sociedad española, en películas protagonizadas por delincuentes, en un tiempo de cambios políticos, sociales y culturales del país, De la Iglesia miró hacia los arrabales, hacia los más desfavorecidos y sobre todo, mostrando la rutina de los heroinómanos, y la cárcel y sus injusticias, con toda crudeza y realidad. El séptimo largometraje en solitario de Alberto Rodríguez (Sevilla, 1971), el sexto que escribe junto a Rafael Cobos, también se detiene en la rutina de la cárcel, llevándonos al período donde el cine De la Iglesia mostraba las miserias del país, y más concretamente al período que abarca de febrero de 1976 hasta octubre de 1978, casi tres años de vida carcelaria de un joven llamado Manuel, acusado de desfalco que entra en la Modelo, la mítica cárcel de Barcelona.
Casi toda la película la veremos a través de la mirada de Manuel, un lugar nuevo para él, un lugar anclado en el pasado a pesar de la transformación que estaba viviendo el país. El director sevillano opta por un estilo marcadamente minimalista, muy austero, y de verdad, sin artificios ni nada que se le parezca, heredando la forma de míticas películas como Un condenado ha muerto se ha escapado (1956), de Robert Bresson, La evasión (1960), de Jacques Becker y El hombre de Alcatraz (1962), de John Frankenheimer, entre otras, donde cada mirada cuenta, cada detalles resulta esencial, y sobre todo, en un espacio muy acotado, donde la celda se convierte en el único universo. No es la primera vez que Rodríguez y Cobos nos hablan del período del tardofranquismo, ya lo hicieron en la estupenda La isla mínima (2014), donde nuevamente construían su narración a través de dos figuras, el veterano y el joven, un método recurrente en la filmografía de los andaluces, y otra vez, uno de los personajes, el más experimentado no es otro que Javier Gutiérrez, basado en una figura real.
La estructura obedece a modo de diario, en que los casi tres años que aborda la trama, nos van testimoniando la lucha de los presos por mejorar su situación personal, atrapados en condenas injustas, con la famosa ley de “vagos y maleantes”, donde entraban desde homosexuales, robos leves, borrachos, gandules y demás ciudadanos que el estado represor y fascista consideraba que debían estar mejor en la cárcel. Vemos la salida de los presos políticos, pero los comunes quedaban ahí dentro, con su reivindicación a partir de motines, cortes de venas y demás trifulcas para protestar por su situación y su mejoría, a través de Copel, una asociación que velaba por sus derechos. Modelo 77 no solo se queda en un diario de las protestas de los presos comunes, sino que va más allá, creando todo un entramado sencillo e íntimo de las normas represivas de la cárcel, que las muestra con crudeza y sin edulcorantes, y también, de las relaciones íntimas y demás que se van produciendo en la prisión, desde la homosexualidad latente, los primeros heroinómanos, los chivatos, las asambleas clandestinas y los continuos tejemanejes de unos y otros por el control de la cárcel o sus “zonas”.
Si la narración resulta verosímil y atractiva, la forma no se queda atrás, porque Rodríguez, muy sabiamente, se hace acompañar por algunos técnicos desde sus principios, como el cinematógrafo Álex Catalán, que está con él desde Bancos, el cortometraje hace veintidós años que rodó junto a Santi Amodeo, que consigue una luz apagada, muy de rostros y miradas, que contribuye a toda esa trama a partir de pequeños gestos y momentos cotidianos de los presos, la gran aportación en el montaje de José M. G. Moyano, que ha trabajado en todas las películas del cineasta sevillano, construyendo una interesantísima narración de personajes y magnética atmósfera para condensar con peripecia los ciento veinticinco minutos del metraje, que pasan con inquietud, intensidad y pausa. El excelente trabajo de Julio de la Rosa con esa música, que opta por alejar los temas populares del momento, para adentrarse en esa línea más intima y personal. Destacar el gran trabajo de Eva Leira y Yolanda Serrano en el apartado de casting, porque la película emana naturalidad y verdad en cada personaje por breve que resulte, y no podemos olvidar otro cómplice esencial en la filmografía del andaluz que no es otro que el productor José Antonio Félez, que ya estaba en El factor Pilgrim (2000), que codirigió junto a Santi Amodeo.
La película se basa en hechos reales pero se ha tomado las licencias habituales para crear su relato de los hechos acontecidos, con un reparto muy interesante, lleno de verdad, que es muy natural y sobre todo, es complejo y muy cercano, empezando por un maravilloso Miguel Hernán en la piel de Manuel, el recién llegado que no se amilanará por las durísimas condiciones de maltrato y vejación de los funcionarios y el sistema medievo carcelario, y protestará, luchará y se enfrentará a las continuas injusticias, además peleará junto a sus compañeros hasta el fin. Junto a él, un formidable Javier Gutiérrez como Pino, qué decir de un intérprete que sin hablar ya lo dice todo, con su “celda” convertida en una especie de oasis para soportar tantos años de condena, con esos libros de ciencia-ficción, sus latitas de conservas y esa pausa que parece tener constantemente. Y luego, están los otros, en un reparto muy coral, con un gran Jesús Carroza como el Negro, que ha estado en unas cuantas de Rodríguez, siempre natural y magnífico, con ese momento impagable de la presentación de Pino, y Xavi Sáez, un actor cabecilla de Copel, homosexual y heroinómano, que luchará codo con codo con sus camaradas de cárcel.
Tenemos breves apariciones pero llenas de encanto y furia, como la de un Fernando Tejero sublime, muy alejado de la comicidad que le caracteriza, en un personaje de mal agüero como El Marbella, un tipo de armas tomar que controla la parte más conflictiva del penal, y la joven Catalina Sopelana dando vida a Lucía, la chica que visita a Manuel, en una historia que ayuda a relajar el ambiente opresivo y difícil de la cárcel, además de la retahíla de otros intérpretes que ayudan a formar toda esa jungla de desgraciados, analfabetos, pobres y miserables que poblaban las cárceles españolas franquistas. Rodríguez vuelve a ponerse el mono de cronista del país, y sobre todo, del tardofranquismo, donde se abría un mundo de esperanza e ilusiones para muchos, pero también, una etapa que arrastraba la violencia estatal de un estado demasiado anclado en el pasado y todavía resistente a la dictadura. Con Modelo 77 se afianza en un director con aplomo, que se mueve en un narración y argumento contenido, que escapa de lo gratuito y las modas, para crear un relato de buena armadura y sólido, donde demuestra su buen hacer por las atmósferas sencillas e hipnóticas, y un grandísimo trabajo de elección de intérpretes lleno de grandes trabajos, composiciones hacia adentro, de las que se recuerdan y de verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA