The Beatles y la India, de Ajoy Bose y Peter Compton

EL VIAJE ESPIRITUAL DE LOS CUATRO DE LIVERPOOL.

“Al final, estás tratando de encontrar a Dios. Ese es el resultado de no estar satisfecho. Y no importa cuánto dinero, o propiedades, o lo que sea que tengas, a menos que estés feliz en tu corazón, entonces eso es todo. Y, desafortunadamente, nunca se puede obtener la felicidad perfecta a menos que tengas ese estado de conciencia que lo permita”

George Harrison

En febrero de 1968, los componentes de The Beatles: John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, junto a sus esposas, amigos y sequito, llegaron a Rishikesh, en el norte de la india, para un retiro espiritual en el santuario de Maharishi Mahesh Yogi. Los cuatro jóvenes veinteañeros de Liverpool ya era la banda de música popular más famosa del planeta. A sus espaldas cargaban 13 discos, gran cantidad de conciertos alrededor del mundo y unas ventas millonarias que no cesaban de aumentar. Pero toda esta relación de The Beatles con la India había comenzado tres años atrás de la mano de George Harrison, gran aficionado a la música hindú, que introdujo en los álbumes del grupo el instrumento tradicional de sitar, y a uno de sus más virtuosos, el músico hindú Ravi Shankar.

La música vino acompañada por la meditación trascendental y el grupo llegó a la India aquel febrero del 68 para un retiro espiritual para encontrarse con ellos mismos y olvidarse del mundo y sus legiones de fans que no les dejaban un segundo. Unas sesenta personas, entre ellas la actriz Mia Farrow y Mike Love de The Beach Boys, entre muchos otros, se encontraron escuchando, meditando y conviviendo en la casa del Maharishi Mahesh Yogi. Los debutantes Ajoy Bose, bengalí-india, periodista de profesión, corresponsal del diario The Gaurdian en la India, y conocedora de The Beatles, ya que publicó el libro “Across the Universe_ The Beatles in India”, en 2018, y Peter Compton, que ha trabajado casi medio siglo en la industria discografíca y el video, y productor ejecutivo de otro documental de la banda que tenía de título It Was Fifty Years Ago Today – The Beatles: Sgt. Pepper & Beyond (2017), han recopilado infinidad de imágenes de archivo, recogido testimonios valiosos de descendientes y expertos en The Beatles, y han filmado en los restos del santuario, ahora convertido en museo, para ilustrar el paso de la banda por ese lugar y todo lo que ocurrió.

Se ha hablado mucho de lo prolífica que fue la estancia del grupo en la India, de la que nació uno de sus mejores discos, el “The Beatles”, que se conoce coloquialmente como “White Album”, pero desconocíamos todos los detalles, matices y (des) encuentros que sucedieron en aquel lugar. La película nos habla del antes y del durante, y lo hace a modo de intenso y apabullante caleidoscopio donde se va creando un mosaico de imágenes, fusionadas con las voces de los cuatro de Liverpool, y los abundantes testimonios indios que se cruzaron con ellos o los hijos de los que sí se los trataron. El documento, interesantísimo aborda desde la sencillez y la naturalidad de los cuatro tipos, alejados de todo el oropel y popularidad que los seguí allá donde iban, a los que conocemos desde otro punto de vista, sus relaciones y sus distancias y todo lo que les rodea. La película muestra otra faceta de ellos, muchísimo más desconocida, haciendo un repaso de aquellos años, hablándonos de la fama y sus peligros, su fascinante encuentro con la música hindú, y sus creadores, y su viaje mental por el país, y sus turbulencias en la amistad con el Maharishi, aunque los testimonios en este aspecto no llegan a ninguna conclusión, el hecho es que algo hubo, y lo que hubo los distanció.

The Beatles y la India es un documento extraordinario, fascinante e hipnótico sobre el período más artístico, humanista e importante de The Beatles, y del que se conocía poco o nada, o se conocía a través de otros, que inventaron. Ahora, el trabajo respetuoso, concienzudo y ordenado de la pareja Bose y Compton consigue un documento de grandísima importancia no solo para muchos seguidores de la banda, entre los que me incluyo, sino de todos aquellos que alguna vez en su existencia se han planteado en conocerse y descubrirse su mundo espiritual, mucho más intenso que el mundo físico y material. Conoceremos todo lo que influyó a los cuatro músicos, en su etapa más prolífica artísticamente hablando, que por otra parte, también significó el principio del fin, con la disolución del grupo dos años más tarde, apenas diez años de vida que no solo revolucionaron la música popular de la segunda mitad del siglo XX, sino que además, cambiaron las reglas del juego de la industria musical y se creó el fenómeno de los fans, hasta ese instante no de la multitud planetaria que se vivió con The Beatles. No dejen de ver The Beatles y la India, no por la música de The Beatles, sino por todo lo que significó para ellos conocer el país asiático y sobre todo, su cultura y su mundo espiritual. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Charulata, la esposa solitaria, de Satyajit Ray

LA MUJER ENAMORADA.

“A finales de los años cincuenta y durante la década de los sesenta, la obra de Satyajit Ray evidenció tal contraste en relación a las películas que nos llegaban de la India, que parecía más bien alguien de una cultura extranjera, más próximo a la nouvelle vague francesa o a autores europeos como Bergman o Antonioni que a sus compatriotas. La grandeza de Ray estriba en esta capacidad de trascender, sin la menor pretensión, el marco bengalí para hablar a todos los espectadores de las debilidades humanas, de sus aspiraciones, locuras y obsesiones, de la misma manera que Chejov o Mizoguchi se dirigen a nosotros a través de la espesa niebla de una lengua extraña”.

Peter Cowie, crítico e historiador de cine

Como otros muchos amantes del cine, descubrí el cine de Satyajit Ray (Calcuta, India, 1921-1992), con la trilogía de Apu: Pather Panchali (1955), Aparajito (1956), y Apu Sansar (1959), primera, segunda y quinta película del cineasta indio. El enamoramiento fue instantáneo, una especie de fuerza arrolladora me hipnotizaba con unas imágenes de una belleza abrumadora, una música que no solo se mimetizaba con la atmósfera, sino que nos explicaba todo aquello que ocultaban sus personajes. Un microcosmos de verdad, de vida, de humanismo, con grandes influencias del neorrealismo italiano, esos niños de De Sica, la cotidianidad de las costumbres y formas de vida rurales de la India más escondida, y sobre todo, el nacimiento de una mirada que traspasaba la propia vida para hablarnos del alma, del mundo espiritual, y de las propias contradicciones de la existencia.

Luego, y siempre gracias a la Filmoteca de Cataluña, el lugar sagrado de todos los cinéfilos que vivimos cerca, llegaron a algunas otras, ya en pantalla grande, como El salón de música (1958), La gran ciudad  (1963) y Charulata (1964), obras que certificaban que aquellas primeras películas de Ray, no solo mostraban a un cineasta de los pequeños lugares y las pequeñas cosas que le ocurren a los seres humanos, sino que esas cosas podían tratarse desde la belleza, la poesía y el mundo interior. Hoy, Domingo, 2 de mayo de 2021, se cumplen 100 años del nacimiento de Ray, y la distribuidora A Contracorriente Films estrena, muy acertadamente, y con una copia excelente, que a sus casi sesenta años, parece recién salida del horno, por su calidad técnica, y todo lo que se avanza por y para la imagen de la mujer y su forma de mostrarlo, centrándose en el adulterio frente a la sociedad conservadora india, tan brutal, más allá de cualquier modernidad pasajera, evidenciando la mirada profunda de Ray. Charulata, la esposa solitaria, la onceava película que dirigía Ray, una película en la que volvía al mundo de Rabindranath Tagore (1861-1941), uno de los más grandes artistas bengalíes de la historia, al que ya había adaptado en Tres mujeres (1961), y dirigido un documental sobre su figura el mismo año, adaptando El nido roto, publicado en 1901.

Ray traslada la acción de la novela hasta el año 1879, y nos encierra en las cuatro paredes de un matrimonio sin hijos de clase media-alta, situándonos en la mirada de Charulata, en la que a través de ella conoceremos su mundo, un mundo de soledad y hastío, ya que su marido, Bhupati Dutt, un acaudalado editor está demasiado ensimismado en su trabajo y olvida frecuentemente a su mujer. La llegada de Amal, primo y antítesis del marido, y entusiasta escritor, lo cambiará todo, porque la esposa encontrará en el recién llegado, una gran distracción, en el que pasarán horas hablando de música, literatura, historia, espiritualidad, vida y demás. Ray compone una pieza de cámara, un film-cámara, con aroma brechtiano, al estilo de los de Bergman, en la que todo el relato acontece en las paredes de la casa, donde la cámara encuadra de manera magistral a los personajes, y su relación con los objetos, y la música que escuchamos, compuesta por el propio Ray, que como ocurre en sus películas, siempre va más allá del mero acompañamiento, y profundiza en el interior de los personajes, donde teje un gran contraste entre lo exterior e interior, entre aquello que dicen y su forma de actuar, y sus verdaderos sentimientos que anidan en su interior. La literatura, centro de todo, vuelve a ser omnipresente en el universo de Ray, como lo fue en la trilogía de Apu.

En Charulata añade, como sucedía en La gran ciudad, una figura femenina de gran personalidad y libertad interior, que no quiere estar sometida a la voluntad masculina, que valora el arte y tiene aspiraciones literarias, que además, se le da mejor que a los hombres. El uso del zoom añade un elemento distorsionador a los largos planos secuencias, donde el diálogo se apodera del relato, y las miradas de los personajes evidencian ese mundo cerrado, aburrido y falto de vida y alegría, un mundo lleno de comodidades, pero al que le falta setnir, compartir, calor humano, y sobre todo, amor. Ray construye unos personajes complejos, unos personajes humanos, que sienten, sufren, se apasionan y pierden el tiempo con distracciones que les alejan de su realidad, y de sus sentimientos, unas emociones soterradas que los espectadores conocemos, pero como suele ocurrir en el cine de Ray, los hombres no logran interpretarlas, demasiado ensimismados en sí mismos y en su tarea, hombres apasionados por la vida, el compromiso político, que suele ser siempre teórico, por la historia, por su arte y su coraje, más atentos al gran suceso de la política y a la sociedad, a lo de fuera que a los detalles cotidianos que ocurren en su casa y sobre todo, a su mujer.

Ray nos habla de su país, a través de lo doméstico, convirtiéndolo en universal, de la vida, de su efimeridad, de sus contradicciones, de sus alegrías, de sus pequeños instantes, de sus detalles, de la apesadumbre de vivir y del plomo de la cotidianidad y las costumbres y tradiciones que siempre van en contra del amor y la felicidad, y unos personajes que sienten en grande, pero viven reducidos a unas existencias sin más. Si la música, la planificación formal, y el relato son elementos característicos de la filmografía de Ray, las interpretaciones de sus criaturas son hermosísimas, centradas en todo aquello que no se ve, que se esconde, basada en sus miradas profundas, unas formas de mirar que traspasan, que encogen el alma, y sobre todo, que explican sutilmente, sin estridencias, sus mundos interiores. Madhabi Mukjerhi, la impresionante actriz que se mimetiza con la desdichada Charulata, segunda película con Ray después de La gran ciudad –haría una tercera, El cobarde (1965), – en la que deja de ser la madre coraje que luchaba por sacar adelante a su familia, para encerrarse en el matrimonio-cárcel, en una vida no vida, en la que los espejos y los objetos, formulan unos sentimientos que estallan de amor al llegar Amal, esa especie de invitado a lo Teorema, de Pasolini, que no solo viene a dar vida a la casa triste y mortecina, sino a avivar un fuego, el fuego de Charu, que se encontraba reducido a pocas cenizas. Mukherji no solo sabe mirar, sino sabe expresar con apenas nada, ese mundo oscuro y oculto del personaje central de la película, un personaje que habla de todas esas mujeres indias y no indias, que ansiaban y daban sus primeros pasos para liberarse del yugo masculino y una vida atada a la vida doméstica.

Bien acompañada por Sumitra Chatterji como Amal, el joven apasionado y entusiasta por la vida, la música y la literatura, pero de una enorme torpeza y cobarde en los sentimientos, un tipo que teoriza demasiado sobre la vida pero vive muy poco, y utiliza el extranjero no para formarse, sino como refugio para no afrontar el deseo que le ofrece sin condiciones Charulata, y finalmente, Sailen Mukherji como Bhupati Dutt, el esposo entregado y comprometido a la causa contra el imperialismo británico, a través de su diario contestatario, donde la política es el centro de sus reivindicaciones, que desatiende a su esposa y sobre todo, al amor, dos polos opuestos en un matrimonio, como evidencia el clarividente diálogo entre Charulata y su marido, donde uno cree que la política es el motor para el cambio, y la esposa le dice que hay otras cosas de las que también se puede hablar. Un contraste que el director bengalí no solo hace evidente en el diálogo, sino también en la forma, situando a sus personajes, y sobre todo, al personaje de Charulata bajo los marcos, frente a los espejos, siendo otra en su interior, y también, en un lado del cuadro, junto a otros personajes, sumergida en su mundo, en ese mundo que parece ser que nadie comprende, y lo que es más triste, en ese mundo donde no encuentra consuelo y amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Señor, de Rohena Gera

RATNA, UNA MUJER INDIA.

Ratna es una mujer india, menuda, de mirada profunda y carácter indomable, sueña con abrir un negocio con su hermana en la que ella será diseñadora de moda. Mientras, Ratna trabaja como empleada de hogar en casa de Ashwin, su señor que acaba de romper su enlace de boda. La cotidianidad de Ratna se debate entre servir a su señor muy complaciente y aprender corte y confección. Mientras los días van pasando entre unas cosas y otras, la cotidianidad de la joven viuda dará un vuelco cuando Ratna y Ashwin empezarán a sentir algo más que una simple relación de amo y siervo. La primera película de ficción de Rohena Gera (Pune, India, 1973) después de dos décadas trabajando en el cine como asistenta de dirección y guionista, es un relato de nuestro tiempo, sencillo, íntimo y honesto, situándonos en un hogar de clase alta de Mumbai, la metrópoli donde gentes de pueblo como Ratna llegan en busca de oportunidades abandonando la presión social para una mujer viuda como ella. Gera, a través del personaje de Ratna nos cuenta el alma de un país en el que todavía existen las castas, aunque hayan sido prohibidas por el estado, donde una mujer viuda siente esa presión constante tanto en su pueblo como en la ciudad, estigmatizada por su condición de viudedad, por sus orígenes humildes y pobres y sobre todo, por su condición de mujer, oprimida a nivel social, sexual y económico.

La directora india habla en primera persona y de frente, sin atajos ni postales, de la realidad social de su país, en las que existen obstáculos difíciles de derribar como las divisiones sociales, las diferencias étnicas, y demás muros, tanto físicos como mentales que dividen por su condición a las personas. El personaje de Ratna se enfrentará a tanta injusticia y estigmatización para seguir soñando, para proseguir su camino a pesar de tanta mirada inquisitoria, a pesar de ese sentimiento de soledad que recorre su vida, aparte de alguna amiga criada como ella que conoce su situación y la vulnerabilidad que les persigue a diario. Ashwin pertenece a ese tipo de familia adinerada, la élite de la India, que ha estudiado fuera, y ahora vive en una jaula de oro en el que en apariencia todo parece funcionar y encaminarse a un lugar, aunque para el joven indio triunfante las cosas son diferentes, encontrándose vacío y sin rumbo por su vida, una existencia aburrida y cotidiana, sin sobresaltos, mucho más sombría que la de Ratna, a pesar de sus diferencias sociales.

Entre ellos, a pesar de tanto que les separa, como ese pasillo vacío en el hogar que evidencia todo lo que les conecta y a la vez, todo lo que les separa. Dos almas antagónicas, cada una con su vida, con esa corrección propia de señor y criada, aunque como viene a explicarnos la película, los sentimientos son libres y no pertenecen a ninguna casta social, cultural o económica, y las cosas y lo que sienten los va acercando, aun conociendo de las dificultades de su amor, por las presiones familiares y sociales, aunque ellos saben lo que sienten y tendrán que luchar contra eso. Gera nos cuenta entre susurros, entre los espacios de ese hogar que arranca triste y anodino, y suavemente, sin darse cuenta los personajes, se va convirtiendo en un hogar cálido y alegre, contándonos una historia de amor imposible sobre dos almas separadas por muchas cosas, desde sus estados emocionales tan diferentes, como sus familias, sus economías, y sus sueños, que los de Ratna son ilusionantes por su carácter, su fuerza y su valentía, y en cambio, los de Ashwin se hallan en un laberinto oscuro y sin expectativas, perdidos sin saber qué camino tomar.

La brillante y conmovedora interpretación de Tillomata Shome creando ese personaje de Ratna, un rol brillante para nuestra memoria que consigue con grandísima sutilidad y belleza toda una amalgama de gestos y miradas que nos conmueven, junto a la composición excelente de Vivek Gomber dando vida al desdichado Ashwin, alguien perteneciente a ese mundo elitista y conservador, no muy diferente a nivel social que el de Ratna, dos seres que se encuentran por amor y también, por necesidad, que ansían, cada uno a su manera, salir de esa opresión en la que viven y saborear la libertad de ser ellos mismos. Gera ha construido una película intimista y compleja, con esa mise en scene elaborada y contundente, donde cada encuadre obedece a las emociones calladas y encontradas de estos dos náufragos que son la pareja circunstancial, consiguiendo la emoción a través de lo más sencillo y humilde, convirtiendo su película en no sólo un bellísimo y triste retrato sobre la femineidad india contemporánea sino que también hace un durísimo y fascinante relato sobre el amor, lo que sentimos y aquello que nos hace libres o culpables. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Nicolás Molina

Entrevista a Nicolás Molina, director de la película “Flow”, en el marco del DocsBarcelona, en el Teatre CCCB en Barcelona, el lunes 20 de mayo de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nicolás Molina, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Violeta Medina de Varanasi Prensa y Comunicación, y al equipo del DocsBarcelona, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Maya, de Mia Hansen-Love

EL PAISAJE INTERIOR.

El universo cinematográfico de Mia Hansen-Love (París, 1981) está planteado a través de un personaje imbuido en una catarsis emocional de grandes dimensiones, personajes atrapados en una vida que se les escapa, que pasa por encima de ellos, hecha a retazos, incompleta, encaminada a lugares que no desean y que tampoco saben cómo enfrentarse a ellos, perdidos en su realidad, acosados por el entorno, tanto físico como emocional, esperando ser capaces de salir de ese embrollo emocional, aunque les llevará a renunciar a muchas cosas importantes para ellos. Le ocurría a Pamela, de 17 años, que buscaba a un padre en Todo está perdonado (2007) su debut en la dirección, o las vicisitudes emocionales a las que se enfrentaba Gréoire Canvel, el productor de cine en la bancarrota que no sabía enfrentarse a sus problemas y menos explicarlos a su familia en La père de mes enfants (2009) o la Camille de Un amour de jeunesse (2011) que conocía al amor de su vida siendo adolescente, y años después, se lo volvía a reencontrar cuando su vida andaba por otros derroteros emocionales, o el Paul de Eden (2014) que en plena efervescencia del house se debatía entre el romanticismo de la juventud y al cruda realidad, y finalmente, la Nathalie de El porvenir  (2016) una profesora que renuncia al amor después que su marido la deje por otra. Todos ellos personajes, femeninos en su mayoría, que deben lidiar con situaciones graves emocionales, que han puesto patas arriba sus vidas, situaciones inesperadas y complejas que los sume en un letargo vital del que ellos mismos deberán salir.

Ahora, la cineasta francesa se centra en Gabriel, un periodista de 30 años, que vuelve a París después de 4 meses de cautiverio. Gabriel se siente perdido, extraño y sin querer abrir y contar su terrible proceso, así que decide irse a Goa, en la India, donde pasó buena parte de su infancia. Allí, en otro ambiente y actividades se reencontrará con su padrino y Maya, la hija de éste. Entre los dos se iniciará una amistad que derivará en una historia de amor. Hansen-Love filma la India huyendo de lo turístico, de esa postal bienintencionada de la mirada occidental, nos muestra un país diferente, lleno de contrastes, con su ruido, su música, sus gentes, su calor asfixiante, y la vida que parece escaparse a cada instante. La cámara sigue a Gabriel, un tipo independiente, extrovertido, vital, y sin ataduras, genes impuestos de su trabajo como reportero de guerra, una vida sin vida, de un ir y venir para aquí y para allá, sin casa fija ni lugar estable. Así es Gabriel, un joven que, después de su experiencia catastrófica, decide buscar en sus orígenes su identidad, a rearmarse emocionalmente hablando, y continuar su camino, siempre hacia adelante, sin reprocharse nada del pasado. En la India, se reencontrará con su madre, aunque la experiencia no es satisfactoria, y Gabriel decide seguir buscando en solitario y en compañía de Maya, una joven india que tiene la parte más tradicional de la India, pero también, la más moderna, aquella que quiere ver mundo, que estudia en el extranjero y no quiere vivir en la tierra de sus padres. Esa mezcla de ideas, de emociones y libertad individual ayudará en el proceso de renacimiento que necesita Gabriel después de su terrible experiencia.

Hansen-Love coloca su cámara en el interior de Gabriel y Maya, y los sigue desde la cercanía, pero sin agobiarlos, dejándolos que ellos mismos descubran en sus excursiones y salidas ese entorno ancestral y maravilloso que van recorriendo, entre monumentos católicos e hinduistas, entre lo bello de un país y su parte más fea, su pobreza y demás catástrofes, y filmándolos a través de 16mm y la mirada de Hélène Louvert (una auténtica especialista en el formato cine convencional que ha trabajado con cineastas tan importantes como Wenders, Marc Recha, Alice Rohrwacher, Jaime Rosales, etc…) que penetra en el alma de los protagonistas, en sus sentimientos y emociones de manera sencilla y natural, mientras el entorno los lleva de un lugar a otro, en que el paisaje se muestra en nuestro interior, como si pudiéramos tocarlo. Y el exquisito montaje de Marion Monnier, que ha trabajado en todas las películas de Hansen-Love, nos lleva con esa ligereza y ese ritmo donde días y noches se van debatiendo con absoluta armonía y belleza frente a nuestros ojos.

La música también actúa de manera tranquila y pausada para contarnos esta historia de sentimientos escuchando temas de orígenes muy variopintos desde lo clásico “Lied”, de Schubert, que actúa como leit-motiv, escuchándolo en varios instantes de la película, como lo más moderno con el tema pop “Distant Sky”, de Nick Cave, o la música india de “Come Closer”, de Bappi Labiri, ayudan a describir y a sentir todas las emociones (des) encontradas que va teniendo el personaje de Gabriel. La elección de Roman Kolinka como Gabriel, en la tercera película junto con Hansen-Love, imprime esa fuerza interior de un personaje roto y desvalido, que necesita reconstruirse y buscarse para seguir su camino, para volver a lo que era, pero con esa sutilidad que caracteriza el cine de Hansen-Love, y el debut de Aarshi Banerjee, la jovencísima actriz india que aporta ese lado más romántico y sencillo de la historia, el contrapunto que necesita el personaje de Gabriel para resarcirse de su traumática experiencia y volver a su vida.

Hansen-Love ha vuelto a contarnos una película sencilla y honesta, donde todo ocurre con su habitual naturalidad, un espacio emocional que nos lleva casi sin notarlo, hacia esos mundos interiores que tanto le interesan a la directora francesa, con un personaje que se debate entre sus dos grandes pasiones vitales, el amor hacia su trabajo y el amor que siente por Maya, en una narración humanista con ecos de El río, de Jean Renoir. La cineasta francesa sabe imprimir el ritmo adecuado a sus relatos, imprimiendo personalidad tanto a sus paisajes como a sus personajes, en su tercera incursión en el extranjero después de la Viena de su debut, y el New York de Eden, ciudades y lugares vistos por una cineasta que sabe conjugar aquello que cuenta con lo que estás viendo, creando una simbiosis perfecta de emociones que vivimos junto al personaje, creando ese estado emocional que sienten sus individuos, mirándolos desde la cercanía, pero con la distancia apropiada, sin inmiscuirse en sus planes ni juzgarlos, estando junto a ellos, pero dejándolos que vivan su catarsis personal e intransferible, y cómo afecta a los demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Machines, de Rahul Jain

MALDITO TRABAJO.

“La pobreza es tormento, señor”

A mediados del siglo XIX, con la Revolución Industrial se acababa un gran período de transformaciones sociales, económicas y culturales que, en principio, se terminaba con las condiciones precarias de vida de los ciudadanos, para de esta manera entrar en una nueva era de mejores condiciones de vida donde las máquinas ayudarían a que la cotidianidad de los habitantes. Más lejos de todo aquello, a día de hoy, la máquina se ha impuesto al ser humano, y le ha condicionado, tanto su vida personal como laboral, imponiéndole unos ritmos de vida muy alejados de aquella lejana idea del XIX, donde la máquina venía a realizar todo lo contrario, y que no era otra cosa que mejorar las condiciones de vida. El director indio Rahul Jain (Nueva Delhi, India, 1991) nos introduce en las mazmorras de una fábrica textil en Surat,  una ciudad industrial situada al noroeste de la Índia, donde elaboran toda clase de tejidos, y nos muestra la terrible cotidianidad de unos trabajadores que son explotados en durísimas jornadas laborales de 12 horas diarias a razón de 210 rupias (unos 3 euros), muchos de ellos viajan miles de kilómetros para vivir lejos de sus familias para de esta manera sobrevivir en condiciones miserables, y subsistir, en trabajos de por vida donde nunca podrán ahorrar.

La cámara se mueve entre los trabajadores, entre los larguísimos pasillos, donde vemos cientos de telas amontonadas y preparadas para su ejecución, en una producción que nunca cesa, donde los trabajos y máquinas, conviven y comparten un espacio oscuro, sin ventilación y más propio de una prisión que de un ambiente laboral. Jain toma como referencia el documental británico del primer tercio del siglo XX, que mostró al mundo los ambientes laborales como Drifters, de John Grierson, Industrial Britain, de Robert J. Flaherty, Basil Wright y Arthur Elton, o Night Mail, de B. Wright y Harry Watt, entre otros muchos,  o el más reciente Workingman’s death, de Michael Glawogger, documento del 2005. Películas que documentaban las durísimas condiciones laborales de un mundo cada vez más desigual e injusto, y que el tiempo no ha ayudado a que esas situaciones mejorase, sino todo lo contrario, las ha acrecentado, creando un sistema capitalista feroz y salvaje que solo mira los rendimientos productivos y económicos, creando todavía más desigualdades si cabe, contribuyendo a crear un sistema de esclavitud moderno, donde las grandes empresas, con la ayuda de gobiernos corruptos y de inexistentes derechos laborales, explotan hasta la saciedad los trabajadores de esos países, una nueva manera de colonialismo, o mejor dicho, una continuación del colonialismo, donde unos siguen ganando cantidades enormes de dinero, a costa de las penosas y terribles condiciones laborales de aquellos a los que explotan por el bien del progreso y la modernidad.

Jain construye una película breve, de apenas 72 minutos, donde se introduce de un modo natural y tranquilo en todos los espacios existentes en ese paisaje de desolación y no vida, en el que hombres y máquinas se mezclan con el ruido incesante del movimiento continuo y mecánico de la frenética elaboración de los tejidos, donde las telas se fabrican a destajo, como si el mundo se terminase, donde los colores vivos parecen apagados, o los trabajadores los ven así, donde los rostros, imperturbables y silenciosos de los que allí trabajan mirando con recelo y miedo a la cámara, como a un invitado extraño que viene a documentar su manera de no ganarse la vida. El cineasta indio filma en primera persona a los trabajadores, ofreciéndoles su cámara para que expliquen sus vidas, reflexiones y el funcionamiento de este infierno al que llaman trabajo. Unas personas que explican sus orígenes, y porque se mantienen esas condiciones miserables de trabajo, ya que la nula comunicación entre los trabajadores hace imposible la organización sindical que ayude a mejorar sus trabajos.

Unos seres que se mueven como fantasmas, donde la vida y sus almas se quedan en la puerta, como explica uno de ellos, que más de un día piensa en no entrar, en dar media vuelta, porque sabe el infierno que irremediablemente le espera. La fábrica, como si se tratase de una mina, se encuentra en los sótanos, donde apenas hay luz natural, donde los trabajadores son expuestos y hacinados durante horas interminables y agotadoras, donde la máquina manda su ritmo de producción. Un paisaje inhumano, donde trabajan al ritmo de las malditas máquinas, doblando turnos de 12 horas para así ganar más dinero, en una no vida donde siempre andan exhaustos, agotados y sin alma. Rahul Jain debuta en el largometraje con un documento fascinante a nivel formal, y demoledor y terrorífico en su contenido, denunciando unas condiciones laborales de explotación, y lo hace desde la sencillez y la honestidad, sin caer en el panfleto, ni mucho menos en la proclama revolucionaria, sino mirando esos rostros con dignidad y extrayendo la humanidad que albergan, porque tras esas personas ensombrecidas por las máquinas y el maldito trabajo, existen personas como nosotros, que lo único que necesitan es vivir dignamente con un trabajo que los mire como seres humanos y no como máquinas.

Entrevista a Lenna Yadav

Entrevista a Leena Yadav, directora de “La estación de las mujeres”. El encuentro tuvo lugar el jueves 21 de julio de 2016, en una terraza junto a los Cines Texas de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Leena Yadav, por su tiempo, generosidad y simpatía, a Javier Asenjo de Surtsey Films, por su paciencia, amabilidad, y a Oriol, traductor de la entrevista que, tuvo el detalle de tomar la fotografía que encabeza la publicación.

La estación de las mujeres, de Leena Yadav

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“La vida no puede ser tan injusta. Nosotras también encontraremos nuestro trozo de felicidad”

Nos trasladamos hasta el desierto reseco de Kutch, al noroeste de la India, más concretamente en el estado Gujarat, en el pueblo ficticio de Ujhaas, un escenario muy hostil para contarnos la existencia de tres mujeres, a la que se añadirá una cuarta. Conoceremos a Rani, una viuda de 32 años, casada a los 12 y sola desde los 16, que tiene que acarrear junto a una madre inválida y un hijo, Gulab, rebelde y de mal carácter. Junto a ella, Lajjo, de 28 años, amiga y confidente, casada, pero no puede tener hijos, por ese motivo recibe maltratos físicos, la tercera en discordia es Bijli, de 35 años, bailarina y prostituta, que parece que sus años de esplendor en el escenario y reclamo a los clientes, están llegando a su fin. Se les añade Janaki, de 15 años, nuera de Rani, que deja novio y sueños, por un matrimonio forzoso, con el que Rani pretende apaciguar los ánimos de Gulab, pero sin conseguirlo. Tres mujeres que viven en una zona rural rígida y patriarcal que gobiernan un grupo de hombres religiosos dominante que controla la vida de las mujeres, obligándolas a tener una existencia triste y sumisa.

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La directora Leena Yadav (1971, Mhow, India) después de dos trabajos interesantes, pero enmarcados en obras de género, en los que se manejaba en terrenos más propios del drama musical y el thriller, se enfrenta ahora a un trabajo muy personal, a una historia nacida desde las entrañas, construyendo un relato de mujeres, feminista, de denuncia, que reivindica la falta de libertad de unas mujeres sometidas al yugo machista que se rige por tradiciones ancestrales. Yadav edifica una película a través de la mirada de estas mujeres, explrando cada uno sus dramas interiores, todas arrastran deseos incumplidos, carencias emocionales, y sobre todo, la condena a una existencia vacía y oscura, batallando con unos conflictos que son tratados con mostrados con inteligencia por Yadav, la trama mezcla con sabiduría los momentos trágicos, con otros instantes, en los que el humor y la sensibilidad inundan la pantalla, y ese aire romántico de las aventuras del desierto, desde una distancia eficaz que muestra los hechos sin juzgarlos, sin caer en estereotipos ni sentimentalismos, en el que porfundiza en temas como la sexualidad, la homosexualidad, el trabajo femenino, lo merno y diferente, todos estos temas se cuentan de forma sencilla y honesta, la cámara sigue a estas mujeres de manera reposada que, buscan lo que buscamos todos los seres humanos, amar y ser amados, y ser ellas mismas, sin condiciones ni obstáculos, con la dificil tarea de primero encontrarse a ellas mismas, sus necesidades y sueños, y luego, materializarlos, pese a quien pese, y derribando todos los muros que encuentren en su camino.

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Un cuarteto de actrices llenas de entusiasmo y humanidad, nos seducen con sus ansias de libertad y ser ellas mismas, vencer sus miedos y enfrentarse a una sociedad hostil, pero que yendo juntas de la mano, y con ilusión, se les abren un gran abanico de posibilidades, juntas podrán afrontar un futuro duro pero diferente. Un desconocido que llama al móvil y lográ sacar una sonrisa a Rani, la posibilidad de un amante en medio de la noche que descubra una verdad oculta, la inquietud por una vida diferente alejada de la noche junto a un hombre que enamora con las palabras, o volver con el amor que nos hace sentir y nos convierte en la persona que queremos, sueños que empujan a estas tres mujeres a una vida mejor y llena de la vida que les falta. La realizadora india nos somete a las duras condiciones del escenario que acoge la película, un desierto perdido y sin oportunidades, en el que la huida hacía la ciudad parece la única posibilidad de salir de ese ambiente cerrado y patriarcal, que anula a las mujeres y las silencia. Yadav nos ofrece una historia durísima, pero sensible, terrorífica, pero llena de optimismo, una obra sobre la vida y el respeto hacía uno mismo, en la que nos acerca una realidad miserable, la que sufren muchísimas mujeres, no sólo en la India, sino en muchos lugares del mundo, en la que nos describe una existencia brutal, pero que puede ser reversible, aunque es un enorme esfuerzo y trabajo que requiere mucha valentía, cooperación y ayuda a uno mismo, y a los demás.

Tribunal, de Chaitanya Tamhane

Alta_Resolucion_1JUICIO Y PERSECUCIÓN A UN CIUDADANO.

En la obra  teatral Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano, el pensador griego se enfrentaba a un juicio por criticar duramente la falta de democracia de un sistema corrupto, y ajeno a las necesidades del pueblo. La primera película de Chaitanya Tamhane (1987, Bombay, India) se sitúa en los mismos parámetros. Aquí, el perseguido es un hombre que enseña cantos tradicionales, y también, es activista político, Narayan Kamble, acusado de incitar al suicidio a través de una canción protesta. Es arrestado y comienza el juicio. La película sigue los pasos de su abogado defensor en la difícil tarea de demostrar su culpabilidad enfrentado a un sistema anclado en el pasado, corrupto y siniestro.

El cineasta indio nos muestra el funcionamiento de la falta de justicia, en un país que todavía mantiene leyes del siglo XIX impuestas por la colonización inglesa, unos procesos judiciales que se dilatan en el tiempo, un sistema de castas ancestral que prevalece ante los hechos, un sistema policial corrupto que paga a falsos testigos para inculpar a inocentes, y sobre todo, un sistema caduco y aterrador que sólo funciona para perseguir y enjuiciar a todos aquellos que protestan injusticias, como la falta de democracia y libertad que impone el gobierno. La cinta no sólo muestra esa sala de juicios deshumanizada y perversa, sino también sigue a los personajes fuera de ella, en sus quehaceres diarios, sus investigaciones, sus ratos de ocio, como viven, sus relaciones familiares y personales, su alimentación, en medio de las calles laberínticas de la inmensa urbe de Bombay, que no sólo actúa como imagen de la sociedad india, compleja y rica culturalmente, sino que se erige como reflejo siniestro de un sistema que sólo existe para los necesitados, y favorece a los poderosos.

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Tamhane sitúa su cámara en el centro de todo, a través de un realismo y una veracidad sobrecogedora, muy alejada de otras películas judiciales, aquí el tribunal y los funcionarios, permanecen cansados y agobiados por su trabajo, deseando acabar rápido y marcharse a casa, independientemente que el hecho juzgado sea de mayor o menor gravedad. El realizador indio muestra unos hechos y no los juzga, cede la palabra para que los espectadores sean los que reflexionen sobre las imágenes que están viendo y sean ellos los que saquen sus propias conclusiones. Una película moderna y libre, también política, necesaria y valiente, que maneja con sutileza el microcosmos de la burocracia a la que retrata de forma aterradora y estúpida, de una sencillez que asombra por su realismo, y que deviene una forma de trato humano aniquilador y sujeto a unas normas conservadoras que, ejercen una dureza sin límites para arrasar todo aquello que atente contra el estado y el sistema vacío, anquilosado y terrorífico por el que se rige. La película muestra lo que sucede, a través de planos medios y generales, fijos en su mayoría, viaja del drama a la comedia, pasando por el surrealismo de algunas situaciones que se producen, no pretende ni actúa como un alegato político ni nada de eso, su discurso no es retórico ni estético, todo está contado con una especie de frialdad tenebrosa y deshumanizada, extrayendo todo ese alma corrupta y kafkiana que late en todo el sistema judicial del país.

El gran día, de Pascal Plisson

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En Camino a la escuela (2013), el director francés Pascal Plisson (1959, París) filmó la peripecia diaria de ir al colegio, llena de peligros y dificultades, que emprendían cuatro niños de condición rural y pobre, de diferentes lugares del mundo. Partiendo de aquella base, y de parecida estructura y forma, Plisson vuelve a sumergirnos en cuatro historias de niños-adolescentes también de orígenes humildes. La mirada del cineasta galo se centra en Albert, un chaval de 11 años, que vive en La Habana (Cuba), su sueño es ser boxeador y para eso trabaja incansablemente en el gimnasio. Su meta es ganar el combate para acceder a la academia del deporte. Seguimos con Deegii, una niña de 11 años que vive en las afueras de Ulan-Bator (Mongolia), que se esfuerza duramente para convertirse en contorsionista profesional trabajando en un circo. De ahí, nos trasladamos a Benares, la capital de Bihar, un estado pobre del noroeste de la India, donde conoceremos a Nidhi, de 15 años, que estudia matemáticas y trabaja ferozmente para aprobar el examen de acceso al Instituto Politécnico para conseguir un buen empleo que ayuda a su familia. Y finalmente, viajamos hasta Uganda, al Parque Nacional Queen Elizabeth, donde nos toparemos con Tom, de 19 años, que estudia para superar el examen y ser uno de los guardas forestales.

Cuatro caminos, cuatro destinos, cuatro formas de trabajar pero el mismo objetivo, un trabajo que les ayude a ellos a crecer como personas, y también, ayude a sus familias a escapar de las situaciones de pobreza que viven, y de esta manera, aprovechar las oportunidades que sus padres no tuvieron. Plisson fragmente las cuatro historias, y crea una sueva mezcla, a modo de rompecabezas, en el que seguimos las cuatro historias de manera tranquila y pausada. Nos adentramos en las actividades y la preparación que llevan a cabo estos niños y jóvenes. El apoyo familiar, esencial para ellos. Y también, relación que mantienen con sus preparadores.

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Plisson nos cuenta este viaje de manera honesta y sencilla, quizás le sobra algún que otro sentimentalismo y subrayado musical, pero no deslucen su emocionante mensaje, el de unos niños trabajadores y luchadores que quieren con su sueño huir de la miseria y ayudar a los suyos. El relato se propone remover conciencias, y ofrecer algo de luz a las injusticias y desigualdades tremendas que diariamente invaden este mundo. Una fábula que rescata esa humanidad que parece haber perdido buena parte del planeta, más interesada en el éxito y prestigio personal. Plisson aporta su granito de arena en dar visibilidad a niños que trabajan y luchan por conseguir su sueño, su objetivo es modesto, pero inmenso para ellos, quieren ser elegidos para seguir estudiando y preparándose en lugares donde aparentemente entran otros niños y jóvenes de otra índole social, pero ellos, a base de trabajo y constancia, que podríamos añadir que son las armas de los pobres, reivindican su lugar y su espacio. También, la película muestra, a través de las historias de los niños, otra cara completamente diferente a la que nos suelen bombardean los medios de comunicación sobre sus países, la película aporta otra mirada, una forma diferente de acercarse a la realidad de esos países, azotados por la pobreza injusta de países que los someten y dominan, una mirada positiva, donde existen personas que abren caminos y esperanzas para tener otro tipo de vida y seguir creciendo como personas en otros ambientes y lugares, muy diferentes a los que su condición social les había condenado.