La inspiración. El gran Pirandello, de Roberto Andò

PIRANDELLO TRISTE. 

“Pero a un personaje no se le da vida en vano. Criaturas de mi espíritu, aquellos seis vivían ya una vida que era la suya propia, que había dejado de ser una vida que ya no estaba en mi poder negársela”.

Luigi Pirandello 

Nos encontramos en algún pueblecito de Sicilia, que podría ser Agrigento, el pueblo donde nació el famoso escritor y dramaturgo Luigi Pirandello en 1867. Estamos ahí porque el ama que cuidó al insigne poeta ha fallecido, y Pirandello se queda para despedirla y honrarle el último adiós. Allí, conocerá a una pareja muy peculiar de enterradores, Onofrio Principato y Sebastiano Vella, que, además de tan noble oficio, por las noches, se reúnen con un grupo de vecinos y ensayan su nueva obra de teatro, un vodevil y farsa en toda regla. El director Roberto Andò (Palermo, Italia, 1959), del que hemos visto Viva la libertad (2013), sobre la política y sus indudables máscaras, y Las confesiones (2016), en el que comparten intriga un monje y un alto mandatario del G8, ambas protagonizadas por el grandísimo Toni Servillo, un actor capaz de interpretar a tipos tan diferentes como el silencioso Titta Di Girolamo, el corrupto Giulio Andreotti y el siniestro Silvio Berlusconi, todas ellas en películas de Sorrentino. 

El cineasta italiano compone un guion junto al tándem Ugo Chiti y Massimo Gaudioso, escritores de las películas de Matteo Garrone, en el que imagina y fabula un momento de crisis creativa y tristeza del gran Pirandello, allá por la Sicilia de 1920, un hombre de reconocido prestigio y éxito, vuelve a su pueblo, y también se atasca con su nueva obra, donde una serie de personajes se le aparecen sin descanso. La historia va mucho más allá, porque a la tristeza del dramaturgo se añaden unas dosis de humor absurdo y tan italiano, en la piel del dúo cómico “Ficarra e Picone”, en la piel de un par de tipos que por sí solos ya podían tener muchas películas a sus espaldas. Pirandello se introduce casi sin quererlo en los ensayos de la obra de teatro amateur, o “unos aficionados profesionales”, como se menciona en algún momento, y vive ese otro mundo, o esos otros mundos, como comprobaremos, donde hay de todo: infidelidades, desamor, envidias, litigios y demás, con esa idea de “Por delante y por detrás”, de Michael Frayn, donde la ficción del teatro y la vida real se confunden. La mezcla de creatividad y comedia absurda y slapstick, funciona con orden y acierto, quizás podríamos decir que cuando la película se aloca se vuelve mucho más interesante y entretenida. 

Andò tiene en mente películas como El cartero y Pablo Neruda (1994), de Michael Radford, y Shakespeare enamorado (1998), de John Madden, en las que los poetas famosos lidiaban con personas anónimas y desconocidas y nos tropezamos con relatos llenos de humanidad, transparencia y muy cercanos. La película sigue a Pirandello y también a los otros, ese espejo donde el famoso dramaturgo italiano verá y se inspirará para su inmortal y magnífico texto de “Seis personajes en busca de autor”, que pondrá la piedra del teatro moderno, romperá la cuarta pared, y sobre todo, fusionará la vida, la ficción, el autor, la creatividad, la farsa, la mentira y tantas cosas imposibles de casar hasta entonces. Andò se reúne de un equipo conocido como el cinematógrafo Maurizio Calvesi, que tiene más de 100 títulos en su filmografía, y ha trabajado en las 7 de las 8 películas del director palermitano, y el mencionado Toni Servillo, ahora en la piel de un taciturno y silencioso Luigi Pirandello, en plena crisis creativa y tratando con tantos fantasmas, que recuerda a aquel Ebenezer de Dickens, y a su lado dos fichajes como el dúo cómico “Ficarra e Picone”, esos Gordo y Flaco, esos dos clowns, que podrían pulular por alguna de Valle-Inclán, por sus vidas tan sombrías y esperpénticas, muy del estilo de Buster Keaton y Chaplin y del cine silente. 

No podemos olvidar la breve aparición pero tremendamente estelar como la de Renato Carpentieri, uno de esos actores que llevamos más de cuatro décadas viendo en películas tan importantes como las de Gianni Amelio, Nanni Moretti, Alice Rohrwacher y el citado Paolo Sorrentino, y otros intérpretes maravillosos y juguetones que componen una marabunta de personajes que viven y sobreviven en ese desbarajuste de obra de teatro, que habla más de lo que ocurre en el pueblo que del vodevil que quieren representar o quizás, es al revés. La inspiración. El gran Pirandello (“La stranezza”, en el original, traducido como “La extrañeza”), viajamos al inicio de la década de 1920, en uno de esos pueblos con la textura y el tono del “realismo mágico” de García Márquez, con esos personajes tan cercanos y a la vez, tan extravagantes y curiosos, que se dejan querer y mucho, y una historia que se ve con entusiasmo, con sensibilidad y con ese aroma de fábula, de cuento de antes y de siempre, donde la realidad adquiere una fantasía que nos lleva a imaginar, a inventar y sobre todo, a vivir, porque sería la vida sin el amor por la pasión y la aventura de ser otros, de intercambiarnos y de sentir que podemos ser y sentir de diferentes formas, maneras y seguir siendo siendo otros y otras. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Madalena, de Madiano Marcheti

LA TRANSEXUAL ASESINADA. 

“La homofobia es como el racismo y el antisemitismo y otras formas de intolerancia, ya que busca deshumanizar a un gran grupo de personas, de negar su humanidad, su dignidad y personalidad”.

Coretta Scott King

La llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil en enero de 2019 con sus políticas segregacionistas, totalitarias y en perpetua guerra con todo aquello fuera de la moral fascista y católica, ha contribuido a alimentar el odio y el asesinato a colectivos como el LGTBI, ya de por si perseguidos en el país sudamericano. Durante este período de fascismo, intolerancia y persecución han aparecido películas como La vida invisible de Eurídice Gusmaô (2019), de Karim Aïnouz, Divino amor (2019), de Gabriel Mascaro y Desierto particular (2021), de Aly Muritiba, entre otras, que retratan una mirada crítica y humanista sobre las diferentes realidades que se viven en el país, contribuyendo no solo a su riqueza cultural, sino a hablar de un Brasil que se hundía en ideas reaccionarias que resucitan viejos fantasmas de su pasado dictatorial.

A esta terna de cine comprometido y activista, se les une Madalena, de Mediano Marchetti (Porto dos Gaúchos, Brasil 1988), que después de varios cortometrajes debuta en el largo con una película ambientada en el entorno rural del oeste de su país, alrededor del asesinato de una transexual, la Madalena del título, pero no cayendo en un relato políciaco al uso, sino que se centra en las consecuencias de ese asesinato, en esa ausencia, a través de tres personajes muy diferentes entre sí que viven en el mismo espacio pero que no se conocen. El director brasileño divide su relato episódico a través de estos tres personajes: Luziane, una azafata de discoteca, Cristiano, un hijo de dueño de una plantación de soja, y Bianca, una trans amiga de la asesinada. A partir de estas tres miradas, vamos descubriendo un lugar sin futuro, un espacio rodeado de campos de soja, donde sus habitantes viven anclados en no lugar, en una no vida, en un ir y venir sin más, en una existencia precaria en todos los sentidos, con la idea de irse lejos para no volver jamás. Construyendo una cotidianidad que duele y resulta triste, donde la noche se convierte en el aliado donde los personajes se refugian del hastío del día.

Marcheti fusiona con maestría e inteligencia el relato social y cotidiano con el thriller rural con el aroma de Tres anuncios en las afueras (2017), de Martin McDonagh, y algún que otro elemento fantástico, en la que da forma a un ejercicio valiente, sobrio y detallista sobre la realidad brasileña actual, con un excelente trabajo de guion que firman Thiago Gallego, Thiago Ortman y Thiago Coelho, y el propio director. La película tiene un grandísimo trabajo en el aspecto técnico, amén de un gran trabajo de cinematografía del tándem Guilherme Tostes y Tiago Rios, que conjugan esa luz abrasadora del lugar enfrentada con esa otra luz nocturna en el que la película se llena de sombras, miedos y espíritus, sin olvidar el magnífico montaje de Lia Kulakauskas, que condensa y explica con paciencia y melancolia,  en  sus formidables ochenta y cinco minutos de metraje, el asesinato y la ausencia de Madalena a través de estas tres almas que explican con exactitud el estado de ánimo triste y vacío instalado en el lugar que recorre a cada uno de los tre spincipales protagonistas y todos los demás que pululan a sus alrededores. 

Si el espacio se convierte en una parte fundamental en la trama y las situaciones que se plantean, el estupendo reparto de la película tampoco le va a la zaga, con unos impresionante trío protagonista encabezados por Natália Mazarim en la piel de la enigmática Luziane, con esa vida nocturna, esos bailes por el día, y ese deambular sin sentido y sin vida, Rafel de Bona da vida a Cristiano, un tipo perdido, obsesionado con los bíceps, temeroso y estúpido, y finalmente, Pamella Yule es Bianca, la amiga de Madalena, la que recogerá sus cosas, la que más la recordará y sobre todo, la que más notará su ausencia, sin olvidar de los otros intérpretes de reparto que aportan la pertinente profundidad tan encesaria en una película donde es tan importante lo que se ve como lo que se oculta. El director Mediano Marcheti consigue de forma sencilla y honesta una historia que nos atrapa a través de una honestidad y una clarividencia maravillosas, despojando la trama de todo artificio y condescendencia, dejando sólo lo humano y lo que le envuelve, en una trama en la que se habla muy poco, y todo es muy visual, como esa excelente atmósfera que impregna toda la película y le da ese aire fantasmagórico y onírico, en ocasiones.

El cineasta brasileño demuestra una madurez sorprendente tanto en la realización como la construcción de personajes y ambientes, donde la noche se convierte en un estado por sí, en ese estado lleno de inseguridades, muy inquietante y despojado de vida y humanidad, en una película de apariencia sencilla, pero no se dejen engañar, porque la película no es nada convencional, al contrario, tiene mucho de profundidad y hay que escarbar mucho, porque en todas las películas donde hay que contar, y en Madalena hay mucho que contar, de mostrar, y también, de mostrar aquello más oculto, aquello que es más difícil de ver, aquello que se mete y vive dentro de las personas, y tiene que ver más con un estado de ánimo, con una idea que describe e identifica un espacio, un lugar, y a la postre, un contexto social, económico, político y cultural, que en este caso es el Brasil fascista de Bolsonaro, pero podría ser cualquier otro lugar del mundo donde se persigue y se castiga con la muerte todo aquello diferente, libre y humano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mi vacío y yo, de Adrián Silvestre

SOY RAPHI NADA MÁS.

“No hay necesidad de apresurarse. No hay necesidad de brillar. No es necesario ser nadie más que uno mismo”.

Virginia Woolf

El año pasado conocimos a Tina Recio, Alicia de Benito, Cristina Millan, Saya Solana, Magdalena Brasas y Yolanda Terol. Las seis mujeres trans que protagonizaban Sedimentos, de Adrián Silvestre (Valencia, 1981). Una estupenda película que profundizaba en el interior de seis mujeres que nos explicaban sus realidades a través de un divertido y humanista periplo por la zona rural de León. Silvestre sigue en el universo trans con la película Mi vacío y yo, en la que nos sitúa en la mirada de Raphaëlle Pérez, una mujer trans francesa que acaba de aterrizar en Barcelona. La cámara acogedora y cercanísima de Silvestre sigue incansablemente la realidad y realidades a las que se enfrenta una mujer joven, una mujer atrapada en un cuerpo de hombre, empleada en un call center, muy sensible y naïf, compleja, vital y contradictoria, que desea ser aceptaba y encontrar a un hombre con el que tener una relación.

La película parte de un magnífico guion que firman el director Carlos Marquès-Marcet, Raphaëlle y el propio director, a través de un relato que huye del sentimentalismo y el edulcoramiento, en el que hay honestidad y sensibilidad, donde construye una historia completamente descarnada y muy realista de la cotidianidad de Raphi, a la que vemos en sus visitas al médico para seguir el tratamiento de su tránsito, sus decepcionantes citas con hombres que le llevan a encuentros sexuales insatisfactorios, y su idea de ser aceptaba en una sociedad que continuamente la señala y le imponen una “normalidad” generalizada que excluye a los diferentes. Silvestre vuelve a contar en la producción con Javier Pérez Santana, al que se unen Marta Figueras y la directora Alba Sotorra, Laura Herrero Garvín vuelve a encargarse de la cinematografía como ya hiciese en Sedimentos, en un trabajo transparente, donde no hay artificio ni tampoco embellecimiento, sino algo sumamente tangible e íntimo, como si se pudiese tocar, siguiendo junto a la protagonista en sus tristezas y reflexiones, en su deambular por una Barcelona alejada de la postalita. Una ciudad de verdad, donde la gente trabaja y vive como puede, una urbe real y de cada día.

Del montaje vuelve a hacerse cargo Adrián Silvestre, en un preciso y detallista ejercicio donde prima lo físico y lo interior, consiguiendo un ritmo ágil y sencillo en el que los noventa y ocho minutos de metraje se ven con atención y sobre todo, dando tiempo a una reflexión necesaria en este tipo de historias. Como hemos mencionado, es tan importante el viaje físico como interior de Raphaëlle en la película, en este itinerario en el que ella debe aceptarse y ser aceptada en su propio camino y fluyendo con todas las cosas de su alrededor, como con las cosas que le van sucediendo, tanto las más incómodas y de rechazo, y aquellas otras donde se valora su identidad, y la persona que quiere ser como la muestra de artistas en la que ella participa, el trabajo como actriz en la obra de teatro sobre su experiencia y conocer a hombres que la valoran y desean tal y como ella es. Mi vacío y yo tiene esa forma de cuento, de relato en primera persona, de búsqueda interior y sobre todo, de encontrar tu lugar en el mundo, de seguir en el viaje a pesar de todo y todos para encontrarse a esas personas que no miran lo otro y si a la persona que tienen frente a ellos, una persona que busca quién quiere ser y ser aceptada por los demás.

Con Sedimentos y Mi vacío y yo, el director valenciano ha tejido con sabiduría y paciencia un hermosísimo díptico que no solo visibiliza el colectivo de mujeres trans, sino que profundiza en los prejuicios y “normalidades” de nuestra sociedad a la que todavía le falta sensibilidad y acercamiento a todo aquello que resulte diferente, que suele rechazar y condenar, aunque Raphaëlle se encontrará a personas, todavía pocas, que la miran de otra manera, de una forma más humana y con la inquietud de conocer y escuchar, aunque sean breves destellos, las cosas están cambiando poco a poco, y eso no es solo primordial para el crecimiento emocional de una sociedad, sino completamente necesario para construir una sociedad más plural, diversa y llena de amor y libertad. Una película que traza toda su ingeniería en la mirada y existencia de su protagonista, necesitaba a una mujer capaz de contar, sufrir y sentir como la hace Raphaëlle Pérez, una interpretación maravillosa y tan de verdad, en esta ejemplar fusión de documento y ficción, donde es tan importante lo que se ve como lo que no, porque la riqueza del relato radica en ese mundo interior de la protagonista, una persona a la que podemos mirar desde todos los ángulos, que se abre en canal para contarnos su vida, para contarnos sus intimidades, para trabajar en la aceptación de su viaje, y ser querida por los demás.

Nos encanta volver a encontrarnos a las seis maravillosas mujeres de Sedimentos en breves pero intensas intervenciones en Mi vacío y yo, porque resultan fundamentales para ayudar y acompañar a Raphaëlle en su viaje, porque no solo aportan sus experiencias y testimonios, sino que son un buen apoyo emocional en el viaje que está realizando la protagonista. El personaje de Raphi no está muy lejos de los transparentes, desdichados y cercanos personajes de las películas de Rainer Werner Fassbinder, personas que hacen lo imposible para vivir una existencia de lo más humana posible y ser uno más, amar y sentirse amados, sin cortapisas de nadie y sin trampas, de verdad, de esos amores que se sienten profundamente, que tienen algo de otro mundo, de otra dimensión, de ser ese otro que te niegas o simplemente ser uno mismo, aceptado, deseado y querido, quizás una tarea harto complicada en una sociedad que se empeña en deambular por las apariencias y en la superficialidad, aunque como sucede con todas las cosas más importantes de la vida que no cuestan dinero, pero cuestan tanto. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Vivianne Perelmuter e Isabelle Ingold

Entrevista a Vivianne Perelmuter e Isabelle Ingold, directoras de la película “Ailleurs, partout”, en el marco de la Mostra Internacional de Films de Dones, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el miércoles 2 de junio de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Vivianne Perelmuter e Isaelle Ingold, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Anne Pasek de Comunicación de la Mostra, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Nido de víboras, de Kim Yong-hoon

UN BOLSO LLENO DE PASTA.

“Hay un animal llamado “tiburón toro”. La hembra embarazada puede llevar cincuenta huevos dentro. Lo más aterrador de todo es que las crías se devoran unas a otras en su vientre. Solo puede sobrevivir una, que se convierte en un feroz depredador”.

Muchos recordamos el impacto que supuso una película como Memories of Murder (2003), de Bong Joon-ho. Una película oscurísima, donde caía constantemente una lluvia fina e incómoda, una trama agobiante, con continuos saltos hacia adelante y atrás, unos personajes complejos, llenos de dobles morales, asfixiados en un entorno muy hostil, y un thriller con apariencia clásica, pero con muchos toques de humor negro y drama cotidiano. Luego llegaron otros directores de Corea del Sur, los Park Chan-wook, Lee Chang-dong y a Hong-jin, entre muchos otros. Todos con propuestas parecidas, pero con un sello muy personal que, además, seguían profundizando sobre los grandes cambios sociales del país, a través de una mirada muy crítica y auténtica. A esta hornada de grandes cineastas, se les une Kim Yong-hoon (Corea del Sur, 1981), que hace su primer largometraje, con el descriptivo título, en el original, Bestias agarradas a un clavo ardiendo, que se estrena en España con el no menos interesante Nido de víboras.

El relato gira alrededor de un insignificante objeto, más bonito o no, un bolso lujoso, eso sí, pero no un bolso cualquiera, sino un bolso de Louis Vuitton, con la singularidad que está cargado de dinero, y una serie de ocho individuos que circunstancialmente, lucharán para conseguirlo. Una serie de personajes que, en mayor o menor medida, hacen lo imposible para huir de sus situaciones desesperadas como Yeon Hee, que debe un montón de dinero a un gánster, el mismo que persigue a su novio Tae Young, por el mismo motivo, también, encontramos a Mi Ran, una prostituta que trabaja para Yeon Hee, que lucha por deshacerse de un marido maltratador. Y finalmente, Joong Man, un pobre diablo que trabaja en una sauna y cuida de su madre senil. El debutante director coreano construye una trama nada convencional, completamente desestructurada, con innumerables idas y venidas, tanto al pasado como al presente, siguiendo el rastro del dinero, y como va pasando de mano en mano, como una joya que quema mucho, demasiado, para todo aquel que decide hacerse con ella.

Una ciudad portuaria como Pyeongtaek, al norte del país, sirve como escenario para este eficaz y brillante cruce de caminos, miedos y abismos, donde contrastan las luces de neón de los locales de ocio nocturnos, con esas pequeñas viviendas de los más humildes. Unas luces que nos retrotraen al cine chino de la nueva hornada, a los Diao Yinan y Bi Gan, donde el cine de Yong-hoon se miraría de manera directa y cercana, con todos espacios nocturnos de calles angostas, los apartamentos oscuros, y esos locales cargados de tensión, que pesan la vida entera, y esos otros lugares sin alma por donde se mueven unos personajes que huyen de todos y sobre todo, de su desesperación y miedo. Pero, quizás un retrato tan angustioso y violento como este, lleno de almas en tránsito y a la deriva, en la que nadie confía en nadie, no sería lo que es sin un reparto tan ejemplar, verdadero e íntimo como el que se gasta la película. Encabezado por una grandísima Jeon Do-yeon, que da vida a Yeon Hee, toda una estrella en el país asiático, en la filmografía de grandes como Lee Chang-dong, convertida en la auténtica mantis religiosa de la función, una femme fatale de armas tomar, que brilla en todos los sentidos, una devoradora de almas y esperanzas.

 A Jeon Do-yeon, alma mater de la función, le acompañan Jung Woo-sung, otro gran nombre del cine coreano, en la piel de Tae Young, el oficinista de inmigración portuaria, enamorado de Yeon Hee, Bae Sung-woo como el empleado de la sauna, el más pardillo de todos, y también, el que le llueve el dinero sin comerlo ni beberlo, su madre senil la hace la veterana Youn Yuh-jung, que hace poco hemos visto en Minari, y finalmente, Jeong Man-sik que interpreta al gánster al que casi todos le deben dinero, además de otros personajes, con mayor o menor presencia, que ayudan a dar consistencia al elenco y sobre todo, a crear esa idea laberíntica tanto en la narración como en todos los actores en este entuerto. Algunas personas le podrán achacar a Kim Yong-hoon de plantear una película demasiado caprichosa en su argumento, en su equilibrio nada convencional, quizás a otras personas, todo ese entramado perverso, complejo y difícil de continuar, es lo que hace tan singular y magnífica tanto la trama, su narrativa y su forma de interpretar, donde casi nunca sabemos quién está actuando con la verdad por delante ante los otros, o mejor dicho, deberíamos decir quién realmente o actúa como un ser amoral, que solo piensa y actúa contra todos los demás, y aprovecha cualquier atisbo de duda en los otros, para actuar con determinación y no dejarse pisotear por nadie, porque en realidad, todos los personajes de la película son lo que son, codiciosos, malvados y bestias sedientas de dinero, o quizás solo son gentes como todas, llenas de desilusión en una sociedad carente de humanidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez

LIBERADAS HACIA UN MUNDO NUEVO.

“Libérate del pasado. Y vuelve a nacer.

Abre siempre la puerta hacia un mundo nuevo”

(Del tema “10”, de los Quentin Gas & Los Zíngaros)

En la cinematografía española, como ocurre en cualquier otra, de tanto en tanto surge una película difícil de clasificar, por su idiosincrasia, estilo, forma, narrativa, historia y demás, estas películas rompen con lo establecido, con esos cánones inamovibles entre los que deben de moverse el cine del momento, se convierten en películas de culto al instante, por su cariz transgresor, su irreverencia, y sobre todo, su espíritu cañero, reivindicativo y profundamente personal, que la convierte extraña, fascinante y cautivadora a la vez. Por citar solo algunos ejemplos ese cine podría ser el de la película Diferente (1961), de Luis María Delgado, El extraño viaje (1964), de Fernando Fernán Gómez, Arrebato (1979), de Iván Zulueta, y Mamá es boba (1997), de Santiago Lorenzo, entre otras muchas. Destello bravío, puesta de largo de Ainhoa Rodríguez, una extremeña nacida en Madrid el año del naranjito, es una de estas películas, y lo es por todo lo que cuenta, y sobre todo, por como lo cuenta, en un relato sorprendente, arriesgado y muy personal.

La debutante cineasta se ha lanzado al abismo y ha cosido una película que bebe de muchas cosas, donde la directora lo mezcla todo y cuando digo todo es todo. A saber: tenemos la tragedia lorquiana, más pura y negra, con su luna, su muerte y todo lo demás, con su especial versión del “Anda jaleo”, la fábula clásica con fantasía a lo Sueño de una noche de verano, de Shakespeare o Esopo,  también hay restos del western setentero de Hellman, con esa búsqueda existencialista, y las películas de Jodorowsky, tan realistas y extravagantes, la ciencia ficción de los ciencuenta de la serie B estadounidense, o las alucinadas de los setenta al estilo de El hombre que cayó a la tierra (1976), de Roeg, el surrealismo de entrañas de Buñuel, o alguna que otra alucinación propia del cine de Lynch, y también, pinceladas del musical al rollo The Rocky Horror Picture Show o El fantasma del paraíso,  todo ello mezclado en un gazpacho infinito para hablar de despoblación, de la España rural abandonada, de crítica social, feroz y a degüello del distanciamiento de ese gobierno con lo rural, mezclado sabiamente y sin barreras, con la liberación de unas mujeres sometidas a siglos de patriarcado, liberándose de mucho machismo, de una cárcel imposible y lanzándose a la vida a través de la experiencia sexual más profunda y desatada.

Ainhoa Rodríguez nos cuenta todo este batiburrillo de géneros, miradas, expresiones y conflictos de una forma muy especial, con esa cámara latente y observadora, que mira y filma, con largos planos secuencia donde ocurre todo, lo que vemos y lo que no, en un grandísimo trabajo de Willy Jáuregui, en su primer largometraje, bien acompañado de un montaje seco, seguro y clarificador que nos sujeta a la butaca de forma intensa y brutal, que firma José Luis Picado (que ha trabajado incansablemente en numerosas series como Cuéntame cómo pasó, Hit o Fugitiva, entre muchas otras), y el extraordinario trabajo de sonido, en el que encontramos a dos grandes de nuestro cine como Alejandro Castillo y Eva Valiño, que por el día acogen todos los sonidos naturales del lugar, animales, quehaceres diarios de los personajes, y de la tierra, y por la noche, recogen todo un elaborado sonido con ecos del inicio con los simios de 2001, Una odisea en el espacio, de Kubrick, donde ese instala el misterio, el embrujo, y todo lo que se cuece en el interior y en espíritu de los que habitan ese lugar. Sin olvidarnos de los temas del grupo “Quentin Gas & Los Zíngaros”, con ese “10”, una mezcla singular de rock, pop y flamenco, deudores de “Triana” que acompaña uno de los momentos más impresionantes y desatados que ha dado el cine español en muchos años, que nos remite a los primeros Fassbinder, Waters y Almodóvar.

Y, luego están sus personajes, en su mayoría mujeres maduras no actrices elegidas en un arduo casting naturales de la comarca de Tierra de Barros en Badajoz (Extremadura), que con su naturalidad, sentimiento y sus historias, nos envuelven en sus existencias, su interior y sus conflictos como Isa, que se graba la voz porque cuando llegué el “Destello bravío” perderá la memoria, Cinta que desesperada en un triste y odioso matrimonio, rodeada de santos y vírgenes, intenta huir no sabe dónde, o María que vuelve a su pueblo escapando de su soledad, y ese pastor al cuidado de sus ovejas que se pierde en su trabajo cotidiano y en esa luz cegadora nocturna. Rodríguez, que ha contado con la coproducción de Lluís Miñarro, quizás el productor más estimulante y valiente más importante ahora mismo, que lleva décadas dando oportunidades a propuestas diferentes y audaces. La directora extremeña ha construido una película humana y transgresora, llena de amor y sensibilidad, pero también, de ruptura y batalla que, arremete con todo contra todos, no dejando ningún títere con cabeza, pero lo hace de forma inteligente, elegante y profundamente libre, tanto como las mujeres que retrata, donde la forma se adecúa completamente a ese mundo fascinante y complejo que habita cada una de las mujeres, donde se mezclan el realismo más exacerbado con el surrealismo más extravagante y espiritual, donde vida y sueños se funden, generando un nuevo mundo, una nueva forma de ver las cosas, y una liberación hacia un mundo nuevo, donde las mujeres explorarán más sus existencias, sus cuerpos y su sexualidad, porque ya viene siendo hora, porque ya todo ha explotado y no tiene vuelta atrás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Quo Vadis, Aida?, de Jasmila Zbanic

SREBRENICA, 11 DE JULIO DE 1995.

“Cuanto más grande es la herida, más privado es el dolor”

Isabel Allende

La guerra de Yugoslavia que se alargo una década, desde el año 1991 al 2001, provocó la desmembración del citado país, cientos de miles de asesinados, muchos más heridos, y sobre todo, unas secuelas físicas y emocionales que todavía resuenan en nuestros días. Muchas películas lo han abordado desde distintos puntos de vista como Underground, de Emir Kusturica, Sueño de una noche de invierno, de Goran Paskaljevic, En tierra de nadie, de Danis Tanovic, entre otras. La directora Jasmila Zbanic (Sarajevo, Bosnia, 1974), le ha dedicado varios trabajos a la guerra también llamada de los Balcanes, con películas como Grbavica (2006), y For those Who Can Tell no Tales (2013), en las que profundiza sobre las huellas de la guerra y las heridas que siguen abiertas. En Quo Vadis, Aida?, se centra en la matanza de Srebrenica, pero no lo hace desde la posición del invasor serbio, sino desde dentro, desde la mirada de Aida, excelentísima la composición de la actriz Jasna Djuricic, una intérprete que trabaja en uno de los campamentos de la ONU, donde cientos de miles de refugiados acuden en auxilio.

La directora bosnia acota su relato a un par de días, pero sobre todo, se centra en el martes 11 de julio de 1995, describiendo minuciosamente, a modo de diario, todos los acontecimientos que se van sucediendo, con la reunión de mandos serbios y militares de la ONU, donde se ven las posturas tan distantes de la situación, pero siempre desde la posición de Aida, que hace lo imposible por salvar a los suyos, su marido y sus dos hijos varones. El caos es absoluto, miles de personas se agolpan en las vallas del campamento de la ONU, que no les deja entrar. La película huye del sentimentalismo y demás argucias emotivas, manteniendo un pulso firme y emocional que nunca se desvía del camino marcado, sosteniendo una película difícil de estructurar y sobre todo, una película muy compleja, donde lo humano trasciende a la situación generada, y la vida pende de un hilo a cada instante. Zbanic sitúa a su personaje en el centro de todo, un personaje que va y viene, que no se está quieto en ningún momento, moviéndose de aquí para allá por ese laberinto que se ha convertido el campamento que se supone que es un refugio y ayuda al necesitado bosnio que huye del invasor serbio.

Como ocurre en el cine de Costa-Gavras, donde la película de Zbanic se mira, y más concretamente, tiene muchas similitudes con Desparecido (1982), donde un padre con la ayuda de su nuera buscan al hijo y pareja, respectivamente, en la dictadura de Chile. Lo humano cuenta lo político y viceversa, lo humano, en medio de una guerra fratricida entre hermanos y amigos, lo humano abriéndose pase entre tanta tragedia y desgarro, entre tanta deshumanización. El manejo excelente de la tensión y el dolor van de la mano, generando esas situaciones dolorosas y potentes que la película describe con astucia y sensibilidad, generando esa coyuntura que se va creando ese fatídico día para tantos habitantes de Srebrenica. La película no esconde la actitud observadora y pasiva de los militares de la ONU, dando vía libre a los serbios y el plan trágico que tenían preparado contra los hombres. Quo Vadis, que viene a traducirse como “¿A dónde vas?, es un título muy esclarecedor a todo lo que aconteció ese maldito día en Srebrenica, y aludiendo a la expulsión de los cristianos por parte de Nerón, como hacen los serbios con los bosnios.

Si una de las funciones del cine es hablar del pasado y las heridas que siguen en el presente, la película de Jasmila Zbanic es un claro ejemplo de toda esa definición, porque no solo nos muestra con inteligencia y dolor lo acontecido en Srebrenica, sino que sabe mostrarlo, dejando los momentos más duros fuera de campo, haciendo una utilización del off de forma magistral y más aterradora, ya que el sonido nos aplasta, nos ensordece, como si el eco de los disparos continuase martilleándonos, y cómo no, a Aida, la protagonista de la historia, como ocurre con su personaje, una persona que debe seguir, que debe seguir caminando a pesar de todo, a pesar de todos, a pesar de sí misma, porque como bien nos muestra la película, las guerras pasan, los vencidos siguen recordando a los suyos, a los que ya no están, y otros, los que vencen, ocupan sus espacios, sus vidas, y su historia, por eso el cine que muestra Quo Vadis, Aida?, no solo sirve para recordar de forma seria y convincente el pasado trágico que nos persigue, sino que también es una forma de terapia para los espectadores, y sobre todo, para todos aquellos supervivientes que aunque siguen hacia delante, también miran al pasado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entre nosotras, de Filippo Meneghetti

EL AMOR OCULTO.

“El amor es el difícil descubrimiento de que hay algo más allá de uno mismo que es real”

Iris Murdoch

Nina y Madeleine son vecinas, viven una frente a la otra, pero hay algo que las une desde hace mucho tiempo, ellas están profundamente enamoradas, aunque su amor está oculto, porque nunca lo han hecho público. Nina y Madeleine viven su amor en la clandestinidad, convertido en un secreto que quizás, ha llegado el momento de desvelar, de hacerlo visible. Pero, azares del destino, el paso se queda en suspenso, ya que Madeleine ha sufrido un problema de salud y todo sigue oculto, pero la vida continúa. A partir de esta premisa tan personal e íntima, Filippo Meneghetti (Padua, Italia, 1980), debuta en el largometraje con un relato que se mueve constantemente a través de una fina línea entre lo cálido y o perturbador, ya que, desde la primera y extraordinaria secuencia que abre la película, cuando vemos, a través de un espejo a las dos mujeres reflejadas mientras bailan, todo parece indicar armonía y belleza, pero de pronto, desparecen del reflejo y de nuestros ojos, síntoma inequívoco de ese amor que ocultan al resto.

Meneghetti y Malysone Bovorasmy escriben un guion (que tiene como asesora a la gran directora Marion Vernoux), que no solo aborda el amor maduro entre dos mujeres, sino que ocurre con él cuando las circunstancias vitales lo ponen todo patas arriba, y los planes de la vida quedan en suspenso. Nina se convierte en la vecina amiga de Madeleine, ante los ojos de Anne, la hija de Madeleine, en una existencia en la que hará lo imposible para estar cerca de su amor, de su vida, que la llevará a situaciones muy complejas de llevar. La historia de Entre nosotras (“Deux”, en el original, que viene a decir “De ellas”), arranca como una drama romántico entre dos mujeres que se aman en secreto, y están a punto de dar el paso para hacer su amor público y vivir sin barreras su amor, pero la película se moverá por el thriller, el pasado, las complejas relaciones familiares, y sobre todo, un amor a prueba de todo y todos. El formato scope de la película ayuda a engrandecer la pantalla colocando a las dos mujeres rodeadas de todo aquello que perturba su amor, una luz romántica y sombría a la vez, obra del cinematógrafo Aurélien Marra, que revela mucho de una película que utiliza el off como una de sus señas de identidad, en un relato doméstico donde el silencio se impone, y el sonido llena o vacía todo lo que se cuenta.

Una estudiadísima y bien ejecutada mise en scène que reproduce en el espacio sus espejos y sobre todo, sus reflejos, como los dos apartamentos, uno de ellos, lleno de cosas y recuerdos, y el otro, vacío, sin vida, como si estuviera abandonado. Meneghetti construye un campo cinematográfico que revela mucho más que sus personajes, donde el sutil y conciso montaje de Ronan Tronchot ayuda a imponer ese espacio donde nada es lo que parece y todo tiene un porqué, aunque algún personaje todavía lo desconozca. Si hay algún elemento imprescindible en una película de estas características es su magnífico y ajustado reparto, que no solo brilla con gran intensidad, sino que revela mucho más de los personajes con lo mínimo, en unas interpretaciones apoyadas en sus miradas, donde revelan todo lo callan, todo lo que sienten, y sobre todo, todo lo que se aman. Por un lado, tenemos a Barbara Sukowa, con una filmografía llena de nombres tan ilustres como Fassbinder, Von Trotta, Cimino, Von Trier o Cronenberg, entre muchos otros, que hace una Nina espectacular, llena de amor, miedo, angustia e inseguridad, que vive sin vivir por su amor, como esos instantes de desesperación cuando espera angustiada fumando junto a la puerta, y cualquier mínimo ruido, la hace mirar por la mirilla, intentando encontrar alguna esperanza, algo a lo que agarrarse en esa eterna espera.

En la puerta de enfrente, cruzando el pasillo, nos encontramos a Martine Chevallier, una actriz vinculada al teatro durante toda su carrera, interpreta a Madeleine, la madre y esposa que ha ocultado su amor, esa verdad que la hacía feliz y la ayudaba a soportar un matrimonio roto y vacío, y finalmente, esta terna la cierra Léa Drucker que da vida a Anne, la hija de Madeleine, personaje vital para la historia, ya que escenifica la persona que no sabe nada de su madre y deberá acercarse más a su madre y dejar atrás rencores y mentiras. Meneghetti ha hecho una película bellísima y arrebatadora, sobre el amor y sobre el hecho de estar enamorado, sobre dos mujeres maduras que aman y sienten como nunca lo han hecho, de sentirse atrapado por un amor que nos hace mejores o no, pero si nos hace sentir como nunca habíamos sentido, llenos de todo y de nada, a la vez, una película sencilla, sensible y conmovedora, que se emparenta y recoge el aroma que desprendía Carol (2015), de Todd Haynes, también un amor oculto, intenso y escondido, que indagaba en el puritanismo de la sociedad estadounidense de los cincuenta, que se refleja en Entre nosotras, donde aquel puritanismo ahora se revela en la falsa moral de algunos, y sobre todo, en el miedo a revelar quiénes somos realmente a aquellos que más amamos, al miedo a ser nosotros, en definitiva, el miedo a ser felices. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mujercitas, de Greta Gerwig

LAS HERMANAS MARCH.

“Las mujeres han sido llamadas reinas durante mucho tiempo, pero el reino que se les ha dado no merece la pena ser gobernado”

Louisa May Alcott

Louisa May Alcott (1832-1888) publicó en 1868 Mujercitas, una novela que hablaba sobre las jóvenes estadounidenses de manera clara, sencilla e íntima, reivindicando su rol en la sociedad, alejado de las convenciones de la época, un relato que por primera vez se centraba en las mujeres, mirándolas de frente, explorando sus secretos más ocultos, sus ilusiones y sus sueños, capturando sus capacidades como personas y no como mujeres a la sombra de los hombres. La novela no tardó en convertirse en un éxito, muchas norteamericanas se vieron reflejadas en la historia de las hermanas March, un cuarteto de jovencitas que deseaban ser artistas, soñaban con ser ellas mismas, costase lo que costase, y sobre todo, querían seguir sus caminos por muy diferentes que fuesen para la mayoría. En la época muda ya hubieron dos adaptaciones al cine, peor será en el 1933 cuando Cukor dirigiría la primera versión sonora con Katherine Hepburn, entre otras. En 1949 de la manod e Mervin LeRoy apareció la versión más famosa con Elizabeth Taylor. En el nuevo siglo aún llegaron dos versiones más, sin tanto encanto y sensibilidad que sus antecesoras.

Ahora, nos llega la última adaptación de la novela dirigida por Greta Gerwig (Sacramento, EE.UU., 1983) después de las inmejorables sensaciones que dejó con su debut en solitario con Lady Bird (2018) el relato de una adolescente triste, incomprendida y aburrida en el Sacramento vacío, triste y aburrido, protagonizada por una magnífica Saoirse Ronan, que en Mujercitas recoge el testigo de la rebelde e ingobernable aspirante a escritora, un alter ego de Alcott, donde la película se sitúa en el metalenguaje cinematográfico porque la historia que escribe Jo es su propia historia que más adelante será Mujercitas, un elemento moderno que incluyó Alcott en el que relataba su propia experiencia familiar. Meg, la hermana mayor sueña con ser actriz de teatro, aunque el amor la convertirá en esposa y madre, su carácter más tradicional y hogareño le apartó del camino soñado. Beth la más frágil y sensible de las cuatro hermanas tiene un talento especial para la música a través del piano. Y Amy, la pequeña de las March le encantaría ser una gran pintora pero deberá aceptar que es buena y nada más. Junto a ellas la matriarca, cariñosamente llamada Marmee, que será el timón y el oráculo en una familia en plena Guerra de Secesión con el padre ausente en la contienda.

La película arranca en aquellos años de la guerra que fue entre 1861 y 1865, y sus años posteriores, en el pequeño pueblo de Concord, Massachusetts, donde los March viven con penurias económicos debido la ausencia paterna, y se ganan la vida con remiendos de aquí y allá, junto a ellas los parientes ricos de la familia, que enfadados por la decisión del padre, les ayudan de tanto en tanto, peor aún así, tienen tiempo de ayudar a los más pobres de la zona. Todas forman un grupo unido e irrompible, unas niñas que irán dejando la infancia llena de disfraces, juegos y libertad, para enfrentarse a un mundo machista, tradicional y lleno de prejuicios. Jo será la primera en ejercer sus ideas, trasladándose a New York para trabajar como escritora, experiencia que le traerá sabores y sinsabores, aunque deberá volver por la enfermedad de Beth. Gerwig actualiza la novela convirtiendo el final del siglo XIX en un relato moderno y libre, donde se habla de unas mujeres que quieren ser libres y tendrán que luchar con uñas y dientes para conseguirlo, porque la sociedad que les ha tocado no está adaptada a este tipo de cambios.

La directora estadounidense se aleja de la linealidad de la novela para contarnos una historia desestructurada llena de saltos temporales, donde el relato que nos cuentan se hace en pasado, reconstruyendo los momentos más significativos de estas jóvenes haciéndose mujeres. La película tiene un ritmo vibrante y espectacular, las acciones ocurren de manera brillante y ligera, con ese trasfondo de pérdida de la inocencia que atraviesa la película, donde las cuatro hermanas se verán en la tesitura de hacerse mayores y tomar decisiones que marcarán sus vidas, algunas entendibles y otras, realmente sorprendentes para la sociedad bostoniana obsoleta y anticuada. A través del personaje de Jo, auténtico timón de la familia y de la película, tendremos la visión del conjunto, donde conoceremos el amor, la pérdida, el vacío, la tristeza, la ilusión, el trabajo, el maldito dinero, la vida al fin y al cabo, desde una perspectiva íntima y sensible, experimentando los aspectos más agradables de la vivir, y también, aquellos momentos oscuros de la existencia que nos van moldeando nuestra personalidad y por ende, la vida que vamos viviendo.

Gerwig se ha rodeado de un equipo técnico magnífico encabezado por un brillante trabajo en ambientación con Jess Gonchor (habitual de los hermanos Coen) y en vestuario con Jacqueline Durran (colaboradora de Mike Leigh y Joe Wright) con la excelente música conmovedora e intensa de Alexandre Desplat (que tiene en su currículum a autores de la talla de Frears, Fincher, Malick, Polanski o Audiard) con esa maravilla de síntesis y ritmo del montaje obra de Nick Houy, que ya estaba en Lady Bird, y la especial, clara y sombría luz de Yorick LeSaux (cómplice de Guadagnino, Denis, Ozon, Assayas, Jarmusch, por citar solo algunos de su brillante carrera). Y su excelente reparto capitaneado por una espectacular y fantástica Saoirse Ronan, que conmueve y hace saltar chispas con esa para envolvernos con lo mínimo en la piel de una Jo que nos hace volar pero también hundirnos en el vacío. Emma Watson hace una Meg señora, enamorada y tranquila, Elisa Scanlen da vida a Beth, la hermana más sensible, frágil y silenciosa de todas, Florence Pugh es Amy, la que rivaliza y quiere ser como Jo, con talento pero demasiado crítica consigo misma, y Laura Dern haciendo de esa madre protectora, sensible y sobre todo, líder de este grupo de mujeres a contracorriente y libres. Con Merl Streep como esa tía rica que en la sombra tiene un ojo para sus niñas.

Qué decir de los hombres de la película, bien explicados y dibujados, que no son meros clichés si no compañeros y testigos de la agitación femenina, con Timothée Chalamet como amigo, fiel y pretendiente de Jo, Louis Garrel como el amigo neoyorquino de Jo que la lee y la aconseja. Y Chris Cooper como ese tío viudo que aunque tiene enemistad con el padre ayudará a las March siempre que se lo pidan. Gerwig ha hecha una película fantástica y bien contado, situada en el hogar familiar de cuatro hermanas que conocerán la edad adulta a marchas forzadas, experimentando sus dulzura y amargura, tropezándose con muros que en apariencia parecen infranqueables peor con fuerza y tesón serán derribados, aunque por el camino haya que dejar muchas cosas, con el espíritu libre y desobediente que lidera el personaje de Jo que algún momento exclama una frase que define esa alma inquieta y curiosa en un mundo dominado por hombres: “Me encantaría ser un hombre”. No como inclinación sexual, sino como reivindación feminista para sentir el poder de la libertad y decidir la vida por uno mismo, sentimiento y leitmotiv que recorre toda la película en la que nos habla de unas mujeres que sobretodo, y por encima de todo, quieren ser ellas mismas y decidir la manera de vivir sus vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Presentación Love Me Not en el D’A

Presentación de “Love Me Not”, de Lluís Miñarro, en el marco del D’A Film Festival, con la presencia de su director, los intérpretes Ingrid García-Jonsson, Francesc Orella y Lola Dueñas, y Carlos R. Ríos, director del D’A. El encuentro tuvo lugar el viernes 26 de abril de 2019 en el Soho House en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lluís Miñarro, Ingrid García-Jonsson, Francesc Orella, Lola Dueñas y Carlos R. Ríos, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Ana Sánchez y Tariq Porter de Trafalgar Comunicació, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.