EL MONSTRUO OCULTO.
“Me gustan tus monstruos. Tienen mucha vida interior… ¿no?. Tienen esa mirada melancólica, como si les preocupara algo…”
El universo cinematográfico de Carlos Vermut (Madrid, 1980), se mueve en los espacios de una aplastante cotidianidad, en los que la acción física está supeditada a lo emocional, a la parte psicológica, a esos mundos interiores donde sus personajes luchan contra sí mismos, deambulando por sus infiernos particulares, en una pesadilla constante del que hacen lo imposible para salir de ella, aunque con resultados extraños y perturbadores. Un cine de terror, peor un terror que de tan cercano, asusta más, porque los monstruos de sus películas no tienen un aspecto terrible, sino que son como nosotros, incluso nosotros, seres heridos que se mueven entre las sombras ocultas, entre las tinieblas de sus realidades, y sobre todo, monstruos sensibles, melancólicos y solitarios que inevitablemente no pueden huir de ellos mismos. Con Mantícora, esa criatura mitológica con cabeza humana y cuerpo de animal, vuelve a los terrenos que transitó en Magical Girl (2014), que era heredera directa de aquella gran sensación que fue Diamond Flash (2011), con esos personajes complejos y sus discutibles acciones, y deja el melodrama de terror que practicó en Quién te cantará (2018).
La película se centra en Julián y lo sigue en esa especie de diario de su protagonista, un joven modelador de monstruos para videojuegos, como esa apertura sensacional de la película, en que vemos en la pantalla el resultado virtual del monstruo que está diseñando el protagonista. Un tipo que se debate entre dos realidades, la suya propia, que intenta ocultar por todos los medios, y esa otra, la virtual, aquella en la que su imaginación se suelta y se libera. Todo ese quehacer diario de casa y trabajo, se rompe con la irrupción de Diana, una veinteañera de otra ciudad que está en Madrid cuidando de su padre enfermo, y en un momento de su vida en pleno tránsito, pensando que hacer con ella. Vermut plantea una película sencilla y muy trabajada, donde nada deja al azar, desde el implacable diseño de producción de Laia Ateca, que estuvo en la citada Quién te cantará y en La abuela, con guion de Vermut y dirigida por Paco Plaza, el conciso y cortante montaje que se va a las dos horas de metraje, medida habitual del director madrileño, que firma Emma Tusell, que vuelve a trabajar con el director después de la experiencia de Magical Girl, y esa luz claroscura de tonos suaves que impregna la trama de Alana Mejía González, que tiene en su haber el último trabajo de Carla Simón, y el interesante cortometraje Forastera (2020), de Lucia Aleñar Iglesias.
Y qué decir de su asombrosa y peculiar pareja protagonista formada por un Nacho Sánchez, que después que flipáramos con su Ismael en Diecisiete (2019), de Daniel Sánchez Arévalo, en un rol contenido y de hermano mayor, y de su estrambótico Carlo en Doctor Portuondo, la serie de Carlo Padial para Filmin, nos encontramos con otro registro muy diferente en el que da vida a Julián, un tipo solitario y melancólico, como los monstruos que diseña, alguien encerrado que con la aparición de Diana, deberá enfrentarse a todo aquello que esconde. Y la otra parte de esa inusual y bien escogida pareja es Zoe Stein, que nos había encantado en L’oreig (2014), de Blanca Camell, y en la mencionada Forastera, sendos cortometrajes en los que interpretaba a adolescentes, una en el final de un tiempo, y otra, en ayudar a la demencia de su abuelo. En Mantícora es Diana, un joven que, como Julián, se encuentra perdida, sola y sin más vida que una realidad difícil y sin rumbo. Una pareja que nos encanta por su absorbente naturalidad, cercanía y ese lado complejo que también muestran y ocultan según el momento.
La película de Vermut es un inquietante y perturbador cuento de terror, que se asemeja mucho a aquellos films de los sesenta y setenta como los que hacían Losey, Melville, Polanski, Saura, Fernán Gómez y Erice, entre otros, donde prima más el aspecto psicológico de los personajes, siempre en espacios domésticos, donde la carga del pasado es sumamente importante, y donde la cotidianidad los ahoga y se sientes desencajados y desplazados del resto y una sociedad demasiado hedonista y material. Las historias del cineasta madrileño se mueven a partir de conflictos invisibles, donde aparentemente, sus individuos parecen ajenos a lo que sucede, donde sus tramas están estructuradas a partir de un crescendo magnífico, en el que a los espectadores nos va envolviendo de forma sutil y elegante, casi sin darnos cuenta, en unas construcciones que recuerdan al imaginario hitchcockiano, recuerdan aquellas de Encadenados, Recuerda y La sombra de la duda, donde se juega a todo aquello que se muestra y a todo aquello que se oculta, en un juego macabro en que el respetado público deberá decidir sobre la moral de las acciones de los personajes, si es que se ve capaz, porque nunca es sencillo y mucho menos claro.
Vermut nos habla de temas incómodos, invisibles y muy tenebrosos, peor lo hace de forma inteligente, pausada y sin estridencias ni atajos sensibleros ni ninguna otra artimaña de trilero. Todo lo hace desde la emocionalidad, desde la sensibilidad de acercarse a unos personajes oscuros, a unas personas que no se muestran mucho, de escarbar en su cotidianidad, en sus pequeñas acciones, en sus relaciones sencillas, en todo aquello que está en sus vidas pero hay que acercarse detenidamente para poder verlo, construyendo todo el artificio cinematográfico de la forma más natural e íntima para que todo lo que nos ocultan se revele frente a nosotros, sin obstáculos, sin mediadores, mostrándose en toda su fealdad, mirándonos fijamente, sin poder desviar la mirada, sumergiéndonos en todo eso que intentamos no ver ni aceptar, pero que está, y el cine de Vermut lo mira, lo describe, y sobre todo, reflexiona sobre ello, y lo hace de forma inteligente y brillante. No se pierdan Mantícora, porque indaga en lo más oscuro de la condición humana y aunque no queramos asumirlo, también pertenece a lo que somos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA