As bestas, de Rodrigo Sorogoyen

LOS OTROS. 

“El hombre es el inventor de la crueldad. Sé que tengo que gobernar la bestia que llevo dentro; algo así hacemos con la razón; pero la crueldad es fruto de la razón. La misma razón que crea.“

José Saramago

Después de cinco películas y media, podemos decir sin ánimo de aventurarnos demasiado que, el cine de Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981), tiene una mirada de aquí y ahora, un cine que se centra en nuestro alrededor más próximo, en relatos donde sus individuos están metidos en encrucijadas de difícil tesitura, personajes totalmente emparentados con la figura clásica del antihéroe trágico del western, esos tipos, nobles y transparentes, que deben lidiar con fuerzas del mal, ya sean caciques de pueblo de turno, o sheriffs corruptos y demás tipejos, porque cuando el western alcanzó su mayoría de edad, o sea que se dejó los alardes nacionalistas donde los indios eran el foco de enemistad y demás, se centró en la corrupción imperante y la violencia desatada con la que se edificaron muchas ciudades, en que el miedo y la muerte era el pan de cada día. 

No podría entender el cine del madrileño sin el grandísimo trabajo de la guionista Isabel Peña (Zaragoza, 1983), en el universo de Sorogoyen, porque le viene acompañando en la elaboración de los guiones desde casi el principio. Tanto el madrileño como la maña han construido una solidísima filmografía que abarca cinco largometrajes y alguna que otra serie, en que a partir de un conflicto dramático, visten sus obras de thrillers agobiantes y laberínticos, donde las emociones complejas tienen una parte muy importante en su desarrollo. La magnífica apertura de As bestas, con ese hipnótico y revelador prólogo, del que ya tuvimos buena cuenta en A rapa das bestas (2017), de Jaione Camborda, y en Trote (2018), de Xacio Baño, en las que también escenificaban la lucha del hombre y el animal. Sorogoyen, después de ese arranque, nos sitúa en una de esas aldeas galegas, aunque podría ser cualquiera del ancho y largo territorio del país, esos lugares fantasmales que la falta de trabajo y la dejadez gubernamental ha vaciado, y se basa en un hecho real, para contarnos la existencia de un matrimonio francés alrededor de la cincuentena, los Antoine y Olga, que quieren hacer su proyecto de vida cultivando la tierra y restaurando las casas abandonadas para que otros como ellos vengan a disfrutar de la naturaleza. 

Antoine y Olga se encontrarán o mejor dicho, se tropezarán con los “otros”, las pocas gentes de la aldea que todavía resisten a pesar de tantas hostias, y en especial, los hermanos Xan y Loren que están en conflicto con los franceses, porque una empresa eólica quiere instalar sus molinos y todos votaron que sí, menos el francés y algún otro. El cineasta madrileño nos mete en faena desde el primer instante, manteniendo las brasas de este irremediable estallido de llamas, porque como buen western que es, la tensión está presente en cada instante, en cada mirada y en cada gesto, son impagables todos los momentos del bar del pueblo, esos diálogos tan llenos de rabia y furia, y el estupendo uso del miedo instalado tanto en unos como en otros, con esas grabaciones caseras de Antoine, que ayudan a hacer correr el tiempo y a situarnos en el continuo conflicto malsano que tienen entre los franceses y los hermanos gallegos. Un elemento fundamental de la película es la excelente música de Oliver Arson, del que hemos escuchado hace poco su trabajo en Cerdita, y un habitual de Sorogoyen, con esos ritmos afilados y de lija que nos sacuden a cada momento, con esos tambores de esa guerra inminente entre unos y otros.

El gran trabajo de luz del cinematógrafo Alex de Pablo, otro cómplice del director, del que hemos visto no hace mucho su maestría en El sustituto, de Óscar Aibar, que acoge esa luz mortecina, de monte, de niebla, de humedad y de frío, que tan bien penetra en cada espacio, tanto interior como exterior, donde los contrastes evidencian la tensión y el miedo que se palpa, y finalmente, el exquisito trabajo de montaje de Alberto del Campo, que también estaba en Competencia oficial, que unifica una historia que tiene dos partes bien diferencias, y también, dos tonos muy diferentes, pero que son una unidad, donde el miedo y la tensión van cambiando, pero no desaparecen, donde todo fluye en un metraje que se va a los ciento treinta y siete minutos. Resulta alentador y magnífico que la última temporada de cine español haya vuelto su mirada a lo rural, con relatos muy diferentes entre sí, que aglutina todas las complejidades existentes y las diferentes luchas de sus habitantes por mantener una forma de vida y de relación con la naturaleza como son Alcarràs, de Carla Simón, Cerdita, de Carlota Pereda, y la de Sorogoyen, deseamos que esto no sea flor de un día, y los cineastas sigan acercándose a lo rural que siempre había sido espacio intrínseco del cine de nuestro país. 

Una película como As bestas que tanta importancia le da a todo lo invisible, en un gran equilibrio entre lo físico, ya sea el entorno y el movimiento de los personajes, como lo emocional, tenía que reclutar a un buen grupo de intérpretes capaces para mostrar todo ese interior salvaje y malsano que ocultan y el que no, y lo ha conseguido con dos star del cine francés como Denis Ménochet, que le hemos visto en mil y una, y hace poco en Peter von Kant, de Ozon, haciendo de Fasbinder, casi nada, con ese físico tan imponente y esa mirada alijada, hace un Antoine con ternura y también, una animal herido que luchará por “su casa”, junto a él, su esposa en la película, una Marina Foïs, que nos enamoró en Una íntima convicción, en el rol de la esposa enamorada, que vive el sueño de su marido, una mujer en la sombra que más tarde, también tendrá su protagonismo y demostrará una entereza, valentía y arrojo envidiables. Y luego están los otros, los hermanos machados y desgraciados, como espeta en algún momento de la película, unos enormes Luis Zahera, su tercera película con Sorogoyen, aquí dando vida al malcarado y dolido Xan, bruto y salvaje, y el otro hermano, Diego Anido, que nos encantó en la citada Trote, el hermano más tranquilo o quizás, podríamos decir, el menos violento, aunque tiene lo suyo. Dos hermanos que no estarían muy lejos de aquellos de Puerto Hurraco que se liaron a tiros con todos un maldito domingo de finales de agosto de 1990. 

También tenemos a los de fuera, aquellos que orbitan alrededor y funcionan como testigos, como hacía el joven Enrique en la inolvidable La caza, entre los que están Marie Colomb, la hija del matrimonio francés, que mira y observa e interviene y no entiende a sus padres ni nada de lo que hacen, y el actor no profesional José Manuel Fernández Blanco como Pepiño, el “amigo” de los franceses. As bestas es una película que recoge lo ancestral con esa lucha entre lo propio y lo extraño, entre lo de aquí contra lo extranjero, entre la animalidad y lo racional, un choque entre formas de mirar, entender y relacionarse con la naturaleza y los animales, entre lo mío, lo de toda la vida, y lo otro, lo que viene de fuera, el que me quiere arrebatar, un conflicto eterno de difícil solución, y lo muestra a través de una complejidad apabullante y con el tempo de los grandes, con una película que nos habla de muchas cosas, de la sociedad rural, de una de ellas, porque tampoco pretende ser ejemplo de nada, de capitalismo salvaje, de agricultura, de formas de vida ya desaparecidas y otras, a punto de desaparecer, como la que encarna el señoritingo que hereda y nunca va al pueblo, o lo ve como una oportunidad de negocio sin más, de drama cotidiana y extraordinario, y de thriller del bueno, del que se te mete en las entrañas y no te suelta, y todo contado con la precisión del que sabe hacia dónde va. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Madalena, de Madiano Marcheti

LA TRANSEXUAL ASESINADA. 

“La homofobia es como el racismo y el antisemitismo y otras formas de intolerancia, ya que busca deshumanizar a un gran grupo de personas, de negar su humanidad, su dignidad y personalidad”.

Coretta Scott King

La llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil en enero de 2019 con sus políticas segregacionistas, totalitarias y en perpetua guerra con todo aquello fuera de la moral fascista y católica, ha contribuido a alimentar el odio y el asesinato a colectivos como el LGTBI, ya de por si perseguidos en el país sudamericano. Durante este período de fascismo, intolerancia y persecución han aparecido películas como La vida invisible de Eurídice Gusmaô (2019), de Karim Aïnouz, Divino amor (2019), de Gabriel Mascaro y Desierto particular (2021), de Aly Muritiba, entre otras, que retratan una mirada crítica y humanista sobre las diferentes realidades que se viven en el país, contribuyendo no solo a su riqueza cultural, sino a hablar de un Brasil que se hundía en ideas reaccionarias que resucitan viejos fantasmas de su pasado dictatorial.

A esta terna de cine comprometido y activista, se les une Madalena, de Mediano Marchetti (Porto dos Gaúchos, Brasil 1988), que después de varios cortometrajes debuta en el largo con una película ambientada en el entorno rural del oeste de su país, alrededor del asesinato de una transexual, la Madalena del título, pero no cayendo en un relato políciaco al uso, sino que se centra en las consecuencias de ese asesinato, en esa ausencia, a través de tres personajes muy diferentes entre sí que viven en el mismo espacio pero que no se conocen. El director brasileño divide su relato episódico a través de estos tres personajes: Luziane, una azafata de discoteca, Cristiano, un hijo de dueño de una plantación de soja, y Bianca, una trans amiga de la asesinada. A partir de estas tres miradas, vamos descubriendo un lugar sin futuro, un espacio rodeado de campos de soja, donde sus habitantes viven anclados en no lugar, en una no vida, en un ir y venir sin más, en una existencia precaria en todos los sentidos, con la idea de irse lejos para no volver jamás. Construyendo una cotidianidad que duele y resulta triste, donde la noche se convierte en el aliado donde los personajes se refugian del hastío del día.

Marcheti fusiona con maestría e inteligencia el relato social y cotidiano con el thriller rural con el aroma de Tres anuncios en las afueras (2017), de Martin McDonagh, y algún que otro elemento fantástico, en la que da forma a un ejercicio valiente, sobrio y detallista sobre la realidad brasileña actual, con un excelente trabajo de guion que firman Thiago Gallego, Thiago Ortman y Thiago Coelho, y el propio director. La película tiene un grandísimo trabajo en el aspecto técnico, amén de un gran trabajo de cinematografía del tándem Guilherme Tostes y Tiago Rios, que conjugan esa luz abrasadora del lugar enfrentada con esa otra luz nocturna en el que la película se llena de sombras, miedos y espíritus, sin olvidar el magnífico montaje de Lia Kulakauskas, que condensa y explica con paciencia y melancolia,  en  sus formidables ochenta y cinco minutos de metraje, el asesinato y la ausencia de Madalena a través de estas tres almas que explican con exactitud el estado de ánimo triste y vacío instalado en el lugar que recorre a cada uno de los tre spincipales protagonistas y todos los demás que pululan a sus alrededores. 

Si el espacio se convierte en una parte fundamental en la trama y las situaciones que se plantean, el estupendo reparto de la película tampoco le va a la zaga, con unos impresionante trío protagonista encabezados por Natália Mazarim en la piel de la enigmática Luziane, con esa vida nocturna, esos bailes por el día, y ese deambular sin sentido y sin vida, Rafel de Bona da vida a Cristiano, un tipo perdido, obsesionado con los bíceps, temeroso y estúpido, y finalmente, Pamella Yule es Bianca, la amiga de Madalena, la que recogerá sus cosas, la que más la recordará y sobre todo, la que más notará su ausencia, sin olvidar de los otros intérpretes de reparto que aportan la pertinente profundidad tan encesaria en una película donde es tan importante lo que se ve como lo que se oculta. El director Mediano Marcheti consigue de forma sencilla y honesta una historia que nos atrapa a través de una honestidad y una clarividencia maravillosas, despojando la trama de todo artificio y condescendencia, dejando sólo lo humano y lo que le envuelve, en una trama en la que se habla muy poco, y todo es muy visual, como esa excelente atmósfera que impregna toda la película y le da ese aire fantasmagórico y onírico, en ocasiones.

El cineasta brasileño demuestra una madurez sorprendente tanto en la realización como la construcción de personajes y ambientes, donde la noche se convierte en un estado por sí, en ese estado lleno de inseguridades, muy inquietante y despojado de vida y humanidad, en una película de apariencia sencilla, pero no se dejen engañar, porque la película no es nada convencional, al contrario, tiene mucho de profundidad y hay que escarbar mucho, porque en todas las películas donde hay que contar, y en Madalena hay mucho que contar, de mostrar, y también, de mostrar aquello más oculto, aquello que es más difícil de ver, aquello que se mete y vive dentro de las personas, y tiene que ver más con un estado de ánimo, con una idea que describe e identifica un espacio, un lugar, y a la postre, un contexto social, económico, político y cultural, que en este caso es el Brasil fascista de Bolsonaro, pero podría ser cualquier otro lugar del mundo donde se persigue y se castiga con la muerte todo aquello diferente, libre y humano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Sergi López

Entrevista a Sergi López, actor de la película “Pequeña flor”, de Santiago Mitre, en el Instituto Francés en Barcelona, el lunes 28 de noviembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sergi López, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Fernando Lobo de Surtsey Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Oriol Paulo

Entrevista a Oriol Paulo, director de la película “Los renglones torcidos de Dios”, en el Radisson Blu 1882 Hotel en Barcelona, el jueves 29 de septiembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Oriol Paulo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño,  y a Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Loreto Mauleón

Entrevista a Loreto Mauleón, actriz de la película “Los renglones torcidos de Dios”, de Oriol Paulo, en el Radisson Blu 1882 Hotel en Barcelona, el jueves 29 de septiembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Loreto Mauleón, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño,  y a Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Giordano Gederlini

Entrevista a Giordano Gederlini, director de la película “Entre la vida y la muerte”, en el Instituto Francés en Barcelona, el lunes 11 de julio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Giordano Gederlini, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

A diente de perro, de José Luis Estañ

A CARA DESCUBIERTA.

“A carne de lobo, diente de perro”

Refrán popular

La película se abre de forma frenética, de noche, sin aliento, y muy física, donde no dejan de pasarle cosas al protagonista. Darío Manzano lleva una vida salvaje, porque cuando termina su jornada laboral en un almacén, empieza su desfase: no para de beber y drogarse, y se mete en líos de trapicheo junto a sus colegas, el “Gitano” y Fadel. Esa noche es diferente, porque el Gitano ha querido hacerles la pirula a los Chega, los capos de la zona. Mientras intentan solucionar el entuerto, Darío sufre un ictus y tiene un accidente que acaba con la vida del Gitano. El director José Luis Estañ (Callosa de Segura, Alicante, 1990), cursó estudios de cine en la Ciudad de la Luz, y ha realizado un par de cortometrajes, antes de debutar con A diente de perro, un frenético thriller que tiene en la noche su espacio predilecto, siguiendo el particular descenso en los infiernos de Darío, un treintañero de vida muy destroyer, que deberá enfrentarse a los que manejan el bacalao de la zona.

El director junto a Iván “Oggy” Emery, que también se encarga de la cinematografía, y el actor Miguel Ángel Puro, que da vida al protagonista, amén de productores a través de la compañía Trilita Films, escriben un guion con aroma del mejor cine negro, con crítica social y profundizando en la compleja condición humana, y sus intensos setenta y cinco minutos de metraje, y el escenario valentino, que lo asemeja con otros dos títulos recientes como El desentierro (2018), de Nacho Ruipérez y El silencio del pantano (2019), de Marc Vigil, en el que los personajes se ven envueltos en tramas donde sus existencias penden de un hilo muy fino. Darío Manzano vive my deprisa, demasiado, trapichea con sus colegas, tiene una novia formal y se acuesta con la hija de su jefe, además, su relación con su hermana tampoco es muy buena, alguien que se mueve muy rápido, alguien que el accidente cambiará por completo, y la vida, que le tenía reservado un trágico final, parece darle una nueva oportunidad, una oportunidad que Darío no va a desaprovechar, pero, los errores del pasado vuelven a su vida a rendirle cuentas, como una sombra muy alargada de la que no puede volver a escapar y tarde o temprano, deberá hacerle frente con dos cojones.

El gran valor de A diente perro es emular a sus referencias anglosajonas, pero desde aquí, con la atmósfera de un pueblo alicantino, con sus cosas y sus gentes, y sobre todo, sus circunstancias, con sus problemas de empleo, la droga y el robo como salida a tanta precariedad, y un futuro que se antoja difícil y lleno de obstáculos. Una trama bien conseguida, mejor llevada y bien puesta en imágenes, en el que nada destaca y todo funciona como un conjunto en que la mirada y la huida a no se sabe donde del protagonista llena todo el cuadro. Un equipo de debutantes en el largometraje, si exceptuamos a Regino Hernández, que firma el montaje junto al director, fraguado en el medio televisivo y trabajar con nombres tan importantes como los de Bigas Luna, consiguen una película que entra muy bien, cercanísima, y muy agobiante, donde los momentos de ternura escasean, porque habla de frente de los problemas de aquí y ahora, haciendo una radiografía social, económica y real del país, sin caer en estúpidos subrayados y cosas por el estilo, además, construye con delicadeza los momentos sensibles de la película con el protagonista con sus amigos, su novia y demás, sin caer en el sentimentalismo ni la ñoñería.

El reparto, en su mayoría debutante en el largo, brilla con verosimilitud, y hace una cosa complicada en el cine, apoyan la interpretación en la mirada y el gesto, sin necesidad de demasiados diálogos, como los buenos policiacos que se precien. Tenemos a Miguel Ángel Puro como Darío Manzano, un tipo que huye y mucho de sí mismo, y deberá tomar una determinación que, a ratos, se parece mucho al antihéroe de las películas de Peckinpah y Lumet, entre otros. Allende García es Julia, la hermana que le ayuda pero está muy asfixiada por tanta deuda que no sabe cómo pagar, Mar Balaguer es Sandra, su novia, que está a su lado, pero la cosa no es nada fácil, Pablo Tercero es Fadel y José Fernández el Gitano, el par de colegas de correrías, quizás demasiado peligrosas, y finalmente, Vicente Rodado y Roeque Arronis son los Chega, un par de elementos con los que es mejor no tener tratos y si los tienes, no hacerles el avión. Estañ ha construido una película modesta pero entretenida y con contenido, fiel a sí misma, y que entrega un buen thriller, uno de esos policiacos auténticos, de verdad, en el que podemos oler el miedo, el sudor, ser uno más en este viaje salvaje y violento por el Levante, ese espacio que queda como un decadente monstruo después de tantos años de despilfarro inútil y catastrófico, porque al final, los que quedan son gente como Darío y los demás, los de abajo que son los que siempre pagan las consecuencias. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las cartas de amor no existen, de Jérôme Bonnell

¿QUE FUE DE NUESTRO AMOR?

“¿Acaso podemos cerrar el corazón contra un afecto sentido profundamente? ¿Debemos cerrarlo? ¿Debe hacerlo ella?

James Joyce

Jonas es un tipo de cuarenta y tantos tacos, con encanto pero torpe, como cantaba Sabina, alguien que se encuentra en Stand by, no por decisión propia, sino porque su vidas y los hechos que la rodean parecen ir contra él, o simplemente, las cosas van sucediendo y Jonas va llegando tarde a todo, porque no quiere darse cuenta que las cosas se terminan, o hay gente con la que hay que terminar por nuestro propio bienestar. A Jonas le costó despedirse de la madre de su hijo, una mujer que ya no quería, también de su socio, un aprovechado que le ha metido en un gran lío, y además, le cuesta horrores decir adiós a Léa, su última novia. Jonas ahí anda, a la deriva por su miedo a cerrar, a decir adiós, y sobre todo, el miedo a la incertidumbre que se apodera de uno cuando cierra algo o a alguien y empieza de cero. Donde muchos ven una forma de empezar de nuevo, Jonas lo ve como una decisión que no quiere o no puede tomar, aunque la situación actual lo lleve a la mierda. Y en esas anda.

La historia arranca después de una noche de borrachera, Jonas se levanta más perdido que nunca y no decide otra cosa que visitar a Léa de buena mañana, y hacer lo imposible para recuperarla, una vez más. La cosa no va como espera y se refugia en el café de enfrente de su casa, como si se tratase de un naufrago en una isla desierta, esperando a Léa decide escribirle una carta, una carta para contarlo todo lo que siente por ella, y esta se decida a rescatarlo, porque él no se atreve o simplemente no se lo ha planteado, quizás ha llegado de coger la riendas de su vida y enfrentarse a ese tipo que tanto miedo le da y no es otro que él mismo. Las cartas de amor no existen (del original “Chère Léa”), es el séptimo largometraje de Jérôme Bonnell (París, Francia, 1977), y vuelve a colocarse en el tono que más le gusta al director francés, entre la comedia dramática y el romance, porque estamos ante una comedia romántica, con ese aroma que tenían las del Hollywood clásico, sin olvidarnos de Becker y Truffaut, donde el amor y su perdición es el trasunto real de la trama, una estructura que se desmarca acomodándose en el suspense hitchcockiano, con el inquietante macguffin, que no es otro que la citada carta, ya que su contenido nunca nos será revelado.

La acción, más propia del thriller psicológico que de la comedia al uso, juego mucho con los inequívocos y las subtramas que solo hacen más difícil la no aventura y no decisión del protagonista, jugando mucho con la información, porque se nos da poca información del pasado del protagonista y las personas que lo pululan, en una especie de radiografía emocional que sin querer se practica el propio Jonas que, al igual que le ocurría al dickensiano Ebenezer Scrooge, sus fantasmas del pasado comenzarán a revolotearle el alma, donde el café será el centro neurálgico de su catarsis personal, y saldrá a unas visitas como la de su ex en la cafetería de una estación, que recuerda a una de sus películas El tiempo de los amantes, de dos desconocidos que se conocían en un tren, y la peculiar relación con el dueño del café, el amante de Léa, su socio con el que se comunica vía móvil, al igual que su hijo, y algún que otro cliente y los habituales del barrio. Las cartas de amor no existen habla de amor, o quizás podríamos decir, de todo ese amor que creemos sentir, de las historias que hay que dejar, decir adiós, y del tiempo.

El tiempo real de la película acotada a un solo día, a una única jornada, veinticuatro horas donde casualmente Jonas hará balance de los hechos vitales hasta ahora, y en un lugar ajeno al suyo, en cierta manera, Jonas está en una especie de laberinto emocional en el que él mismo ha puesto sus obstáculos para no salir. La estupenda cinematografía de Pascal Lagriffoul, responsable de toda la filmografía de Bonnell, le da ese toque cercano y naturalista sin caer en ningún instante en el embellecimiento ni la condescendencia, la excelente música de David Sztanke va detallando todos los estados emocionales de Jonas en una especie de montaña rusa de nunca acabar, y el ágil y formidable montaje de Julie Dupré, que ya trabajó con el director parisino en À trois on y va y en la citada El tiempo de los amantes – amén de aquella maravilla que era Dos otoños, tres inviernos (2013), de Sébastien Betbeder – que rompe con habilidad ese único escenario donde se desarrolla casi toda la trama.

El maravilloso reparto de la película encabezado por Grégory Montel, un magnífico y desconocido para el público de por aquí, pero muy popular en Francia por su éxito televisivo por Call My Agent!, una serie que ha dado la vuelta al mundo. El actor se mete en la piel de Jonas, y nunca mejor dicho, porque la cámara se posa en él y dentro de él, dando vida a un tipo que tiene muchos frentes abiertos por miedo o por no atreverse: un trabajo que odio, porque en realidad le encantaría escribir, y mira tú, ha empezado por una carta, una carta que no puede parar de escribir, con relaciones pasadas que cree todavía estar ahí, con relaciones actuales, más de lo mismo, y enganchado a todo y nada, a un pasado que lo machaca y a un presente, de bólido, que repite patrones anteriores, un caso, en fin, quizás ese día, ese día tan loco, surrealista y extraño, le abra los ojos, depende de él. Le acompañan la siempre fascinante y natural Anaïs Demoustier como Léa, el eficaz Grégory Gadebois como dueño del café, Léa Drucker como al ex esposa, y finalmente, una sorprendente Nadège Beausson-Diagne, una cliente particular del café. Bonnell ha construido una película de verdad, auténtica, que no solo retrata a un tipo-náufrago de sí mismo, sino de su propia vida, y ya no digamos del amor, y lo hace desde dentro a fuera y al revés, contándonos ese París, ese otro París, el muy alejado de su estereotipo de ciudad del amor y mandangas por el estilo, aquí vemos su día a día, su cotidianidad, sus gentes y el amor, ¡Ayyy…! El amor,,,, Que seríamos sin él y con él. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El hombre del sótano, de Philippe Le Guay

NEGAR AL OTRO.

“El hombre está dispuesto siempre a negar todo aquello que no comprende”

Blaise Pascal

El filósofo griego Platón ya lo mencionaba en su alegoría sobre la caverna: la humanidad ensimismada en su espacio y construyéndose una realidad que nada tiene que ver con la verdad. Una cosa parecida le ocurre a Jacques Fonzic, el nuevo inquilino del sótano de la familia Sandberg de origen judío. Todo parece ir bien. Simon Sandberg vende su sótano al susodicho, pero ahí viene la sorpresa, el tipo en cuestión es un declarado negacionista que expande su odio por las redes contra los judíos y niega rotundamente la Shoah. El décimo largometraje de Philippe Le Guay (París, Francia, 1956), nace de una experiencia real de un matrimonio de amigos del director, con un guion que firman Guilles Taurand (toda una eminencia en el cine francés que tienen en su haber películas de André Techiné, Christophe Honoré y Benoît Jacuqot, entre otros), Marc Weitzmann y el propio director, en un relato contado en clave de thriller psicológico donde la amenaza del extraño generará todo un cisma en la comunidad de vecinos y sobre todo, en el núcleo familiar de los Sandberg formado por el padre Simon, la madre Hélène y la hija de ambos, la adolescente Justine.

Como ocurría en Teorema (1968), de Pier Paolo Pasolini, la presencia del extraño llevará a los Sandberg a un terreno diferente, alterando completamente su modus vivendi, donde todo se tornará oscuro, lleno de disputas y una odisea de hasta tres abogados, todos muy diferentes entre sí, de encarar el problema de anular el contrato de venta y echar al citado Fonzic, que ha convertido el sótano en su hogar y los lugares comunes de la sociedad en su hábitat natural. El director francés huye de los golpes de efecto tan trillados en el thriller, y se centra en la relación de los personajes, y en sus diferentes actitudes tanto del extraño como de la familia y los de alrededor, en la que cada uno va adoptando sus posiciones que chocan con el otro, porque la película no solo habla de los negacionistas y cómo afecta a los descendientes de los judíos, sino de cómo se cuestiona la verdad oficial y se inventa otra, apoyada en meros argumentos insostenibles ayudados por las redes que ayudan a propagar el veneno, y además, la película también nos habla de cómo nos relacionamos con nuestro pasado, nuestros orígenes y actuamos en el presente.

La excelente cinematografía de Guillaume Deffontaines, todo un experto que hemos visto en muchas películas de Bruno Dumont, juega con la mezcla de la oscuridad del sótano, más propia del cine de terror, con los ambientes de la pequeña burguesía del entrono de los Sandberg y ese patio donde la luz tenue ayuda a crear esa atmósfera compleja en el que se desarrolla la trama. La extraordinaria música de un grande como Bruno Coulais, que muchos recordamos por la banda sonora de Los chicos del coro, amén de haber realizado más de 200 trabajos para el cine en todo tipo de registros, vuelve a trabajar con el director después de Normandía al desnudo (2018), construyendo una música que nos atrapa generando esa constante sensación de misterio, peligro y amenaza, a partir del más mínimo gesto cotidiano. Y finalmente, el gran trabajo de montaje de Monica Coleman, que tiene una filmografía con nombres tan ilustres como los de Amos Gitai y François Ozon, entre otros, en la sexta película con Le Guay, vuelve a demostrar su valía con un gran ritmo, donde ocurren muchas cosas en sus 114 minutos, generando esa relación inquietante entre los personajes.

El estupendo trabajo de los intérpretes ayuda a crear ese ambiente malsano in crescendo que se va instalando en las vidas de los Sandberg a raíz de la llegada del intruso, donde brillan François Cluzet, que repite con Le Guay después de dar vida al alcalde luchador de Normandía al desnudo, aquí en un rol totalmente diferente, porque hace de Fonzic, el negacionista, indigente y encerrado en su mundo donde lanzar mentiras al mundo. Frente a él, un formidable Jérémie Rénier, que lo veíamos como el déspota entrenador de Slalom, ahora como el causante del conflicto con Fonzic, un tipo que se niega a sí mismo y es reacio a la ayuda ajena, que se peleará con todos. Bérénice Bejo hace de Hélène, la esposa de Simon, una mujer que no es judía, pero optará por otro camino, el de entender al negacionista, y la presencia de la joven Victoria Eber como Justine, que simpatizará con el extraño, creando más problemas si cabe a los Sandberg. Amén de otros intérpretes de reparto que están francamente naturales y concisos como Jonathan Zaccai, Patric Descamps, Patrick D’assumçao, entre otros. El cineasta francés ha construido una película con un conflicto atemporal, en el que plantea como gestionamos los hechos del pasado, desde la perspectiva del que los niega y actúa como víctima amparándose en la libertad de expresión, y la gran mayoría, que debe luchar contra el negacionismo, que debe prevalecer los valores humanos y sobre todo, recordar lo que ocurrió para que los jóvenes conozcan los hechos y no se dejen llevar por charlatanes embaucadores. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Pablo Puyol

Entrevista a Pablo Puyol, actor de la película “La mancha negra”, de Enrique García, en el Soho House en Barcelona, el miércoles 23 de febrero de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pablo Puyol, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Rubén Codeseira de Comunicación-Cine, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA